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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alejandro Garay Dom Ago 26, 2012 7:41 am

Música. El ruido de caballos y carrozas. Risas femeninas. Caros vestidos. Joyas... Alejandro empezaba a conocerse muy bien todo ese mundo. Un mundo que, antes de París, estaba bastante lejos de sus posibilidades. Y seguía estándolo. Su economía no había mejorado tanto como para presentarte en una de las más sonadas fiestas Parisinas por sus propios medios, ni en ese ni en ninguna otra. Él no era un hombre al que invitaran a fiestas a no ser que fuese a modo de acompañante. El perfecto acompañante, le habían dicho alguna vez. Maduro. Con un cuerpo de Adonis y un vocabulario que no lo hacía destacar como alguien de clase media baja. Respetuoso. Complaciente. Buen amante.. Sí, la verdad es que lo tenía todo. ¡Eso sí! Su compañía no era gratuita. Aunque en un principio de todo aquello sí había accedido sin recibir franco alguno, solo para vivir la experiencia, con el paso del tiempo -Y viendo que recibía unas cuantas ofertas por mes- había decidido incluirlo en un servicio más de los que él proporcionaba. Después de todo, había algunas que no solo lo querían mientras durase la fiesta, y mantenerlo en su cama hasta el día siguiente sí costaba. ¿De algo tenía que vivir, no? Y no había nada que se le diera mejor que aquello, a parte de cultivar y encargarse de terrenos fértiles. Algo que había aprendido en su adolescencia, ayudando a sus hermanos en la casa familiar. Para suerte o desgracia -Según que ojos lo miren- Alejandro no estaba dispuesto a dedicarse a ello. Era ambicioso y se había propuesto encontrar algo que le gustara y, al mismo tiempo, le diera dinero. Ya lo había encontrado.

- Alejandro... No podemos. Tenemos que entrar... - Escuchar aquella pobre negación, entre jadeos, de mano de su acompañante no le daban ganas de parar precisamente. La fiesta de máscaras -Una fiesta que se hacía unas cuantas veces al año, en el Palacio de París y a la que él había sido invitado por segunda vez- todavía no había dado comienzo y la oscuridad de la parte trasera de aquella enorme mansión había sido demasiado tentadora. - Ale.. - Un beso acalló lo que debía ser el poco autocontrol que le quedaba a aquella joven. Alejandro no era un adolescente y si bien su lívido podía compararse al de uno, era capaz de controlarse. Casi siempre. En esa ocasión, solo quería jugar un poco antes de tener que ser el aburrido y formal Alejandro que hablaba con todo el mundo. No podía mostrar su personalidad más bizarra frente a aquella gente tan remilgada, solo su acompañante lo conocía íntimamente. Y de eso se estaba aprovechando.

Se escuchó un estridente tintineo, como aviso de lo que iba a venir a continuación. Fue entonces cuando Alejandro sí se apartó. La mujer, medio embobada, recolocó el caro vestido que había quedado por bajo sus senos y en un pequeño espejito de mano se retocó la pintura de los labios. Completamente echada a perder debido a sus besos, que no eran los de un joven inexperto precisamente. - Estás muy guapo con los labios pintados, pero no sé si los demás lo sabrán apreciar - La escuchó reír, observando su reflejo en aquel pequeño espejo. Tenía el color carmín de aquel pintalabios por toda la boca y alrededores, parecía un jodido payaso. Su cara se contrajo en una mueca de desagrado, pero también de diversión, le hubiese gustado saber qué cara habrían puesto si lo hubiesen visto así. Rió suavemente en una carcajada y dejó que la muchacha lo limpiara adecuadamente; que era la entendida en cosméticos. Mientras tanto, aprovechó para contemplarla. Todavía estaban en un lado bastante oscuro del palacio pero un rayo de luna iluminaba muy cerca de allí, lo suficiente. María era una joven de no más de veinticinco años de edad, cabello castaño claro y ondulado, ojos color avellana y rostro deliciosamente ovalado. Su busto era generoso y, aunque sabía que a ella no le agradaba, a Alejandro sí. Y disfrutaba sabiendo aquello, siempre le había gustado avergonzar hasta aquellas mujeres que parecían de lo menos pudorosas. Él sabía cómo hacerlo.

Cuando entraron, la luz los deslumbró ligeramente a ambos, delatando quizás que venían de una parte mucho más oscura. Todo el mundo llevaba una máscara cubriéndole parte de las facciones de su rostro y, por supuesto, ellos no eran la excepción. Algo curioso. Pues allí sería capaz de encontrarse con alguien conocido y no reconocerlo en absoluto. No con echar un simple vistazo, por lo menos. María agarró delicadamente el brazo que Alejandro le ofrecía, de pura cortesía, animándose a caminar entre el gentío. Al ser María hija de una importante familia de transportes navieros, en seguida se vieron rodeados por otras parejas que la conocían. Algunos disimulaban mejor que otros la curiosidad por saber quién era el misterioso hombre que la estaba acompañando -Y que no habrían visto antes-. "Un amigo de mi padre", ese era Alejandro. Él le había advertido que no conocía en absoluto a su padre y que, si llegaban a preguntarle, podría meterse en problemas. Pero ella le había asegurado que a penas le veía y que no era de los que acudían o se preocupaban por los eventos sociales. Además de argumentar que ya era lo suficiente mayor como para estar acompañada de quién quisiera, pero que no podía decir eso abiertamente. Claro, él conocía ese mundo. Y por eso, prefería quedarse en su clase media, disfrutando de su pequeña fortuna diaria y asistiendo a aquellas veladas cuando lo "invitaban". Sería más indicado decir que lo contrataban, pero justo en ese momento, había sido invitado por María. Ella había sido una cliente suya no hacía mucho y, al pedírselo como favor, él no se pudo negar. Aunque no lo dijera en voz alta, las mujeres españolas eran una de sus pocas (Conocidas) debilidades. Y María lo era.

Preparado para los momentos aburridos típicos de aquellos encuentros, Alejandro se colocó al lado de su acompañante y aprovechó el ofrecerse a traer una bebida para alejarse de aquella multitud. ¿Cómo podían aguantarlo a diario? Se preguntaba, porque él no sobrevivía más de unos minutos con aquella gente revoloteándole a su alrededor.


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Mensaje por Eugénie Florit Dom Ago 26, 2012 2:14 pm

¿Una semana? ¿Dos semanas? ¿Tal vez un mes? El tiempo se había vuelto su infierno, ni siquiera podía medirlo, se sentía frustrada, incluso enferma, en realidad lo estaba. Desde que había recibido aquella carta de su hermano, se había tomado de propósito no volver por un tiempo al burdel, al menos hasta que regresara a España. En su carta le había dejado en claro que estaba pronto a llegar, pero nunca fijó una fecha con tal de llegar "sorpresivamente", aquello la había puesto feliz, eso era inevitable, pero lamentablemente sus restricciones para saciar su deseo la estaba afectando. Su enfermedad ya no estaba escondida en su mente, se comenzaba a proyectar en su cuerpo. Ella tenía temblores constantemente, se encontraba pálida, sudaba frío, se mareaba, y poco era su apetito, incluso el cabello había dejado de estar brillos; encima recordar su última noche en el burdel le ponía el humor más insoportable. Primero un cliente excesivamente borracho y mal oliente se había sobrepasado dándole fuertes golpes en el cuerpo, y cuando creyó que todo se había curado, un maldito compañero la había rechazado, aquello no sólo bajó su autoestima (por el rechazo obviamente), también la había marcado, y estaba segura que jamás se volvería a encontrar a ese hombre, a quien por si fuera poco, le había regalado sus pantaletas. Aquel rostro lo había soñado innumerables veces después de aquella noche, descubriéndose enredada en una obsesión y capricho enfermo por hacer que él fuera ahora el que deseara probar sus mieles, ella era así, quizás después de todo si era una princesita de casa, una mal educada que siempre se salía con la suya. Nunca había pedido joyas, dinero, prendas de seda importadas de Egipto o Turquía. Su capricho rayaba en un hombre, un miembro dentro de ella, y no se cansaría de luchar a cumplirlo.

-"Señorita, le han venido a dejar un vestido color vino, con brillantes en el escote, dicen que son diseños nuevos, recién traídos a éste país, y será la primera, además de la princesa claro, en utilizarlos, se verá muy hermosa en el, resaltará su figura."- Una de sus doncellas le sonreía. Su nombre era Dafne, quizás tendría unos 60 años, con ella había crecido, esa mujer la había educado. Dafne podía ver son sólo encontrarse con los ojos de la cortesana, que tenía un problema, pero no preguntaba nada, prefería que ella fuese la de la iniciativa al contar. Genie, le sonreí de manera natura,l pero sin dejar de lado ese dolor en su interior por el deseo guardado, a ella no podía hacerle un desplante. -"También han traído un hermoso antifaz del mismo color, con plumas plateadas para que haga juego, es una celebración importante para sus padres, debe comportarse a la altura como siempre, mi niña" - Franciella (su segundo nombre), abrió los ojos enfatizando su sorpresa. Tragó saliva, y de forma temblorosa su mano tomó el antifaz. Aquello la ponía en aprietos. ¿Acaso Dios la estaba castigando por sus pecados? ¿Por esa razón la estaba tentando de tantas maneras? Aquello sólo la hacía retorcerse. No dijo nada, se limitaba a asentir, a mostrar sonrisas fingidas y dejar que le arreglaran el corsé, y luego al antifaz, como si eso último no supiera hacerlo, era no sólo una cortesana, en ocasiones una verdadera actriz.

- ¿Podría acaso, salirme temprano de la fiesta? - La joven se dirigía a la fiesta, intentaba hacer razonar a sus padres, que la dejaran salirse antes de que las cosas finalizaran, pero notó que aquella pregunta les arrancó una mueca. Suspiró ampliamente, su hermano menor había adentrado su mano bajo sus abrigos y le tomó la suya, y enredó sus dedos con los de su hermana para darle confort, él mejor que nadie sabía lo aburrido que eran esas fiestas. Ambos compartían un espíritu aventurero, y aunque Eugénie era una cortesana escondida en la piel de una princesa, él era un romántico empedernido, que se escapaba por las noches para buscar regocijo de sus escritos bajo la luna, y recitar poesía para cualquier mujer que pudiera toparse frente a él. Cada uno de los Florit Zaitegui era tan distinto y al mismo tiempo tan parecido que era difícil no relacionarlos como hermanos, incluso Áedán siendo mitad se su sangre, era como una gota de agua simiular con Eugénie e Ilhan.

Genie tenía un papel especial en esa fiesta. El hijo de los anfitriones tenía una fijación especial en ella, la había invitado a sentarse a su lado en la zona de la tarima más alta. La joven había negado la oferta repetidas veces, pero dado que sus padres le habían pedido al favor para entrelazar ciertos lazos, no pudo negarse. Al entrar al lugar fue recibida por dos guardias que la escoltaron hasta el lugar acordado. Se despidió de sus padres, y llegó hasta posicionarse del brazo del joven. Tuvieron una platica para ella ligeramente agradable, el chico no dejaba de soltar palabras al aire, engrandeciéndose, dejando que Genie pensará que era un egocéntrico, creído y frustrado sexual tanto como ella estaba en ese momento. Miles de invitados comenzaron a pasar frente a ellos saludándolos de manera afectuosa, estaba tan asqueada de la gente, pero extrañamente más asqueada de los hombres, pues su olor la embriagaba, y sus ganas de follar iba en aumento, y eso no era bueno. La cortesana sintió una punzada cuando notó a una pareja aproximarse a saludar, aquello le pareció extraño, la figura, el porte, el cabello, todo en conjunto le recordaba a alguien, pero no sabía con claridad a quien, pero era tanto la familiaridad que se sintió curiosa, y al mismo tiempo extraña, pues relacionó su alucinación de ese momento con sus deseos enfermos por saciar su apetito sexual. Aqueó una ceja cuando se posaron frente a ellos, evidente era para ella que no eran una pareja normal, más bien, que no eran pareja. Varias veces había sido contratada para eventos así, identificar tales detalles para reconocer una relación era sencillo.

- "Eugénie, le presentó a mi querida amiga Maria, la conozco desde pequeños, y desearía pudiera tener buena relación con ella " - El anfitrión tomaba de forma posesiva el brazo de la cortesana. Dejó que ambas mujeres se saludaran con una reverencia media, y luego suaves besos en ambas mejillas. Cuando terminaron, la atención fue dirigida al caballero. François, lo miraba con curiosidad, al igual que la castaña. Se quedaron en silencio por unos momentos, hasta que Genie tosió suave, buscando que María se los presentara -"¿Cuál es el nombre de tú amigo, Maria?"- Replicó de forma emocionada. Florit se mordisqueó el labio inferior en medio de la escena, y esperó paciente, buscando nuevas señales de familiaridad.


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Mensaje por Alejandro Garay Lun Oct 01, 2012 1:43 pm

Oh, qué ven mis ojos.

Por desgracia, la soledad que Alejandro tuvo al ir en busca de bebida para su bonita acompañante no duró tanto como le hubiese gustado. Aún así, hizo todo lo que pudo por alejarse unos minutos. Si él fuera uno de esos que disfrutaba regodeándose con otros (Sobretodo si esos otros tenían una billetera amplia), posiblemente habría agarrado una copa de aquella bebida burbujeante (Champan, se veía caro) del primer camarero que hubiese visto. Rondaban por allí continuamente, precisamente con el fin de facilitar las bebidas entre los invitados. Pero para él, su salvación momentánea estuvo en alejarse hasta una mesa, en el fondo, dónde habían organizado dichas copas muy cuidadosamente una detrás de otra. Y a medida que los camareros andantes cogían un grupo de unas cuantas para ponerlas en sus debidas bandejas, otros se encargaban de rellenar otras tantas copas que suplían a las primeras. De esa forma, estaba todo perfectamente surtido. Él solo se detuvo para agarrar una, la primera que sus dedos alcanzaron. No era un seguidor férreo de aquella bebida "rica", literalmente. La consideraba una bebida para gente con dinero. ¡En una taberna jamás servirían aquello! Ni vino blanco, por ejemplo. Otra cosa que colocaban en fiestas, también, aunque tal vez no demasiado común.

Sabía que tenía el tiempo contado, no podía quedarse en aquella mesa para siempre, fingiendo elegir una bebida (Como si no fueran todas iguales). Lo sabía y, por eso, regresó a su trabajo con más rapidez de la que en verdad le habría gustado. Se recordó que eso no era más que un trabajo. Un papel a representar. Tenía que ponerse en la piel de un verdadero amante, loco de 'amor' por la mujer a la que acompañara. Ningún amante así la dejaría sola más de cinco minutos. Y así, la encontró dónde la había dejado. Sola. Al parecer, sus amistades se habían dispersado. Alejandro soltó el aliento que había estado conteniendo involuntariamente, cuanta menos gente tuviera al rededor mejor. Por costumbre, era lo suficiente egocéntrico y vanidoso como para que le gustara ser observado. No allí. No en esas fiestas dónde no miraban por mirar, ellos te evaluaban con la mirada. Se reflejaba perfectamente en sus caras, aquel maldito escrutinio por el que tenía que ser sometido. ¡Siempre! Sí, cada vez que asistía a uno de aquellos lugares, se recordaba así mismo el por qué se mantenía como alguien mediocre, pasando desapercibido entre la multitud del pueblo. Por mucho dinero que hubiese ahorrado en todo aquel tiempo, jamás ostentaría. No dejaría que su apellido fuera conocido ante esa gente, solo su nombre. Después de todo ¿Cuántos Alejandros existirían en París? Montones. No era un nombre extraño.

Como era de esperar, la tranquilidad en aquellas festividades resultaba efímera. Tan pronto como María volvió a hacer posesión de su acompañante, se dirigieron hacia un nuevo grupo de amistades. Alejandro ni siquiera se fijó, no era de su interés. Solo caminaba dejándose 'mangonear', como de costumbre. ¡Un hombre de cuarenta años, echo y derecho, movido al antojo de otros! Quién lo habría pensado. El dinero movía montañas.

No fue hasta que estuvo delante de la nueva pareja a presentar que se fijó en ella. ¡Caramba! Esa mujer, con máscara y todo, le resultaba increíblemente familiar. Y lo más curioso, era que la máscara no hacía difícil el reconocimiento. Se descubrió así mismo haciéndole un pequeño chequeo mental de su rostro, repasando las personas que conocía. Pensando qué ocultaría aquel bello objeto que resaltaba esos ojos azules. Ya la tenía. - Alejandro, te presento a unas personas - Ensimismado como se había quedado, no fue sino hasta que María lo sacó de su pequeño trance que recuperó las formas. Asiendo del brazo de su compañera, inclinó la cabeza y fijó sus ojos primero en el hombre, después en la mujer, demostrando que prestaba plena atención. - Alexis, este es Alejandro. Alejandro, este es el hijo de los encargados de que esta bella fiesta llegue a término cada año. Realmente, hacéis un gran trabajo - Con un "Encantado" por parte de ambos, casi al unísono, estrecharon la mano en un agarre soberbio. El chico, pasando a penas la veintena, hacía destacar bastante el porte de Alejandro, con su barba ligeramente crecida (Pero cuidada) y alguna que otra arruga de más en aquel masculino rostro. El rostro de un hombre por el que, aun lentamente, pasa el tiempo. Y llegó lo que vendría siendo el momento más divertido de todos. - Y esta es Eugénie, su acompañante ¡Tan bella! ¿No es cierto, Alejandro? Lo que daría por conservarme como tú, querida. Tendrás que decirme alguno de tus secretos - Rió, con una de esas pequeñas sonrisillas que aparentaban timidez. No es que Maria fuese extremadamente mayor, de echo, era bella y voluptuosa, sin embargo, no podía compararse con Eugénie. ¿Le habría dicho alguna vez ese nombre? Se vio preguntándose eso, pues no lo recordaba. Por otra parte, su memoria de vez en cuando le jugaba malas pasadas. - Concuerdo con María, es un verdadero placer conocerla - Se inclinó hasta agarrar una de las manos de la muchacha, besando el dorso. Su rostro, clavado en los ojos femeninos, mostraba la mejor de sus picarescas sonrisas. Sé quién eres ¿Te acuerdas de mi? Palabras que no necesitaron ser dichas, esa mirada fue suficiente.

- Si nos disculpan, creo que les robaré a mi bella damisela. Fue un placer conocerlos - Antes de si quiera escuchar por una respuesta, ya había rodeado la cintura de María y se había alejado. No sin antes echar un último vistazo a la enmascarada. Esa sí había sido una situación curiosa ¡De lo más! El mundo era un pañuelo, muy pequeño.

Con María a su lado, encantada de tal demostración de cercanía y por desgracia con la sensación de que no tardarían en ser abordados de nuevo, Alejandro se preguntó si la velada resultaría mucho más interesante de lo previsto. Ponía la mano en el fuego por que unos seductores ojos azules iban a estar siguiéndole la pista.


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Mensaje por Eugénie Florit Dom Oct 07, 2012 3:16 am

La situación se había vuelto bastante incomoda para ella, algo verdaderamente extraño, en su pecho una especie de mal presentimiento se albergó, y es que ese porte, esa forma del rostro, los labios, y para rematar ese tono de voz había delatado a un posible conocido, la inspección que el hombre había hecho en ella fue disimulada, pero sin duda algo descarada a su punto de vista. Ser cortesana da ventajas en la sociedad que una mujer de sociedad común y corriente no tiene; las mujeres de la vida fácil se vuelven detallistas en cada aspecto, y bastante perceptivas, siempre buscan cualquier detalle para poder captar insinuaciones y posibles clientes si, aunque en ese momento no fuera el caso ella no podía cambiar esos modos que ya había adquirido, pues ya llevaba dos años exactamente visitando las paredes del burdel, conociendo los rasgos de cada individuo, y vaya que había conocido a una gran cantidad de hombres de diferentes tamaños, colores, sabores y olores que había llevado a su cama, nadie la podía engañar, y ella lo había notado tanto como él, se conocían, no había más de que hablar. Lo que no podía descifrar aún con exactitud es ¿quién podría ser esa persona? estaba segura que no tardaría en averiguarlo, pues posibles candidatos iban y venían en su mente. La verdadera y divertida cuestión de la noche es quién podría descubrir al otro primero, aunque no había mucha ciencia al contestar la pregunta, pues dado que los antifaces son lo que utiliza al trabajar, ella sería la enmascarada con más prontitud.

Las frases de despedida poco cortés del hombre, claro, dado por la apresurada forma de irse, le hicieron llegar a uno de los candidatos y convencerse a ella misma quien era. Para su mala suerte no era alguien que le diera mucha alegría de ver, menos en lugares cómo esos, y mucho menos ser descubierta, pues su nombre ya le era revelado. Primero que nada recordó lo que María acababa de decir, ¿quién podía decirle a una jovencita de veintiún años cómo le hace para conservarse? La juventud no necesita manitas de gato, simplemente es, y quien fuera bella no necesitaba buscar remedios para la conservación de una imagen. Sin duda aunque la castaña tuviera un buen trato con esa mujer en ocasiones le parecía extremadamente estúpida y ridícula, esas maneras por quedar bien le parecían tan desagradables; después de hacer un resumen de ella pasó a Alejandro, si, porqué el era, nadie más podría ser, además lo confirmaba porqué siempre que estaba bajo su presencia sentía una gran atracción. La joven odiaba tener que reconocer eso, pero no le quedaba de otra, no es que fuera alguien que se guardara lo que piensa, lo que siente, lo decía sin pelos en la lengua, y aunque no siempre fuera bueno decir verdades, o deseos que tuviera, no le quedaba de otra, pues podría ser ninfómana, pero no era para nada una mentirosa o reprimida. No lo era.

Eugénie Florit no tenía una buena imagen de Alejandro, y no por la apariencia, la última vez que se habían visto en el burdel él la había rechazado, y eso no lo había tolerado, su ego se había roto por completo, y es que ambos habían tenido atracción y deseo, pero esa vez la habían golpeado, y el hombre moralista no había podido tocar el cuerpo lastimado de la mujer. Recordar como se le habían roto las ganas, o más bien, cómo se le habían quedado las ganas de montarse a ese hombre le erizó la piel y la puso de un humor insoportable. Se le podía ver a Genie en el rostro sin ni siquiera conocerla, pues la frente se le había arrugado, y en su rostro sobresalía un puchero. Su compañero de noche ya la había envuelvo por la cintura y atraído de forma posesiva hacía él. ¿Acaso todos se habían dado cuenta de la forma en que ambos se habían visto? Suspiró y decidió que lo mejor sería relajarse, avanzó con el hombre con suavidad, se dedico a saludar a más personas sin mucho ánimo de por medio, incluso se podía notar lo incomoda que se sentía, y por eso la gente no se tardaba demasiado en entablar una conversación con ellos. Ella odiaba por esa razón ser las parejas de los anfitriones, muchos ojos sobre su figura, demasiados. Le gustaba llamar la atención en el burdel, no ahí.

Después de la gran presentación de la fiesta, del primer plato del banquete, de intercambio de palabras, de chistes, de de bebidas, de platos rotos, y demás cosas, se anunció que se estaba por abrir la pista de baile, y el hijo de los anfitriones debía de hacerlo. Genie suspiró de forma profunda mientras avanzaba entre el gentío, todos los ojos estaban puestos en ellos y ella simplemente sonreía. Había olvidado por completo el tema de Alejandro. En el centro e la pista colocó una mano en el hombro de su acompañante, y la otra en su mano, la música comenzó a deleitar a todos aquellos presentes, que gustosos hicieron coro de una gran cantidad de aplausos para los jóvenes. Sólo tenía que aguantar una pieza para buscar salir de ese lugar, incluso su libido no estaba presente dado lo incomoda que se sentía, deseaba irse de la fiesta. Para su buena suerte, la melodía termino, y ella podría retirarse de esa tortura.

- Hay personas que deberían tener prohibida la entrada a tales eventos - Dijo de forma ronca. La segunda pieza había comenzado, para empeorar su noche más parejas se habían unido. En una de la parte de la canción, se tenía que intercambiar de pareja, y Eugénie giró hasta llegar al portador del antifaz plateado con negro. Su voz había salido fría, bastante zalamera en realidad, y no le daba pena aceptarlo. Sonrió de forma amplia y descarada cuando sus ojos se toparon con los de Alejandro, quien ahora sería su nueva pareja de baile, vaya noche más peculiar se estaba comenzando a generar.


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Mensaje por Alejandro Garay Lun Oct 29, 2012 6:32 am

Aunque la velada parecía surgir sin complicaciones, Alejandro no podía evitar pensar de vez en cuando en la joven aparición enmascarada. Porque estaba completamente seguro de que era ella. A veces, con esa duda en su mente, vagaba entre la sala hasta que la localizaba. Siempre lejos, muy lejos de él. Eso le hacía sonreír ¿Sería a propósito? Esperaba que.. . Y cada vez que la observaba discretamente con esos ojos que Dios le había dado se convencía de que era ella. Aquella cortesana maltratada con la que había tenido un peculiar encuentro semanas atrás. Señor, solo de pensarlo, tenía que volver a centrar la atención en la conversación que estuviera obligado a escuchar de alguno de los conocidos de María. De lo contrario ¡Se mearía de risa allí mismito! No podía evitarlo. Había enfadado a muchas mujeres pero, hasta la fecha, no recordaba que ninguna como 'venganza' le hubiese tirado su prenda inferior íntima para que así se aliviara con ella. Jamás. ¡¿Qué tipo de venganza era esa?! Para nada, todo lo contrario. Alejandro estuvo encantado de, en ese mismo instante (Después de superar la sorpresa), acariciarse largo y tendido como ella le había de alguna forma ordenado.

No ¿Qué estás haciendo? No seas imbécil, no puedes pensar en eso en este preciso momento. Se reprendió severamente. ¡Cómo se le ocurría pensar en sexo cuando estaba embutido en aquellos estrechos ropajes! Rápidamente tornó (Esta vez de verdad) la mente a la conversación mundana que lo rodeaba en ese momento. Bajando, por ende, de forma automática el pequeño bulto que se le había formado en los pantalones durante unos segundos. Más tranquilo, se recordó hacerle pagar a ella por esos momentos. Si había algo peor que llevar ese maldito traje, era tener una erección con él puesto ¡No soportaba sentirse aprisionado! Y menos una parte de él tan especial y delicada. Aprovechando el cambio de compañía (De unos amigos de María a otros) se ajustó la zona afectada con disimulo en el movimiento de piernas mientras caminaban y ya sí se relajó. No volvería a mirarla mientras estuvieran separados ¿Qué sentido tenía? Por supuesto, no iba a dejarla escapar aquella noche. ¡Ni pensarlo! Pero mientras no se diera una buena oportunidad, no pensaba recordar nada en lo que a ella refería. No pensaba volver a tener una erección sin un buen motivo real de peso. Y los meros recuerdos no constituían suficiente buen motivo.

[...]

La noche transcurría según lo previsto. Extremadamente aburrida para Alejandro, como de costumbre. Después de que María le presentara (Luciera como a un premio de feria, en realidad) a prácticamente todos los asistentes de la fiesta, llegó el momento del banquete y con él un poco de descanso y disfrute para el cortesano finalmente. Después de todo, si era cierto que la edad le acababa pasando factura después de más de dos horas de pie caminando de un lado para otro. Y ya ni hablemos de sus oídos ¡Agotados! Después de escuchar tantas conversaciones estúpidas sobre como la gente se regodeaba de su propia fortuna. Estaba realmente cansado de escuchar comentarios tales como "Ser rico no es tan fácil como todo el mundo se cree" o "A veces desearías una vida más normal ¿Verdad?" junto a unos hipócritas risas acompañando a cada una de las palabras. ¡Eso sí era una tortura! Y Alejandro se tomó el placer de imaginarlos viviendo en, por ejemplo, los callejones cercanos al burdel dónde solía ir a trabajar de vez en cuando. Pero viviendo. Porque ir.. bueno, estaba convencido de que alguno de esos repipis lo habría visitado. Remilgos y ropa ajustada y cara a parte, eran hombres como él mismo. Y él conocía a la perfección las necesidades masculinas. ¿Quién mejor?.

La comida, ligeramente minimalista para su gusto, estuvo deliciosa. Sí, aquello sí valía la pena. En las fiestas que tenían banquete (Otras se limitaban a servir en medio de la sala) siempre disfrutaba después del palizón de una buena comida. Ya no se sorprendía de lo poco que llegaba a comer esa gente. A las damas aún las comprendía por toda esa mierda de lo que es políticamente correcto y lo que no, e incluso algunas lo harían de buena gana solo para mantener la figura. Pero ¿Y los hombres? Eran estirados hasta en la cantidad de alimento que ingerían, por lo menos en público. De pasada, había observado que era también uno de los más fornidos de la estancia. Genes, se dijo. Sus genes siempre lo habían llevado a tener una constitución alta y fuerte a pesar de que no practicaba ningún ejercicio especial. Fuera del acto sexual que, todo sea dicho, estaba seguro de que quemaba calorías. Después de todo, sí hacía un ejercicio constante. Y tras el banquete, medianamente saciado, llegó el turno de los bailes. Otro fastidio, en menor escala porque sin duda lo prefería a cotorrear, pero aún así fastidio al fin y al cabo. No se le daba mal. Alejandro era un desechado en virtudes y el baile estaba entre ellas, sin embargo, el traje volvía a hacer de las suyas una vez más en esas ocasiones.. No podía moverse a sus anchas. Recordaba, con una mueca, alguna que otra vez en la que había llegado a romper las costuras de la espalda intentando voltear a la dama en un sencillo paso. Realmente fastidioso.

Todos sus males se vieron enteramente olvidados cuando divisó el único objeto de interés dentro de la fiesta. La mujer de la máscara y ojos azules. Allí estaba y preparada para bailar. - Alejandro - La voz de María acompañada de un suave piqueteo en su manga llamó su atención, sacándolo de sus pensamientos sobre la cortesana. Miró a su acompañante y al ver que quería susurrarle algo decidió inclinarse. - Eh.. bueno. Sabes que no me agrada mucho esto de los bailes ¿Podrías pasar sin ello? Realmente me apetece hacer otra cosa. Aunque creo que le has prometido algún baile a una de mis amistades ¿No? - Ahora, ya sin susurrar, en su rostro se veía reflejada una señal de incógnita que él mismo durante unos segundos también se pregunto. ¿Le había prometido, en serio, un baile a alguna de sus amigas? No lo recordaba, sin embargo, antes de contestar se le ocurrió un plan genial. - Oh, es cierto - Soltó, con expresión de sorpresa vilmente fingida. - Así pues ¿Por qué no vas a la sala? Seguro que allí tendrás buena compañía de otras que tampoco gusten de bailar y cuando yo termine sabré dónde encontrarte - La vio por un momento dudar así que decidió agotar sus recursos, plantando un húmedo beso en esos bonitos labios. - Hasta luego, querida - Le susurró en tono picarón y con una sonrisa observando la misma sonrisa (Ligeramente más tímida) en ella mientras se alejaba. Fuera de su vista una vez que atravesó las puertas, ya podía comenzar.

Limpió con su mano los pocos restos de carmín que se le habían pegado a los labios y, una vez más, localizó a la mujer con la que quería bailar en ese momento. De forma inteligente logró colarse entre la multitud que bailaba, llegando de forma casual a emparejarse con Eugénie. Oh sí, muy casual. Sostenerla entre sus brazos, por desgracia, recuperó la dureza que había tan eficazmente perdido horas atrás. Y la molestia retornó. Pero valía la pena, se dijo firmemente. Valía la pena por lo que tenía pensado. - Creo que si supieran lo que haces en tus ratos libres, querida, serías una de esas personas - Se aguantó la carcajada pero habló con una risa perversamente deslumbrante en el rostro. Nada bueno traía. La mano de su costado bajó unos milímetros antes de retornar a su lugar. Un movimiento imperceptible para quien pudiera estar mirando pero no para ellos. Sus ojos centellearon mientras la observaba tras la mascara y, al mismo tiempo, bailaba. En un arranque de la música, aprovechó para pegarla completamente a su cuerpo. - Por cierto, infinitas gracias por tu.. regalo de la última vez. Realmente me han resultado muy, muy útiles.. - Fue una lástima que que al estar tan pegado a su oído no le viera la cara en ese momento. Pero, desde luego, estaría para que le tomaran un retrato.

Y, aprovechando la distracción que le proporcionaba en esa conversación, se aseguró que su atención no captara como poco a poco estaban más cerca del fondo del salón. Allí les esperaba una puerta. Una puerta que no conduciría a nada bueno, sin duda.


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Mensaje por Eugénie Florit Mar Nov 06, 2012 4:21 pm

La melodía en un principio suave, conforme las cosas iban avanzando complaciente, y conforme los minutos se iban apegando, atrevida. La sociedad maldita, esa que se da golpes de pecho, buscando que sus mujeres lleguen vírgenes al matrimonio, que sus hombres sean fieles y ejemplares, es la que en ese tipo de fiestas comienza el libertinaje, con notas que seducen el cuerpo, éste a su vez siente el deseo de cantonearse, y no sólo, sino lleno de compañía, mujeres con hombres, hombres con mujeres, y en la oscuridad, secreto y silencio, el mismo sexo restregándose en gritos silenciosos. A ella, la de los labios carmín, y mirada azulada cual mar en pleno brillo causante del sol, le encantaba bailar, compartir, disfrutar de los distintos olores que los seres que estaban a su alrededor desprendían a su paso. Aquello la relajaba, la fricción de los cuerpos, las sonrisas burlescas, las caricias "inocentes", las bebidas, los alimentos, incluso los baños dejaban salir olores exóticos, dignos para ser aplicados en la noche después de las fiestas. Ella mejor que nadie sabía que, en la mayoría de las veces, después de majestuosas fiestas, se creaban grandes orgías, dónde el instinto animal de los seres humanos salían a flote, y nadie se quedaba para desear, al contrario, para su mala suerte, esa noche tendría que volver a casa, platicar con sus padres sobre su punto de vista respecto al anfitrión, darles detalles, y luego dormir cómo cualquier señorita normal, con una rutina normal para cumplir.

- Sería su palabra contra la mía. ¿Acaso crees que ellos serían capaces de dudar de mi? Cuando no porto el antifaz en el burdel, soy la refinada, tierna, y recatada jovencita, y bueno, dado que tú eres de dudosa procedencia, podrías salir perdiendo más rápido tú, Alejandro, así que es mejor cuides tus palabras - Se mordisquea de forma sugerente el labio inferior, mientras su mirada se posa de forma intensa, penetrante, y engreída sobre los ojos del caballero. De forma amplia sus labios se alargaron, dejando ver una sonrisa burlona, y al mismo tiempo inocente. Eugénie Florit sabía jugar bien todas sus cartas, ella sabía muy bien cómo portarse, que decir, y con quien sobre todo. - Le conviene cerrar esos labios deliciosos, Alejandro, le conviene - Repitió, su voz ahora resonaba de forma arrastrada, incitante. Dieron un par de vueltas, su cuerpo se inclinaba cuando la melodía hacía pausas, dedicaba miradas a los demás invitados, ademanes graciosos para arrancar sonrisas a los que los miraban, por un momento eran el centro de atención, por la perfecta sincronización que tenían al bailar, pero para su buena suerte luego dejaron de llamar la atención. Ella notó a su principal pareja de baile sonriente muy a lo lejos con una chica, así que se sintió tranquila, no estaría cerca, no escucharía palabra alguna. Nadie debía escuchar palabra alguna.

- ¿Te las das de atrevido no es así? - Se refirió por supuesto, a la forma en que sus cuerpos ahora se encontraban completamente unidos, ella sabía que ni siquiera una pequeña corriente de aire podría pasar entre ambos, parecían estar unidos por algo más que una perfecta pose de baile, y no precisamente de manera obscena. Arqueó una de las cejas, su rostro se endureció, ella había olvidado aquel mal recuerdo, aquel encuentro fallido. ¡Su desprecio! ¡Su jodido rechazo! Eso la había puesto furiosa. Recordarlo la hizo ponerse de mil colores, su sonrisa se había desvanecido por completo, ¿cómo se atrevía a mencionar aquello? Quiso separarse de manera brusca, pero recordó en donde se encontraba, y que no podía hacer escenas, no podía mostrarle al mundo que conocía a ese hombre desconocido, y conocido al mismo tiempo. ¿con cuánta gente de ese lugar se habría metido Alejandro? Quizás con la misma cantidad que ella, para la buena suerte de la cortesana, nadie era tan quisquilloso cómo él, nadie se pondría a analizarla para reconocerla, pues todos debían guardar apariencias. - Seguramente la tienes guardada en tus pertenencias más preciadas, no cualquiera tiene un premio de consolación mío, no cuando me hacen a un lado - Le sonríe de forma descarada.

- ¿A qué estás jugando? - Su mirada se desvió, se dio cuenta que ya se encontraban muy alejados de todo el bullicio, las cosas comenzaban a ponerla nerviosa, de cierta manera sabía que se encontraba acorralada, que él la tenía en su poder, aunque Alejandro se atreviera a desenmascararla frente a los demás, lo cierto era que podrían creerle si, pero les sembraría la duda a todos. Ella por esas razones se mantenía al margen, por eso escondía su bello rostro blanquecino, para no tener problemas con su familia, con sus adorados hermanos, y con lo que tenía cargando sobre los hombros gracias a su destino y posición social. Nadie sabía sobre su enfermedad, a nadie se había detenido a explicarle. ¿Tendría que empezar con él? Hizo una mueca de forma inconsciente, la canción no terminaba, seguía cómo si fuera una pieza infinita, y eso le incomodaba más. Eugénie no era una persona mala, de hecho tenía un corazón bastante grande, noble, lleno de amor y bondad. Cuando no se encontraba dentro del burdel le gustaba aparte de tomar sus clases, hacer obras de beneficencia, pero su oficio escondido le había exigido tomar carácter, por los maltratos, los chantajes y las malas pasadas, no quería ser grosera con Alejandro, pero debía tomar sus reservas.

- Bueno, aquí me tienes - Habían atravesado un puerta de madera oscura, muy bien barnizada. Era un amplio cuarto con una sala, y al fondo una chimenea que se encontraba encendida. Sólo entraba la luz de la luna. Cuando ya se encontraron dentro, fuera de peligro, se atrevió a poner el pasador a la puerta, así nadie los descubrirían, nadie los encontraría - Es evidente que me has traído a éste lugar, tonta no soy, lo sabes, y veo que disfrutas demasiado de está situación, Alejandro. - Suspiró de forma profunda - Dime ¿Qué deseas? Acabemos con esto de una vez, pues no deseo estar mucho tiempo contigo - Fue sincera, ella seguía bastante enfurecida por su encuentro en el burdel. Paseó su mirada por el lugar, notó una pequeña mesita llena de licores. Las personas de clase alta siempre tienen preparadas bebidas por si se llegan invitados de imprevisto, o planeados. Se acercó para servirse un buen whisky, no estaba para ofrecerle nada. Ni bien se había servido, ya había bebido la mitad de su copa, se notaba nerviosa, alterada, en jaque. - Esos ropajes demuestran tu hombría sin necesidad que tengas una gran erección. ¿Acaso te he provocado eso? - Se volteó de nueva cuenta, ahora observándolo de forma descarada, si él creía que no lo había visto, estaba equivocado, se recargó por completo contra aquella pared, la más alejada a él, sabía que estaban jugando con fuego, por eso buscaba no quemarse. Además, su enfermedad comenzaba a causarle estragos en su cuerpo, mandándole ondas de excitación conforme el tiempo iba pasando.


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Mensaje por Alejandro Garay Sáb Ene 12, 2013 6:41 pm

La ratita empezaba a ponerse nerviosa. Cuantas más palabras altivas trataba de murmurar, más notaba Alejandro que la estaba acorralando. Figuradamente hablando, por el momento. Aún así y pese al nerviosismo, llevaba parte de razón. Él, en esos ambientes, no era más que un intruso. Puede que se acostumbrara con rapidez a portar los ropajes ajustados que tanto le disgustaban, a hacer ver que prestaba atención en esas aburridas conversaciones o incluso a fingir que le gustaba recibir la atención de todo aquel que posara los ojos en su figura. Fiesta tras fiesta, no le había costado hacerse. Sin embargo, no dejaba de ser alguien que el noventa por ciento de su tiempo pertenece a la plebe. Aunque poseía dinero suficiente como para mantenerse y darse caprichos, si la sociedad se dividía en ricos y pobres; Alejandro pertenecía a esta última facción. No le molestaba. Su ambición había sido solo una parte más de su juventud, que ya había dejado atrás hacía muchos años. Ahora se conformaba con lo que podía tener. Algunas fiestas de vez en cuando. Mucho sexo, hasta que su cuerpo dijera basta. Amistades mediocres. Lugares mediocres. Así es como, seguramente, lo verían la mayoría de aquella gente adinerada. Y él era feliz siendo así. Disfrutaba. Y mientras disfrutase de aquello, todo estaba bien.

Alejandro rió en un susurro. "No cualquiera tiene un premio de consolación mío" Sí, eso había sido un comentario extremadamente divertido para él. Solo pudo pensar entonces, lo entretenido que resultaría bajar a la reina de su trono. Sin poderlo evitar, pensamientos de ella rogando por más, suplicándole inclusive, se le vinieron de improvisto. ¡Eso fue malo! Por supuesto, ningún hombre al que le gustaran un mínimo las mujeres, quedaría impasible con semejantes visiones. ¿A quién no le gustaban las suplicas? Fuese en el ámbito que fuese, al final, los seres humanos eran egoístas y disfrutaban humillando a los demás. No importaba lo bueno que pudiese parecer, en su más profundo interior, estaba ese deseo. Sonrió. Aquella mujer no solo estaba deseosa de tener sexo, además, estaba despechada por el rechazo que había sufrido de su parte. ¡¿Podía ser más cómico?! Él, un pervertido nato, había intentado hacer una buena acción, que no acostumbraba a suceder, y la mujer no solo no apreciaba el gesto; se rebelaba contra él. Esto es lo que pasa, cuando quieres hacer algo bien, se dijo. Si en aquel momento, sin importarle lo dañada que estuviera por aquel fatídico cliente, la hubiese follado sin piedad; ella de seguro habría estado mucho más contenta. ¿No es increíble?. Alejandro a penas podía aguantarse las ganas de revelar sus pensamientos frente a ella para poder reírse a carcajada limpia gustosamente. Era demasiado chistoso, la situación empezaba a superarle.

¿A qué estás jugando? Tenía razón, Alejandro jugaba con ella. Desde el momento en que había descubierto la situación, no había manera de que no tomara ventaja de una debilidad. ¿Por qué no hacerlo? Con ella, ya no volvería a tener consideración. Él no era un caballero, realmente, ni solía hacer gestos de caridad porque sí. Y ella había despreciado uno de esos pocos gestos; lo que en cierto modo también debería enfurecerle. Que suerte que Alejandro, a estas alturas, no fuera alguien que se enfadara por semejantes nimiedades. Tomar partido de la situación, resultaba algo mucho más satisfactorio. En cuanto sus pasos los llevaron finalmente a la privacidad de una sala, en la que ella muy bien se aseguró de encerrarlos, la liberó sin dificultades. En ese momento no era precisamente la mujer más amorosa del mundo. Apoyado en la pared, de brazos cruzados, simplemente escuchó su parloteo mientras la observaba servirse una copa. Por supuesto, no le invitó. - Ciertamente, nunca me hubiese imaginado encontrar a la misteriosa chica del antifaz en un lugar como este. Aunque, claramente, tenías algo que ocultar - Sonrió, mirando en su dirección. - Tampoco voy a negar que has conseguido entretenerme ¿Debería agradecerte? Estas fiestas, si no encuentras con quien pasarla bien, suelen aburrir a la larga - Bajo la vista hacia el pequeño bulto que sobresalía en sus pantalones. Aquellas ropas, se le ajustaban demasiado. Miró de nuevo en dirección a la chica y sonrió con picardía - Podría asegurarte que está en su estado habitual pero mentiría si dijera que estar pegado a ti no lo ha aumentado ligeramente - Rió - Bueno, a cualquier hombre le pasaría - Antes de darle tiempo a pensar si quiera, ya se había acercado a ella. No le resultó complicado inmovilizarla después de tomara por ambas muñecas, con una sola de sus manos. La obligó a alzar los brazos por sobre su cabeza y tomó con la mano libre el vaso que contenía la bebida alcohólica. Desde arriba, la miró con una pequeña pero sutil sonrisa mientras tomaba el resto del líquido oscuro.

- Debería haberte cogido aquel día, después de todo. ¿Sabes? No suelo ser tan amable con la gente - Con un golpe sordo, depositó el vaso en el lugar que le correspondía. - ¿No es irónico? Contigo pretendí hacer algo bueno y terminaste tan enfadada - Rió de forma ronca y baja, inclinándose cada vez más hacia ella. - Bueno, no me equivocaré esta vez ¿Verdad? Esta vez no voy a ser nada bueno - Con una sonrisa burlona, apretó el agarre de sus muñecas. No sabía si le dolería o no, pero tampoco le importaba. La mano libre, fue a parar a la espalda de ella, ágilmente deshaciendo los miles de nudos que aquellos fastidiosos vestidos tenían. Gruñó sutilmente solo por eso, aunque no lo expresó con palabras. Su pequeño juego todavía no había terminado. No terminaría hasta que ella le aceptara, sumisa. - Lo cierto es que no pensaba de ninguna forma contarle a nadie tu pequeño y sucio secreto, solo quería divertirme un rato. Y probablemente antes tenías razón ¿Quién me creería? Seguro que actuando como una niña buena e inocente, haces un papel excelente. Nadie lo pondría en duda - Contuvo una risa, solo sonrió y se acercó hasta pegar sus labios al oído femenino - Pero... ¿Y si no soy yo quién lo dice? Sería aún más divertido comprobar hasta dónde pueden llegar las mujeres, solo por humillar a alguien que es más hermosa que ellas - Tras el susurro, introdujo la punta de su lengua en el orificio del oído. Sus dedos no dejaban de trabajar en los lazos, aunque de forma lenta. Al contrario de lo que podía parecer, no tenía ninguna prisa por terminar. Quería disfrutar de cada momento. De cada palabra.

Posiblemente, aquella niña se había mostrado enojada de tal forma por la costumbre de que todos cayeran a sus pies con solo proponérselo. Y había cometido el error de no pensar fríamente lo que un rechazo de Alejandro podía significar. Para su suerte o desgracia, no volvería a ver esa faceta suya.


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Mensaje por Eugénie Florit Lun Feb 18, 2013 6:19 pm

La mayoría de los clientes que llevaba a la cama Eugénie, procedían de una cuna privilegiada, todos ellos iban directamente a ella, todo por el misterio del antifaz, y también por la belleza obscura detrás de la mascara. Todos ellos siempre llegaban en estados poco lucidos, algunos iban con muchas copas de más, otros quizás habían consumido opio, pero nada de eso le importaba en realidad, todo aquello le daba una gran ventaja porque así no la reconocían en eventos cómo ese, siempre pasaban desapercibidos, y ella no corría ningún riesgo. Su fortuna por un lado estaba intacta, pero por otro lado, su enfermedad, su insaciable deseo sexual estaba siendo controlado en las noches de sexo en el burdel. La cortesana siempre se sintió segura, ella siempre imaginó que aquella estrategia de vida que llevaba no la pondría en ningún riesgo, pero nunca se puso a analizar o a planear que podría hacer si era descubierta. ¿Cómo resolver el no poner en riesgo su futuro cuando alguien la tuviera de esa manera en sus manos? ¿Con dinero? Lo cierto era que aún no poseía la fortuna que heredaría como suya, y aunque si vida era más que cómoda, no podría tener acceso a grandes cantidades sin levantar sospecha. Lo único que podría dejar en silencio a sus "espías" era la tranquilidad, o la pasión de una buena noche de coito sin interrupción, la idea en realidad no le desanimaba, pues si el placer lo otorgaba, también lo recia, y terminaba siempre ganando.

Aquel hombre no perdía esa pose soberbia, creída, galante y caballerosa. Él hombre no perdía la tranquilidad, el aire de triunfo que sabía estaba teniendo en ese momento. El cortesano estaba seguro de si mismo, estaba demasiado seguro que controlaba la situación. La verdad es que no estaba equivocado, el hombre la tenía en su poder, pero ella debía analizar un poco más la situación, buscar alguna abertura para poder colarse y salir victoriosa de la situación. Lo cierto es que todo era muy difícil en ese momento. Estaba acorralada, no sólo en una habitación de esa manera. No sólo de forma física. En parte Alejandro tenía la razón por ponerse de esa manera. ella, debido a su enfermedad, o quizás porque simplemente no quiso verlo, no notó el acto de bondad, y confianza que le había dado el hombre. Suspiró, cerró los ojos por unos momentos, y relamió sus labios. ¿Qué le iba a decir? Ella no estaba dispuesta a rogarle, no tenía el interés, no lo iba a hacer, aunque la castaña no fuera una mala persona, si se trataba de una mujer orgullosa, se había forjado un carácter, porque una mujer débil no podía permanecer con vida en las paredes de un burdel, y porque su enseñanza altiva en el hogar, le dejaron en claro que todos eran menores en importancia a comparación con ella. El silencio invadía el lugar, porque incluso receloso, no quiso dejar entrar rastro de la fiesta que se encontraba afuera.

- Me dejaste con las ganas, tenía deseo de saciar mi cuerpo, tenía ganas de montarte, de estar encima de mi, o que tu estuvieras detrás de mi… - Confesó, sin muchas ataduras en sus palabras, el hombre ya la tenía en su poder. Ya comenzaba a desnudarla con maestría. ¡Ella lo sabia! Alejandro ya se las sabía todas, incluso la manera más habilidosa de retirar un corsé del cuerpo femenino, eso que suele ser demasiado tardado y laborioso. Cerró los ojos, sintiendo como algunas zonas de su cuerpo comenzaban a reaccionar a causa de la cercanía. Ladeó el rostro al sentir su aliento chocar contra su oreja. No quiso dar muestra del deseo que estaba comenzando a experimentar, la saliva cálida del hombre la hizo reaccionar a un más, pero se contuvo, mordisqueó su labio inferior con fuerza, sus pezones se habían despertado, estaban completamente endurecidos, ellos necesitaban ser liberados, pero no, su orgullo no se lo pediría, su orgullo se mantendría intacto y no cedería a lo que él estaba buscando hacer. De pronto el tacto del hombre llegó a tocar parte de la piel desnuda de su espalda. Echó un poco la cabeza hacía atrás, y disfruto del tacto. ¿Qué más podría hacer? No, no imploraría, no rogaría, pero quizás si se quedaba en silencio recibiría eso que tanto deseaba: Sentir el miembro de Alejandro en su interior.

- ¿De verdad querías hacer un bien, Alejandro? Si eso querías ¿Por qué me lo echas en cara? ¿Nunca has escuchado el dicho "Que tú mano izquierda no sepa lo que hizo la derecha"? Deberías ponerlo en practica, terminarás en el infierno por hacer alarde a tus actividades - Chasqueó la lengua, aunque claramente al hablar se le podía notar y percibir la agitación de su respiración, ella tenía un ligero tartamudeo. Estaba deseando más. - ¿Me estás amenazando, Alejandro? ¿Por qué no vas al grano? ¿Por qué no me dices que es lo que verdaderamente deseas? ¿Quieres que te abra las piernas? Quizás pueda dártelo, pero no voy a rogarte nada… - Se mordisqueó el labio inferior, eso viéndolo directamente a los ojos. La mujer sintió como el corsé caía por sus caderas, se estancó un poco en las pomposas telas, pero al menos ya había abandonado la zona que era importante. La tela transparente que iba por debajo del vestido le hizo ver un poco más la figura femenina, le marco las curvas, las caderas, pero lo que más sobresaltaba era el sostén, su color, la forma en que se estaba desbordando el busto para ser reclamado como de él. Estaba deseosa, pero también nerviosa.

- Ella no dirá nada… Absolutamente nada - Moví con fuerza mi cabeza, está vez mis dientes atraparon el lóbulo de la oreja ajena. - Suéltame las manos, me estás lastimando, no estoy jugando contigo de está manera ¿entendiste? - Mordisqueó con fuerza esa zona, y luego pasó la lengua de forma erótica, así hasta que por fin su lengua hizo un recorrido hasta el mentón del hombre - ¿Quieres saber por qué no dirá nada? a ella no le conviene que revele de forma publica que su pareja de todo el tiempo es un hombre que se mete con todo lo que encuentre - Le sonrió de forma cínica, completamente amplia. - Aunque muchos de los que se encuentran en está fiesta hayan pasado por el burdel en el que coincidimos, siempre buscarán la manera de refugiarse, y de desprestigiar a quien pueden ponerlos en peligro - Soltó una risita traviesa, y subió hasta sus labios, los cuales lamió de forma insistente, casi como una gatito tomando su leche. Su pierna subió, la rodilla de la cortesana llegó hasta la zona del miembro, el cual comenzó a ejercer presión con fuerza, estimulándolo de una forma distinta.


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Mensaje por Alejandro Garay Lun Abr 29, 2013 12:42 pm

Eugénie sabía, y sabía mucho. A pesar de cómo la trató o dejó de tratar Alejandro, ella se moría por tenerlo entre las piernas. Lo sabía. No solo lo estaba notando en unos gestos que pretendían ser disimulado sino que hasta afirmaba para si olerlo. Oler e intuir el deseo, aunque nunca se le había dado mal, en aquel tiempo en París como "cortesano" sin duda había terminado de desarrollar ese tipo de instintos. Unos instintos puramente sexuales que le decían claramente, cuánto lo deseaba. Sí, tanto como él a ella. ¿Para qué negárselo? Ella era muy hermosa. De no ser por esa peculiaridad de hobby que tenía en el burdel, cumplía con todos los requisitos de sus habituales clientes femeninas que no superaban la treintena. Rica, creída, altiva, imponentemente atractiva y con una elegancia cultivada por muchos años; si no de nacimiento. Mujeres como ella lo llevaban en la sangre y lo desarrollaban con el tiempo. Así era Génie. En ningún momento había podido ocultar tales atributos, incluso en el burdel. Atributos que él no había pasado por alto. Desde un principio, aún sin esa ridícula máscara, Alejandro supo que no era una puta cualquiera. Lo que no habría llegado a imaginar, claro, era que se la encontraría en semejante situación. Que por arte del destino una fiesta que prometía aburrimiento, acabaría convirtiéndose en aquello. Diversión. Excitación. Y lo que faltaba por venir.

El miembro de Alejandro, con cada movimiento de su mano apurada en desligar el corsé, se iba endureciendo más. No es que ese fuera un movimiento demasiado excitante para él, seguramente ella estaba disfrutando más de su lentitud, pero la anticipación de lo que dejaría al descubierto podía con sus defensas. Porque, a pesar de todo, él era débil frente a una mujer seductora. Puede que su apariencia de hombre duro, en ese momento, diera a entender lo contrario. Esperaba que diera a entender lo contrario, sinceramente. Porque si en algún momento flaqueaba y Eugénie se daba cuenta de que podía agarrar al toro por los cuernos; la noche no terminaría siendo tan divertida a como él la había planeado. Y no tenía porque ser así. Algo que también había mejorado en Alejandro, era el arte de disimular sus emociones. Su polla puede que no pudiese pasar desapercibida, era un caso perdido, pero estar erecto no siempre significaba en su caso que se metería entre las piernas de cualquiera. O que no resistiría la tentación. Mantener la cabeza fría teniendo una parte de su cuerpo tan caliente no era fácil, en absoluto, pero lo conseguía. De algún maldito modo lo conseguía.

Minutos después el corsé ya había sido liberado, dejando a la vista algo extremadamente delicioso que si bien se tomó su tiempo en contemplar contuvo las ansias por quitar las prendas que faltaban para poder probarlo. Todavía no era el momento. Y no importaba los movimientos que ella hiciera. No importaba que utilizara esa lengua del demonio para morderle la oreja (uno de sus secretos puntos débiles), poniéndolo a cien. Ni que lo mirara con deseo, admitiendo de sus propios labios que lo quería en su interior. Sabía que si en ese momento se bajaba los pantalones, le subía la falda y apartaba sus prendas interiores podría entrar a la perfección. Ella ya estaría húmeda y lista para él. ¡Es que lo sabía perfectamente! En este momento, es cuando la mente fría entraba en acción. No, nada de eso. Tampoco iba a soltarle las muñecas, sólo porque se lo pidiera de esa forma. Entre altiva y coqueta. Cómo le volvía loco. - ¿Soltarte? ¿Por qué iba a soltarte, gatita? En ningún momento he dicho que quiera que juegues conmigo - Y sabes perfectamente que no necesitas las manos para jugar; pensó para sí, sin obviamente intención de pronunciarlo. Sería su ruina total. Y para asegurarse de que las cosas continuaban según lo planeado, con el propio lazo de su corbata le ató ambas muñecas a la espalda. De esa forma, parecía que sus pechos rogaban por ser liberados. Todavía más. Involuntariamente, se relamió.

Haciendo acopio de toda su fuerza mental, logró separarse por completo de ese cuerpo. Notó la ausencia de su calor al instante, pero no lo demostró. Inclusiva, pareció ignorar su presencia mientras de nuevo iba a servirse un vaso del caro alcohol que ya había probado con anterioridad. Meditando, no se decidió a hablar hasta que ya había dado un sorbo. - Así que ¿Ella no dirá nada? - La miró de nuevo, alzando una ceja de forma interrogante. Aunque la pregunta era retórica, no esperaba respuesta alguna. Fue un milagro que no se riera a carcajada y, en vez de eso, solo sonriera burlón. - ¿Por quién me tomas, princesa? - Caminando, se situó una vez más en frente suyo. Esta vez, sin embargo, con una distancia moderada y sin intención alguna de tocarla. - No sé en quién hayas pensado.. ni me interesa realmente. Pero debo informarte, que mi lista de contactos no se limita a una sola mujer. Y, pensándolo bien, creo que se me vienen unas cuantas a la cabeza a las que no les importaría difundir ciertos chismes.. Ya me entiendes ¿No? - La sonrisa se acentuó - Sabes cómo es esta gente, incluso mejor que yo. Hasta el más mínimo rumor puede empañar la reputación de la mejor de las personas. Qué horror - Frunció el ceño, fingiendo algo parecido al asco ante tal situación; por supuesto la indirecta no podía ser más clara. De un último trago, terminó con el whisky. - Si no me equivoco contigo y eres algo más que una cara bonita, sabrás por dónde voy - Un imperceptible movimiento lo acercó a ella, cuando dejó el vaso sobre la mesa que tenía tras de si. Y así se quedó. - ¿Qué me dices, hm? Yo no saco nada con esto, pero no me gustan las cosas fáciles y además, he prometido no volver a ser bueno contigo; no me perdonaría decepcionarte de nuevo - Sin dejar de mirarla a los ojos en ningún momento, se presentó como el autentico prepotente e hijo de puta que podía llegar a ser si le buscaban las cosquillas.. y, a veces, ni siquiera necesitaban hacer eso.


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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Mayo 25, 2013 6:44 pm

Incluso entre palabras baratas, amenazas que quizás pueden ser fundamentadas pues ella lo ha hecho, el ser cortesana, bueno, pues no, no tiene miedo, por el contrario, se siente fuerte, poderosa, y aun en ventaja a comparación de él. ¿Rumores? ¿Chismes? Eugénie no les teme, pues entre la sociedad parisina, incluso mujeres mezquinas la quieren, la idolatran y la respetan, palabras baratas de un cortesano no le surgirán efecto, menos cuando mucha de la crema y nata de aquella sociedad le han contado sus más obscuros secretos. Él sin duda, debería de recapacitar sobre esas amenazas, en un abrir y cerrar de ojos, su padre podría acabarlo, su madre también, incluso podrían enviarlo a la horca por retar a una chica de alta sociedad. Los cortesanos no son nada en ese mundo, son como objetos de uso y desecho en ese momento, no hay nada más. Ventajas grandes tiene sobre el hombre, su sonrisa se mantiene amplia, con ese toque de cinismo, de egocéntrica niña rica, mimada, y que siempre se sale con la suya. Suspira repetidas veces, en realidad el juego no le molesta, le parece placentero, único, y demasiado productivo, ¿acaso terminarían en la cama?Quizás, o bueno, no e una cama, pero si en cualquier lado haciendo eso.

Los hombres, la mayoría de ellos, machistas malditos, opresores, mandones que se creen por encima de mas mujeres, esos en realidad no tienen ni una pizca de lo que el poder de la seducción puede hacer, en lo que puede consistir, muchos nacen con ese don, otros prefieren ocultarlo, es como un sube y baja, pues según ellos esos detalles son de mujeres, simplemente de ellas, cuando están completamente equivocados. Las mujeres inteligentes saben sobre su sensualidad, la forma que eso influye en un varón para hacer lo que ellas deseen u obtener lo que más buscan, las mojigatas se tienen que aguantar a lo que sus maridos digan, ¿de qué se trata todo? Alejandro es la excepción a la regla, ese que destilaba sensualidad, erotismo y unas ganas de desearlo y hacer de él hasta el cansancio. Su figura masculina, tan imponente y llamativa, todo era una invitación plena a la seducción. ¿Qué de él no lo era? Incluso su mirada, o su forma de hablar claro. El silencio cómplice reinaba en ese momento, parecía que el lugar dónde la fiesta se estaba celebrando sol contaba con dos miembros, las celebración se había esfumado. La música había desaparecido sin duda, de ser posible sólo los latidos del corazón se percibirían.

- ¿Sabes que ocurre cuando una mujer de alta sociedad acusa a otra de prostituta? - La pregunta sin duda no tenía ninguna respuesta, él no lo sabría por supuesto, no se codeaba de verdad en la vida de seres con poder adquisitivo alto, él simplemente las follaba, de vez en cuando asistía a fiestas pretenciosas como esas, pero eso no quería decir que supiera todos y cada uno de los movimientos - Siempre, siempre existirá alguien que interrogue sus preguntas, que le pregunté porque sabe tales detalles ¿no lo has pensado? Incluso a alguna de tus amantes podrían relacionarla como una verdadera ¡Cortesana! Interesante, Alejandro, interesante, pon en riesgo a todas esas mujeres que te dan de comer - Finalizó con gran sarcasmo. Todo era correcto, en la sociedad si alguien hablaba de otro, entonces se le buscará, como dicen por ahí, quien este libre de pecado que tire la primera piedra ¿alguien lo hará? ¿Por él? ¿Tanto valía estar con el cortesano, los placeres que brindaba, y su compañía como para que alguna se pusiera el riesgo? Eso sin duda estaba por verse, pero Genie no estaba preocupada, no, para nada.

- Lo bueno es demasiado subjetivo ¿no lo cree? ¿En que consiste para usted Alejandro? ¿Un par de nalgadas? ¿Qué es lo que quiere? - Sus ojos se cerraron con mucha fuerza, aspiró el aroma que él podía dejar fluir a sus alrededor. Se relamió incluso los labios, sin poder evitarlo dio un paso hacía él, la cortesana colocó su pecho casi desnudo sobre los ajenos, sus pezones ya estaban demasiado endurecidos, parecían dos pequeñas rocas. De forma inevitable movió su cuerpo de arriba hacía abajo. Le dedicó una sonrisa tenue - ¿Qué tengo que hacer para que su boca permanezca callada de aquellos rumores? - Ronroneó un poco, como de forma involuntaria, pero claro que lo estaba haciendo a propósito. - Dígame, mi señor… ¿Qué le tengo que dar a cambio? Si está en mis manos, quizás pueda hacerlo - ¿Miedo? Claro que no lo tenía, pero la situación le era divertida, deliciosa. Lo cierto es que estaba a la expectativa, pero sin duda lo deseaba demasiado a esas alturas.

Eugénie quiso mover una de sus manos, intentó jalar un poco de ellas buscando la forma de aflojar los nudos, aquello era imposible, pues mientras más jalaba parecía que sus muñecas se apretaban más. Aquello dolía, ya se imaginaba su piel enrojecida ¿qué explicaciones le daría a sus padres? Ellos siempre analizando del cuerpo de la chica, al menos de lo que se podía ver. Se quejó dejando escapar unos jadeos, pero ya no tenía ganas de rogarle por la liberación de sus manos. Su orgullo sin duda estaba siendo pisoteado, Separó de nuevo su cuerpo, esperar a escuchar la petición del hombre no es que se estuviera volviendo su pasatiempo favorito, para nada. Ella siempre había pedido y se le había dado, no tenía porque cambiar la situación, aunque en ese momento sin duda era irrefutable el cambio de papeles.


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Mensaje por Alejandro Garay Dom Sep 01, 2013 3:50 pm

Así que ¿Así iban a ser las cosas? Alejandro movía ficha y Eugénie tardaba sólo unos segundos en asegurarse de quedar por encima de él. “A eso está acostumbrada” Se dijo. Ella era, a fin de cuentas, como sus clientas. No debía olvidarlo. A pesar de su deseo por el sexo que liberaba en las noches de burdel, era una muchacha rica. Acostumbrada a todo tipo de privilegios que incluían el estar por encima de los demás. Concretamente, Genie tenía una personalidad lo suficientemente fuerte como para inclusive sobrepasar a los de su propio nivel social. Con Alejandro, por supuesto, no iba a hacer ninguna excepción. Y eso le gustaba tanto como le fastidiaba. Ver el carácter prepotente de “yo lo sé todo” le instaba a darle una lección. Una lección de las de verdad. Y, para qué negarlo, también deseaba someterla. Someter esa personalidad indomable. Bajarla de la nube en la que, seguramente, habría vivido siempre. Lo que empezó como un juego para Alejandro estaba empezando a convertirse en un deseo diferente al de simplemente doblegarla y copular con ella. Si hacía una excepción.. Si lo hacía, entonces no podía echarse atrás. Si decidía no continuar con el juego, no acostarse con ella de buenas a primeras, no podría caer por mucho que la tentara. Y se estaba arriesgando, claro. Nada le aseguraba que ella no pasaría de su cara en el mismo instante en que se diera la vuelta y se marchara. Podía estar excitada y deseosa, pero eso sólo era por las caricias que le había propinado. No debía olvidar que era un simple hombre de los muchos que habrían pasado entre sus piernas. Aún así, Eugénie también era una mujer más. Tampoco debía olvidarlo. Si ella decidía ignorarle, lo aceptaría. No volvería a cruzar una mirada con ella en el burdel, se encontrara como se encontrara. Ni se preocuparía por ella. ¿Qué ganaría si se dejaba llevar en ese momento? Un momento de placer, seguido de la indiferencia por parte de ambos una vez se hubiesen satisfecho sus deseos mutuamente. Elegir era una decisión nada fácil, y tenía que elegir en ese preciso instante.

Allí, con la muchacha a su completa disposición (por llamarlo de alguna manera), tomó la decisión de la que quizás se arrepentiría. Aunque sería extraño de ver. Alejandro hacía ya mucho tiempo que no se arrepentía de nada. Fuera bueno o malo, no le costaba esfuerzo ignorarlo y seguir con su vida. – Vaya, entonces es así como son las cosas – Sus labios permanecían todavía muy cerca de la oreja femenina, por lo que sólo necesitaba susurrar para ser escuchado. Mordió el lóbulo, justo antes de murmurar. Que aburrido Y automáticamente después, la soltó y se alejó. Mientras colocaba adecuadamente sus ropas arrugadas, su expresión había cambiado por completo. Ya no era juguetona ni divertida, tampoco se le veía especialmente excitado. De ese momento, sólo permanecía el bulto entre sus piernas que bien se aseguró Alejandro de que poco a poco fuera reduciendo el tamaño. Con mucho esfuerzo, eso sí. Cuándo volvió a mirar a la cortesana, lo hizo con una mezcla de aburrimiento e indiferencia. Fingidas completamente. ¿Cómo, si no, podría ser indiferente ante el panorama que se le mostraba? Ya fuera una marisabidilla o una prepotente, tenía armas de sobras para creérselo, pues era verdaderamente hermosa y sensual. Pero Alejandro tampoco se quedaba atrás y cuando se decidía seriamente por algo, no había forma de echarse atrás. – Tienes razón, muchacha. Sería un estúpido si pusiera en riesgo a mis clientas por algo tan tonto como esto. Por un momento, olvidé que aquí todo tiene unas consecuencias muy diferentes – Caminó hacia uno de los espejos que colgaban a lo largo de las paredes de la presuntuosa sala. Un espejo que, por el marco lleno de florituras que lo rodeaba, intuía debía costar más de lo que él habría ganado en toda su vida. En el fondo, Eugénie tenía razón. Él no pertenecía a ese mundo y no podía jugar con sus propias reglas, lo que le dejaba en una seria desventaja. Puede que estuviera allí enfundado en esas elegantes y ajustadas ropas, pero quitando eso, no era nada más que un plebeyo. Un plebeyo que amaba serlo, pero un plebeyo a fin de cuentas.

Mientras se daba los últimos retoques, observaba el reflejo de la mujer tras de sí que seguramente tampoco tardaría en arreglarse. Después de todo, el juego estaba claramente concluido. En esos segundos de silencio, Alejandro sólo podía meditar sobre lo ocurrido. No podía dejar las cosas así y marcharse sin más ¿O sí? Bueno, más bien, no quería dejar las cosas así. Pero tampoco quería darle un sermón a la chica por su prepotencia cuándo él mismo la tenía. De no haber sido igual, no le hubiese importado continuar aún sabiendo que la chica se creía vencedora de aquella mano. Y, sin embargo, Alejandro no se sentía a gusto cuándo le daban la razón porque sí. No, él quería que ella también lo sintiera. Que se sintiera verdaderamente acorralada. Sólo entonces llegaría a poseerla, aún si eso significaba no hacerlo nunca. Cosa que, por desgracia, se temía.

Sin más dilación y una vez asegurado de que no había rastro alguno de ese pequeño encuentro, se dirigió a la salida, ya con la cerradura abierta no había nada que le impidiera salir de allí en busca de su verdadera acompañante. – Ya nos veremos, Eugénie – Y tras echarle una mirada, esta vez sí, un poco divertida, murmuró casi para si mismo Espero que sea pronto Dos segundos después ya estaba de nuevo en el salón de baile y se encaminaba a la pista, dónde no tardó en encontrar a María. Con una cara ligeramente desesperada que se iluminó cual vela al localizarlo. ¿Tanto rato habían estado encerrados allí? Tal vez sí, puesto que recordaba haber dejado a su acompañante de camino a la sala de reuniones femenina, dónde siempre se estaban un buen rato. Bueno, había valido la pena por pasar un rato junto a la cortesana. A la que, pensándolo bien, había vuelto a dar plantón. Justo como en el burdel y casi sin pretenderlo. Y esta vez le daba la sensación que, de encontrarse nuevamente, no se lo iba a perdonar tan fácilmente.

Aunque, en eso consistía ¿No?.


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Mensaje por Eugénie Florit Vie Nov 01, 2013 11:46 pm

La excitación iba incrementando al igual que los minutos se gastaban. La cortesana del antifaz se encontraba expuesta, desnuda del alma. Odiaba que él hubiera notado ese rasgo en ella, en definitiva la idea de haber acudido a la celebración fue más que mala, pero no se podía lamentar, ya se encontraba ahí, ni siquiera los brujos tenían el conocimiento de la regresión, o control del tiempo a su antojo, menos lo tendría una simple humana; por más que el tiempo transcurriera, la cosa no la hacía lamentar el encuentro, si, podría estar en las manos de su acompañante, pero la sensación de peligro le daba un incentivo extra. ¿Qué se supone debía de hacer? La mueca clara se dibujó en su rostro por no tener las respuestas que necesitaba.

Aquella situación cambió tan drásticamente que apenas logró parpadear, incluso gruñó perdiendo la compostura y elegancia que siempre la diferenciaba del resto de las putas con las que trabajaba. ¿Quién demonios se creía? En definitiva algo había descubierto en ella que le hizo enfurecer con facilidad. La cortesana ya se veía con el miembro duro y erecto del hombre entre sus piernas. ¡Buen golpe bajo sin duda! Ni siquiera se tomó la molestaría de voltear a verlo, para nada, dobló sus manos hacía atrás, acomodó los pliegues del vestido, el corsé, los listones del mismo; se miró en el cristal de un ventanal, sacó de su bolso reducido el color que llevaba en sus labios para pintarlos.

- Espero sepas como salir, no vaya ser que te confunda con un limpia pisos - Molestó con todo el veneno que quería mostrar en ese momento. ¿Si le importaba que le creyera una persona pedante y creída por el dinero, preponen? No, en realidad era lo que menos le pasaba por la cabeza; se siguió arreglando observando de reojo como salía del lugar; cuando Alejandro salió y la dejó sola, la cortesana se desplomó en uno de los sillones ya bien arreglada. Necesitaba tomar un poco de aire para pensar bien que pretexto poner de su tardanza. Llevó ambas manos a su frente palpando su temperatura, incluso sudaba por la excitación. Cualquiera creería que tenía temperatura. Si, ese sería un buen pretexto.

En aquel cuarto ostentoso y solitario, se llevó las manos por debajo de su vestido, sus dedos acariciaron su entrepierna, así estuvo un buen rato hasta obtener un orgasmo delicioso, todo a salud del cortesano que la había dejado de esa forma, mojó incluso el sillón; se levantó y salió del lugar en busca de su cita aquella noche. Nada le daba arrepentimiento, por el contrario. Ya se encontrarían, y en la mente de ella sólo existía la venganza, la revancha que podría dar.


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