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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 10:17 am

Un constante repiqueteo fue el causante del despertar de la bruja que, sumida en un sueño más que profundo, se deleitaba con la dureza del suelo sobre el que descansaba como si se tratara del más fino colchón de plumas. Hélène no necesitaba rodearse de lujos y sirvientes para vivir. Para la bruja aquel tétrico cementerio podía compararse con un perfecto paraíso celestial. O infernal, dada su condición de hija del demonio. Lénè era perfectamente feliz viviendo entre los restos de viejas glorias de la ciudad, teniendo por perchero estatuas de arcángeles medio derruidas y por habitación un viejo mausoleo cuya estabilidad era perfectamente dudosa.

La ausencia de luz que se colase por las rendijas que la piedra dejaba en sus juntas informó a la bruja de que era de noche, por lo que se levantó del suelo con un salto elegante. Hacía fresco, demasiado para ser verano, y un olor particular inundaba el ambiente. Un olor que no tardó en identificar como el de la tierra mojada. Llovía. Las gotitas de agua que atormentaban la tierra a su alrededor debían haber sido las causantes de que se hubiera despertado. Pero no le molestaba. A Hélène le gustaban las tormentas, la lluvia. Adoraba la sensación del agua deslizándose sobre su piel, limpiándola de restos de tierra y sangre, purificándola con su inexorable gelidez.

Cogió su viejo vestido añtaño blanco para vestirse con él, a pesar de considerar la ropa una completa estupidez, antes de salir al exterior. La luna que un par de días atrás había sido completamente redonda seguía brillando con intensidad en el firmamento, ilunimando los rostros de las estatuas paralizadas en el tiempo, a las que Hélène saludó con una reverencia como si de príncipes de carne y hueso se tratasen. Las gotas de agua comenzaron a calar la tela que la cubría y sus cabellos sueltos, mientras ella se sentaba sobre una vieja tumba a disfrutar del placer de no tener absolutamente ningún deber que cumplir.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 10:46 am

Los muebles barnizados de mi hogar hacían que la estancia rectangular en la que me alojaba se fuese achicando, encerrándome finalmente en un habitáculo de dos por dos donde el oxígeno era ínfimo. Me sentía morir mil veces en un sueño recurrente. El sudor manchaba mis mejillas y el rostro de mi hermana dolida y fallecida entre mis brazos hizo que un grito desgarrase mi garganta y escapase de las garras de Morfeo.
La respiración estaba alterada, las sábanas desgarradas y el cristal del espejo de cuerpo entero que reposaba al fondo el cuarto estaba hecho añicos. Sólo las esquinas hundidas en la madera del marco habían resistido. Mi grito había roto el cristal. Suspiré y me acaricié la frente. Hacía años que no tenía esas pesadillas... ¿Por qué habían vuelto ahora?

Mi carruaje estaba listo en la entrada. Marion, mi sirvienta, me había entregado una chaqueta marrón que llegaba hasta mi parte baja de la pierna. Me abroché los botones de la pechera de la chaqueta y me subí el cuello. Llevaba una camisa negra, como siempre, y unos pantalones de pana de un tono azulado-grisáceo. Fuera llovía por lo que me llevé un sombrero. Cuando salí mi cuerpo empezó a mojarse. Entré lentamente al carruaje y ordené al cochero ir hacia Montmartre. Debía ver a mi hermana.
Minerva estaba enterrada en ese cementerio. Los restos de todos los reyes se habían llevado a ese cementerio, donde descansaban, y Minerva como princesa que fue también residía ahí. El viaje duraría poco más de una hora a un ritmo normal. Intenté dormir, cerré los ojos, y caí lentamente en el sueño.

"Mi pasos sonaban en una prisión. El suelo estaba encharcado de sangre, las puertas de las cárceles estaban manchadas de sangre. Barrotes con marcas de manos agarrándose a ellos y largos charcos de sangre que llevaban a la oscuridad del habitáculo donde un sonido horrible semejante al de un carroñero romper huesos para llegar a los órganos me erizaba el vello.
Me detuve y delante un hombre con el rostro desfigurado mostró un dedo con el anillo de la realeza. El hombre dibujó una sonrisa y se comió el dedo."

Un golpe me despertó del sueño. Estaba de nuevo sudoroso. Miré a todos lados, aparté la cortina y vi como Montmartre se dibujaba delante de mí, a unos metros. Decidí bajarme antes de que el carruaje se detuviese del todo. La velocidad era tan lenta que no me hice nada. Corrí hacia la verja y la abrí, sin ver absolutamente nada. Por suerte, el paseo central tenía algunas farolas. Las seguí hasta el final, donde un enorme mausoleo daba la bienvenida con un cartel marcado en piedra que rezaba "Capetos". Tragué saliva, me santigüe y entré. La luz era nula. Saqué un fósforo y encendí algunas velas que habían dentro. La sala cobró vida con un tono anaranjado que llamaría la atención en todo el cementerio. El interior era espacioso. Tenía muchas tumbas pero yo me diriguí a una: la de Minerva Capeto. Subí al pedestal que estaba junto al sarcófago de márnol y acaricié el epitafio.

-¿Por qué me sigues atormentando, Mi?

Murmuré mientras mis dedos descendían por el epitafio con rabia.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 12:12 pm

Las nubes de tormenta pronto cubrieron casi por completo la luna que se cernía sobre su cabeza, mientras líneas de luz intermitentes desgarraban la creciente oscuridad durante unos segundos. La tormenta se intensificaba por momentos y unos cuantos minutos bastaron para que la felicidad de Hélène alcanzase su máximo exponente al verse completamente empapada. Como una niña pequeña cuando se bañaba en el río. Bajó de la destartalada tumba con un salto para sentir bajo sus pies desnudos la tierra mojada cuyo olor tanto amaba, comenzando a caminar por el terreno que tan bien conocía sin un rumbo definido. Dejaba que sus piernas la guiasen en el camino de esa noche dado que no había nada concreto que debiera hacer.

La mirada oceánica de la bruja viajaba por todos los lugares de su alrededor, deleitándose con al visión de las tumbas que los relámpagos alumbraban de vez en cuando. La oscuridad cuando éstos no hacían acto de presencia en el firmamento era casi total, pero ella no necesitaba luz para circular por su hogar. Conocía cada camino, cada nicho, cada estatua como si de su propio cuerpo se tratase. De vez en cuando alternaba sus pasos con algún giro o vuelta, en una danza sin sentido al ritmo del repiqueteo del agua. Era una noche simplemente perfecta.

El rostro de Hélène se giró automáticamente hacia su izquierda cuando sus ojos detectaron una luz que no procedía del cielo. El mausoleo cuyo cartel, si bien recordaba, rezaba "Capetos" estaba iluminado. ¿Quién podría encontrarse a esas horas en el cementerio? ¿Quién sería lo suficientemente valiente como para adentrarse una noche de tormenta en los dominios de los muertos? Guiada por su implacable curiosidad, la bruja dirigió sus pasos a la antigua construcción, salvando su entrada sin dificultad.

Cuando su mirada se posó en la figura que allí se encontraba, no pudo evitar que un suspiro se abriera paso entre sus labios mojados por la lluvia. Era él. Aquel vampiro que poblaba un elevado porcentaje de los sueños de Lénè, el hombre de quien deseaba tenerlo todo, costara lo que costase. La persona cuyos conocimientos ansiaba saber por encima de todo. Su perfecto caballero dotado de una elegancia sublime. Los pensamientos de la bruja divagaron durante unos instantes en halagos y deseos frustrados hasta que la voz del vampiro la sacó de sus ensoñaciones.
- Yo jamás te atormentaría, querido - un casi imperceptible deje de devoción impregnó el musical susurro de Hélène mientras esta avanzaba unos pasos hacia él.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 12:33 pm

Una voz me sacó de mis ensoñaciones malditas. Mis ojos se abrieron de par en par y me alcé con elegancia del suelo. Mis rodillas estaban manchadas del polco del suelo y mis ojos húmedos de unas lágrimas que llevaban minutos derramadas sobre el mármol que resguardaba el cadáver de mi hermana.
Mi mirada se clavó en el cuerpo delgado de la bruja Lénè, una bruja que conocía de hacía una temporada, la cual me intrigaba su afán de descubrir nuevos secretos del basto mundo en el que vivíamos. Nunca solía visitarla al cementerio, simplemente porque no recordaba nunca que vivía ahí y ahora que estaba en sus dominios como invitado lo mínimo que podía hacer era mantener una conversación fructífera que llevase nuestra amistad a un grado un tanto más personal. ¡Si ni conocía su apellido! Aunque tampoco me importaba.
Me sacudí las rodillas con suavidad y bajé del pedestal de roca para estar a la altura de la muchacha, a unos metros de ella, separada por diferentes sarcófagos con motivos de plata y oro. El lugar rezumaba riqueza. Era extraño que los asaltadores de tumbas no hubiesen atacado este mausoleo. Se forraría sólo con una de las tumbas.
Intenté ignorar las palabras de la bruja con un chasquido de lengua.

-Que el cementerio sea tu hogar no significa que los mausoleos ajenos sean también de tu propiedad, Lénè.

Murmuré mientras caminaba hacia ella con pasos ligeros, casi flotaba en ese suelo polvoriento y repleto de hojas mustias de árboles caducos. En ocasiones esa levitación se veía truncada con el sonido de una hoja reseca romperse ante la presión de mi calzado oscuro.
-Siento que la luz haya atraido tu curiosidad. Simplemente visitaba viejos amigos.

Mi voz sonó tan mustia y muerta como los acompañantes que descansaban en paz a nuestro alrededor. Mi mirada verdinegra estaba envuelta en una capa de gélido hielo. Mi ceño fruncido denotaba algo de enfado al ser molestado en una escena tan íntima. Una escena que no deseaba que nadie viese y menos Lénè, la cual parecía beber los vientos por mí por mis conocimientos. Siempre murmuraba preguntas en las que intentaba sonsacarme algo de información aunque su mirada en ocasiones me reslultaba tan cálida como la de una joven enamorada. Y eso me daba más miedo que las pequeñas calaveras de animales que colgaban de su mausoleo.

-Supongo que el motivo de que haya interrumpido mi momento de confesión es porque desea charlar. ¿Desea conocer más detalles de algo en particular o ésta vez se molestará en interpretar el papel de la bruja afectuosa?

La neutralidad en mi voz era tal que pasaba por un enfado suave y controlado.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 1:04 pm

La mirada oceánica de Hélène se posó sin ningún atisbo de disimulo en la figura del vampiro mientras éste, en un derroche de elegancia y perfección, se levantaba del pedestal y bajaba al suelo para estar a su lado. El pálido rostro de la bruja se contrajo en una automática mueca de arrepentimiento al vislumbrar las lágrimas que marcaban las mejillas de aquel hombre. En su acuciante deseo por hablar con él una vez más ni siquiera se le había ocurrido la idea de que estaba interrumpiendo un momento ciertamente íntimo. A pesar de ello su voz se alzó con un deje de frialdad cuando él intentó restarle autoridad en sus terrenos - Los mausoleos ajenos pueden no ser de mi propiedad, pero si éste sigue en pie y con todas y cada una de esas bonitas figuras tiene mucho que ver con el hecho de que me haya preocupado por mantenerlo a salvo de ladrones y vándalos - La mirada de la bruja se desvió a una bella estatua de un ángel labrada en oro que se encontraba a su derecha. Alzó una mano para dejar que sus dedos mojados humedecieran el brillante metal, limpio y cuidado gracias a ella. En sus largas noches solitarias solía cuidar de aquellos petrificados seres, como toda persona hace con los muebles de su casa.

- Ni siquiera intentes engañarme con eso de "viejos amigos". Tu cuerpo habla por tí, y no es eso lo que dice. Pero tranquilo, no preguntaré nada al respecto - Para ella, cuyo don residía en la lectura de los gestos, expresiones, y tonos de voz, era más que obvio que mentía. Y odiaba cuando alguien intentaba engañarla aún a sabiendas de que no podría hacerlo. Podría no ser una bella y perfecta vampira, pero no era tonta.

- Me limitaré a interpretar el papel que prefieras. No pretendía molestar, pero acabo de percatarme de que mi presencia no es demasiado deseada - Hélène habló en voz baja y sin mirarlo, todavía con la vista fija en el refulgente metal. No pensaba dejar que nadie la tratase mal, ni siquiera él. No después de los problemas que tenía con Wyatt por su culpa. No después de que lo único que ella pretendía era ayudar y saber más.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 1:23 pm

Alcé una ceja, mirando como sus dedos húmedos acariciaban la estatua de oro. Era un pequeño ángel con una lira labrada en laureles de bronce. El ángel tenía una expresión vacía y muerta y vigilaba a los fallecidos desde su hermoso pedestal.
Los dedos de Lénè dejaban caer gotas que se mezclaban con el polvo y las hojas del mausoleo. Hice una mueca al observar que mis palabras creaban en su estado anímico una pequeña depresión. Odiaba que la gente se sintiese mal por mi poco aguante ante las duras situaciones. Pero era así... saber que Lénè sabía cosas de mi pasado, cosas que yo mismo había querido olvidar, me ponía nervioso. Su hermosa y, a la vez, curiosa personalidad me atraían pero no lo suficiente como para que me dejase engatusar por sus palabras y miradas y soltase todos y cada uno de los secretos que mi eterna eternidad -valga la redundancia- me habían ofrecido. Secretos que sólo contaría en mi inexistente lecho de muerte.

-No era mi intención ofenderla ni entristecerla, mademoiselle. Disculpe mis palabras. Entiendo que, en su cementerio, es libre de andar por donde quiera y meterse donde quiera.

Me mordí la lengua. Hélène era una chica que guardaba mis secretos y me daba compañía cuando lo necesitaba. Se veía a la legua que sentía algo por mí, no sabía si fuerte o un simple capricho, pero algo había en su interior que la obligaba a estar cerca de mí. Y su carácter, su voz, e incluso su mirada, las relacionaba con mi hermana. Ambas tenían un lacio y hermoso cabello dorado. Aunque la bruja no lo mantenía tan cuidado como mi hermana.
Ignoré ese detalle, alargué mi mano y agarré un pesado y húmedo mechón de su cabello para colocárselo detrás de su oreja, acariciando ésta con mi dedo pulgar.
Mi mano cayó pesadamente contra mi cuerpo y di un paso hacia atrás, avergonzado. La proximidad y el olor a sangre que rezumaba su piel me había atraído demasiado. Mi naturaleza me jugaba malas pasadas. Su sangre olía cual vino de barrica recién embotellado. Era una delicia para el paladar. Pocas sangres olían así y no sabía si era por los brebajes que preparaba o por el olor a naturaleza que sus pies despedían al estar en pleno contacto con la tierra del cementerio. No lo sabía. Sólo sabía que, si me despistaba, mis ojos se tornaban rojos carmesí y el instinto me pedía un mordisco.

-Disculpe mis modales. Y su presencia siempre es bienvenida, sea aquí como en mi hogar. Pero debería entender que ha entrado en un momento poco adecuado. Aún así mi comportamiento ha sido totalmente innecesario.

Me disculpé mientras mis pasos me mantenían a una distancia prudencial de ella. La puerta del mausoleo estaba entreabierta. El vieno tormentoso se colaba por esa rendija, entreabriendo un poco más la puerta de metal. Las hojas chocaban contra la puerta y algunas entraban. El agua humedecía el suelo y los truenos iluminaban mi rostro tétrico y la espalda de Hélène. Parecía todo una escena de un cuadro.
Mis modales evitaban que la tratase de tú, y eso me molestaba pues con Hélène tenía una amistad que me otorgaba ese privilegio. Pero mi falta de modales momentos antes hacían que mi comportamiento ahora fuese pulcro y elegante. Aún así, como ya me había disculpado, decidí comportarme como siempre.

-¿Qué haces yendo por el cementerio con la que está cayendo, Hèléne?

Ahora decidí acercarme, pero siempre manteniendo medio metro de distancia.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 2:54 pm

A veces Lénè tenía unas ganas inimaginables de darse por vencida. De rendirse. De dejar de intentar que la gente no la rechazara por su condición de hija del demonio. Su sentido de la oportunidad y la decencia eran prácticamente nulos, y para ella interrumpir a alguien o coger confianza rápidamente era algo más que natural. Eso solía molestar al resto de las personas que poblaban la tierra, tanto humanos como vampiros. Sobre todo a estos últimos que, con su particular elegancia, tendían a despreciarla. Pero ninguna de esas personas podía saber que ella era especial, que guardaba mucho más en su interior de lo que podían imaginar. Y aunque intentaba por todos los medios demostrarlo a su particular manera, pocas personas eran lo suficientemente valientes o decididas como para acercarse a la bruja del cementerio.

Por ello no podía permitirse perder los pocos proyectos de amigo que había conseguido hacer a lo largo del tiempo, aunque su orgullo le jugara malas pasadas. Alzó su mirada de nuevo para buscar con ella al vampiro, que curiosamente se encontraba bastante cerca - No te preocupes. Siento haber interrumpido - no sólo sus palabras transmitían una disculpa. Su tono de voz y el brillo de sus ojos denotaban cierto arrepentimiento por haber roto el equilibrio de un momento que debía ser importante para él. Y a pesar de que Hélène no trataba de usted a nadie, no perdió la educación y el respeto que su voz siempre mostraba.

La sorpresa hizo su aparición en la expresión de la bruja cuando Joseph alzó una mano para recolocar un mechón de su más que mojado cabello, acariciando con ese gesto la fría piel de su oreja. No pudo evitar que un leve estremecimiento recorriese su espalda. Cualquier otra persona no le habría dado importancia, pero para alguien con la hebilidad de Hélène, cada gesto era un mundo. Y ése en concreto denotaba emociones que a la bruja le gustaban. Ese aparentemente insignificante acercamiento demostraba una vez más que, si bien el vampiro intentaba por todos los medios no acercarse demasiado, al menos su sangre lo llamaba a gritos. Y Lénè sabía jugar a su favor con los conocimientos que obtenía de esos movimientos. La vergüenza del rostro de él al alejarse de su cuerpo y su olor provocó que una sonrisa curvara los labios de Hélène a sabiendas de todo lo que pasaba por su mente en esos momentos - Quedas más que disculpado, y ya he pedido perdón - se abstuvo de comentarle que podía llegar a tomarse en serio esa invitación a donde quiera que viviese, dado que no se encontraba en una situación excesivamente cómoda. Todavía seguía molesta por la brusquedad del vampiro, aunque sus disculpas empezaban a minar la determinación que había inundado a la bruja en un principio.

Una ráfaga de aire más intensa que las demás intentó sin éxito hacer ondear el vestido o el cabello de la joven que se pegaban a su cuerpo delgado. Lénè se estremeció ante la gelidez del aire exterior al mismo tiempo que el sonido de un trueno hacía vibrar la construcción de piedra. La escena debía resultar ciertamente tétrica a ojos de un inexistente espectador. Oscuridad y muerte que rodeaban a una joven prácticamente indefensa, acompañada por un vampiro sediento. Pero para la bruja era casi el paraiso.
- Es como pasear por mi casa. Además adoro las tormentas - su mirada siguió los movimientos de Joseph hasta que volvió a quedar frente a ella, a una distancia prudencial que la bruja recortó con otro par de pasos. No le importaría ser su cena de esa noche. De hecho sería todo un placer - Y sabes que no soporto cuando la gente me habla con semejantes adornos verbales - susurró, fijando la mirada de nuevo en sus ojos.
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Mensaje por Invitado Dom Jun 13, 2010 3:32 pm

Su perdón me hizo sonreír. No podía negar que sus palabras reconfortaban mi espíritu y me hacían sonreír. Observé sus ojos y después sus labios. Su mirada marina hacía que me transportase a esas bordas de los veleros mercantiles en los que pasé años navegando por los océanos y mares que poblaban el mundo. Esa mirada me transportaba a esos momentos donde las olas rompían los costados de los barcos y poblaban la borda de charcos de agua, e incluso de pescados que saltaban en busca de ese agua donde poder respirar y que, momentos después, en un movimiento brusco de las olas, todos éstos pescados caían de nuevo al mar. Incluso les acompañaban marineros que no se habían amarrado bien a algún objeto. Esos días lluviosos y tormentosos se asemejaban a éste por esos truenos fuertes que alumbraban el mar y mostraban sombras enormes nadar bajo la superficie furiosa del océano. Esas sombras me hicieron creer durante años que las leyendas que algunos marineros contaban era tan ciertas como el día y la noche.

Su mirada me enbobó unos segundos y cuando volví a ese mundo, a ese mausoleo asediado por los truenos, golpeado por los vientos y maltratado por el agua que caía con fuerza contra el material del que estaba hecho, me di cuenta de su cercanía. Su aroma me golpeó cual boxeador golpea a su contrincante con un último golpe maestro en la barbilla para dejarle K.O. Tuve que cerrar los ojos y ladear la cabeza para que ese aroma pasase de largo. Sabía que la bruja era una experta en signos faciales y ya sabría de sobra que el deseo instintivo de saborear su sangre me llamaba cual madre llama a sus hijos a la mesa para cenar.
Apoyé mis manos en sus hombros para detenerla y que no se acercara más. La miré, con mi mirada gélida clavada en lo más profundo de sus orbes.

-No te acerques más. No juegues con fuego, Lénè. Por favor.

Medio supliqué por su lejanía. Di dos pasos atrás y después otro par más para recrear casi los dos metros de separación. Me sujeté a un sarcófago de piedra de un tal "Juan II de Francia". Mis dedos erosionaron ligeramente el material. Mierda. Odiaba cuando mis sentidos se alteraban y no comprendía la diferencia entre matar y dejar vivir. Mi respiración era pesada y lenta. No me movía pero mi rostro estaba cadavérico. Mi piel estaba chupada al hueso, mis pómulos se remarcaban bajo esa fina piel. Mis cuencas estaban casi introducidas en el interior, la frente estaba doblada por múltiples surcos de piel y una vena azul ascendía de mi cuello y se ramificaba por todo mi rostro. Aún así, con el cabello caído hacia abajo, mi rostro no se mostraba. Sólo se escuchaba en ese mausoleo mi respiración lenta y pesada, como la de un psicópata. La tormenta parecía haber amainado para no molestar mi sonido de autocontrol.
Pronto, mi sonrisa deformó mis labios y alcé la cabeza, cansado.

-Hueles demasiado bien... Lo sabías, ¿no?

Incluso en esas circunstancias me quedaba tiempo para un comentario jocoso. Respiré profundamente el aroma del agua y la tormenta de nuevo volvió a azotar el cementerio con toda su fuerza. Me peiné con mis dedos -ligeramente temblorosos- y tragué saliva.
-Por cierto... siempre he tenido curiosidad. ¿Por qué vives aquí?

Murmuré mientras me recostaba contra una pared oscura, al otro extremo del mausoleo, ocultándome entre las sombras, observando con mi mirada verdemar la belleza simple y descuidada de la bruja, la cual me sorprendía al no haberse marchado cuando mis instintos casi resurguen de mi interior. Temía que Hélène lo hiciese a propósito. Que realmente quisiese ser mi cena por esa... atracción que sentía hacia mí. Una atracción que ni de lejos sería suficiente para que yo me plantease seriamente alimentarme de ella. Me caía bien, y morder a una persona sin matarla era casi como casarse con ella. Un vínculo eterno.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 9:37 am

La bruja no podía negar que el detectar cómo sus disculpas parecían hacer efecto en él la sumía en un estado de relajación más que evidente, incluso para alguien que no tuviera su particular don. No interrumpió el contacto visual que mantenía unidas las miradas de ambos en una lucha de negro contra azul. El ataque del implacable día de los ojos de Lénè que se esforzaba por irradiar la noche cerrada de su vampiro. En esos momentos en los que Joseph parecía perderse en mundos y vivencias tan lejanas como atrayentes, la joven era consciente plenamente de todo lo que había vivido, sufrido, disfrutado, perdido, o amado. Una eterna vida grabada a fuego en unos orbes que sólo se aclaraban cuando una luz intensa incidía sobre ellos. Y a la bruja le atraía de una manera inimaginable ambas cosas.

Para Lénè fueron unos instantes que le permitieron saber mucho más acerca de él, a pesar de que a los pocos segundos, probablemente alertado por su cercanía, Joseph cerró los ojos. Sus palabras sumados a la gelidez de las manos que había posado en us hombros desnudos no hicieron más que amplificar la sonrisa satírica de la joven - Me gusta el fuego. Quiero quemarme en él. Soy una bruja, ¿no? - la melódica voz de Hélène estaba cargada de diversión, orgullo, e insinuación. Observó al vampiro alejarse en unas cuantas zancadas, huyendo de su olor y su cercanía como si de la propia luz del día se tratase. Observó su rostro desencajado aunque casi cubierto por el cabello y las sobras, su respiración agitada. No tenía miedo. No le preocupaba tentar a Joseph hasta el punto de convertirse en su fuente de alimento. Es más, lo ansiaba. Deseaba que ese hombre bebiera de ella para así poder beber de sus conocimientos en un trueque más que justo. Y para qué negarlo, deseaba sentir los marmóreos labios del vampiro acariciando la piel desnuda de su cuello en una caricia que rozaría la perfección.

A pesar de ello no se acercó. Esperó con paciencia a que su compañero lograra controlar sus instintos a sabiendas de que si lo obligaba a morderla en ese momento probablemente solo lograse una pelea no deseada. Y cuando éste habló, el cansancio era evidente en su voz y su rostro, lo que provocó que una sonrisa incitante sustituyera la sastírica que hasta el momento había desfigurado el rostro de la bruja - Lo se. Y tú sabes que mi olor no es lo único que te gustaría.

Hélène se sentó de un ágil salto sobre una tumba conservada en un casi perfecto estado, juto delante de la puerta entreabierta para dejar que la pálida luz lunar bañase su piel. La tormenta hacía gemir los muros de piedra y la mirada de la bruja se perdió en el horizonte que se entreveía por la rendija de la entrada - Es mi hogar. Los muertos son lo único que me quedan. Además aquí puedo ver a mi madre - el tono de la mujer era casi inaudible, pues de hecho ni siquiera sabía por qué contestaba a esa pregunta. Al igual que a él, a la bruja no le gustaba hablar de si misma. Llevó las manos al borde de su vestido blanco que se pegaba a la piel de su rodilla para jugar con los hilos que pugnaban por liberarse de él. Sus ojos seguían observando el horizonte, sin deseos de volver a molestar al vampiro de nuevo, al menos por el momento.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 2:10 pm

Su voz me hizo temblar. Esa confesión, que era lo único que no deseaba oír, me había azotado el cuerpo con un látigo de acero. Los cortes supuraban dolor. No podía pensar en nada más que en no mirarla, en controlarme. Ella deseaba ser mordida, deseaba experimentar el placer de mis dientes introduciéndose en su piel, fría y húmeda. Ese olor tan agradable viajaba por el aire cual bolsa de papel atrapada en una corriente de aire caliente.
Aspiré el aire por la nariz para que ese perfume no se introduciese en mi boca e hiciese que el apetito se me abriese. Suspiré con cansancio y pesadez y alcé mi rostro para ver como su cuerpo saltaba sobre un sarcófago de piedra. No veía el epitafio ni me interesaba. Yo permanecí impasible en esa sombra que rodeaba mi cuerpo y me hacía desaparecer en ese frío mausoleo. La tormenta hacía que la puerta chirriase al abrirse ligeramente por la corriente de aire. El agua repiqueteaba contra las paredes de la cripta y contra las puertas de la entrada. Los truenos hacían que la luz se colase por las escasas oberturas que la cripta ofrecía y, cuando un trueno rompía el cielo y la luz se colaba en el mausoleo, las sombras de éste desaparecían y mi rostro parecía brillar cual diamante recién pulido.

-Sabes perfectamente que, por mucho que me agrade tu sangre, jamás me atreveré a catarla.

Sentencié sus indirectas con mi voz severa e intolerante. Me apoyé contra la fría pared del lugar, acariciando una extraña humedad que ascendía desde la esquina superior del lugar, y me separé, volviendo a mostrar mi rostro bajo las luces bailantes de las velas. El cuerpo de la bruja se veía hermoso con el choque de luces y sombras en su rostro. Su cabello húmedo, que iba secándose gradualmente, hacía que me tentase a apartárselo del rostro y colocárselo tras esas frías orejas. Todo mi cuerpo rogaba que calentase el de Lénè con un abrazo. Que mis besos hiciesen hervir su sangre, una sangre que era lo más tentador que existía actualmente en París y me atrevería a decir en el mundo entero. Su sangre era como la más hermosa joya para una dama: inalcanzable pero eternamente deseada.
Su excusa para argumentar el motivo de su estancia en el cementerio me hizo pensar seriamente que su locura rallaba lo excesivo. Pero esa locura era atrayente, era una mancha de color en un mundo gris y monótono.

-¿Los muertos son lo único que te quedan? Bueno, yo soy un vampiro, pero tanto como catalogarme como "muerto"... No sé si ofenderme.

Murmuré indirectamente para dar a entender que, aunque me viese distante, aunque no fuese lo más cercano que tenía en ese momento, yo estaba ahí. Y sólo por su dulce sangre mantenía una prudencial diferencia. No deseaba hacer nada de lo que pudiese arrepentirme.
Caminé hacia el sarcófago y vi que observaba el horizonte. Me limité a acariciar su cabello, esos mechones que tanto deseaba colocar, y con dulzura los dejé detrás de las respectivas orejas. Sonreí y me coloqué en su campo de visión, para que sus ojos me mirasen, pero en un principio su mirada estaba perdida hasta que sus pupilas encontraron el camino y me observaron. No dije nada, me limité a observar. Bueno, realmente no podía decir nada porque si hablaba mi autocontrol se vería truncado y volveríamos a la situación de antes. Era tal la necesidad por beber su sangre que ni hablar podía para no perder la concentración.
Mi sonrisa se iba deformando con el efluvio angustioso que despedía su cuello, ese cuello por el cual una pequeña gota resbalón, dejando un rastro húmedo que se coló por el escote de su vestido.
Un respiración profunda, seguida de un suspiro suave y lacerante me advertían que debía poner más determinación en mi control.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 2:38 pm

Un encogimiento de hombros fue la única respuesta que el vampiro obtuvo por parte de Hélène ante sus palabras. La bruja seguía sumida en su particular tormenta de emociones contradictorias, que nada tenía que ver con la que estaba callendo allí fuera. Completamete ajena al calvario que estaba sufriendo el vampiro, ella seguía concentrada en ese lejano horizonte que se podía divisar a duras penas en la casi total oscuridad del exterior. Sólo en los escasos instantes que un rayo rasgaba en dos el firmemento era capaz de divisar la tétrica silueta de alguna figura en decadencia. Sabía que él no quería morderla, pero no entendía el motivo. Y sabía que podía jugar hasta hacerle perder el control, pero no iba a obligarlo a nada por el simple hecho de que si eso sucedía, perdería esa precaria amistad que lo unía a él.

El murmullo que llegó a sus oidos desde los perfectos labios de Joseph estuvo a punto de interrumpir su casi total inmovilidad, logrando que una ligera expresión de sorpresa se formara en el rostro que la luna iluminaba cuando las nubes se lo permitían. La idea de que él le estuviera ofreciendo algo parecido a compañía era demasiado idealista como poder tomarla en serio sin un alto grado de asombro - Tampoco puede catalogársete como "vivo". Aunque he de admitir que tu compañía es mucho más agradable que la de un cadáver... - el tono de su voz fue dregadándose gradualmente hasta convertirse en algo parecido a un suspiro al sentir de nuevo la proximidad de Joseph, y la bruja se quedó completamente muda al ser consciente de que los dedos de él estaban inmersos en su desastroso cabello. Desvió la mirada del horizonte a su casi divino rostro para perderse en el océano de una mirada que jamás sería capaz de comprender por completo - ¿Por qué no lo haces? - susurró, sin atreverse a alzar la voz - Se que tienes que alimentarte cada poco tiempo, ¿por qué no soy lo suficientemente buena? - la mirada de la bruja relucía cargada de inseguridad y duda, mientras alzaba una mano para acariciar con los dedos el brazo de él. La vida era injusta. Ella deseaba con todas sus fuerzas ser su alimento y el prefería a cualquier otra persona en el mundo por algún motivo que no acertaba a comprender.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 3:01 pm

Solté una carcajada suave, casi tétrica, al escucharla. Cierto, no podía considerarme un ser viviente por el mero hecho que llevaba muerto casi mil años. Pero éso no era un problema. Yo, en ocasiones, me sentía vivo. Sobretodo cuando me veía libre de todos esas ataduras terranles como objetos y hogares. Cuando zarpaba a alta mar y las olas me mojaban el rostro y calaban mis huesos con ese frío líquido. Cuando la marea se volvía en calma y el cielo mostraba su tremenda belleza con las enormes estrellas que casi podías agarrarlas desde la cubierta del velero.
Negué con la cabeza cuando dijo que era mejor mi compañía que la de un cadáver, sin saber si eso era realmente bueno. Yo deseaba pensar que era un cumplido y sabía que esa era la intención de Hélène, pero no era muy buena soltando halagos y por ese motivo sus intentos solían ser tristes y rozando lo patético. Pero a mí me gustaban. En cierto modo, pensar que Lénè se tomaba la molestia en soltar un intento de halago, me hacía sentir algo más humano, como si tuviese un sentimiendo y una persona atada a mí por una atracción que jamás entendería.

Mi mano se postró sobre una de sus muñecas frías y húmedas mientras sus ojos centelleantes de una extraña tristeza me ataban a su eterno contacto y sus palabras me hacían resquebrajar el corazón. Pensar que no lo hacía porque no fuese buena, que no la deseaba como una compañera de la cual poder beber su sangre, me resultaba algo fastidioso. Pero la entendía. La duda era algo horrible que en los humanos atacaba en todo momento. Y debía ser tolerante y explicárselo, fuera rodeos.

-Eres excesivamente buena, Hélène. Pero ya maté una vez a una persona que amaba y no voy a hacerlo una segunda vez.

Mi voz sonó desgarrada por el dolor del recuerdo. Mis dedos apretaron inconcientemente su piel y mi respiración era algo movida, haciendo un ademán de gimoteo. Pero cerré los ojos, negué con la cabeza, y suspiré fuertemente, mordiéndome el labio inferior. Cuando los abrí, noté humedad. Una humedad que no llegaba a escapar del interior de mis orbes.
-Temo que tu sangre me guste tanto que no pueda frenar mi apetito. Temo asesinar a la unica persona que, cuando la miro, me hace sentir humano.

Llevé la mano de su muñeca a su mejilla, acariciándola. Sabía que Hélène sólo deseaba que la mordiese para que así poder agarrar algunos de mis conocimientos. Era una especie de trueque. Ella me daba sangre y yo conocimientos de toda una eternidad de viajes y estudios. Yo en cambio lo veía injusto. Yo la veía como una potencial compañera no de estudios, sino de cama. Quería entregarle mi corazón a esa mujer que me hacía sentir vivo pero por una parte temía que al dárselo todo se muriese y marchitase. Temía que ella me viese sólo como un vampiro que la serviría de profesor.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 3:40 pm

A Lénè no se le pasó por alto que su extraña comparación no había sido del total agrado de su compañero, pero ¿qué podía hacer ella al respecto? Si a su alrededor no había nada más que muerte, cadáveres, y frías estatuas de mármol, ¿con qué podía compararlo? Para una joven cuya compañía constaba de imaginarios espíritus e intermitentes vampiros, esa compración era algo así como el paradigma de los halagos.

Sus palabras lograron sorprender de nuevo a la bruja, cuya expresión esta vez se convirtió en un libro abierto en cuyas páginas estaban escritos el desconcierto y la sorpresa. Ella estaba completamente convencida de que no formaba parte de su base alimenticia por no ser lo suficientemente digna, y el hecho de que el motivo fuera otro muy diferente no podía más que sorprenderla - No puede ser - la incredulidad estaba más que patente en su voz, sin creerse que el motivo pudiera ser ese - Y no vas a volver a matar a nadie. Lo se - se abstuvo de preguntar algo acerca de la asombrosa revelación de su pasado, a sabiendas de que a él no le gustaría hablar de ello.

A pesar de su prudencia no pudo evitar percatarse de la desesperación que inundaba a su vampiro al rememorar lo que quiera que sucedió en el pasado. La fuerza de los dedos sobre su piel de manera repentina hizo que Lénè ahogase un jadeo, más por las fuertes emociones que ese gesto transmitía que por el daño que podía llegar a hacerle. Era demasiado perceptiva en ese sentido como para dejarlo pasar, y mucho menos cuando Joseph abrió los ojos de nuevo, humedecidos por unas lágrimas casi invisibles de las que tal vez ni siquiera él fuera consciente.

Fueron entonces los ojos de ella los que se cerraron para poder disfrutar de la caricia que sus dedos estaban dejando en sus mejillas, mientras las palabras que él le regalaba a sus oidos provocaban que algo vibrase en su interior. Algo que ni siquiera intentaba entender, algo que se encontraba en un terreno lejano, pohibido e incomprensible para ella - No tengas miedo - las palabras se abrieron paso entre sus labios con dificultad, dado que éstos se encontraban prácticamente cerrados en una línea - Nadie se siente humano en mi presencia - añadió, no para intentar darle pena, sino porque realmente lo pensaba. No quería que él se sintiera mal por su culpa. No quería atormentar a su vampiro por nada del mundo. Porque para ella, Joseph era su vampiro. Aunque sabía que lo máximo que podría obtener de él serían dos agujeros en el cuello, era completamente libre de soñar que algún día pudiera aspirar a algo más. Tenía completamente permitodo imaginar que podría llegar a ser su compañero en una perfecta eternidad en la que solo lo necesitaría a él.
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Mensaje por Invitado Lun Jun 14, 2010 7:55 pm

Sus palabras, en un intento de reconfortarme, me resultaron un tanto abrumadoras. Sobretodo porque hablaba de algo que no sabía. Decir que yo no mataría a nadie más era como decir que nunca más llovería: algo imposible. Mi condición me obligaba a matar fuese poco o mucho. Siempre mataba a alguien. Aunque ese alguien fuese un paria o un delincuente. Ese alguien siempre pesaba en mi conciencia y si matase a Hélène, fuese sin querer o con intenciones de hacerlo, no me lo perdonaría jamás. Su dolor y su rostro acongojado me perseguirían toda la eternidad como un lobo persigue a una liebre por el campo: incansable, sin detenerse hasta que la atrapa.
Negué ligeramente con la cabeza y aparté mi mano de su mejilla con suavidad, como si me diese miedo que al hacerlo con fuerza se pudiese romper el hermoso rostro húmedo de la bruja en mil pedazos. Deseaba abrazarla y a la vez golpearla por haber soltado la bomba de mi pasado. Una muerte a un ser amado era suficiente para desenredar una trama de misterior que, si Hélène quisiese, podría desvelar en menos de un mes. Y temía que la bruja quisiese tirar de la manta.
Aunque en el fondo de mi corazón algo me decía que la bruja no haría eso. Que ella guardaría mi secreto incluso si matase a gente que ella amaba -si es que existía alguien así-. Ella jamás me delataría a nadie y éso, tal vez por eso, la hacía tan especial. Aunque claro, el motivo por el cual no develaría nada era por el mero hecho de que sentía atracción hacia mí. Si esa atracción se esfumaba, si esa chispa se apagaba, todo se iría al traste.

Al escuchar su murmullo final, con una voz dificultosa y recelosa a salir de lo profundo de su garganta, un deseo casi irrefrenable de abrazarla para que no pensase esas horribles palabras empezó a rasgar mi pecho. Pero no saldría. No sería capaz de abrazarla aunque me fuese la vida en ello. No sería capaz por el mero hecho de que, al abrazarla, su cuello estaría tan cercano a mi boca que el instinto ganaría la puta batalla y mi autocontrol se iría a tomar por culo. Por momentos así odiaba mi naturaleza.

-No sé si harás que alguien se sienta humano. Pero te repito que tu mirada hace que algo en mí cobre vide. Y no bromeo. Por ese motivo no deseo morderte. Por ese motivo no deseo hacerte daño...

Una sonrisa curvada se dibujó en mi rostro. Me incliné ligeramente, acercando mi rostro seco al suyo; húmedo. Mi mirada se centraba en sus ojos azules, eternos como el océano. Sus labios parecían pedirme que los secase del agua con un beso pero no podía tomarme esa libertad. No podía besar a la bruja por el mero hecho de que ella pintase mis sueños. No podía tomarme tantas libertades por lo que mi cercanía se redujo a un susurro.
-Dime, ¿por qué deseas tan ansiosamente que te muerda?

Lo único que se me pasó por la cabeza era la única pregunta a la que tenía respuesta: su atracción, tal vez, era la que la pedía que se dejase morder por la persona que quería. O, lo que veía más factible -dado la poca empatía de la muchacha- era que lo que deseaba era un mordisco no de placer, sino de sabiduría y conocimientos.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 9:37 am

Las emociones contradictorias que hacían mella en el vampiro eran fáciles de leer para Lénè, quien no necesitaba palabras para entender que no debía preguntar acerca de lo que había desatado en su interior. El don de la bruja junto con su curiosidad solían jugarle malas pasadas, pues para ella era casi imposible no hurgar en los recuerdos de las personas para saber lo máximo posible acerca de ellas. Era un experta en encontrar roturas en el tapiz de la mente humana y tirar de los hilos que pendían sueltos para agrandar el minúsculo agujero y dejar a su dueño completamente expuesto. Pero sabía que a Joseph no le gustaba hablar de eso, y aunque su curiosidad pidiera a gritos agónicos que siguiese hurgando por ese camino, lo dejó estar. Por extraño que pudiera parecer prefería no atormentar a ese hombre a saciar su propia curiosidad.

Otro impulso en él estaba reprimido, un impulso que Lénè relacionó con el deseo de sangre ante la tensión que era evidente en su cuerpo. Parecía estar conteniéndose con todas sus fuerzas para no abalanzarse sobre ella, pero sus palabras sonaban melódicas y dulces en la mente de la bruja. Contradicciones evidentes que confundían a Hélène de una manera que no le gustaba. Ella quería tener las cosas claras, controlar la situación, y con él se sentía perdida en la inmensidad de un firmamento oscuro y desconocido en el que no podía pisar tierra sin su ayuda.

- Puedes seguir intentándolo, pero algún día tendrás que rendirte. Yo no tengo miedo, confío en ti - eran pocas las personas en el mundo que se merecían la confianza de esa mujer, pero Joseph era una de ellas. Tal vez fuese una confianza sin una base sólida, un mero impulso sin sentido, pero Lénè no creía que fuera a martarla. Y si lo hacía ¿qué? Ella no temía a la muerte. La muerte sería un reeencuentro con su madre, una nueva etapa de su existencia. El único inconveniente era que él no estaría allí. Pero en esos momentos sí estaba junto a ella, y su cercanía rompía cualquier atisbo de control en la bruja, que no podía luchar contra si misma por mucho que la idea de hacerle daño a Joseph fuera tormentosa. Le bastó alzar un poco el rostro para recortar la distancia que la separaba de los idílicos labios del vampiro, rozándolos con los suyos propios. La piel de ambos rivalizaba en frialdad y palidez, y ese contacto no era suficiente para remediarlo. Era una caricia que ni siquiera podría considerarse como beso, pero Hélène no quería tentar el precario equilibrio emocional de su compañero - Esa es una pregunta complicada de responder - susurró todavía contra sus labios, dejando que sus palabras acariciasen la piel de Joseph.

Se separó de él bajando de la tumba sobre la que había estado sentada y, rodeando su cuerpo, salió del mausoleo para disfrutar de nuevo de esa tormenta que parecía ser la representación metorológica de su interior. El agua que ahora caía con una itensidad considerable volvió a deslizarse sobre su piel mientras un nuevo rayo seguido de su correspondiente trueno parecía darle la bienvenida al exterior. No se volvió para ver si la seguía, sabiendo que tarde o temprano tendría que salir por esa puerta.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 10:51 am

Pestañeé ligeramente al escucharla. No me iba a rendir, siempre sacaría fuerzas de donde pudiera para no morderla, para no caer en la tentación de arrancar de su cuello la carne para hundir mis colmillos en esa piel tan húmeda y delicada y beber con dulzura la sangre que expulsaba su vena.
Todo era tan jodidamente complicado y pensar que para poder estar con ella tuviese que morderla, arrebatarle esa poca humanidad que le quedaba a la muchacha y quitar de su mirada ese brillo tan hermoso que hacía que mis músculos se tensaran de placer y me hiciesen soñar con unas caricias y unos besos que no llegaban y tal vez no llegarían nunca...

La miré bajar de la tumba dejándome con la incertidumbre de saber el motivo de su atracción hacia mis colmillos. Aunque tal vez mis ideas eran las correctas. Me quedé mirando como su cuerpo abría la puerta metálica del mausoleo y salía fuera, bajo la lluvia, entre los truenos y rayos, entre la ventisca y los gimoteos de los árboles resecos del cementerio. Fruncí el ceño y me quedé en la posición que estaba, junto a esa tumba sin mujer, sólo con la mancha húmeda y redonda que el trasero de Hélène había dejado sobre ese mármol seco y polvoriento.
Decidí erguirme y acercarme a la puerta, sujetarme al borde de la que permanecía cerrada y anclada al suelo y dejé que la placa que rezaba el nombre del propietario del mausoleo, en un relieve de poco más de cinco centímetros que servía lo justo para que mi cabello seco no se mojara. Pero el cuerpo de la bruja me atraía más que cualquier pensamiento en pos de no mojarme. Mis pasos me sacaron de esa cripta seca y apestante a muerto y el agua empezó a calar mis ropas. Mi cabello tomó una forma más pesada y oscura y se pegó a mi rostro. El flequillo tapó mis ojos y tuve que apartármelo con un movimiento de dedos. Mis pasos fueron hundiéndose en charchos que se formaban entre las rocas del paseo pavimentado de pedruscos lisos. Me quedé a poco más de un metro de la espalda de Hélène, sin deseos de que se girase. Su espalda se transparentaba através de ese vestido. Sus omóplatos se diferenciaban en ese cuerpo tan delgado. Me preguntaba si realmente aguantaría que me alimentase con ella. Su cuerpo parecía el de una mujer que debía dar las gracias si se alimentaba una vez al día y no de los platos más suculentos del mercado.

Bajé la mirada y caminé hacia ella, situándome junto a su espalda, pegando mi pecho a su lomo y abrazándola por la cintura, juntando mis dedos y pegando mis manos a su tripa. Mi nariz se pegó a su cabello, oliendo ese aroma húmedo que, aún así, podía dejarme captar el adictivo olor de su perfume. Si es que llevaba, claro. Tal vez era su sangre y su piel la que me atraían. Cerré los ojos y dejé que mi nariz experimentase un cúmulo de sensaciones contradictorias. Apreté mis dedos contra su tripa y exhalé un suspiro de placer.

-Daría lo que fuese para tener un control que me ayudase a estar a tu lado sin temblar.

Murmuré contra su oído, con su cabello adherido a mi rostro.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 11:52 am

El aire tormentoso impregnado con el olor a tierra mojada que se esforzaba en repasar la silueta de Lénè ayudó a ésta en su tarea de volver a la realidad. Unido a la implacable lluvia que caía sobre ella y a la momentánea lejanía de su vampiro, le permitía pensar con más claridad, concentrarse en lo que debía o no debía hacer. Porque aunque Hélène solía hacer lo que le venía en gana, era consciente de que las limitaciones siempre estaban ahí, y había líneas que no debía cruzar.

En el cielo la luna había dejado de brillar oculta por una impenetrable capa de nubes que rara vez dejaban libre su luz. Únicamente los relámpagos que desgarraban el firmamento iluminaban de manera intermitente la escena digna de una novela de terror que se estaba produciendo en ese lugar. Aunque ciertamente la situación no era nada terrorífica, al menos en opinión de Lénè. Tal vez fuera su mente enfermiza, su confianza ciega en el vampiro, o cualquier otra cosa. A pesar de la ausencia de miedo, la joven no pudo evitar sobresaltarse dando un ligero respingo cuando sintió al vampiro detrás suya. Volvió a relajarse automáticamente al sentir sus brazos cercando su cintura y en un moviemiento inconsciente se reclinó contra él para poder sentir su cuerpo más cerca a través de la fina tela que llevaba por vestido.

Un nuevo trueno iluminó ese particular abrazo mientras la bruja inclinaba su cuello hacia un lado, dejando que de sus labios húmedos escapara un suspiro ante la caricia que la nariz de Joseph le otrogaba. Incitante, sensual, atrayente y especial. Así era él, aunque no pareciera darse cuenta de ello. Hélène alzó sus manos para posarlas sobre las de él, que hacían presión en su vientre mientras su aliento la hacía estremecerse.
- Yo daría lo que fuera por hacerte temblar - susurró lo suficientemente alto como para que la tormenta no le impidiese escucharla. Ni siquiera pensaba sus palabras antes de decirlas. Nunca lo hacía, y menos en los momentos que, como ése, no había nada que la ocultara tal cual era. En esos instantes todo lo que decía eran verdades tan grandes como el océano e igual de profundas, aunque luego se arrepintiera de ello.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 12:21 pm

Su cuello se ladeó hacia un costado. El cabello seguía pegado a su piel pero aún así ésta, perlada de gotas de agua, y exhalando el efluvio de su sangre me atraía demasiado. Mis labios acariciaron ese cuello y sabía que éso me haría perder el control pero ya me daba igual. No me importaba perderme en un mar de sangre y locura. No me importaba dejarme llevar por la pasión del momento. Los truenos rasgaban el firmamento con sus gritos y los relámpagos alumbraban la noche con su tono blanquecino. Tragué saliva mientras mis labios secaban ese agua del cuello de Hélène y al escucharla la miré de reojo. Mi voz salió casi ahogada por la piel de la bruja pero aún así era entendible dado que mi boca estaba cercana a su oído. Un oído frío y húmedo repleto de cabello.
-Ya me haces temblar con sólo acariciarme, Hélène. No sé si puedes hacerme temblar más...

Murmuré, fuera de mí. Una de mis manos se arrastró con suavidad por el vientre de la chica y ascendió hasta el cuello. Apartó los pesados mechones húmedos y decidí cumplir el deseo de mi bruja. Entreabrí los labios y mis colmillos cobraron fuerza. La mano que había apartado el cabello estaba ahora sujetando su cabeza para que no se moviese. Pero sin fuerza, no quería lastimar su perfecto cuello.
Mis colmillos rozaron la piel erizada de Lénè y, como esos destellos de luz del cielo, mis dientes se hundieron en su piel con una velocidad irrepetible. La sangre que surgió nada más rasgar su piel se aguó al contacto con el agua de su cuello y las gotas cristalinas se volvieron carmesí. Se dispersaron por su cuerpo: bajaron algunas a su espalda, otras cayeron por sus brazos y otras se escondieron entre sus pechos. La sangre brotó con una fuerza que hizo temblar las paredes de mi garganta pero aún así tenía un sabor tan dulce y adictivo que me obligaba a tragarla -pero no un dulzón extremo y empalagoso sino un dulzor que a primera cata no se distinguía y que sólo al tragarlo se impregnaba de él el esófago-. Ese sabor que superaba con creces todas las expectativas que tenía puestas en ella hizo que mis ojos cobrasen un tono carmesí terrorífico. La mano de su cabeza apresó su cabello y mi otra mano la pegó más a mí. Pequeños riachuelos de sangre escapaban de su herida y se mezclaban con el agua, empapando su vestido de rojo sangre. Cerré los ojos, sintiendo una excitación que ni el mejor de los actos carnales podía llegar a igualar. Estaba bebiendo de Hélène, la mujer que protagonizaba mis más húmedos y hermosos sueños. Estaba disfrutando de su líquido escarlata y, para mi sorpresa, algo en mi interior rugía recordándome que tuviese cuidado, que era humana, que no deseaba matarla, y que en menos de veinte segundos debía separarla de mí. Me debía resignar a seguir probando esa sangre por hoy.
Pero, de momento, y durante unos largos y perfectos veinte segundos disfrutaría de esa cata tan maravillosa. Mis ojos seguían cerrados para que mis cinco sentidos se centraran en ese nuevo sabor que me había logrado conquistar con la primera gota. Los segundos se iban esfumando cual agua entre mis dedos y pronto todo ese placer sería un mero recuerdo que rezaba para que se volviese a repetir. Aunque sabía que el sabor y las sensaciones serían inigualables. O tal vez no. Tal vez la atracción, el amor, el deseo que sentía por la bruja eran las especias que daban a esa sangre ese gusto tan atrayente y que se repetiría eternamente.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 1:56 pm

Cuando los labios de Joseph sustituyeron a su nariz en el proceso de erizar la sensible piel de su cuello, algo parecido a un suspiro hizo vibrar el pecho de la bruja. Podía notar la suave presión que éstos ejercían a través del cabello que actuaba como única barrera para ellos, una barrera frágil y voluble que no lograba impedir la excitación que embargaba a Lénè ante el suceso que estaba por venir. Intentó encontrar algo coherente que decir en semejante momento, pero la falta de referentes en su pasado le impedía saber qué decir en una situación como esa, por lo que su boca quedó entreabierta en un mudo intento de respuesta.

Tampoco le hizo falta. Pronto Joseph alzó una mano para retirar el cabello que seguía intentando detener en vano al vampiro, y el roce de sus labios sirvió como anticipo del deseo que iba a cumplir. La fría caricia de los dientes sobre su piel precedió al hundimiento de los mismos en el cuello de Lénè, cuya espalda se arqueó al tiempo que un jadeo ahogado se abría paso entre sus labios. ¿Dolor? El dolor era inexistenta en esos momentos. Tal vez fuera la vena sádica de la bruja la que lo transformaba en corrientes eléctricas más cercanas al placer, tal vez siempre fuera igual con todo el mundo. O puede que se debiera a que era su vampiro el que estaba clavando los dientes en su cuello bajo la mortecina luz lunar que las nubes dejaban pasar en esos instantes.

Incluso la tormenta parecía haber remitido para observar esa escena en la que los segundos volaban a velocidades demasiado elevadas para el gusto de Hélène, que era consciente de que pronto debería detener a Joseph si no quería hacerle compañía a los cadáveres que se descomponían a su alrededor. El agua seguía resbalando por su cuerpo mientras notaba con total claridad como su sangre desbordaba las dos pequeñas heridas de su cuello para alimentar al vampiro, pero no tenía miedo. Sabía que pararía a tiempo. Después de tanto tiempo luchando por eso, por fin estaba entre los brazos - y entre los dientes - de el vampiro con cuyos labios había soñado más de una vez. Era un buen inicio. Si no había otra manera, tal ver por medio de su sangre lograra que ese hombre, cuya elegancia reducía a los mismos príncipes a patos sin equilibrio, quisiera estar a su lado.

Prácticamente incapaz de moverse en esa situación, su cuerpo se mantenía tenso en cada unos de sus músculos, una de sus manos agarrando con fuerza con la que él le rodeaba al cintura. Solo su respiración agitada daba fe de que la mujer todavía podía soportar el drenaje de sangre al que estaba siendo sometida. Un drenaje que para ella se asemejaba mucho más a un regalo que a una tortura.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 15, 2010 2:17 pm

Mi gargata dejaba pasar el espeso líquido caliente del cuerpo de Lénè. Esa sangre tan espesa era como la miel para las moscas. Me atraía y me enloquecía. Se me nublaba el sentido pero de nuevo un rugido me hizo despertar. Abrí los ojos carmesí y escuché como la cuenta a cero llegaba al final. Mis colmillos aún estaban en su piel, mis mejillas hacían fuerza hacia dentro drenando el cuerpo de la jóven bruja y decidí contar hasta cinco antes de que finalmente me despidiese de ese sabor tan agradable que llevaba semanas sin catar.
La piel se fue separando de mis fríos y húmedos labios. Mis colmillos se achicaron y los saqué del todo de su herida. La sangre brotó como si explotase algo dentro, haciendo que un poco de éste líquido cayese sobre su hombro y se aguase, perdiéndose en su brazo. Por suerte los orificios no eran demasiado grandes pero aún así había succionado demasiado. El alrededor de las heridas estaba sufriendo equimosis por causa de la rotura de los vasos sanguíneos de la piel y presentaban un tono morado con distintos puntos rojos repartidos sin sentido. La sangre seguía brotando y me arranqué un trozo de camisa y se lo tendí para que ella misma se tapase la hemorragia. Yo no podía tocar más esa sangre. Ese olor tan potente que ahora rodeaba todo mi cuerpo me había seducido y necesitaba probar más. Pero el autocontrol tenía que volver a resurgir y por ese motivo tube que recargarme con un brazo contra una cruz de piedra que adornaba la lápida de un difunto. De mi boca caían largos goterones de saliva mezclada con sangre. Mis labios y comisuras estaban manchadas de líquido carmesí y mis manos temblaban. Hacía tanto que no tomaba sangre que ese medio minuto bebiendo de ella había resultado demasiado poco para mi instinto asesino.
Miré hacia Hélène, deseoso de que ella estuviese bien, de que no me hubiese pasado, de que no hubiese succionado demasiada sangre y la hubiese dejado en un estado casi catatónico.

-Dime por favor que estás bien...

Murmuré mientras me erguía con dificultad. La lluvia limpió mis labios de sangre y manchó mi camiseta de rojo asesino. Me importaba más bien poco. Alcé la cabeza y me di un momento de egoismo. La lluvia limpió mi rostro de culpa. Lo había logrado. Había bebido del recipiente más hermoso del mundo y había catado el líquido más dulce y adictivo del planeta y había logrado parar antes de terminármelo todo. Era... me sentía tan poderoso. La sangre humana me rellenó los vacíos de fuerza que poblaron mis brazos y piernas durante semanas. Mi rostro tomó un tono más blanco, menos traslúcido, y mis ojos permanecieron en un estado enrojecido. Pero un rojo potente, casi oscuro, fruto de la sangre. Y seguirían en este estado hasta que ese líquido fuese absorvido por completo por mi organismo.
Mi momento tacaño desapareció y me giré hacia Hélène, poderoso, fuerte, decidido, y caminé hacia ella con unos pasos más firmes que los que había tenido en mucho tiempo. Esa sangre, aunque fuesen dos míseras gotas, lograba fortalecerme de sobremanera.
Me situé a su lado, frente a sus ojos, y la observé con una sonrisa, con los dientes ligeramente tintados de rojo. Ahora podía abrazarla, podía besar sus hermosos y húmedos labios que habían sido usados para demostrar el placer que había experimentado durante el drenaje de su sangre: unos suaves jadeos que quedarían tallados en mi mente de por vida.
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