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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Vane Kattalakis Dom Nov 25, 2018 12:15 pm







Aquella no había sido una batalla justa en absoluto. Lo habían acorralado entre dos cambiantes lobos, casi tan grandes y fuertes como él por separado, pero juntos… Juntos la situación por poco había terminado en masacre, la de él. Había dado todo de sí para resistir y, aunque había logrado defenderse a duras penas, al final tuvo que huir. De no haberlo hecho, estaría muerto para ese momento, aunque, incluso habiendo escapado de sus atacantes, no era que tuviese demasiadas esperanzas. Le habían dado una verdadera paliza, tenía múltiples cortes por todo el cuerpo y ya podía sentir la falta de sangre en su cuerpo lobuno, con los sentidos adormecidos y la respiración dificultosa.

Viéndose en tales circunstancias, intentó gritar en su mente por la ayuda de Acheron. Ante la ausencia de respuesta, tuvo suponer que estaba recluido esa noche con Artemisa. – Excelente momento. – Pensó, mientras caminaba débilmente en dirección al consultorio de su médico. A falta de Ash, el doctor Valinova era el único en quien podía confiar su salud. Se aprovechó de la oscuridad de la madrugada para caminar por las sombras de las calles parisinas, pero las fuerzas le abandonaban. Con cada paso sentía que se volvía más pesado, más lento, más débil. Luchó contra la inconsciencia para mantenerse despierto, hasta el punto de caminar a ciegas, sin poder identificar las figuras borrosas a su alrededor.

No quería morir. Tenía que llegar, si al menos pudiese alcanzar el consultorio, el hombre seguramente lo vería apenas llegase. Pero no podía saber cuánto faltaba para llegar. Su cuerpo pronto convulsionó de agotamiento, y Vane dejó de luchar. Se entregó a la infinita oscuridad. A esa oscuridad se unieron movimientos y olores desconocidos, él creía que la muerte era simplemente… La nada. Nada que sentir, oler o saborear, nada que recordar. Pero, aunque, aun sin poder moverse voluntariamente, identificaba aromas, y sabía con certeza que eran nuevos para él. ¿Significaba eso que seguía vivo?

Como si hubiese sido solo un parpadeo, comenzó a abrir los ojos. Seguía sintiéndose cansado, pero con más fuerza y vitalidad. Sin entender del todo, intentó aclarar la vista para mirar a su alrededor. ¡Estaba en el consultorio! Agradeció infinitamente a los dioses por apiadarse por una vez de él. No sabía cómo había conseguido llegar, pero estaba allí, y estaba vivo, eso era todo lo que necesitaba saber. Estuvo a punto de cambiar a su forma humana, cuando de pronto fue consciente de que no estaba solo, y quien le hacía compañía no era precisamente quien esperaba.

Una chica rubia estaba sentada en una silla junto a él, permaneciendo en alto con una vía en su brazo. Estaba donando sangre… Siguió el fino plástico de la vía con la mirada hasta encontrar el lado opuesto en su pata. ¡Le estaba donando sangre a él! Aquel conocimiento provocó una reacción involuntaria en su cuerpo, levantándose de golpe, con movimientos bruscos que terminaron por sacarle la vía. Pero no llegó demasiado lejos. Seguía débil, estaba hambriento y sediento, adolorido, por lo que terminó cayendo de bruces contra el suelo apenas a unos pasos de ella, sin poder apoyar del todo la pata trasera del lado izquierdo, en la que recordaba lo habían mordido entre sus dos atacantes al mismo tiempo.

Maldijo mentalmente por la debilidad de su cuerpo, mientras una idea se instalaba en su cabeza respecto al ataque. ¿Podría ser posible que Markus tuviera algo que ver con aquello? Aunque la sospecha tenía cierto sentido para él, no podía tener la completa certeza de ello. Pero, ¿Quién más habría contratado lobos cambiantes para matarlo? ¿Quién más aparte de otro lobo cambiante que, además, era su padre? Los vampiros bastardos iban por cuenta propia directamente tras él, al menos después de la muerte de sus dos hermanos, pues ya no le quedaba nadie más que le importase que pudiese ser lastimado por ellos. Y sí, Acheron le importaba, pero estaba seguro que para los vampiros él era una presa mucho más sencilla que el milenario Nosferatu.

Intentó incorporarse nuevamente, esta vez con mayor cuidado y lentitud, dejando la pata lastimada doblada para no apoyar peso en ella, y caminó con lentitud hasta el envase con agua que el doctor siempre dejaba en una esquina del consultorio, preguntándose dónde estaba el doctor y quién era esa chica que, por su aroma, podía reconocer en ella la misma esencia de su inconsciencia, por lo que presumía que había sido ella su salvadora. Después de beber hasta saciar su sed, se la quedó mirando desde su posición actual. Ella era bonita, olía muy bien, y lo había salvado, pero era una humana así que no había forma en que si quiera la considerase como una opción.

Un repentino rugido salió de su estómago, anunciando que tenía un apetito voraz, por el que sería capaz de comerse una vaca entera, y se sintió realmente apenado con la chica por tener que presenciarlo. Sin darse cuenta realmente de lo que hacía, como si fuese un humano, apartó el rostro para que no lo mirara a la cara.

Vane Kattalakis


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Mensaje por Ginger Valinova Dom Ene 20, 2019 5:40 am

Aquella mañana había sido caotica. Su padre quien la había dejado al mando por una semana, se lo había avisado y solo ahora; se daba cuenta de lo que él había querido decirle. Pareciera que todos los animales se habían puesto enfermos precisamente aquellos días y llevaba desde las seis de la mañana cada día que había pasado sin detenerse ni un segundo. En su afán de sanar a todos los animales heridos y enfermos que le llegaban, solo tenia tiempo para ellos. Apenas en esos días le había sobrado tiempo para ella. Por suerte hoy, parecía ser un día con menos entradas de urgencias, y aunque había tardado más de lo esperado en finiquitar con el ultimo de los animales heridos que habia llegado al consultorio, había podido acabar prontamente esa tarde. Por suerte, ese ultimo paciente había sido relativamente rápido de atender. Una mala caída había provocado que el perro pastor del granjero que custodiaba el rebaño, se viese en problemas a la hora de caminar. El hijo del granjero al oír a su padre malhablar de matarlo, enseguida se lo había traído y tras sedarlo, habia podido dar con el problema y con su solución. Ahora el perro pasaría unos días con ella en el consultorio, no obstante, en apenas dos noches esperaba poder entregarlo de nuevo a sus dueños. Siempre se había reído de las quejas de su padre, pero ahora, que estaba pasando por una situación similar a la que él le ocurría normalmente, también ella se encontraba exhausta. Por mala suerte, aunque aquella tarde acabase temprano, le era imposible descansar. Aún quedaba un ultimo enfermo al que cuidar y con él, si que se le escapaban las fuerzas, pues ya no sabia que más hacer para recuperarlo.

Este paciente se lo había encontrado herido y completamente inconsciente frente la puerta del consultorio tres noches atrás. Al principio lo había tomado como un perro, más luego, tras asearlo y sanar los mordiscos y heridas que tenia repartidas por todo el cuerpo, entendió su error. Ese perro, no era un can corriente; era un lobo. Desmadejado por las heridas y en su estado actual, con ese aspecto tan frágil, no le había sido fácil llegar a esa conclusión, pero al ver su dentadura y notar como lentamente parecía mejorar, sin duda al final, el porte del lobo se había hecho notable. Por su naturaleza, lo tenia separado del resto de los enfermos. Encerrado en una de las salas que había preparado para él, pese a sanar sus heridas, el lobo parecía no querer despertar de su estado. Ginger que lo había intentado todo, se estaba quedando sin ideas y aquella tarde pensaba poner en marcha la ultima solución posible. Cuanto mas permaneciera inconsciente peor sería luego para él. En cualquier momento se le podría morir. Pese a estar conectado a los sueros, necesitaba ingerir comida y levantarse, o podría suceder que al despertar, el lobo no pudiese volver a caminar. Nunca había tratado con un lobo, por lo que esperó que lo que parecía funcionar con perros, también pudiese servir con él.

Exhausta al terminar con el ultimo de sus pacientes, cerró la consulta y sentándose al lado del gran lobo le acarició lentamente el lomo. Nunca antes había tenido esa sensación al tocar el pelaje de un animal. Se podría pasar las horas acariciándolo sin más. Aquel pensamiento la hizo sonreír y apartando la mano de su irresistible y mullido pelaje, inició una trasfusion de sangre. Ella sería la donante, y tras pincharse, inició todo el procedimiento. Tardaría minimamente una hora, por lo que tras asegurarse que la vía iba a resistir ese tiempo, se acurrucó al lado del lobo y poco a poco empezó a dormirse. Era un sueño muy ligero, en el que la respiración del lobo la ayudaba. Apoyando su cuerpo en la pared al lado del animal y con una mano en él, finalmente, dejó su mente volar hasta que un pinchazo fuerte la despertó súbitamente. El dolor que sintió fue la vía desenganchándose de pronto de su brazo. La sangre enseguida corrió por su brazo y sobresaltada, enseguida se apretó el brazo para hacer mellar la sangre, mientras su mirada iba hacia el lobo que asustado se había ido a refugiarse a un extremo de la sala; lejos de ella. Se alegró rápidamente de la recuperación del animal y que este hubiese reaccionado bien a su trasfusion. Medio mareada por la perdida de sangre y el cansancio acumulado, apenas se movió del sitio hasta que el ruido característico de un estomago hambriento la hizo sonreír.

- ¿Quieres comer, verdad? -Le preguntó fijándose bien en su pierna herida y viendo como este la movía lentamente. Aún debía de dolerle, pero que consiguiese moverla ya era un gran paso. Bien perfectamente tras aquellas heridas podría haberla perdido para siempre. - Ya que no te me has comido, te traeré algo -Sonrió y levantándose, dando la espalda al can desapareció en la sala de al lado.

Allí su padre tenia una pequeña habitación donde tenia la cocina y la comida de los animales. La noche anterior anticipándose al despertar del lobo, había salido a cazar presas para cuando él estuviera recuperado, poder darle el sustento necesario para que se terminase de recuperar. Había cazado seis conejos y un par de faisanes. Todo desplumado y sin piel, los había pasado ligeramente por el fuego para eliminar bacterias y los había guardado para cuando el lobo los necesitase. Tomó una manzana para ella, y tras detener la sangre de su brazo con un esparadrapo, regresó a la sala donde tenia al lobo y con mucho cuidado, depositó dos conejos enteros a unos metros de él. Intentó tocar lo mínimo el conejo ya que los animales salvajes no apreciaban el olor de humano en la carne de sus presas, y en cuanto los dejó en un cuenco, se alejó hasta el otro lado opuesto del lobo, donde se dejó caer de nuevo. El cansancio hacia mella en ella. Llevaba muchos días cuidándolo, velándolo para que no se muriera. Y ahora que lo veía olisqueando la comida, por fin podía respirar tranquila.



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