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Malkea Ruokh: el Guía de las Ánimas 2WJvCGs


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Malkea Ruokh: el Guía de las Ánimas 2WJvCGs
PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Malkea Ruokh Lun Jul 29, 2013 10:19 pm


Nombres en el pasado: Jehan Desmarais
Aurélien Fournier, Deimos Halkias.
Edad: 27 años.
Año de Nacimiento: 1772.
Lugar: Casseneuil, Guyena y Gascuña.
Residencia: Hôtel de Sully, París.
Orientación Sexual: Bisexual.
Especie: Humano.
Tipo/Clase social: Brujo de Clase Alta.
Poderes: Hechicería, Percepción del Aura,
Nigromancia, Titiritero y Dominación.


ÍNDICE



♦ Altura: 187 centímetros

♦ Peso: 60 kilogramos

♦ Rasgos faciales: sus rasgos son algo extraños, alejándose de la belleza clásica. Una nariz sutilmente cóncava conduce a unos labios carnosos que se comban hacia arriba en último término, partiendo desde unas cejas casi rectas que, aunque no demasiado grandes, sí son frondosas. Por el contrario, sus orejas sí sobresalen del perfil del rostro. Sin embargo, lo que más llama la atención de su cara son esos dos ojos, en origen azules, que han perdido su saturación hasta casi volverse blancos y esas líneas que recorren su piel, evidenciando unas venas por las que no corre sangre, sino una sustancia que emite una leve luz nívea.

♦ Cuerpo: hay dos cuestiones que definen su silueta: su altura y su complexión enfermiza. Sus músculos se definen más por la falta de grasa que por la fuerza de los mismos, pues nunca ha sido un habituado a hacer más ejercicio del estrictamente necesario. Además, el escaso vello que posee, a excepción de en las piernas y el pubis, permite ver cómo las principales venas del cuerpo evidencian su paso por ese resplandor que ahora caracteriza su nueva "sangre": el éter puro que corre por su cuerpo. Además, tiene un tatuaje en el antebrazo izquierdo que evidencia su seguimiento de las teorías beskideas.

♦ Vestimenta: suele vestir de colores más bien neutros o de tonos acromáticos, teniendo predilección por el contraste entre blanco y agrisados o negro. El mayor agradecimiento que tiene que hacer a los liberales, aparte de otorgar una situación inestable en el país, es el de convertir el pantalón como prenda de uso cotidiano para cualquier clase social, relegando las incómodas calzas y las medias al fondo del cajón. Suele usar botas y huye de los bordados, así que sus tejidos siempre son lisos. Siempre lleva una capa que le permita cubrirse la cabeza con una capucha para ocultar esos caminos que llevan su piel y no suele portar ningún complemento salvo, quizás, un reloj por su utilidad práctica.

♦ Personalidad: definir a Malkea Ruokh brevemente no es algo sencillo si se quiere llegar a conocer realmente al personaje; sin embargo, de tenerse que describir en una palabra, ésta sería reservado. Nadie, salvo Anna, ha sabido íntegramente su pasado y son pocos los afortunados que conocen algún retazo de su vida. No se avergüenza de la clase social de la que procede, sino de los sucesos que ha debido soportar. Es exageradamente orgulloso, y eso, aunque le haya jugado malas pasadas en ocasiones, es una parte indiscutible de su día a día. Sarcástico, cortante, no es tan difícil de tratar de como lo fuere en un pasado cercano, pero aun así, sigue sin agradarle la compañía. Muchos achacan su forma de ser a creerse superior a los demás, lo cual, en cierta medida es cierto, pero falso en esencia; su desprecio al mundo se debe, principalmente, por lo que  en el pasado el destino le ha deparado. Siempre suele ser muy irritable, hecho aumentado por la dificultad que tiene para dormir por regla general. En realidad, su único momento de debilidad es cuando despierta a continuación de haber tenido una de sus fuertes pesadillas, por lo cual jamás deja la puerta de su cuarto abierta. En los últimos años, su estabilidad mental ha menguado y es posible que, en diversas ocasiones, entre en estado de enajenación mental. Sus nervios son, a veces, difíciles de controlar, y puede perder la paciencia hasta el punto de volverse violento. Suele controlarse, o intenta hacerlo, pero no siempre puede no olvidarse de este objetivo.

♦ Gustos y placeres: el piano, desde luego, por gusto y, sobretodo, por desahogo. En el pasado, solía pedir que le instalen un piano en donde se hospedara, en su habitación, de pared normalmente, por obviedades técnicas, pues es prácticamente lo único que consigue aliviar su dolor interno. Sin embargo, rara vez lo toca con alguien delante, no, al menos, sus composiciones personales, con la salvedad de Valko, pues quiera o no, comparte casa con el húngaro y, aunque quisiera, no puede evitarlo. Al margen de eso, poco es lo que le tranquiliza o lo que disfruta realmente.

♦ Conocimientos y habilidades: sus conocimientos no son muy extensos, debido a su modesto origen. A parte del piano, su interés no se centró realmente en ningún otro campo, aprendiendo, eso sí, a leer y a escribir. En cuanto a idiomas, apenas sabe poco más que su lengua materna, occitano, y el francés, amén del idioma que utiliza para invocar a los espíritus. Nunca se permitiría hablar mal un lenguaje, requisito casi indispensable para progresar en su estudio. Lo poco que sabe es gracias a las lecciones que recibió en Montluçon, en casa de los Polignac. Gracias a haberse encontrado con Anna, fue iniciado en las artes mágicas, en aquella teoría, casi secta abierta, que se autodenomina beskidea (ver anexo).

♦ Intereses: Malkea Ruokh ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Desde hacía cinco años antes de intentarlo, su único objetivo era resucitar a Étienne y a eso dedicó todo su esfuerzo. Fue ese el principal motivo por el que quiso aprender acerca del mundo de las artes ocultas y la única esperanza que lograba motivarle. Al fallar, una crisis se cernió sobre él, algo que se agravó al recibir la noticia de que una enfermedad degenerativa estaba haciendo estragos en sus pulmones. Desde aquel momento, el salvarse de la muerte terminó por convertirse en una obsesión. Una vez solventado ese problema, se encontró sin finalidad real para con su vida, sumido en soledad, ya que Anna está muerta y Valko no cuenta para él. Sin embargo, la resolución de ciertos enigmas de su vida aclararán su visión general de la misma y se traducirá en una nueva perspectiva para con el pronto futuro.

♦ Manías: aparte de dormir con la puerta cerrada con cerrojo, y no descansar con nadie, es un maniático de la puntualidad, sólo faltando a citas o llegando tarde cuando él mismo se lo propone, no admitiendo reprimendas por ello; por el contrario, si alguien llega tarde a sus citas en demasía, tiende a marcharse, más por desprecio que por aburrimiento.

♦ Miedos: un peso fuerte en su personalidad, aunque jamás llegaría a aceptarlo. En el fondo es un alma asustada, que esconde esa realidad por encima de todo. Miedo a conseguir algo y que se lo arrebaten, miedo a la decepción, miedo a ser débil, miedo a que le dominen, miedo a enamorarse, etc. Pese a todo, logra ocultarlo, pues ni siquiera él es consciente de esto. Malkea Ruokh es un alma libre, que no soporta las ataduras o las imposiciones de cualquier ser mundano. Si hace algo, será porque así lo quiere; al fin y al cabo, casi siempre ha sido capaz de escapar de las situaciones que no le gustaban. Odia la debilidad, no la ajena, si no la propia, por lo que busca evitar cualquier situación que le exponga hacia esto. Él debe de ser el mejor en lo que se proponga, cueste lo que cueste; no puede ser inferior.

♦ Orientación sexual: desde el fracaso de la resurrección de Étienne, el campo amoroso ha quedado teóricamente más abierto, aunque sus inseguridades, su distanciamiento con el mundo y su poca predisposición hacia ello dificultan esto en amplia medida. Al margen de eso, la ambigüedad moral que vive le hace no tener predilección por un género u otro. Es consciente de sus necesidades físicas y no se las niega, pero prefiere evitar cualquiera situación que tenga que pasar por el cortejo o, mucho peor, los sentimientos. Por ello recurre a prostitutos y, preferentemente, cortesanas, aunque en menor medida que antes. Hace años se dio cuenta de que tenía un gusto desarrollado por la sangre y que ésta, en encuentros sexuales, le excitaba; aunque él era consciente que detrás de aquello debía haber un complejo pensamiento lógico elaborado por su subconsciente. De todas formas, son contadas las veces que ha llevado a cabo esa perversión. En una ocasión, dispuesto a saciar ese apetito, el cuerpo del cortesano, débil, quedó sin vida, inicio de un nuevo desorden con el que el gascón debería cargar: necrofilia. Sin embargo, sólo mantendría relaciones con cadáveres recién muertos, aún calientes de forma natural. Quizás su violento pasado y la euforia de su primer asesinato lo hayan trastocado de forma irreversible.


Un grito de furia e impotencia fue ahogado, como otras tantas noches, contra la cubierta de una mullida almohada. A continuación, el lamento fue seguido de un leve sollozo que sólo hacía que insistir en las emociones ya descritas. Después, tras un suspiro, la pieza quedó en un inquietante silencio.

El largo cojín recubierto de raso se desprendió poco a poco del rostro aniñado de aquel muchacho, descubriendo unos rasgos simétricos a la par que discordantes, pero también unos ojos iracundos tan que abatidos. Su pelo castaño oscuro, casi moreno, caía sudoroso, pegándose contra la frente, al tiempo que aquellas pupilas azuladas se perdían en el infinito, en la nada. Pensaba, sí, pensaba en el mal sueño que había tenido, una pesadilla ¿Una? No, una entre otras tantas. Se repetían constantemente, variaban en tema, forma o apariencia, pero siempre coincidían en algo: no eran agradables. Agravios, muertes, injurias o violaciones eran algunos de las visiones que bien pudieran a veces confundírsele con su vida real, con sus recuerdos, con su pasado...
Septiembre de 1795, París.


I. De la Infancia de Jehan
Jehan Desmarais había nacido hacia el final del otoño de 1772 en Casseneuil, una villa localizada en la Aquitania francesa. Su padre era uno de los tantos jornaleros que poblaban la región, pero a diferencia de los demás progenitores del lugar, él, en realidad, no era su padre. Nadie, salvo quizás su madre, tenía constancia de quién podía ser el de verdad. Se rumoreaba que quizás fuese uno de los nobles de la zona, o quizás un amante de un circo ambulante, incluso se había llegado a decir que era fruto de un incestuoso encuentro con uno de sus parientes. Fuera como fuese, la mujer se llevó consigo el secreto a la tumba, cuando el muchacho tenía el lustro de edad. Hasta entonces, el niño había crecido contando con el amor de ella, aunque un escaso apego de su padrastro, por razones obvias.

A partir de los seis años, con su madre ausente a causa de una fatal neumonía, el niño fue relegado casi a la más profunda soledad familiar. Bastardo, como era, fruto de una relación extramatrimonial y amoral, sólo un reducido número de niños y de almas cándidas se atrevían a tratar a Jehan como lo que en verdad era: una persona; el resto, bien se afanaban en insultarle, rechazarle y hacerle objetivo de un buen número de humillaciones.

Su padrastro, como buen número de hombres de pueblo, era dado a la bebida, pasándose frecuentemente con ella, habiendo traído consigo la violencia a la casa. Al margen de lo ya mencionado, el hombre no era una mala persona, sólo un varón adulto con el ego herido a causa de aquella infidelidad y con una afición que le hacía perder el control sobre sí mismo. Así, sin tener una mujer con la que desfogarse, al cabo de los meses fue siendo objeto de necesidades físicas propias de su género. De esta manera, sin tener dinero suficiente como para pagarse a una meretriz y bajo los efectos del alcohol, terminó por descargarse con el chico.

A partir de entonces, la vida de Jehan empezó por volverse más complicada. Su contacto con el mundo exterior comenzó a ser cada vez más escaso, rehuyendo de la conversación o el juego con el resto de niños, incluso de aquellos que le trataban bien. Su carácter poco a poco se volvió más difícil de soportar, teniendo ataques de ira y comenzando a adquirir manías que tardaría años en quitarse, si realmente logró tal hazaña. Esa no fue la primera vez que su padrastro le violó. Los encuentros se repetían varias veces al mes, por mucho que el chico pidiera clemencia o intentara zafarse, incluso cuando, al fin, éste volvió a casarse.

Así fue. Teniendo el muchacho nueve años, el hogar volvió a contar con presencia femenina y, por si no fuera suficiente con una mujer, el número se había elevado a tres. Casi se podría decir que aquel matrimonio había sido más bien por conveniencia que por verdadero amor. Ambos dos cónyuges eran viudos, uno con un hijo bastardo y la otra con dos muchachas de su matrimonio anterior, y, mientras una necesitaba de un sueldo más o menos fijo, el otro necesitaba de alguien que cuidara la casa y mantuviera a su hijo en vereda, al cual no hacía mucho que habían encontrado cebándose con el cuerpo muerto de un conejo, al que, previamente, había roto el cuello. Su madrastra pertenecía a ese grupo de gente que creía que ese muchacho estaría mejor fuera del pueblo, no deseándole la muerte por no odiar al prójimo cristianamente, más que por deseo propio. Sus hijas, de igual modo, eran de opinar parecido; él, por su parte, no hizo mucho por tratar de cambiar su parecer.

Jehan no aguantó mucho más de un año esa situación. Pasaba las horas, e incluso días o alguna semana fuera de casa, casi viviendo como un salvaje en los bosques. Milagro o suerte que hubiera sobrevivido a la intemperie, aunque su carácter lleno de furia y violencia contenida era más que suficiente como para hacer frente a los pequeños contratiempos que le deparaba la vida, para él verdaderas pruebas, dada su temprana edad. Al fin, una noche, después de que su padre se hubiera vuelto a pasar con él, decidió que todo eso había terminado, que prefería cualquier otra cosa que le trajese el futuro a eso. Recogiendo sus casi nulas pertenencias, echó un último vistazo a aquel monstruo que había torcido su vida, reprimiéndose para no lanzar su mano hacia el tosco cuchillo que colgaba de su cinturón. Dándose la vuelta, abrió la puerta para marcharse.
II. De su llegada a Montluçon
Su camino y sus pasos le alejaron de la costa, conduciéndole hacia la región de Auvernia, un viaje que, en realidad sin rumbo, le llevó varios meses, viviendo casi como había sobrellevado la temporada anterior. El destino quiso que, tras andaduras, terminara por arribar a la ciudad de Montluçon, donde, después de andar perdido por las calles, le terminaron por conducir hacia un orfanato local, donde le prometieron comida caliente y un lecho que no estuviera a la intemperie. El muchacho, esperanzado, aceptó. No le mintieron, tuvo lo que le habían dicho y, más aún, obtuvo lo que en su vida había conseguido: una compañía más o menos agradable. Allí, entre todos esos niños, encontró gente que no se interesaba tanto por su pasado y, a la que si lo hacía, podía eludir o engañar. En efecto, allí fue donde, en verdad, Jehan aprendió las grandes ventajas que podía traer consigo la mentira, sobretodo si era una mentira bien hecha y que difícilmente pudiera ser descubierta. En el orfanato el chico reencontró aquello que se pudiera llamar amistad, aunque él mismo desconfiara de los que se suponía que eran sus amigos, guardando gran parte de su vida y de sus pensamientos y opiniones para sí mismo. Por otro lado, su temperamento se templó, relajándose, pero aún presente aquella reserva hacia el mundo y aquellos arranques de furia, incontrolables y a veces impredecibles, en ocasiones fruto de nimiedades. La vida de Jehan no era espléndida, pero el garçon no se quejaba; prefería aquello mil veces a sobrevivir en la naturaleza, por no hablar de lo que ya había pasado con anterioridad. Pero, como todo foco de felicidad, por muy ínfimo o dudoso que sea, éste también tendió a atraer la desgracia, como, de hecho, hizo.

Por aquel entonces, Jehan ya sufría aquellas pesadillas que, noche sí y escasa noche no, llenaban sus horas nocturnas. Tal era la intensidad de aquellos malos sueños, que habían tenido que habilitar un pequeño trastero para que el chico durmiera alejado de sus demás compañeros, para no despertarlos. Pues bien, aunque el muchacho era celoso con el verdadero contenido de sus sueños y, más aún, con el motivo que los causaba, al final sintió la necesidad de sincerarse con alguien y, ante la insistencia del administrador del orfanato, le contó su historia. La compasión por aquel muchacho y la escasa comprensión que pudiera haber mostrado pronto desaparecieron; en su lugar, solamente quedaron una retahíla de palabras que se tornaron en forma de extorsión: si Jehan no quería que el párroco se enterara, el cual, según él, le tacharía de sodomía, debería darle algo a cambio; debería hacerle ciertos favores. Así, a la edad de trece años, el muchacho se convirtió en un amante efebo para el administrador del orfanato.

Unos cuantos meses después, Jehan conoció a otra persona que, si bien en un principio chocaron, terminaría por convertirse en alguien bastante importante. Aquel al que nuestra historia se refiere, era Étienne de Polignac, segundo hijo de una familia noble, reconocida en la región. En un principio, el agrio carácter del muchacho, sumado a, quizás, la envidia que sintiera con ese varón al que la vida había sonreído desde un primer momento, hizo que ambos dos chicos no empezaran llevándose bien, pero, una pelea callejera en la que el aquitano estuvo inmerso y de la que no salió bien parado, terminaron por unirles. El maltrecho estado en el que acabó Jehan pareció conmover a Étienne, el cual lo llevó a su casa para que se recuperara. Aquel fue el inicio de una amistad que, con el paso del tiempo, fue volviéndose más sólida y profunda.

Fue gracias a ese nuevo brillo de esperanza que volvió a encontrar un rumbo a su vida, una razón por la que luchar y, sobretodo, un punto alrededor del cual determinar qué quería y que no y, desde luego, los encuentros con el administrador no eran de su agrado. De esta forma, en solitario, comenzó a convencerse de que tenía que liberarse de él, que tenía que escapar de allí, pero sin ponerse en peligro, sin arriesgarse a que el párroco se llegara a enterar de aquella situación y de la que anteriormente ya había vivido, y él sólo creyó que había una forma de hacer tal cosa. Unas noches después, el administrador acabó con un cuchillo atravesando su pecho, al tiempo que la sangre caía sobre el torso desnudo de Jehan. Por unos instantes el chico se sintió extremadamente bien, eufórico, aunque, después, la urgencia por abandonar el lugar le atenazó. El muchacho ya tenía previsto dónde marcharse, así que no tardó en aparecer en las cercanías del palacete donde Étienne residía.
III. De su vida con los Polignac
En un principio, Jehan vivió escondido del resto de los habitantes de la casa, pero, como era obvio, al final terminó siendo descubierto. El padre, que por algún casual se llamaba de igual manera, pero en francés contemporáneo, viendo la unión que había entre ambos, aceptó al chico bajo su techo. Por primera vez, Jehan tenía algo que llamar hogar de verdad, por mucho que pudiera sentir que, en el fondo, no pertenecía a aquella familia. Allí fue donde entró en contacto con lo que, en realidad, pasaría a ser su pasión: el piano. Étienne sabía tocar decentemente aquel instrumento y el gascón pronto se mostró deseoso de imitarle. Al comienzo su avanzar fue lento, pero pronto superó a su amigo, dado las largas horas que pasaba delante del instrumento.

Durante esos primeros meses en la casa, la convivencia y el roce diario terminaron por acercar aún más a ambos chicos, cuya diferencia era poco menos que dos años. Ambos dos tenían por costumbre pasar la mayor parte del tiempo posible juntos y, fue en uno de esos fríos días de invierno cuando, al final, sus miradas, sus pensamientos y sus deseos se encontraron para que, al final, sus labios terminaran por fundirse en uno solo. Jehan y Etienne se convirtieron en una especie de amantes ilícitos, pero, esta vez, con el apoyo de ambos a tal relación. Siempre llevaron en secreto sus encuentros y sus sentimientos, cosa que, en realidad, no les resultaba muy difícil, pues desde siempre habían estado muy unidos y ya no extrañaba a nadie que casi no se separaran. Pero, unos pocos días antes de que Jehan cumpliera los diecisiete años, el mal azar volvió a hacer presencia en la vida del chico. Étienne le comunicó que estaba prometido. Su padre le había encontrado esposa entre la alta burguesía adinerada, de forma que una familia obtuviese un título nobiliario mientras que el futuro del muchacho estaba bien asegurado. Obviamente, a Jehan la noticia no le sentó muy bien. Días después, en la cama de Étienne, ocurrió la desgracia. El desvelo de la noche, el éxtasis del sexo, sus vivencias pasadas, las violaciones de su padrastro, el chantaje y el asesinato del administrador, los celos y el miedo a perder a Étienne, todo se mezcló en una amalgama que hizo al chico perder la cabeza, perder el norte, la conciencia acerca del tiempo y del espacio, el propio control de su cuerpo. En ese estado, el resultado sólo podía ser malo y, de hecho lo fue. Mató a Étienne.

IV. De Aurélien: Pianista y Brujo
Escapó de aquella casa, de aquella ciudad y se marchó lejos, a donde fuera que el destino lo llevase. Durante aquellos años había ido consiguiendo unos fondos a partir de la asignación semanal que Jean de Polignac le había concedido, por lo cual terminó viajando a París. En el camino poco hizo más que mortificarse.

Una vez en la capital, Jehan, que se había decidido a cambiar su nombre por el de Aurélien Fournier, se dirigió a uno de los hoteles que plagaban la gran villa. El muchacho perdió dos semanas, viendo como su dinero iba disminuyendo, mientras que su vida, sencillamente, se hallaba estancada. Fue en una noche de aquel verano, a pocos meses después del segundo asesinato, que el chico encontraría la salida a aquella situación o, más bien, la solución le encontraría a él. Tocando un pequeño recital, para calmarse internamente, en uno de los cafés de París, el dueño de un teatro le escuchó. Dándose cuenta del gran potencial y de la calidad técnica del chico, le ofreció la posibilidad de dar un concierto en el lugar que él dirigía. Aurélien, sin mucho que perder, aceptó. Aquel concierto, no se restringió a una sola actuación, pues pronto el número se multiplicó hasta convertirse en varias decenas.

La vida de Aurélien había comenzado. Su fama se extendió por las capitales europeas y pronto recibió ofertas para viajar a otras ciudades. Se volvió, de nuevo, un nómada, pero esta vez con un motivo real, su trabajo y, a la vez, su pasión. Era bastante reconocido entre las altas clases de la sociedad continental y, a consecuencia de ello, su fortuna comenzó a elevarse hasta unos niveles bastante respetables. El tiempo, desde entonces, pasaba volando, viviendo, pero casi sin vivir. ¿Qué era la existencia para él? Una repetición de escasos momentos de felicidad que parecían sólo estar para hacer la caída más grande aún. Odiaba al mundo y sólo parecía amarse a sí mismo, pero detestándose en el fondo por haberse convertido en un monstruo, por mucho que creyese ya haber nacido con ese mal sino. ¿Qué se podía esperar de un bastardo?

Cuando se encontraba en la ciudad de Praga, siguiendo la ruta establecida, se perdió por las callejuelas de la ciudad vieja ya habiendo caído noche cerrada. El muchacho no se inmutó, ni siquiera cuando llegó a las cercanías del cementerio judío y de sus innumerables y lúgubres tumbas. Allí fue donde, frente a una lápida, descubrió la bamboleante luz de varias velas impactando contra los largos y rubios cabellos de una figura humana. El muchacho se acercó, no por hablar con aquella persona, sino para dirigirse a la salida del lugar, pero su voz le detuvo. Ella quiso leerle el futuro y Aurélien, como de costumbre, rechazó su ofrecimiento con un hiriente comentario. Sin embargo, la mujer pasó por alto su intervención y volvió a insistir, esta vez haciendo referencia a su oscuro pasado y a la muerte de Étienne. Aurélien, casi por primera vez desde entonces, se encontró realmente sorprendido, sin palabras y con una ligera sensación de miedo. La mujer, llamada Anna Kapralev, resultó ser una bruja checa que tenía la facultad de hablar con los muertos, usarles en su favor y predecir a través de ellos, entre otras cosas. Aurélien se quedó impactado, por aquello y, aunque en un primer momento desconfió, pensando que todo aquello podría no ser más que un engaño, el chico regresó al cementerio a la noche siguiente. Poco a poco, comenzó a recuperar en cierta medida la ilusión o, más bien, la esperanza. Anna era como un regalo, como una muestra de que el destino todavía podía reparar parte del daño que el mundo le había causado y que le había hecho causar. La bruja dominaba a los muertos y, precisamente, Étienne era un espíritu; por lo tanto, Aurélien comenzó a fantasear con la idea de que, quizás algún día, podría encontrar la forma de revivir a su antiguo amor. El aquitano propuso a la bruja acompañarle en su viaje a cambio de ser su aprendiz. Ella aceptó.

V. París (inicio en el foro)
Cuatro años después de la muerte de Étienne, Aurélien regresó a París sin mayor motivo que el de continuar con su profesión, algo que había pasado a ocupar un segundo lugar en su vida. Sin embargo, no tardó demasiado en cancelar el resto de su gira, pues comprendió la necesidad que tenía de asentarse si quería proseguir con su estudio de la magia y, sobretodo, de aquellos temas que tenían que ver con los muertos. Paulatinamente sus conciertos fueron disminuyendo hasta que, definitivamente, dejó de aceptar más convocaciones. Tenía suficiente dinero y prefería invertir su tiempo en asuntos más importantes que aquella insulsa masa que se arremolinaba para verle. Así, compró el Hôtel de Sully, una mansión en el este de París, el cual parecía demasiado grande y lujoso para su gusto. Sin embargo, su interés no estaba en la decoración o en el espacio, sino en la privacidad que le confería y, sobretodo, en unos sótanos que no tardó en comenzar a extender por medios mágicos. Él y Anna robaban cadáveres de los cementerios y de las catatumbas, las cuales habían conectado con la residencia a través de un pasadizo, protegido con magia para evitar los intrusos. El hogar pronto se descuidó y Valko, el criado húngaro que acompañaba al brujo, cambiaformas lupino en realidad, comenzó a tomar parte de los rituales, como ayudante. Además, el muchacho conoció a una mujer, una vampiresa de amplios conocimientos acerca de la magia y que le ayudó a encontrar posibles soluciones al entuerto. Su nombre, Persefone, no se le olvidaría y en su mente resonaría meses después, tras llegar el momento de poner a prueba aquella dura preparación.

Por aquel entonces, alguien más entró a la vida del muchacho. Era frecuente que él visitara lupanares en busca de saciar sus necesidades físicas y, uno de los elegidos para hacerlo, fue Zeth Kouzounis; el encuentro duró más de lo previsto, pero no de la manera esperada. Cuando éste le estaba realizando una felación, un viejo fantasma comenzó a invadirle. Notó que una extraña sensación partía de su pecho comenzando a aturdirle, algo que el placer facilitaba, negándole un correcto raciocinio. Por suerte, logró darse cuenta a tiempo de que aquello era semejante a lo que le había sucedido con Étienne y, por lo tanto, apartó bruscamente al prostituto. Fue su gran error, pues aquello encendió la curiosidad de aquel y el inicio de una relación que rozaba en el acoso. Pese a todo, su insistencia y tenacidad terminaron haciendo mella en el chico, aun cuando él no supiera esto.

Sus investigaciones avanzaron lentamente, pero el muchacho no se desesperaba y sabía obrar con paciencia. Un año desde su vuelta a la capital gala tardó en tener todo casi listo para proceder a hacer su intento. Sin embargo, poco antes de esto, alguien llamó su atención. Badou, un cambiaformas que había vivido toda su vida ajeno al mundo y, por lo tanto, era casi un niño; eso atrajo al muchacho. Zeth se enteró por el propio aquitano de aquello, dado que el ocultarlo sería una prueba de que, en realidad, existía un contrato de fidelidad entre ambos, algo que no estaba ni remotamente dispuesto a aceptar. El resultado fue un enfrentamiento que se saldó con la vuelta al burdel del muchacho.

VI. De la Locura y Oriente Medio
La resurrección de Étienne fue un rotundo y completo fracaso. Habiendo encontrado un cuerpo perfecto para hacer de recipiente, Anna y él comenzaron el ritual, el cual se saldó con un cadáver sin vida. Aurélien no pudo soportar ver cómo sus esperanzas se rompían.

En los dos últimos meses una extraña tos había comenzado a invadirle, pero él, reacio a pedir ayuda, había rehusado acudir a un médico. Pocos días después de la catástrofe, se desmayó a causa de un paro cardiorrespiratorio. El doctor al que Anna llamó les comunicó que tenía una extraña enfermedad degenerativa, incurable, y que se terminaría llevando la vida del muchacho antes o después. Pronto, comenzó a tener pánico a la muerte.

Sin Zeth para contrarrestar su personalidad, ésta se vio desbordada por los últimos acontecimientos y la locura comenzó a invadirle. Los fantasmas del pasado le rodeaban, atormentándole en visiones mientras estaba despierto, sus actos respondían a razones que parecían pertenecer a otro pues, en sus escasos ratos de cordura, no lograba comprender los motivos ni encontrarles lógica alguna. Anna y Valko, por mandato de ésta, le dejaron a solas en la residencia, donde permaneció por varias semanas. En ese periodo contrató a un prostituto y dos rameras que llevó a su casa, cada uno en diferentes ocasiones. El objeto de los encuentros era saciar un fetiche de Aurélien con la sangre. El primero quedó tan débil que terminó muerto, resultado que fue semejante en los dos casos siguientes. A raíz de eso, desarrolló una especie de necrofilia.

En su locura, Aurélien fue a buscar a Zeth, en una acción inconsciente que parecía comprender que necesitaba al hispano para volver a la normalidad. Su subconsciente parecía trabajar en pos de su seguridad, en contraste con su consciencia, demasiada influida por un ego excesivamente grande.

Pese a todo, la curiosa relación no duraría mucho. El aquitano encontró un método por el que, quizás, podría salvarse de su irremediable destino. Sin avisar a nadie, pues no tenía, a su parecer, motivos para hacerlo, dejó la capital francesa para dirigirse al sur, a Marsella, y de ahí a Oriente Próximo. En aquel recorrido por Tierra Santa y Siria, Aurélien y Anna, con ayuda de un brujo llamado Ashur Al-Hamwi, invocaron a Forrasis, o Foras, un demonio que le ofreció un trato: él podría paliar su enfermedad y frenar su envejecimiento, pero, a cambio, un pariente sanguíneo debía pagar el precio. El único problema era que no conocía a nadie con quien compartiera sangre. La solución fue obvia. El propio espíritu indicó a una prostituta de Alepo para ser la madre del hijo que debiera soportar la condena. Con la ayuda de Seere, el niño se desarrolló en la mitad de tiempo del normal y regresaron a Damasco, donde completaron el ritual, cuyos términos incluían unas cláusulas que el propio aquitano desconocía y que tendrían serias consecuencias.

VII. De Chipre y la "Nueva Vida"
La vuelta a París sería efímera, sin datos que sea vital relatar aparte del suceso que le sucediera junto a la gitana Leena Noel. Por culpa de la mujer, aunque no fuese intencionadamente, quedaron atrapados en el mundo de los espíritus y, tras errar por el paraje, terminaron arribando a Annaon, lugar al que algunos conocen como Ávalon donde un fantasma le advirtió ”Tú no perteneces a este mundo; el Reino de los Muertos te tiene vedada la entrada. Vuelve con los vivos o atente a las consecuencias”. Aquellas palabras terminarían por cobrar sentido.

Aurélien no tardaría en dejar el hôtel sin cuidados nuevamente, pues su interés se había fijado en otro lugar del mundo: Chipre, más precisamente en Famagusta. En su viaje había sentido cómo en esa isla del Mediterráneo oriental la frontera que separaba el mundo de los vivos del de los espíritus era mucho más débil y quería investigar el porqué y, sobretodo, sacar provecho de ello.

Alrededor de un año fue el tiempo que Anna y él estuvieron inmersos en ese proyecto, un periodo largo en el que se fue gestando la catástrofe. El hijo de Aurélien, al que había decidido llamar Étienne en recuerdo de su antiguo amante, estaba condenado, entre otras cosas, a vivir con una especial sensibilidad para con el mundo de los espíritus, algo que se acentuaba en esa posición geográfica, hasta el punto de poderse decir que vivía en ambos a la vez. Tal condición resultó ser fatal.

En una gruta del Monte Olimpo chipriota, el veintitrés de marzo, en medio de un experimento de necromancia, en el que usaban el cadáver de un hechicero, el pequeño sería poseído, nuevamente, por un espíritu, un demonio menor, secretamente a las órdenes de Forrasis. Sin que nadie pudiera preverlo o, siquiera, evitarlo, el muchacho alcanzó uno de los cuchillos con los que iban a trabajar el cuerpo que descansaba sobre la mesa y lo dirigió sin miramientos a su abdomen. No hubo tiempo para que Anna intentara curarle, la fatal herida desató al instante la supuesta furia de Foras, que reclamó para sí el espíritu de Étienne y los cuerpos, no sólo de él, sino, además, el de Aurélien, pues en el ritual había tenido que marcar éste con su sello, declarándole de su propiedad. El demonio había aparecido sin anillo de convocación, lo cual se traducía en no poder controlarle o protegerse de él. Fue todo demasiado rápido como para pretender evitarlo y el aquitano notó cómo su esencia abandonaba ese cuerpo que había habitado durante más de veintiséis años de vida. Luego, una pérdida de control sobre lo que quedaba de él; y, después, la oscuridad.

No supo cuánto tiempo le costó despertar. Lo primero que sintió, aparte de una extraña y lógica sensación, fue un terrible dolor de cabeza y un malestar de estómago que, después de alarmarle, le hicieron vomitar. Abrió los ojos de golpe, pues, según creía él, un fantasma, generalmente, no tendría por qué vomitar, sólo para asegurar la corporeidad de la que ya se había percatado. Miró a su alrededor y contempló por unos segundos el cuerpo inmóvil de Anna, lanzándose entonces contra él. No estaba inconsciente, sino muerta, o eso aseguraban sus signos vitales.

Aurélien había sobrevivido, según entendía él, por el irracional instinto de supervivencia, asaltando el cadáver que, entonces, estaba en la estancia. Por alguna razón que no comprendía, quizás la peculiaridad del lugar y su aún no entrada al mundo de los muertos, había podido aferrarse, nuevamente, a la vida. Erraba en sus suposiciones. Tardó un par de meses en acostumbrarse a su nuevo cuerpo, pero con la urgencia de abandonar aquella lejana tierra y regresar a la que, de algún modo, podía ser su patria: Francia; París.

De nuevo en esta ciudad, sus intentos se centraron en resolver los nuevos misterios que se le presentaban: su cambio de recipiente, el nombre con el que comenzarían a referirse a él los espíritus (Malkea Ruokh) y esa profecía que no conocía contenido pero de la que tuvo conocimiento cuando convocó a Ahrimán para crear la Muerte de los Tres Males, una enfermedad mortal, junto con la bruja Séfer Zahira. Además, conocería a otra practicante de magia, Malena Scheriber, o a Aeshana, como la llamaba él, con una demencia tan desbordante que consiguió empapar a Deimos de esa misma locura en un degenerado baile que conllevarían importantes consecuencias para ambos.



Origen
Según la cultura popular, los primeros practicantes de esta corriente de las artes mágicas habitaban los montes Beskidy, al sur de la Polonia actual, de ahí su nombre. La fecha exacta es difícil de determinar, pero se sabe que ya existían mucho antes de la llegada de los celtas (siglo II a.C.). Los magos vivían en cuevas o huecos en las montañas, normalmente separados entre sí, pero formando comunas en las que se organizaban para compartir y aprender conocimientos y ayudarse a sobrevivir. Con el establecimiento de los reinos medievales, la población del lugar fue disminuyendo paulatinamente, atraídos por los beneficios de la vida en otros asentamientos hasta que, con la definitiva cristianización de la región, quedó abandonada. Sin embargo, este proceso ayudó a la difusión de esta teoría mágica que tan recluida se había visto y, por lo tanto, que tan pocos adeptos tenía.

Preceptos
Para los beskideos la magia no es más que la materialización de la voluntad del practicante a través de la manipulación de entes o espíritus usando energía presente en los seres y en el mundo.

En esta teoría el mundo está habitado y gobernado por esos entes, los cuales no suelen atender a las maneras y la jerga común de las personas y, por lo tanto, es difícil comunicarse con ellos. Sin embargo, esto no es imposible, siendo el principal problema para los beskideos establecer un método para iniciar el diálogo con los espíritus. Los entes inferiores no tienen voluntad, por lo que sus efectos normales están basados en la repetición sin sentido de sus tareas, pero pueden adquirirla de recibir órdenes correctas, convirtiéndose en materialización de la voluntad ajena del hechicero.

Aunque hay otras formas, lo más común es usar el pensamiento o la palabra hablada para canalizar órdenes que terminen haciendo que los entes actúen de esa manera. Ambas formas tienen sus ventajas e inconvenientes, dado que con la primera el conjurante no tendría por qué delatarse al realizar un hechizo; sin embargo, esta forma de proceder es poco concreta, por lo cual su dominio es más complejo y el margen de error es más amplio. Por otro lado, el uso de la magia a través del habla es algo que requiere un largo camino para poder entenderse con los espíritus. Según estas teorías habría dos formas de lograr ponerse en comunión con el ente indicado: haciendo que éste haga exactamente lo que uno quiera a fuerza de repetición y error, o bien buscando la palabra exacta que logre que se oriente a la dirección deseada. Ambos procesos son algo complejos y es el aprendiz el que debiera elegir cuál escoger. En cuanto a los idiomas, los entendidos aconsejan no buscar ponerse en comunión con el ente usando uno que se use corrientemente por la sencilla razón de no “llamar” a un espíritu en un momento indeseado.

Pero la magia no es gratuita y se requiere un precio a pagar. Los entes realizan sus acciones normales nutriéndose de la energía del mundo, pero, al recibir una orden necesitan una nueva fuente de ésta. Principalmente, ésta será la propia del practicante; sin embargo, para conjuros más poderosos la mayoría de las veces es necesario una fuente externa, bien sea algún objeto contenedor de energía, aprovechando la magia de otro ser vivo o poniéndose en comunión con la que inunda el resto del mundo, algo realmente complicado y que pocos, en teoría, han logrado.

Las formas de invocar a un ente son extremadamente diversas y confusas, ya que no sólo depende del espíritu y del procedimiento, sino también de la persona que los realiza. Por lo tanto, los escritos que hay tienden a ser aproximaciones y la mayoría de los casos de fallos es debido a una mala adaptación del método al fin. Por eso es muy importante la práctica y la incesante prueba para los conjuradores, ya que sólo a través de ésta se puede reducir el error.

Los beskideos llevan una marca que adquieren cuando sus maestros consideran que ya saben lo suficiente como para aprender por sí solos. Eso no significa necesariamente una ”independencia” total, pero sí los reconoce como miembros de hecho de la comunidad. En realidad eso era más efectivo cuando los practicantes vivían cerca los unos de los otros; hoy, que la comunidad está tan esparcida, es difícil que sirva para algo en realidad, pero se sigue realizando de igual manera. Dicho signo es un tatuaje que se realiza en alguna zona del cuerpo y que es el símbolo de los beskideos, o bien una derivación del mismo, el cual se hechiza de formas especiales para evitar que alguien ajeno a la secta pueda unirse a ella.


Vocabulario
• Beskideo: practicante de la magia Beskidea y que ya ha obtenido el tatuaje que le identifica como tal.

• Arché esencial: la energía que se encuentra en el mundo y en sus seres vivos y que es origen de toda acción o vida.

• Arché puro: dentro del arché esencial, ese propio del mundo y de no los seres vivos. Es una fuente, en teoría, inagotable de energía, pero prácticamente imposible de conseguir. Aun así, se estima que los practicantes, por las propias limitaciones de su cuerpo y existencia, son incapaces de dominarla infinitamente y a su completo antojo.

• Arché vital: aquel que nutre a los seres vivos de energía. Se suele utilizar para realizar conjuros menores e inmediatos.

• Contenedores: objetos de muy diverso tipo que son destinados a almacenar arché, principalmente procedente de seres vivos o de las acciones derivadas de los entes inferiores, para su posterior utilización.

• Espíritu/ente inferior: seres sin voluntad que realizan todas las acciones del mundo que no derivan directamente de la acción de los seres vivos, de forma repetitiva. Son invisibles a los sentidos en estado normal y la mayor parte de la magia busca dotarles momentáneamente de la voluntad del propio conjurante.

• Espíritu/ente mundano: las almas. Algunos pueblan los cuerpos de los vivos y el resto, la mayoría, habitan en otros planos de la existencia. El más accesible es el que comparten con los entes inferiores, pero se diferencian de éstos en que su influencia sobre el mundo de los vivos es  mucho más limitada y que sí tienen voluntad. Los conjurantes deben protegerse al ponerse en contacto con los entes inferiores, ya que algunos de ellos tienen aspiraciones perjudiciales.

• Espíritu/ente superior: seres con voluntad que no pertenecen al mundo de los vivos, pero que pueden visitarlo en determinadas condiciones. Son mucho más poderosos que los entes inferiores y la mayoría tienen la capacidad de dominar a algunos. Pueden ser solitarios, pero también se dan casos de jerarquías, relativa a su importancia. Entre ellos se pueden encontrar, por ejemplo, los denominados demonios.


Última edición por Malkea Ruokh el Sáb Nov 08, 2014 1:58 pm, editado 5 veces





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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Jul 31, 2013 1:04 am

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