Cosas de la vida [libre]

por Eva* Miér Abr 10, 2013 12:04 pm

¿Cómo olvidas un sueño que estuvo a punto de ser realidad?. Para mí era como una maldición tener que recordarlo cada vez que mis ojos se abren por las madrugadas, en ocasiones ellos mismo lloran de forma inconsciente, de forma silenciosa para que yo no me dé cuenta que mi cuerpo sufre por no haber podido rendir lo suficiente para mi sueño ser cumplido, pero lamentablemente encuentro las lagrimas recorrer por mis mejillas. Algunos dudan que tenga la edad que tengo, pues siempre me ven joven y llena de vida. ¿Mis ojos les trasmite vida? Que equivocados están, todas aquellas personas que ven en mi una niña llena de ilusiones. Tengo ya treinta años. Luche para mantener mi sueño de ser bailarina en los grandes teatros del mundo en lo alto, pero mi cuerpo ya no da para más, mi rodilla es la maldición de todo ser artístico que necesita su cuerpo para expresarse. Me siento bien, gracias a mis pocos minutos de fama, mis padres lograron superarse y ahora tienen una tienda que les dará de comer a ellos y a sus nietos, además si mis hermanos son buenos seguirán con ese negocio, a mi no me interesa, no estoy emocionada porque me dejen aun ser inversionista, pues siento que no merezco ganar algo de aquel lugar, no produzco, no soy la capital de aquella tienda, pero mis padres me han negado sacarme y estoy segura que siempre aparecerá una cantidad de dinero proveniente de las ganancias de ellos.

Me siento tan patética, me arriesgue, me arriesgue como muchas personas lo hacen para poder seguir adelante. Mi cuento de hadas no fue un final feliz, fui una de miles de personas que se atreven a apostar más y pierden la partida. Hubiera dado cualquier cosa en mi vida para poder seguir y ser una de aquellos pocos que triunfan, pero al ver mi debilidad, al ver que camino con un bastón solamente se reían de mí y rápidamente concluían que ya no daba para más. Mucho me traicionaron, aun puedo sentir las heridas en la espalda, el ardor del metal cuando me apuñalaron por detrás, que cobardes… bajándome la mirada, sintiendo lastima por mi ¡hasta mi propia familia lo siente! Por eso me aleje de todos y busque yo sola la estabilidad.

Aquel día era uno tan normal como los anteriores, iguales, cortados con el mismo cuchillo, el primer pensamiento que recorrió mi cabeza fue el de mi antiguo manager. ¿Dónde estaba? Tal vez conquistando a otra mujer que supiera bailar. Ya no terminaría llorando siempre que pensaba en lo que pude hacer. Me levante sujetando mi bastón para poder movilizarme sin sentir el dolor que siempre se concentraba en la rodilla cuando dama exactamente 300 pasos sin él. Me acomode mi cabello rojo, mi cuerpo siempre estaba perfecto, gracias a los entrenamientos que sufrí, al parecer nunca se volvería flácido, algunos decían que parecía una joven de 23 años ¿Cuál era mi secreto? No lo sabía… era mi metabolismo. Acomode un vestido fresco, mi herida se oculto, pero nunca podría ocultar aquel bastón negro que siempre me acompañaba, el era mi fiel compañero, el que nunca me abandonaría, aunque este quisiera.

París era uno de los lugares que mas amaba, no podía odiarlo, las personas feliz que en ella habitaban, eran simplemente envidiables, no me importaba sonreír de sus alegrías, pues en mi vida ya no había ninguna de ellas. No tenía hijos, pareja menos, era demasiado malhumorada como para aceptar una relación con alguien. Caminaba tranquilamente por aquellas calles, en ocasiones veían de reojo como algunas personas veían mi bastón, me hubiera gustado hacer podido darles una reprimenda con ella, pero me imagino que se preguntaban qué era lo que una mujer tan joven hacia con un instrumento de ancianos. Me alce los hombros, ya estaba acostumbrado a ello. Seguía caminando con mi cabeza bien en alto, pues aunque quisiera tirarme por un barranco y terminar con mi vida, la cual carecía de ningún sentido, era demasiado orgullosa para admitir la derrota.

Mi bastón, mi amigo, mi compañero se había quedado atorado en una grieta de aquella calle, pude escuchar como la madera crujía al romperse, no tenía la fuerza en la rodilla y flanquee apenas el bastón negro se había destrozado, caí hacia el suelo, mis manos se pusieron rojas por el contacto de la tierra y las piedritas que chocaron contra mi piel. Me mordí los labios mientras mis cabellos sueltos ocultaban mi rostro. Paris me odiaba, ya lo podía ver todo, la vida me estaba diciendo que yo debía estar abajo, que no debería estar viviendo. ¿Por qué no mejor morir de una vez por todas? Era mejor dejar de luchar y rendirse completamente. Sin darme cuenta porque empuñe mis manos, sintiendo como mis uñas sufrían por la textura en donde eran sometidas… Al final… ¿Qué me estaba diciendo la vida?

por **Mauren Morgan** Miér Abr 10, 2013 7:38 pm

Había algo innegablemente hermoso en la decadencia de esas calles, como las almidonadas damas paseando para exhibir orgullosamente los últimos instrumentos de tortura con que adornaban sus existencias vacías de pasión, hermosos jarrones que decorarían la casa de un afortunado caballero, mientras su “adorado” esposo liberaría sus instintos animales en algún sofocante cuartito por unos peniques si no es que por menos.

Paris… bella hipócrita, ciudad de promesas rotas y sueños destrozados. ¡Me encanta esta ciudad! Salvaje e indómita bajo su mascara de rígidos preceptos. Quiero sumergirme en su inmundicia y saborear el agónico éxtasis de sus placeres. Deseo sentirme arrastrado por sus promesas y llorar como un niño abandonado cuando golpee mi rostro con toda su crueldad, sin embargo no soy dueño de mi mismo para hacer tal elección.

En ocasiones como esta siento el peso de mis cadenas, aquellas que me limitan al tiempo que me protegen “¿Qué sería de mi sin ellas?”, camino mi propia senda de la destrucción sin necesidad de ayuda externa, pero aquí estoy como un espectador silencioso que observa aquel caos deseando formar parte de él.

Me siento un poco como un intruso, mi piel de gato siempre ha sido más cómoda que aquellos trajes obscuros, si por mi fuera caminaría desnudo antes que enfundarme en esas prendas tan desfavorables, pero mi amo no volvería a dejarme salir si hiciera algo semejante, a pesar de lo cual con cada movimiento entorpecido por ellas más tentado me siento a arrancarlas. Se como comportarme, a pesar de mi desprecio por los simios bípedos, he aprendido a parecer uno más, a sonreír y saludar, entiendo de religión y puedo hablar de política si llegase a ser necesario ”pero preferiría ser despellejado a llegar a esos extremos”. Mi belleza los atrae con facilidad, fue así como acabe rodeado por tres bellas señoritas con sus respectivas sombrillas y sus risas musicales, propias de su buena educación, charlando de algún asunto aburrido sobre los lugares de moda mientras trato de mantener la farsa elogiando sus ridículos sombreros o su pueril belleza mortal, aquella que acaba por marchitarse con la misma rapidez que las flores cuando los rigores del matrimonio y los partos consecutivos hayan hecho sus primeros avances.

Y mientras charlo sobre frivolidades veo a aquella mujer caminando con su bastón como si estuviese marchando rumbo a alguna guerra, hay sombras en sus ojos y amargura en sus labios a pesar de lo cual sigue siendo bella como lo son las mariposas que apenas viven para saludas a la primavera. Cuando su bastos se rompe consigue la atención de toda la calle, incluso mis recientemente conocidas “amigas” se giran a mirar la causa del estrépito.

”Desdichada criatura… ¿A dónde se ha ido toda esa furia de hace un instante?”, no siento pena por ella, este es un mundo hecho sólo para los fuertes, así es como debe de ser, el débil no es acto para sobrevivir, pero tampoco me alegro de su desgracia… todos caemos alguna vez.

- Si esta en el suelo es de quien lo recoge – dijo mientras la agarro por el brazo para ayudarla a levantarse, espero ver una sonrisa o al menos escuchar sus gritos de indignación, eso se me da bastante bien como podrían atestiguar las doncellas de mi amo.

por Eva* Sáb Abr 27, 2013 8:38 pm

La gente miraba, bueno no me importaba, pero ya estaba cansada, no sabía si podría levantarme de ese lugar, si daba más de veinte pasos comenzaría mi dolor, aquel dolor que podria volverme a tumbar en cualquier momento. Maldije por debajo, algo me sujeto, me levanto de un empujón, en realidad no sabía cómo reaccionar, alce mi mirada con un poco de asombro de ver como aquella persona. La decadencia es inminente, por eso me sorprende de que haya alguien que pueda sujetar mi brazo sin querer nuevamente empujarlo y pisotearme, como muchos lo han hecho toda su vida. Miro rápidamente hacia abajo, le dedico una mirada triste al bastón destrozado, algunas astillas estaban regadas por todo el lugar, dos partes, dos pedazos, ya era obsoleto, nadie más te deseara, querido, tu vida de servirme ha terminado. Le había dedicado una sonrisa de despedida a mi antiguo compañero que se había ido para siempre, mis manos rápidamente se aferraron a la tela de aquel brazo, mis piernas temblando se apoyaron bien hasta quedar rígidas, como siempre puse mayor peso en mi pierna sana, dejando al aire y sin ningún tipo de peso la pierna delicada, destrozada, inservible .

Su voz, lo que había dicho hace unos segundos antes de sujetarme y levantarme llegan a mis oídos de forma retardada, me hace sacar una risilla mientras le miro, con alguno de mis cabello alborotados en mi rostro, en aquel rostro que parece tan joven, pero que en realidad es tan viejo que muchos se sorprenderían –Entonces… ¿Soy algo alguien puede recoger?- pregunto con una sonrisa algo desgastada en sus labios, baje mi mirada, me acomode un poco, tuve que presionar, poner peso en mi otro pie y eso me trajo una expresión de dolor en mi rostro, fue una punzada rápida, mi pierna parecía decir que no me quería, algo decepcionante y verdaderamente triste. –Lo siento pero creo que nadie querrá tener a una muñeca rota en su poder- comente con cierta amargura en mis palabras.

Ya era momento de dejar aquel joven atrás, agradecerle con una leve reverencia su amabilidad y dejar que se fuera, que fuera libre y sin ninguna responsabilidad –Gracias por haberme ayudado- indique bajando mi cabeza, una de mis manos acomodo cada uno de los cabellos rebeldes que quería estar al frente, no, ese no es su lugar, ustedes deben estar detrás de mí. Poco a poco deje de sentir mis dedos aferrándose a su brazo, mi cuerpo cada vez más alejado de el, di un paso hacia un lado. Dolor, dulce, dulce dolor, mi mueca normal y luego una inclinación hacia el joven. Era hora de volver a caminar con el demonio a un lado, quien te pinchaba la rodilla con su tridente, para divertirse con el sufrimiento de una bailarina sin pies.

por **Mauren Morgan** Jue Mayo 02, 2013 6:44 pm

- Algunas cosas son más bellas cuando están rotas – le digo mientras la tomo del brazo sin pedir su permiso, es evidente que sin su bastón no iba a llegar muy lejos – ¿A donde se dirige señorita? Es posible que la casualidad me lleve en la misma dirección y pueda ser su bastón por un rato – En realidad no tenía nada mejor que hacer y estaba algo desesperado por huir de las jóvenes que me observaban esperando que regresase pronto a continuar nuestra vacía charla.

En definitiva no me considero un caballero y menos aun un alma noble, he visto demasiado para creer en la bondad o la nobleza, lo que hago siempre esta motivado por un capricho, así esta dulce criatura herida no tiene otro objetivo que proporcionarme un instante de distracción.

- ¿O quizás preferiría acompañarme a beber algo en la cafetería? No esta muy lejos de aquí, y según dicen tienen unos bollos exquisitos – la comida debería ayudar, tener el estomago lleno siempre me hace sentir mejor – Me estaría haciendo un favor ¿sabe? Comer a solas es un poco deprimente… me hace sentir mesquino y eso no es bueno para la digestión – Además su presencia mantendría a distancia a las jovencitas casamenteras, lo cual me permitiría disfrutar de cierta calma, al menos ella no parecía la clase de chica que me agobiaría hablándome de la importancia del matrimonio o de almas gemelas.

por Eva* Vie Mayo 10, 2013 1:17 pm

Tenía un aire agradable, jodidamente agradable, no pude evitar sentir que tenía un aspecto algo femenino, no por la forma en que se vestía, pues todo lo que trasmitía él, decía que era un hombre completo o más o menos, pero sus fracciones eran demasiado femeninas para mi gusto, pero eso solamente hacía que me sintiera más cómoda con él, odiaba a los hombres fornidos y elegantes, tal vez era por mi extraña orientación, en donde veía más atractiva a las mujeres con sus curvas, sus senos voluminosos y un rostro delicado. Me sentía un poco aturdida, era cierto no iba a llegar a ningún lugar, pero él debería dejar de ser tan amable, comenzaba a irritarme, porque en realidad era una forma de ocultar el verdadero sentimiento que florecía en mi y que cuando el bastón se rompió, muchas personas pudieron ver, claro si pusieron atención, tal vez aquel hombre. ¿Era hombre cierto? Mire su rostro, baje por su cuello, buscando en su pecho alguna señal de que fuera una señorita, no, era un hombre, no estaba segura si completo, pero no tenia pechos, su pecho estaba plano. Eso no me era interesante, desvié la mirada mientras este seguía irritándome levemente.

-Deberá disculparte, aunque en realidad no espero que lo haga; pues nunca espero nada de nadie- le había dicho con aquel tono amargo que parecía siempre estar en mí –No estoy acostumbrada a que me ayuden- tal vez tenía demasiado orgullo para ello, por eso no dejaba que nadie se me acercara, por esa razón le había exigido tanto a un pedazo de madera que se había quebrantado tan fácilmente. Recordé a mis alumnas, aquellas niñas que se quejaban de que yo fuera muy estricta, siempre le mostraba como ejemplo mi pierna, ellas horrorizadas buscaban hacer todo de la mejor manera, evitándose algún tropiezo para no quedar como lo estaba yo, eso me provocaba risa, pero a la vez cierta satisfacción, pues al menos estaba siendo algo productivo.

-Tengo tiempo que no salgo con alguien- había confesado sin mucha emoción en mis palabras-Ah… no te preocupes- le digo luego de notar una extraña expresión en su rostro, a lo mejor estaba pensando que yo buscaría conquistarlo. –Con treinta años encima ya no te interesa mucho buscar un alma gemela, prefiero estar atenta a las futuras estrellas del baile, tal vez si tengo suerte…- si suerte… aquella que se me había acabado hace ya muchos años –Tal vez solamente tal vez… pueda mojarme con un poco de su gloria, siendo yo; claro está. Las que las ha llevado hasta ese lugar, en donde yo un día estuve- se podría decir que esperaba un poco de crédito, al menos empaparme con su gloria, aunque fuera unas cuantas gotas que salpicaran mi patético ser, pero la verdad no esperaba nada, la verdad de todo era que si triunfaban o no, para mí era lo mismo, solamente buscaba una distracción mientras mis días terminaban.

-Acepto su invitación…- debía ir a sentarme rápido, a lo mejor pagaría alguna carreta para que luego me llevara a casa, pues caminar, para mí esa no es una opción –Como ya ve, caminar para mí no es algo muy sano- le indique suavemente, esta vez sin tristeza, ni amargura en mi noto, más bien resignación. Había perdido contra aquel hombre con aire extraño, se había convertido en mi bastón sin darme cuenta –Me dirá loca, pero cuando veo a sus ojos veo más años de los que su cuerpo dice, veo también experiencia y sabiduría que se aprende con los años- había hablado de forma tranquila, algo trivial para mí en realidad. Mi rostro joven ocultaba bien mi verdadera edad, bueno ya la había revelado, en realidad no me importaba decirla en público, aunque tener esa edad y estar ni casada y sin al menos un hijo, era como haber perdido el tiempo de esta vida. ¿Lo había perdido realmente? Tal vez si hubiera agarrado otro camino, estaría en este momento con un par de jóvenes a mí alrededor con un esposo trabajador que lograría querer luego de un par de años y simplemente soñaría con las oportunidades que nunca acepte…

No, no me arrepentía de nada, ser como era, para mí era lo mejor o mejor dicho, haber sido la mayor sensación del espectáculo, de la danza y del teatro, para mi había sido maravilloso, aun podía sentir el olor a polvo en mis mejillas mientras interpretaba alguna pieza importante de ballet en los lejanos países y también aquí en parís, algunos me recordaban, otros no, extrañamente me ofrecían aun papeles que amargamente debía rechazar porque no podía dar tres pasos sin que me doliera la rodilla. Habíamos llegado a la puerta del café que había dicho aquel hombre. Le mire nuevamente, no sabía su nombre y el tampoco el mío, sonreí suavemente –Evageline, me llamo Evangeline ¿y usted es…?- dije amablemente, pero aquel nombre no me era muy complaciente, prefería que me llamaran Eva, aunque también había un poco de amargo en mi nombre artístico, porque me había recordar todo lo demás.

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