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Promesa cumplida. Egipto. [Sheira] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Vincenzo Danislăv Miér Jul 13, 2011 2:30 pm

Las horas pasaban lentas, los días seguían aconteciendo nuestra llegada a aquel paradisíaco logar en el que sheira cumpliría su sueño, su deseo.
Tan solo quedaban unas horas para el anochecer, y el consiguiente arribo en el lugar de destino. El anochecer del penúltimo día había llegado, y con ello el momento del ritual.
Dejé las órdenes completamente estrictas marcadas con el suficiente tiempo de antelación. No quería que nadie me interrumpiese en aquel ritual.

Me arrodille y tomé un cuenco de madera, introduje una rama de romero, (el cual dejaba en el ambiente del barco un increible aroma a hierbas), vertí la sangre de aquel frasco del cual me había hecho entrega Sheira, (una muestra de que sí confiaba en mí, por mucho que sus labios dijesen lo contrario a veces), tomé un cuchillo de mi pantalón y corté la palma de mi mano derecha, vertiendo mi sangre en la misma mezcla. Tomé una lámpara de aceite, y vertí un poco del mismo, prendiéndolo después, para que al dejarlo sobre la superficie del mar, no se apagase con una simple brisa marina. Sentí un fuerte escalofrío recorrer mi cuerpo, como un constante e imparable hormigueo, que me hacía excitar y sentirme poderoso al mismo tiempo.

- Pandora... - Susurré.


"El comienzo del fin acaba de comenzar, tu, has sido capaz de hacer lo innombrable por aquella mujer, la que ocupa tus sueños y tus mas temidas pesadillas. Con ésta canción, Vincenzo, yo te bendigo para que éste ritual se lleve a cabo, en el mas estricto sentido de la palabra. Así como también sabrás, que tendrás que pagar un alto precio por ello. No te asustes... querido, tu corazón fuerte te llevará por los senderos de la gloria.

Aquellas palabras se repetían en mi mente, una y otra vez, pero no estaban pronunciadas por mí. Al mismo tiempo concentré mis mas sinceros poderes sobre aquel cuenco, y lo que supondría aquel pacto.

- Pandora, Calypso, Eris, Poseidon, Venus... dioses de la discordia y de lo hermoso, acunad en el mar este ritual. Os hago entrega de mi magia, durante 30 días y 30 noches, a cambio, de que la mujer a la que amo pueda caminar bajo el sol durante medio día. Tomad mi magia, mi esencia, mi espíritu, mi alma, y llevadla con ustedes, pues seré durante ese periodo tan solo un simple mortal carente de poder mágico, vuestro mas humilde servidor.

Sentí como toda aquella fuerza de la que me había hecho entrega Pandora, abandonaba mi cuerpo. Sentía como hasta el mas pequeño detalle de mi ropa pesaba en mi cuerpo, como aquel cosquilleo hacía su desaparición, como aquella sensación de vacío se apoderaba mi cuepo, incluso, llevándose aquel color metalizado de mis ojos, fruto de la magia que irradiaba mi piel, tan solo dejándome con el color verde natural de mi iris. Posé el cuenco sobre la cuna que era el mar, mientras me sentía cada vez mas y mas agotado, necesitaba descansar hasta que arribásemos al siguiente atardecer en la costa Egipcia.
Mis marineros, tomaron mi cuerpo agotado y en descanso y lo introdujeron en el camarote, en la cama que había separada de la de sheira. La mujer, sobresaltada por aquello quiso replicar, preguntar qué había ocurrido pero antes de que pudiese hablar Tristan mencionó.

- Está bien, señora, tan solo necesita un día de descanso.[/font]


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Mensaje por Sheira Lyzbeth Vie Jul 15, 2011 7:45 am

Me encontraba en el camarote, leyendo un libro de los tantos que me había dejado Vincenzo, cuando precisamente éste en brazos de sus marineros hizo aparición. Como en aquellos últimos días, me quedé mirando al vacío entre lineas... sumida en otros pensamientos por lo que me sobresalté. No entendía qué me ocurría, pero era como si una carga se cerniera sobre mis pulmones cuando trataba respirar en un hábito puramente humano. Mi contacto con Vincenzo había sido nulo aquellos días o semanas. Trabajaba a deshoras en cubierta, y si nos cruzábamos se comportaba como si yo fuera una simple tripulante. Tras haberme pedido mi sangre, la cual necesitaba, supuse, para curarse algunos rasguños que yo no había visto, esa había sido nuestra relación...y cada vez que le veía y me recordaba que no le tendría nunca a no ser que él rectificara su postura, lo que me partía el corazón.

Observé al joven que yacía agotado en la cama continua, y me sentí mejor cuando Tristán me dijo que solo necesitaba reposo. Aun así solo podía preguntarme qué le había ocurrido. La cabeza me daba vueltas misteriosamente desde hacía algunos minutos y a pesar de no ser de día, no le di importancia. Se hizo de día, y Vincenzo aun seguía durmiendo. Había indicado a la tripulación que no abrieran las puertas para no despertarle con la luz, aunque realmente era una orden que me salvaría el pellejo de un chamuscado seguro. Me senté en la cama de Vincenzo con cuidado. No parecía haberle pasado nada, y aunque sentí el impulso de tocarle para comprobarlo, no me atreví. De haber sido asi, habría notado enseguida que su cuerpo ya no desprendía aquel cosquilleo que tanto me había llamado la atención cuando nos conocimos. Me levanté y aproveché para darme una ducha y cambiarme el vestido. Quedaba muy poco para llegar a Egipto, lo sentía en la piel... y lejos de sentirme emocionada, un miedo irracional se cernía sobre mi. Estaba a punto de descubrir el cambio que había sufrido mi tierra en todos aquellos siglos, lo que le había pasado a mi gente... No quería ir a Alejandría, quería ir a las pirámides, porque era el único modo de averiguar cómo había continuado la historia sin mi presencia. Me agarré inquieta las manos y volví a tumbarme en la cama. Cerré los ojos, y aguardé como pude el frenazo inevitable del barco y el despertar de Vincenzo.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Lun Jul 18, 2011 4:00 am

“Tendrás que pagar un alto precio por lo que hiciste, querido…”
Las palabras de Pandora resonaban en mi cabeza. ¿Qué más daba un suceso más o menos, si aquel sacrificio se llevaba a cabo...? Con ello todo se solucionaría, ella tendría un día, tan solo un día para disfrutar de la tierra cobriza que la vio nacer hacía muchos siglos atrás, sabría lo que era estar bajo el astro rey una vez más, acercándola a su humanidad, acercándola a sus raíces. Haciéndola sumirse en la realidad en la que estaba enterrada su alma, para que comprendiese que ciertas formas de ser podían dañar a todo el que intentaba tener un mínimo de cortesía y fe por ella.
Abrí los ojos, aun sentía un pesar profundo en mi cuerpo, como si todo el peso del mundo recayese sobre mis hombros. Me incorporé y apreté los ojos, acostumbrándome a aquella cefalea repentina. Pude percibir un olor a jabón que hacía que mis pulmones se impregnasen más de aquella deliciosa fragancia. Giré mi cabeza hacia la izquierda, y allí tumbada, reposaba Sheira, foco de aquel maravilloso olor, y con un hermoso vestido que la hacía resaltar más aun si cabía su esbelta figura. El repentino parón del barco, me dijo que ya habíamos llegado a puerto, si mis cálculos eran perfectos tan solo quedaba un par de horas escasas para el amanecer.
Me levanté de aquella alcoba, observé mi baúl que carecía de tapadera y revolví las ropas, encontrando finalmente una camisa blanca de seda, y unos pantalones con libertad de movimientos, pues iríamos a camello hasta el paraje donde nos asentaríamos durante un mes completo.
Con un ademán de cabeza, saludé a la mujer y sin más preámbulos la señalé la puerta de salida.

- En cuanto termine de ducharme, partiremos hacia el refugio.
La dejé a su libre elección el que se quedase allí o que saliese a tomar un respiro, pues hacía ya muchas horas que se mantenía recluida en aquel camarote, cual pajarillo en su jaula, sin poder salir a batir sus alas. Una vez dentro de la ducha, apoyé un brazo y la frente en aquella pared, mientras el agua recorría mi piel por doquier. Dejé por unos segundos ausentes que aquello me permitiese hundirme en el completo silencio, salvo por un simple gemido al sentir el agua caliente rozar mi piel, prefería el frescor ante todo. Adoraba esos momentos de suma tranquilidad y silencio a mi alrededor, salvo por aquel simple e incesante goteo de la ducha ya apagada.Me vestí con normalidad y observé a la muchacha que esperaba allí.

- Una vez lleguemos podrás descansar, pues será justo cuando amanezca.


Seguí con aquella mentira hacia el día que se cumpliese. Debíamos llegar al menos en una hora y al amanecer, le mostraría mi magia convertida a sus pies, con aquella bendición de los dioses. Abrí la puerta del camarote y allí estaban todos. Los nuevos guardianes del barco junto con algunos viejos conocidos, procurando que no le pasase nada a mi barco que allí se encontraría durante el viaje.

- Iremos en camello, hasta llegar al refugio.


Comenté con una sonrisa llena de ilusión, observándolo todo. Me acerqué a uno de ellos, y la ayudé a subir, aunque de seguro ella entendía mas de aquello que yo.




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Mensaje por Sheira Lyzbeth Lun Jul 18, 2011 8:37 am

Asimilé el plan del viaje con cierto respeto. Aun no sabía qué esperar de todo aquello. Observé con emoción contenida y cierto miedo los camellos y la tripulación que se quedaría en el barco... y después miré hacia el horizonte. Mi tierra... me dije. Noté que me escocían los ojos, y me apreté las manos con nerviosismo, pero la mano de Vincenzo me guió hacia uno de los animales y antes de darme cuenta estaba sobre ellos. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba en mi lugar. Ni siquiera había olvidado cómo montar. Emprendimos el camino. Aunque no me atrevía a mirar a Vincenzo a la cara, su emoción se nos contagiaba a todos. Incluso a los hombres que nos acompañaban, que nada tenían que ver con esa tierra totalmente muerta, sonreían de forma estúpida.

- Vincenzo... ¿crees que es una buena idea?- musité acercando mi camello al del joven, por primera vez, mostrando mi preocupación-. No tenéis que hacerlo... un mes aquí es mucho tiempo... puedo quedarme y vosotros...

Comencé a notar como se me subía el color a las mejillas. De pronto me había transformado en una niña cobarde. Miré al frente y me propuse guardar silencio hasta que llegáramos, y por supuesto, evitar ponerme a chillar o hacer cualquier cosa bipolar que avergonzara a Vincenzo. Ya había tenido bastantes problemas con él como para encima atosigarle. Conforme avanzábamos por el desierto, mis nervios aumentaban, mi pesimismo iba y venía y mi emoción me hacia revolverme sobre el animal. No se me escaparon las miradas furtivas de los compañeros de Vincenzo, que esperaban reacciones por mi parte, y las estaban viendo. La dura e inexpresiva Sheira, aferrandose a la silla del camello como si fuera un salvavidas. Gruñí por lo bajo y agaché la cabeza más avegonzada si cabe, pero al final, dejé escapar una sonrisa, y varios hombres rieron a mi lado.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Miér Jul 20, 2011 2:13 am

Aun con el cofre a mi lado, sin deshacerme de él en ningún momento me acerqué a Sheira consiguiéndolo a duras penas con aquel terco camello que tan solo respondía a ruidos bucales que solían hacerse con la lengua y media boca entreabierta. Terco o no, conseguí mi cometido y cuando pude obtener la mirada de Sheira supe que había captado su atención. Me torcí y saqué de mi bolsa un pañuelo rojizo.

- Deberías ponerte esto. Las mujeres deben llevarlo en éstas tierras. – Lo dije en un tono difícil de entender, pues sabía que ella sabía más que yo de aquella costumbre habitual en aquel territorio.

Me separé a un mísero metro de ella, procurando que no sufriese ningún percance, aunque había sido avisado de que uno de los camellos estaba enfermo, pero no sabíamos ninguno de nosotros de cual se trataba, le quité importancia. Mis miradas viajaban a la de ella a sus manos, como la forma de llevarlo se me hacía tan elegante, tan… natural, que se me hacía bellísimo. Mis actos, por costumbre, antes de conocerla eran más básicos, más instintivos, mas… yo. Así que pese a las consecuencias que aquello pudiese conllevar, señalé al niño para que tomase las riendas de mi camello, se las pasé y entonces salté hacia el camello de Sheira, pero despacio para no alborotar a ambos animales, uno obviamente más fiero y peligroso que el otro.
Pasé los brazos por sobre los de ella, para agarrarme a la silla, y observando aun el horizonte oscuro, la susurré.

- No me iré de aquí hasta que no me lo pidan tus labios. Si quieres que me vaya, tan solo tienes que decirlo.

Mi voz sonó ésta vez más suave, mas… natural, como cuando la había conocido. Entonces me di cuenta de que debía de tratarla con normalidad, quizás aquello era lo que la había atraído de mí y no mi aparente tirantez en la voz. Debía ser yo, si quería que ella se sintiese cómoda de nuevo entre mis brazos, al menos como para no tirarme del camello de una bofetada. Observé su hombro, y me tomé la libertad de cerrar los ojos por unos segundos, recopilando en mi mente aquel aroma, que de seguro dentro de un mes no volvería a ver, después del trato. Observé aquel pañuelo, que acariciaba su cabello y labios, dejando sus ojos al descubierto y que sus tonalidades rojizas y transparentes me dejasen vislumbrar sus labios era todo lo que quería. Quizás fuese imaginación o no, pero me pareció ver un atisbo de sonrisa en sus labios, pero al parpadear de nuevo se perdió, no sé muy bien si aquello era realidad o una simple ilusión.

- Mira allí…
Susurré con mi mentón sobre su hombro, casi con su mejilla junto a la mía, alargué mi brazo para que viese hacia donde nos dirigíamos. Se trataba de una ciudad, bueno… más bien un gran poblado. Cuyo camino comenzaba a verse, y a desvelarnos hacia donde se dirigirían nuestros camellos. Una casona de adivinaba a lo lejos. Nuestro camino seguía, y los ojos de los curiosos que pernoctaban sonreían ante la llegada de nuevos inquilinos a su ciudad, lo que supondría una gran fuente de ingresos para ellos, para el pueblo. El camino comenzaba a subir por un sendero en el que la gente escaseaba, por no decir que no había ninguna. De pronto, mis ojos se abrieron más de la cuenta, aquello era más hermoso de lo que había imaginado. Era una gran mansión, construida hacía mucho, lo supe al ver sus paredes desgastadas, pero aun se veían hermosas. Aquello era una especie de oasis gigante. Una charca presidía la entrada, tipos extraños de plantas rodeaban aquel lugar, tipo que solo se podía encontrar en un oasis verdadero.
Tan solo en aquella noche se podían oír el sonido de las hojas más altas de la palmera removerse, noches como ésta hubiese deseado vivirlas para siempre, aunque mi vida fuese tan corta e insignificante como la de un mortal.
Los trabajadores de aquella casona, con sus trajes de color beige nos recibían con los brazos abiertos, yo, personalmente ayudé a Sheira a bajar del camello y directamente fui a por mí bolsa y el cofre. Los trabajadores se encargarían de nuestros enseres, y digo nuestros porque yo también me merecía un lugar en aquella casa. Intenté descifrar las facciones de Sheira, pero me eran difíciles de reconocer. No sabía lo que sentía en aquellos momentos, o si aquello no era para nada lo que esperaba, nada que le gustase, ni le diesen ganas de volver a éste lugar. Evité el preguntarla, despedí a mis chicos para que fuesen al barco y tomasen lo que necesitasen de allí. Mientras tanto, me quedé con los trabajadores de la casa y con Sheira en las puertas.

- Entremos. – La volví a mirar, pero ésta vez directamente a los ojos, no quería perderme ninguna reacción suya.



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Mensaje por Sheira Lyzbeth Miér Jul 27, 2011 5:56 pm

Muy a mi pesar, la presencia de Vincenzo a mis espaldas durante más de la mitad del viaje no hizo más que inquietarme. En mi interior una lucha de sentimientos tuvo lugar en escasos segundos. Por un lado quise bajarme del animal y echar a correr para huir de la atracción que sentía hacia Vincenzo. Por otro necesitaba recostarme contra él y sentir su reconfortante calor... pero al final permanecí debidamente sentada, dejándole apoyarse en mi o lo que quisiera mientras aguantaba la sed, las ganas de llorar, ahuyentaba el sentido del deber que me decía que me alejara de él y evitaba a toda costa pensar en mis sentimientos. No me di cuenta de que habíamos llegado hasta que él me tendió la mano, y entonces miré hacia la increible casa que nos esperaba. Ignoraba cómo había organizado Vincenzo nada parecido en tan poco tiempo... pero ahí estaba. A pesar de mi desinterés por las cosas materiales después de tantos siglos, no pude evitar quedarme extasiada con la belleza del lugar. No dije ni una palabra hasta que no entramos dentro. Entonces intercambié unas palabras con el personal para presentarnos a ambos y uno de los sirvientes dio muestras de saber además un poco de francés, lo que suponía, le ayudaría bastante a Vincenzo en aquel mes en el que al parecer... ibamos a convivir. Tampoco tenía ánimos de protestar y explicarle que estar cerca de él después de lo que había pasado me rompía en pedazos poco a poco.

-Me imaginaba tiendas de campaña en medio del desierto... o algo así- confesé alzando la mirada al techo. Sabía que Vincenzo buscaba mi mirada, pero no estaba preparada para una lucha de composturas. Giré sobre mi misma y contemplé una larga escalinata y una lámpara inmensa sobre nuestras cabezas-. Esto demasiado bonito para ser cierto.

Me retorcí las manos, nerviosa. Hablar de nuevo mi idioma, reconocer la piel morena y rasgos de mi gente, el clima seco y los adornos típicos, me hacia temblar y a penas me dejaba expresar los otros sentimientos. La felicidad, la ilusión. Me juré a mi misma que le agradecería a Vincenzo todo aquello cuando estuviera menos aterrada. Me quité el pañuelo que llevaba en la cabeza y se lo tendí al joven con un leve gracias. Después dejé que nos mostraran las habitaciones e inmediaciones. Al parecer nos dejaban libre elección sobre dormitorio. Entramos en lo que parecía la sala de estar mientras llevaban nuestros equipajes a los pisos superiores. Suspiré mientras me recostaba en los sofás. Aun quedaba mucho para que llegara el amanecer, pero el peso de los acontecimientos me cansaba casi más que la luz del sol. Sentí a Vincenzo sentarse a mi lado . Sabía que estaba esperando algo por mi parte, y no era el mejor momento. Volví a agarrarme las manos en lo que parecía un tic desde que le conocía. Decidí confesarme. No se merecía, a pesar de nuestras diferencias, que creyera que despreciaba su esfuerzo. Intenté no respirar su aroma ni enervarme mientras hablaba. Mantuve el tono suave de voz y serio al que estaba acostumbrada.

-Siento estar asi... estoy... asustada. No sabía qué esperar del viaje y estoy un poco perdida. Ya sabes. Esto no podía permanecer igual después de aproximadamente nueve siglos...- comenté apretándome cada vez más fuerte las manos y notando su frialdad más allá de lo normal. Tenía que alimentarme antes de que amaneciera-.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Miér Ago 10, 2011 1:55 am

Cuando me dispuse a contestar a la mujer oí como abrían las puertas tras nosotros, una anciana con rostro sumido en una bondad que transmitía con sus simples modales lo agradecía. No entendí bien lo que decía pues tan solo hablaba el idioma natal tanto de ella como de la mujer que me acompañaba. Asentí en lo que era un gesto de gratitud por el trato que habíamos recibido y ante todo por aquella calurosa bienvenida. La anciana se detuvo en lo que parecía una mirada cómplice hacia Sheira, lo que me hizo de nuevo sonreír y dejar paso a ambas mujeres para que nos enseñasen los aposentos, simples habitaciones engalanadas cuidadosamente hasta el más mínimo detalle, algo sencillo, pero no por ello menos importante. Con vistas hacia las pirámides de Ghiza, las cuales la mujer no vería hasta su primer amanecer desde el día de su muerte.
Acompañé a la mujer, hasta aquella habitación separada por una pared con la mía. La suya, disponía de una cama con dosel, más bien con una tela para evitar que los mosquitos acechasen a los que dormían plácidamente.
Me giré hacia la mujer, y le señalé el baño cuya amable anciana nos había descrito en árabe antes de irse.

- Deberías tomar un baño, nos espera un día difícil, y creo que lo que menos querrás será tomar un baño.

Cuando la vi adentrarse en aquella habitación la cual disponía de una bañera con patas además de otros “accesorios”. Observé de nuevo, esperando en aquella habitación como la anciana volvía a entrar, ésta vez con ropas con color de la arena, junto con un pañuelo semi-transparente para cubrir la boca de la mujer en caso de que saliese a dar un paseo por las dunas. Pantalones, zapatillas, todo detalladamente elegido ésta vez por la anciana la cual agradecí con una bolsa de dinero. Lo que me extrañó fue que la abriese y simplemente tomase 5 monedas, extrañado se la tendía de nuevo y simplemente besó mi frente.

- Tan solo necesito una moneda para cada nieto, no necesito nada más. Es usted alguien de corazón puro, no la deje ir, trátela como se merece.

Su francés era torpe, pero en aquellas palabras quebradas por la edad de su garganta me hicieron fijarme en el temblor de mis manos. Cómo aquello que había planeado mi cabeza era eclipsado por lo que mi corazón sentía por ella. No era obsesión, era algo mucho mas inmenso y grandioso que eso, era… amor. Observé como el color del cielo cambiaba a colores mas claros desde mi habitación tras vestirme de nuevo, pero aun así aun era temprano para la salida del sol, estaba a punto de despuntar el alba y quería darle a Sheira el mayor regalo que podía darle a cualquier mujer, tomé el camino hacia su habitación.
La observé salir, vestida con el atuendo que la anciana le había llevado y con su cabello delicadamente ataviado con alhelíes con suma sencillez. En aquel momento había olvidado como respirar, como si aquel simple gesto fuese tomado como ofensa a los dioses y me la arrebataran de mi lado, era hermosa, infinitamente hermosa.
Me acerqué a ella y besé su mejilla, resistiéndome a cualquier tentación que supusiese el respirar de su aroma, el tenerla en un simple abrazo. En aquel mísero segundo la imaginé cuando viese aquel regalo que le había otorgado, como sus ojos se tornaban incrédulos al tiempo que veía como se acostumbraban al sol de la mañana, como sus labios… esbozaban una sonrisa, tan solo quería eso, una sonrisa de sus labios.

- Tengo algo que mostrarte… - Tomé de su mano, acercándola hacia el gran ventanal provisto de espesas cortinas, colocadas adrede por su condición contra el sol, me paré en frente suya y besé su frente. – Disfruta de tu regalo… - Susurré sobre ella, evitando besar sus labios, lejanamente infinitos para mí en aquel momento. Tomé el primer pliegue de la cortina, y aun sujetando su mano abrí las cortinas sintiendo un espasmo entre nuestras manos, miedo? Podría, pero ella sabía que jamás volvería a hacerla daño. Tras la desaparición de aquella tela tan solo podía dejar lugar a la mayor muestra de amor de todos los siglos, en aquellas vistas se podrían ver las pirámides, parecían colocadas de forma que ella pudiese disfrutarlas desde aquel balcón, en el horizonte se adivinaban colores anaranjados, azules y lilas que darían lugar a que el astro rey se mostrase solemne hacia ella. Todo delimitado por el amanecer, el cual ayudaría a que Sheira se acostumbrase poco a poco a la luz de aquella mañana. Bajo aquella mirada, que aun seguía absorta observando aquella maravilla como era aquel amanecer, me quedé tras las cortinas, con un leve entumecimiento en mi cuerpo, simplemente había perdido aquel color de piel que tenía y aquel brillo en mis ojos que me caracterizaba sobre todas las personas. Podía esperar cualquier tipo de reacción, pero mientras ocurriese no sería capaz de perderme tan asombrosa como era su cara al ver un nuevo amanecer. Con una sonrisa, esperé a que dedicase una mirada hacia mí, aunque fuese imperceptible al ojo humano, pero aquello, supondría un cambio importante en mi vida. Observé el pequeño arcón que había llevado durante todo el viaje, todo mientras la mujer seguía absorta en aquel paisaje y me acerqué a sus espaldas, colocándole aquel colgante que supondría la felicidad o bien mi muerte inminente. Aquello era un colgante unido a un anillo, pero no uno cualquiera sino el anillo de CCladdagh. Bien conocido por su significado.

- El corazón representa el amor, las manos la amistad, y la corona lealtad y fidelidad. Como dice su lema: Deja que la amistad y el amor reinen.- dije con voz calmada, palabras pausadas tomándome mi tiempo en cada una de ellas, procurando que mi voz no se rompiese, abrochándole aquel colgante en torno a su cuello que significaba toda mi vida, mi lealtad y mis sentimientos armonizados por y para ella. – ¿Me darías la oportunidad de hacerte feliz, una vez más? Sheira Lyzbeth, ¿Quieres casarte conmigo?

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Mensaje por Sheira Lyzbeth Vie Ago 26, 2011 5:31 am

Las cosas sucedían demasiado deprisa a mi alrededor... tanto que me sentí caer al suelo, pero estaba tan sorprendida y desconcertada que permanecí de pie, petrificada. Me recordaba forcejeando levemente con Vincenzo intentando zafarme de su mano y preguntándome si estaba loco abriendo aquellas cortinas frente a mi. Me había tapado con un brazo los ojos y había aguardado el dolor que complementara mi habitual debilidad a aquellas horas... pero nada sucedió. Aparté el brazo con lentitud y miré al exterior y después a Vincenzo. Podía... mirar al sol. Podía ver el comienzo del color en el horizonte. Creía que era un sueño, asique no dije nada. Me quedé varios minutos observando subir el sol entre las montañas esperando volver a la realidad... pero a medida que pasaba el tiempo me di cuenta de que ciertamente toleraba la luz del sol y mi mente calculó cuánto tiempo llevaba sin ver aquello. ¿Cómo podía ser? Busqué la mirada de Vincenzo sabiendo que él tenía algo que ver, y por primera vez reparé en la luz apagada de sus ojos. Casi me caigo de espaldas.

-¿Qué has hecho?- susurré alzando una mano para acariciarle la mejilla sin reproche, porque aunque no estuviera de acuerdo en aquel sacrificio por su parte sabía que lo había hecho por amor, pero él se situó a mi espalda y yo no me resistí a clavar de nuevo mis ojos en el paisaje para absorber todo lo que vería probablemente por última vez. Sabía que las cosas que tenían que ver con la magia no duraban mucho.

Sentí algo frío sobre el cuello y alcé la mano mientras notaba las manos de Vincenzo bajo mi melena. Oí un click y el leve peso de algo que alcé entre las manos. Me costó despegar la mirada para observarlo detenidamente, pero cuando lo hice no pude más que darme la vuelta con un gemido para mirar a Vincenzo con los ojos desorbitados. Escuché sus palabras y me aferré a ellas como a un clavo ardiendo.

-¿Qué?- musité como si no pudiera creer lo que me ofrecía.

Sentí la tentación de preguntarle que si lo decía enserio, pero cuando escruté su rostro solo vi determinación y expectación por mi respuesta. Su mirada hizo que me encogiera en el sitio, y que se me inundaran los ojos de lágrimas. Él no comprendía que hacía siglos que había asumido que nadie me preguntaría algo parecido. Mi futuro como vampira había sido hasta ahora el de una solitaria asesina que moriría en algún percance o se suicidaría cuando se cansara de vivir... pero ahora... él me abría las puertas del cielo. No pude evitar pensar que quizás Vincenzo no sabía en donde se estaba metiendo, que a lo mejor no había pensado en mi inmortalidad... pero me obligué a olvidar todas las preocupaciones por él como me había pedido en el barco. Rompí la distancia entre nosotros y noté cómo él se estremecía. Ante mi silencio su nerviosismo había aumentado. De repente no pude evitar reir entre lágrimas.

-¿De verdad crees que hay alguna posibilidad de que te diga que no? Vincenzo... estoy enamorada de ti... y lo que más deseo en este momento es... estar junto a ti todo el tiempo que me lo permitas- noté cierta perplejidad en sus ojos, pero quizás simplemente no esperaba mi sinceridad. Tomé su mano y la posé sobre mi propia mejilla. Eché de menos el cosquilleo de su magia en mi piel-. Diría mil veces que si Vincenzo... mil veces durante toda la eternidad.

Volví a reir y besé su mano con dulzura y hundí la cara en su pecho oyendo el compás irregular de su corazón. Parecía que se le iba a salir del pecho y eso amplió mi sonrisa. Por los dioses... cuánto había tardado en volver a ser feliz. Demasiado tiempo. No hizo falta que le agradeciera de otra manera aquel momento. Le devolvería cada una de mis sonrisas y lágrimas con momentos de felicidad en nuestra casa... porque tendríamos casa... ¿verdad? Me comenzó a doler la cabeza entre tantas posibilidades a nuestro alcance. Me separé de él y le arrastré con un suave "ven" a la terraza de la habitación. Titubeé al salir al exterior, pero comprobé que simplemente... pareciá una humana más. Miré a Vincenzo mientras mirábamos hacia el horizonte juntos. Supuse que para él no sería muy especial... pero yo admiraba el color verde del jardín y los marrones del desierto como si fueran los tonos del paraiso.

-Nunca... nos hemos parecido tanto- musité-. Tú sin magia... y yo débil, pero saliendo a la luz. Nunca hemos estado tan cerca...

Volví a alzar la vista y le miré con intensidad y deseo. Alcancé su boca con tranquilidad y cerré los ojos, dejando libres otros sentimientos que había escondido hasta ahora. Su pecho vibraba bajo la ropa, y mi alma se enredó sobre él en un intento de encadenarle a mi. Le quería, y aunque aun me resultaba dificil pronunciar aquellas palabras... mis sentimientos no cambiarían nunca. Lo sabía.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Lun Ago 29, 2011 10:33 am

La tomé entre mis brazos como si aquello que nos rodease fuese el mismo paraíso. No… para mí ella era mi paraíso y ella se negaba a verlo. Ciertamente me impresioné, sin saber a ciencia cierta si ella me correspondería en aquella petición que tan solo se debía hacer una vez en la vida.

- Debes aprovechar tu día, éste es tu día tal y como te prometí. Éste es mi regalo. Me acerqué de nuevo a ella, mostrándole con mis manos, señalando hacia aquello de lo que un dia fueros las tierras que vieron nacer a mi mujer. Se me llenaba la boca con tan solo pensar aquella palabra, aun no creía cierto que hubiese dicho que sí.

- Deberás llevarlo al cuello y cuando te sientas preparada… - Hice una pausa, intentando que mi mente no sufriese demasiado, estaba realmente agotado por todo. – …decidirás si llevarlo en el dedo o no.

Volví a abrazarla, embriagándome con aquel perfume al cual había sucumbido nada más conocerla. Algo en mi interior sabía que esto pasaría un día, o quizás tan solo fuesen delirios de un pobre pirata. Mientras tanto, mi mente a cada poco que pasaba, se iba nublando más y más. Apoyé mi mano en el marco de aquel balcón y retiré el sudor de mi frente. Jamás había estado en un lugar en el que el amanecer fuese tan caluroso.

- Deberás estar sola, ahora es a mi a quien el sol debilita… - dije entre sonrisas, por puro agotamiento tanto físico, como mental. – Nos encontraremos mas tarde, a media mañana tras el almuerzo, te esperaré junto a las dunas, para volver a la casa juntos en un paseo. Un momento..! – Me quedé pensativo y le mostré a Sheira el dinero que usaríamos en éste lugar, lo suficiente para cubrir sus caprichos y algunas necesidades mas. – Cómprale algo bonito a Katrina, debe sentirse sola, se pondrá contenta si le llevas un regalo. Pensé en la niña, en MI niña aquella por la que mis noches se habían vuelto días y viceversa. Aquella que no lograba entender hasta que llegó Sheira, en cierto modo, mi salvadora.



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Mensaje por Sheira Lyzbeth Lun Sep 05, 2011 10:40 am

Intenté concentrarme en las palabras de Vincenzo... pero no podía despegar los ojos de su rostro mientras me percataba del cansancio que soportaba el joven. Parecía que de un momento a otro se iba a desplomar frente a mi. Suspiré y le cerré la mano sobre el dinero que me tendía.

-Tengo dinero suficiente - sonreí levemente-. Ventajas de la inmortalidad.

No pude evitar recalcar esa palabra... como si fuera un mensaje subliminal. Necesitaba que él pensara en ello... que pensara en las consecuencias de mi condición y en cómo lo afrontaríamos ahora que yo le había aceptado junto a mi. Tomé su mano y le hice sentarse en la cama. Mientras le acariciaba el rostro y le miraba a los ojos, sentí cierto calor en las mejillas. Sonreí ante ese sentimiento y besé sus labios con pasión.

-Descansa... volveré pronto- le di un último beso, y me deslicé a las afueras como si nunca hubiera salido de ninguna casa.

Tomé un caballo que me ofrecieron los criados y siguiendo una senda empedrada en medio del desierto, llegué a la ciudad. Tuve precaución de taparme el rostro como me había aconsejado Vincenzo... y no obstante noté miradas clavadas en mi esbelta figura y escrutándome los ojos. Evité los lugares poco transitados... hasta que noté la sed. Entonces encontré un par de idiotas que me sirvieron de alimento... pero no quise matarlos. Cuando desperataran de su inconsciencia no recordarían nada. Compré un par de vestidos que me parecieron de la talla de Katrina y unos trajes típicos de Egipto. Disfruté de la ciudad a la luz del sol y sentí cómo encajaba en un lugar... por primera vez en mucho tiempo. La música me trasladó a otra época... pero a medida que pasaban calesas me di cuenta de que tenía que avanzar casi mil años para vivir la nueva realidad de mi vida.

Horas más tarde, me conocía como la palma de mi mano la ciudad. Todo había cambiado y sin embargo seguía siéndome familiar. Aunque sentí tentación de buscar la ubicación de las pirámides por mi cuenta, sabía que Vincenzo querría acompañarme alguna noche. Yo sería sus ojos en la oscuridad. Localicé las dunas en las que había quedado con él, y me senté a esperar en la arena mientras observaba el paisaje. Cuánto tenía que agradecerle... cuánto. Y todavía nos quedaban muchos años para disfrutar juntos. ¿Querría Vincenzo... convertirse para compartir la inmortalidad conmigo? No sabía qué haría si le veía envejecer y morir frente a mi. Cerré los ojos notando el calor del sol en la piel y me dejé caer hacia atrás. No noté las pisadas del joven acercarse. Casi me duermo sobre la dorada tierra.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Sáb Sep 17, 2011 5:44 am

Spoiler:


Tan solo logré descansar algo más de 4 horas, un descanso que me hacía falta, tanto como mi cuerpo me lo pedía tras aquellos tormentosos días.
Tras ello, no logré separar mucho mi cuerpo de la cama, tomé uno de mjis libros favoritos y leí un par de páginas, intentando distraer un poco la mente tras aquello que hacía tanto que me atormentaba.
Sabiendo que estaría solo en aquel aposento mientras mi cuerpo descansase allí, después del duro viaje, desnudé mi cuerpo como tantas otras veces hacía, algunas con ayuda de las manos de hermosas mujeres pero ésta vez se trataba simplemente de un baño relajante.
La bañera estaba llena de agua caliente, se podía adivinar por aquel vapor que levitaba sobre ella. Me metí sin miedos, acariciando aquella agua con mi piel, y sin poder evitar soltar algún que otro quejido de relajante placer.
No supe cuanto tiempo había pasado o si realmente estuve dormido o no, tan solo tenía un mal presentimiento que fue lo que me sacó de aquel pequeño sueño. Salí de nuevo, secándome con una toalla blanca. Al salir, parecía como si alguien hubiese estado todo el tiempo allí, mirando cuidadosamente por mí, y dejándome una ropa nueva que me coloqué sin reparos. Se trataba de una camisa blanca, y unos pantalones abombados junto con un chaleco. Tan solo me puse el pantalón y llevé el chaleco hacia el comedor para almorzar junto con la servidumbre de aquel lugar, ya que me sentía realmente cómodo. Allí tomamos vino y reimos hasta que la panza realmente nos dolía.

Un rato mas tarde, tras agradecer todos los mimos que estaba recibiendo me coloqué el chaleco, sin camisa debajo y al salir me encontré de nuevo con aquella anciana.

- Tóme esto, a la niña le gustará, le pertenece.

Asentí sin comprender muy bien del todo, observando aquello que fuese lo que estuviese debajo de aquel trapo liado. Lo desdoblé y se trataba de un hermoso escarabajo egipcio, de un color familiarmente conocido… se trataba de “Lapislázuli”. Una rara y hermosa pieza que en otros tiempos me hubiese costado la vida encontrar, y que un pirata como era yo no dejaba escapar. Pero realmente era hermoso, quizás un regalo distinto para la niña, algo de corazón, de uno tan grande como era el de Egipto, el lugar que vio nacer a tan hermosa niña.

Lo guardé en uno de mis bolsillos aun en su “envoltorio” y me dirigí hacia las dunas, siguiendo las indicaciones de los pueblerinos, que cortésmente me indicaron por donde caminar.
Tras tiempo caminando con la arena bajo mis pies, encontré una figura tumbada sobre la arena, se trataba de Sheira que descansaba hermosamente sobre su tierra, si, su tierra natal.

- Despierta hermosa… - Dije con voz suave, al sentarme a su lado, procurándole que al abrir los ojos, el sol no dañase sus retinas.



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Mensaje por Sheira Lyzbeth Jue Sep 22, 2011 4:45 pm

Creo que aquel fue mi mejor despertar. Los ojos de Vincenzo observándome aunque cansados, con dulzura. Alcé la mano y le aparté unos mechones negros del rostro. Sonreí levemente y deslicé la mano hasta el cuello de su camisa. Le desabroché dos botones y me incorporé levemente para besar su cuello recién descubierto. Le rodeé el cuello con los brazos y tiré de él hacia mi. Cuando sentí el peso de su cuerpo sobre el mio me relajé y suspiré. El sol volvió a besarme el rostro.

-No puedo creer que vayamos a casarnos- murmuré.

Inspiré profundamente y una descarga me recorrió de arriba abajo. Hundí aun más la cabeza en su cuello y atenacé su pelo cuando sentí cierto calor entre las piernas. Vincenzo... y yo. Si, quizás... quizás funcionaría. Me revolví para subirme sobre él y coloqué mis piernas a ambos lados de su cadera. Le miré desde arriba. Incluso sin magia... estaba guapo, y sus ojos brillaban con un verdor claro que me embriagaba. Me pregunté cuanto tiempo más duraría aquello, junto a su debilidad. Paseé por sus labios. Bien. Estaba emocionada por todo lo acontecido y a pesar de llevar varias horas al sol, todavía me sentía desconcertada por la perfección de aquel día... y sin embargo no podía desviar mi atención de... él. Evalué si era un buen momento para hablar de ello. Le acaricié el pecho distraidamente mientras pensaba. Al final, me incliné sobre él, y cuando noté su aliento entrecortado... decidí arriesgarme.

-Vincenzo...- susurré mientras notaba las mejillas ardiendo y su mirada me penetraba hasta el corazón-. Me gustaría... yo quisiera que hoy... sucediera. ¿Tú querrías...? Hoy es el último día en que veré el sol y... quiero pasarlo contigo. Quiero verte los ojos cuando... ya sabes.

Él había dejado de respirar y pensé que había metido la pata. ¿Qué pretendía que hiciera? Yo no podía pedírselo de otra manera. No sabía ni cómo me había atrevido a pronunciar nada semejante. Me incliné con media sonrisa y besé sus labios sin tiempo a darle explicaciones. Mis caderas se movieron instintívamente sobre él y no pude evitar un gemido. Mi deseo nunca había sido tan fuerte... y me sentía un tanto animal. Le cogí la mano y tiré de él. De la mano... le guié hasta el caballo que había dejado cerca, y tomándole del arnés paseamos hasta la casa.

-No digas nada...- musité.

Sin saber muy bien cómo, volvíamos a estar de nuevo en la habitación donde me había pedido matrimonio. Las cortinas estaban descorridas e iluminaban la cama. No estaba segura de saber lo que hacía ni si llegado el momento tendría miedo... pero cuando cerré las puertas a mis espaldas supe que no había marcha atrás. Me acerqué a Vincenzo y dejé los pañuelos de seda que llevaba sobre la cómoda.

-Por favor, no me rechaces otra vez. Yo... estoy lista para esto, y tú también. Lo sé cuando oigo tu corazón- Me puse de puntillas y besé su boca, y después no quise oir nada más. Le acaricié la espalda y besé su cuello hasta que le oí gruñir levemente.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Sáb Oct 01, 2011 12:26 pm

De haber podido, hubiese llevado mis manos hacia la cara, frotándomela para aguantar la risa o por ende, la vergüenza en la forma en la que Sheira explicaba de forma… entrecortada que quería ver mi reacción cuando… eyaculara?
Pero todo estaba sucediendo demasiado rápido. Pensé en que ella quería pasar el resto del día paseando junto a mi, por las dunas, pero en cambio ella se avalanzó sobre mí de una forma que jamás me atrevería a rechazar. De hecho, mi cuerpo se tendó por unos instantes, una vez en la habitación y ver que ella aun seguía allí me hizo relajarme, aunque… una zona específica de mi cuerpo se negase a ello.
Sus caricias además de sus palabras punzantes pero que en ésta ocasión no me dañaban se me hacían duras, ásperas, pero si ella quería aquello, yo no se lo iba a negar, porque cómo ella bien dijo…

Ambos deseábamos aquello…

Sus caricias me hicieron recordar la última vez que habíamos compartido una habitación en tierra, una punzada de dolor se instaló en mi cuerpo pero inmediatamente logré disiparlo. Confiaba en ella, y sabía perfectamente que si me amaba, no volvería a cometer el error de antes. Mi corazón latía desbocado, pero ardía en deseos de saber cómo sería el suyo, su latido, aunque tan solo pudiese sentir su respiración, fría, pero cercana que me hacía quererla más y más olvidando todo lo ocurrido anteriormente. Pese a todo, parecía el mismo joven e inexperto chaval que al principio de todas mis relaciones, parecía nervioso, pero finalmente pude relajar mis pensamientos, aunque frente a mí se estuviese desvelando el más sincero y hermoso de los tesoros, tan solo esperaba que no se tratase de un hermoso sueño. Me deshice con facilidad de aquel chaleco que adornaba mi torso, era lo único que tenía pero aquello me alegró pues podía tener más cerca, sentirla entre mis brazos y ésta vez no se iría de mi lado fácilmente. La tomé acercándola a mí, aquella distancia que nos separaba dolía de sobremanera, por sus espaldas, me tomé la libertad de besar su cuello despacio, deleitándome con cada espasmo que su cuerpo producía por aquellas simples caricias, mi brazo, la abrazaba mientras mi mano libre no pudo hacer otra cosa que liberar a la mujer de su lencería superior. Mis manos parecían pertenecer a su cuerpo, pues amaba en la forma que me recibía, ansiaba sus labios a lo que reaccioné juntándolos cómo si mañana mismo fuese a morir y buscase el último beso de mi amada, mientras ocurría, deslicé su cuerpo sobre la cama sin darle la satisfacción de separarme de ella. Su frio me derretía, si, lo hacía, pues ambos teníamos aquel contraste de pieles que nos hacía estremecer a ambos.

- No será un efecto secundario de la luz diurna… ¿No? – Dije con mi inexplicable mal sentido del humor, aun así, quería asegurarme de que era lo que quería, y no por la euforia del momento. Bien sabido era que las mujeres en antaño tenían su primera vez dentro del matrimonio, no sabía hasta que punto tomaría las reglas en serio y aquello, verdaderamente me aterraba.

Bajé por su cuello, delineando aquellos senos que endulzaban ahora mis labios en aquel excitante licor, erecto, cual trozo de hielo en una charca invernal besé mil y una veces, jamás me cansaría de ello, de hacerla disfrutar de verla suspirar o simplemente rogaba a los dioses mas supremos que ella pidiese más de lo que le podía dar. Ese era el sueño de cualquier hombre que era tocado con el don de la suerte al tener a una mujer hermosa sobre su lecho. No vacilé ni un segundo más, mi cuerpo ardía en sensaciones cada vez más intensas, y quería disfrutarlas todas y cada una de ellas con ella, mi prometida, la futura señora Di Domani, mi mujer y compañera para el resto de la… ¿Vida?



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Mensaje por Sheira Lyzbeth Sáb Oct 15, 2011 12:06 pm

Cuando Vincenzo me besó el cuello, comprendí que al menos, había ganado una pequeña batalla. Le dejé llevarme como si ambos bailáramos y él fuera el que me guiaba en aquellos pasos tan confusos para mí. Aquel día yo no era más que una chica inexperta. Dejé ir a la vampira cabezota y controladora haciéndome silenciosamente un favor. Quería disfrutar de aquello, y en cuanto Vincenzo tomó el control de la situación, sentí el cansancio de los años pasados como losas sobre los hombros. Qué mal había hecho las cosas, pensé. Siempre me había preocupado de tomar lo que quería cuando me apetecía, sin dejar que nada me sorprendiese. La vida había dejado de tener sentido para mí hacía mucho tiempo, asi que al fín me estaba dando la oportunidad de disfrutar de algo sin más pensamientos que él, sus manos cálidas, sus labios y sus músculos sobre mí.

Noté el colchón hundirse bajo mi espalda y el encaje deslizarse por mis hombros. Un rubor se extendió por mis mejillas, no pude evitarlo. Aunque una noche en el barco ya habíamos empezado lo que queríamos terminar, el hecho de que fuera Vincenzo quien me desnudaba bajo la luz del sol me hacía sentirme por primera vez expuesta a alguien. Hice un esfuerzo por no mirar sus ojos en busca de aprovación por su parte. Qué más daba si era bella a su parecer. Todo lo que tenía me lo había dado la inmortalidad. Solo me quedaba... lo que era en el interior... y era de ello de lo que él estaba enamorado. Suspiré y sonreí levemente. Me costó concentrarme para buscar una respuesta a sus palabras, porque hacía rato que Vincenzo se había posado en otra parte de mi cuerpo diferente a mis labios.

- Más quisiera. La verdad es que estoy completamente enamorada de ti y...- un gemido escapó entre mis labios mientras mi espalda se despegaba del satén. Vincenzo había atrapado uno de mis pezones entre sus labios-. deseo tanto que...

Mis palabras se entrecortaron en el aire. Quise darme la vuelta para deslizarme sobre Vincenzo como el resto de las veces... pero no quería quitarle el privilegio de poseerme, de ser él quien tomara las decisiones. Tomé su mentón y le hice alzarse hasta dejarle a mi alcance. Me impregné de su olor en el proceso. Acaricié sus brazos y su espalda y le saqué la camisa como pude. No niego que por un momento sentí el antojo de desgarrarla. Detrás de esa prenda se fueron el cinturón, y sus pantalones. Suspiré cuando noté su miembro entre las piernas, separado de su objetivo por unas pocas capas. Me tomé un tiempo para mirarle a los ojos y enredar un mechón de su pelo en uno de mis dedos. Sus pupilas estaban agrandadas incluso con la luz que entraba por la ventana, y el deseo que destilaban me embriagó. Ladeé la cabeza.

-Me gusta cómo te ves de día- sonreí levemente deslizándo un dedo por su rostro. Otro escalofrío.

Recordé cuál era la condición que me había impuesto la primera vez que aquello puedo ocurrir entre nosotros. Volví a besarle con intensidad, pero con un cariño impropio en mi. Me quedé cerca de su oreja. ¿Sería capaz? ¿Sería capaz de pronunciar lo que él deseaba oir? Dejé viajar mi mente al momento... a lo que ocurriría después y tanto deseaba. Y lo dije. La palabras escaparon de mis labios. Le susurré todo lo que quería hacer con él, lo que quería sentir. Le repetí que le amaba y tantas otras cosas que juré que no pronunciaría que ni yo misma las recuerdo. Su respiración sobre mi se hizo intensa. Su pulso aumentó. Tardó en reaccionar, pero cuando asimiló mis palabras no se hizo derrogar y me arrastró con él al abismo. Me aferré a Vincenzo como a un salvavidas. Nos agitamos en la cama, nos fundimos y hasta yo me convertí en fuego. No habíamos culminado nuestro encuentro y yo ya estaba tan excitada que no sabía si soportaría algo más. La experiencia de Vincenzo se hacía notar en cada gesto que decidía realizar. Sólo esperaba que llegado el momento, el haber mantenido mi honor intacto no le hiciera arrepentirse de lo que estábamos a punto de finalizar.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Vie Oct 21, 2011 1:01 pm

“Y aquello que parecía ser una pesadilla, pronto se convirtió en sueño,
llevando a ambos hasta los límites más insospechados
del placer mundano.”

Aquellas malditas palabras que el brujo llevaba tiempo queriendo oír, eran más de lo que él se pensaba, aquellas palabras susurradas desde los labios de aquella hermosa vampiresa seguida de gemidos, acariciaron su alma hasta lugares que nadie había conseguido llegar.


Vincenzo se sentía extraño, pero no por ello significaba algo malo. Su cuerpo se estremecía bajo la influencia de la calidez de sus labios. Sin más preámbulos consiguió deshacer a la mujer de su cárcel, la ropa de ambos yacía en el suelo mientras sus cuerpos bañados por la luz del sol hacían el resto. Aquel momento no podía razonar, simplemente quería poseerla, tanto tiempo había esperado éste momento hasta que al fin ocurriría. Vincenzo parecía moldear el cuerpo de la mujer, como si le hubiesen encargado la obra de arte más perfecta para el hombre. La euforia de aquellos minutos no le hacía perder detalle de cada suspiro, de cada gemido de cada caricia por parte de la mujer, que con tan solo un suspiro de placer le hacía volver al mundo en el que estaban. Ambos, se observaron por unos segundos y fue cuando sus miradas parecían entrelazarse, rozó sus labios con la mirada, antes de volver a sus ojos, y la besó una vez más para que sus labios no permaneciesen resecos. El joven escondió el rostro en el hueco del cuello de la mujer, para hacer de una vez por todas aquello que deseaban ambos. Tomó cuidadosamente su miembro, rozando la entrada a aquella cavidad que ya hacía amagos, cálida, húmeda, Sheira estaba preparada, sintió como ella aguantaba la respiración en aquel preciso instante, entonces fue cuando ocurrió.

Vincenzo se adentraba poco a poco en el interior de la mujer, suave, lenta, pero deseoso por poderla amar mil y una veces más. Tomó con su brazo izquierdo la pierna de la mujer, acariciándola, sintiéndola, cada vez más suya. Se aferró al cabecero de la cama, tomando aun así más impulso, conforme el cuerpo de la mujer respondía fielmente a sus embestidas. Vincenzo, pletórico, no dejó de repetir ni una sola vez en aquellos instantes cuánto la amaba.



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Promesa cumplida. Egipto. [Sheira] Empty Re: Promesa cumplida. Egipto. [Sheira]

Mensaje por Sheira Lyzbeth Vie Oct 28, 2011 11:49 am

Aunque deseaba haber continuado con las caricias de Vincenzo durante toda una vida, yo misma percibí una sensación casi instintiva que me hacía querer sentirle dentro de mi. No podía evitar sentirme asustada ante esa perspectiva, pero el sentimiento de que en aquel baile faltaba la música me hizo rendirme. Vi la decisión en sus ojos y el fuego en sus manos cuando llegó el momento. No tuve que preguntarle qué estaba haciendo cuando cesó sus besos y aguantó el aliento. Le acaricié el cabello cuando escondió la cara sobre mi hombro. Los segundos siguientes fueron los peores y los mejores de mi vida. ¿Cómo se sentiría? ¿Dolería? ¿Sería capaz? ¿Qué pensaría Vincenzo? Las preguntas se esfumaron cuando le noté entre mis piernas, y me quedé espectante. Comenzó a entrar y no pude evitar sentirme vulnerable y expuesta. Siseé mientras le notaba empujar.

-Despacio...- susurré mientras le acariciaba la espalda.

Vincenzo alzó por un momento la mirada, en cierto modo, parecía desconcertado. Maldije mentalmente al darme cuenta de que me había delatado yo sola. No creía que alguien con la experiencia normal de un vampiro en aquellos temas dijera semejante tontería. Le miré con timidez y esbocé una media sonrisa. No quise decir nada más. Fui yo misma la que empujé mis caderas hacia abajo, con cuidado, para invitarle a continuar. No sentí dolor, y me sentí más tranquila cuando lo único que escapó de mis labios fue un gemido suave. Ver a Vincenzo agarrado al cabecero de la cama, con una de mis piernas sobre su hombro y moviendo sus caderas con suavidad fue la cosa más erótica que había visto en mi vida. Parecía un dios, un ser de otro mundo. Sus ojos, verdes, se clavaron en mi. Me estremecí bajo él y le acaricíe los brazos. No podía creer que le tuviera y que me quisiera. Cuando las embestidas se volvieron más fuertes y los jadeos de ambos envolvieron la habitación, el mundo desapareció. La piel de Vincenzo brillaba sudorosa bajo la luz del sol y yo no podía apartar esa imagen de mi mente. Sus manos, grandes, se apoyaron a ambos lados de mi cabeza, y me besó. Me besó ahogando mi primer grito. El torrente de placer me emborrachó. Por un segundo, tuve que cerrar los ojos ante las contracciones que me hacían retorcerme. Le pedí que siguiera. Me parecía bochornoso emitir aquellos sonidos tan sugerentes, y sin embargo, allí estaba pidiéndole más.

-Sigue Vincenzo... -no sabía si estaba delirando.

Mis colmillos se habían alargado ante la intensidad de todo aquello. Notaba el pulso de Vincenzo entre las piernas cada vez que volvía a entrar. Oía la sangre correr por sus venas, marcadas en los músculos de los brazos. No pude evitar querer morderle, pero no tenía sed. Volví a sisear cuando las embestidas de Vincenzo se hicieron más intensas, y olí su excitación. No perdí detalle de su rostro en ningún momento de los que compartimos allí.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Sáb Nov 05, 2011 8:19 am

Los sueños te permiten llegar muy lejos
Pero estate atento, pues a veces
Las cosas no son como parecen
Y te pueden llevar muy lejos
Tanto como el mar te permita.
Recuerda: Lo que pertenece al mar, el mar se lo lleva.

“Pandora”


Sus cuerpos ya sincronizados bailaban al unísono en aquella excitante danza la más envidiada de todas, pues no solo se ponía en juego la virtud de una vampiresa, sino el amor y el brillo de su piel bajo la luz del sol. Ella era la obra de arte viviente más hermosa de todas.
Aquellas palabras con tono suplicante hicieron que el brujo esbozase una sonrisa, dejando a un lado todo aquel esfuerzo físico que estaba haciendo. Pero lo que si le hizo que su piel se erizase fueron los gemidos que le provocaba a la mujer. Por mucho que sus labios se negasen a decir lo que sentía, su cuerpo así se lo demostraba. Estaba hecha para él, su cuerpo esbelto se amoldaba a la perfección al suyo, dejando entre ellos un simple halo de enigmática perfección. Vincenzo seguía balanceando su cuerpo al ritmo que su respiración le permitía, poco a poco comenzó a embestir mas ferozmente, se sentía como si su ser se hubiese convertido en una bestia, y en aquel momento irónico encontró su similitud con Sheira. Ella debía de sentir aquello en cuanto bebía la sangre de los humanos, por ello era una sustitución perfecta al sexo, además de una fuerte fuerza de voluntad al haberse negado en todos estos siglos a sentir aquel placer tan mundano.

Vincenzo, era abrazado por las piernas de la mujer cuya alma le pertenecía ahora a si mismo. Por fin pudo despegar la mirada de aquella almohada, para erguirse y observar a aquella mujer que yacía en su lecho, cosa que hizo que su libido aumentase más aun si cabía, volvió a su oído y sintió la realidad chocar contra su pecho mientras aquellas palabras eran pronunciadas.
-
Muérdeme…
Dijo el mero humano que tras girar su cuerpo ya se encontraba bajo el arropo de la mujer. Quería verla de lo que era capaz, tal como también era aquella postura tan sugerente mientras él, allí expectante podía disfrutar del contoneo de aquel cuerpo desnudo, su musa, su adorada y fiel sirena.
Su cuerpo, sin apenas explicación recibió una especie de descarga que dejó a un lado por el mero hecho de que no había cambiado nada allí recientemente. Vincenzo acarició el lugar donde sus piernas se juntaban con su torso, las ingles de la mujer pues a veces en otras ocasiones ya conocidas las mujeres se dolían de aquella zona por permanecer en dicha postura anterior. Alargó el brazo, y en lo que pareció un suspiro besó los labios de la mujer atrayéndola hacia sí.


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Mensaje por Sheira Lyzbeth Dom Nov 13, 2011 11:46 am

Dejé que me besara y que me acariciara los doloridos muslos. Dejé que me cuidara y se preocupara por mi, y lo hice porque le quería. Esa era la única cosa que me apaciguaba hasta el punto de permitirme descansar y dejar de preocuparme, de estar alerta. Descendí por la mandíbula del joven mientras le apartaba los húmedos rizos del cuello, despejando aquella zona tan sugerente. Las manos de Vincenzo dejaron de pasearse por mi espalda, espectantes. Sonreí y me incorporé para mirarle a los ojos. No pude evitar recordar el desastre de la última vez que le había mordido allí en París... obviamente la situación no era la misma. Yo estaba sedienta y herida y ahora tenía todo el control de la situación, pero aun así quise asegurarme de que él quería hacerlo. Sentí el frío en los pechos al perder contacto con el torso de Vincenzo, y sonreí más por aquel detalle tan absurdo. Me gustaba cómo me hacía sentir su calor.

-¿De verdad quieres que lo haga?- susurré mordiéndome el labio.

Desde luego, se me hacía la boca agua sólo de pensarlo, pero era algo que no iba a exponderle abiertamente. Aunque no aparté la vista de él, ambos oimos el ruido de la puerta de la terraza abrirse de par en par por una corriente de aire repentina, y mi melena ondeó con él dándome un aspecto un tanto salvaje. Sentí ganas de reir por la cara de Vincenzo. Desde luego, él me hacía sentir más bella si cabe a pesar del mero hecho de ser una vampira. Pasé mi pierna izquierda por encima de Vincenzo y me levanté para cerrar la puerta, sintiendo que la mirada de Vincenzo me quemaba. Sonreí de nuevo para mis adentros mientras regresaba a la cama y volvía a deslizarme sobre él. Le hice un gesto con la cabeza como para darle pie a responderme, pero entonces arrugó el entrecejo y le tapé la boca, dejándome adivinar qué iba a decir.

-De acuerdo, de acuerdo. Nada de preocuparme por ti, nada de tomar decisiones en tu lugar- vi cómo esbozaba una leve sonrisa y no pude evitar derretirme por su sensualidad.

Volví a besar sus labios y resbalé sobre su torso hasta que noté su miembro entre las piernas y un suave gruñido en su pecho. Besé su cuello, que el joven me exponía como si fuera una ofrenda, pero yo tenía otros planes. Mis colmillos se clavaron sobre su pecho dejándole una marca de media luna. Observé como la sangre descendía por sus costillas y sus abdominales. Sisee de pura excitación mientras veía el brillo escarlata escaparse por su piel. Mientras comenzaba a lamer aquel elixir bajé las caderas y el placer volvió a invadirnos. Aunque sabía del placer que sentían los humanos al ser mordidos, nunca pensé que tener sexo a la vez pudiera intensificar tanto aquel acto. Vincenzo gemía y se retorcía bajo mi cuerpo a cada penetración y succión que hacía. Sus manos se habían aferrado a mi cintura como a un seguro de vida, y su sangre me estaba embotando la mente. No podía dejar de darle placer, y la situación tenía un matiz instintivo que la hacía más erótica para ambos. Cuando llegó al orgasmo, arqueó la espalda bajo mi peso y sellé su herida, su frente estaba perlada de sudor y su respiración era agitada y fuerte.

Me dejé caer a su lado para recuperar también mi estabilidad. Vincenzo miraba al techo con la boca entre abierta, y el sol hacía relucir sus pupilas. Me pareció que todo él brillaba, y eso le confería un aspecto más bello aun. Me tumbé boca abajo intentando apaciguar mi excitación. Cuando me llevé la mano entre las piernas no pude evitar sisear. Desde luego, no había sido como había imaginado. Aquello no se borraría nunca de mi mente. Nunca. Cerré los ojos levemente hasta que me aseguré de que podía decir cosas coherentes... y entonces me llegó el olor de Vincenzo. Le había marcado como mio, no cabía duda. Su piel olía a mi, sus labios sabían a mi... la media luna de su pecho, aun sin desaparecer, marcaban el territorio de una vampira enamorada. Pero él no tenía por qué saberlo. Sonreí de nuevo y enterré la cara en las almohadas, feliz. Mi tintineante carcajada, amortiguada por la tela, resonó en la habitación, haciéndome sentir una extraña.


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Mensaje por Vincenzo Danislăv Dom Nov 20, 2011 9:44 am

Spoiler:

Las cosas sucedían sin ninguna explicación más allá del mero hecho de haber entregado el amor junto con el cuerpo de una vampiresa a mis brazos. No sentía ni padecía, en aquellos instantes había deseado que hubiese vuelto la antigua Sheira, aquella con su pulcra máscara de hostilidad y hubiese dado una vuelta a todo aquello que estaba sucediendo en aquella habitación.
Mi mundo sentía como se estaba apagando, me sentía con menos fuerzas que un mero captor. Pero no por ello dejaba de sentirme feliz. Aquella palabra que hacía mucho que no sentía, salvo aquella noche en el puerto mientras me burlaba e incitaba a una vampiresa sin apenas ser conocedor de ello. Las cosas irremediablemente pasaban, y yo, no podía hacer nada al respecto.
La risa tintineante de mi prometida acusaba a aquel silencio que perpetraba en aquella situación, después de todo no había pensado en cuanto ruido habríamos hecho o no.
Mi cuerpo, aún temblando por todo aquel placer tan extraño que había acaparado tanto mi cuerpo como mi alma había sido extenuante, abrumador, pero no por ello dejaba de ser deseable por cada poro de mi piel.

Me levanté de la cama, esperando a que mis fuertes piernas hicieran caso a mis órdenes, pues estaba extenuado por todo, aun no me creía nada de lo ocurrido y tampoco esperaba en ese momento el ofrecimiento de su cuerpo. ¿Pero para qué negarse a algo que llevabas tiempo deseando? Fácil, me sentía un poco culpable por haber ultrajado a aquella mujer, que en un futuro próximo se entregaría a mi en matrimonio, en una simple capilla aunque fuese, pero si había guardado su virginidad para mí, pudiendo habérsela regalado a cualquier hombre… debería de haberla respetado hasta el día del enlace.

Las puertas del ventanal se abrieron de nuevo, pero no me negué a que ocurriese. Cerré por unos instantes los ojos dejándome inhalar aquel aroma exterior, mientras las cortinas acariciaban mi cuerpo como las hembras que acudían en antaño a mi cama. Sostuve entonces el olor que había quedado en aquella habitación, fruto de la primera escena de amor y sexo de una muchacha, mi prometida.

Mi cuerpo, aun rezagado se sentó en silencio en una silla dispuesta cerca de aquel lugar, y por el cual le di la vuelta para ver el fruto de aquel placer. El único fruto que mis manos podrían acariciar suavemente una y otra vez hasta que la propia vida se agotase, sin vástagos, ni problemas que conllevase aquello. Pero en el fondo ese era el único detalle que a mi me dolía, el saber que jamás habrá algo que trascienda de nosotros, un hijo.
Me quedé observando a Sheira recostada en la cama, con aquellas sábanas envolviéndola tal y como lo harían mis brazos. La observé levantarse, pero ni media mirada dirigí hacia ella, no por nada, sino por el mero hecho de que mi mente volaba lejos de aquel mundano lugar. Delineando con la mirada aquella silueta que su cuerpo había dejado en el lugar del acto. Ella, mientras se fue al baño, disfrutando de un relajante baño y así disfrutar de una media soledad para pensar en si había obrado o no bien en haberse entregado a mi.


Mi piel erizada me hizo sentirme extraño, como si aquel lugar se hubiese vuelto frío de repente. Eché la cabeza hacia atrás sentado en aquella silla, de mis labios, mi aliento cálido podía observarse debido al cambio de temperatura. Entonces, sentí un cálido beso, un beso que jamás había sentido, dotado de la más pura magia, y así pude sentirlo. Me exalté, pero mi cuerpo no reaccionaba a estímulos bruscos, sino a todo aquello que hacía con lentitud y pausa. Cuando mi cabeza viró hacia la derecha, mis ojos toparon con una figura, se trataba de la mujer más hermosa de todas, por aquella que me hablaba y sentía aquella magia repentina, haciéndome estremecer de golpe: Pandora.
Sin mediar palabra se sentó sobre mi cuerpo desnudo, haciendo encajar mi miembro entre sus muslos. Habría jurado que JAMÁS había sentido nada así. Y si, hablo de sentir, porque aquella ilusión era real, tanto como la vida misma. Mi frente se paró en su espalda, y mis manos no pudieron hacer otra cosa que aferrar su cabello y así arquear el cuerpo de la mujer hacia atrás. Ella sonreía, me provocaba sin apenas rozar una palabra de sus labios, pero no la sentía igual… que… Sheira. Cuando su trasero rebotó por última vez, sentí dolor, mucho dolor, nada parecido al placer sino algo más parecido a cien puñales atravesando mi cuerpo.
La mujer desapareció de mi lado y al voltear la mirada hacia la derecha nuevamente allí estaba de nuevo, pero en esa ocasión mis ojos parecían salirse de sus órbitas. La mujer, acariciaba su vientre abultado dejándome entrever que aquel fruto en su vientre me pertenecía al igual que ella. Se acercó y me susurró al oído con aquella voz que me acariciaba entre sueños.


- Elige… Ella o… nosotros.

“Llueve… abre los ojos…” mi conciencia había logrado atraerme de nuevo al mundo. Mi alma regresó entonces a mi cuerpo. Mis labios de color enfermo se debatían por poder tomar aire en los pulmones. Me había quedado demasiado tiempo en aquel estado febril sin aliento alguno. Aquello era de locos, pues nadie se encontraba allí, salvo mi cuerpo aún desnudo sentado en la silla. Aun oía como Sheira se acicalaba, pero mi ser luchaba por calmar la respiración que poco a poco se apaciguaba, sin dejar de mirar hacia la puerta del baño.



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Mensaje por Sheira Lyzbeth Dom Nov 27, 2011 4:47 pm

Enfoqué la vista en el espejo, y vi una mueca en mi rostro. Estaba sonriendo, y aun no sabía por qué. En mi cuerpo se había instalado una especie de felicidad descontrolada y entumecimiento leve que me hacía sentir como si estuviera pisando algodones. Retomé el ritmo al que estaba desenredándome el cabello y deslicé los dedos por los mechones para alisarlos, pero era inútil. Poco a poco, volvían a ondularse y a desparramarse sobre mi rostro. Miré a mi alrededor. Había olvidado coger ropa para cambiarme. Con un suspiro abrí la puerta del baño y salí con cierta discreción. Vincenzo se encontraba de espaldas a mi, mirando al exterior. Los músculos de su espalda estaban en tensión a pesar de estar sentado. Me mordí el labio inferior preguntándome si debía interrumpir sus pensamientos con preguntas absurdas. No pude evitar pensar que aquel estado de ensimismamiento se debía a mí, y me sentía un poco desconcertada, puesto que no se me había escapado el hecho de que no había pronunciado palabra desde que habíamos... hecho el amor.

Me llevé la mano al pecho, sintiendo un repentino dolor. Bajé la mirada y me dirigí en silencio al armario. Tomé lo que necesitaba y regresé al baño, expulsando todo el aire de golpe al cerrar la puerta a mi espaldas. Me miré al espejo de nuevo, y no vi nada diferente en mí. Quizás ese era el problema. Quizás Vincenzo ya no veía nada especial en lo que pudiera pasar entre nosotros. Quizás le había decepcionado o había hecho algo que no el había gustado sin darme cuenta. Intenté dejar de preocuparme y espantar mis temores. Me vestí con parsimonia y me dije a mi misma que empezaba a exagerar, como en todo lo relacionado al hombre al que amaba. Íbamos a casarnos, íbamos a vivir juntos, íbamos a tener una... volví a llevarme la mano al corazón, y luego al vientre, con anhelo. Seríamos una familia, me corregí.

Mi vestido rojo ondeó en el aire cuando salí de nuevo. Avancé hasta quedarme a apenas dos metros de donde se hallaba la silla de Vincenzo. Dudé, pero terminé acercándome y apoyé una mano sobre su piel, cálida. Deslicé las yemas de los dedos hasta su cuello, y le noté estremecerse. Me relajé un tanto y besé su mejilla con suavidad, apoyando finalmente la barbilla en su hombro y mirando al exterior, como él. El jardín resplandecía a pesar de la leve lluvia que había comenzado a caer. La emoción volvió a hacer su aparición, como una descarga eléctrica. Rodeé la silla y tiré de la mano de Vincenzo para que se levantara. Me enredé en sus brazos y apoyé la cabeza en su pecho. Un pequeño arcoiris había comenzado a aparecer en el cielo, y le ahorré el disgusto de verme llorar, aunque fuera de felicidad. El sol... el sol se iba deslizando ante mis ojos por última vez. Quise inmortalizar la sensación de su luz rozándome la piel, y lamiendo la lluvia hasta convertirla en colores.

- Vincenzo... has hecho que hoy sea el mejor día de mi vida- toqueteé inconscientemente el colgante que él me había regalado-. No sé qué puedo hacer para... hacerte tan feliz como tú me has hecho a mí.

Me separé de él y sonreí levemente, ruborizándome. Aún seguía desnudo, y sin ningún pudor aparente. Era comprensible, pero yo aún no estaba acostumbrada a verle así, y el calor de la excitación se me subió hasta la garganta. Observé su rostro y sonreí con dulzura.

-Es la hora de comer... podríamos bajar y luego dar un paseo. Me gustaría... aprovechar tu regalo, si te encuentras bien claro- me apresuré a añadir, e incliné la cabeza a modo de pregunta mientras le tomaba una mano y la estrechaba entre las mias.




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