Jurame que en tu alma como en la mia permanece el fuego de la pasión - Privado-(18+)

La noche había caido como tantas tardes de aquel verano, la brisa suave corría por los ventanales abiertos y las cortinas de gasa danzaban suaves y melancólicas en la penumbra de la biblioteca, Chiara, tomó una de ellas con su mano y observó el jardín y más allá las caballerizas, hacía un instante había oído el trote de un caballo y estaba segura que debía tratarse de Ruggero que volvía de aquella reunión con los hombres de negocios, suspiró mientras dejaba que la gasa se escurriera por sus dedos, hacía unas semanas que había tenido aquel disgusto y tras la visita del doctor le había prohibido por unos días cualquier tipo de movimientos bruscos o posibles golpes que pudieran afectar al o los bebes, por ello él había decidido un tipo de separación que los mantenía distantes y aunque el cariño estaba intacto, ella necesitaba de sus caricias, de sus besos y no estaba dispuesta a esperar ni un día más, confiaba en lo que su amiga y hermana del alma le había dicho, de que estarían bien y no encontraba ningún argumento para no volver a unirse como lo que eran, esposos, amantes y enamorados apasionados.

Por ello había pedido a Estella que les preparara una cena muy especial en el salón de música, deseaba tocar unas piezas musicales para su marido y que si el quería tocara algo para ella, nunca le había preguntado si sabía tocar algún instrumento pero al existir en la casa tantos de ellos le pareció que era algo lógico. En especial, le gustó una guitarra, ella había escuchado tocar a diferentes músicos en algunas reuniones en las que había participado, y si existía una música que amara eran las de los instrumentos de cuerdas. Sonrió pensando en la sorpresa que le daría y esperaba que todo fuera de su agrado.

En la puerta sonaron unos suaves golpecitos y tras un instante entró Estella para informarle que el señor había llegado y que se encontraba bañándose para bajar luego a cenar, Chiara la miró anciosa - ¿pregunto por mi? – la mujer sonrió y la miró con ternura, aun se sentía insegura con su cuerpo y la distancia entre ellos la había vuelto aun mas inestable en ese sentido, - si señora preguntó por usted y le manda a decir que pronto estará a su lado -, se rubirizo al pensar en lo tonta que se mostraba al dejar expuestas sus preocupaciones e inseguridades, suspiró mientras le pedía que preparara todo y que luego se podía retirar a sus aposentos.

Cuando quedó sola, se acercó a un libro que había estado leyendo y recordó los versos y los recitó con los ojos cerrados –“…Divino dueño mío, si al tiempo de partirme tiene mi amante pecho alientos de quejarse, oye mis penas, mira mis males. Aliéntese el dolor, si puede lamentarse, y a la vista de perderte mi corazón exhale llanto a la tierra, quejas al aire…”- avió sus ojos y acarició la tapa de aquella obra de Sor Juana Inés de La Cruz, un tesoro que su amado tenía entre sus libros y que ella había tomado como libro de lectura cotidiano. Suspiró mientras, cerraba sus paginas y se arreglaba sus cabellos, los tenía sueltos perfumados con agua de azahares, al igual que su cuerpo, vestía un traje de color rojo rubí con un escote pronunciado que mostraba el canalillo de sus senos, provocador, excitante y en su cuello una cadena de oro de la que colgaba la cruz de piedra preciosa que su esposo le había regalado, Sonrió complacida mientras se miraba al espejo que colgaba en una de las paredes libres de libros, uno de esos que estaban tan de moda, copiando la excelencia del buen gusto que tenían los bellos castillos parisinos.

Dejó la Biblioteca y se deslizó hasta la sala de música, allí estaba todo preparado y sentándose al piano, comenzó a tocar una dulce melodía mientras esperaba que su esposo bajara para cenar juntos.

Sentada al piano, tocó una pieza musical que había sido parte de sus estudios desde pequeña, y la sabía de memoria, cerró sus ojos y sonrió pensando en el momento en que le enseñara a su hijo a tocar el piano y una cálida sensación se extendió por su pecho. Imaginar esa sala inundada de música y risas, con Ruggero y su hijo, era uno de sus sueños más acariciados – poder ser felices, sin temores, sin sombras amenazantes - pensó, rápidamente intentó volver a soñar en los tres reunidos en aquella mansión, unidos por el amor que se tenían, no quería pensar en peligros esa noche.

Aún permanecía con sus ojos entornados al mundo y sumergidos en aquel pensamiento de dicha y alegría junto con sus amados, cuando a sus sentidos llegó el perfume de su esposo, creyó que era parte de aquella ilusión y se dejó llevar por ese fantasear despierta que le provocaba tanta fascinación. Entonces sintió el calor en su espalda, el peso de la barbilla de Ruggero en su cabeza y sus manos acompañando los compases en una interpretación a cuatro manos, abrió los ojos lentamente y sonrió mientras miraba a su esposo en el reflejo de la madera laqueada del piano.

Detuvo la ejecución y disfrutó el calor de su amado en la espalda, cuando él se movió, el frío de aquel lugar vacío le provocó una sensación de desasosiego, pero ocupó la parte vacía del taburete y la contempló, devorándola con los ojos, amándola en silencio, de la misma forma como lo había hecho en aquella noche que la había convertido en su esposa, Chiara se ruborizó al escuchar la declaración de un sentimiento que era mutuo – para mí también ha sido una tortura este tiempo, os necesito como el aire – dijo aun con la piel encendida. Lo contempló, su pelo aun mojado por el baño, su piel bronceada, su boca sensual y que la estaba volviendo loca de solo imaginarla besándola, recorriendo su cuerpo con besos y mordiscos, su mirada recorrió su barbilla, su cuello, aquella nuez de Adam que tanto le fascinaba, el pecho que bajo la camisa se podía adivinar los fuertes pectorales, el abdomen plano, siguió observándolo en silencio, como si los segundos fueran eternos, disfrutando de aquel hombre que estaba a su lado y que era el amor de su vida.

Los amantes ojos descendieron hasta posarse en el colgante y la respiración de ella se aceleró como si la estuviera poseyendo, los dedos de Ruggero corrieron por la piedra de rubí, aquel símbolo del amor eterno que ambos se tenían. La mano masculina se asentó en su vientre y pudo sentir el movimiento del bebé, como si tuviera una mariposa encerrada en su barriga, no sabía si Ruggero lo podía distinguir pero desde hacía unos días cuando estaba tranquila, leyendo en el jardín o comía una comida que le gustaba podía apreciar pequeños y tímidos movimientos, como si fuera una palomita de maíz que estallaba, rió mentalmente, divertida, recordando una tarde en que se le había antojado comer esas palomitas y sentada en la cocina con Estela preparándosela se pasaron la tarde charlando de bebes y esposos.

Sonrió feliz, porque tenía a los dos amores de su vida allí con ella. Él la miraba a los ojos y ella dejó que aquel mar que siempre la tranquilizaba la contuviera, inundándola de mil sensaciones. Las palabras que le dedicó hicieron que los ojos de Chiara se llenaran de lágrimas de felicidad, ella que había tenido miedo que él dejara de amarla, de desearla, escuchaba aquellas palabras como un bálsamo para su corazón, había escuchado tantos comentarios en las reuniones de damas de la sociedad, que decían que los hombres cuando sus mujeres quedaban embarazadas, corrían a los burdeles y no volvían a tocarlas hasta que los hijos tenían ya varios meses, de solo pensar en esa posibilidad se le helaba la sangre. Los labios de su marido se apoderaron de los suyos con una fuerza y una pasión que la sorprendieron y la colmaron de dicha y exorcizaron esos pensamientos, se dejó llevar por la dulce sensación de esa lengua que luchaba por conquistar nuevamente su boca, hundirse en ella como una pequeña muestra de la pasión que se desataría, ella lo abrazó, corriendo sus manos por los hombros y el cuello de él y tomando sus cabellos y atrayéndolo, para que sus caricias fueran más osadas y sensuales. Deseaba que la poseyera allí mismo y de solo pensarlo se volvió a ruborizar, lo separó unos centímetros de su boca, buscó su mirada - hazme tuya, déjame sentir ese fuego que incendia mi alma con el rose de tus dedos sobre mi piel – dijo sobre aquellos labios que pugnaban por volver a devorar los suyos.

Los abrazos y besos, se intensificaron, las manos de él recorrían su espalda, cintura, caderas y le levantaban la pierna como intentando que ella lo abrazara con ellas por la cintura. Su amado cerró la tapa del instrumento y abrazándola, la hizo girar elevándola, en un movimiento rápido y certero sobre el instrumento, allí la mantuvo aprisionada, contra la superficie de la madera, con los ojos cerrados disfrutó de aquellos besos, de esa lengua sensual y atrevida que le exigía le entregara todo lo que por amor y pasión le correspondía; junto a la suya se trenzaban en una batalla de placer y deseos. Gimió por la excitación, separando instintivamente las piernas, dejando que él se acomodara entre ellas y la atrajera más a su cuerpo, enlazó sus piernas a la cintura masculina, podía sentir lo excitado que él se encontraba aunque las ropas los separaran, esos movimientos los encendió aún más, la miró con picardía, como quien advierte que se vengará, dejó sus labios para besarla en el cuello y dirigirse luego a sus pechos, sus pezones se encontraban erectos, deseosos del roce de su boca, sus manos; esperando esos labios que los abrazaría con su aliento, cuando Ruggero se acercara a ellos, Chiara arqueó su cuerpo para hacerle más accesible su meta.


A los besos y caricias que él le daba, ella rozaba con sus manos, la espalda, el cuello y tomaba los cabellos, tirándolo suavemente, por la urgencia que sentía de que la poseyera. Cada vez los jadeos y gemidos eran más fuertes, trataba de morderse los labios, para que no los descubrieran, Estella y Juan aun andaban por la mansión y no se habían retirado, pero no podía controlar las sensaciones que su amante le prodigaba. Cuando él se separó un momento y descendió entre miradas provocativas a sus piernas, ocultándose bajo el vestido, Chiara intentó formular un reproche, pero las manos de su amado la recorrieron, desde sus tobillos hasta sus muslos, besándola por sobre la seda de sus medias, pudo sentir el aliento de su amante en el muslo denudo, en el centro de sus piernas. Las manos masculinas acariciaron su clítoris por encima de la ropa interior, estimulándola aquello la hizo que gemir aún mas más, tiró su cabeza hacia atrás levantando instintivamente la pelvis, separando aún más sus piernas para que él tuviera mayor facilidad para colmarla de sensaciones con sus labios y lengua.


La voz de Estella la paralizaron ahogándola con un grito de angustia y vergüenza que murió en su garganta, en un segundo se hizo mil preguntas, ¿qué pasaría si ella entraba? ¿Qué pensaría de su señora? ¿Cómo la miraría nuevamente a los ojos? Intentó incorporarse un poco mientras con esfuerzo le respondía – gracias Estella, puedes retirarte – su voz salía agitada y destemplada, su piel estaba ruborizada. Escuchó la risilla de su amante y no pudo más que reír también cubriendo su rostro con su propia falda para que él pudiera salir de debajo de sus ropas.


La sugerencia, hecha por Ruggero, de ir a otro lugar le pareció muy acertada, Lo abrazó y lo besó apasionadamente, la boca de su amante tenía el sabor a ella y eso la excitaba aún mas – dime dónde quieres ir y llévame contigo, no pienso separarme de ti ni un segundo, quiero estar así toda la noche – le susurró en los labios mientras lo miraba intensamente a los ojos – así toda mi vida – sus manos acariciaron el cuello y el cabello de su amado, toda su piel se erizó mientras él la colmaba de besos apasionados y caricias que la volvían salvaje, tomada de sus cabellos se inclinó hacia atrás para que él le besara el cuello, y sus pechos. Lo deseaba tanto, como si hubieran estado separados por meses y eternas distancias.

Lo siguió en silencio, con la mirada en sus manos entrelazadas, los ojos un tanto velados, deseaba tanto que la amara que simplemente temblaba de pasión. La cargó entre sus brazos, ella le rodeó el cuello con los suyos y apoyó su cabeza en su hombro, respiraba el excitante perfume que emanaba la piel del hombre que adoraba y tanta era la felicidad que experimentaba, que no podía más que sentirse egoísta, cuantos deseaban un amor así y sufrían por no tenerlo, ella gracias al cielo, podía disfrutar de la compañía y la pasión de un hombre bueno, amante y sincero, ¿Qué más podía pedir?, cerró los ojos y besó el cuello de su amado.

Estella se preocupó al verla siendo conducida de esa forma por su señor, las palabras de Ruggero la ruborizaron, y escondió aún más su rostro en el cuello de su esposo. Cuando subían las escaleras ella le susurró en el oído – ti amo, tesoro della mia vita – y volvió a suspirar. Al llegar a la habitación fue ella quien abrió la puerta y él la cerró con su pie, la depositó en el lecho, podía ver la mirada de su amado, desnudándola con la pasión que desbordaba, se incorporó un poco apoyando sus codos en el cubrecama y lo observó expectante, deseosa de besar nuevamente esos labios, esa piel que al solo contacto la encendían.

Sin dejar de mirarse, él se fue sacando la camisa, Chiara se incorporó aún más, de rodillas en el bode de la cama, muy cerca de su esposo, en esa posición pudo contemplar el torso desnudo, musculoso, no resistió la tentación y acarició r con sus manos los pectorales, la cicatriz que siempre le había parecido tan hermosa, ya que demostraba todo lo que su hombre había pasado para estar a su lado, para conservarse vivo y vivir éste momento. Estaba aún divagando en sus cavilaciones cuando él se aproximaba como felino hacia su presa, esos labios masculinos se fueron acercando a los suyos y aquellas manos la fueron acariciando, empujándola al lecho, recostándola para luego asaltarla con pasión, primero sus labios, su cuello, desnudando sus hombros hasta lograr llegar a sus pechos, desabrochando los botones que mantenían cerrada esa parte del vestido, las manos de Ruggero tomaron sus pechos, haciendo que su corazón se desbocara, recordando el placer recibido cuando los labios de su amante jugaban con sus pezones, gimió mientras su respiración se volvía jadeante, el calor abrazador de esa boca en sus pechos provocaron que cerrara los ojos y tirara su cabeza hacia tras acercando aún más sus pezones para ser torturados con la lujuria que se expandía por los cuerpos de los amantes.

Los labios de él descendieron por su cintura hasta comenzar a besar su estómago, la acarició tiernamente, levantó la vista al sentir que se quedaba quieto, lo vio contemplar con suma ternura su vientre, como si estuviera vislumbrando a su hijo en su cuna, Ella sonrió era algo tan dulce, extendió la mano y acarició su mejilla, su cuello, aquel movimiento, pareció, sacar de su sueño a su amante esposo, retomando nuevamente las caricias, él volvió a su boca, exigente, apasionado, ella se dejó poseer, y correspondió con la misma pasión y ansias que su amante.

En un instante Ruggero le quitó la ropa dejándola desnuda, a su merced, su cuerpo estaba excitado, deseoso del fuego que consumía sus almas, con la punta de los dedos él la recorrió, tomó una de sus piernas y la acercó a sus labios, besándola desde el pie al muslo. Ella lo contemplaba con su mirada velada de deseos y la respiración jadeante, una sonrisa de picardía asomó en los labios de Chiara, mientras se mojaba con su lengua los labios resecos por la pasión, entonces él la movió desde las caderas, acomodándola, abriendo sus piernas y descendiendo sobre su clítoris, saboreándolo como si fuera una fruta madura, Chiara arqueó su cuerpo gritando de placer, llevando sus manos hasta los cabellos de su amante y tirando de ellos exigiéndole profundizar las caricias, los besos, la tortura.

Sus manos, se deslizaron acariciando la cabeza de su amado, buscando las manos masculinas que unió con las suyas y las fue guiando hasta que las acercó a sus pechos, - ven amor quiero sentirte, quiero que me permitas experimentar, deseo besar tu cuerpo, lamerlo – dijo ruborizándose, por un lado temía parecer una cortesana, pero por el otro deseaba saborear toda la piel de su amante.

Podía sentir lo excitado que estaba su esposo, en sus movimientos, en su boca que succionaba el pezón, los ojos afiebrados, la forma en que sus manos atrapaban la nuca femenina para que ésta no escapara y los besos fueran más profundos y salvajes. Ella estaba igual de envuelta en las llamas de la pasión, apretaba su cuerpo al de su amante para sentir cada centímetro de esa piel que la enardecía, los labios de Chiara recorrieron el cuello, los hombros, los pectorales y descendieron hasta el ombligo que besó y humedeció con su lengua, haciendo que el estómago de su amante se contrajera, estremeciera y el miembro masculino se tensara bajo el pantalón, ella al ver esa reacción sonrió con picardía pues se sentía deseada por su amante y eso era lo que ella necesitaba saber, que él aun la creía bella, deseable.

Él, le tomaba de los cabellos y tirando de ellos, con uno de sus brazos la intentaba atraer nuevamente a su boca, haciéndola dejar esa zona para recibir nuevamente las caricias osadas que él le prodigaba, esos dedos que se introducían en su vagina, moviéndose acompasados, hundiéndose, buscando estimularla, gemir de placer, la lengua acompañaba esos movimientos como si estuviera replicando en su boca la penetración, le tomaba de tal forma que sus gritos eran ahogados en la boca de su amante, la mano libre de él, le cubrió nuevamente su nuca para inmovilizarla y besarla aun con mayor pasión. Chiara, con sus manos, fue acariciando el pecho y la espalda de Ruggero, arañándolo cuando sus caricias la llevaban al límite del éxtasis, cerrando sus ojos para disfrutar de todo el placer que él le entregaba.

Se movieron, hasta que él quedó encima de ella, se fue deslizando hacia abajo, besando su cuello, sus clavículas hasta apoderarse de sus pechos, uno de ellos recibía el calor abrazador de aquellos labios la caricia de esa lengua que jugaba con el pezón erecto y su mano derecha tomaba el otro pezón y lo torturaba con caricias que enloquecían a su amante y provocaban que Chiara tirara su cuerpo hacia tras, elevando sus caderas para que tanto los pechos y su vagina recibieran las caricias que su amante deseaba darle.

Su esposo tomó suavemente su mano con la suya y la dirigió hasta posarla sobre el cierre del pantalón, ella lo miró a los ojos y en ellos encontró la respuesta. Lo empujó un poco para darlo vuelta, quedando él con su espalda apoyada en el lecho, ella, con sus manos desabrochó la prenda masculina, lo ayudó a sacársela, quedando así los dos completamente desnudos. Miró el cuerpo de su esposo, extasiada con la belleza de éste, sus manos lo recorrieron desde los tobillos hasta las caderas y del cuello a la cintura, con las dos manos y mirando a los ojos le tomó el miembro erecto y lo acarició suavemente desde el glande, el tallo y los testículos acunándolos en una de ellas, mientras que con la otra seguía deslizándola por el tallo ocultando en su palma también el glande, observó el rostro de su marido, que la miraba entre asombrado y nublada la vista por la pasión que lo invadía en ese momento.

El miembro de su amante comenzó a lubricarse, de su capullo surgieron lagrimas cristalinas que mojaron los dedos de la mujer, ella lo contempló, buscando en su esposo el significado de ello y que le enseñara que debía hacer, pero él tiraba la cabeza hacia atrás mordiéndose los labios y cerrando sus ojos. Con cada caricia, la nuez de Adán subía y bajaba al ritmo de cada gemido y la respiración entrecortada. Chiara sintió que aquella humedad era más profusa y soltando el miembro llevó los dedos mojados a su boca y los chupó, deseaba conocer a que sabía su esposo. Cerró los ojos mientras lo probaba y al abrirlo contempló la mirada transida de pasión de su amante, le sonrió con picardía, aún tenía uno de sus dedos en su boca, succionándolo y jugando con su lengua, - ¿qué? – Preguntó ingenuamente – quería conocer cuál es tu sabor, me has hecho conocer el mío, pero no tenía idea del sabor que tiene tu… - no terminó la frase ya que la vergüenza se apoderó de ella – ¿habré hecho algo indebido? – pensó mientras buscaba en el mar de sus ojos la respuesta que necesitaba.

La besaba y seducía con una voracidad tan apremiante que de los labios de Chiara solo podían salir torturados gemidos de pasión, los dedos de su amante en su vagina, mientras la besaba con salvaje adoración, la llevaron a tomar entre sus manos el miembro enhiesto de su amante, abriendo sus ojos, encontró los de él, perdidos en las sensaciones que juntos se prodigaban.

Cuando Ruggero descendió con sus caricias por el cuello de ella hasta llegar a sus pechos que torturó y lamio a conciencia mientras ella gemía y su pulso se disparaba, el miembro de él acarició su entrepierna, hundiéndose en la blanda cuna de la vida, instintivamente ella intentó capturar con sus piernas las caderas de su amante para aprisionar en su interior el falo, pero en ese momento se movieron, él se colocó entre su piernas y fue entonces su boca junto con su lengua quienes tomaron posesión de su zona erógena, para ella fue imposible silenciar sus gemidos o intentar ocultar los pequeños escalofríos que cada una de esas caricias le provocaban, llevándola hasta el orgasmo, en la boca de su esposo. Sintió un profundo rubor y vergüenza por dejarse llevar de esa manera, además deseaba darle a él las mismas sensaciones que ella vivía en su zona erógena.

Él la hizo girar nuevamente, mientras la besaba en los labios, y compartía con ella los sabores de su excitación. Cuando Chiara quedó sobre su marido y este se incorporó sentándose ella con sus piernas a horcajadas de la cadera de su amante pudo sentir el miembro encendido que le rosaba sus nalgas, y sus labios vaginales, él le expresó su deseo de que ella lo explorara, que hiciera de su cuerpo lo que quisiera, lo que surgiera en su mente y ella deseó darle el mismo placer que momentos antes él le prodigara.

Le sonrió de forma picara, y comenzó a besarlo, en el mentón, en el cuello, en sus hombros, en el pecho, con sus manos lo empujó nuevamente para que se acostara y siguió descendiendo besando sus pectorales, la cicatriz, el vientre, el ombligo, sus, pechos acariciaron el miembro de su esposo que involuntariamente se movió como advirtiendo que estaba en medio de una vorágine de pasión. Ella siguió su camino al sur de Ruggero hasta que contempló un momento los ojos de su amante que la miraban, sin poder creer, tal vez, lo que ella intentaba hacer.

Tomó entre sus manos el falo de su amante, abriendo su boca y sacando su lengua acarició con ella el capullo del miembro de su marido, éste como tocado por un rayo, gimió y se aferró a las sabanas tirando su cabeza hacia atrás, Chiara se detuvo, temerosa de haberle hecho daño, al comprobar que no era así, volvió a lamerlo, con más intensidad, lo introdujo dentro de su boca, solo el glande ya que era demasiado grande para ella, sintió como éste se lubricaba y crecía aun mas, las lágrimas de pre semen se deslizaban del miembro de su amante, las saboreó con fruición pues le agradaba su sabor y su aroma. Siguió dándole placer, acariciando las partes del miembro que no cabían en su boca, acariciando los testículos que se sentían pesados y que llamaban la atención de Chiara.

Las manos de Ruggero tomaron sus cabellos, tirando suavemente de ellos y luego presionando hacia su cuerpo cada vez que el miembro era introducido en la boca de su amante. Con las dos manos, acariciaba la nuca de la mujer haciéndola estremecer, cuanto más intensa era la caricia más presión hacía el en su cabeza, como si intentara que su miembro entrara más en la boca de su amante, pero a Chiara se le estaba haciendo difícil poder contenerlo y respirar, tuvo que hacer un poco de fuerza para liberarse y con lágrimas en los ojos, tratando de conseguir aire para sus pulmones, lo miró a los ojos, le sonrió complacida, por el gesto de pasión en el rostro masculino – ¿te agrada amor? – le preguntó mientras se movía como un felino por encima del cuerpo de su amante hasta que llegó a los labios de Ruggero y los besó con pasión abrazándose a él con desesperación y ansias de que la poseyera.

Chiara, se estremeció cuando él, luego de besarla y abrazarla, tomó una de sus piernas y la llevó a su cadera, aquel movimiento dejó expuesta su vulva que con sumo cuidado pero con pasión, su amante acariciaba con el glande, tomando el miembro con una mano, mientras seguía besándola salvajemente, en un momento las caricias en sus labios vaginales fueron más profundas comenzando a introducir el miembro en su vagina hasta que los movimientos se volvieron más rítmicos aún y cada vez más osados, pero no por ello agresivos, Chiara sabía que él se contenía por la criatura que estaba creciendo dentro de ella y que ambos amaban y cuidarían con sus propias vidas.

Su amante tomó entre sus labios los pezones, alternando de uno al otro, los mordisqueaba, lamia, arañaba con sus dientes, ella como respuesta, estiraba su cuerpo uniendo sus caderas y arqueando su espalda, levantando así sus senos volviéndolos más accesibles a esa boca habida de ellos. Sus manos iban desde la espalda de su amante, descendiendo hasta apretar los glúteos pequeños, musculosos y delineados de Ruggero, haciendo luego el camino inverso llegando al cuello y los cabellos que enredaba en sus finos y largos dedos, mientras se los tiraba en una clara señal de pedirle que se liberara de las ataduras, permitiéndoles gozar con libertad, sin miedos.

Ruggero la abrazó y en el momento giraron, entonces fue ella quien tomó el control de los movimientos dándoles un mayor impulso, entonces sintió que él con picardía aprisionaba sus pechos, inmovilizándola, no permitiéndole incorporarse. Chiara le sonrió divertida, amaba ese juego en que se enredaban de dominación y seducción, dejó que él siguiera dirigiendo y enseñándole como deseaba ser amado. Sus labios se deslizaron por el cuello de él y su lengua fue estimulándolo, lamiendo su barbilla, su mentón, su cuello y el lóbulo de la oreja que aprisionó entres su dientes y succionó una vez, estando atenta a las reacciones que el hacía.

Lo vio cerrar sus ojos, morderse el labio inferior y entonces se abalanzó nuevamente a esa boca que amaba, tomando entre sus labios los de él, ejerciendo la misma presión que con el lóbulo y luego buscando introducir su lengua en la boca masculina para comenzar una batalla entre sus lenguas, para encenderlo en la pasión aún más.

Lo sintió que en cada avance que ella hacía, el movía sus caderas para que su miembro la penetrara, ella sonrió, aunque él creyera que llevaba el control, era ella quien con sus estímulos lo hacía reaccionar y se sintió por un segundo poderosa, casi como una diosa, aunque sus miedos de no ser una buena amante le asaltaron nuevamente, escondió su rostro en el cuello de Ruggero, quien con la respiración entrecortada y agitada, la había soltado para que se moviera libremente, - amor mío os ruego que me digáis si mis besos, mis caricias son para vos tan deseados como las vuestras para mí – dijo sabiendo que en verdad estaba queriendo que le dijera que aún era lo suficientemente deseable.

Se fue incorporando hasta quedar en un ángulo recto con el cuerpo de su amado, y comenzó un movimiento con sus piernas que le permitían elevarse y casi hacer que el miembro de su amante saliera de su vagina para luego caer nuevamente, con una cadencia que fue acelerando y combinando con movimientos hacia los costados, hacia adelante y atrás, con sus manos en el pecho de Ruggero, se dedicó a mirarlo, a estudiar cada uno de sus gestos, de sus resuellos, conocer cuando el placer lo dominaba y que movimientos o caricias le eran más estimulantes.

Las manos de él, la recorrían primero desde su vientre a sus pechos y luego desde su espalda a sus glúteos que como ella lo había hecho ante los apretaba y separaba, marcando el ritmó de la penetración. Ruggero se incorporó, y la abrazó tomando el control y dejando que Chiara descansara, ella lo abrazó por el cuello y hundió sus manos en sus cabellos, mientras lo besaba en
la boca, en la punta de la nariz, en sus ojos y mordía su barbilla, dejando que los gemidos que escapaban de sus labios murieran en los oídos y en la boca de su amante. Estiró su cuello hacia atrás cuando sintió el orgasmo que la envolvía y la nublaba, los labios de su amante se posaron en su cuellos y en la pequeña depresión entre las clavículas, disfrutando del gemido intenso y prolongado en el que ella había caído.

Extasiada por el orgasmo en el que había caído, lo sintió estremecer, aquel movimiento del miembro de su marido dentro de ella le decía que él había llegado al éxtasis también, inundándola de su simiente, sonrió complacida, se apretó a él, no deseaba que su marido saliera de su interior. Se aferró a su espalda anclando su cuello y mandíbula en el hombro masculino. Sintió su abrazo, las manos de él recorriendo su espalda transpirada, el aliento de Ruggero algo entre cortado le provocaba que su piel se erizara, la lengua de él lamió su cuello sudado – sabes a sal y limón – le había susurrado en sus labios antes de dejarla probar aquella sensación salobre que había quedado en los labios masculinos, - y tú sabes al paraíso, amore mio – le dijo mientras despejaba la frente sudada de Ruggero, que por la humedad había quedado algo cubierta por los cabellos que se pegaban a la superficie, con suaves movimientos fue acomodándole los cabellos detrás de la oreja.

Se quedó por un segundo perdida en ese océano que le había devuelto la vida, luego de tanto sufrimiento. Con su mirada quiso expresarle el agradecimiento eterno que tenía para con él, pero solo pudo buscar sus labios y besarlo con pasión, para no permitir que la angustia y los recuerdos la hicieran emocionar.

Con suma ternura Ruggero la recostó en el lecho, la observaba, ella lo seguía con la mirada clavada en la ajena, lo sintió abandonar su vagina y estuvo a punto de protestar, pero los dedos juguetones de él, que se posaron sobre su clítoris mientras el miembro erecto de su amante entraba lento y rítmicamente en su vagina, la estimulaban y penetraban haciendo que el placer se intensificara. Aquella sensación hizo que volviera nuevamente a gemir de placer a buscar acompañar los movimientos de la mano y el miembro de su amante con los propios movimientos de sus caderas.

Sus manos se aferraban a las sabanas, soltándolas luego para aferrarse a los hombros de Ruggero, arañarlos, tomar el cuello y los cabellos y ejercer una presión sobre ellos, demostrando inconscientemente que el goce era intenso. Sus labios se secaban pero su boca se llenaba de saliva de lo excitada que estaba ahogándola, llevó una de sus manos a la mano libre de su esposo y la fue atrayendo a su rostro hasta aprisionar uno de sus dedos en su boca, intentando hacer los mismos movimientos y caricias, con su lengua, sobre el dedo masculino como lo había hecho con el miembro de su amante cuando lo había tenido en su boca.

Su mirada estaba nublada por la pasión que sentía, sus pezones, estaban erectos y clamaban por el calor de esa boca que tanto adoraba. Se sacó el dedo de sus labios, mientras miraba el rostro de su marido que la contemplaba sonriéndole de una forma divertida y a la vez cargada de pasión. – ven amor, dame tu boca, déjame que bese esos labios que adoro – le dijo entre jadeos, deseaba abrazarse a él, sentir el peso del cuerpo masculino sobre su pecho, enlazar sus largas piernas a la cadera de Ruggero y aprisionar así el miembro en su interior nuevamente.