Dulces Sueños.

En mis manos estaba la posibilidad mas grande de toda mi vida, pero aun no sabía como aprovechar esa fuerza que me transmitían a través de la piel. Como casi siempre, tenía que llevar guantes. No podía volver a cometer la locura de no llevarlos, ya que a cada cosa que tocaba constantes imágenes volvían a mi cabeza. Como una rosa, como, cuando y por quien fué cortada.. los dias en los que hubo sol o simplemente la lluvia hizo que su tayo se resquebrajase.
Aquello eran simples tonterías, o al menos eso era lo que mi subsconsciente me quería decir. Podía hacer algo mas con aquel don, pero no quería arriesgarme como en tantas otras ocasiones.

Tomé mis herramientas, un trapo viejo y me dirigí hacia el cementerio. Algunas personas se les ponía el vello de punta con tan solo oir nombrarlo, pero para mi era un lugar hermoso, descanso de muchos de los mortales que vieron su muerte precipitadamente o que simplemente les había llegado la hora.

Paseé entre los musgos que crecían alrededor de las tumbas mas antiguas, algunas recientes pero debido a la humedad y a la juventud de hoy en dia habían sido saqueados o simplemente hecho añicos.
Levanté la vista hacia un gran panteon, a su entrada había dos ángeles en mármol tallado, guardianes del lugar, pero el tiempo les deterioró. Tomé la decisión de quitar mis guantes, y con gran cariño acaricié una de las alas que tantos recuerdos me traían. al toman aquella fría piedra entre mis manos supe al instante quien hizo aquella obra de arte sin acabar... Fausten... mi padre. Sonreí con ternura ante aquello, y la posibilidad de poder restaurar con mis propias manos el trabajo de mi padre.
Observñe el ángel de al lado, estaba casi en perfectas condiciones, solamente tendría que encontrar el material y dinero adecuados, y dia a dia vendría al lugar a acabar el trabajo.

Caminé silenciosamente por las calles de París. Mi mente estaba llena de viejas imágenes borrosas que podían aún observarse en cada calle, camino y casa. Paría había crecido, y lo había hecho bien. Era un niño alimentado con la elegancia de las altas clases y el trabajo de los pequeños empresarios. Aunque había muchas visiones que la hacían vieja y pútrida. Demasiadas cortesanas por la calle y un exceso de pobres jornaleros que apenas cobraban un salario que les llegaba para comer... Alcé mi cabeza levemente, observando el horizonte. Aquel panorama se asemejaba a lo último que vi de la ciudad en la que crecí.

Seguí caminando, dando leves pisadas sobre la acera, de tal forma que mi vestido se pudiera lucir completamente. Era de un tono azulado que resaltaba mi pálida piel, maquillada con un colorete para darle un poco más de realismo a mi vida. Estaba en uno de los barrios más altos de la ciudad. Las casas llenas de esculturas y con grandes jardines en los que tomar el té y charlar sobre bailes. Había caminado desde la calle principal únicamente para dejarme ver en sociedad. Por suerte mi siempre fiel cochero me acompañó desde una distancia que no daría pie a cotilleos, pero suficiente para poder dar a entender que me protegía. Aunque realmente no necesitara protección. Mera máscara que debía llevar.

Tuve suerte de desembarcar en un día completamente nublado. De otra forma, debería haber esperado hasta la noche, lo cual habría suscitado algún que otro comentario. Debía ser más cautelosa con aquello que hacía, pues aún me jugaba el cuello.

Una vez llegué a lo que sería mi hogar, decidí ir al cementerio. Deseaba buscar el lugar en que mis cristianos padres descansaban. No tuve, siquiera, la oportunidad de verlos envejecer. No me arrepentía de lo que era, pero hubiera deseado no haber fingido mi muerte y, con ello, salvar a Ninette. El cochero empezó a montar el carruaje sin más demora. Subí acompañada por su firme mano y me senté en el mullido asiento. El recorrido se me hizo interesante, pues en mi vida apenas había ido al cementerio un par de ocasiones y, en aquellos mismos momentos, el panorama que se me ofrecía, era muy distinto a lo que recordaba.

No fue difícil encontrar el lugar en que la familia Dossiers reposaba, pues con la gran cantidad de dinero que poseían podían permitirse de todo. Y, además, las prendas que llevaban conservaban aún un leve destello de aquel aroma que una vez estuvo vivo.

Cerca de la gran tumba, guardada por dos ángeles, se hallaba un hombre. Me pareció que era un humano, pues sentía el latir de su corazón. Observé que con una mano acariciaba el uno de los enormes ángeles. Me pregunté qué debía estar haciendo allí.

-Disculpe, señor, ¿a qué se debe su presencia en el Panteón de los Dossiers?

Aquel señor parpadeó varias veces; parecía levemente alterado por mi presencia. Tuve la oportunidad de verle la cara cuando se giró unos instantes, posando su vista sobre el nombre de la familia. La melancolía acudió a mí cuando leí Dossiers en la inscripción tallada de una forma tan pulcra sobre la piedra abandonada. Qué tan bajo había caído mi familia. Ya siquiera los descendientes de mejores amigos tenían recuerdos sobre mis progenitores. La mente humana era extraña, pues nunca se paraba a pensar y recapacitar sobre sus palabras.

Tras aquel rápido pensamiento, a mí oídos llegó la repuesta del hombre. Al parecer había decidido venir a limpiar la escultura de su padre, haciendo de paso un favor al gran Panteón, pues se hallaba en un estado verdaderamente lastimoso. Mi propio ser me daba remordimientos. Aquella no era una forma de honrar a unos padres que habían sido benevolentes. Inspiré el aroma de los alrededores, rastreando a cualquier ser que hubiera a kilómetros. A excepción de animales, mi cochero y el aroma de aquel personaje, no notaba presencia alguna de otros seres.

Sonreí tímidamente, tratando de borrar cualquier rastro de hostilidad en mi anterior tono. Me había sorprendido ver a alguien en aquella zona, simplemente era eso. Se presentó ante mí con una reverencia y bajo el nombre de Tyler Fausten. Di un veloz repaso mental para ver si era una persona conocida y de la cual pudiera sacar provecho. Mi mente no reaccionó, por lo que supuse que no sería alguien con una gran cantidad de dinero. Con el paso de los años había aprendido a ver si alguien era o no trabajador por la rugosidad de sus manos, mas en esta ocasión Tyler las llevaba cubiertas por unos guantes. Mala suerte tenía.

-Sibylle Dossiers -respondí tendiendo mi mano enfundada en un guante; típico de aquella época. Pese a ello, no hice una reverencia con la cabeza. Me preguntó si era la tumba de mis antepasados, a lo que asentí firmemente con la cabeza- Mas son simples parientes de poca cercanía.

Con un gesto indiqué al cochero que se acercara algo más, pues no estaría nada bien que me vieran junto con aquel hombre a solas. De esta forma, aunque una alma entrara en el campo de visión, me vería con mi escolta/cochero, lo cual tranquilizaría a las lenguas deseosas de chismear en vidas ajenas.

-Su padre era un buen escultor -comenté mientras miraba las estatuas- Ábrame las puertas.

Lo último había sido una orden. Con una fuerte e inquisitiva mirada le había ordenado que me hiciera aquel favor, pues no deseaba manchar mi precioso vestido. HAbía sido afortunada de poseer el don de la persuación, lo cual me abría muchas puertas a la hora de convencer a la gente.