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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Miér Nov 28, 2012 8:23 pm

De noche caminando por las calles empedradas, como si fuese un humano más, con las ropas gastadas, quien le viera pensaría que era un vagabundo, quien vislumbrara su rostro y observara sus pupilas sabría que no era de este mundo que solo era un alma, que no existía un cascaron para depositarle, que su cuerpo desaparecería en cuestión de minutos, la lluvia eterna lo moja, haciéndole empapar, sus cabellos caen como si fueran cortinas largas en un color azabache, 'La lluvia lo limpia todo', se repite y sigue caminando entre la multitud que corre para refugiarse del agua. Su voz apenas sale audible, el idioma no lo domina, ahora que esta momentáneamente ‘vivo’ puede ver el mundo a las personas que día a día cambian, él jamás cambiará pues esta varado y seguirá con el dolor de su muerte como carga en su cruz, la cruz que espera para que sea sacrificado. Eyael tiene una mirada tan triste y vacía, es digna de un espíritu, sin embargo por muy curioso que parezca no se lamenta asustando a los demás, se lamenta en silencio, solloza su alma, en ese mismo callejón donde puede observar a Paris en su plenitud. Se sienta en una banca a contemplar el agua cayendo de las hojas de aquel árbol que el parece magnifico y gigante.

Algo que siempre estará conectado a él, sería la naturaleza, los arboles que por miles de años han estado ahí, el viento que sigue siendo incoloro e invisible, como un amante solo llega y acaricia por sorpresa, el verde en primavera, el café en otoño, el amarillo en verano y el blanco en invierno, así es para él, los colores del mundo solo son cuatro los demás solo inventos del ser humano. -¿Alguna vez te detuviste a escuchar el sonido del viento sobre las hojas mojadas por las cuales resbala el agua?...Apuesto a que no…Es un sonido magnifico….-Susurra como si en verdad entablara conversación con alguien y entonces la gente se aleja más de él. ¡Loco, hereje!...Muchos sinónimos se le adjuntan a su pobre persona, solo él sabe lo que es, quizás una que otra criatura curiosa e inteligente como los niños podrían ver el esplendor de su verdadera alma. Se acomoda los cabellos, levanta una hoja que ha tirado el viento y comienza a jugar con ella, una pequeña niña vestida totalmente de blanco se acerca a él y le sonríe, comienzan a levantar las hojas y se las da sonriéndole,… Ella solo puede ver el verdadero rostro de Eyael. Los niños lo saben todo, es por eso que los niños son los ángeles en el cielo y los adultos los demonios en la tierra.

¿Cuál será el lugar de un joven como él?... ¿Cuál es el hilillo que lo mantiene entre el cielo y el infierno?, Eyael se despide de la pequeña después de jugar un rato y que los estrictos padres los separen de improvisto, como si ella fuese a pescar alguna enfermedad solo por intercambiar una sonrisa. Entonces comienza a caminar por aquellas calles, no sabe que hacer, no conoce a nadie y su cuerpo esta por ser igual al aire, no puede quedarse más d esa forma, ni siquiera sabe como interactuar sin meterse en problemas, lo han capturado tantas veces que desconfía de aquella gente que le observa tan lascivamente. Mujeres, hombres confundiendo su sexo, viendo su cuerpo buscando la forma de convencerlo para abusar de él. Se queda quieto, sentado sobre la fuente de agua, escondiendo su rostro entre sus piernas, esperando a desaparecer con la oscuridad, si es que no hay nadie más.

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Mensaje por Odette Demouy Miér Dic 05, 2012 11:36 pm

-Aún está ahí – corroboró la mujer mientras husmeaba a través de la rendija – no comprendo que tiene de malo – refunfuño soltando la puerta para que ésta retornara a su posición habitual. Luego camino hasta donde el hombre la miraba con desaprobación – Basta de crítica, mujer. Y baja un poco la voz, estoy seguro de que pueden escucharte hasta el otro extremo de la casa – susurró el hombre soltando el cuchillo que tenia entre las manos y dirigiéndose hasta la puerta.

Caminó en línea recta por el impecable salón hasta el ventanal donde reposaba aquella preciosa mesa de madera grabada. Frente a ésta se encontraba la Señora de la casa, enfundada en un vestido de colores claros que variaban desde el amarillo hasta el blanco. La encontró tal como la imaginó desde que inició la quejumbre del ama de llaves: de pie frente al florero intentando dar nueva forma a unas flores en perfecto estado.

-¿Hay algún problema Madame Demouy? – preguntó con un tono lo suficientemente solícito como para no sonar impertinente, sin embargo, la mirada de la Señora le indico que no lo había logrado. – ¿Qué si hay un problema? Dímelo tú ya que es tu trabajo, ¿te parece que todo está bien? – le preguntó señalando el ramo que, para él, no tenía el más mínimo inconveniente. Sin embargo, a pesar de esto, sabía muy bien que con ese estado de ánimo era mejor no contrariar – Tiene usted razón Madame, ahora mismo saldré a conseguir flores frescas -.

No habría alcanzado la mitad del salón cuando la autoritaria voz femenina le detuvo – No, estoy segura de que regresará con algo peor que esto – afirmó señalando con desdén el florero – iré yo misma y no será necesario que prepare el carruaje. Creo que una caminata me sentaría bien – y diciendo esto sobrepasó la posición del hombre, quien le dedico una ligera reverencia a la par que murmuraba – Como desee Madame -.
______________________________________

Los pequeños tacones de sus zapatos generaban un sonido lento y rítmico al chocar contra el suelo adoquinado de la calle. Siempre le había gustado ese sonido y disfrutaba sentir el bamboleo de su larga falda acompañándolo. En momentos como ese podía darse el lujo de olvidar los malos momentos que siempre volvían a atormentarla. Las pequeñas distracciones se habían convertido en el eje central de su vida, en el oxigeno que necesitaba para continuar con su vida.

Ese día en especial no había sido fácil. Desde que abrió sus ojos en la mañana sintió que sería uno de tantos en los cuales los recuerdos se agolpaban en su mente haciéndola el ser mas desdichado de su limitado entorno. Y ahora, para completar el negro panorama, se sentía fatal por la forma como había tratado a su mayordomo. Solo necesitaba una escusa para escapar de aquellas cuatro paredes y en su afán había demeritado un trabajo realizado a la perfección. No podía pedirle disculpas, no estaría bien visto para alguien de su posición, pero se prometió mentalmente que no ocurriría de nuevo. Otra promesa que incumplir, pues su fuerte en los últimos tiempos no era, precisamente, controlar su temperamento.

Estaba cansada, había caminado más de lo planeado, y los charcos de la reciente lluvia salpicaban y embarraban su hasta ahora inmaculado vestido. Además, la luz del día se había esfumado hacia algún tiempo, dando paso a la tenue iluminación artificial de las farolas de la ciudad. Bien, era hora de regresar a su hogar y para ello necesitaría un coche ya que el suyo lo había dejado en casa. Acomodó entre sus brazos el ramo de rosas blancas que había conseguido y apuró ligeramente el paso.

Casi había terminado de pasar la fuente de la Plaza Tertre cuando una figura solitaria capto su atención. Se trataba, al parecer, de una chica sentada en la fuente en una posición que le transmitía a Odette una profunda sensación de tristeza y desolación. Inicialmente pensó en seguir adelante, tan solo ofreciendo a la triste figura una mirada de pena, pero algo le impulso, no solo a detenerse, sino a acercarse a aquella chica.

- Excuse moi mademoiselle, ¿se encuentra usted bien? – le preguntó con el tono más amigable al cual podía recurrir en aquellas épocas. Apretando ligeramente el ramo de rosas esperó, paciente, a que la chica respondiera de alguna manera a su pregunta aunque le inquietaba un poco la reacción que pudiese tener, pues bien sabía que este tipo de interrupciones y preocupación podían ser consideradas como simple descortesía y atrevimiento.


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Mensaje por Invitado Jue Dic 06, 2012 12:22 am

La melodía que sonaba en el corazón de Eyael era demasiada melancólica, sin embargo su personalidad dictaba lo contrario, su felicidad era más bien algo agria, tanto que cuando alguien le hablaba bien podía estar a la defensiva, su gran altura llegaba a confundir a muchos, su belleza también, sin embargo el tono de su voz y la manera en la que sus palabras salían de manera golpeada eran únicas. Aun estaba demasiado concentrado en sus pensamientos cuando se despidió de la pequeña, ¿Cuánto tiempo duraría la corporeidad?, eso se preguntaba aun ni siquiera tenía un dominio amplio de dicha condición sobre su cuerpo, era en ese punto donde necesitaba de un brujo, ¿Nill?, no, ese brujo ya no era una opción, se había embarcado en algo como la droga y prostitución, sin embargo debía aun mucho al padre de este era por eso que Eyael permanecía a su lado.

Su tristeza era demasiada como pare que sus ojos le abandonaran, incluso ahora que había perdido todos sus recuerdos, de su muerte, incluso de su familia, ¿habría algún sobreviviente aun?, no lo sabía y deseaba buscar con ansias a todas esas preguntas que su mente generaba. Se levanto para dejar las hojas en un montón que formaran un pequeño templo como tributo a la inocencia, el color del cielo, no era ni de día, ni de noche, era ese tiempo medio en la que el fantasma gustaba salir. Su alargada figura de dos metros asustaba a demasiada gente a otros les producía algo de temor ¿Acaso jamás habían contemplado a alguien de semejante figura?, volvió a su lugar, viendo el pasar de cada persona, observando a lo lejos ese desfile que hacía la gente cuando la lluvia terminaba, saliendo s refrescarse pues tantas telas galantes seguro producía un calor fatal. Quería regresar a ser invisible cuando poso su vista en una dama, una dama que llevaba en esas manos delicadas aquellas flores, no, no era eso, la dama olía a flores, flores recién cortadas, aun así el fantasma podía sentirlo, como se siente cada estación del año en la piel.

Observó sus pasos, más cerca uno a otro, jugando con las losetas y su chirriante ‘clac, clac’, sin embargo al verla de pies a cabeza confirmo lo que temía, una simple humana, una de clase alta, estricta en educación, Eyael debía tener cuidado con aquello, a veces los humanos se exaltaban al conocer a otras criaturas sobrenaturales como él. Poco a poco ella mostro algo de amabilidad, como una flor que le sonríe al sol, como una niña, un alma pura, sí, seguro lo era, con lo sobreprotectores que eran los padres parisinos con los de cuna alta, lo que causaba risa en el pequeño fantasma, su mirada se levanto a ella y los ojos de Eyael no eran precisamente amables, jamás lo fueron, eran demasiados inexpresivos, secos y oscuros a su vez, por lo mismo de su tristeza. Y esas palabras salieron de la boca de la mujer…

…¡Esas malditas palabras!, el fantasma frunció el ceño, todo iba tan bien y era simpatía pura hasta que su amable voz pronuncio la oración ‘Mademoiselle’, ¿Era enserio?, se levanto, casi fue la oscuridad y una sombra gigante, media dos metros de altura, la observó desde bajo –Discúlpeme Madame–Dramatizo de momento con la voz demasiado varonil –Soy un hombre, quizás mi belleza la ha cegado, pero creo tener la voz como uno.–Sobre nada él deseaba ser grosero, aunque la sangre le hervía cada vez que alguien le confundía con una mujer –Por su pregunta, Madame mía, me encuentro no del todo bien, agradezco la atención de alguien tan amable como usted.–Susurró amarrando sus cabellos con un mechón del mismo mostrando su casi prolijo rostro, excepto por aquel lunar cerca de su ojo izquierdo.

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Mensaje por Odette Demouy Lun Dic 10, 2012 9:55 pm

Dio un paso vacilante hacia atrás cuando la chica levantó la mirada. Aquellos ojos no denotaban la tristeza que pensó leer tan claramente en su postura, era algo más… mucho más oscuro y atemorizante. Se reprimió a si misma por permitirse aquella vacilación, incluso aunque se debiera por la sorpresa. Bastante bien sabía que no debía demostrar debilidades frente a los extraños pero, aun así, tenía que admitir que aquellas inexpresivas y opacas pupilas le intimidaban más de lo que deseaba.

Bien eso ganaba cuando intentaba ser amable ¿De qué servía intentar ayudar? Solo se trataba de inmiscuirse en lo que no debía importarle. Esta era una lección que no terminaba de aprender y a pesar de las situaciones difíciles que había tenido que sortear a través de los años, aun continuaba pensando que un poco de bondad podría servir a alguien sobre la faz de la tierra. La misma tonta de siempre… era irremediable. -¿Por qué no seguí de largo?– pensó, pero ya era demasiado tarde. El destino ya rodaba, y nada podía hacer para detener aquello que puso en movimiento al posar sus ojos en aquella triste figura sentada en la fuente.

Entonces el movimiento repentino la sacó se sus cavilaciones. Pensaba que le había intimidado antes pero se equivocaba. Se trataba de un hombre, e incluso, tal vez, demasiado joven para definirlo de aquella forma. En todo caso su gran estatura se alzó sobre ella haciéndole retroceder dos pasos más antes de obligarse a detenerse. No iba a salir corriendo como una chiquilla asustada, había pasado por suficiente en su corta vida como para permitir que un joven de clase inferior tuviese la satisfacción de verle correr en pánico.

Decidió defenderse de aquel tono con su propio y muy utilizado escudo. Tomando aire cambio su expresión a la más altiva y orgullosa que poseía –Bueno, pues eso ahora es bastante evidente Monsieur – afirmó mirándole con un poco de desdén – pero debo argumentar en mi favor que hace algunos minutos cualquiera podría haber cometido mi error – decidió no desmentir el hecho de que se trataba de alguien de hermosas facciones pues, siquiera sugerirlo, habría resultado demasiado absurdo sobre algo tan obvio.

A pesar de que se encontraba asustada y que, por un segundo lo único que deseo fue abandonar aquel lugar y dirigirse hacia la seguridad de su hogar, el siguiente susurro le hizo arrepentirse de aquella odiosa reacción que había tenido – Debo ser la tonta más grande de París– pensó soltando un suspiro y relajando ligeramente su postura – Disculpe usted, no era mi intensión molestarle Monsieur – e inclinó ligeramente la cabeza antes de dar vuelta y emprender nuevamente su caminata.

Los pasos, en un principio apurados, disminuyeron gradualmente la velocidad hasta que se detuvo completamente. No habría avanzado ni diez pasos antes de dar media vuelta y regresar. Recordaba en ese momento todas aquellas veces que se sentía infeliz, aquellos momentos en los que hubiese dado felizmente su mano izquierda porque alguien pudiese comprender su dolor. La intensidad de sus sentimientos era solo equiparable con su soledad, y sabía, de primera mano, que no debía tomarse a la ligera un momento de desesperanza.

Tal vez por eso se obligó a regresar, separar una de aquellas delicadas flores del ramo que sostenía y ofrecérsela al joven mientras le obsequiaba una empática mirada – Espero que algo tan simple como esta pequeña flor pueda reconfortarle aunque sea en un mínimo nivel Monsieur, por favor acéptela como muestra de mi comprensión y como una disculpa a mi atrevimiento y grosería – y entonces esperó, con una mano extendida sosteniendo delicadamente entre los dedos aquella flor, y con la otra abrazando el resto del ramo causante, en cierto modo, de aquel inusitado encuentro.


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Mensaje por Invitado Vie Ene 18, 2013 6:02 pm

Hay una jovencita que permanece inmóvil, sin paraguas,
bajo la incesante lluvia,
¿Estás llorando? ¿Dónde te duele? Dime.

Lo menos que deseaba Eyael era escandalizar o entrar en controversia, se podía decir miles de cosas debido a su naturaleza, debido a su belleza, belleza misma que le llevó a la desgracia, pero no lo hizo, solo se preguntó con esa mirada ligeramente curiosa. ‘¿Una mujer con pantalones?’… Sería un escándalo, se respondió en automático cuando observó a la joven, la mirada de ella es indescifrable, no sabía que era exactamente, ¿Miedo? , ¿Temor?, ¿Qué era?, si algo que le fallaba al joven espíritu era la capacidad de distinguir las emociones humanas, él ya no era uno, lo cual complicaba aún más aquellas fatales controversias en las miradas ajenas. Pero algo si podía notar, el arrepentimiento en sus labios, aquella frase de ‘¿Por qué he hablado con esta persona?’…, No quería responderse, él mismo sabía que no era el ser más amigable o con quien podía entablar una relación del todo estrecha, fue algo esporádico lo que había pasado, una casualidad quizás, un hilo más para reforzar su destino y su miserable existencia. También él tenía sus momentos de perderse, sus momentos de tristeza. Deseaba que las personas no solo observaran aquel sentimiento en sus ojos, si no que penetrasen más allá de su alma.

Ella quien se retaba constantemente sobre su actuación al confundirlo le saco una sonrisa, picarona, sarcástica tal vez, pero le había hecho apenas mover las facciones, la piel, para formar una apenas perceptible sonrisa, dentro de su encerramiento y su aturdida situación la joven había logrado aquello. ¿Dolor dentro de la existencia?, no ella no tenía eso, se veía como toda una joven de familia adinerada, rica, feliz, buena persona hasta que la corrupción de un matrimonio u obligaciones tocaran a las puertas de su juventud. –Sí, quizás en eso tenga razón, me disculpo por mi actitud, Madame –Apenas murmuró al escucharle con la primera frase después de aquel silencio que denotaba el temor y la intimidación que sentía con él.

Y sin embargo lo que vino en seguida no se lo esperaba, aquellos pasos retrocediendo, aquella oportunidad (por decirlo de algún modo), de entablar una conexión con alguien, podía ver el alma cálida de ella, un espíritu fuerte, pero no comprendía que había hecho mal, ¿Acaso era el castigo por haberse equivocado con algo tan simple o llano como confundirle con una fémina?, estaba más enredado en el asunto que en los actos que se presenciaban delante de él. Ella esfumándose como la lluvia de verano que acababa de caer, volvería a estar ahí ligeramente solo, dando lastima, dando de qué hablar, cosa que no le importaba, pero también se recriminaría por no haber buscado un poco de compañía con aquella dama.

-No me ha molestado su presencia en ningún momento, mucho menos sus palabras –Añadió con ese tono en la voz, mientras le veía alejarse como el viento, la siguió con la mirada hasta que aquel paro le hizo abrir los ojos por completo, ella ofrecía algo que Eyael admiraba, una simple flor, algo común y corriente, él se acercó, la tomo entre sus dedos, era increíble como ahora podía tocar aquella flor, cuando siempre se la pasaba invisible ante los demás. –No es necesario recibirla por esas causas, no como disculpa, me ha regalado un signo de admiración, una invitación a ver su alma, a conocer de usted, nadie, ni siquiera yo podría entender el dolor por el cual estoy pasando –Murmuró con un tono tenue, como si su voz fuese una caricia que viajaba a través del viento.
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Mensaje por Odette Demouy Dom Feb 03, 2013 6:46 pm

La ilusión de que aquel joven alicaído aceptara su rama de olivo con forma de flor se vio bien recompensada. Que curiosa forma de motivar nos brinda la naturaleza. Por medio de una sencilla flor se puede desde conquistar el corazón de una mujer hasta permear un corazón afligido y brindar un poco de sosiego por la pérdida final de un ser querido. Siempre le había gustado las flores, siempre quería verse rodeada por ellas. Entonces escuchó aquellas palabras. No era justo que en alguien tan joven se hubiese asentado tanto dolor. Aunque ella misma sabía que la edad no era, en efecto, un impedimento para que la vida te diera de golpe en la cara con la cruda realidad. ¿Qué le habría ocurrido?

– En ese caso olvidémonos de disculpas y, si le parece superemos ese impase – propuso con una tímida sonrisa en los labios. El joven era tan alto que ella tenía que levantar la mirada hacia su rostro. Le pareció que aquella voz suave le acariciaba el alma y por un segundo un escalofrió recorrió su espina, haciéndole erizar en contra de su voluntad. Había algo fuera de lo común en aquel joven, y no se refería precisamente a su altura, belleza o congoja. Una sutil chispa de curiosidad parpadeó en su interior.

Suspiro sonoramente mientras le observaba – En eso debo discrepar. En verdad es enorme la dificultad de toparnos con un alma lo suficientemente sensible como para percibir y entender nuestro dolor. De que alguien pueda anteponer nuestros sentimientos a los intereses particulares de cada cual. Y aún mas difícil es que lleguemos a exponernos por completo de manera voluntaria. Sabemos que el amigo de hoy bien puede ser el enemigo de mañana, y no existe ninguna garantía de que los lazos que creemos más fuertes permanezcan a través del tiempo y los infortunios – en ese punto su voz flaqueó ligeramente. Se vio obligada a hacer una pequeña pausa mientras se recobraba. El precio de no hacerlo hubiese sido un llanto involuntario y vergonzoso que se negaba a permitir.

– Pero - continuó una vez se sintió lo suficientemente segura de que no derramaría ninguna lagrima – Nosotros mismos si conocemos nuestro dolor. Una cosa diferente es que decidamos ceder al sentimiento mismo de manera irracional. Pero le aseguro, Monsieur, que es más sencillo superar las situaciones difíciles que la vida nos impone si somos lo suficientemente valientes como para identificar nuestros puntos débiles - Acarició con delicadeza algunas de las flores que reposaban en su brazo antes de continuar – Usted conoce el origen de tanto sufrimiento, no me cabe duda. No se pregunte el porqué de ese dolor, simplemente pregúntese que necesita para poder superarlo. Y si en algo puedo yo ayudarle en este momento, por favor no titubee en decírmelo - Y aquí iba otra vez, hablando de más de un tema sobre el cual no le había pedido opinión alguna.

Cada cual carga con su cruz y algunas eran mucho más pesadas que otras. No pretendía asumir que la suya era la más pesada, simplemente era una joven que infortunadamente había tenido que sufrir algunas cosas muy desagradables que la habían marcado profundamente. Y aún no las había superado del todo pero iba por buen camino. Ya no cedía tanto a los ataques de pánico y angustia, a la inmensa tristeza que la hacían querer abandonar la faz de la tierra. Ahora se permitía la ilusión de tener una vida y veía, nuevamente un camino bajo sus pies. Si podía compartir las lecciones aprendidas durante su recuperación lo haría, y si en algo podía ayudar a que aquel joven a superar su dolor, pues lo intentaría.

– Por cierto, Odette Demouy a su servicio - se presentó exhibiendo una enorme sonrisa – y ahora me veo en la penosa tarea de hacerle una pregunta que aclare mi actuar ¿desea usted que permanezca a su lado por un rato? O, usando sus propias palabras ¿acepta usted la invitación a conocer sobre mí? ¿Me permitiría conocer sobre usted o, aunque fuese, solo ayudarle a olvidar aquello que ocupa su mente por algunos minutos? algunos transeúntes les miraban con extrañeza pero sin detener su andar. Ella se limito a ignorarles felizmente, su atención se encontraba centrada en aquel frágil gigante frente a ella. Podía lastimarla si así lo deseaba, de eso no tenía ninguna duda, pero aún así decidió quedarse y compartir lo más preciado que un ser humano podía regalar: su tiempo.




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