Bejamin Devisme

En general, Benjamin es alguien, en el fondo, tímido. Y digo en el fondo, porque en un principio puede parecer alguien mucho más abierto de lo que es en realidad. No le cuesta demasiado hablar con un desconocido en un bar o una fiesta, siempre que esté rodeado de otras personas. Pero en una habitación, a solas, manteniendo una conversación privada… Es entonces cuando se sonroja y le cuesta hablar. Sobre todo si son temas íntimos. Y si hablamos de una mujer, la cosa llega a ser un poco ridícula. Algo que no ha ayudado demasiado a su autoestima ni a que sus relaciones con las mujeres sean demasiado numerosas.

Al menos hasta hace un año, cuando llegó a París. Desde entonces se ha ido soltando bastante más, ganando en confianza y autocontrol. Claro que todavía se muestra cortado y no tan abierto como parece ser la moda en la capital francesa.

La vida de Benjamin fue, bueno… podríamos decir que complicada. De niño siempre fue alguien tremendamente introvertido, tímido y solitario. No le gustaba estar cerca de otras personas, y le tenía especial pavor a mezclarse con los niños de su edad. Siempre padeció aterradoras pesadillas, lo que no ayudaba a su carácter ni a que durante el día estuviera demasiado animado. Pesadillas en las que seres venidos de lugares lejanos y abismos terribles se levantaban de entre las aguas para tomar su lugar como amos del mundo. Seres abisales que comandaban ejércitos de muertos sedientos de sangre y lobos disfrazados de hombres.

En cuanto a su familia, el padre de Bejamin era un funcionario del ayuntamiento y su madre trabajaba en casa, atendiéndole a él y a sus otros tres hermanos. Vivían en una casita en Marsella, cerca del mar, donde Bejamin solía ir a nadar siempre que tenía un rato libre. Allí en el mar era el único lugar donde estaba tranquilo, donde no le aterraba que algún monstruo pudiera aparecer de la nada para llevárselo al abismo. Lo cual no dejaba de ser extraño, porque muchas de sus pesadillas eran protagonizadas por monstruos marinos llenos de tentáculos.
Pero, como suele decirse, la mente de los niños puede ser maravillosa.

Bejamin fue a la escuela local, donde aprendió a leer y escribir; así como las cuatro leyes básicas. Gracias a esto el joven descubrió que la escritura se le daba maravillosamente bien. Le ayudó a perfilar su mente, a pensar y a reflexionar. Y pronto se dio cuenta de que tenía un gran tema sobre el que escribir: sus propias pesadillas.

A partir de los trece años Benjamin empezó a escribir de forma más o menos habitual, casi metódica y profesional; incluso en el periódico local le publicaron uno de aquellos relatos (bajo seudónimo). Pero el público de finales del S. XVIII, más propenso al racionalismo y a las ideas ilustradas no acogió con demasiado entusiasmo un relato de terror donde una vampiresa seducía y asesinaba a un joven sacerdote.

Así que Benjamin siguió escribiendo y cuando entró en el instituto se obligó a sí mismo a mostrarse más abierto y relacionarse con los demás alumnos. Algo a lo que ayudó también el que hubiera dejado de tener pesadilla hacía cosa de unos meses.

Ya con casi veinte años, y una vez que terminó por completo los estudios empezó a trabajar junto con su padre en el ayuntamiento como secretario del gobernador durante el día; pero por la noche se reunía con escritores que tenían las mismas motivaciones que él, que escribían sobre los mismos temas y que, según decían, habían tenido experiencias con los seres de los que escribían. Incluso uno de ellos afirmaba que un vampiro le había mordido una noche y había bebido su sangre.

Benjamin no se creía nada de eso, para él no eran más que fantasías y sueños. Nada más. Hasta que una noche él mismo tuvo un encuentro cara a cara con una vampira. Precisamente, una vampira similiar a la que había descrito en aquél relato que le habían publicado en el periódico, hacía ya tanto tiempo. Todo fue muy extraño y apenas tuvo recuerdos de lo que ocurrió aquella noche. Sólo que al día siguiente despertaría con cierto escozor en el cuello y desnudo en la cama de una posada en las afueras de la ciudad. Ni siquiera llegó a saber su nombre.

Y desde aquella noche regresaron las pesadillas. Y desde aquella noche sus relatos fueron mucho más profundos, vivos y lleno de matices. Pero todo ello sólo sirvió para que volviera a mostrarse casi tan tímido y retraído como durante su infancia. Durante cinco años la situación no cambió demasiado hasta que su padre, harto de todo eso, decidió que un cambio de aires haría que su hijo se terminara de espabilar y, con un poco de suerte, encontrar una esposa de una vez por todas, que ya tenía edad para ir dándoles nietos, como habían hecho ya los hermanos de Benjamin.

Así que tras llamar a un par de puertas y hacer un par de favores el padre del joven logró que le dieran plaza en París, donde seguiría trabajando como secretario para una administración central en auge.

Y aquí estamos. No tardó demasiado en encontrar una pensión donde vivir ni otros escritores con los mismos intereses y preocupaciones que él mismo; además de una pequeña imprenta que publicaba sus relatos y los de otros autores. Desde que llegó las pesadillas parecen haber remitido, pero no su interés por escribir ni por lo sobrenatural. Por esos seres de la noche que parecen controlar todo lo que ocurre en el mundo.