La última flor del jardín [Flashback] LIBRE

por **Clío Sfakianakis** Dom Jun 10, 2018 10:31 pm

Una página, otra página, y otra más. Las horas pasaban y a Clío el tiempo nunca le era suficiente. Se devoró un libro de biología, y estaba a punto de comenzar otro cuando, su madre, con poco tino, interrumpió en la biblioteca. El gran temor de la mujer, era que su hija, de tanto leer, terminara para vestir santos. Y ella, bajo ningún punto de vista, admitiría a su única hija como una solterona empedernida. La sola idea la horrorizaba y le quitaba el sueño.

—Madre, no me gusta que me interrumpas cuando leo. Lo sabes —se quejó, al tiempo que cerraba la enciclopedia y la dejaba descansar sobre su regazo. — ¿Qué necesitas? Estás ansiosa… —y a pesar de que quiso parecer enojada, el gesto aniñado de su mamá, le arrebató una sonrisa. —Vamos, dime.

—Me conoces tanto… —dramatizó, y rieron al unísono. —Verás… Sé que la idea no te gustará mucho, pero hemos decidido viajar a París. Allí pasaremos tu cumpleaños y verás a tu prometido —dijo todo con lentitud, como si temiera la reacción de Clío. Sin embargo, Clío nunca actuaba impulsivamente, y esa vez no fue la excepción.

—No puedo hacer nada para que cambien de opinión —suspiró, como si la hubiera invadido un gran cansancio. Se puso de pie y caminó hacia el gran ventanal. La mañana estaba gris, y se sintió invadida por la bruma.

—Ahora, debo avisarte que tienes una visita que va a gustarte mucho —y antes de que la joven pudiera decidir qué hacer con el inesperado visitante, la mujer desapareció tras la puerta.

Clío negó varias veces con la cabeza y se cruzó de brazos. Giró, y regresó la vista hacia el patio trasero de su residencia. Estaba frío, y pensó que sería una de las últimas heladas. La Primavera no tardaría en llegar y, con ella, su cumpleaños. A pesar de lo mucho que le gustaba París, la idea de trasladarse una larga temporada allí, y compartir con el casi completo desconocido que era su prometido, se le antojada espantosa.

En Francia, sus padres tenían muchos amigos. Pensó en que no dejarían pasar desapercibido su natalicio y, seguramente, ya tendrían armada una gran fiesta para celebrarlo. Quizá, cuando se casara, tendría un poco más de autonomía y podría decidir si festejar o no su llegada al mundo. Le parecía un acontecimiento tan poco importante, que jamás entendería la manía de los seres humanos de darle transcendental importancia. La puerta sonó dos veces.

—Adelante —concedió, con la voz levemente ofuscada. Al girar, no pudo creer lo que encontró ante sí. —No. No puede ser —y se llevó ambas manos a la boca pero, ni de esa forma, se pudo esconder su enorme y sincera sonrisa.