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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ashanti Pattakie Miér Ago 24, 2011 10:33 pm

Plegarias de inocencia.


El cuervo se acicala el pecho, su mirada es tan maldita que envenena el silencio de una soledad sin marchitarse. Los poetas hablan de melancolía, los libros sobre el terror, la fe se especializa en la esperanza y los mortales sólo obedecen una ley. El silbido del viento canta en noches como esta, donde la muerte acecha en cada puerta y nadie nunca lo sospecha. ¿Quién es el depredador? ¿Cuál es la presa? Confusiones que vienen, van y con el demonio se revuelcan. El cementerio se erige frente a su silueta, es tierra santa donde los malditos no deben entrar porque han sido desterrados de ese mundo, porque han sido rechazados, escupidos y condenados… Lento, al compás del vals de los segunderos en un reloj, el rechinar del metal irrumpe con su estridente chillido la quietud del lugar. A su lado una hoja se desprende del árbol que ha muerto en pie, observando los acontecimientos a través del tiempo, siendo testigo de los crímenes y maravillas de la vida… puede escuchar el grito ahogado de su hija al tocar el suelo, entre sollozos le reclama por no haberla sostenido en su lecho un poco más. Todo se termina, nada dura para siempre, ni siquiera la mentira llamada eternidad. Mata la dosis extra de su respirar imaginario cuando aplasta con su tacón el dorso del pétalo roto. El aullido de un perro eriza los bellos de su piel, aún recuerda la última vez en que… Empuja la puerta con su desnuda mano, el anillo de una dinastía perdida descansa en su dedo anular y se desvanece tras la seda de su atavío verdoso…

El sendero resguardado por las frías piedras de los sepulcros, marca su camino hacia ningún lugar, los fantasmas se ciñen en su espalda atacando todos sus pecados cometidos; es uno de ellos, un monstruo que sobrevive del dolor de los demás, de la sangre ajena. ¿Acaso los sacrificios nunca terminarán? Mientras seres tan divinamente infernales como ella están poblando la tierra, el derrame de sangre, la montaña de cadáveres, nunca se disipará. Carcajadas infantiles se encierran en el eco de la nada, despeinando sus cabellos, una caricia se instala en el arco de su cuello y entonces el recuerdo la golpea con su gélido tacto. – Rex – Pronuncia su nombre, acto reflejo su mano se eleva hasta el sitio donde pende la medalla de una memoria que nunca conoció. Baja la mirada hasta la insignia, muerde su labio y gime. ¿Qué pasará el día que la encuentre? Es una hija malagradecida. – Odias París, nunca vendrás a buscarme, porque venir acá es enfrentarte a ella – Sentencia con seguridad emprendiendo su camino más allá de los mausoleos que impiden su paso, nadie detendrá su camino porque es superior a cualquier muerto en ese cementerio. Es el escupitajo del tártaro y la amante del Hades. Demencia total, ¿quién en su sano juicio se adentraría a las fauces del león? Una ninfa llora sobre las letras amargas de una lápida, el nombre es casi imperceptible, pero su dolor… ¡Oh, su dolor!

La rosa blanca despide su aroma y embriaga los sentidos de Eisheth, pero no es el perfume de una flor lo que ha percibido desde el otro lado del camposanto; una gota carmín emana de la yema de un dedo, las espinas de amor que edificó en aquella rosa han herido su piel, abriéndole el paso al alimento de la condena eterna. ¡Es una niña! Su vestido blanco ocupa la mitad del sepulcro, sus lágrimas caen y nutren la tierra de tristeza, pide ayuda a su ángel. Plegarias de inocencia. Como ángel piadoso la morena aparece tras su espalda. Esa belleza que posee, encandila a la pequeña quien corre a sus brazos para hundir su rostro en ese vientre marmóreo. Los sentimientos, las emociones, todo aquello que acarreó en su humanidad, se supone no debe sentirlo ahora en su muerte, pero… decir que un vampiro no es más que un despojo de la vida, es un error. De vez en cuando la nostalgia suele golpearlos más fuerte que un licántropo, incluso los desmorona… quizá Eisheth no tenga nada que lamentar de su pasado, tal vez su melancolía no sea tan exhausta como la de los demás, pero aún puede regordearse y decir que sintió ¿lastima? por esa niña. – ¿Mamá? – Esa palabra quebrantó su mascara de indiferencia, la chiquilla le lloraba a su madre ¿y Eisheth? Aunque Rex, su creador y padre dijera lo mucho que se parecía a ella, siempre es una incertidumbre el “si ella estuviera aquí” Se arrodilla frente a la niña que es bañada con agua de sus ojos – Pronto estarás con ella – Alcanza su cuello y clava allí sus caninos, succiona tan rápido como puede, los golpes de la humano no le duelen, sus débiles pataletas, sus suplicas… todo lo que ese mortal despide, desde su respiración, hasta los latidos de su corazón, perece…


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Mensaje por Draegan Sturm Mar Ago 30, 2011 1:16 am

Destino Oscuro


Las estrellas se extendían sobre él como una reluciente manta, escarchando la tierra, el mausoleo y las inscripciones en cada una de las lápidas erigidas en memoria de quienes no habían escapado de las garras del descanso eterno; en un patrón perpetuo. La penumbra devora la luminiscencia de las hijas de la Luna, sombras danzarinas que envenenan la tierra y las hojas que el viento ondea. El depredador se mueve con sigilo y cierto regocijo, perturbando a los muertos, atrayendo a los vivos. Los murciélagos abandonan su escondite para capturar a la noche entre sus alas, reclamando su reino junto a los habitantes siniestros, un icono fidedigno de la creencia de vampiros; nada más lejos de la realidad que se escondía entre los callejones parisinos. Criaturas nocturnas trazaban su camino a través del cielo, aspirando el hedor de sus presas, de la noche fresca. Draegan contempló el cielo nocturno. El vacío de su alma se reflejaba en su dura mirada. Su hambre había sido despachada camino al Cementerio, el sabor virginal de la sangre escocía en su lengua, el vano placer obtenido en el cuerpo de la hembra solo había servido para recordarle a ella. ¿Ese era el motivo que le había conducido hasta las puertas chirriantes del cementerio? No iba a encontrar nada. Solstice había desaparecido de su vida para siempre y no importaba que hubiesen pasado cien años desde que su encarcelamiento había terminado, el vacío en que su partida le había sumido, esa oscuridad que amenazaba con volverlo loco era cien veces mas letal. Draegan jamás se había molestado en apaciguarla, sus padres – jah, un tan merecido título - habían trasformado a un niño en una bestia. No. No había forma de que retrocediera. Sobrevivir a la muerte de ella, a la de un hijo que jamás había conocido era suficiente como para arrastrarlo a las puertas del infierno. Noche tras noche el demonio se hacía mas poderoso. Oscuro, letal, diabólico. ¿Quedaba alguno de su línea de sangre? Una pregunta que hacía eco en las profundidades de sus pensamientos. A estas alturas lo habría descubierto. Draegan había buscado a Solstice, incluso cuando el sol afectaba a sus ojos y su piel, - un efecto secundario por todos esos años encerrado - , sin descanso... sin éxito. Solstice había desaparecido sin dejar rastro. Incluso después de ser transformado, cuando la sed lo había liderado, su búsqueda había continuado. Iba a encontrarla y transformarla en su compañera. Le ofrecería la inmortalidad, una eternidad a su lado, una recompensa por haber nacido como un hijo bastardo.

Su mirada descendió sobre una de las lápidas. ¿Dónde yacía ella? El dolor era su ira, la injusticia el odio que le consumía. Aborrecía a la mujer que le había dado a luz, a su maldita ineptitud de mantener las piernas cerradas. Una puta. ¿Qué sino había sido la Sra. Sturm? Las súplicas, sus berridos y las lágrimas sinsentido se escuchaban a lo lejos. Sí. Había disfrutado su venganza. Los dientes blancos del depredador destellaron como las estrellas desde sus constelaciones. El viento sopló con fuerza, haciéndole consciente de la cercanía de uno de su especie. No hacía falta más que esa inhalación para saber que se trataba de una hembra. Draegan alejó sus pensamientos. Se unió a las sombras. El Oscuro. Un nombre que le había sido atribuido, un nombre al que le hacía justicia. Los largos mechones de seda cayendo sobre sus hombros capturaron su atención. Después de tantos siglos buscándole a ella, no podía evitar buscar en otras su apariencia. Draegan era consciente de que ninguna le sentiría y desearía con la misma intensidad, pero eso jamás lo había detenido. Esperó y le saboreó. Su mirada se posó sobre ella con posesión, con deliberada morbosidad, capturando sus caderas, sus moldeadas piernas. Sí. Podía imaginar que era su Solstice. La misma estatura, la misma complexión. Las palabras que le dedicó a su presa hicieron que sus labios se torcieran en una mueca.– ¿Una dura batalla, chérie? Su voz estaba repleta de burla. No había duda de que se refería a la infante que sostenía entre sus brazos, la presa que poco podía hacer para huir de las garras de un ser tan imperioso como ella o él. Quería ver el fuego quemando sus orbes cuando rompiera el encanto, cuando su cuerpo girara y le abofeteara en el rostro que su mente creaba la ilusión de la mujer que deseaba encontrar bajo las vetas de luz plateada que la envolvían como un halo. Una emoción tan intensa como el odio debía ser golpeada con la misma y avasallante fuerza...


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Mensaje por Ashanti Pattakie Jue Sep 01, 2011 9:44 pm

Ninfa de humo negro.


El sabor de su sangre hizo callar el grito desesperante de la sed tras las fauces del demonio. La luna intentó destellar sobre su mejilla pero la mujer frívolamente se lo impidió dejando caer su cabello de ébano en su rostro, ocultando la cara del asesino. Ahora el cuerpo descansaba tímidamente en el suelo tratando de encontrar su destino en la vida que continuaba pese a la desaparición de su alma, ¿Qué otro final le esperaba? Sólo ser la comida de los gusanos de la tierra, alimentar el silbido del aire con su pestilencia. Eisheth limpia los restos de la sangre con el dorso de su mano, la fina tela de su atavío se ve teñida de carmesí, cualquiera podría jurar que es una mancha más en medio de las sombras de ese encaje dorado, pero nada es más cruel que la bendita realidad. Su concentración y esa lastimera herida de la nostalgia, es irrumpida por la voz varonil de un espectro que desde lejos le acompaña. Fija su vista en la nada, la siente la mirada de su igual clavada en su espalda como estacas. Traga la saliva quedada en su boca con ese sutil veneno que acabó por sorber de un inocente ¿Cuántas vidas más tendría que sacrificar para su propio beneficio? ¿Alguna vez le habían interesado los nombres de sus víctimas? No por el simple hecho de ser un desconocido de paso… Eso precisamente era el sujeto en medio de las tinieblas. Para cualquiera que osara en dirigirse hasta ella, celebraría su triunfo en el Tártaro, danzando con el hades y derrochando agonía sin fin.

Como el susurro de una ninfa mortuoria, la vampiresa se escabulle en la penumbra. Sus movimientos son ligeros y sus pies apenas si logran rosar el césped que ha sido bañado con el rocío de la madrugada. Se sume en una carcajada en un íntimo cántico de sirenas, el eco de su eternidad le ha dado la experiencia suficiente como para saber que es lo que a ellos les incita. La incertidumbre de su encuentro se rompe con el contacto de sus manos sobre el cuello ajeno. No, no ha visto el color de su rostro porque la infeliz lo ha tomado por la espalda, sus labios se aproximan peligrosamente a su lóbulo, es el vaho despedido desde su boca lo que choca contra la piel marmórea, la primera es un aviso, la segunda una advertencia y la tercera… Gusta de jugar con las sensaciones de los otros, porque sabe que aún después de la muerte los corazones continúan latiendo. – La verdadera batalla se libra en la existencia, Mon Amour – Pronuncia en un susurro las palabras prohibidas, esas que tantas veces Rex le dedicó; la yema de sus dedos acaricia la yugular del extraño, hace un zig-zag, sus labios se curvean en una fatídica sonrisa… Dos monstruos que se declaran frases afectuosas, en medio de un camposanto a mitad de la noche, ¿Cuáles son sus intenciones?

Camina hacia delante moviendo sus caderas con seducción, los mechones de su cabello danzan en un vals sin final con el augurio de la muerte en el silbido del viento. Las alimañas tienen miedo de su presencia, se esconden entre las cavidades de las criptas ya rotas. Esa fría capa que pende por la parte detrás de su vestido arrastra las hojas muertas del suelo. Ahora Selene está feliz, pues pudo jactarse de haber tocado sus finos labios con uno de sus rayos. La vampiresa se gira con delicada facilidad sobre sus talones. Un mechón de cabello oculta la mitad de su rostro, pero estando frente a frente… lo coloca tras su oreja con su mano, deja al descubierto el medallón de Solstice, sonríe con una ceja en lo alto esperando que su invitación a lo profano sea aceptada por el extraño. “Sin nombres” se repite a si misma. Lo más fácil de matar a una persona que no conoces, es precisamente por eso… así no te preocupan los demás, personas involucradas con la víctima, esos que llorarán su partida y se preguntarán día con día ¿Por qué? Incluso culparán a su “Dios”, la realidad es que fue el demonio quien se los arrebató, una cruel bestia llamada Eisheth Zenunim Vorhis.


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Mensaje por Draegan Sturm Dom Oct 09, 2011 7:39 pm

Pasado Oscuro

La sonrisa descomunal de un depredador al acecho desentonaba con la tranquilidad en que se sumía el Cementerio. La tierra misma se agitaba ante su imponente presencia. Los gruñidos que colisionaban en su pecho formaban parte de un enjambre repleto de notas hipnóticas que esperaban el momento perfecto para estallar y sumir en letargos a cualquier criatura que vagara bajo la vigilia y avaricia de la Luna. Falsos espectadores del vals clandestino que una ninfa interpretaba con gráciles y sensuales movimientos, alimentando la demencia en sus miradas posesivas, solidificando fantasías que harían gemir al cielo con sus profundos ecos. Los orbes de Draegan parecían taladrar un mismo punto, pero su capacidad para devorar y captar una imagen de todo lo que le rodeaba y parecía interesarle, iba por encima de la comprensión para mortales e inmortales. La noche le susurraba cada paso de la desconocida que su mente automáticamente reconocía. Solstice. No le sorprendía su asociación. Así era como había estado sobreviviendo a la locura que aguardaba en una esquina de su mente, una sombra que se movía con sigilo, devorando lenta, muy lentamente los espacios donde la cordura clavaba un estandarte que comenzaba a desmoronarse. El Oscuro sabía que esa batalla estaba perdida, su ancla había sido levantada y no importaba cuántas mujeres encontrara, ninguna sería ella. Su salvadora le había encontrado en las peores condiciones, Draegan nunca olvidaría cada detalle de su pasado. Las costillas marcándose en su cuerpo por la falta de alimento, la luz de una maldita vela perforando sus ojos, sus labios amoratados y agrietados por el frío, su cuerpo desnudo a la vista de los sirvientes que se veían obligados a deslizar un plato de sopa en su celda. ¿Cómo podía una mujer verlo con amor cuando era tratado como una bolsa de estiércol? Algunas veces Draegan juraba odiarla por haber aparecido cuando la oscuridad le reclamaba, pero esas noches cuando se jugaba su vida abriendo su celda, eran un bálsamo para su alma. Incluso ahora su confort lo golpeaba. ¡MALDITA SEA! ¿Cómo podía cualquier mujer pisotear la memoria de ella?

La voz de Solstice, tan real como nunca antes, parecía burlarse. Dejó que el sonido hiciera grietas en su mente, despedazando los trozos de un inútil rompecabezas. Cada palabra era una estaca que se clavaba en su órgano inservible, inyectando adrenalina y salvajismo. ¿La había encontrado en el lugar menos inesperado? ¿Después de tanto tiempo? ¿Había cedido a la locura finalmente? Si así era, ¿por qué no había cedido desde hacía mucho tiempo para estar con ella? Dejó que su aliento, real o irreal, - ¿a quién demonios le importaba? - se instalara en sus pulmones. ¿Por qué actuaba como si no le reconociera? Después de todo el cuerpo flácido formaba parte del fantasma de su oscuro pasado, sería difícil para Solstice reconocerlo. ¿Estaba decepcionado? Todo ese tiempo buscándola y encontrarla para... Su mirada cayó sobre la medalla que colgaba en su cuello. Enseguida la reconoció. No existían detalles que le pasaran por alto y mucho menos la imagen de ella diciéndole adiós. No había necesitado preguntarle qué significaba, el silencio que se había extendido entre ellos había sido suficiente para saber que la había perdido, que ese obsequio tan impresionante solo podía venir del hombre que le arrebataba a ella y su hijo. Su hijo. – La guerra. Dos simples palabras que englobaban lo que su vida pasada, presente y futura representaba. Era una guerra para la que se había preparado mientras el tiempo pasaba y juraba venganza. - Definir la existencia como una lucha es inverosímil, chérie. La tocó. Necesitaba hacerlo. Su mano se deslizó a través de sus sedosos cabellos, ¿cuántas veces su suavidad le había servido de manta en las noches largas? – Una utopía. Su mano se encerró en un puño, su furia avasalladora se volvía difícil de contener. ¿Por qué no le recordaba? Aflojó su agarre, dejando que los mechones sedujeran a las corrientes de aire que los envolvían.– Una lucha no alienta, pero alistarse para la guerra... Detuvo sus palabras deliberadamente, aquél que sabía escuchar, podría encontrar la verdad; en un rápido movimiento su mano arrancó el medallón que portaba, como si de esa forma el pasado regresara, ¿o se ignorara?


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Mensaje por Ashanti Pattakie Lun Oct 10, 2011 7:56 pm

Reverberaciones del infierno


El influjo inmortal de la luna, las caricias impolutas del viento y esos cánticos de muerte en los susurros fantasmagóricos del silencio; tétricas mirada que se escabullen entre las frágiles hojas secas en los árboles, y su sonrisa a medio labio representando la arrogancia con la cual se escribe su nombre. No todo esta perdido, aunque no sea uno más entre los vivos, reconoce que la humanidad de su piel aún no se ha desvanecido. Baja la mirada como quien huye de alguien a quien se enfrenta en la vergüenza ola pena, captura con su mano una viuda negra que bajaba de su telaraña en la búsqueda de su próxima víctima ¿Qué tanto se parecía a ese arácnido? ¿Qué les diferenciaba? Suspira al encontrar los colmillos de sus fauces en su piel, el veneno corre por sus venas y apenas logra sentir el adormecimiento de sus músculos; efímeros espasmos. El cementerio se galardona con la presencia de la inmortalidad y la belleza de la eternidad, sus palabras, su profunda sabiduría inspirada en los años que aún le quedan por vivir; resonante su voz se filtra por sus cabellos para introducirse como dagas en los oídos de Eisheth, ¿Quién es él y por qué se presume tanto?

Las felinas pupilas de una dama envuelta en el manto de una noche perecedera, se clavan fijamente en los orbes férreos de su acompañante ¿Acompañante? Sólo la luna que ha sido testigo de todas sus derrotas y victorias, porque no sólo es el sinónimo del poder o la gloria, también ha tenido suficiente como para entrometerse en la definición de la lucha constante contra la nostalgia, la monotonía, el tedio… ¿En medio del frío se puede sentir un poco de calor? Sentirlo tan cerca, poder apreciar su aliento con sumo detalle, aspirar ese veneno que embriaga a las cortesanas en medio de una inconfundible danza de seductora muerte, colmarse las entrañas con… Sus labios se abren delicadamente, intentan murmurar palabras que desconoce. La mano derecha de la morena se desliza sobre lo largo y tosco de la mejilla ajena, fue un contacto que devoró por completo la indiferencia que sentía. Sí, había algo en él que la llamaba, quizá en sus sueños de mortal pudo soñarlo o tal vez sólo es un mito del que escuchó hablar a aquel anciano. Se pierde en una fantasía añeja, olvidada… No lo pudo predecir y en el momento en que estuvo a punto de robarle un beso, la medalla de su madre le es arrebatada. Por acto reflejo esa tonta mano que había rosado la piel del vampiro, se va hasta el vestigio en su cuello que ha dejado el collar, la sombra de su recuerdo se pierde al instante…

-¡Ladrón!- Exclama. Es lo único que puede pronunciar antes de atacar, ¿Cómo puede alguien arrebatarle lo único que le queda de ella? Desenfunda sus colmillos y la expresión de su rostro se llena de advertencia; es una neófita, es sólo un infante que juega a ser un anciano, pero las rabietas pueden flagelar a la razón. Eisheth ataca. Sus manos amenazan con romper el brazo que ha secuestrado el recuerdo de su madre, sus ojos completamente negros se posan impacientes en el rostro ajeno ¿Quién lo diría, una frágil ninfa ha mutado a la más horrible de las brujas? Se escabulle junto con el viento, se posa nuevamente a espaldas del ladrón, el cuello del extraño es rodeado por uno de los brazos de Eisheth, aproxima peligrosamente sus colmillos a su desnuda piel, la punta de uno de ellos rasga con delicadeza y la tinta roja comienza a emanar cual fuente en medio de las rocas. Lame la gota de sangre, se la traga –Es el único maldito recuerdo de mi pasado y ¿Pretende arrebatármelo? – Muerde con desdén la mejilla del varón, su otra mano aún permanece forcejeando contra el caballero en un intento por conseguir de regreso lo que le pertenece.


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Mensaje por Draegan Sturm Miér Nov 02, 2011 6:59 pm

Fuego Oscuro


Una de sus cejas se arqueó con una lentitud alarmante. La pasión con que había estado vistiéndola se esfumó con la misma velocidad preternatural que había adquirido desde su conversión a vampiro. No era Solstice. Lo habría reconocido, la habría reconocido. Quizás fue esa la razón por la que no atisbó el abrazo al que se entregaba su acompañante para ser disfrazada por las astutas sombras que les rodeaban, o quizás simplemente fue el parecido que Solstice y ella compartían lo que le permitió que se fundiera con la noche para verse sorprendido. Fuese cual fuese la razón no importó. Draegan había tenido tiempo suficiente para jugar con la paciencia en su vieja celda, ésta no era más que otra de las situaciones para ponerlo a prueba. Su boca se torció en una sonrisa engreída, las gotas escarlatas se arrastraban impíamente sobre su mejilla, desafiándole a abortar cualquier misión suicida para dejar a su lengua tomar el veneno que buscaba alimentar a la tierra y su subsuelo. - ¿Estás dispuesta a correr el riesgo? Su cuello se inclinó para que su mirada se contagiara del fuego que emanaba de los orbes verde esmeraldas. ¿Cómo mirarla sin ver a Solstice? Sus sonrisas engreídas fácilmente mutaban en sonrisas fantasmales. Solstice nunca se la había puesto fácil, estuviese donde estuviese estaría con esa sonrisa dulce en su rostro ante el descubrimiento que estaba haciendo. Había encontrado el tesoro que se había escondido durante muchos años del pirata que, sin un mapa por donde empezar, había buscado arduamente. ¿No era absurdo? Después de aceptar que tanto Solstice y su hijo se habían ido, ella había aparecido. ¿Por qué no se le había ocurrido pensar que las probabilidades de que fuese una hembra igualaban las probabilidades de que fuese un macho? En aquél entonces, todo lo que había querido era un hijo que le recordara a Solstice su presencia. - ¡Maldita ironía! No le importó hablar en voz alta ni que, a quien ahora reconocía como su hija, estuviese escuchando. “Eres retorcida, mi amor. Le mandas al diablo una tentación”. Era Solstice la que se había encargado de inmortalizar su rostro y cuerpo para jugar con su cordura.

- ¿Y bien? ¿Apuesta? La forma en que elevaba la ceja dejaba en claro su desafío. Si ella no cedía, el medallón sería destruido. El Oscuro no sabía si en realidad estaba apostando. El medallón era el único recuerdo de Solstice pero también era el recuerdo de que otro la había comprado. Destruirlo era casi una compulsión a la que estaba completa y totalmente dispuesto a ceder. La duda en ella había pasado fugazmente a través de sus ojos, pero era bastante buena para esconderlo, cualquier otro habría creído que estaba tranquila a las posibilidades que se abrían. Pero no para él. Como siempre había pasado con Solstice, Draegan estaba atento a sus expresiones. Lo que se escondía era lo entretenido. Estaba claro que el medallón significaba mucho para ella. ¿Se atrevería a destruirlo? El vampiro estaba en su misma posición, a la espera de su decisión. Ni siquiera él podía decir con seguridad cuál sería el destino del medallón. Podría haberle alejado pero, la verdad era que su cercanía le excitaba. Era esa misma excitación que se había apoderado de él la que ella alimentaba con sus movimientos. – Ayúdeme a discernir, chérie. ¿Es éste un intento de seducción para que le entregue lo que le pertenece? ¿O es solo que encuentra mi compañía más que... placentera? La quería. Su mente reconocía que era su hija pero su cuerpo... ¿Quién se negaba a un poco de diversión? Solo eso. Draegan estaba seguro de poder detenerlo. Extraño o no, descubrirse ante ella nunca fue una opción.


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Mensaje por Ashanti Pattakie Jue Nov 10, 2011 11:23 pm

Impúdica perdición.


Puede ser que las imágenes pintadas sobre un lienzo añejo, muestren a un ángel bajando desde el cielo, pero si giramos el cuadro el resultado será distinto y un demonio ascenderá desde las entrañas del infierno. Tocar esa yaga aún sangrante, es un golpe bajo para la fémina, más aún cuando el tiempo se ha encargado de susurrarle al oído que su madre estaría viva de no ser por su nacimiento ¿Cómo poder evitarlo, cuando se le fue restregado en la cara su parecido con ella? Ruge por debajo del pecho, se supone que es una dama… Sí, sólo se supone. El rostro perene de Eisheth no deja visión alguna de sus planes, es tan sereno, tan quieto y callado que pareciese estar gravado en alguna estatuilla de mármol; tan blanco y perfecto como la existencia misma. ¿Acaso le ha retado? ¡Infame y morboso! No se debe tentar a los hijos del demonio como lo está haciendo él, jugar con las posibilidades que tiene es un suicidio, nadie ha salido con vida después de enredarse en los brazos de esa mujer ¿Por qué él habría de ser distinto? Y entonces la carcajada socarrona de la fémina se disuelve en la penumbra… El vampiro pretende romper el dije, ella planea encadenarlo a un féretro de piedra hasta que el amanecer haga arder su cuerpo con la misma pasión, lujuria y deseo con que le observa mientras está tan cerca de él. Impredecible. Lo suelta.

Dejar que el recuerdo de una mujer a la que nunca conoció pero lleva grabada no solo en su cuerpo si no también en esas fantasías imaginadas a partir de la imagen que su padre le obsequiaba, no es una opción y en medio de los fantasmas danza con la gracilidad de una ninfa proveniente del infierno para posicionarse frente a él. Sin prisa alguna, captura en su mente la forma de sus cejas, el perfil de su nariz, la carnosidad de sus labios, el tamaño de su barbilla y lo vacío de su mirada. Eisheth sonríe, no será difícil recordarlo. – Cuando de seducción se trata, yo no juego, Caballero... – Comenta sin mover más de lo permitido sus labios, es como escuchar a una gárgola hablar. Fría, seca… Estoica. El cuerpo de la morena comienza a caminar, rodeándolo. Es la mejor forma que conoce para asechar a sus presas, así puede tener una visión de todo lo que a él respecta en cuanto a lo físico. Admitir que su silueta le resulta atractiva, provoca en su interior ese deseo por regurgitar la sangre antes bebida. Relame sus labios pensativa ¿Qué hará para recuperarlo? Si fuese una pequeña niña, lloraría dramáticamente pero es una lástima que se haya convertido en una hermosa mujer. ¡Bingo! Gracias a sus atributos como hembra, conseguía lo que deseaba, independientemente del hombre que se tratara.

Los juegos de los que solía disfrutar en su infancia, jamás le resultaron tan entretenidos como lo son aquellos en donde la seducción reina. Ver como la excitación se apodera del miembro en los hombres y de las caderas en las mujeres, es un placer indescriptible que sólo se puede apreciar si se es el titiritero y no la marioneta detrás del telón. Eisheth, la viuda negra, hace pasar su delicada mano por el hombro y espalda del varón. Su mirada cambió de esa ira irracional a la que muestra justo ahora, sus pupilas son el reflejo de la lujuria, pero no hay que hacerle caso… ella es el súcubo que ha escapado del infierno sólo para llevarle más almas al demonio. Se aproxima hasta él con pasos lentos, quiere susurrarle unas palabras al oído pero se arrepiente y en vez de tratarlo con cariño, muerde su oreja con salvajismo hasta el punto en que casi la desprende de su cabeza. Patea la pierna derecha del sujeto, le da un codazo en las costillas y, de ser humano le habría roto la nariz con ese golpe que le deja en la cara. Toma la mano que guarda el medallón y rompe con decisiva locura los huesos de los dedos para coger lo que es suyo, nadie le juzgará por defenderse… Todas las ánimas en pena reconocen que es inocente y sólo trató de defenderse. – y tampoco cuando me retan con tanta insolencia como la suya – Sentencia mirándolo con desprecio, tiene tantas ganas de escupirle en el rostro… Entonces se pregunta ¿Cuál será su reacción? Es posible que Eisheth muera esta noche o quizá… No, eso sería imposible.


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