La vida y la muerte juntas para hablar [Privado]

No solía tomar forma corpórea cuando era de día. Era algo que solía repetirme mucho, muy a menudo, como si temiese olvidarlo, como si de repente tuviese miedo de cometer algún error y desear o tomar otra vez cuerpo en pleno día, arrastrada por un mal recuerdo, por un deseo, o por las emociones que podía sentir a menudo a mi alrededor, que me hacían desean formar parte de la vida de nuevo.
Era parte de mi venganza y de mis vanas ilusiones, ése era parte del motivo por el cual atormentaba o rondaba lugares de mortales durante el día. Una venganza, una iluión, como estar sumida en un mundo de sombras con la luz.
Y por supuesto no había olvidado que aún era de día. Y había decidido hacer hoy algo un poco especial.
Había tomado posesión de un cuerpo humano. Había hecho algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo. Necesitaba volver a sentir los latidos, las pulsaciones de un cuerpo vivo. Aunque fuera solamente por dos horas.
El cuerpo en cuestión que había escogido era el de una niña pequeña, una muñequita de piel sonrosada y cabello rubio de ángel, pero con pobres ropas, que me encontré en el orfanato.
Estaba recorriendo las afueras del orfanato bajo una forma difusa, y entonces la vi. Vi a aquella niña pequeña mirano hacia mi dirección. Era imposible saber si de veras me veía o no, pero no pude evitar quedármela mirando también.
Y admitámoslo...me dio pena. Mucha pena. Ver a semejante pequeñita en aquel lugar. Así que me aventuré a hacerlo. A poseer a una niña pequeña. Aunque no fue precisamente por la lástima.
Me lancé en picado hacia ella, y pude notar cómo se percataba de mi presencia, porque sus ojitos se abrieron mucho, sorprendidos. Pero no parecía que en ellos hubiese miedo, no...la inocencia no permitiría algo así.
Más bien inocencia, sorpresa. ¡A saber lo que estaría pensando la pobre niña en aquel momento!
Cuando estuvo hecha la posesión di un respingo y miré a mi alrededor. Estaba en una habitación cochambrosa, dónde se suponía que dormía ella y varios niños más. Asqueada, salí de allí y me encaminé hacia los jardines, para respirar un poco de aire puro. Iba con cuidado...con aquel cuerpo todo era más grande que yo misma, ¡se veía todo tan grande, tan enorme!
Pero era agradable. Era agradable poder respirar, poder sentir el corazón latiendo, el aire en mi interior, el hambre, las sensaciones humanas..sentir que se formaba parte de la vida.
Bajé hasta los jardines, sin toparme apenas con adultos que me mirasen o que tratasen de hablar conmigo. Quizás los cuidadores de aquella niñita no se hallaban por allí, al menos no aún.
Y allí vio a un grupo de niños contando historias. Un grupo de niños vestidos con ropas parecidas a la de la niña.
Me acerqué a ellos para escuchar alguna de sus historias...¿qué pasaría? ¿Qué oiría? Quizás alguna de esas historias...rememorase mi infancia.
Espera, ¿en qué demonios estaba pensando? ¿Rememorar mi infancia? No me gustaba pensar en esa parte de mi pasado.
Pero daba igual. Ya encontraría la forma de amenizar la velada, o de deleitarme con la inocencia de aquellas historias.
Así que me acerqué y me senté junto a ellos. No parecieron extrañarse por mi presencia, ni siquiera por mi silencio.
Pero entonces, al poco rato, me fijé en algo. O más bien alguien. En un momento determinado me percaté de la presencia de una mujer que miraba a los niños, una mujer de aspecto elegante, apoayada en un árbol.
La contemplé con curiosidad, pero con cierto disimulo. Una mujer alta, de figura esbelta y...seria.
Y entonces tuve una idea. Me giré para que no me viese la cara, escondiéndola en los pliegues del pequeño vestido de la niña, dejando escapar una sonrisa que no cuadraba mucho en el rostro de una niña inocente.
Y luego, serenando mi expresión, me levanté y me acerqué hacia ella poco a poco, mirándola con curiosidad:
-¿Vino a ver a alguien, madame?

La historias que contaban eran de miedo sobre lo que habitaba en los barrios más oscuros de Paris, hablaban de gárgolas si de las mismas que adornaban la gran catedral que con su elegancia y enormes paredes escondía al más impuro de los seres en esta tierra, el Papa, le respetaba y obedecía ciegamente, al final así me había ganado un puesto en el salón de los arcángeles me consideraba perfecta, incorruptible y no podía fallarle, no a él, si no a mí misma. Cruzada de brazos comencé a adentrarme en lo que ellos decían sus risas y cara de asombro me gustaron, así eran los niños y así debían quedarse, agradecía que hoy no tenía que ir en busca de uno para darle una mejor vida, lo tendrían todo a cambio, a cambio de olvidarse del mundo y ser fieles a un juramento tan estricto como valorado por algunos.

¿Cómo habían llegado a mi? Esa era la pregunta cerré mis ojos bajando la mirada, necesitaba recordar los instantes previos a la masacre que yo había provocado en aquella iglesia allá lejos del mundo. Nos habían encerrado… y yo vestida con un perfecto traje estaba feliz de ir a orar me gustaba el silencio de las catedrales era el único lugar donde encontraba paz interior, monja quería ser, reí para mis adentros ante la idea pero no me iba a desviar de lo que me llevaba a esas horas al orfanato. Una vela se cayó y de las afueras de las calles entro por uno de los vitrales una antorcha, si brujas creo que habían sido ellas querían acabar con todos los de la alta sociedad por tratarlas de herejes ¿a caso no lo eran?, y ahí fue cuando recordé ese momento entre los fieles en la iglesia habían tres hombres que intentaban resguardar a los niños pero a mí no pudieron alcanzarme, yo tome la antorcha y corriendo en círculos comencé a quemar todo, mis padres gritaban, todos me miraban con furia, ira… ¿en qué pensaba? En realidad y estaba segura que alguien había controlado mis actos, siempre había sido una niña frívola pero a final de cuentas era una simple niña, tome aire, y el recuerdo siguió latente en mi cabeza, los hombres por debajo del la mesa donde se hacia la ceremonia sacaban a los niños mis padres ya nos los veía y los gritos de los fieles aumentaron, me resbale por la cera de la vela y las brujos entraron, un hombre me tomo por el brazo y… desperté en el vaticano…

La voz de la niña me tomo por sorpresa, su cabellera rubia se parecía a la mía, estaba sucia como todos ahí, me descoloco que uno de los niños se acercara a mí, yo precisamente no era ni sería la mejor compañía para uno. No era el hecho que no me gustara solo que trajeran a mi cabeza recuerdos que prefería dejar ocultos en lo profundo de mi mente. Baje la cabeza – Solo vine a ver a los niños – mi voz no salió fría digamos que fue algo normal, cosa que pocos podían oír de mi – ¿No deberías estar con tus compañeros escuchando esas historias? – me sentía incomoda, no lo negaría.

Aun cuando mi pureza seguía intacta bajo mi mano habían muerto más de uno claro ningún inocente, todos eran tan culpables por que eso eran aquellas bestias culpables de homicidios de personas que no tenían que morir, suspire intentaría por primera vez ser amigable, aquella pequeña era pura y no me atacaría con palabras como lo hacían los mayores, que siempre decían que mi trabajo no era para el de una mujer - ¿Cómo te llamas pequeña? – mi timbre de voz no cambio siguió igual de “normal”.

Off: lamento la tardanza >< andaba sin inspiracion... pero no te dejare abandonada

Aquella mujer parecía ser un poco fría...en cierto modo me recordaba a varias personas que había conocido siglos atrás. Con esa elegancia, ese porte, esa expresión como si ocultaran un secreto o como si simplemente fueren ambiciosas. En el caso de aquella mujer podría apostar por lo primero casi con total certeza. Me la quedé mirando con una curiosidad que se veía infantil en aquel rostro que estaba poseyendo en aquel momento.
Era curioso como los niños a menudo se libraban de muchos males...incluso estando en aquel lugar. Como la mayoría de los adultos solía mostrar amabilidad con los niños, al contrario que con los adultos, quitando por supuesto a aquellos otros muchos que maltrataban a los niños por miles de motivos.O por simple maldad.Quizás fuese por aquella inocencia que poseían casi todos los niños. Pero de todos modos, ni siquiera eso les salvaba de su destino. De la mano cruel del destino que nos mueve a todos.
-No me gusta estar con ellos...han sido malos conmigo-dije en tono lastimero-Muchas veces me han pegado esta semana, y no sé por qué.-dije haciendo un puchero, casi riéndome para mis adentros por esa mentira. A aquella niña no la habían pegado mucho, si quitamos a uno de las cuidadoras, una anciana que, según los recuerdos de la niña, era quién les servía la comida a los niños y que les pegaba si pedían más. Llevaba una vida miserable pero no era de las más miserables de aquel lugar, comparándola con otros niños.
-Además...la he visto muy sola, madame. Dicen que la soledad no es buena.
Luego me preguntó cómo me llamaba. Y se lo dije:
-Me llamo Cynthia, ¿y vos?¿Sois una princesa?-Sí, le había dado mi nombre verdadero, porque había una cosita que quizás hiciese más tarde. Pero aquella niña se llamaba Juliette, según vi en sus recuerdos infantiles, algunos un poco difuminados. Y porque la posesión duraba solamente dos horas, y a lo mejor se me pasaba el tiempo sin que me diera cuenta, algo que me pasaba más de una vez cuando poseía un cuerpo. Me gustaba tanto sentir la vida que a veces perdía así la noción del tiempo, y más de una vez se me había pasado el tiempo y había sido expulsada del cuerpo que estaba poseyendo, y delante de otros mortales...hecho que había causado un gran revuelo por aquellas veces. Había sido divertido. Mucho. Y perdería aquel cuerpo antes de que anocheciese del todo lo cual me venía estupendamente. Y la segunda pregunta la había hecho porque era algo que haría una niña como aquella, el toque perfecto para mi actuación, algo que aquella niña preguntaría. De todos modos tenía curiosidad. Quizás tratase de poseer su cuerpo cuando saliese del otro y estuviese lista para poseer otro cuerpo de nuevo.