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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Nov 05, 2011 5:18 am

El camino no era problema alguno, desde que había llegado a París había aprendido que no solo los seres humanos eran los únicos que podían habitar el planeta, había sido atacada por un hombre lobo, después se topo con un vampiro que era más humano que incluso un sacerdote dando la palabra "del señor" en una iglesia pues a pesar de su falta de alimento la había salvado de la una muerte lenta, poco tiempo después se entero que uno de esos dos hombres a los cuales les agradecía infinitamente su supervivencia era lobo también, tantas cosas que había visto pasar frente a sus ojos le dejaba en claro que lo que hacía era por demás peligroso sin embargo no se quiso detener, bien dicen que si te pasa algo te pasará aquí y en china. El salir de su habitación era la tarea más fácil pues su ventana daba a la puerta trasera de la casa, era sencillo para ella enredar sus pies en los protectores de las ventanas y puertas para poder llegar a tierra firme sin ningún problema, en cuanto lo hizo salió corriendo a la dirección contraria a la ubicación de los guardias en curso, los bosques se habían vuelvo sus cómplices pues parecía que las ramas hacían un camino seguro por donde ella pudiera pasar. Todo era visiblemente casi imposible de ver pero la luz de la luna era tan amigable aquella noche que podía seguir el camino sin mirar atrás. Poco tiempo después empezó a identificar el sonido del agua golpear con el lago, era la señal, estaba en el camino correcto, por el camino más fácil, atrayente y rápido.

Solo era un pequeño charco el que había pisado pero debido a la velocidad en la que iba. el agua había salpicado la parte interna de su vestido haciendo que este se humedeciera y el caminar fuera bastante pesado. Sus cabellos rubios se balanceaban de un lado a otro sin importar que su perfecto peinado se descuidara. Se encontraba totalmente cansada de la cantidad de problemas que se les había avecinado. Por un lado había un traidor entre los revolucionarios, uno que estaba dispuesto a dejarlos morir solo por los caprichosos de un gobierno que no era monárquico más bien se había vuelvo una tiranía que sino se controlaba ese manera, con batalla, nadie podría derrocarlos, por otro Darcy se encontraba en la bastilla siendo juzgado de alta traición y si encontraban las pruebas suficientes no tardarían en mandarlo a que le cortaran la cabeza, si le sumamos el escondite de "la casa de la noche", sus indiferencias con algunos acogidos en la casa, todo eso y más estaban haciendo que la paciente joven perdía por completo el control de sus emociones, de su fuerza y de su bondad por eso había decidido que ese día por más peligroso que fuera saldría. Solo bastaba una señal. La del sol cuando se empezaba a ocultar dejando que la luna comenzara a cubrir con su manto color plata los bosques que frente al refugio se encontraban. Llevaba colgado de su hombro un bolso con algunos artefactos, en su mano se encontraba una vela que iluminaba ese camino que se sabía de memoria. Quizás no era la mejor de las temporadas, ni la mejor de las horas para salir buscando un poco de paz, pero era cuando a base de presiones había encontrado la fuerza para salir de ese lugar y hacer algo que deseaba de hace mucho. Campar cerca de las cascadas ocultas.

Unos pasos más bastaron cuando frente a ella, pudo apreciar con claridad la hermosa cascada. Solo un metro de distancia para que el puente que la hacía atravesar hacía las rocas laterales pudiera ser pisado con delicadeza por la chica. Así lo hizo, incluso avanzó demás tocando con una mano la presión del agua al caer, era ligeramente doloroso pero sin duda lo disfrutaba en demasía por lo que atravesó rápidamente esa delicada cortina lateral encontrándose con una hermosa cueva su única pared era ese manto de agua pero ¿cómo una humana era capaz de encontrar semejante escondite en medio de la nada? Muy fácil si tus amigos sobrenaturales desean conquistarte con algo tan puro como tu alma, incluso aquel lugar se había vuelvo un refugio personal ya equipado con lo necesario. Un pequeño sillón viejo que gracias a él lugar en ocasiones podían sentir la humedad del agua. Una mesa de aluminio, pequeñas velas. Solo aquel que tuviera el poder suficiente podría hacer que sus mozos trajeran todo eso a ese lugar mágico sin que la madre naturaleza se las cobrara. Desde que el estaba apresado Doreen venía aquí con la esperanza de encontrar entre el eco de las paredes su voz y así poder estar tranquila sabiendo que estaba bien, aquello era tan imposible sin embargo no perdía la esperanza y día tras día llegaba al lugar pasaba el rato y al final entre sabanas quedaba dormida en aquel viejo sillón.

Lo que la doncella no sabía era lo diferente que aquello noche sería, para empezar de entre las armas clandestinas que habían llegado a la casa de la noche ella había tomado una pistola con la cantidad de balas necesarias para que pudiera aprender a disparar con buena puntería, el sonido al detonar el arma la delataría de su ubicación pero al menos en lo que se tardaban en encontrarla podría hacer maravillas con el artefacto sin importar la hora que fuera. Debido al lugar en el que estaba la luna iluminaba de manera más clara el lugar por lo que no hacían falta velas o todas esas cosas para poder estar cómoda. Sus ojos verdes no se apartaban de las balas que estaban siendo colocadas en la pistola, estaba nerviosa, sus manos la delataban por la constante temblorina que tenían, poco a poco tomo aquello con fuerza y fijo su vista en un punto determinado en el que había dejado una botella de cristal como señuelo. No tardó mucho en realizar la primera detonación, los arboles cercanos se movieron espantados liberando a las aves que se sintieron amenazadas y que emigraban de hogar. En su hermoso rostro de porcelana se podía notar una mueca evidente dejando la pistola en la misma posición moviendo solo unos pocos centímetros la punta y disparando por segunda vez. Se había acercado un poco, solo un poco al punto fijo pero necesitaba practicar más. Estaba completamente lista por hacer la tercera detonación cuando sintió una presencia mirar sobre su espalda. Aquello era raro pues no había señal de vida humana cerca. Se quedo quieta cerrando los ojos esperando un golpe o algo fatal - ¿Alguien? - Apenas pudo alzar un poco la voz, el tartamudeo fue evidente, poco a poco fue girando su cuerpo, la sorpresa fue grande pues al abrir los ojos aquella presencia que había sentido e incluso escuchado no estaba, simplemente estaba sola en medio de la nada.


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Mensaje por Invitado Sáb Nov 05, 2011 8:28 am

Incluso cuando había sido humano, no había apreciado la luz del sol, más por lo que significaba que por la luz cegadora, dorada y brillante que en sí era. Los que me conocían sabían que la ofensa al dios Helios había sido constante en mi persona, así como el desprecio por todos los que no fueran el anárquico Ares porque era la única de esas convenidas figuras en la que medianamente creía porque sus planteamientos me convencían bastante por ser parecidos a los míos, así que a nadie le había extrañado que siempre prefiriera el manto de la noche, el alejamiento del carro de Helios de la superficie de la yerma Esparta y lo que esta traía consigo: diversión.

Entonces ya me había caracterizado por una insana afición a los placeres de la noche, especialmente a las mujeres, vicio en el que había comenzado a una edad bastante temprana pese a lo elevado de mi posición social por ser de la familia a la que había pertenecido, una de las cabezas más visibles de mi polis, y aquella clase de costumbres no las había perdido ni con los años ni con el abandono definitivo de mi vida humana para convertirme en un vampiro, sino que además, como todo buen vicio, se había visto aumentado con el tiempo tanto en frecuencia en la que incurría en ellos como, además, en intensidad... porque cada vez me iba volviendo más y más insaciable en todo, aunque ¿a quién le importaba? A mí no.

El mundo era mío, creyeran los humanos lo que creyesen con sus estúpidas e inútiles jerarquías de poder que muchas veces yo controlaba desde las sombras cuando mi aburrimiento era tal que no tenía nada mejor que hacer; los habitantes de ese mundo también eran míos por ser tremendamente inferiores a mí y por la aplicación radical de una norma que en el mundo animal quedaba clara pese a la tendencia de los humanos a ignorarla: sólo el más fuerte sobrevivía, utilizando a los que tenía inmediatamente bajo él como recursos para esa supervivencia... Y yo era el mejor ejemplo de eso.

Las consecuencias de mis actos no me importaban en absoluto, me resultaban totalmente indiferentes las familias que destruyera por la aniquilación absoluta de alguno de sus miembros ya fuera por diversión o por necesidades físicas de alimentación; me la traía al pairo, hablando en Román Paladino, y me daba absolutamente igual porque, además, no tenía que rendir cuentas a nadie de mis actos... Los hacía y punto, sin que nadie tuviera la potestad de juzgarme porque para eso se necesitaba alguien superior a mí y eso era imposible que se diera en aquel mundo o en cualquiera en el que las diferencias con el resto de habitantes resultaban tan extremas como lo eran.

Y aquella noche no iba a ser precisamente una excepción a la regla, no cuando me había despertado, tras el ocaso, con la ardiente y dolorosa sensación de la sed clavada en la garganta con las garras de animal salvaje cuya fuerza exhibía en su intensidad, tanta que enseguida poseyó todos mis otros pensamientos, contaminándolos y tiñéndolos de rojo carmesí para que sólo pudieran ser enfocados en una dirección clara, visible a varios kilómetros a la redonda: sangre. No la quería, la necesitaba, con la misma intensidad que lucía el sol, o que al menos suponía que seguía poseyendo el astro rey, cuando salía por las mañanas y como con las últimas sombras indoloras para mí seguía coloreando el cielo que me dio la bienvenida una vez hube salido de mi escondrijo.

Como un animal salvaje, una fiera que no conoce de riesgos ni de cazadores potenciales, no necesité ser racional para encontrar mi banquete de aquella noche. Lo único que tuve que hacer fue cerrar los ojos a la luz de la luna, concentrarme en aquellos hilos que eran las esencias lanzadas ante mí y escoger uno, el más fuerte, el más apetecible, el más apetitoso, el que con su casi color cegador tapaba a los demás y había sellado su destino con la tinta de esa misma sangre de la que me alimentaría en cuanto encontrara a la fuente de la misma... y no tardé demasiado en hacerlo.

El recipiente que albergaba aquella deliciosa sustancia que suponía mi sustento vital no era ni más hermoso ni más feo que la media de los demás que poblaban, como ratas, las calles de París: de mediana edad, rasgos desgastados por el tiempo y ropas de campesina no destacaba absolutamente por nada más que por su olor, el mismo que me llevó a atraerla a un lugar apartado para que, en un abrir y cerrar de ojos, el camino de su vida se canalizara en el camino de la mía, engrosándolo a costa de reducir el suyo hasta límites insospechados que terminaron con ella caída en el suelo, cual guiñapo o muñeco de trapo sin mano que lo sostuviera, seca de sangre... la misma que corría por mis labios, mi barbilla y mi marmórea piel sin control alguno.

Sólo cuando me llevé los dedos a los labios para recoger las gotas que se habían escapado inicié el movimiento, con pasos rápidos y ágiles, sobre aquel cuerpo, que ni me molesté en respetar sino que pisoteé en mi camino en dirección a la mata boscosa que rodeaba la ciudad de París como una capa, cubriéndola, protegiéndola... y ocultando los peligros que escondía, como lo iba a ser yo.

De ser cualquier otro me habría sentido culpable por haber dejado a una víctima tan a la vista, pero a mí me daba totalmente igual porque nadie sería lo suficientemente inteligente como para seguir el rastro y atraparme, por lo que en mi mente no había una sola preocupación, un solo miedo o una sola sensación de que algo podría ir mal porque aquello no sucedería... pasara lo que pasara. Con la boca ya impoluta, así como el resto de mi faz, me adentré en los espacios que los árboles dejaban en sus escasas separaciones, compitiendo con ellos a la hora de dejar que la luna proyectara nuestras sombras en el suelo cubierto de hojas, tan típicamente otoñal, hasta que alcancé el corazón del bosque, donde una cascada atrajo mi atención.

El agua me atraía desde siempre, desde que tenía razón de ser, con aquella especie de embrujo al que parecía, como el flautista de Hamelín, sometido por su caída sin fin, y aquella no fue una excepción, aunque esa esencia casi sobrenatural se rompió cuando el sonido de un par de disparos se hizo audible en el silencio sólo roto hasta ese momento por la cascada y me hizo volver a ponerme en guardia y ladear la mirada para encontrarme con la fuente: una pistola... en manos de una joven rubia que parecía estar aterrada por su propia paranoia y que olía deliciosamente bien.

Una media sonrisa se abrió pasó en mis labios cuando ella se giró para revisar su espalda, zona que quedaba totalmente vacía, y veloz como un rayo deshice la distancia que nos separaba hasta quedar frente a ella, que en cuanto llegué pudo escuchar un nuevo sonido donde no había nada pero había empezado a estar yo. Con la mirada clavada en sus ojos una vez se hubo girado y me hubo encarado, llevé mis dedos hasta la pistola y aparté su cañón de mí, apuntando con él hacia la superficie arbórea con un gesto cuidadoso y delicado que escondía precisión y fiereza... la dualidad que por mucho que aparentara acababa traicionándome como un lobo vestido con la piel de oveja que era mi aspecto casi humano... pero mejor.

¿No sabéis que es de mala educación disparar antes que preguntar, mademoiselle? Alguien podría haber terminado herido de gravedad... – musité, con tono que simulaba la preocupación moral y cristiana que en realidad no sentía y, a la vez, con la mirada curiosa clavada en ella, reflejando mucho mejor lo que se me pasaba por la mente en aquel preciso momento: curiosidad... y sed.
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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Nov 26, 2011 10:36 pm

En un momento vez la nada y al según se encuentra él. Di un pequeño salto hacía atrás a causa del susto. Mi cuerpo se erizó por completo al ver ese par de ojos. Moví con ligera brusquedad las manos para safari la pistola de su mano, la llevé a mi espalda un poco temblorosa, ocultándola de él. ¿Quién era lo suficientemente rápido como para mostrarse y a la vez no? Negué con mi cabeza quizás las preocupaciones acumuladas a lo largo de los días me estaban haciendo tener alucinaciones, incluso no ver lo que debería, quizás me estaba enfermando. Llevé una mano libre a mi frente intentando sentir un poco de temperatura más cálida sin embargo mi piel estaba tan fría como la noche. Entonces él no era una alucinación. Estiré mi mano queriendo tocarlo para comprobar de nuevo mi teoría sin embargo me quede a medio camino con esta al aire y la dejé caer de golpe. Su voz me vino a confirmas las cosas, sin embargo sonaba de manera melodiosa. Podía disfrutar incluso de la preocupación que emanaba al hablar, me sentí por pequeños momentos segura de tenerlo a mi lado y no estar sola en medio de la nada. - ¿Preguntarle a la noche dice? - Me quede pensando por unos momentos. ¿Qué podría decirme la noche? Su silencio a veces era bastante aterrador sin embargo había sido la noche de hoy la que me había dado lo que necesitaba: Paz.

Se había vuelto un gran espacio de tranquilidad, donde estaba a punto de soltar mis frustraciones, donde quería demostrar que no era tan débil como muchos pensaban que era, que tenía habilidades para defenderme pero al parecer no había salido bien pues este caballero que tenía en frente me había cerrado de nuevo las posibilidades de hacer las cosas - A la noche no se le debe pedir permiso al realizar algo, esta es nuestra cómplice, deja que las criaturas más aterradoras salgan y también nuestros deseos más retorcidos y atroces, la noche nos permite jugar a ser lo que verdaderamente somos, no solo lo que la sociedad quiere que podamos ser - Indique con mi voz de manera firme, siempre había creído en eso, que nosotros los seres humanos cuando estamos a la mira nos portamos incluso como los más educados y santos sin embargo el manto de la noche era nuestro mejor cómplice.

Dejé de nuevo a la vista la pistola y entonces le quite cada una de las balas con cuidado al final me quede mirando el artefacto y deje una, una bala por cualquier cosa que pudiera suceder con el hombre que tenía frente a mi. La acomodé entre algunos pliegues de la cintura del vestido, llevé ambas manos a la altura de mi vientre entrelazando los dedos con suavidad. Una sonrisa un poco tímida se asomó en mi rostro - ¿No es peor llegar de esa manera? Es decir, me ha pegado un gran susto es de mala educación - Fingí que estaba completamente sentida por sus acciones, pero no era actriz mucho menos me gustaba mentir y no era de las personas que pudiera representar un estado cuando estaba en otro, es decir era demasiado fácil de leer incluso cuando no podías conocerme pues la pureza que dicen que tengo no me deja hacer cosas completamente maliciosas pues al instante me contradigo, mi rostro lo refleja, incluso un movimiento suave en mi cuerpo.

Su mirada me ponía totalmente nerviosa, incluso mi piel se erizaba de vez en vez, por más que quería apartar mi mirada de la suya me era totalmente imposible entonces me rendí. Comencé a observarlo con atención, Su cabello estaba perfectamente peinado, o al menos eso parecía, brillaba de manera encantadora bajo la luz de la luna, su rostro mostraba expresiones bastante duras pero sus ojos mostraban cierta "tranquilidad", sus labios eran gruesos y con un color rosáceo bastante fascinante, tenía el cuerpo fornido pero no llegaba a ser exagerado. "Bastante atractivo" pensé. No debía pensar en eso, no me debía dejar llevar por el embrujo de la noche, además sea atractivo o no debo tener total cuidado. ¿No es así? Desde que había escapado de casa había aprendido bien que este mundo no solo esta habitado por seres humanos, no por nada por debajo de las ropas había una figura con ligeras marcas del ataque de un hombre lobo, tampoco podía olvidar del hecho de descubrir a un amigo disfrutar del sabor de mi sangre y utilizar la suya para curarme, pero a pesar de saber todo eso aun me seguía adentrando al bosque, buscando libertad y no puedo negarlo disfrutando de esa excitación de sentir el peligro cerca de mi cuerpo. Podría ser débil si, pero también había aprendido a disfrutar de los riesgos por algo formaba parte de una revolución.

¿Que seguía? ¿Lo debía invitar a pasar la noche conmigo o lo dejaba seguir su camino? ¿Y si su camino era estar aquí parado frente a mi? Hice una mueca notoria esto de los nuevos conocidos sin duda no era mi fuerte, no sabía por donde empezar, que decir, como comportarme, que maneras de ser me funcionarían con cada individuo pues todos eran una historia diferente, lo único que me quedaba era ser yo misma, aunque siempre lo he sido pero mi duda sigue siendo ¿Cómo debo tratarlos? Y entonces la manera más clásica de empezar una conversación se asomó de manera torpe - ¿Qué hace usted aquí? ¿Acaso no lo ve peligroso? - "¡Por Dios Doreen! Hay más peligro para ti ¿No lo notas?" Me repetí en mi cabeza, pues este mundo, esta época es de los hombres, de esa clase "fuerte" que dominaban al mundo de ellos a los cuales nada les puede pasar pues son invencibles y si los atacan hay un golpe en venganza, de esos hombres que nosotras nos hemos vuelto sus estuches de juego, de deseos, de servidumbre, de ser incluso el mejor accesorio de su vida. Por que así es o al menos así me enseñaron desde pequeña, veníamos a servirles como mujeres en el hogar con la limpieza, en las reuniones con la mejor sonrisa haciendo que seas la envidia de los hombres y el orgullo de tu dueño, de su descarga sexual, de su ocupación en la descendencia. Claro existen algunos que nos dan su lugar, que nos protegen y nos toman en cuenta, pero temer de una noche no es su mayor preocupación menos cuando una joven tímida les cae a mitad de camino - ¿Disfruta de la noche caballero? - De nuevo otra pregunta sin sentido, si no disfrutará de la noche seguramente no estaría aquí.

Desvíe la mirada por fin aquella noche dejando que la naturaleza me cautivara y no mi acompañante, el agua de la cascada se veía bastante atrayente, quería tocarla, disfrutar de la temperatura, relajarme un poco, olvidarme de esas sensaciones al tener al caballero frente a mi y sentirme de nuevo tranquila. - ¿Quiere acompañarme? - Pregunté de manera tranquila, sabiendo que seguramente mis mejillas se estaban tornando de manera carmín, porque si, me estaba sintiendo bastante atrevida al hacerle esa prepuesta, algo sencillo si, pero que no estaba acostumbrada hacer: Pedir compañía - Me llamo Doreen - Susurré con tranquilidad caminando unos pasos sin dejar de ver la cascada, intentando dejar de sentirme nerviosa por la noche, por la situación, por mi manera de ser, y sobre todo por él y sus hermosos ojos.


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Mensaje por Invitado Vie Dic 02, 2011 11:38 am

Las mujeres eran mi perdición, o al menos lo serían en caso de ser capaces de hacerme algún tipo de daño. No por ellas, porque las había peligrosas como lo que más, sino más bien porque nadie aparte de mí era capaz de igualarme e incluso superarme lo suficiente para considerarme en riesgo alguna vez en mi vida, pero podía decirse que mi afición insana por ellas se había convertido, desde hacía tiempo, en una actitud fácilmente identificable por mi parte hasta aunque no se me conociera.

Rubias, pelirrojas, castañas o morenas; de ojos claros y oscuros; altas o bajas; delgadas o entradas en carne: siempre que fueran mujeres me llamarían la atención y me harían guiarme, aún más de lo normal si es que se podía, por mis impulsos y mis deseos, esos que como los martillazos de Hefesto en su fragua daban forma al metal ardiente, que era mi propia personalidad, cambiante como el material que al principio parece duro pero, con el estímulo suficiente, se convierte en algo maleable y moldeable... adaptable a cualquier situación, al menos en principio, aunque no podía evitar en ciertas ocasiones que mi capacidad de adaptación se viera condicionada por diversos factores.

No podía, ni tampoco quería, huir de mi personalidad, la misma que me impedía contar la verdad sobre mí o sobre cualquier tema a no ser que fuera una ocasión distinguida y particularmente favorable a que rompiera una costumbre tan arraigada en mí como lo era la mentira; no quería, tampoco, renunciar a mis rasgos, a esos que me hacían ser tan sumamente superior a los demás como lo era, y por eso mismo siempre había ciertas pautas en mi comportamiento que le daban un matiz previsible, matiz que se veía roto por todo lo demás, la parte que quedaba a manos del azar, si es que algo así existía.

Yo construía mi propio destino, yo tomaba mis decisiones (evidentemente acertadas por tratarse de mí y no de cualquier otro a la hora de tomarlas y de decantarme por una opción u otra), y no había cosa como el azar, sino una serie de circunstancias que en mayor o menor medida estaban condicionadas por mis actos y por los actos inferiores de aquellos que me rodeaban, como en aquel caso el de la chica que tenía enfrente de amenazarme con un arma... como si fuera a hacerme algo.

Su olor era joven, fresco y atrayente, desde luego acorde a sus propios rasgos, bien definidos en una piel pálida cuyo nivel exacto de claridad no era perceptible en todo su esplendor por la oscuridad de la noche, pese a mis sentidos más desarrollados de lo normal que me permitían hacerme una idea exacta de por dónde iban las tonalidades de su cubierta de piel. Sus ojos azules estaban clavados en mí, concretamente en los míos, y sus labios entreabiertos mostraban, como todo su cuerpo, la reacción lógica y habitual de alguien a quien no le fallaba el instinto de supervivencia: miedo.

Así era, la chica rubia del bosque me tenía miedo, y apartó el arma de mí antes de estudiarme, tanto con sus palabras, como proyectiles lanzados a ciegas para ver si impactan contra su objetivo, sin que por mi parte llegara a ver si había habido éxito o su contrario, fracaso, en cualquier caso tan estrepitoso como abrumador podía llegar a serlo el éxito que quizá había tenido... o quizá no.

Doreen, tal era su nombre, tenía una curiosidad, o quizá un método de iniciar conversaciones que no estaba exento de ganas de saber más, impresionante para la época en la que nos encontrábamos, en la que la mayoría de los seres se limitaban a dar cosas por supuestas. Aquel punto a su favor no se atenuó cuando me acusó de mal educado porque su comentario me hizo gracia, ni tampoco hizo sino crecer a medida que avanzaba el momento y ella se acerca a la superficie acuática de la cascada, al liso lago de reflejos cristalinos y plateados de los rayos de luna junto al que nos encontrábamos.

Más movido por un resorte invisible que por la necesidad, de la que por cierto carecía, de seguirla, mi cuerpo enseguida tomó la iniciativa y con movimientos ágiles y rápidos me quedé a su altura, respondiendo a su pregunta ya formulada, de la que aún quedaban restos en el aire, sobre si quería acompañarla de manera afirmativa, sin siquiera alzar mi voz para romper el silencio espectral de la noche roto sólo por el agua hasta que no me encontré a su altura.

Disfruto de la noche, madame, pero sigue resultando peligrosa para las personas indefensas que se aprovechan de la libertad que la oscuridad les ofrece, transformándola en libertinaje sin contar con que hay peligros que no comprenden de esa retirada generalizada de máscaras que la noche, en detrimento de la sociedad, ofrece... ¿O acaso pensáis que podéis dialogar con un oso, o con un lobo hambriento aunque tengáis libertad total de conducta? No, porque hay un delicado equilibrio que siempre impera, una cadena alimenticia que no puede romperse... - Una cadena de la que yo soy la cúspide, quien se alimenta de los que se creían estar arriba del todo, los patéticos humanos.

Ella pecaba de idealista, en aquello. Pensaba que su mayor peligro era la sociedad opresora que le impedía ser como verdaderamente era, y que al margen de eso, en la libertad de estar a cubierto por el manto de oscuridad de la noche que la alejaba de los ojos reprobadores de sus jueces, era superior y libre... Un pensamiento totalmente humano, totalmente inapropiado y totalmente falso... Y una ventaja adicional a las muchas que ya poseía al darme cuenta de que ella carecía del conocimiento que podría salvarle la vida. No sabe de vampiros... O al menos no lo demostraba.

Soy Ciro. – añadí, presentándome finalmente y con los ojos clavados en los suyos, como siempre hacía con las personas más para estudiarlas que para ponerlas nerviosas... aunque eso también lo conseguía, porque muy pocos eran capaces de soportar una mirada de hielo como lo era la mía cuando no estaba ardiendo con la misma intensidad que las llamas del Vesubio.
Y como vos disfruto de la noche, pese a no ser inconsciente de los peligros que se esconden tras cada sombra, aunque a fin de cuentas ¿qué es la vida sin algo de riesgo para hacerla interesante? Lo que hago aquí es buscar ese punto de interés, por supuesto... Huir de la monotonía, si preferís llamarlo así o de cualquier otra manera que se os pueda ocurrir. – repliqué, sonando de nuevo perfectamente correcto y cortés pese a que ya pudiera entreverse, en mi tono, algo de peligro, una amenaza velada de riesgo... para ella, por supuesto.

¿Qué hacéis vos aquí, es mi turno de preguntar? ¿Habéis venido a deshaceros de alguna pesada máscara que portáis ante la sociedad y a mostraros libre? Siento curiosidad por saber lo que ocultáis ante los demás y que a mí, por estar en el momento y el lugar adecuado, me vais a mostrar... Llamadlo curiosidad. – agregué, mirándola de nuevo a los ojos con una media sonrisa divertida e indicándole, con una de mis manos, una roca erosionada por el aire y el viento que mostraba una superficie amplia y plana, perfecta para sentarse junto al lago de la cascada... exactamente como yo hice.

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Mensaje por Doreen Jussieu Lun Ene 09, 2012 12:52 am

La belleza es percibida de diferentes maneras. Por lo regular siempre intento ver lo bello y valioso de cada persona o situación. Por ejemplo, la noche. Siempre he pensado que la noche es el mejor refugio para esos sentimientos que ante los demás no puedes expresar, que ella abre sus brazos para recibirte, te deja hacer lo que deseas, incluso llenar tu cuerpo de deseos y sentimientos que mientras los rayos del sol estén visibles no aceptas sacar a relucir. Sin embargo, nunca me he dado cuenta que durante la noche también todo lo malo suele tener la libertad necesaria para poder hacer de las suyas. Mientras unos duermen, otros abusan de una pobre mujer, hay quienes se alimentan del solitario, quien maltrata al ser humano que no esta protegido. La paz muchas veces en encontrada en lugares que otros solo encuentran mísera. Noches atrás había encontrado paz dentro de un cementerio. ¿Cómo había llegado a ese lugar? Muy fácil, las pesadillas, la falta de sueño, el escenario, el deseo desesperado por buscar paz, me había llegado a un lugar donde los cuerpos no mostraban vida, sin embargo había escuchado voces a mitad de las lapidas, que me invitaban a permanecer ahí, que extrañamente me había hecho sentir segura, vigilada, protegida. Pero supongo no todos los casos en donde estás apartada de las personas, y estás acompañada de la noche suelen traerte paz, ahora mismo sentía miedo, desesperación, un deseo profundo por querer escapar de la vista del depredador, porque yo era presa fácil, porque sus palabras me hacían sentir ese tono mezquino, ese doble sentido, y me hacía sentir completa frustración.

Las piedras no dejaban que el camino a aquella piedra lisa fuera algo seguro, paso que daba, paso que era torpe, me tropezaba, gracias a estar bien sujeta de él pude tomar asiento a su lado, Sino, quizás varios raspones, o alguna caída hubiera obtenido. Al final tomé asiento a su lado muy a regañadientes, pero no me gustaba ser descortés. - ¿Que sabe de la noche? - La curiosidad fue grande. Mis conclusiones era correctas, lo sabía, por primera vez estaba completamente segura de algo. Pues el contacto de su piel con la mía antes de sentarme me dejo en claro que de un vampiro se trataba. Su voz, su porte, su piel, sus ojos, su temperatura, todo confirmaba aquello que había estado conociendo desde mi llegada a Paris. Estar tan cerca podía ser mi sentencia de muerte, o quizás el poder hacer que no quisiera lastimarme, aun cabía esa posibilidad, aun tenía esperanza alguna. O bueno eso intentaba hacerme creer. Quizás estría una buena idea decirle que… Sabía de él, de su condición, quizás sea bueno… Quizás…

Nunca había escuchado un nombre así, raros siempre se encuentran, pues la cantidad de extranjeros que visitan estás tierras traen una hermosa variedad de nombres, colores, olores, ideas, creencias distintas. Ciro era un nombre raro, único, y bonito al mismo tiempo. Quise observarlo con descaro, pero lo cierto era que no podía, mi educación, o más bien mi timidez no me lo permitía, así que deje caer con cuidado mis cabellos, Así entre las hebras rubias podría intentar de reojo, ver al caballero, estudiarlo con detenimiento un poco más. Sus ropas parecían ligeramente gastadas, como si hubiera estado de viaje, o en alguna cacería. No lo sabía, no todos los vampiros gozaban de mucho dinero ¿O si? De igual manera no podía criticarlo por eso, no es tuviera los mejores vestidos, o que estuviera completamente segura que al día siguiente tendría que comer. Estaba segura que tenía un techo en la casa de la noche, que tenía alimento, vestimenta, protección, pero ¿qué pasaba si todos llegábamos a ser descubiertos? O ¿Qué pasaría cuando todo terminará? Mi vida no iba a estar siempre ligada a todos esos valientes hombres. Mi cuerpo tembló a causa del miedo, estaba sola en realidad, no tenía nada seguro en mi vida, ni siquiera mi existencia estaba segura después de aquella noche.

Decirle lo que aquellos seres a los que amo no les he dicho suena un tanto ilógico, pero por alguna extraña razón necesitaba sacar lo que tenía dentro. ¿Confianza? No, no le tenía pero seguramente eso era lo que menos importaba. Estaba vez me moví para hablar de frente - ¿Curiosidad por una simple humana? ¿Es un buen actor o de verdad tiene interés? - No estaba siendo para nada atrevida, mucho menos grosera, al contrario, una tonta no era, y si era necesario ser un poco más "cruda" al decir las cosas entonces lo diría. Él debía saber que estaba al tanto de su condición, también debía saber que quizás él se encontraba más en peligro de lo que yo estaba. ¿Por qué? La vigilancia que me había puesto en la casa de la noche era bastante fuerte, y seguramente no tardarían mucho tiempo en llegar, rodear el lugar, y llevarme de regreso para estar segura. Así que debido a que no lo volvería a ver, era tranquilizante poderle decir cualquier cosa.

Me levanté con torpeza de nuevo. Caminé hasta poder estirar la mano de manera en que la cortina de agua chocara con esta salpicando todo a nuestro alrededor - La noche me invita a escapar de aquellos que me cuidan, estoy cansada de seguir ordenes que no veo progresen, cansada de tener que esperar la noche, esperar gente, esperar que sean los mismos y que estén bien, cansada de saber que para otros solo soy una especie de princesa de cristal. - Tomé una gran bocana de aire, mi cuerpo incluso cambió de postura, ya no se veía tan tensó como al principio, parecía relajado, incluso las formas y movimientos que tenía eran delicados, suaves, pero completamente naturales. - Estoy aquí porque deseo un poco de emoción, de salir también de la rutina, porque necesito aprender a defenderme, a utilizar aunque sea un arma… - Siempre había deseado poder ser de utilidad, no ser esa señorita que estaba completamente destinada a ser la mujer perfecta. Y como mujer perfecta digo, aquella de buenos modales, que sabe cocinar, planchar, limpiar e incluso ser buena amante, ser hermosa y que aquel hombre que te ha escogido te presuma con sus amigos. Eso siempre me había parecido vació, insuficiente. Triste, había escapado de eso y de manera inconsciente estaba volviendo a lo mismo.

El agua de la cascada había mojado un poco mu rostro, parte de mi vestido, y sin embargo eso no importaba. Estaba a gusto, restando el hecho de poder ser devorada. ¿De verdad la sangre de una chica inocente podía ser bastante atrayente? No lo creo, si fuera así ya tendría el cuerpo lleno de mordidas. Quizás no era tan atrayente. Quizás mi sangre era inmune a los vampiros. De nuevo esos quizás que me llenaban de preguntas e inquietudes. No quise verlo, no por temor, más bien por que por dentro estaba deseando de manera increíble hacer la pregunta clave de la noche - ¿Mi sangre te ha llevado a este lugar? - Mi piel se erizó por completo. Casi sentí como no pude respirar por algunos segundos debido al valor que había tenido al llegar a aquel lugar. Camine con rapidez intentando rodear unas rocas, intentando sentirme distante y segura.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2012 8:51 am

Con los años había aprendido a no confiar en las apariencias más de lo necesario, pese a que esas apariencias dieran una idea bastante acertada de lo que ocurriría después. Con Doreen, por ejemplo, las apariencias me decían que era una humana joven, de clase media o quizá incluso tendiente a alta porque al menos de modales no carecía, al menos desde una perspectiva humana; que era curiosa, con ansias de libertad que la habían llevado a acudir a aquel bosque, que era inteligente... Y eso me lo demostró con uno de sus comentarios, tras la pregunta acerca de mi conocimiento de la noche, cuando inmediatamente me colocó dentro del grupo de los no humanos, al que ella no pertenecía por su naturaleza efímera, mortal, vaga.

Chica lista, y en verdad lo era, pero aquel conocimiento de mi raza no iba a ser su salvación si las cosas se torcían, precisamente porque saber que estás enfrentándote a un vampiro, además a un vampiro como lo era yo al que en realidad todos deberían aspirar si querían obtener la perfección mayor, no eliminaba que el vampiro tuviera milenios de experiencia, fuerza sobrehumana, una velocidad mayor que la que podía llegar a atisbar ella con su limitado sentido de la vista, mucho más reducido que el mío por cierto, y todas esas características que me hacían tan único y superior como lo hacía.

La única ventaja con la que contaba podía decirse que era esa de la que ella dudaba: mi curiosidad, que no era totalmente un simple acto, aunque de serlo sería el mejor que ella habría visto nunca porque tenía a un actor de primera que podía expresar lo que quería, cuando quería y como quería para obtener el resultado que deseaba, siempre (como en todo lo demás) beneficioso para él. Su fortuna era esa, no obstante, que como todas las mujeres humanas me causaba un punto de curiosidad que me había impedido, junto a haber tomado ya mi ración de cena sangrienta nocturna, matarla nada más verla...

Por supuesto, también influía que era un desperdicio hacerlo tan pronto sin haber probado hasta qué punto Doreen resultaba interesante y divertida, y también hasta qué punto su sangre podía resultar un buen postre o era merecedora de ser guardada para la siguiente ocasión, todo ello muestras del afán de saber que ella consideraba un simple acto aunque no lo fuera... Era muy simple: mi civismo era un acto, mis apariencias de ser un ángel caído del cielo eran un acto, todo lo que me hiciera parecer bueno era un acto; mi curiosidad, no.

Era esa curiosidad la que, como el gatillo provocando el movimiento de la bala en la recámara de la pistola hasta que esta rasgaba el aire, me movía, me accionaba y modelaba mis acciones, condicionadas por los caprichos como lo había sido el de aquella noche con ella; era esa curiosidad su único seguro de vida frente a mí, un vampiro con medios ilimitados que podía partir su blanco cuello con la misma facilidad que un humano poseía para partir una rama... así que no era muy razonable dudar de ella, pero en lugar de reprochárselo mantuve la misma expresión divertida que había estado reflejando hasta aquel instante en mis ojos y mis labios, clavados en ella, al igual que mi atención, y al igual que mis sentidos para percibir sus palabras en aquel tiempo que ella estuvo diciéndolas, avanzando para tocar el agua... aquella maldita agua.

Su hechizo era, en mí, mayor que la influencia que tenían las mujeres; casi como un canto de sirena que estuvo a punto de llevar a Odiseo al fondo del mar si no hubiera estado atado al mástil del barco, y como tal me hizo levantarme casi automáticamente de mi asiento sobre aquella roca frágil, erosionada y dañada por un elemento creador y destructor como lo era aquel que enseguida tuve en mis manos, corriendo y deslizándose entre mis dedos como si se tratara de seda líquida, de algo con autonomía propia y libertad absoluta... algo como yo, en versión natural y sin una pizca de mi grandeza, claro está.

Con las manos mojadas por la cascada, desvié la mirada hacia Doreen, que por la posición que al levantarme había adquirido estaba a mi lado, y ladeé la cabeza con sentida inocencia, perfectamente fingida porque, de hecho, creo que nunca he llegado a ser poseedor de las características que esa cualidad presupone, ni en mi más tierna infancia destinada solamente a ser entrenado como el mejor guerrero para defender a mi polis, Esparta.

¿Desconfiáis, mademoiselle, de un alma errabunda y solitaria que se ha visto atraída por la noche por ser su hábitat natural? ¿Dudáis de que mi curiosidad pueda ser genuina y no el producto de un insano deseo por llevar a cabo una actuación con fines oscuros? Vaya... Así que es así... – comenté, como quien hablaba de un tema mundano y sin importancia pero con cierta afectación en la voz; apenas un matiz de fondo, en el tono, que parecía molestia genuina por aquel trato totalmente injusto si no estuviera en lo cierto respecto a que mis intenciones, de hecho, no solían ser en absoluto buenas.

Me encogí de hombros y giré sobre mis talones, apartándome de la natural caída del agua por aquella roca y quedando de espaldas a ella con la mirada clavada en la luna que, casi de manera obscena, destacaba con un brillo nacarado en la inmensa quietud negra cuajada de estrellas que era el firmamento. Selene, la llamábamos, la que tomaba el relevo de Helios cuando el sol se ponía y la reina de aquel firmamento eterno que tan bien conocía porque su manto había servido de telón de fondo para una y mil perversiones que había cometido en nombre de mi voluntad, la única que permitía llevar a cabo tales actos que, honestamente, ni me preocupaban.

Preguntáis a una criatura nocturna qué sabe de la noche, de su refugio por naturaleza y del lugar en el que los secretos cobran vida y las sombras se tornan corpóreas, preguntáis si sé de la noche todos los secretos que oculta, si bajo el afable rostro pálido de Selene no se esconde una asesina sin piedad que siente la llamada de la sangre como si de una voz mágica se tratara... ¿Qué creéis, Doreen? Lo conozco todo acerca de ella, absolutamente todo. – añadí, retomando la pregunta que ella había hecho en un primer momento y volviendo a girarme, con expresión sombría por la falta de luz y por la misma forma de expresar malicia de mis rasgos, mis labios finos, mis ojos medio rasgados por la ascendencia persa... Por todo.

Apenas un segundo, y eso porque fui lento y le di un margen de tiempo que sus ojos pudieran percibir el movimiento, y volví a estar frente a ella, a una distancia inadmisible para lo estricto de la sociedad de la época, tan falsamente moral en público que provocaba hasta risa... Su respiración chocaba con el muro blanco, casi de cuarzo, de mi piel y mi cuerpo; su campo visual estaba dominado por mi imponente figura, y su cuerpo se encontraba, como toda ella, a mi merced, ¡cómo si no! Aprovechando la coyuntura, llevé uno de mis dedos a su barbilla para ladear su rostro, con fuerza y firmeza pero sin llegar a hacerle daño, y así su blanco cuello, con una vena latiendo en él al ritmo de los latidos de su frenético corazoncito, quedó a la vista, como un bajorrelieve en la caliza de una catedral medieval.

Acerqué el rostro al suyo, pero me detuve a escasos milímetros, lo suficiente para que fuera mi nariz lo que recorrió la curva de su cuello sin llegar a tocar su piel y lo suficiente para que el movimiento de mi mano cogiendo un mechón de su cabello y desplazándolo hacia donde reposaba mi nariz saliera fluido, tan natural como la caída de la cascada.

Todos mis gestos llevaban implícita la sensualidad de siglos como un depredador que había desarrollado las mejores estrategias de supervivencia para acabar con su presa; todos ellos, a su vez, llevaban en su lentitud una carga de letalidad, de aviso, de trazado de unas líneas que no debería sobrepasar si quería seguir viva y respirando, con su corazón bombeando la sangre cuyo aroma traspasaba su piel y había percibido en mi contacto tan cercano, tan sumamente íntimo si se quería, y que terminó cuando retrocedí un paso, lo suficiente para que pudiera volver a respirar de nuevo.

No negaré que vuestro olor es delicioso, Doreen, ni tampoco que podría haber sido una buena razón para acercarme hasta aquí pero estoy saciado... de momento. La curiosidad, esa cuya existencia tanto debatís, es lo que me ha llevado hasta este claro tan idílico hasta el punto de que parece sacado de alguna creación literaria bucólica y pastoril. – añadí, encogiéndome de hombros de manera teatral e ingenua que contrastaba muy mucho con la ya totalmente maliciosa y divertida expresión de mi rostro, clavado en ella y atento, como todo yo, a sus reacciones... Ah, bendita curiosidad.
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Mensaje por Doreen Jussieu Miér Feb 01, 2012 11:50 pm

Nuestra única cómplice: La noche. Quizás la luna había deseado esto, quizás se sentía tan sola aquella noche, que había decidido juntar a dos seres completamente distintos, con una sola condición; poder hacerle llevadera la noche. Siempre había confiado en la luna, incluso llegué a creer que era mi única amiga, la más leal, la más cómplice de todas, la que no me juzgaba por querer ser alguien libre, por dejar ver mis sueños, mis fantasías y mis amores, pero hoy, pensando bien las cosas, quizás era la peor de todos mis enemigos. Cómplice era en ese momento de los deseos de una criatura superior a mi. Y no lo digo precisamente por el intelecto, pues he conocido vampiros demasiado… pocos de cultura, pero lo cierto era que a simple vista mi pequeña figura podía ser tomaba a su deseo solo en un abrir y cerrar de ojos. Me gusta jugar con fuego no lo niego, pero en ocasiones antes de poder ver la llama es mejor parar las cosas. Lo malo es que, la llama ya se había encendido en este momento, tenía un cuerpo, una forma, un porte que incluso el mismo diablo podía envidiar, y su nombre, ahora conocía su nombre: Ciro.

Mi cuerpo se tensó por completo al sentir esa cercanía de su cuerpo, sin embargo, no me moví, no era tan tonta como para alejarme, no podía hacerlo sentir rechazado ¿O si? Y si lo hacía quizás podía terminar muerta, si me quedaba también podría terminar de esa manera. De cualquier manera estaba en un pequeño hilo a punto de romperse, a solo un paso de caerme al precipicio, pero pueden decirme tonta, no tengo miedo… No, cuando yo necesitaba esto. La vida se va volviendo demasiado aburrida, monótona, carente de sentido cuando no puedes encontrar emociones que te hagan buscar y aspirar a más. De pronto mi mundo se había vuelto tan gris, ni siquiera un tono oscuro, para darle un poco de dramatismo, o tonos claros para buscar un consuelo, todo era plano, gris y vació. Una vida donde la rutina se había vuelto; despertar, ducha, limpieza, comida, atender a los guerreros de la noche, dormir y volver a lo mismo. ¿Eso era vida? ¿Cuando todo pasa a tu alrededor, y nada se detiene para llevarte en su camino?.

Cerré los ojos, aprecié el aroma que su cuerpo dejaba al aire. Mi memoria no me traicionaría, su olor, si seguía con vida después de aquella noche, sería una esencia clave para guardar en mi memoria, una enseñanza importante, el como puedes seguir con vida después de una situación delicada, a pesar de haber estado a un segundo de terminar con todo, añorar ese momento. Añorar esto. Solté un delicado suspiro antes de abrir los ojos. Si de curiosos hablamos entonces podíamos hacer un concurso, y seguramente en eso podría ganarle, a veces mis preguntas se van más allá de lo normal, más allá de la inocencia, incluso algunas pueden traer problemas pero no me acostumbro a quedarme con las ganas de saber…

Siempre estuve limitada en ese tipo de cosas. Cuando pequeña en casa se me había prohibido preguntar más que lo esencial, también se me prohibía ir a la biblioteca de la casa, incluso a la del pueblo, según mi padre, las mujeres no estamos para esas cosas, nosotras nacimos para adorar a un hombre, para servirle, para complacerle, para procrear, para ser esa esposa modelo a la cual presumir y así, con el paso del tiempo envejecer y morir, para él, nosotras no teníamos gran valor, simplemente acrecentábamos fortunas, éramos objetos bien pagados y que lograban hacer que las familias pobres saltaran a las riquezas solo por ser más hermosa y servicial. ¿De verdad tenía que ser así? Yo no me veía así, por eso había escapado, necesitaba libertad, poder aprender, poder vivir y no ser un objeto.

Mi cuerpo por fin había reaccionado, di dos pasos hacía atrás y luego caminé simulando total tranquilidad, no era buena actriz, en realidad las mentiras no iban conmigo, siempre me delataba sola, por cualquier mínima cosa que fuera. - ¿Le gusta mi olor? - Susurré con un dejo de temblor en las palabras que habían salido. - ¿Qué tan bien huele? Quisiera una calificación para poder entender. - Miré de reojo a mi acompañante mientras avanzaba entre las piedras, el pasto, el sentir la brisa del agua era reconfortante, al menos el sentir frío, me hacía tener en claro que aun estaba viva, que no había muerto a causa de una mordida. - ¿Qué sientes al olerme y no perforar mi piel con tus colmillos? Quisiera me dijeras si… Te gusta mi sangre - ¿Una invitación? Quizás lo era, quizás no, en realidad siempre había deseado saber, que pasa con ellos, que sienten, como se manejan - Soy una humana que tiene muchos privilegios, mucho conocimiento… Los tuyos me parecen interesantes… Necesitan tanto de nosotros para poder seguir con… ¿Vida? - Alcé mi mirada hacía la luna. Me sentía tan tranquila. ¿Cómo una noche de frustración se vuelve tan interesante? O bueno, yo la veía así, interesante, diferente, única.

Cuando me sentí en una distancia segura, me detuve, mi cuerpo se giró con tranquilidad, su rostro, tan parecido a una estatua tallada en mármol tenía algo diferente, o incluso algo natural. El aire lleno de misterio y letalidad de emanaba erizó mi piel, ya no recuerdo el número de veces que me ha pasado eso en la noche. No me quiero sentir tan frágil, quisiera poder correr, salir de ese lugar, poder encararlo incluso para que supiera que podía con él, pero eso era imposible, su superioridad no solo en condición también por la seguridad que dejaba ver, me hacía sentir indigna de su presencia, demasiado poca cosa, aunque en realidad, mi tan baja seguridad me hacía sentir eso frente a todos.

Estiré mi mano, fui suave, delicada, como siempre, como esa princesa de cristal que todos quieren proteger, que todos temen hacerle un movimiento en falso - ¿Por qué no me enseña la noche desnuda? No hagamos lo que todos los vampiros y humanos suelen hacer… Acercarse, morder, morir… No lo sé… Quisiera conocer de usted - Me arriesgaba mucho en realidad, lo sabía, pero no estaba siendo insolente. Quizás una noche cómplice no nos vendría mal, muchas historias había escuchado sobre aquellos vampiros que solo llegan a despojar a los humanos de su sangre, de la vida. ¿En realidad tiene que ser así? No me gusta pensar que incluso ellos, teniendo la libertad que poseen lleguen a seguir esos patrones de vida impuestos por las creencias de sus antepasados, era absurdo, ridículo. tanto yo podía aprender de él como él podía aprender de mi… Era claro, era simple, podíamos sacar ventaja de la situación, no lo sé. Me había dado cuenta que, por primera vez en toda mi corta existencia, había dicho esa palabra en voz alta, y a la persona portadora de tal etiqueta: Vampiro. Por un pequeño momento me sentí arrepentida, pero no podía hacer nada, lo hecho, hecho estaba.

Mi mano seguía en el aire, esperando una respuesta, quizás un rechazo, un fin, una muerte lenta, una muerte rápida, pero no podía subestimarlo, tonto no era, y así como tenía ganas de saber de su mundo, de la noche, quizás el podría preguntar lo que quisiera, tenía carta abierta. El calor de mi cuerpo subía a mis mejillas, dejaban ver ese rubor que al ser tan atrevida me era inevitable mostrar, además que Ciro, portaba una belleza atrayente. ¿Miedo? No, por primera vez ya no tenía miedo, estaba emocionada, expectante, inquieta, y aunque sonará extraño… Cautivada con la situación.


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Mensaje por Invitado Jue Feb 02, 2012 10:54 am

En realidad, era aquella curiosidad mía lo que le permitía a Doreen seguir viva, en pie frente a mí, y alcanzando, o al menos a punto de hacerlo, límites que yo no permitía a casi nadie; era la curiosidad en la que ella no confiaba lo que suponía su único baluarte de salvación y la única certeza, momentánea y por eso mismo débil a más no poder, de que no fuera a desear partir su blanco cuello, hundir los colmillos en su piel voluble y blanda como la mantequilla y hacer correr ríos de sangre por el mármol líquido que parecía, en su blancura, cubrirla.

Era aquello... Era la sensación de que podía, en el fondo, quizá disfrutar de algo de ella, era la lujuria constante que provocaba de una manera inevitable la visión de un cuerpo juvenil, pese a que estuviera cubierto por aquel recato de época moderna que le daba más sensualidad que de haberse mostrado como si fuera una pierna de cordero en un mercado cualquiera de una ciudad cualquiera. Era ese afán de empujarla hacia su límite para que me mostrara a la Doreen de verdad, no la que ella dejaba ver al mundo, lo que explicaba mi curiosidad, pero eso no iba a decírselo.

¿Para qué, si no iba a comprenderlo? Mi afán era distinto a la ironía socrática, pese a que en cierto modo se asemejaran porque ambos iban directos a destruir lo falso y lo preconcebido para mostrar, en su lugar, otra cosa, pero eran nuestras mayéuticas lo que se diferenciaba... Él, ateniense (y por eso mismo estirado incluso en su vulgar suciedad), pretendía hacer parir nuevas ideas a sus interlocutores; yo, espartano y evidentemente superior, puesto que sólo había que vernos, quería dejar salir a la auténtica persona, la que se escondía tras los artificios...

Era como arrancar las decoraciones superfluas de una obra de devoción barroca, los mantos de una virgen dolorosa, por ejemplo, para dejar a la luz los cuatro hierros mal contados que le daban la forma; era eso, desnudarla sin quitarle una sola prenda de vestir (aún) y mostrarla tal y como había sido engendrada por sus padres porque así era como descubriría si merecía la pena dejarla viva o si, por el contrario, yo mismo y el mundo ganábamos al eliminarla... Para que luego se me acusara de egoísmo, cuando sólo pensaba en mi bien propio y en el de los demás, en menor medida pero de todas maneras presente en mis pensamientos.

Doreen, por tanto, estaba examinándose con el sofista más duro que hubiera podido encontrarse, y todo lo que hacía o decía pasaba por mi filtro, uno complicado y muy difícil de satisfacer por lo sumamente voluble que era y por lo alto que estaba el listón para complacerme, hecho del que en mayor o menor medida dependía su existencia, que podía terminar con la misma velocidad con la que un gato da caza a un ratón al que va a comerse.

Aquello, salvando todas las distancias posibles, se parecía bastante al juego de un gato travieso con un ratoncillo asustado como lo era ella, como sus palabras olían, como sus gestos gritaban y como sus intenciones revelaban, y yo era maquiavélico como sólo podía serlo un gato que juega con su comida antes de hincarle el diente y rasgar todas las capas de su piel hasta devorarla por completo y que de ella no quedara absolutamente nada, la misma debilidad a la hora de la muerte que la que habría mostrado en vida....

Y es que toda ella desprendía miedo por cada poro de su cuerpo en cualquier movimiento que hiciera, y que hizo para alejarse de quien le provocaba a su instinto de supervivencia, milagrosamente vivo, aquella sensación; toda ella rezumaba, en sus intenciones, el olor ocre del temor que impregnaba sus palabras como si fuera un barniz que le diera la naturaleza exacta a estas que necesitaran para acabar de parecerme dignas de ser despojadas de todo artificio y que el juicio pudiera tener lugar.

El contenido de sus palabras, no obstante, y su reacción en mí quedaba fuera de toda duda si se me conocía lo suficiente, conocimiento que se complementaba con mi media sonrisa pérfida y macabra que ella pasó de ver en la distancia a ver frente a su cuerpo tras un movimiento veloz como una centella y por el que me había acercado a donde ella había intentado, en vano, huir de mí... como si pudiera.

No, Doreen, no eres tú aquí quien hace las preguntas, es al revés... Yo lo planteo y tú respondes, así es como funciona todo esta noche. – advertí, con tono peligrosamente suave y tranquilo que si ella no era tonta sabría apreciar en su justa medida, en la que advertía el peligro que corría como no me obedeciera y que podía significar, entre otras cosas, que terminara convirtiéndose en un pellejo humano vacío de líquido vital y no en una parte, sino en varias... eso si tenía clemencia, cosa que no solía ser demasiado habitual en mí.

Aprovechando la cercanía que aún nos unía, gracias a mi ágil movimiento, mi mano pareció salir disparada con la misma velocidad que una de sus balas adquiría al abandonar la recámara de su pistola en dirección a su muñeca, parte que en su intención de alargarme su propia mano había dejado al descubierto. Como un grillete del más frío metal la apresé y la elevé hacia mi rostro, con claras intenciones de percibir su aroma más de cerca... Al menos a primera vista.

Algo parecido a un chasquido fue lo que ella pudo escuchar en el momento en el que uno de mis colmillos atravesó la fina piel de la cara interior de sus muñecas, arrancándole una gota de sangre que tiñó su piel lechosa de un tono carmesí que enseguida desapareció de ella para teñir mis labios de un tono que los hacía aún más peligrosos, especialmente por el hecho de que no me detuve ahí, sino que tras la primera incisión volví a llevarme su muñeca a la cara, aquella vez a la boca, para succionar de la herida con ardor que vivamente contrastaba con lo gélido antinatural de mis labios, cada vez más vivos en apariencia y cada vez más rojos en realidad.

Apenas duró unos segundos el contacto, y dejé caer su mano como un capitán de barco suelta mercancías para aligerar carga en alta mar, concentrándome más que en su reacción en saborear el efluvio metálico que tenía en los labios y que poseía una dulzura particular, una esencia fresca y a la vez pura que la convertía en una de las sangres más... inocentes, sí, esa era la palabra, de todas las que había probado en mucho tiempo.

Como comprenderás, no puedo saber si me gusta tu sangre si no la he probado antes, ¿no? ¿O acaso tú puedes saber si te gusta un nuevo asado de carne que nunca has catado sólo por su olor? En tu caso... Es contradictorio. Por un lado es dulce, algo empalagoso si se huele demasiado tiempo; por otro, es fresco y atrayente, sumamente apetitoso... Y tu sangre cumple con las expectativas que tu olor despierta, pero también tiene un problema, para ti al menos: da aún más sed. – sentencié, con inocencia fingida que contrastaba con la mirada anhelante de mis ojos, que se habían tornado pérfidos hacía ya un buen rato.

De nuevo con más velocidad que la que ella podía llegar a percibir correctamente, conduje mi mano hacia la parte baja de su espalda y la atraje hacia mi cuerpo, encarcelándola contra una superficie más dura que cualquier pared que hubiera podido sentir nunca: yo. La otra mano recogió una gota de su sangre que se escapó del orificio de su herida, en su muñeca, y me la llevé a los labios con un dedo, dando por un momento la impresión de ser un niño que prueba un dulce que le está prohibido.

¿Qué va a ser, Doreen? ¿Vas a seguir preguntándome cosas que te mueres por saber y que te van a acercar más al sentido literal de tu deseo o vas a empezar a hablarme de la auténtica Doreen, la que se esconde bajo la respetable dama, la que juega con armas de fuego pese a que su posición social no lo acepte? Quizá si te portas bien te recompense... Tú verás. – añadí, con la mirada clavada en sus ojos y ya no inocente, sino amenazadora y en cierto modo peligrosa, al igual que el tono de mi voz y de la misma manera que mi cambio, sutil pero apreciable, en la manera de dirigirme a ella...

Ya no había voseo, sino tuteo; ya no había una distancia aceptable inscrita entre nosotros en el aspecto social, sino que ya estábamos mucho más cercanos... también literalmente. Ya me había dejado de bromas, por un momento, y le había dejado claro lo que le pasaría si no se atenía a mis reglas y jugaba como yo lo ordenaba... Ahora era cuestión suya decidir si quería morir o, por el contrario, seguir viviendo. De sus actos dependía, y de mí juzgarlos, ¿cómo si no, siendo yo el único con la potestad de hacerlo de la mejor manera posible?
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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Feb 04, 2012 11:05 am

En ocasiones, no puedo entender como presumen de tanta majestuosidad. De ser yo un vampiro, seguramente buscaría atemorizar a aquellos que tenían mi misma condición, dejar una marca, dejar en claro que era único, incluso más poderoso que aquellos que alardeaban por ser un no vivo. Aprovecharse de situaciones tan "fáciles" por las presas, que no tienen ni tantito chance de hacerme algún daño, creo sería realmente aburrido, pero algo aquí estaba mal, algo aquí era completamente diferente. Ciro no era un vampiro común, se notaba por su manera de hablar, por su sed de conocimiento, porque si, la curiosidad es parte de un conocimiento que pocos te pueden dar en el momento. Cuando aprendes a capturar cualquier mínimo detalle de las cosas que te rodean entonces, tienes el privilegio de poder contra el peor de los enemigos, pues un movimiento en falso puede llevarte a la victoria, o un detalle dejándolo desapercibido puede hacer que mueras.

La sensualidad en sus movimientos eran completamente envidiables. Incluso, no puedo negarlo, me siento completamente encantada por verle moverse de aquella forma. Sus movimientos firmes, de cierta manera salvajes, pues se notaba había un freno particular para no mostrar todo su esplendor. Aquel hombre era una invitación a caer en el peor de los pecados: La lujuria. Verlo era como un baile en donde el único fin es que pierdas la razón y llegues a tomar aquella sensualidad para volverla tuya. No lo entendía, incluso deseaba poder sentir sus manos en mi cuerpo. Moví mi cabeza hacía otro lado, observando el agua para evitar ese pensamiento. Nunca había sido así, nunca había fantaseado con poder ser llevada a los placeres por algún desconocido, por nadie, aquello era de mala educación, aquello no era permitido. ¿Qué dirían mis padres de verme en esta situación? Seguramente se sentirían completamente decepcionados por ver como su pequeña, su objeto más valioso a vender, caía en los deseos y necesidades humanas. Mis mejillas rojas me delataban, el calor de mi cuerpo comenzaba a emanar, y entonces tomé varias respiraciones profundas para intentar olvidar ese tema, para concentrarme e intentar dejar de sentir eso, eso tan prohibido y tan cercano.

Mis labios se entre abrieron un poco, el aire caliente salió chocando contra su pecho, una quejido suave acompaño todo este movimiento. No había dolido demasiado, pero ardía y me había tomado desprevenida. Mi mirada se posó contra la suya, le reproché cuando mis ojos se rasgaron un poco, di un paso hacía atrás pero de nueva cuenta mi cuerpo estaba cerca de su temperatura corporal. No había ni siquiera espacio para que el aire pasará entre ambos por la cercanía que teníamos - ¿Y qué gana usted viendo todo lo que quisiera sacar y experimentar? - Mi tono de voz había salido firme, que incluso me había sorprendido, pero provocante, como deseando que este llegara a más. Quizás me lamentaría por tanto atrevimiento.

Cerré los ojos por escasos momentos. Así, sin poder verlo, me moví suavemente hasta que mi nariz y labios toparon con su ropa, entonces por primera vez en la noche pude percibir su aroma de manera correcta. Ladeé incluso el rostro para intentar percibir más, la cercanía había ayudado. Su olor… No podía describirlo totalmente. ¿Por qué me parecía incluso atrayente este detalle? Era delicioso, pero no podía definir a que olía. ¿Vainilla? ¿Menta? No, no lo sabia, no podía saberlo. - Quisiera… - Susurré pero de inmediato volví a callarme, tan cobarde como siempre, tan frenada como siempre, tan limitada, tan temerosa de ser juzgada - ¿Pensará mal de mi? - Siempre había añorado descubrir muchas cosas de mi, sacar a un lado a ese freno de mano para poder dejar ser verdaderamente libre, mi esencia siempre había deseado la aventura, incluso el riesgo, pero hasta la fecha, hasta ese momento no lo había deseado o experimentado de tal manera - ¿Es tan malo creer que la bondad existe? - Cuestioné abriendo mis ojos para observar aquella marca rojiza de donde había probado mi sangre - Mi alma y cuerpo pueden ser corrompidos pero siempre seré yo… - Sonreí apenas, alzando mi mano, y con la otra acariciando el contorno de la herida, era demasiado superficial, y ahora, aunque sonará extraño, quería ver una marca permanente en mi cuerpo de él.

Mi mirada volvió a tomar el valor para encontrarme con sus amenazantes ojos. Mis manos no cayeron al suelo, subieron hasta toparse con su rostro perfecto. - Si he de morir quiero llevarme su rostro conmigo - Susurré mientras una de mis manos se enredaba en su cabello - Quiero guardar su sabor conmigo - Sabía que mis mejillas volverían a sonrojarse, pero supongo que cuando estás al borde de la muerte ya no importa en que situación te encuentres - Su olor… - Su cabello era tan suave, tan sedoso, corto si, pero podía sujetarlo con suavidad aquellas hebras negras. La otra mano, con suavidad, con la yema de los dedos comenzaron a acariciar su frente, como detallando para guardarlo en mi memoria, cerré sus ojos con temor pero al final lo hice para delinear el contorno de ellos, su nariz, sus mejillas y entonces sus labios… Mi dedo indice paso por el de abajo ejerciendo cierta presión en el. En un arrebato me puse de puntitas, ni siquiera así pude alcanzar su rostro, quería observarlos bien, incluso probarlo, pero de nuevo me contuve y seguí mi recorrido hasta su barbilla, hasta su cuello y entonces, mis manos cayeron.

Se dice que los pintores suelen hacer ese tipo de cosas. Por eso Doreen no había perdido esa oportunidad, quizás, y si seguía después con vida, si su memoria no le fallaba haría un cuadro con aquel rostro. - No sé por donde empezar… Quisiera experimentar tanto pero no se por donde empezar - Empecé totalmente frustrada, mi pecho se movía con rapidez contra el suyo, estaba desesperada. Él tenía razón, había una Doreen que había deseado tener esta invitación en mucho tiempo, que aunque estaba en el peor de los peligros, se sentía segura de no ser juzgada. - ¿Qué hay de usted? ¿También hay algo más que un vampiro sediento? - Me era inevitable preguntar, siempre me he caracterizado por querer conocer más de los temas que tengo frente a mi. Había entonces recordado que no todos los vampiros tienen malas intenciones, a pesar de desear beber de mi, habían contenido su deseo por protegerme, eso era raro viendo una naturaleza letal como la de Ciro.

Hice mi cuerpo para atrás intentando sacarme de su agarré, me era imposible. - ¿Que gana teniendo mi cuerpo pegado al suyo? - Pregunté con tranquilidad. Su cercanía no me molestaba, me encantaba y eso era lo peor de la noche, que quizás si moría estaría bien, me habría liberado de demasiadas cargas en la vida, quizás moriría haciendo cosas que nunca hubiera podido de no ser por aquel momento. Pero ¿Conformarme tan fácil? No podía huir de los problemas, podría ser débil pero nunca cobarde. - No quiero morir… haré… haré lo que desee pero no me maté - Supliqué con desespero. Enredando mis manos en su cuerpo fornido, abrazando su figura, recargando su cabeza en su pecho, si alguien nos lograba ver a lo lejos, seguramente podría pensar que éramos dos enamorados, que habían escapado para poder hacer de nuestro antojo, quizás si alguno de los guardias me encontraba creería que estaba siendo protegida y se volverían a la casa de la noche sin problema, ni siquiera una lagrima podía correr por mi rostro.

Quizás el miedo se había desvanecido siendo sustituido por la resignación. Parecía que había cometido un gran crimen, que estaba a casi un instante de ser ahorcada en la bastilla, como se les hacía a los grandes ladrones, comencé a entenderlos en ese instante. ¿Para que llorar? ¿Para que suplicar o patalear? Todo se resumía a ser privado de la vida por leyes caprichosas de los burgueses, en mi caso de la naturaleza en la que había nacido. - Entonces digo que estoy frente a un ángel caído, ellos son los que disfrutan lastimando, disfrutan eliminando por sentir satisfacción, por vengar algo que les ha pasado. ¿Algo le ha pasado? Y sin importar el daño que pueda hacerme, me gustan sus alas oscuras, sentir que me abrazan, sentir la temperatura de su cuerpo, su peligro… Que lastima saber que… todo terminará tan rápido - El frío de la noche golpeó mi cuerpo, temblé, comenzaba a hacer demasiado frío, el sereno traicionero de la noche ahora se ponía a su favor torturándome con lo friolenta que era, sumando su frialdad, estaba a su merced, en este momento estaba siendo suya.


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Mensaje por Invitado Dom Feb 05, 2012 10:59 am

Todos sus movimientos eran los de un animal atrapado en la trampa que un cazador experto había tenido, ya fuera uno de su misma especie u otro de una superior, y en aquel caso el cazador era el mismo que se estaba utilizando como trampa: yo. Era mi cuerpo y mi propia esencia lo que la atrapaba y la confundía como la luz hacia un insecto; era el misterio que yo suponía, en ocasiones hasta para mí mismo, lo que había hecho que se acercara en un primer momento y era mi embrujo lo que la mantenía contra la pared, sin posibilidades de salir... y mentiría si dijera que no estaba disfrutando con ello, y es que probablemente nunca me cansaría...

Nunca me cansaría de ver cómo los humanos dejaban caer toda barrera de protección que habían levantado alrededor de sus frágiles mentes ante el estímulo adecuado; nunca me cansaría de comprobar hasta qué punto su raza estaba destinada a ser sometida por otras más poderosas, como la mía, en la que principalmente destacaba yo, por la suprema diferencia que existía entre seres tan confiados y otros tan taimados... Nunca me cansaría de ver cómo presentaban batalla, o más bien lo intentaban, aunque su destino estuviera escrito, y yo de batallas sabía mucho.

¿Cómo podía ser de otra manera si durante mis dos mayores lapsos de vida, la humana y la no humana, me había dedicado a luchar? Primero como monarca y general lacedemonio; después, como vampiro que sometía a todo humano que se le antojara bajo su control, pero en cualquier caso una eternidad de conflicto de la que había salido tan fortalecido como se me veía en aquel momento y como realmente era, hasta un punto que los demás eran incapaces de comprender, por lo que normalmente caían en juicios erróneos hacia mí que les impedían comprender la totalidad de mi grandeza.

Yo controlaba la situación, yo era el titiritero cuyos hilos eran los que transmitían las órdenes a los inferiores a los que dominaba, yo era el autor en cuyo mundo las reglas le pertenecían y bailaban una danza de la muerte en pos de la voluntad de su dios, en aquel caso yo, así que cualquier pensamiento alejado de esa tónica por la que yo me erigía como el ser superior que, de hecho, era, quedaba fuera de lugar... Y si Doreen no lo aceptaba por las buenas, su cuerpo al menos demostraba, casi gritaba, que sabía perfectamente que estaba bajo mi dominio, como tenía que ser.

¿Por qué, si no, en vez de tratar de resistirse al ancla que suponía me agarre lo fomentaba aún más, acercándose a mí? ¿Por qué, si no, alternó con sus palabras aquel acto tan inocente en cierto modo y tan impúdico en otro de acariciar mi rostro, sin dejar un solo milímetro de la piel sin acariciar con sus dedos, según ella para memorizarla? ¿Por qué, si no, me abrazó como lo hizo? ¡Era obvio! Me deseaba, de una manera que había visto referida a mí una y mil veces a aquellas alturas de mi vida y que en la mayoría de ocasiones era recíproca, igual que aquella.

No la aparté, no obstante, no cuando la cercanía que manteníamos no sólo no le disgustaba sino como su cuerpo casi gritaba le encantaba, pero tampoco respondí de entrada a sus comentarios, sus preguntas y sus palabras, que ofrecían un amplio espectro de posibles matizaciones que sólo dejaban aún más a la vista su juventud, una por la que ella se diferenciaba de mí, porque yo solamente la aparentaba... Había visto más cosas que las que ella nunca vería; había probado conocimientos y experiencias que a ella le estaban vetados y, lo más importante, era Ciro y no Doreen de quien hablábamos, por lo que las diferencias quedaban claras.

Apenas me costó esfuerzo pillarla por sorpresa lo suficiente para que, amagando con besarla, no lo hiciera, sino que por el contrario me desviara por el camino descendente que su cuello marcaba hacia el resto de su cuerpo y realizar una suerte de examen como el que ella había hecho conmigo, sólo que en vez de con las manos yo lo hacía con los labios y con la nariz, aspirando cada brizna de su aroma, cada pequeño matiz de esa esencia que gritaba Doreen y no cualquier otra, que la hacía inconfundible.

Me tomé mi tiempo, sobre todo por el hecho de que las prisas no son buenas consejeras cuando tienes una eternidad para cumplir con tu voluntad como mejor te plazca, supuesto que sólo se cumplía en mi caso precisamente por ser yo y no otro de quien estábamos hablando, y cuando la prueba a la que la sometí pareció terminar ascendí rápidamente a la altura de sus labios, donde los míos quedaron casi pegados, a una distancia que brillaba precisamente por su ausencia y por la que cualquier movimiento provocaría un roce entre ambos que iba a probar enseguida.

¿Qué gano yo con todo esto, Doreen? Es una pregunta muy sencilla, cuya respuesta carece también de toda complicación. Lo que yo gano es conocimiento, el suficiente para decidir si vives o mueres. – contesté, como quien está hablando de cualquier banalidad como los botones de la camisa o la tela que se ha utilizado para recubrir un sofá en una casa aristocrática, ya que llegado el caso si vivía o moría me importaría tan poco como aquello a no ser que lograra despertar mi capricho... su única baza para seguir viva, aunque ella la desconociera.

La solté de mi contacto y di un par de pasos hacia atrás, cruzando los brazos sobre el pecho y sin dejar de clavar la mirada en la suya, buscando en ella cualquier sentimiento que pudiera revelar hasta qué punto estaba asustada... Porque si era inteligente lo estaría, si no carecía de cordura sería lo suficientemente avispada como para darse cuenta de que su destino pendía de un hilo tremendamente frágil por estar amenazado con alguien que, a la mínima, accionaría las afiladas tijeras que lo destrozarían para siempre, sin solución posible a eso mismo.

Al momento siguiente, con la velocidad de un parpadeo suyo, me situé detrás de su cuerpo, tomando sus brazos con los míos para ponerlos en su espalda y, por tanto, inmovilizarla, como si necesitara aquel alarde de fuerza para demostrar que tenía un control del que los dos éramos – o teníamos que ser – perfectamente conscientes a aquella altura de nuestro encuentro, curioso como poco.

Apoyé la barbilla un momento en su hombro, con actitud relajada que no se contradecía con cómo estaba yo: tranquilo, sereno, calmo... una apariencia de quietud que era sólo la calma que precede a la tormenta o la que se respira en el ojo del huracán, igual de inestable e igual de frágil si se realizara el movimiento adecuado, como molestar al animal que permanece en guardia y forzarlo a que se mueva, casi impulsado por un resorte, hacia la víctima que nada tiene que hacer contra él.

Pensaré mal de ti como sigas insistiendo en una idea tan pueril como que la bondad existe, aunque quizá me replantee mi pensamiento si sigues dándote cuenta de que, efectivamente, puede que mueras esta noche... – musité sobre su oreja, momentos antes de robarle un beso rápido, uno que no se esperaba y que fue tan intenso como breve antes de que me separara, con restos de su sangre por un oportuno mordisco en su lengua sobre mi propia piel y relamiéndome como alguien que acaba de probar un manjar suculento o está simplemente tan sediento que no puede evitarlo... Tal era mi caso.

Tras el beso, el destino de su cuerpo inmovilizado contra mi pecho volvió a ser de nuevo su cuello, que recorrí con los labios e incluso mordí sin la fuerza suficiente para abrir nuevas heridas en él, porque aún no era el momento de hacer eso.
Todo puede terminar rápida o lentamente: depende de cómo te comportes y depende de si te lo mereces o no, una innumerable cantidad de variables que hace que tu futuro sea tan incierto para ti como para mí... Pero, al lado de eso, hay una cosa que deberías saber: el bien no existe, igual que tampoco lo hace el mal. Son simples convenciones sociales para mantener una cierta igualdad entre los seres humanos y que premian lo que la conserva, así como castigan lo que la elimina. ¿Por qué, si no, matar es malo mientras que salvar es bueno? Porque los humanos lo habéis decidido así. Los vampiros, sin embargo... – comenté, dándole la vuelta para que quedara frente a mí, aunque igual de atrapada que cuando había estado de espaldas a mí cuerpo porque sus brazos seguían aprisionados.

Los vampiros tenemos nuestras propias normas, o al menos así lo hacen los que merecen ser llamados como tales en vez de simples chupasangres sin mayor valor que una vulgar sanguijuela. Ahora dime, ¿tú qué crees? ¿Soy un simple vampiro sediento o hay más dentro de mí, algo con lo que se mezcla esa esencia de ángel caído que me ves tan claramente? – pregunté, alzando una ceja con diversión maquiavélica para esperar a su respuesta que, por suerte para ella, me producía la curiosidad suficiente para comprarle más tiempo de vida en su incierto destino... siempre bajo mi control.
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Mensaje por Doreen Jussieu Sáb Feb 25, 2012 8:47 pm

¿El destino existe? Quisiera saber si de verdad el destino existe, si hay un plan de nuestra vida, si alguien allá arriba, o abajo, es el que podía decidir las situaciones que pasaríamos, o si simplemente sabía como sería nuestro final. ¿Y sino existía el destino? Si no existe, entonces somos nosotros quienes tomamos el pretexto de decir que existe para justificar algunas acciones, algunas situaciones o algunos malos momentos. Quizás nosotros podemos ser títeres de un gran titiritero, quizás solo somos muñecos que eran movidos al antojo de alguien que, disfrutaba de más de millones de escenas. O quizás solo estábamos solos. Enviados al mundo a la deriva, dejando que la crueldad de esté se apoderará de nosotros, o que se tuviera la fuerza o la ingenuidad para mantener esa esencia pura y bondadosa. ¿Cómo es que se sabía cual era nuestra misión en la tierra? ¿Se tendría un destino? ¿Una misión? Y si era o no era… ¿Quién decidía cual sería el ser superior? ¿Quién decidiría quien gobernaba?

Mi vida entonces estaba por perderse, ¿era acaso el destino ordenando mi final? ¿Él había deseado que terminará así? Podían ser preguntas sin sentido, pero también con mucho sentido, preguntas que hace tiempo necesitaba saber, preguntas que cualquier persona con hambre de conocimiento y descubrimiento se haría. Si mi vida sigue después de está noche, solo sabré algo en especial. Desde que había salido de la casa de la noche algo dentro de mi se había movido, sabía que algo sería diferente. Quizás puedo ser una humana, pero sé que tengo algo especial por dentro. Mi sensibilidad permite poder tener percepciones de la vida, impresiones correctas de las personas, presentimientos sobre el momento, sobre el día, sobre próximos encuentros, mis sueños me dan señales. El haberme topado con sus ojos había hecho que algo se accionará dentro de mi ser, todo sería diferente si vivía, una nueva etapa se haría presente, una etapa que, aunque sonará arriesgado quería poder volver a tener noches así, peligrosas, con él, sin él. ¿Los humanos no pueden ser amigos de vampiros como él? Y aunque se pudiera, ser especial de una manera no implica ser especial para una criatura tan superior.

Lamenté entonces ser tan débil, no poder ser tan interesante, no poder ser lo suficientemente hermosa, o que mi sangre fuera atrayente o adictiva, pero sobre todo lamente no tener aventuras o historias interesantes para contarle, lo lamenté porque al no tener nada de eso, él no encontraría nada para decretar que valía la pena dejarme con vida. Y es que esa autoestima tan baja que tenía no me permitía ver algo en este momento bueno en mi, solo percibía miedo, sumisión, debilidad, por dentro debía tener algo bueno, si debía tenerlo, si debía buscar eso bueno, pero no tenía el tiempo para hacer una introspección clara y así decirla, que ambos pudiéramos gozar de la esencia suprema de mi ser. Esencia suprema… Todos deberíamos tener una.

Hice un movimiento bastante brusco intentando liberarme, esa mordida me había dolido demasiado - Arggg, Ciro - Me quejé atreviéndome a decir su nombre. El dolor por pequeños instantes que se apoderé de tu cuerpo, es lo suficientemente fuerte para hacer que incluso el cuerpo elimine todo miedo, pero este se tensa, tus músculos se contraen, tu respiración se detiene, la sangre bombea con lentitud pero sin duda se sobrecalentaba, pues de la mano del dolor aparece el enojo. Gruñí molesta, sintiendo el dolor punzar mi lengua. Suspiré al sentir su aun cercanía, al menos había hecho el intento de liberarme y no quedarme con las ganas de hacerlo. Supongo que ese es un buen paso para no seguir tan amarrada a la vida de restricciones que había estado teniendo. Cerré los ojos tomando varias bocanas de aire, tenerlo tan cerca ya me afectaba, me provocaba, me gustaba pero a la vez temía. ¿No era eso contradictorio?

Las palabras de Ciro me hacían recordar la educación que dentro de mi hogar me habían dado. Mis padres siempre me hablaban de un Dios que desde siempre los había abandonado, quitándoles gran parte de las riquezas que en algún momento habían tenido. Siempre me habían dicho que aquellos que no tenían tantas riquezas tenían pruebas para confirmar su fe en él, y en su destino al cielo. Volvemos a las preguntas del destino. Siempre me habían dicho que desobedecerles o hacer cosas que no me permitían era malo, y que seguidamente el diablo estaba rondando mi ser para tentarme. El diablo… Que bonita manera de espantar a todo aquel que quieres tener en tu dominio en estos tiempos. Ciro viene, me habla, me controla, y me deja en claro que tales cosas no existen, quizás nací en un hogar lleno de engaños, quizás solo aquellos que se engañaban a si mismos podían ver el bien y el mal, y en realidad no se daban cuenta que solo los actos que tenemos son información para seguir delante, quizás tenía razón y no existía el bien o el mal, a fin de cuentas ¿Quién había empezado eso? ¿Quién nos había dicho que era bueno o malo?

Mala era la persona que robaba un pedazo de pan para poder comer, pero eran buenas sus intenciones por querer tomar ese pedazo de pan para alimentar a su familia. De nuevo se podían formular preguntas si se hace el bien o el mal en estás situaciones.

De nuevo tenerlo frente a mi era una tentación y un peligro. Sus ojos se clavaban en los míos como queriendo que solo se pudiera tener su visión, que no me distrajera, que simplemente mi mundo fuera él. - No entiendo… o más bien… Siempre tuve una idea, los libros de texto hablan las criaturas como tú, dicen que son seres horrorosos en algunos casos, pero demasiado bellos en otras ocasiones… Como tú - Me sinceré, a estás alturas ya no creía estar sonrojada, quizás estaba de miles de colores. Tan descarada, pero se sentía demasiado bien, se sentía demasiado relajan poder decir lo que pensaba sin problema alguno - Hablan de ustedes sobre tener una sed desgarradora, que no pueden controlarse cerca de los humanos, pero he conocido a varios vampiros - El brillo de mis se hizo presente, había tenido un par de experiencias con vampiros, pues en la casa de la noche habían varios, pero todos ellos eran tan buenos - Ellos tienen muchos rasgos humanos, incluso algunos me han protegido… En cambio usted me ve como si quiera quitar cada gota de sangre de mi interior… Hay otros que se rehusan a lastimarnos… ¿Cómo puedes llamar a cada uno? - Hice una mueca.

No quería responder su ultima pregunta, no quería, no se me hacía justo decir como lo veía, no sé me hacía justo pues era breve el momento que había tenido con él, y eso no te da el conocimiento necesario para poder dar un veredicto de alguien. Sin embargo, debía decirlo. - No lo veo como un simple vampiro sediento… Usted es curioso, le gusta mirar cada detalle de quien esta frente a usted, me di cuenta pues sus ojos se mueve analizando también, tiene hambre de conocimiento, sin importar las situaciones… Los ángeles caídos pueden ser hermosos… Pero siempre tendrán secretos guardados, o para dejar que los descubramos… Pero hay más… No solo querer atemorizar… ¿O eso le place? ¿Querer atemorizar? ¿Es su única meta en esta inmortalidad? Usted también fue humano… Usted también debe querer más que solo eso… ¿Poder? Quiere dejar en claro su poder ¿Conmigo? Soy una humana… ¿Por qué querer hacer esto conmigo? - No lo entendía ahora, Ciro me parecía un hombre de temer obviamente, pero ¿querer dejar temor conmigo? No lo estaba entendiendo, eso no.

Empecé a mover las manos, la presión que ejercían sus manos contra las mías ya dolía. - Suéltame Ciro… Suéltame por favor - Volví a suplicar un tanto atemorizada. - ¿Solo quieres mi sangre? Podría darte… Podría darte de mi sangre, un poco… Sino es solo eso entones dime que quieres… - Y entonces mi respiración volvió a alterarse, volví a tomar esa conciencia, estaba a punto de morir, estaba a un paso de caer al precipicio, estaba ya solo a un momento de terminar el cuentro - Déjame al menos saber tu historia, saber como llegaste hasta este punto… ¿Por qué eres así? ¿Cuantos años tienes? Déjame saber de ti… Si me matas lo llevaré todo a la tumba, nadie más sabrá que yo… Concédeme ese deseo… Esa es mi hambre de ti Ciro… Tú historia - Si, quizás quería volver a sentir sus labios sobre mi piel, si tal vez vez quería volver a sentir su sabor, pero no se trataba solo de un encuentro tan vació, se trataba de algo más, ¿no es así? Cada persona deja una huella, un recuerdo, algo diferente, pero siempre tiene que haber recuerdos valiosos, necesidad de volver a tenerlos por más peligrosos que fueran. Y si vivía… Oh que tonta era, aun pensando en poder vivir… Pero y si vivía quizás el podría ser mi encuentro diferente, una adicción… El peligro que siempre querría tomar.

Los segundos podían ser definitivos. La muerte podría estar presente con solo cerrar los ojos. Y entonces, sin poder sentir que cedía a mis suplicas, me acerqué a él, sintiendo como el agarré que tenía de mis manos era aun más doloroso. El estirarme complicaba más las cosas, y me dejaba más dolor, pero las cosas con dolor o sin dolor ya no importaban. Las puntas de mis pies cargaban todo mi peso. Pegué con fuerza mis labios a los contrarios, moriría con su aroma, con su sabor, y con su imagen guardada en mi memoria. Poco pude aguantar el peso, estaba cansada. Así que volví a mi posición, débil, sintiendo como me estaba mareando. Ladeé el cuello exponiéndolo todo para él. La piel blanca de mi cuello seguramente se vería grisácea por la luz de la luna - Si has de arrancar mi vida, hazlo ya, no me tortures más por favor - De nuevo estaba en sus manos.

Y sabes que todo esta a punto de terminar, que en el momento en que ibas a empezar a disfrutar de la vida, te la van a quitar, que nada de lo que habías hecho (escapar de casa, pertenecer a una revolución) había valido la pena, pues el sentido que le estabas dando a las cosas esta por terminar, por que no hay encuentro tan poderoso como esté. El destino si existía había decidido aquello, el vampiro sería dueño de mi cuerpo, de mi vida, de mi alma.

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Mensaje por Invitado Mar Feb 28, 2012 5:01 pm

Sólo a una mente tan inferior como la de un insecto podía caberle alguna duda, aún entonces, de que yo tenía el control de la situación. Por supuesto no contaba con que nadie excepto yo se diera cuenta de todos los matices que aquello suponía; del nivel de sometimiento al que podía someter a la rama ya flexible y torcida que suponía Doreen, lo suficientemente poco rígida ante el estímulo adecuado que en tiempo récord había visto cómo la había acabado por hundir bajo el peso de mi espectacular presencia...

Que todo el mundo caía era una verdad absoluta. Mis años humanos como militar me habían enseñado en la árida Esparta que para sobrevivir se tiene que aprender la debilidad de tu enemigo y utilizarla contra él, y por tenaces que parezcan todos poseen una... Ya sea un amor pasado, una obsesión o un rasgo de la personalidad del ser al que te enfrentas, ninguna arista pasaba desapercibida para ojos expertos que podían utilizarla como ellos querían... aunque nadie con la habilidad con la que lo hacía yo.

¿Cómo podía ser de otra manera, si manipular había sido mi razón de ser desde que, prácticamente, tenía memoria? Me había convertido con la mezcla entre mi talento natural y la práctica sin pausa en lo que era en aquel momento, alguien capaz de doblar a su voluntad cualquier cosa y hacer que se sometiera para disfrutar de la posición natural, yo sometiendo y el otro sometido, que se establecía siempre que había un vínculo entre una entidad de cualquier índole y yo...

Había un mundo de posibilidades, una vez realizada aquella simple acción preventiva que muchas veces suponía diversión en sí misma, especialmente al doblegar a alguien que se creía incapaz de doblegarse, sino que antes se quebraría, y ver la cara que se les quedaba cuando las cosas no salían como ellos querían sino que seguían su orden natural, que salieran como quería yo; había, en fin, un mundo de posibilidades que comenzaba desde el momento en el que la otra figura ya estaba sometida.

No había límite si la predisposición era buena, si la mente era lo suficientemente prolífica o si ambas cualidades se juntaban en alguien que sólo podía ser yo por propia definición ya que nadie más poseía aquellas características que yo derrochaba y que me hacían único, como había sido desde el momento en el que había asomado la cabeza del cuerpo de mi madre, ya cenizas, hasta el instante en el que me encontraba, uno más en mi larga vida... Uno más poniendo a prueba a una humanidad que me aburría.

Todos eran iguales, como copias de un mismo grabado en metal que apenas suponía nada de original, como si engendrando seres como yo la humanidad hubiera perdido todo su poder de originalidad y ya no pudiera crear sino vulgaridad, monotonía, aburrimiento, algo totalmente plano y que no gustaba a nadie, ni siquiera a sí misma: por eso todas las contradicciones en las que ideológicamente caía, una detrás de otra en la sarta de mentiras y creaciones propias sobre las que se apoyaban para no afrontar que, en realidad, eran el eslabón más débil de la cadena alimenticia.

Y, en ella, el eslabón más fuerte, la cúspide de la pirámide, era yo, que a veces hacía alarde de una bondad inusitada que no me pertenecía y que podría estar en cierto modo enlazada con mi curiosidad particular y mis ansias por matar el aburrimiento monótono que suponía rodearme de una humanidad así y me dedicaba a examinar a la masa ingente e igual de humanos vulgares en busca de alguien que supusiera no un diamante en bruto, ya que eso era demasiado pedir, sino más bien un destello de originalidad que me permitiera tener clemencia una noche y no segar su vida como la de los demás... o quizá hacer la tortura más dolorosa incluso para que aquel humano con ínfulas las viera estrellarse contra el suelo antes de perecer para siempre.

La perspectiva del dolor ajeno era dulce... La gente solía tenerle pánico irracional a sentirlo pensando que era precisamente eso, dolor, pero yo no lo veía así; lo veía como algo separado del placer por una línea muy fina, como una de las sensaciones más intensas que se podían llegar a vivir en la vida o no vida de cada individuo, como algo no rechazable si llegaba... como algo intenso que liberaba el resto de ideas que, normalmente, permanecían atrapadas bajo el yugo de la supuesta racionalidad.

Doreen no era ninguna excepción. Me tenía tanto miedo como se le solía tener a lo desconocido, a lo peligroso y a lo que podría acabar con su vida en un abrir y cerrar de ojos, casi con desearlo y desde luego con un gasto de energías y fuerzas no mucho mayor que el que suponía estirar el brazo para matar una mosca molesta cuyo zumbido entra en los oídos y los taladra en dirección al cerebro... Chica lista, como ya había descubierto, pero a la vez cobarde porque huía del dolor.

Pretendía pedir a un asesino nato y experimentado lentitud con ella, clemencia en un asesinato que ni siquiera sabía si se produciría aún a aquellas alturas en las que ella seguía dándome una de cal y otra de arena en cuanto a su valor como alguien digno de ser salvado, que estaba empezando a dudar... ¿Dónde estaba su fortaleza? ¿Dónde estaba su tenacidad, su aplomo, sus ganas de vencer lo que fuera que se le presentara? ¿Había ido a encontrarme con una niña encerrada en un cuerpo de mujer y no me había enterado hasta ahora? Parecía lo más probable.

Me separé de ella de pronto, sin que se lo esperara y probablemente sin que, por sus palabras, hubiera previsto algo de mí, pero lo que conocía de Ciro no era sino la punta del iceberg, nada comparado con la inmensidad de lo que ocultaba, de lo que no cualquiera era merecedor y de lo que de hecho se escondía: un mar oscuro de caprichos, acciones aparentemente erráticas pero que tenían sentido en una visión global sólo comprensible a través de la mente superior que yo poseía... que nada tenía que ver con la de ninguna otra criatura que pisara el planeta.

¿En serio vas a ser tan predecible, Doreen...? ¿Vas a suplicarme y a resultar tan sumamente patética como lo estás siendo? ¿Vas a dejar que tus palabras te hundan y te condenen lo que no han hecho hasta ahora? ¿Vas a renunciar a la prueba definitiva de que mereces la pena: el dolor? Dicen que a quien se rinde se le da una muerte digna, que los soldados atrapados en territorio enemigo podrán obtener piedad si se someten a los vencedores, pero no me lo creo... Los dos sabemos quién es el que somete y quien el sometido aquí, y también que no vas a poder cambiar eso aunque lo intentes, pero ¿tamaña humillación...? – comenté, con tono neutro pero con expresión aparentemente defraudada, como si no me esperara aquello de ella, como si no esperara que cayera tan bajo... y en parte así era.

No había que olvidar, sin embargo, que Doreen era humana y que, como tal, era cobarde por naturaleza ante el peligro de lo desconocido. No sabía lo que iba a hacerle, de la misma manera que yo tampoco lo hacía porque la previsión arruina la diversión del gato jugando con el ratón atrapado entre sus zarpas, y por eso mismo me temía, además de porque sabía de lo que era capaz, según sus propias palabras porque había conocido a otros vampiros... la sola idea me provocaba risa, aunque no hice sino sonreír.

Con la mirada de nuevo clavada en ella, crucé los brazos sobre el pecho, evaluándola. Ella no moriría de momento, pero su vida tampoco estaba asegurada en el breve intervalo siguiente de tiempo, así que no perdía nada por conocerme... Por saber, al menos, quién había sido en vida humana o algo de aquel guerrero valiente que había derrotado a los persas de los que provenía para salvaguardar la gloria de su polis, Esparta.

Mi meta en la inmortalidad es vivir mis habilidades, pero se ha vuelto tan difusa que me divierte ponerlas en práctica con seres como tú. ¿Qué decir? Me gusta jugar con la comida, llámame travieso si es que es esa la palabra que utilizarías para reprimir a un niño por esa clase de comportamiento tan pueril... – respondí, con la mirada fija en ella y resultando esta lo suficientemente aterradora como para impedir que se moviera pese a que mi cuerpo no estuviera realizando ninguna clase de presión sobre el suyo, al menos no física, ya que psicológica... eso era otro cantar.

Si tanto conoces sobre los libros de texto que enseñan en los colegios, ¿qué sabes de Esparta? ¿Qué sabes sobre las Guerras Médicas? ¿Sobre los generales que las vencieron por la gloria eterna de una polis que hoy ya no existe porque de ella sólo quedan las ruinas? ¿Qué sabes de los lacedemonios, de su entrenamiento guerrero, de su infancia, de su vida, de su no-vida...? De esa sabes más porque me conoces a mí, ¿verdad? Creo que con esto ya puedes hacerte una idea de mi edad, ya sabes situar mi civilización primigenia y podrás hacerte una idea de lo que fui, pero no de lo que soy... Nunca de lo que soy si te aferras a un pasado incompleto. – añadí, acercándome a ella ya no con el paso de un animal, sino con uno muy distinto, el de un guerrero.

Volví a ser Pausanias por un instante; volví a tener a mis tropas tras de mí y las volvía a dirigir por el territorio enemigo en dirección a las mandíbulas persas de las que yo mismo descendía; volví a sentir el mismo fuego de la batalla arder en mis ojos para después dar paso al océano helado habitual, el que no expresaba nada, el que estaba clavado en Doreen... en los ojos llenos de miedo y fascinación de mi acompañante.

Lo que quiero es a ti. En cuerpo y alma... Toda a mi disposición para hacer lo que me venga en gana, y quieras o no ya te tengo. – concluí, con una mano rápidamente pasando por su espalda, a la altura de la parte baja, para poder acercarla a mí y la otra apartando el pelo de su cuello para hincar los dientes en él, sorbiendo su sangre, esa que me había permitido tener y que tendría me dejara o no, ya que yo estaba al mando... Y tras unos segundos que parecieron horas, a ella al menos, me separé, con la misma sonrisa torcida de antes potenciada por la boca llena de sangre... su sangre.

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No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado] Empty Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]

Mensaje por Doreen Jussieu Mar Feb 28, 2012 6:58 pm

Y entonces nada había valido la pena.


21 años, mi vida entera se había ido por el abismo. Me había arrojado sin más, ahora podía sentir que la muerte me había llamado, y no, no estaba contenta por llamarme. Me había rendido ante un no vivo, y cuando ella estuvo a punto de llevarme la vencí, como cuando un hombre sale con vida e incluso victorioso de la guerra. Era como si el arma que había tenido en las manos, estuviera en mi cabeza, y no solo uno, varios balazos se habían hecho presentes destruyendo cada parte de mi rostro, cada parte de mi memoria, todo lo que alguien día fui. Porque en ocasiones puedes estar muerto aun teniendo vida, porque en ocasiones te vuelves el títere que más ama aquel titiritero. ¿Por qué? Porque te mueve a su antojo, porque has dejado que enrolle aquellos cordones casi transparentes, mueva tus manos, tus pies, tu cuerpo.

Me había vuelto alguien más a la que la sociedad destruía. Alguien más que había escapado de una vida perdida, para ir a una no vida perdida. Y si hablo de una no vida, no se trata de ser inmortal, se trata de ser un costal de papas, adorado cuando estás sano, arrojado a la basura cuando empiezas a deteriorarte por más mínimo que fuera. Me había vuelto aquel títere que todos desean tener a su antojo, ese títere hermoso que solo uno puede tener y que todos envidian, y en este momento era el títere de Ciro, y no… Nunca me había considerado alguien que pudiera ser utilizada de esa manera.

"YO NO SOY UNA COBARDE" Me grite interiormente. Había cerrado los ojos en la espera de un desenlace. ¿En que momento? La muerte siempre ha sido algo que he aceptado, algo que se, en nosotros los humanos es inevitable, es la ley de la vida, sin embargo se puede aspirar a más, a una inmortalidad, a una vida eterna llena de conocimiento, de descubrimiento, de logros. ¿Inmortal? ¿Acaso estaba pensando en eso? No merecía si quiera pensarlo si me había rendido en tan poco tiempo. No merecía si quiera su presencia frente a mi por este comportamiento tan reprobable, estaba siendo como aquellos condenados que se acusan delitos ajenos, o inventan crímenes que ni siquiera están buscando por que su vida se ha deteriorado, parecía aquellas personas que deseaban la muerte, por que la vida les había tratado de una manera poco digna

¡Cobardes todos! ¡Malditos sean todos! En esta vida hay más que simples sonrisas, está vida esta llena de colores, tanto grises, como vivos y variados, esta vida es de lucha, de esfuerzo, no un amor de cuentos de hadas, y vaya que siempre había soñado con uno de ellos. Donde alguien pudiera llegar a aquella casa del campo donde compartía con mis padres, que me sacará de ese encierro que me estaba consumiendo, que me viera con amor, que me llevara a su castillo y así poder vivir felices por siempre. ¡TODO ERA MENTIRA! Eso no existía, los príncipes de cuentos no existían, pero no por eso me había rendido, no por eso me había dejado caer, no había sido por eso.

¿Por qué me había vuelto así? Tan miedosa, tan falta de esperanza. Había escapado de casa, de una vida de castigos, había andado por los bosques en medio de la noche, había sido atacada por un licántropo, ¡Y había sobrevivido! Había pasado hambres en busca de un sentido, había sufrido humillaciones por parte de aquellos aristócratas, había llegado a una revolución, cuidaba y alimentaba a guerreros. Por fin me sentía indispensable, parte de algo, de alguien. En todo ese tiempo nunca había dudado de mi, nunca me había dejado caer, nunca había tenido miedo, siempre había tenido fe… ¿En que momento me había vuelto tan fatalista? Yo no era así… Me desconocía. De nuevo entonces la pregunta se forma en mi cabeza. Aquellos segundos se habían vuelto casi horas a mi parecer, pero si eran segundos, solo el cuerpo, el miedo, y la situación son las que hacen que tema, que crea que esto es un calvario. Si he de morir, he de disfrutar hasta el último de mis respiros, así debe ser, así será.

Por fin había abierto los ojos, su mirada cual imán, había atrapado la mía de nueva cuenta. Ciro… Su nombre incluso me gustaba, podría decir que, si permanecía con vida, guardaría cada detalle de su existencia, si seguía con vida después de esta noche, es porque algo, algo he de tener especial. ¿En el lecho de muerte viene el reconocimiento de lo que eres? Y a pesar de que sabía aunque fuera muy dentro de mi, que valía la pena, que era una mujer inteligente, con muchas cualidades, hermosa, deseada para ser aquella esposa perfecta, nunca había podido reconocerlo, siempre había creído que algo malo había en mi y que por eso no había encontrado un amor, sin embargo había estado buscando prototipos que siempre me habían enseñado, quizás por eso había decidido dejar de luchar, por haberme cansado de encontrar, y es en este momento en que me doy cuenta lo que valgo, lo que puedo lograr, y que si sigo con vida y es porque yo… Doreen, no soy una humana cualquiera, que tengo mucho por conocer, que tengo una vida que abrazar, que tengo mucho que ganar, y aunque sonará descabellado, esta sería una de las mejores lecciones de vida, que desearía volver a verlo. ¿Me dejaría volver a verlo?

Volví a reconocer cada parte de su rostro, cada detalle que había en él no podía dejarlo pasar, podía incluso atreverme a detallar de manera descarada las formas de su cuerpo. ¿Importaba el recato? No debería, y si debería, no importa, cuando estás por morir, no, no importa. - ¿Me dejaría hacer un retrato de usted? - "Tal vez mi poca cordura se había acabado." Y sé que no venía al caso, y sé también que no venía al tema, pero me era inevitable no desearlo, quería tener su imagen plasmada en uno de mis lienzos, que su rostro estuviera en una de las partes más vista de mi galería, cada cuadro tenía una historia, cada rostro contaba su vida. Aquellos hombres que disfrutaban del arte conocerían a Ciro, quizás no como yo lo había conocido esa noche, pero lo conocerían, una parte de mi vida, una noche que se volvió un descubrimiento, conocimiento, la noche que había aprendido que estar mirando hacía el vació no era nada malo, solo eran riesgos, volverte a encontrar, recordar en que momento algo se pierde dentro de ti, y tu esencia cambia, se vuelve frágil, se vuelve vana, cuando te das cuenta que no estabas siendo tú, porque quizás siempre había sido una delicada y frágil humana, pero nunca me había rendido.

Arqueé una de mis cejas saliendo de aquel trance, de aquel momento de alucinaciones que había tenido por unos momentos - ¿Dolor? De dolores he tenido demasiado caballero, no le temo a ellos mi mente, mi cuerpo, incluso mi corazón se han desgarrado en un sin fin de ocasiones, no le tengo miedo porque este mundo esta hecho para eso, para sufrir, para impartir dolor, y entre el dolor se tiene gozo… Es parte de esto, sino lo fuera ¿por qué cree que hay tantos humanos muriendo de hambre en Paris? ¿Por qué cuando la corona sale a tantos viajes y presume de una nación poderosa? Nadie está exento del dolor, incluso usted… - Sin poder evitarlo, una sonrisa, quizás pequeña, quizás poco perceptible se había asomado en mi rostro. ¿Quería una noche digna? Entonces no me limitaría de decir lo que creía.

En estos tiempos, decir que una mujer posee de conocimiento amplio debido a la lectura puede ser peligroso, claro sino eres de la aristocracia, pues nosotras según los paradigmas del pueblo, estamos echas para atender al hombre, para dar a luz hijos, para entregar placer al cuerpo del esposo, cosas que limitan, sin embargo, nunca me había importado esa idea, y siempre que podía entraba a hurtadillas a bibliotecas para hacerme una mujer de conocimiento, que si bien, no había viajado nada, ahora podía presumir de al menos saber o tener una idea de esos destinos que algunos hacían, y que estaba segura, más bien si sobrevivía, sin duda conocería. Me llevé una mano al pecho con total asombro. Había leído sobre algunos generales si, sin embargo… - ¿Cuál es su nombre verdadero, Ciro? Quiero saberlo, quiero saber con quien estoy… - Quizás si me daba aquel nombre las cosas incluso serían mejor. -Aquella tierra de las que todos hablan, tierra de guerreros envidiables por su tenacidad, por su entrega, por su pasión, aquella tierra que debió prevalecer por siempre… Sin embargo - Achiqué mis ojos sin poder evitar lanzar las siguientes palabras - Si fue entonces… ¿Cómo es posible que su apariencia sea tan joven? ¿Cuál fue su pecado? ¿En que obro mal? Un guerrero tan joven estaría muerto en zona de batalla, o disfrutando de una gloría… En cambio usted… - Me quede callada, bastante intrigada, curiosa, con sed de más conocimiento.

Sus dientes se hicieron paso en mi cuerpo, se clavaron sin miramientos en aquella zona, en la curva de mi cuello, mi cuerpo se tensó por completo. Incluso sentí como mis músculos se contrajeron rápidamente. Cerré los ojos por inercia, solo por eso, deseaba ver sus movimientos, aprenderlos, que fuera esa imagen como la última que viera, si había de morir. Mis labios se abrieron ligeramente soltando algunos sonidos placenteros. Aquella sensación lo era, no puedo negarlo lo era. Una de mis manos se movieron, ambas, una enredándose en su cabello, la otra descansaba en su hombro, y mi cuerpo empezó a ceder, estaba relajada, disfrutando que mi esencia estuviera siendo devorada por sus labios. Sentí cansancio, incluso mareo. No sabía cuanta sangre se había llevado. Respiré varias veces para poder concentrarme y sentirme tranquila. Abrí los ojos lentamente. Sus labios estaban manchados de mi - Y me tienes… Por que me necesitas, por que necesitas mi sangre, por que sin sangre de nosotros estarías agonizando... - Dije de manera descarada. Mi cuerpo por muy relajado que estuviera también había perdido vitalidad, mis manos que antes descansaban en zonas de su cuerpo, una ejercía presión en el estomago, queriendo controlar mi debilidad por aquella perdida. Y la otra ahora se pintaba de carmín cubriendo aquella parte que se había vuelto suya - Quizás, general… - Hice una pausa - Quizás si me tenga a su disposición, solo mi cuerpo… Pero lo que hay dentro de él, nunca estará a su disposición de esa manera tan atrevida como puede tomarme ¿No lo ve? - Miré a mi alrededor. Estaba cansada.

A paso lento busque aquella roca donde nos habíamos sentado. Con torpeza dejé caer mi cuerpo. Me senté. Mis manos ahora se deslizaban a la parte trasera de mi vestido. Me estaba ahogando el corsé, me estaba matando pues no podía respirar bien. Jalé con torpeza la punta de cada lazo que amarraba aquella prenda insoportable del vestido. Deje que se deslizaran para que no se ajustara más a mi cuerpo. Daba gracias que bajo el corsé tuviera un blusón del mismo color, y la gran faldona, ni loca estaba dispuesta a dejarle ver más de mi cuerpo, no se lo merecía - Dígame… Si entonces no vive su pasado, porque sigue comportándose como ese guerrero que ya no es más que una historia de un lugar que no existe más - Humana, no tonta, eso debería de recordarlo.

Por fin el corsé había cedido a mis plegarias. Lo deslicé por arriba del cuello, lo arrojé frente a mi. A mis pies. Mi cuerpo me daba las gracias por quitarle esa tortura - ¿Solo eres eso? ¿Te resumes a eso? Una vida de gloría, una procedencia envidiable ¿Y eres solo esto? ¿Atemorizar humanos? No sé a estás alturas quien de los dos es más lamentable, hasta ahorita tu no-vida me ha sonado vacía, tus días de gloria terminaron… Ahora solo eso… Una constante pelea por atemorizar humanos… ¡Lo felicito general! ¡Ha ganado otra batalla! - No puedo ocultarlo, aun sigo miedosa, pero ya nada importa, pues de apoco me esta quitando liquido vital, porque poco a poco se quiere adueñar de mi vida, de mi cuerpo. Deje caer mi cuero hacía atrás. Me recosté un poco en aquella gran roca, intentando mantener la tranquilidad en mi cuerpo, intentando quitar los mareos por aquella perdida de sangre. La brisa de la cascada era reconfortante. Quizás mis palabras habían sido mi sentencia de muerte, pero no me arrepentía, por primera vez no había permanecido con barreras por el que dirán, por primera vez había dicho lo que de verdad pensaba sin miedo alguno, lo que viniera entonces, sería recibido sin importar una vida finalizada.


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Mensaje por Invitado Lun Mar 05, 2012 8:35 am

La batalla estaba ganada de antemano, no tenía ni que intentarlo para asegurarme de que el resultado me iba a ser favorable a mí y acabaría siendo perjudicial para ella porque estaba más que claro que simplemente viéndome y estando presente mientras yo me comportaba no le quedaría más remedio que abrir su mente a la curiosidad que le producía... para no variar, porque a fin de cuentas era humana y eso era lo que se esperaba de ella, especialmente siendo tan joven.

Era un auténtico desperdicio que fueran tan predecibles. Hacía siglos que había dejado de ver en ellos un atisbo de esperanza, algo de interés o de características que pudieran convertirse en buenas para un futuro vampiro, y por eso hacía siglos que no transformaba ninguno a no ser que fuera para divertirme con ellos y después matarlos, ya que siendo vampiros daban algo más de juego que siendo frágiles humanos, especialmente si eran neófitos...

Oh, echaba de menos matar un neófito. Con esa confianza en sí mismos que los hacía desear comerse el mundo, literalmente hablando, y con esa arrogancia que hacía que pensaran que podían derrotar a sus mayores, hacerlos caer al suelo y destrozar en mil pedazos sus escasas bases era lo más divertido que se podía conseguir, la mayor belleza a la que se podía acceder en cuanto a la destrucción, que en sí era un acto de la mayor expresión de cualquiera hecho material.

La destrucción arrebataba la vida, la inmerecida vida que los humanos disfrutaban sin habérsela ganado a pulso, sin haber hecho nada en ellas que pudiera suponer una diferencia entre un día u otro, sin ser más que simples testigos mudos del paso de un tiempo que los pondría en su sitio, a la altura del polvo de una habitación, si es que no llegaba alguien como yo y adelantaba el proceso porque me hartaba de ver a los seres humanos, tan llenos de ego inmerecido, reinando en un mundo que se los comería vivo, si los dejaban... Y a mí nadie me impedía hacer lo que quería.

Yo era Ciro, yo me había encargado de grabar mi camino a través de las desgastadas páginas del manuscrito de la historia, yo había destacado sobre la humanidad en mi tiempo de humano y después en mi tiempo como vampiro... La sola idea de pensar que podía alguien controlarme, y más si era una humana, batallaba entre las difíciles aguas de la soberbia y de la carcajada en estado puro, que ahogaba a duras penas en aquel momento porque ni eso se merecía alguien como ella, alguien que se contradecía tanto como ella lo hacía.

Dijera lo que dijera, era una cobarde. Pensaba quizá que estaba al borde del acantilado de la muerte y eso era lo que la hacía mostrarse a un tiempo dócil con la bestia (en su opinión, claro, pues no diferenciaría una bestia de un dios ni aunque lo intentara) y al otro tiempo desafiante, como si pudiera producir en mí algún sentimiento diferente al de la vergüenza ajena o al de la simple lástima que me daba ver que pese a todo era una humana como todos los demás, una hija de su siglo que no comprendía el respeto a los ancestros y que precisamente dudaba de ellos...

Si se respetaba a quien es más viejo que tú es porque es más astuto, sabe más de todo y puede hacer lo que le venga en gana ya que los años y especialmente las acciones realizadas en ellos le han dado la potestad de ejercer su santa, aunque en mi caso fuera demoníaca, más que santa, voluntad sobre quien quisieran... Y yo no sólo no era una excepción a aquella máxima, sino que era quien le daba más fuerza, quien la intensificaba más y quien podía hacer que ella hubiera surgido, tanto la máxima como Doreen, que no era sino hija mental de mi sociedad...

¿Y aún se atrevía a mostrarse como lo hacía? Por un lado se mostraba ignorante de la vida en general, hasta un punto en el que daban ganas de darle un par de bofetadas para ver si así se le pasaba la tontería, y por otro me recordaba a los guerreros asiáticos que se drogaban para acudir a la batalla sin vergüenza, miedo ni temor, y que acababan convirtiéndose en máquinas perfectas de matar, que ni sienten ni padecen... y más muertas que una simple piedra.

El fulgor de la batalla, su intensidad, su pasión y su fuego sólo se sienten cuando estás despierto, cuando tu mente no permanece embotada por sustancias alucinógenas sino que eres consciente de cómo se parte cada hueso, de cuántos tejidos atraviesa tu espada, de cuántos cuellos partes, de cuántos enemigos caen bajos tus pies y su sangre y carne mezcladas hacen la alfombra sobre la que caminas para defender tu objetivo; la batalla sin conciencia ni dolor no era batalla, de igual manera que la vida sin ninguna de aquellas características lo era... aunque con matizaciones, claro.

¿Para qué entender la conciencia de un modo estrictamente racional, más propio de los filósofos que de las personas de a pie o incluso de mí, cuando la racionalidad no existe sino que es un mero convencionalismo que rige nuestra existencia? ¿Para qué ignorar deliberadamente los impulsos de un cuerpo que utilizamos, ya seamos vampiros o ya seamos humanos, para absolutamente todo? ¡Es absurdo!

La conciencia no es tanto mentalidad sino vida, sino una muestra de que no somos simples máquinas de pensar y de ordenar un mundo caótico de manera estrictamente matemática; la conciencia es la capacidad que te hace adaptarte al caos y al cambio, a moldear tu mente en la dirección cambiante del mundo para olvidarte de los supuestos y centrarte en lo que verdaderamente quieres; la conciencia es la inconciencia contra la que tan duramente se ha luchado durante siglos y siglos... Amén.

La conciencia es sentirte vivo, es saber disfrutar al máximo de esa vida y de esas pasiones, del dolor, de todo lo que viene acompañado por ella y que la tiñe de un color diferente que si se viviera en el eterno término medio que tanto han predicado los intelectuales durante siglos. ¿Qué es la vida sin disfrutar? ¿Qué es la vida sin supuestos excesos que no son sino aprovechar sus características y lo que te ofrece en cada uno de sus rincones? Nada, y por eso yo era como era...

Por eso yo no me ponía límite, por eso yo era más de actuar que de pensar, ya que en mi opinión eso último estaba sobrevalorado, y por eso me hacía gracia que la gente siguiera intentando ser racional en un mundo caótico que no comprendía su pensamiento y que los iba a devorar en cuanto tuviera la mínima oportunidad sin que, como yo sí hacía, se centraran en el jugueteo previo que era mucho más divertido... Ver cómo se hundían antes de hincar tus fauces en sus tiernas pieles era tan satisfactorio como provocarles tanto dolor que sus paradigmas se rompían... como estaba sucediendo con Doreen.

Todas sus contradicciones me hacían gracia, tanta como unas palabras que me entraban por una oreja y me salían por la otra ya que si no me importaba lo que nadie pensara de mí mucho menos iba a hacerlo lo que una simple humana creyera a raíz de conocerme desde hacía un rato, demasiado corto para que su juicio pudiera abarcar con claridad toda mi complejidad, enorme porque no se ceñía a unas pautas predeterminadas sino que cada vez actuaba de una manera... al igual que yo, y es que era mucho más divertido así que simplemente dejando que fuera una razón falsa la que controlara todo.

Sus movimientos apenas me importaron, no cuando estaba muy ocupado relamiéndome y apartando todo rastro carmesí de mis labios y de mi boca para detener aquel retrato tan obsceno que estaba realizando sobre mi piel pálida aunque con un tinte dorado, reflejo de otros tiempos en los que el sol me había vigilado mientras vivía... No lo echaba de menos, a decir verdad, pero ahí estaba y no iba a eliminar algo de mí que podía hacerme algo menos perfecto... eso nunca.

Eres tan previsible, Doreen... Este es el momento de todo encuentro con un ser humano que en su fuero más interno se cree más de lo que realmente es en el que se centra en fingir que no sé lo que pasa dentro de su mente, como si realmente supusiera una diferencia con el resto de seres humanos que existen... Eres una mujer y sabes de mi cultura, lo que significa que luchas contra lo que la sociedad quiere de ti con todas tus fuerzas. – comencé a decir, dirigiéndome hacia aquella roca donde ella, ligera de ropa aunque aún vestida, permanecía, más pálida de lo normal por la sangre que estaba perdiendo y que seguiría perdiendo.

No me costó apenas nada estar a su altura, con los labios más rojos y la piel más viva gracias a su sangre ya interiorizada por mi organismo antinatural, y una sonrisa pérfida e indiferente al mismo tiempo se dibujó en mis labios, mientras la miraba.
También estás confundida, piensas que ya no vale la pena controlarte porque a fin de cuentas vas a morir, estás ignorando lo que te dice tu racionalidad y estás haciendo cosas que normalmente no harías, como preguntarme si dejo que me hagas un retrato o no... Y no sabes si odiarme, temerme o simplemente admitir que te atraigo, yo o lo misterioso de mí... – finalicé con aquel breve examen, que se correspondía con sus pensamientos, fueran conscientes o no, de una manera tan exacta que no podía sino ser mío.

Me acerqué al borde del lago que creaba la cascada, agachándome y acariciando el agua de nuevo con los dedos aunque no con la actitud casi evadida de antes, sino con la atención clavada potentemente en ella, que se encontraba a mi lado apenas cubierta por una fina ropa que no dejaba demasiado lugar a la imaginación y que revelaba algo que ya sabía por su sangre, que físicamente era deliciosa... y lo estaba.

Mi nombre ha ido cambiado a lo largo del tiempo a medida que lo he hecho yo, Doreen. No me ofenden tus palabras: necesitas algo muchísimo mayor que eso para conseguirlo, pero sí te diré que verdaderamente me defrauda que pienses que sigo anclado en mi vida anterior y que pienses que yo soy él, y no Ciro... Mi nombre es Ciro, mis nombres han sido otros en distintos momentos de mi vida, y reflejan épocas de mí que ahora abarco en Ciro... ¿Quieres saber si era Escipión, Darío, Aníbal o alguien? Son nombres que he tenido... No con los que figuraba en mi polis, pero sí que han reflejado cosas de mí, de alguien que sólo depende de los humanos para alimentarse igual que tú dependes de los animales, en una auténtica pirámide alimenticia que anula mayores relaciones entre nosotros que la de yo como explotador y vosotros como explotados, usados. – expliqué, aunque verdaderamente si su mente era un poco inteligente la explicación sobraba... mas no por ello la interrumpí ahí, no.

Me incorporé rápidamente y desabotoné la parte de arriba de mi ropa, descalzándome poco después y quedando de aquella guisa, apenas con las piernas cubiertas y con el cuerpo de guerrero a la vista, a la luz de la luna que nos iluminaba a ambos, sin que estuviera mirándonos... como yo tampoco la miraba a ella en aquel instante, sencillamente porque no me apetecía hacerlo.

Me comporto como él porque él es parte de mí; el general que debió haber muerto condenado por su polis precisamente por ayudarla ha evolucionado hasta mí, alguien cuyo mayor objetivo no es aterrorizar humanos, no... Sois demasiado aburridos y predecibles para que eso resulte divertido, ¿no crees? Si sólo con mirarte y abrirte un par de heridas ya estás temiendo por tu vida, ¿qué variación supone eso? No, no es mi objetivo, es una consecuencia de mi paso por tu vida, algo que jamás serás capaz de olvidar porque así es, te he marcado de tal manera, física y psicológicamente, que no voy a abandonar tus pensamientos conscientes... ¿Y aún dudas de que me pertenezcas? Eres una niña ilusa, Doreen, jugando a un juego cuyas reglas desconoces. – finalicé, encogiéndome de hombros y aún sin mirarla.

No llegué, de hecho a hacerlo, sino que tal y como estaba me lancé de cabeza al agua que se alzaba delante de mí, un lago creado por una cascada que abrió sus fríos brazos para recibirme en su seno, a medida que me zambullí limpiamente y atravesaba el agua con poderosas brazadas y patadas que enseguida me condujeron de nuevo, triunfal y exultante, hacia una superficie donde me llevé la mano a la cabeza para peinarme con los dedos y apartar el pelo de mis ojos y donde volví a nadar para acercarme al bordillo, en el que apoyé los brazos, brazos fuertes y bien dibujados sobre los que reposó mi barbilla, clavada junto al resto de mi mirada en Doreen.
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No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado] Empty Re: No le temas a los sonidos del bosque, teme a las cosas que los originan [Privado]

Mensaje por Doreen Jussieu Mar Mar 27, 2012 5:15 pm

Recargué mis codos con tranquilidad en aquella piedra, mi cuerpo descansaba, estaba demasiado tranquila, mi respiración ya había tomado el ritmo correcto, no había nada que me molestase solo aquella voz arrogante y altanera. Debo confesarlo, no me gustan las personas que se comportan de esa manera, y no sólo lo digo por personas, también lo digo por cambia formas, vampiros y licántropos. Siempre hay un puñado de personas que desean a toda costa sobresalir de los demás, sin importar llevarse a terceros entre los pies, bien dice él dicho que "el mundo es de los vivos, no de los muertos", y por si no entiendes esa frase, no sé trata que seas humano o no, más bien sobre la inteligencia que tienes, la que has desarrollado, puedes tener la fuerza de un titán, incluso criatura más fuerte del mundo, y la inteligencia lo vencerá sin problema alguno. Era cierto, estaba actuando como una tonta, la desesperación era evidente, yo no era así, y no necesitaba hacer que le cayera o no bien, él sería quien juzgara si, pero no estaba dispuesta a seguirme humillando.

La brisa de aquella cascada chocaba contra mi cuerpo, una fina capa cristalina adornaba rostro, la curvatura de mi cuello, y parte de mi pecho expuesto, se sentía demasiado bien, no recuadraba ya cuando tiempo había pasado desde que me sentía así de tranquila. Miré de reojo a Ciro que hablaba y hablaba, parecía un maestro queriendo dejar en claro a su clase quien era el que mandaba, quien era el que ponía las reglas, a fin de cuenta los guerreros, los generales eran grandes maestros, pero no confundamos, no solo son maestros del combate. Mi sonrisa se amplió un poco más sin dejar de escucharle, pero mis ojos se cerraron como muestra de comodidad, de seguridad.

Por un momento un ardor bastante profundo recorrió cada parte de mi cuerpo, la envidia se apoderaba de mi ser, nunca antes había sentido tal pecado, pero lo estaba sintiendo en ese momento. Ciro era todo un libro que se dividía en grandes compartimentos, que tenía grabada en cada parte de su piel, y de su mente todas aquellas experiencias, que sabía de la evolución del ser humano, que comprendía que debíamos ir moviéndonos para poder ser mejores y progresar, si tan solo pudiera leer un poco de sus hojas, sin duda me volvería adicta a su conocimiento.

Solté un suspiró amplió después de haber tomado una gran bocana de aire - En ningún momento quise ofenderle - Y era cierto, mis palabras nunca habían salido con ese afán, no tenía intenciones de querer parecer la típica chica que reta a todo quien se le pasa enfrente, era cierto que quería romper demasiadas cadenas, demasiados prejuicios y paradigmas, pero no por eso debía ser maleducada con alguien, que aunque no lo hacía de manera intencional, me estaba dando unas buenas lecciones de vida. A ninguna señorita de mi época se otorgan clases como "Conversar con un vampiro", "mantener la calma frente una criatura de la noche" "Cómo encantar a un vampiro siendo humano". Para nada, nuestro conocimiento, si bien nos iba, se limitaba en leer o escribir, y eso ya era mucho, pues nuestro destino era servir a quien mantenía el hogar, servir a quien necesitaba placeres. Y vaya que a lo largo de la vida humana había mujeres que habían querido alzar su voz, su voto, y acababan con la cabeza fuera del cuerpo, tachadas de brujas, y todo tipo de cosas para que el hombre torturara a esas atrevidas y dejará en claro quien mandaba, pero aquellas mujeres que no tienen el conocimiento o el apoyo claro que iban a fracasar, además ¿No era mejor aprender de la vida? Aprender a correr riesgos sin ocasionar que volteen a verte para matarte. Yo me sentía en este momento así, como alguien que estaba siendo tocada por Atenea, si nos adentramos al tema de los dioses griegos, pues me estaba permitiendo tocar ese terreno.

Y si seguimos con esta temática, con el aura que Ciro impone entonces podemos quedarnos en una época gloriosa. Recuerdo bien como el pecho de mi padre se inflaba cuando las personas felicitaban su "buen trabajo", es decir, mi hermano era un hombre completamente codiciado, incluso mujeres de sociedad venían implorando su nombre, pidiéndolo incluso de amante, o todas aquellas veces que hombres llegaban reclamando mi mano, personas de muchos lados del mundo, entre ellos personas que decían que la misma Afrodita había besado nuestras frentes y por eso nos habían bendecido, pero todo eso me había parecido absurdo, todo y cada uno de los comentarios, y entonces aparece él: Ciro. Con esas formas, con ese cuerpo, con esa belleza, y entonces lo sé, cualquier dios había dado su bendición para que fuera así… tan perfecto.

Hace mucho tiempo había tomado un libro de la repisa de mi padre, recuerdo bien que después de haberlo leído, acabé tres días con hambre y frío en el sótano. El cuento se trataba de un guerrero, no recuerdo bien si era ficticio o real, pero aquel libro decía que era un hombre con belleza envidiable, con una destreza, con fuerza, con inteligencia, con seguridad, que incluso los dioses temían su furia, y que cualquier mujer se derretía con solo mirarle, aquel hombre había sido adorado por muchos, y temidos por otros, pero simplemente un día había desaparecido, y hasta la fecha nadie entendía como y porqué.

Quizás no era un libro de fantasía, quizás aquel hombre si había existido y ahora lo tenía frente a mi. Abrí los ojos de golpe, observando como empezaba a desnudar su cuerpo. No pude evitar sentir como mi cuerpo reaccionó al ver aquel cuerpo perfectamente esculpido, el calor se había apoderado de cada parte de mi, era como si un deseo hacía el hubiera aparecido de la nada. Hice una mueca bastante grande al percatarme de como me sentía de como lo veía, y entonces con fuerza aparté mi mirada para relajar aquellos sentidos con la brisa fría del agua. Ni siquiera me dio tiempo de parpadear cuando se escuchó un estruendo. Me sobresalté, lo había ocasionado él, al chocar su cuerpo contra el agua. Me pregunté entonces si aquel acto le había dolido, o el sonido había sido causado a su cuerpo de piedra. Aparté aquella postura inclinando mi cuerpo hacía el frente, y así observé como nadaba, ¿Habrían existido la sirenas? De ser así, seguramente ellas no se habían podido resistir a enseñarle a Ciro a nadar, seguramente con una sonrisa suya las había doblegado, y ellas habían aceptado gustosas enseñarles los trucos bajo el agua.

Y entonces su cuerpo se detuvo en el borde, y observé como la luz de la luna lo hacía sentir más arrebatador, como aquel brillo delineaba cada pequeña parte de ese cuerpo perfecto, y entonces el calor de mi cuerpo se volvió a intensificar. Su mirada mordaz me hizo ponerme nerviosa. ¿Se abría dado cuenta de mi estado? ¿Se abría dado cuenta de que lo estaba deseando? Seguramente habían mujeres que corrían a sus brazos, que se metían con él y dejaban que aquel cuerpo de ensueño las llevara hasta el más alto de los placeres. ¿No estaba entonces temerosa de morir? ¿Por qué me ponía a sentir aquellas sensaciones? Negué varias veces dispuesta a borrar ese deseo, y sobre todo ese calor de mi cuerpo. Me puse de pie para estirar la mano y tocar el agua de la cascada, estaba tan fría que mi piel se erizó por completo, cada pequeña parte de mi cuerpo. Me llevé la mano a la frente para poder relajar mi temperatura. No cabía la posibilidad de que un hombre como él, con la condición que el tenía y con lo que podía lograr deseará recorrer mi cuerpo entre caricias y besos.Y entonces de nuevo me percaté de mis pensamientos y me mordí el labio inferior con fuerza, reprochándome, enfurecida. Más valía que no volvería a salir de la casa de la noche, mis pensamientos estaban volviéndose un torbellino, ¿en que momento el temor se había vuelto deseo? Volví a negar para mi y di varios pasos hacía atrás, dispuesta a perderlo de vista aunque quisiera voltear a verlo.

¿Los dioses nos estarían vigilando? Porque si había un Dios católico entonces podrían existir esos dioses… ¿No? ¿Qué estarían diciendo en este momento? ¿Estarían interesados en la situación? ¿Se estarían riendo? Llevé mi mano con lentitud a donde había rasgado mi piel con aquellos colmillos. Ya no brotaba la sangre, y me sentía mejor, todo rastro de mareo se había desaparecido de mi cuerpo, me sentía bien en realidad. Giré mi cuerpo para buscar aquel corsé pero… ¿Se había desvanecido? Fruncí el ceño nuevamente. Solo tenía la fina tela del blusón bajo el corsé, el faldón y la ropa interior, sabía que de cierta manera se vería parte de mi pálida piel y eso no me gustaba, no era una mujer hermosa, o deseada, por más que lo dijeran no lo creería, pues eso salía sobrando. Crucé mis manos sobre el pecho, cubriendo aquella zona.

Cuando estaba segura que todo andaba viendo, una voz familiar llegaba hasta mis oídos. Mi nombre estaba siendo pronunciado con un tono de voz tan alto que incluso podía parecer un grito. Eran ellos, soldados de batalla, mis custodios, quienes se encargaban de tenerme segura, de tenerme a salvo dentro de la casa de la noche… Me estaban buscando y estaban siendo tan inoportunos, no quería ser salvada, por primera vez yo quería arreglar las cosas, con mis posibilidades, con mis habilidades, con mi fragilidad pero con mi valentía. Suspiré cansada, si me veían en ese estado, de esa manera, y con aquellos mordiscos en el cuello seguramente buscarían a Ciro y tratarían de matarle. No quería que muriera, no subestimaba su fuerza o su manera de combatir, pero en ese momento solo deseaba tenerlo cerca, aunque bebiera de mi, aunque me lastimará… ¿Bastante contradictoria verdad? Siempre lo había sido.

Di varios pasos hacía adelante, estaba ahora en el borde de la cascada, donde hasta hace unos momentos el estaba, donde había dejado expuesto su cuerpo. Miré con cierto vértigo hacía abajo, lo miré a él, miré la luna y entonces di un paso hacía adelante, sintiendo como la gravedad hacía efecto sobre mi cuerpo, como comenzaba a caer, el agua de aquellas cascada había abrazado mi cuerpo mientras caía, mi estomago se contrajo por completo, sentí una punzada de miedo en el pecho, y entonces todo se volvió negro, no me había dolido caer en el agua pues había dejado mis piernas firmes para adentrarme como si se tratara de una bailarina de ballet haciendo un gran salto triunfal. Había tomado una bocana de aire antes de zambullirme. Mi mala suerte al principio fue que el agua que caía empezó a hundirme, a chocar contra mi cuerpo, pero no me opuse a la corriente, dejé que esta me llevara al fondo, cuando el agua ya no ejercía presión y nadie hasta estar fuera de esa corriente que podía ahogarme. Mis ojos se abrieron dentro de la oscuridad del lago, de aquella agua, dama gracias a Selene por dejarme un poco de luz y guiarme a la superficial, al llegar a ella comencé a toser con desesperación pero poco a poco me fui controlando, no quería que me escucharan. No sabía como pero ahora lo tenía a mi lado.

Comencé a sentir mareos cuando abrí los ojos, no por lo que acababa de hacer, más bien por su cercanía. - Ellos están cerca - Susurré antes de volver a toser. - Escóndeme, no quiero ir con ellos - Le pedí de manera casi suplicante, con ese aire de necesidad. No podía romper aquella noche. Cualquier ser humano normal abría tomado una gran carrera o gritado para estar a salvo, pero yo no me sentía ni cómoda ni a salvo con ellos, quería permanecer ahí, cerca de ese vampiro. De nuevo aquella voz se hizo presente, tomé otra bocana de aire y me hundí en el agua. ¿Le harían algo si lo veían? No... Por los dioses que no lo verían...


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Mensaje por Invitado Sáb Mar 31, 2012 4:00 pm

Probablemente aquel fuera el momento más pacífico de toda la noche, y todo el mérito, por no decir la culpa, la tenía el agua que me rodeaba por estar sumergido hasta el cuello en el lago natural que formaba la cascada alrededor de la cual la mayoría de los eventos de la noche habían tenido y estaban teniendo lugar. El único sonido que eclipsaba la calma sobrenatural de aquella velada era, en aquel momento, el impacto del salto de agua sobre la cristalina superficie, en cuyas ondas se reflejaba no sólo la luna, sino también Doreen.

Yo, por mi parte, apenas veía mi reflejo en aquel cristal natural hecho de tinieblas y luces, que formaban un claroscuro cuyo contraste vivo mostraba las diferencias entre Doreen y yo de una manera tan visual como comprensible: ella era la pálida luz de la luna que sumía bajo un manto cálido y visible todo lo que tocaba; yo, la oscuridad más absoluta a la que temían la mayoría de los seres y que albergaba cualquier cosa. Cualquier cosa... exactamente como lo que se podía esperar de mí.

Mi cuerpo era mecido por el agua, se movía con las corrientes de aquel lago, que a su vez eran generadas por el impulso de la cascada que quedaba lejos de mí pero cuyo sonido escuchaba perfectamente al igual que el resto de melodías de la noche: el sonido de los grillos cantando su canción, la brisa meciendo las hojas y las ramas de las plantas... el corazón de Doreen bombeando su deliciosa sangre a través de su cuerpo, que estaba frente a mí con aquel olor tan apetitoso suyo.

Los olores... El agua tenía la facultad de teñir de una especie de vitalidad azul todos los colores, si eso era posible. Me había criado en una tierra yerma y seca, como lo era Esparta, y desde que había sido un niño humano mi contacto con el mar había sido más bien escaso, por lo que una vez sumergido en plenas Guerras Médicas ya pude disfrutar de él... y probablemente dejar que ejerciera un hechizo sobre mí más poderoso que el de cualquier nigromante, aunque aquello era mi secreto, sólo mío.

Para los demás simplemente me gustaba el agua y me atraía la sensación de la danza de las gotas cálidas y no tanto a través de los montículos que, en mi piel pálida y marmórea, delimitaban los músculos; para mí, siempre sería algo más, mi elemento predilecto pese a que si tuviera que establecer las analogías yo era más bien el contrario, el fuego: igual de impredecible, igual de violento, igual de destructivo, igual de poderoso...

¿Guerra de contrarios? Puede. En mi mente no existía ninguna razón por la que ambas categorías no pudieran existir, mezclarse y generar vida, ya que de hecho esa había sido una tradición cultural que me había inculcado mi polis a ejemplo de los demás territorios helénicos, una de las muy escasas similitudes que había conservado un espartano con, por ejemplo, un ateniense... Malditos atenienses.

Los parisinos, como norma general, me recordaban mucho a ellos. Salvo excepciones, la norma general en cuanto a su cultura, tan decadente como cabría esperar dado que eran todos hijos de los excesos del autodenominado rey Sol, era la de la superioridad, la del lujo aun cuando no podían permitírselo, la de aparentar, la de pretender que eran civilizados... Ja, la sola palabra me provocaba la risa más despectiva imaginable.

Precisamente bajo esa ilusión de racionalidad y de civilización se escondía una técnica de autodefensa contra un mundo que no entendían y los seres que lo poblaban, que eran infinitamente superiores a ellos, al menos mientras fueran yo... Su escudo de racionalidad era una débil coraza que esgrimían contra lo que los derrotaría fácilmente de darse la oportunidad, y de todas las civilizaciones que había conocido, los parisinos eran uno de los mayores ejemplos de esa aurea mediocritas que escondían bajo capas y capas de maquillaje y tules tan podridos como ellos.

Luego, claro, había excepciones, las que menos ya que incluso ellos estaban imbuidos de ese espíritu de corrupción tan generalizado que se respiraba en aquella sociedad. Doreen podía ser un ejemplo, tan buena, tan idealista y tan pulcra pero a la vez tan profundamente anclada en unos valores que no comprendía y que sólo servían para luchar (inútilmente) contra criaturas como yo.

Era una contradicción con piernas, aquella chica, pero en el fondo resultaba hasta divertido ver cómo se liaba en sus suposiciones, cómo no sabía qué pensar de mí y cómo aún seguiría manteniendo lo que le habían enseñado pese a que no tuviera razones para hacerlo al estar yo encargándome personalmente de estrellarlas todas contra el suelo para que empezara de cero y me enseñara qué se escondía debajo de la Doreen que todos querían ver, la auténtica ella... la única que, quizá, tenía cierto potencial para ser salvada frente a la vulgaridad reinante a su alrededor.

Era obvio que no sabía qué pensar. Bastaba una mirada la mitad de observadora de lo que era la mía, clavada sin cesar sobre ella, para darse cuenta de su nerviosismo y de que la razón de que el calor aumentara en su cuerpo de manera casi obscena por lo obvia era yo, y también era necesario únicamente mirarla de reojo para ver la lucha que mantenía en su interior, un conflicto cuando menos curioso...

¿Dejarse llevar o comedirse? La eterna duda, que en mi caso estaba respondida de antemano dado que yo siempre me dejaba llevar. ¿Para qué comedirme y limitar mis infinitas posibilidades? ¿Para qué interrumpir algo que, llevado al extremo, a toda su potencialidad, resultaba mucho más interesante que el acto en el presente? Eso por no hablar de que los humanos cuando más divertidos resultaban era en esos momentos en los que se dejaban llevar... Y ella estaba a las puertas.

Su conflicto de intereses lo había visto una y mil veces, y sabía que en cada persona se daba de una manera distinta, por lo que eso en sí mismo bastaba y sobraba para darle, al menos, un margen de tiempo más dilatado que aquella noche, sólo por probar si merecía la pena tanto como su sangre lo hacía o si, por el contrario, era una falsa promesa de algo que nunca se daría.

En aquel momento, un ruido interrumpió mis cavilaciones, una molesta voz de fondo que parecía acompañada por otra y que por lo que pude escuchar la buscaba a ella... ¿De quién te has escapado, pajarito, que ya quieren volver a meterte en tu jaula de oro y plata? Esa era una buena pregunta, pero supe que no iba desencaminado (obviamente, ya que equivocarme era algo que no hacía) por la reacción de ella, que me hizo alzar una ceja, tan divertido como mi media sonrisa indicó, ya que al final terminó por hacer lo que yo menos sospechaba que pudiera hacer: tirarse al lago conmigo.

Bajo la luz de la luna y el manto de agua, su ropa flotaba de manera casi fantasmal y se difuminaba de tal manera que apenas cubría nada, por lo que enseguida adquirí un nuevo plano de su cuerpo, uno en el que sus formas se revelaban de manera sinuosa contra la tela de igual manera que lo hacía el mío bajo lo que yo llevaba puesto, apenas nada... El problema fue que no me dejó apenas contemplar la visión porque tuvo que pedirme que no la dejara irse con ellos...

Sus relaciones personales me daban igual porque, si no me incumbían, tenían el mismo valor de una piedra, y los seres que se acercaban a nosotros eran tan fáciles de eliminar como una mota de polvo molesta sobre la ropa, pero por lo que fuera iba a seguirle el juego ya que parecía tan genuinamente nerviosa que hasta me divertía... y, además, en cierto modo me entretenía jugar al escondite.

Puse un dedo sobre sus labios, divertido, para que con sus palabras no llamara la atención de quienes se acercaban a por ella, y con la misma fluidez que el agua, ya que ella era quien favorecía mis movimientos, me acerqué a su oído, por una vez sin demasiados juegos ya que la cercanía actuaba a mi favor a la hora de aumentar su confusión aún más, si cabía.

Tranquila, preciosa, no te encontrarán. – comenté, en apenas un susurro, antes de apoyar las manos en sus hombros y sumergirla bajo el agua, sin preparación previa, sin un aviso que la instara a coger el aire suficiente para soportarlo, sin nada salvo la mirada peligrosa y divertida de mis ojos azules, que con la luz de la luna parecían acerados, más que de su color original.

No me costó apenas tiempo deslizarme bajo el agua con la velocidad y destreza de un pez pese a que Doreen viniera agarrada a mí, más bien porque no le quedaba otro remedio; no me costó nada llegar a la otra punta de la superficie de aquel lago y notar que ella apenas tenía aire, y allí la besé para pasarle el que yo tenía y que no necesitaba, porque respirar no era ya una necesidad vital en mí.

Tras ese intercambio de burbujas, miré hacia arriba, hacia la superficie, donde las cabezas que la habían estado buscando asomaban como setas en la orilla, tratando de localizarla... y fracasando, porque estábamos ambos ocultos en un saliente de roca sobre el que los rayos de luna incidían de tal manera que permanecíamos totalmente ocultos. Unos segundos, angustiosos para ella, pasaron hasta que se alejaron de allí y mis oídos me indicaron que no estaban por el perímetro.

Se hizo necesario que volviera a insuflarle aire a través de un nuevo beso hasta que subimos a la superficie y salí del agua con un movimiento rápido, propio de alguien acostumbrado a ser pura velocidad y fuerza como lo era yo, y justo entonces me quité la mayoría de humedad visible en mi cuerpo y pelo con la chaqueta que no utilicé para vestirme, en apenas segundos. Ella tardó algo más pese a que lo hiciera de manera considerablemente rápida (y poco hábil, que se había colocado los tules con muy poca gracia), y pronto estuvimos listos para salir.

Y tu sancta sanctorum es... – murmuré, con tono de voz que no admitía réplica y que la obligaba a contestar además de con mis ojos clavados en ella para que el control fuera efectivo y me lo dijera, y vaya si lo hizo... Con un hilo de voz se forzó a responder que era una galería de arte, y en apenas un momento la cargué como si se tratara de un saco de patatas para llevarla.

Los paisajes de la noche volaban como centellas a nuestro lado, emborronados y difuminados por mi carrera, tan rápida que nadie la veía, hasta el mismo corazón de País, la lechuga podrida en la que vivíamos en aquel momento ambos junto a los demás, meros gusanos que se aprovechaban del alimento que la urbe suponía, y en casi un abrir y cerrar de ojos estuvimos frente a un edificio que sí, parecía una galería de arte, pero que tenía un aire que lo hacía inconfundiblemente asociable con mi acompañante.

Señalé con la cabeza el edificio y me crucé de brazos, frente a ella, con una mueca difícil de escrutar que se volvía aún más cerrada por el nulo efecto de la luna sobre mi rostro, que permanecía en penumbra, por lo que mi misterio habitual se veía, si cabía, aún más potenciado frente a ella, un libro totalmente abierto, mi opuesto en tantas cosas como podrían esperarse.

Aquí lo tienes, Doreen. Todo tuyo. – comenté, con el tono de remarcar una obviedad y que, sin embargo, escondía otro distinto, uno que esperaba una invitación dado que aún podrían encontrarla, si no era lo suficientemente lista y no se acogía a su sagrado particular con su suerte de salvador particular, yo... Aunque eso sólo fuera seguro temporalmente, como casi todo lo que dependía de mis volátiles decisiones.
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Mensaje por Doreen Jussieu Dom Abr 22, 2012 2:46 pm

Permanecer mucho tiempo alado de un vampiro puede enseñarte a que la vida se va en un suspiro. Los seres humanos por lo regular vivimos el día a día con lentitud, como si nuestra vida no pendiera de un hilo. Siempre nos la pasamos lamentando de lo aburrida y monótona que es nuestra existencia pero no buscamos maneras para cambiar ese defecto, vivir es un privilegio que pocos hacen, porque vivir no es solo andar sobre tus pies o bombear sangre por tú cuerpo, la vida no se trata de seguir la gran corriente que tienen los seres humanos. En ocasiones suelo compararnos de esa manera y no estoy alejada de la realidad. Somos como peces que siguen a otra cantidad de los suyos por una corriente de agua, no queremos salir de ahí por comodidad, por temor y por miedo a la muerte, pero mientras seguimos en esa corriente, los depredadores llegan reclamando lo que les corresponde por derecho, y ciertamente no es que un miembro haga la diferencia, la corriente sigue siendo la misma. Nadar bajo una corriente no nos permite estar vivos, nos deja en claro que somos iguales a marionetas.

El ser humano conforme pasan los años se aferra a una naturaleza racional, lo peor de todo es que esa no es su naturaleza, simplemente es una manera de ser que la toman como suya, que la tomamos. Empezamos a analizar las cosas que hay a nuestro alrededor, que en muchas ocasiones no es malo analizar, pero si fuéramos 98% irracionales, y 2% razonables, muchas cosas cambiarían en esta sociedad, por ejemplo la pobreza desmedida, el abuso de poder de nuestros gobernantes, la infelicidad en el rostro de las personas. La maldad siempre existirá, pero entonces ¿De verdad es tan malo ser malicioso? Las personas malas se guían por sus impulsos, notan sus habilidades y conforme van experimentando conocimiento la incrementan, crean riquezas, andan sin miramientos pues no les importa el que dirán, y si alguien critica o intenta hacer burla de sus acciones suelen ser eliminados, Lo contrario del asunto viene cuando la maldad no la clasificas como mala, sino como herramienta para vivir con plenitud.

Y es entonces cuando otros factores llegan. Vivimos de esa manera tan… ¿Tonta? Porque aquellos que nos guiaron vivieron de esa manera. Y es que puede sonar estúpido pero es cierto. Nuestra vida se determina por lo que nos enseñan en casa, las creencias, costumbres y disciplinas que tienen nuestros padres. Ellos se vuelven no solo los culpable de algunos logros, también de nuestros innumerables fracasos, e irónicamente se lavan las manos cuando los tenemos. Quizás por eso esta sociedad sigue siento tan caprichosa, porque no tenemos otras enseñanzas. Quizás por eso no he podido ser de otra manera, pero ahora que no estaba en los brazos de mi hogar me encuentro con otra realidad, mi primera burbuja había sido rota, y todas las demás se habían roto al toparme con la sociedad parisina. Esta sociedad que se cree tan única, y que simplemente conforme pasan los segundos la veo más lamentable.

Que llegará Ciro me hace sentir más coraje por aquellas enseñanzas que me han dado, tenerlo cerca me hace darme cuenta que tantas cadenas encima de mi cuerpo me hicieron perder la llave de cada una. ¿Cómo poder romperlas? Verlo tan fresco, despreocupado, sonriendo y glorioso me hace querer sentirme así. Deseo poder tener solo una pizca de su esencia en mi ser, pero no sé como, no es tan fácil, no puedo simplemente morderlo, beber de su sangre y experimentar esas sensaciones que él tiene al beber mi sangre, y sin embargo, lo deseo… "¡Un momento Doreen" Una vocecita comenzó a gritar en mi cabeza "¿Pero que estás pensando?" Y mis pensamientos se interrumpieron al sentir como nos sumergíamos al agua. Comencé a forcejear pues no tenía aire de reserva en mis pulmones, incluso tragué un poco de agua, y comencé a retorcerme, pero su cuerpo me lo impidió, y encima de todo eso sumemos su cercanía, cosa que me mareaba más que no tener aire, sus manos sobre mi piel ahora empapada, y él beso.

Comprendí que aquel beso me dejaría respirar, me mantendría a salvo. Ciro me había salvado de ser llevada a rastras a la casa de la noche. Cerré mis ojos disfrutando del sabor que desprendía su boca, incluso aunque suene estúpido e ilógico podía sentir su olor. "Embriagante" pensé. Daba gracias que no pudiera descubrir mis pensamientos. Salí del agua tan rápido como habíamos entrado, muy a mi pesar, y a regañadientes pues quería seguir tomando aire de sus labios. Deseaba seguir así. Mi cuerpo seguía cubierto por la blusa bajo el corsé, y el gran faldón. Pesaba demasiado gracias al agua que ahora resbalaba por mi figura. Lo miré de reojo, su cuerpo perfecto brillaba bajo la luz de la luna, y me pregunto entonces si ella esta orgullosa de iluminarlo o lo envidia por robar todas las atenciones. Sentir calor en mi cuerpo solo dejaba clarísimo lo avergonzada que me sentía al solo pensar en mi siguiente acción. Bajé mis manos para retirar el pesado faldón, lo deje caer al sueño y sobre mi cuerpo solo se encontraba el blusón casi transparente que dejaba para mi desgracia poco a la imaginación.

Sus fuertes brazos me sostuvieron nublando mi mirada, ahora viajaba por la ciudad no solo con escasa ropa, también sobre el hombro de un caballero que parecía no sentir mi peso. En el trayecto mis brazos se enredaron en su cuello por el temor de caer, aunque eso no fuera posible. Mi cuerpo comenzó a temblar a causa del frío. El aire que provocaba su rápido andar me estaba congelando hasta los huesos, la poca ropa que traía encima no ayudaba. Había sido un gran alivio llegar a la galería. ¿Cómo demonios le hacía para ser tan perfecto? Hice una mueca demostrando mi molestia. Le lancé una mirada inquisitiva pero no dije más por escasos segundos - Gracias - Susurré muy por lo bajo, esperaba que nadie se diera cuenta que las calles comerciales estaban siendo transitadas.

Como si una luz llegara para provocar una ceguera momentánea me percaté del error que había cometido. Mi cuerpo se tensó con fuerza. Le pedí ayuda, me la dio, y ahora estaba en deuda con él. Criaturas como él no hacían las cosas gratis. Solté una risa cómplice al haber notado aquel detalle. De no haber estado tan nerviosa o desesperada por esconderme me hubiera negado a pedirle ayuda. Una pequeña brisa me hizo recordar mis condiciones. Bajé la vista hasta mi figura notando la cantidad de prendas que tenía encima. El frío se hizo a un lado gracias a la pena. Lo miré de reojo y caminé hasta la puerta del lugar. La llave era de peso promedio, y siempre la tenía colgada en el cuello como si se trata de una cadena común y corriente. La quite con dificultad pues mi enmarañado cabello no me dejaba, abrí la puerta procurando hacer el menor ruido posible.

Me quedé en la entrada, me asomé hacía adentro observando todo lo que se pudiera a la luz de la luna, daba gracias que la parte trasera y lateral del lugar tuviera grandes ventanales para que entrara la luz, hice una mueca al notar una vela encendida, ya habían pasado por aquí al buscarme. Habían sido descuidados al dejar algo así, de correr aire con más fuerza podría quemar el lugar. Mi galería era lo único o lo poco que me importaba a estas alturas. Al notar que todo estaba en perfecto estado después de darle una breve inspección al local, salí de nueva cuenta para encontrarme con Ciro. - ¿Me acompaña? - Pregunté con una sonrisa amplia en el rostro. ¿Qué pensaría de mi arte?

Me acerqué para tomarle del brazo, como queriéndolo guiar a un santuario recién descubierto y que era solo mío. Pocos eran aquellos que tenían permitido entrar, y no es que la galería fuera privada, estaba abierta al público por supuesto, pero a esas horas de la noche, con la vestimenta que teníamos para mi era un acto bastante intimido. Le solté cuando pudimos adentrarnos a la recepción. Saqué la llave la puerta para volver a colgarla sobre mi cuello y cerré aquella pesada puerta. La vela alumbraba de manera muy tenue la sala, sin embargo, sabía bien que ese no sería un problema serio para él. El primer cuarto tenia una especie de barra, frente a ella una mesa que tenía colocados algunos vasos, también jarras de agua, y vino. Todo estaba empolvado, se notaba la preparación que se estaba teniendo para la inauguración de una hermosa y amplia galería, dentro de ese salón también se encontraban dos cuadros, el primero era la mitad del rostro de una mujer, que notando sus expresiones parecía cansada, triste, angustiada, enferma. Del otro extremo se notaba la felicidad, soberbia, y orgullo de otra mujer, no era tan hermosa como la primera aunque se le notara lo saludable que se encontraba, pero había aprendido a resaltar la belleza del interior de aquellas personas en el cuadro; belleza y fealdad claro está.

Dos pilares conducían a un pasillo amplio, y al final del pasillo se encontraba un enorme y hermoso salón que mostraba grandes ventanales, antorchas colgadas en las paredes, estás se encontraban apagadas. Y una gran cantidad de cuadros, algunos incluso estaban cubiertos en el suelo. Muchos eran rostros de personas, incluso había uno de la princesa de Francia arrumbado al fondo, odiaba esa imagen más que las cadenas que tenía sobre mi cuerpo. Habían otros cuadros que llamaban la atención por el contenido: Desnudo de diferentes dimensiones corporales. Paisajes que solo traía a mi memoria del lugar de mi nacimiento, pues no podía volver ahí, unos paisajes parisinos, rostros de personajes de la hermandad, en aquella galería tenía muchas cosas mezcladas, cada cuadro contaba cada parte de mi vida, pequeños secretos que pocos podían descifrar y otros tantos podían preguntar, en mi quedaba decirles la verdad o no, pero había quienes, sin necesidad de contarles demasiado sabían descifrar lo que había en cada cuadro, lo que deseaba y sentía.

Ignoré entonces los cuadros para poderle atención. Siempre había tenido la sensación que algo faltaba en aquella galería, quizás un "intruso" como él podría aclarar aquellos vacíos en mi cabeza, necesitaba respuestas de preguntas que aun no podía ni siquiera formularme, pero ahí estaba dándome otra oportunidad para saber que me hacía falta. - Es aquí donde puedes ver lo que no puedo mostrare - Susurré. Y decir "no poder" me hizo arrancar una mueca bastante notoría, una molestia que inundaba mi energía. - Quiero su rostro entre mis paredes, me gustaría poder contemplarle cuando nadie este - Mordí mi labio, no importaba ya lo atrevida que llegaría a ser a estas alturas, había besado sus labios, el había probado mi sangre, y me veía casi sin poca ropa. ¿Qué importaba a estás alturas? Nada, no importaba nada, solo el dejarme llevar, el salir de esa corriente para poder simplemente estar en la propia, en mi habitad natural nadie podría juzgar mis deseos, mis pensamientos y mis anhelos, era yo contra el mundo, un mundo que es capaz de rasgar mi alma, y que lo había permitido, pero que aquí mis heridas eran curadas con el mayor de los cuidados, y se me permitía poder soltar mis deseos más oscuros.

Sonreí sin timidez alguna - Volveré en unos momentos - Indiqué caminando con cierta torpeza por la falta de luz al final del pasillo, si eres un vampiro como él podrás notar una puerta grande de madera, perfectamente tallada, con algunas piedras preciosas incrustadas, quien viera los detalles y arreglo de esa galería creería que de verdad tendría mucho dinero, pero había sido un regalo hecho por alguien que me tenía mucho estima y no había escatimado en gastos. Me adentré al cuartillo que aparte de estudio se había hecho un cuarto provisional, una pequeña cama, algunos pequeños vestidos, telas y un piano de cola hermoso. Me acerqué a él recordando bellos momentos y solo presioné una de las teclas, el sonido hizo eco en el cuarto, y sonreí complacida.

Me apresuré a buscar una toalla, en el fondo de una pila de ropa se encontraba, la llevé a mi cabello que ya era poco lo que chorreaba gracias al agua del lago. Suspiré un poco asomándome por la puerta - ¿Deseas algo? - Alcé la voz para intentar visualizarlo, cosa que se había vuelto imposible. Era mejor cambiarme la ropa para no llegar a tener un resfriado. Deje la toalla a un lado, rápidamente me quite las prendas que tenía encima, y busqué un vestido sencillo, que no necesitara los ajustes de un corsé, era de color morado - Ya voy, no tardo - Volví a alzar la voz, intentaba no ser maleducada al hacerlo esperar. Tomé una gran bocana de aire y liberé el mismo para relajar mi cuerpo cuerpo. Coloqué el vestido con rapidez y caminé hasta el salón ajustándolo a mi figura. - Si deseas permanecer aquí al amanecer, no hay problema, los ventanales están hechos para prohibir la entrada de luz, puedo cerrar en cualquier momento - Indiqué sonriente, aun sin encontrarlo en la sala.

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Mensaje por Invitado Vie Mayo 25, 2012 1:37 pm

Mi tarea en principio finalizaba allí, dejándola en la puerta de aquella galería de arte suya como si un caballero medieval de los que pueblan los poemas de amor cortés se hubiera introducido en mi cuerpo y me hubiera alterado de tal manera, por hilarante que pudiera resultar semejante absurdo si se me conocía lo más mínimo o si, simplemente, se escuchaban los rumores más o menos acertados que corrían de boca en boca alrededor de mi persona.

No era un caballero, no me interesaba serlo y tampoco creía necesario gastar el tiempo en cosas corteses cuando, por mí mismo, causaba el mismo efecto en una mujer que cuatro palabras bonitas por razones más que obvias, perceptibles únicamente posando la mirada sobre mí o, si aún así no se me creía, viendo el efecto que causaba en mujeres como a la que había acompañado, Doreen Caracciolo, que se encontraba a mi lado frente a su refugio, la famosa galería de arte.

En realidad, a mí me importaba muy poco comportarme como un caballero con ella o que se fuera a hacer lo que tuviera que hacer, si es que esa era su realidad, pero había accedido a acompañarla por la misma curiosidad que, en aquel momento, me frenaba a la hora de sacar a la luz mis instintos más violentos, los del guerrero que fui y seguía siendo, para matarla y dejar de ella únicamente los restos y los registros de nacimiento y defunción... o bueno, todo aquello en lo que según Trento todo cristiano debía aparecer.

Yo había elegido mi trono, mi escalera hacia la inmortalidad, en un camino muy alejado de los designios trentinos porque la religión me parecía una estupidez, un engaño para someter a las mentes potencialmente fuertes y que no se atrevieran a pensar por sí mismas, y por eso mi nombre – Pausanias, no Ciro ni ninguno de los muchos otros que había llevado a lo largo de mi eterna vida – aparecía en esos libros que, cada vez más, se escribían sobre el esplendor de Atenas y que, honestamente, me daban risa.

Por mucho que analizaran mi polis desde cualquier punto de vista, parecían limitarse a pensar que éramos humanos (cuando lo éramos y los que lo habíamos sido, claro) iguales que ellos en mentalidad, con las mismas circunstancias a nuestro alrededor y únicamente sin los avances técnicos de niño pequeño que habían logrado realizar hasta el año del señor en el que nos encontrábamos, pero las cosas nunca habían sido así y nos movíamos por cosas diferentes, normalmente honor y la patria...

Mi caso era de los pocos diferentes, porque yo desde siempre me he movido por el peso de mis caprichos, por lo que mi voluntad decida en cada momento y por lo que me apetezca hacer ya que, al fin y al cabo, si existe un Dios ese soy yo por motivos, de nuevo, más que obvios, que justifican que cualquiera de mis decisiones sea la acertada en el momento en el que la tome, como no podría ser de otra manera.

Había sido precisamente uno de esos caprichos – o curiosidades, según se prefiera – lo que le había otorgado un regalo valioso a Doreen como lo que más: una prórroga en su vida, que a fin de cuentas era lo único que tenía, ya que lo material en momentos como aquel se difuminaba para formar parte de su mente, ámbito en el que había penetrado con tanta facilidad como un cuchillo atravesando mantequilla fresca.

En aquello, precisamente, nos encontrábamos: en ella abriéndome su mente aún más, como si quedaran secretos suyos por descubrir para mí, a través de enseñarme el estudio de arte que, en cuanto entramos y según pude descubrir a juzgar por sus gestos, totalmente trasparentes para alguien más que acostumbrado a estudiar a la gente como lo era yo, le era probablemente su posesión más valiosa.

No le presté especial atención pese a mi descubrimiento, no obstante, pues la imaginación humana es tan sumamente inferior, sobre todo si se compara con la mía, que a la hora de la verdad brillan por su falta de variación en el ámbito constructivo, especialmente cuando repiten un motivo como es el de una galería de arte, así que me limité a seguir a Doreen, que me resultaba bastante más entretenida, al interior de aquel lugar que tanto parecía significar para ella.

Sólo cuando se alejó y dejó escapar el sonido de una nota musical a través de un piano en otra sala me giré, no en la dirección previsible que era donde ella se estaba cambiando porque no era ni nunca sería tan sumamente vulgar pudiendo conseguir lo que quisiera de maneras mejores, sino en la dirección opuesta, en esa que mostraba los cuadros de diversos y variados temas que ella misma había pintado y que atraparon enseguida mi atención de mayor o menor manera.

La penumbra que reinaba en la habitación, sólo rota por la tenue luz de la vela que titilaba en la estancia contigua, no era dificultad alguna para que pudiera captar todos los detalles de los cuadros: las pinceladas sueltas, los colores escogidos hasta el mínimo detalle, la expresión de los retratados, las hojas de los árboles de los paisajes, incluso, que resplandecían bajo la falsa luz solar que le había sabido imbuir al cuadro.

No poseía el talento técnico y frío de un sobrenatural que ha tenido tiempo de practicarlo, siglos o milenios incluso, e incluso yo, que no me caracterizaba precisamente por ser un interesado en arte de los que no son capaces de pensar en otra cosa, era capaz de verle los fallos, pero aún así... Aún así era personal, era distinto, no era tan academicista como lo que se veía en el recién inaugurado Louvre, y sólo por eso ya merecía que lo observara más de un par de segundos, para captar los matices del alma de Doreen que quedaban atrapados entre los colores y las pinceladas.

No me giré hacia ella cuando habló, sino que me limité a sonreír de medio lado y a acariciar uno de los óleos con el dedo, siguiendo la pincelada con gran cantidad de materia que había grabado sobre la tela y dibujando el rizo de una de las figuras que se encontraban inmortalizadas, a su manera, en el estudio de Doreen Caracciolo. Sólo cuando hube recorrido toda la superficie del tirabuzón me permití apartar el dedo del cuadro y girarme hacia ella, con los gélidos ojos azules clavados en los suyos, aunque sin obviar una rápida mirada a su cambio de vestido.

Una lástima, Doreen. Te quedaba mejor la ropa empapada, mucho más sensual. – comenté, como quien dice una simple frase de cortesía a alguien que se acaba de encontrar y que tiene que saludar porque así se dice que está bien... algo absurdo, sobre todo para mí, pues no todos eran merecedores de que les dirigiera la palabra y solamente quien yo permitía tenía ese enorme privilegio.

Crucé los brazos sobre el pecho y desvié la mirada de sus ojos a la habitación, a todos los cuadros que la decoraban no de la manera típica de hacerlo, colgando de una pared como naturalezas muertas o parte de la misma, sino dándole un toque de vida, de acción, de progreso a una estancia en la que sólo por estar Doreen presente ya se intuía la fugacidad de la vida por su débil naturaleza humana, una que acabaría marchitándose como las hojas de un árbol en otoño y que, a la vez, tenía su toque particular... y no me refiero únicamente a su olor o al sabor de su sangre, aunque también.

Sólo cuando hube abarcado todos los objetos que allí se encontraban, en mayor o menor medida y con mayor o menor orden, me permití volver a clavar la mirada en ella, que permanecía más o menos donde yo la había dejado la última vez que la había mirado, hacía tan sólo unos segundos muy escasos.

¿Serás capaz de pintarme, Doreen Caracciolo, en toda mi complejidad? Estoy viento tu trabajo, partes de tu alma que has desnudado en un lienzo como no has sido capaz de hacer con tu cuerpo pese a que esto sea algo más íntimo, y veo vida en los ojos de los retratados, sí, pero porque son humanos... Es mucho más fácil pintar lo fugaz pero a la vez invariable, como es lo humano, que lo inmortal y voluble, como lo soy yo. – le dije, retándola al alzar una ceja y por mis propias palabras, que no podían evitar ese matiz de diversión retorcida que me caracterizaba.

Me aparté de donde estaba apoyado, una de las desnudas paredes del estudio, y me paseé en torno a los cuadros que ella había pintado y a los que me había referido, tan inmóviles, tan coloristas y sobre todo tan personales... No había mentido: había desnudado su alma con ellos, me permitía ver cosas de ella en las pinceladas que probablemente nunca me contaría con palabras, y aún así quería arriesgarse...

Divertida, sin duda, y algo arrojada. Aquellas fueron las palabras que se me colaron en la mente, que murmuré en griego, en mi antiguo dialecto, más para mí que para ella, como un escritor implacable que finalmente se empieza a decidir por cuáles son las palabras más adecuadas para describir a su personaje a medida que lo va dotando de vida en sus páginas, pues ella estaba empezando a cobrar esa vida en mi mente.

Volví a mirarla a los ojos, con la expresión divertida transformada en una de auténtico desafío, como si realmente no pensara – porque no las tenía todas conmigo, todo hay que decirlo – que fuera capaz de abarcarme a mí en todos mis matices en un simple lienzo... ¡Por el can, si ni siquiera en una noche podría llegar a conocerme, pensar que podía reflejarme en un cuadro era un capricho de niña pequeña!

Y, como tal, me convenía. Me favorecía que se hubiera encaprichado conmigo, que quisiera averiguar más del misterio que escondía Ciro (y que yo no andaba buscando generar pero que lo hacía, de todas maneras, porque así era yo), porque así yo mismo tenía garantizada la posibilidad de volver para atormentar sus pesadillas y enardecer sus sueños más oscuros, los que se guardaba únicamente para ella.

Esa era la explicación de que pusiera los ojos en blanco y asintiera, de que medio sonriera de manera algo pérfida, sin duda traidora y peligrosa, y enseñara los colmillos a la chica rubia que, sin saberlo, había despertado a una bestia que no comprendía, la que estaba a punto de abalanzarse sobre su presa para no dejar absolutamente nada de ella cuando terminara... Yo.

De acuerdo, Doreen. Puedes pintarme, puedes tener mi rostro poblando las paredes de tu galería, puedes intentar captar el brillo de mis ojos, el significado de mi sonrisa, la manera de mi pelo de ondularse cuando hay algo de agua en el ambiente o cómo la sangre corre por mis labios después de que me haya alimentado. Puedes... porque me gustará verte intentar abarcar un misterio que ni yo mismo comprendo, aunque a fin de cuentas ahí radica su perfección. – añadí, esbozando una mueca divertida y encogiéndome de hombros al darle aquella suerte de permiso que, muy probablemente, ni siquiera necesitaba.

Así funcionan las obsesiones: no entienden de razones, no escuchan a un permiso que ya se han tomado, no son capaces de comprender las limitaciones que pueden tener todo en pos de eso a lo que aspiran, quizá un imposible (si no eres yo, vamos) o quizá algo posible, y yo lo sabía porque mis caprichos solían seguir, por su intensidad, un camino semejante, no tan fuerte pero sí similar... y en cierto modo me pasaba con ella lo que a ella le pasaba conmigo, precisamente por esa cercanía.

No tardé en acercarme a ella, en lo que probablemente fue tan rápido como uno de sus parpadeos, si no más; no tardé en inmovilizarla contra la pared simplemente con mi cuerpo sobre el suyo, y tampoco tardé en cogerla de la barbilla y hacer que alzara la mirada, límpida, hacia la mía, turbia, oscura, profunda, ponzoñosa... antigua, demasiado llena de matices para que la comprendiera: he ahí la diversión de aceptar que me pintara o de dejar que se obsesionara hasta un punto peligroso en el intento.

Por cierto, me quedo por ahora... Quizá también lo que queda de la noche, eso depende. En un rato te lo digo. – finalicé, aunque no dejé que contestara a mi pregunta porque enseguida me abalancé sobre ella, impedí que abriera la boca más de lo necesario para aceptar mi lengua en ella y la estuve besando con auténtica sed.

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Mensaje por Doreen Jussieu Jue Jun 14, 2012 3:21 am

Aquello era tan extraño, por un lado sabía que estaba con el peor de los peligros, pero por otro, me sentía completamente protegida, abrazada, como si dentro de esa galería no pudiera pasarme nada, como un refugio donde miles de guardianes podrían protegerme de las garras de él. Había conocido a mucha clase de vampiros, todos ellos son su mirada demoniaca, soltando palabras vacías para causarme terror, siempre presumiendo de sus habilidades, de su galantería, y de su fuerza, pero ninguno de ellos, me decía la verdad, ninguno de ellos se atrevía a hacer más de lo que hablaba, quizás solo les gustaba infringirme el miedo para no hacer nada malo, para no huir, odiaba las mentiras, y también odiaba la debilidad de un hombre que abusa de sus habilidades. Quizás su naturaleza, la esencia de muerte que portan es lo que causa ese tipo de actitudes en ellos, sólo dos me habían ayudado de verdad, dos que se habían aferrado a su humanidad, lo cual me parece gracioso, ellos nunca volverán a tener humanidad, son seres errantes que se alimentan de almas puras, almas que siguen con vida por que es lo que les encomienda Dios, cuando arrebatan vidas de esa manera, su alma se condena de la peor de las maneras, se va hundiendo poco a poco, y cuando están en el fondo del vació, ya no pueden volver, porque no lo tienen permitido.

Ciro, en cambio, mostraba otro tipo de semblante, marcaba la diferencia entre los de su especie, su mirada era amenazante, no lo niego, intimidaba, incluso me hacía sentir una especie de desnudez, no corporal, aunque eso fuera muy intimo, sentía que desnudaba mi alma, porque al ver de esa manera mis ojos, tenía permitido entras hasta el fondo de mi ser. Su rostro denotaba tranquilidad, una que podía romper en un abrir y cerrar de ojos, sus palabras podrían ser filosas, sin embargo, portaban elegancia, salvajismo, letalidad, y sabía, que lo que decía si lo haría realidad, no era de los hombres que se la pasara jugando, seguramente se aburría con facilidad, teniendo la inmortalidad bajo sus pies. ¿Quién no buscaría constante movimiento? Lo que se rehacía bastante raro, es que de verdad me tuviera con vida, estaba segura que no me dejaba con vida porque le gustara, es decir, existen muchas mujeres, demasiado hermosas, y no sé ve que sea de esos hombres que otorgue la vida por la belleza, más bien por el intelecto, la batalla que le pueden dar, yo no soy ni la mitad de bella que las vampiresas poseen, y al ser humana, seguramente restaba el valor a mi persona, no lo sabía, quizás mi baja autoestima hablaba.

Arqueé una ceja de manera inevitable. Quizás nunca había ido a una escuela de artes, quizás nadie me había puesto a practicar sobre lienzos, quizás no tenía esa preparación que muchos tenían, los "artistas" que ahora reconocían, pero estaba segura de mi talento natural, que había poseído sensibilidad, no sólo para captar rostros vivos, también para criaturas de la noche como él. Y que dudara de mi, me ofendía de sobremanera. Me cruce de brazos. Estaba por objetar cuando lo sentí tan cerca que hundí mi cuerpo entre la pared y el suyo, queriendo bajarme por completo y escabullirme, pero Ciro era tan hábil, sabía como sostenerme, como tenerme a su disposición.

Tomó mis labios como si le pertenecieran, de cierta manera me sentía suya, no precisamente en el ámbito sexual, más bien como si fuera un pedazo de objeto que le perteneciera, la sensación era bastante rara, y a pesar de correr peligro, no me sentía mal, no me daba miedo, simplemente me deje llevar por los movimientos salvaje y eróticos del vampiro. Sus labios masacraban los míos con pertenencia, los jalaban de vez en cuando, su lengua exploraba cada rincón de mi cavidad bucal. Mi lengua no tardó en luchar con aquella, era tan fría, y su sabor era delicioso. Cerré los ojos con fuerza, disfrutando de un beso carente se sentimientos, nunca me había atrevido a besar a alguien sin un porque, sin un sentimiento de por medio, siempre había deseado más que simples caricias vanas, siempre había deseado un amor, sin embargo estaba ahí, disfrutando, recibiendo, y dando besos íntimos que no tenía intención de parar por dos cosas. La primera, por temor a ser privada de la vida, y la segunda razón era simple: Placer.

Me separé un poco, intentando empujar ese cuerpo fornido, tomé aire de manera profunda, mi respiración se había agilizado, mi pecho sonaba un poco por el temblor que me producía tenerle sobre mi. "Malditos vampiros" Pensé para mi, y me percaté que había maldecido a alguien, nunca antes en la vida lo había hecho, por más herida que estuviera, odiaba que tuviera ese efecto donde me dejaba completamente perdida en él, según sé, se llama encandilar. Poco sé al respecto de los poderes o habilidades de los vampiros, sé que tienen una fuerza especial, también que son bastante veloces, y que nos encantan por el porte que poseen, pero sé que mi deseo va de lo común, no suelo ser atrevida, no sólo dejarme llevar por las ganas de abrazar o besar a alguien, todo lo reprimo, sin embargo, aquí, frente a él, no puedo detenerme.

Mr mordí el labio inferior con fuerza, fue tanta la presión que ejercí que el calor de mi sangre se hizo presente. Una gota de la misma se escurrió por mi lado. Por fin salí de ese estado. Tomé toda la fuerza que tenía en mi cuerpo para empujarlo, no sé si de verdad eso había sido mucho, o qué él había cedido pero se movió lo suficiente para poder apartarme de él. - ¿Si duda de mi talento por qué me permite retratarle? - Arqueó una de sus cejas, aun se sentía lo bastante ofendida. - No, yo no deposito partes de mi alma en cada cuadro, yo deposito toda mi alma cuando hago hago cada trazo, le pongo el esmero, interés, y amor, porque a diferencia de ti, yo si puedo sentir, y no me avergüenzo de eso - ¿Me importaba su desprecio? ¿Sus burlas? No, a esas alturas era lo que menos me importaba, mi único interés se resumía a ser respetada, no pido como me vean como un igual ante los hombres en la sociedad, porque sé bien mi lugar, porque se las reglas del juego, pero deseo respeto en lo que me importa, y en lo único que verdaderamente me pertenece, lo único que es mío, y que nadie puede arrebatarme: Mi talento.

Tomé un poco de aire, aun me seguía enajenada por su figura, por sus labios, por todo lo que él representaba, quería que devorara mis labios como hace unos momentos, pero también debía respetar parte de mi, aun creía que no era merecedora de nada, pero momentos como esos, donde el enojo me invadía, creía que si había algo de potencial en mi. - Sus ojos no tienen brillo, esta muerto, y su mirada sólo muestra lo amenazante de su ser, quizás posea un cuerpo perfecto, un atractivo que hace a las féminas desear besarlo, como lo deseo, pero es un ser que llega a perder el encanto en cuanto abre la boca - Me sentía aun llena de rabia, no media las consecuencias - La forma en que levanta el mentón, la manera en que camina, en la que sonríe, se cree supremo sólo por atemorizar humanos ¿De verdad? No entiendo porque vivir en la oscuridad… No entiendo de que se esconden si se creen tan superiores - Ahora, mis manos se habían cerrado en dos pequeños y delicados puños.

Después de un tiempo, decidí relajarme, no valía la pena las molestias, además yo no era así, era su efecto, lo sabía - ¿De verdad cree que es un privilegio para mi? - Me acerqué a él, sintiendo como mi piel se erizaba al tenerlo cerca, como perdía de nuevo el control de mis emociones y deseos. - Puede que lo sea, pero no subestime a quien tiene enfrente, que puede ser valiosa, o quizás no, pero que sea frágil, y humana, no quiere decir que valga menos, o que piense menos, usted proviene de los humanos, no lo olvide, y por más lejos que este de su humanidad, lo fue - Sonreí, no sé si por orgullo de las palabras que acababa de decir, o por nerviosismo, quizás por lo último, cada que me encontraba en aprietos, sonreía para evitar el llanto. Porque deseaba llorar, deseaba haber no salido de casa esa noche, y ahora me arrepentía de haberle pedido esconderme de mis guardianes.

Mi vida se había resumido a esconderme, a escapar de ser capturada y perder la cabeza, se había cerrado en que pudiera tener la libertad que había deseado desde que escape de mi casa, y no estaba dispuesta a perder lo poco de vida que me quedaba en manos de un vampiro. - ¿Por qué si me va a matar alarga mi sufrimiento? ¿De verdad le place? Existen cosas mucho más divertidas que torturar el alma de un ser como yo - Lo sabía, se me había dicho innumerables veces, mi alma pura e inocente siempre querrá ser corrompida por criaturas oscuras, por espíritus demoniacos, hasta ahora había corrido con suerte, pero la suerte es de los mediocres, y se termina en algún punto, además que, no me consideraba una mediocre, así como él hacía la diferencia en los de su especie, yo también marcaba la diferencia de la mía, nadie había podido dominar mis deseos, mi alma, y mi manera de ver la vida, llena de esperanza, de amor, y de un positivismo que pocos poseen, y que muchos creen nos hace ser ingenuos, pero la ingenuidad radica en ellos, en los que pierden la esperanza sin haber luchado, solo al escuchar la primera negativa, ya había olvidado las veces en que se me habían negado las cosas, que me habían negado amor, o una vida de cuentos de hada, y no por eso me dejaba vencer. Quizás si tenía más cosas buenas y de admirar que muchos no veían, pues mi perseverancia, mi fuerza, mi resistencia y mi fe, no se apagaba, seguía tan alta como una muralla, un alma pura puede vencer al demonio más peligroso.

Negué repetidas veces. Debía ceder ¿No es así? - Deseo pintarle Ciro, de verdad lo deseo, pero no deseo pintar un rostro hueco, me gusta conocer por lo que me enseñan, por lo que voy descubriendo, eso hace que una obra de arte sea más maravillosa, que cautive, no un simple permiso - Suspiré profundamente - ¿Por qué cree que los retratos de grandes gobernantes no son apreciados? El mismo artista que los elabora no tiene idea de como es al que esta plasmando, sólo se queda con la impresión errónea de los rumores, no conoce que hay detrás del poder otorgado, así como poco conozco de usted, me quedó quizás la idea errónea o correcta de lo poco que le he visto, ni siquiera yo me conozco - Mis labios se habían secado por completo. Mi lengua salió deslizándose de un lado a otro para volver a mojarlos, era incomodo hablar así. Por la rabia que había sentido, olvidé por completo el pequeño corte que me había hecho. El sabor de mi sangre invadió mi boca, intuía que tanto tiempo en existencia había hecho un experto en estás situaciones a Ciro. Que no perdiera la razón por el olor a la sangre lo hacía a un más fuerte ante mis ojos, pues hombres que no se dejan dominar por sus instintos deben ser los más honrados.


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Mensaje por Invitado Lun Jun 18, 2012 8:48 am

¿Divertida y, sin duda, algo arrojada? No; desde luego, tremendamente arrojada y peligrosamente divertida. Eso era lo que Doreen me estaba demostrando en aquel momento, en toda la conversación que habíamos ido compartiendo hasta llegar a la intimidad de su galería y que había desembocado en un instante como aquel, en el que ella me había pedido permiso para pintarme y en el que yo no había dejado de probarla por un segundo y, por tanto, había continuado exprimiéndola hasta el máximo de sus posibilidades.

No necesitaba conocer su contexto, ni tampoco si situación personal o familiar (que, de hecho, no podían importarme algo menos) para saber cómo era Doreen, todo a raíz de sus palabras, de sus movimientos, de sus gestos, de sus acciones. Era una mujer apresada por los estrictos cánones de la época en la que nos habíamos topado; era una mujer que sabía lo que se esperaba de ella y, aún así, en su interior albergaba un conflicto entre lo que se suponía que era y lo que en realidad era. Doreen era presa de sí misma hasta un punto que probablemente no comprendía o, aún menos, sospechaba.

Seguramente sólo yo la había forzado hasta aquel extremo de afrontar lo que en realidad era, dado que los conformistas de nuestros coetáneos, al ver en ella únicamente lo que querían ver, una máscara que llevaba con toda la perfección a la que podía aspirar una simple humana, no la obligaban a desnudar su alma; seguramente, únicamente se había mostrado de aquella manera conmigo, y en contra de lo que se pudiera pensar aquello no me hacía sentir, ¡ni por un momento!, especial. Era únicamente el efecto que tenía en mis inferiores, los humanos, pero también en mis supuestamente iguales, los vampiros.

Que ella, por tanto, estuviera soltando su lengua y no pensándose lo que estaba diciendo pese al riesgo que suponía ofenderme, como si en ella estuviera la capacidad de lograr en mí algo más que simple diversión dado que no sería mientras fuera humana lo suficientemente inteligente para abarcar mi enorme complejidad y, por eso mismo, la simplificaba hasta el absurdo, era la consecuencia natural de nuestro encuentro, el efecto lógico que se derivaba de la causa que yo había estado ejerciendo sobre ella... y que aún seguía ejerciendo, como me demostraron sus palabras.

Si pensaba que me iba a molestar, se equivocaba de pleno. Mi sonrisa torcida, cada vez más amplia a medida que iba aumentando el número de palabras que se escapaban de sus labios, así lo demostraba, pues lo único que conseguía era provocar en mí una sonrisa constante, la confirmación de que estaba ya tan afectada por alguien, en teoría y si le hacía caso, muerto y vacío, que no podía evitar sino dejarme entrever en su voz y en lo que decía mi efecto, ese del que tanto quería huir. Qué paradoja...

Resultaba incluso obscena la manera que tenía de recordarme que era un vampiro, como si no fuera consciente de que era absolutamente mejor que cualquier humano precisamente por mi naturaleza, aunque también por cómo era yo mismo, y sobre todo resultaba una muestra muy clara de que ella, la humana, era quien estaba entre la espada y la pared, quien estaba acorralada, quien no tenía más remedio que seguir sus deseos porque tanto ellos como yo mismo la arrastrábamos en aquella dirección.

Por todo aquello, yo sonreía. Era, para no variar, el victorioso, aquel que había ganado la batalla en la que prácticamente sin querer había entrado (aunque en mi defensa cabía decir que, dadas mis circunstancias, todo encuentro en el que me sumía terminaba siendo una batalla, y por mi excepcional talento militar estaba abocado a ganarlas todas...), y sobre todo el que la había obligado a que se enfrentara a sí misma no por humillarla, puesto que no ganaba nada humillando a un ser claramente inferior, sino por hacerle un favor que, encima, la muy desagradecida no sabía agradecer.

Negué con la cabeza una, dos y hasta tres veces, mostrando claramente mi decepción con ella en tantos sentidos que casi igualaban a los que me recordaban por qué, en cierto modo, estaba actuando como un alma generosa que no era y la estaba ayudando. Niños... todos los humanos eran como niños, que se creían mejores que nadie sólo por existir y que, por eso, no podían estar un poco más equivocados, de igual manera que quienes afirmaban que existía una entidad llamada Dios, el mayor amigo imaginario que suplía las carencias de los humanos que se hubiera podido nunca imaginar.

No me escondo, Doreen, no más de lo que beneficia a mis planes hacerlo. ¿Para qué, cuando sé que no tengo rival? Pase lo que pase, tengo las de ganar, así que refugiarme en la noche es asunto propio de mi naturaleza, de una que si te sirve de algo no pedí pero que me correspondía por derecho para acabar de encumbrarme hacia la posición en la que estoy ahora... esa bajo cuyos efectos te encuentras. – le dije, encogiéndome de hombros con fingida inocencia antes de echar un ojo a mi alrededor, a la galería, a los retratos que poblaban las paredes.

En su defensa tenía que decir que era buena; aficionada, sí; carente de técnica definida y academicista, también; pero talentosa en los cánones pictóricos, eso sin duda, pues así se veía en sus cuadros para alguien que, pareciera lo que pareciese, tenía buen ojo artístico... otra cosa muy distinta era que me gustara el arte, pero al menos sí sabía reconocerlo cuando lo veía, ¿cómo no, si había vivido rodeado de él desde siempre, de manera directa o indirecta?

Al fin y al cabo eres tú quien ha querido pintarme, no yo quien ha insistido para que lo hagas, y eso ha sido porque has visto algo... Has visto que mis ojos expresan lo que yo quiero que expresen, y no otra cosa; has visto que mi mente es tan complicada que no puedes entenderla con una conversación de una sola noche; has visto que te engañas a ti misma cuando dices que estoy muerto y no siento sólo porque lo hago, también lo de vivir, de una manera distinta a ti, que nunca comprenderás, igual que el hecho de que me divierta herir a simples humanos o que a ti no vaya a hacerte nada, al menos por ahora. – añadí, volviendo a sonreír de manera divertida, aunque sin ocultar un matiz oscuro en mi sonrisa, el mío propio.

Doreen no podría asimilar aquella noche que estaba bajo mi hechizo y que hiciera lo que hiciese no podría liberarse; Doreen no poseía el intelecto suficiente para comparar su naturaleza con la mía y ver que, efectivamente, la edad me había concedido una complejidad que ella sólo comenzaba a observar y ante la cual reaccionaba poniéndose a la defensiva, porque era superior a ella y a sus fuerzas. Doreen estaba anclada en sus propias limitaciones, y eso era lo que le impedía abandonar su posición infantil y aceptar la realidad tal y como era.

Y puedes preguntarme, si lo que quieres es conocerme, aunque te aseguro que necesitas mucho más que una noche para que puedas entenderme incluso aunque lo sepas todo de mí, aunque preguntes acerca de cuando era un humano, como tú, aunque nunca he sido como tú... Tú eres una muñeca de esta sociedad, eres una francesa de a pie, un reflejo exacto de lo que los hombres buscan en una esposa y lo que las mujeres aspiran a ser, y yo siendo humano no era absolutamente nada así. Era único, era hijo de mi tiempo, pero eran otros tiempos, las cosas cambian y no necesariamente a mejor. – comenté, mirándola con los ojos entrecerrados y expresión no amenazante, sino únicamente curiosa sobre ella.

Ella nunca sería una reina, mientras que yo sí había sido un monarca. Ella se veía obligada a manejar sus armas en la oscuridad de la noche, mientras que yo lo había hecho, orgulloso, a la luz del día, a la vista de los demás habitantes de la polis, mis guerreros, mis hermanos, mis súbditos. Las diferencias eran muchas más de las que quedaban a la vista, pero eso no era únicamente porque yo fuera un hombre y ella una mujer, sino porque carecía del valor adecuado para abrazar una naturaleza que le pertenecía por cómo era en realidad... algo, valor, de lo que yo nunca había carecido.

¿Sabes? Me resulta gracioso que, sin haber nacido aquí, sepa más de historia francesa que tú, Doreen. – le dije, con una sonrisa provocadora que, pese a todo, no era falsa, sino brutal y absolutamente sincera, igual que mis palabras. – Luis XIV, Doreen. Un rey francés que comenzó su reinado hace algo más de un siglo, y que se valió de esos retratos que, según dices tú, tienen tan poco éxito para construirse una figura que los plebeyos equiparaban a la de un Dios. Un rey que logró a través de sus lienzos convertirse en una figura básica del panorama político internacional. Y como él hay un sinnúmero de ejemplos que seguramente no conozcas, a juzgar por tus palabras. – finalicé, como quien recita una lección de historia ya que, a fin de cuentas, aquello lo era.

Había conocido al rey en persona; había asistido a fiestas con un fasto soberbio en Versalles y había conocido a muchas de las amantes del rey, de gusto más que dudoso en mujeres, y como él había conocido a muchos que se habían valido de los cuadros para reflejar y respaldar un poder que ya tenían, así que del tema sabía lo suficiente para ser consciente de que Doreen estaba muy equivocada y lo que en realidad le sucedía era que tenía miedo de pintarme.

Tu argumento queda reducido a nada, Doreen. Aunque no me conozcas ya tienes una impresión de mí, que es lo que reflejarás en tu cuadro, ya que a fin de cuentas eso es lo que hacen los artistas, plasmar sus sentimientos sobre la realidad que perciben en los distintos medios de los que se valen. ¿Sabes cuál es tu problema? Que tienes miedo de lo que opinas respecto a mí y, sobre todo, de hacerlo público y exponerlo. – concluí, ampliando aún más mi sonrisa y sin que ella pudiera haberlo evitado muy cerca de su cuerpo, con los ojos gélidos y ardientes a un tiempo clavados en los suyos.
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