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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Miér Jul 31, 2013 7:24 pm


"Vigilad vuestros actos en el día de hoy, para que vuestra descendencia no deba pagar su parte...
su tributo de culpa."

El anónimo que lo cambio todo:


"Los hijos, nunca debería de ser culpables de los actos de sus padres
ni de la sangre que en ellos corre...
Condenar una linea de sangre, es condenarlos a todos."


La inquietud envolvía la vida de Danna entre las paredes de su castillo. Así era desde que hacía un mes había recibido un anónimo dirigido a su difunto padre hace ya tantos años, desde entonces cada día se levantaba con una extraña sensación , el miedo corroía sus venas y se iba a dormir angustiada, como si la sombra de la muerte la fuera cercando, cada día mas...cada día mas cerca de ella. ¿En que líos podría haberse metido su padre? Esa pregunta rondaba siempre en su cabeza, en un sin vivir, sintiendo por primera vez que se encontrará muerto, si aún estuviera en vida quizás él supiera algo de ese ser “El oscuro” que le buscaba a él y a todos sus descendientes, por consiguiente, también la buscaba a ella. Desde el recibimiento de la misiva desconocida, empezó una búsqueda contra reloj, ya que no se  especificaba en ningún momento el día en que fuera contra ellos quien fuese que buscaba sus sangres. En aquel tiempo limpió de papeles todos los recovecos y escritorios de su padre, leyendo cada documento, buscando algo con que poder relacionarlo. Pero nada, de nada sirvió. A parte de algún que otro negocio oscuro y tratos con brujos, no encontró nada que pudiera servir de ayuda a la hora de identificar la amenaza creciente que cada día sentía más cerca de ella.

Así fueron pasando los días y finalmente semanas, en donde ajetreada por su vida pública como duquesa y su creciente temor, no la dejaban dormir bien y empleaba de nuevo esas horas de desvelos a encontrar alguna información en los libros de la grande biblioteca de la  segunda planta. Ninguna información, aparte de pequeños relatos ficticios de humanos imaginativos, no había nada más que pudiera relacionarse con lo que ella buscaba, ya que si en la carta ponía lo de “ …hasta el momento de su extinción o la mía…” estaba claro que no podía ser un mortal normal, si no que se trataba de una criatura de la noche, y por sus palabras usadas en el escrito se identificaba mas a un vampiro que a un licántropo que buscará  venganza contra su padre y que quisiera la sangre de todo su familia. La sangre familiar que simplemente en estos tiempos se reducía a ella, la ultima descendiente de la familia de su padre, Darius Moxviuw. Pasó el tiempo y no encontró ninguna respuesta. Hasta que una noche soñó con su padre, el que sentado en su cama de niña pequeña, le contaba una historia ancestral de su familia, quien hablaba de un cazador que los cazaba y de los que todos debían huir. De ahí a que ella nunca conociera a sus abuelos, fueron encontrados por el cazador. Ese cuento hasta ahora le había parecido simplemente eso mismo; un cuento para asustar a los niños, más concreto a ella. Pero, ¿Y si fuera verdad?.  Podría ser que un “cazador” les diera caza a toda su familia y al fin hubiera dado con la descendencia de su padre? Cada vez el rompecabezas se iba complicando y sus nervios se disparaban, tras aquellos días de apacible silencio tras la cruel amenaza que colgaba de su cuello. El silencio que parecía ser la calma que anuncia la tempestad desoladora que estaba por venir.

El dolor de cabeza y tensión iba en aumento, como sus papeles reales en Escocia, en que tenía planeado asistir a reuniones importantes y eventos privados, como también, organizar las faenas de su propio castillo. Era en estos momentos donde la soledad lo cegaba todo a su alrededor, haciéndole sentir más que nunca lo sola que se encontraba. Suerte de la gente de su castillo, quien los consideraba su familia, la más real a parte de su difunta madre que nunca llegaría a tener. Por ellos era por los que iba a luchar por su propia vida ante aquella desconocida amenaza, no podía dejarlos solos, muchos de ellos dependían de ella y ella no era de las que no protegían a los suyos, si no, todo lo contrario, los defendería con uñas y garras y todo lo que hiciera falta. Si algo se tomaba muy enserio era su deber para con ellos y la protección de aquellos que acogía en el grande castillo y que hacían que su vida fuera más llevadera.

Al cabo de un mes…

Sentada en un sillón de terciopelo, se encontraba leyendo un libro de escritura inglesa de genero romántico, el que tanto le gustaba, distrayendo su cabeza de sus pesares. Por la mañana se había despertado asustada tras un sueño revuelto, y visiblemente sensible a todo, al llegar la tarde se había encerrado en su salón privado, donde permanecía distrayendo su mente, de la sombra permanente de aquella carta y aquel oscuro ser. Parecía increíble como aquel anónimo se había colado en su vida, pegándose como una sombra sin dejarla tranquila bajo la amenaza creciente de su llegada.


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Mensaje por Adrik Ivanović Vie Ago 02, 2013 2:30 am

"Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad en la vida".

Siempre había creído que los recuerdos eran seres con vida propia. Entidades caprichosas que se metían en tu interior, sacudiéndote por dentro, y se mantienen allí durante años, decenios. Quizás la vida entera. A veces, dormitan, pero hoy... Todos esos seres habían vuelto a despertar. Los rostros de sus traidores, aquellos que lo habían estacado y condenado a un enterramiento en vida, volvían a estar presente. Parecían estar allí, frente a la puerta del castillo de su descendiente. Esperando junto a él, mirándolo con sus ojos vacíos y fríos. Su presencia sólo hacía que el recuerdo volviese, haciéndole evocar el dolor. - Ahora no...- Susurró mientras cerraba los ojos. Estaba a punto de adentrarse en la guarida del bastardo. No podía arriesgarse a perder su papel.

Varios criados lo habían mantenido por fuera del castillo, apartado del interior lujoso. Todos lo habían mirado a los ojos, como si fuera una aparición del infierno, cuando mencionó que la carta que llevaba junto a él era para el señor Dianceht. Sus corazones  se agitaron, comenzando a danzar peligrosamente. Ah, era tan delicioso el olor del miedo, que estuvo a punto de sonreír como un maníaco ante todos esos fieles sirvientes. ¿Trataban de proteger a su señor, o simplemente su presencia, por mucho que se había esforzado en ocultarlo, seguía proyectando su oscura esencia?.

- Ya puede pasar, muchacho. No toque nada con esas manos.- Le dijo el sirviente que se había retirado antes. Podía ver cómo su aspecto había contribuido a que lo tomasen por un joven tranquilo y bueno. Se había vestido con unos simples pantalones negros y una camiseta blanca abotonada. Sus zapatos estaban debidamente gastados. Para cualquiera que lo mirase, con aquella boina a juego y su pelo revuelto, era el típico joven extranjero: pícaro y risueño.

- No, señor. - Dijo con un leve acento ruso. Su cara era el mismo retrato de un santo. Podía sentir la mirada de los criados analizándolo, preguntándose cuánto dinero le habrían pagado al extranjero para entregar la carta.

Pero la verdad era, que el lobo se estaba adentrando en la cabaña de los cerditos. Y tenía hambre. Mucha hambre. Su monstruo interior, siempre deseaba venganza. Era fácil para él no perder de vista su objetivo, cuando aún podía sentir cómo la estaca se adentraba en su cuerpo, buscando el corazón con su punzante inicio. ¿Cuántos años debería seguir persiguiéndolos?. ¿No podían morir de una vez?.

Sus ojos analizaron todos los elementos del castillo. Desde los objetos que contenía a los criados y sus posiciones. Afortunadamente para él, el señor debía encontrarse en el interior del castillo. Quizás en una dependencia privada. Éso le facilitaba el ver una gran cantidad de habitaciones, algunas abiertas y expuestas ante sus ojos. Era tan divertido. Dentro de poco, podría acudir a su casa y dibujar un sencillo plano. Adentrarse en el castillo para matar a su presa sería muy fácil.

Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula, cuando al entrar en la habitación, se encontró con una mujer. Se giró sobre sus pies para decirle al lacayo que se había equivocado, pero éste se retiraba, dejándolo junto a la mujer. Odiaba su situación. No quería estar junto a ninguna mujer, mucho menos alguna que tuviera algún tipo de enlace con esas ratas traidoras.
Realizó una reverencia ante ella, con una expresión inocente y nerviosa. Incluso se tropezó con sus pies adrede, dispuesto a aparentar una torpeza de la que carecía. - Señora, tengo una carta para el señor del castillo. - Desvió sus ojos hacia el sobre que llevaba en sus manos y fingió leer la portada.- Una carta del señor.... ¿Oscuro?.- Levantó sus ojos hacia ella con sorpresa. Casi como si no se hubiera dado cuenta hasta entonces del nombre. Para su sorpresa, se encontró admirando el color de sus ojos, hasta tal punto, que la sonrisa abandonó su rostro y su cuerpo se irguió con la confianza que emanaba de un predador. Eran tan verdes como las praderas que circundaban el castillo. Tan intensos, que era incapaz de separar su mirada de ellos, para poder analizar el resto de su figura.
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Mensaje por Danna Dianceht Vie Ago 02, 2013 9:11 am

"En los momentos difíciles es donde cada uno muestra realmente de qué está hecho."

- Disculpadme, mi señora - la voz de uno de sus sirvientes la despertó , al principio se sintió desorientada apenas recordaba más que estar leyendo una escena apasionada, sonrojada ante las intensas palabras y descripciones. Se había quedado dormida, tras todo el mes trasnochando, al fin le pasaba factura. Se rascó levemente los ojos despejándose desde el sillón donde se encontraba sentada y alzó la vista hacia Víctor. – ¿Qué ocurre Víctor? - Preguntó con total confianza, alisándose con las manos el vestido para que no quedara arrugado.
Señora... ¿Se encuentra bien? Lleva ya muchas noches sin dormir, necesita descansar -  La voz preocupada de Víctor consiguió sacarle una sonrisa– No te preocupes, estoy bien tranquilo. Y ahora dime qué ocurre? ¿Mi pequeño Lass volvió a meterse en líos en el bosque? - preguntó por su perro. Era un collie escocés, su confidente desde hacía cuatro años y siempre como ella andaba en problemas. Danna clavó la mirada en Víctor, suspirando aliviada tras la negación de este a su pregunta, nada le apetecía más que tener que salir al bosque a buscar a su travieso perro, cuando las sombras la acechaban hasta en sus sueños. Maldito aquel “oscuro” que no la dejaba ni dormir.
Un extranjero lleva rato dando vueltas por el castillo, dice que tiene una carta para el señor del castillo… - dijo el siervo frunciendo el ceño con cierto temor. Volvió la mirada a la ventana, sus temores se habían hecho realidad. En algún lugar allí en el exterior, se encontraba aquel oscuro ser. Solo ese monstruo era desconocedor de que aquel que buscaba ya era cenizas. El desgraciado de su padre, hacia mucho había caído.
- Hazlo pasar…todo estará bien. – Agregó volviéndose hacia él sonriendo. El siervo más tranquilo ante sus confiadas palabras se dirigió a buscar al joven mensajero, quien no tendría ni la menor idea de la carta que portaba no era más que una clara amenaza para ella y los suyos. Suspirando se levantó yendo hacia la ventana donde miró el exterior, escudriñando con sus ojos los alrededores alerta de cualquier signo extraño. Era increíble como hasta los siervos del castillo sentían la sombra de la oscuridad reinante que se acercaba y esta vez se encontraba cerca, más de lo deseado; lo presentía.

Siempre había creído que viviría feliz y moriría cuando llegase su hora, mas tarde o temprano, seria natural, la naturaleza llamaría al alma de su loba, llevándosela. Lo que no esperaba era encontrarse con que su sangre tuviera un valor y ser amenazada para ser cazada por un  vil ser que odiaba la sangre que en ella corría. Como si solo fuera una bestia, un ciervo al que cazar, y así se sentía. La estaban acechando. Entre las sombras alguien se movía, un depredador y había movido la primera ficha; La carta que llevaba el joven que se adentraba en el castillo siguiendo a su siervo. Seria aquella carta su última amenaza o un recordatorio más que poner en la lista? Ahora le tocaba mover ficha a ella. Pero primero esperaría la carta y después calibraría su mejor opción. Lo principal preservar la vida de sus gentes, sobreviviendo ella.

Se encontraba mirando aún por la ventana el exterior dando la espalda a la puerta, cuando el joven entró en el salón. Desde hacía unos instantes sentía que algo grave estaba a punto de ocurrir. Sexto sentido o sentido de licántropa como queráis llamarle, pero sentía como si de repente una oscuridad absoluta cubriera su mundo sumiéndola en la desesperación ante un enemigo invisible. – El señor no está, puede darme a mí la carta – dijo Danna con un suave bajo tono de voz tranquilo. Ahora más que nunca debía aparentar tranquilidad y ser firme, no iba a dejarse matar…no con todas esas gentes dependiendo de ella. Ella seria la luz que iba a luchar contra la sombra de la oscuridad, contra el pasado oscuro que le perseguía. Se acercó hacia él, caminando grácil y ligera con  un vestido blanco largo de seda, ajustado exquisitamente a su cintura, resaltando su fina figura haciendo parecer que aquel vestido no fuera más que otra piel en ella.

Para su sorpresa el joven alzó la mirada y le miró, quedándo paralizada ante la hechizante mirada y la intensidad con que la observaba. Se mordió los labios, humedeciéndoselos ya que estos se quedaron resecos, contemplando aquel joven de bello rostro y desenfadado, que poseía aquellos ojos hechizantes. Aquellas orbes eran verdes, no tan intensos como los suyos, si no de un color más apagado con cierto toque de gris en ellos, lo que le daba profundidad y sabiduría a su elegante y fiera mirada. Parecía esconder un predador, una fiera bestia en su interior.- Sí, el señor oscuro…solo él envía a alguien a entregar sus cartas sin presentarse - Intentó quitarle importancia a ese apodo como sí así, tranquilizara el ambiente. Por dentro ya estaba suficientemente nerviosa por la amenaza y ahora ese joven de verdes ojos que erguido y con pose fuerte, como la de un lobo que avista a su cordero, la contemplaba fijamente. Ella entendía de predadores, aquel joven no parecía un asustadizo animalillo. Con aquel porte, cuerpo y fuertes hombros que se adivinaban bajo la camisa impoluta, no parecía para nada un siervo, si no más bien un caballero. Azorada le sonrió, alzó la mano y cogió la carta que le tendía, acordándose de nuevo de ella. Bajó su mirada un momento, saliendo del hechizo de aquellos ojos, y observó la letra. Era la misma escritura con la que aquella carta del anónimo había sido escrita. Lo que temía ya era un echo.

Volvió a mirar al joven esbozando una media sonrisa, y dándole la espalda se encaminó de nuevo a la ventana, desde donde la luna que iluminaba el firmamento le alumbraría mejor que una vela. Así en la intimidad de la ventana, de perfil ante el joven, nadie  seria consciente de su preocupación antes de abrir aquella maldita carta ni de la cara asustada y decidida que tras las primeras líneas reflejó su bello rostro.


Última edición por Danna Dianceht el Lun Ago 05, 2013 8:45 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Adrik Ivanović Lun Ago 05, 2013 2:59 pm

"Toda realidad que se ignora comienza su venganza"

Carta del Oscuro:

Todo empezó quinientos años atrás. Y, para bien o para mal, terminaría esa noche



Debía reconocerlo, las dudas que había tenido sobre hacerse pasar por el cartero, habían cesado al ver cómo su sonrisa se mantenía con un leve temblor. Ese movimiento lento, casi un parpadeo inexistente, de su labio, era casi un preliminar de lo que iba a ocurrir. Sus oídos se llenaron con la inspiración corta, casi un jadeo, de su respiración. El tamborileo de su corazón cada vez más acelerado. Tuvo que apoyarse en un diván cercano, presa de una satisfacción profunda. Tan profunda  como el odio que cargaba, oscuro y animal, hacia esa familia. Podría haber sido libre, podría haber dejado que ellos creyeran que había muerto. Pero diez años encerrados a oscuras en un ataúd, había quebrado su inocencia y juventud. Gracias a eso y a su creadora, lo único que lo divertía era el sufrimiento. El dolor de sus enemigos era lo único que lo hacía sonreír. Por lo demás, era sólo una cáscara vacía.

Apretó sus manos en el diván, casi rasgando la tela lujosa del mueble con sus dedos. Necesitaba mantener la expresión inocente, continuar la farsa. - Señora....- Le dijo para llamar su atención. Al parecer, se había quedado de cara a la ventana para esconder su rostro. ¿Cuál sería su expresión?. ¿Odio, rencor, miedo...?. Las posibilidades eran tan infinitas y a la vez tan encantadoras. La vida le había hecho portador de muerte, en su caso, lo lamentaba. Pero la función debía continuar, su sangre la condenaba, pero sus sirvientes aún estaban a tiempo de ser salvados. - ¿Es usted la hija del Duque?. El hombre que me contrató, dijo que tendría que esperar hasta las doce de la noche. - Puso una expresión casi de contrariedad y se miró los dedos que tocaban el diván. - Sus palabras exactas fueron " espera hasta que el señor llegue o hasta que yo acuda al Castillo". - Se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa, acariciando el diván. La sensación de la seda bajo sus dedos era demasiado placentera, lo que le recordó las palabras del lacayo. Aquel hombre le había prohibido tocar algo. Sin poderlo evitar sonrió. Vamos a comprobar cuánto de la sangre de tu familia te ha contaminado, pensó mientras daba un pequeño gemido de disgusto.  

Caminó hasta ella y se arrodilló, dejando que sus pies rozasen el borde de su vestido. Le dedicó una mirada asustada, con labios temblorosos, que después se fruncieron en una línea fina. - Señora... he tocado el diván. Su siervo dijo que no tocase nada.- Su voz salía con un torrente rápido y tembloroso. Una improvisación perfecta de miedo, el mismo que tenía cualquier pobre hombre ante alguien de la realeza. Todos sabían que por mucho menos podrían azotarlo.- Perdóneme, le juro... le juro que fue sin querer.- La miró con ojos implorantes, como un niño asustado.- Aceptaré el castigo que desee imponerme-.
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Mensaje por Danna Dianceht Lun Ago 05, 2013 5:52 pm

"La valentía consiste en ser fuerte para todo lo que hay enfrentar en la vida, 
esencialmente los miedos.
Y no existe mayor miedo que el tic tac de un reloj, anunciando el fin, de una vida apenas vivida..."


Como en la noche oscura que prevé tormenta en los cielos, el rostro de Danna mostraba en unos segundos muchas de sus facetas. El enemigo estaba en el jardín. El decidido ladrón que venía a batallar por llevarse su vida. Quien sí padre siguiera vivo lo asesinaría, asesinándola a ella después. El oscuro estaba aquí y esta noche vendría a por mí. ¿Pero qué? ¿Por qué?

Su mente era un caos, una confusión que a cada palabra que leía iba en aumento, sin parangón. La vil sombra que todos estos meses había estado atormentándola, visitándola en sueños, daba su primer paso contra ella y los suyos. ¿Pero que tienen que ver aquellos siervos, en todo lo acontecido por culpa de mi familia a aquel ser?, pensó sintiendo la mano con la que sujetaba la carta, temblarle. El pulso le temblaba, cerró los ojos unos segundos calmándose, ahora no podía dar signos de debilidad. Debía mostrarse firme y decidida, sacar aquella valiente e intrépida joven que era. Pasando del estupor que aquella carta le había incitado, el miedo, la incredulidad, la furia, el intenso odio que ahora más que nunca latía por aquella amenaza, se obligó a tranquilizarse. Lentamente el tartamudo corazón, volvió a un deje rítmico y pacifico, dejando que la calma antes de que diera comienzo la tormenta, calmara todos sus sentidos. Apartó la mirada de la carta y la dirigió a la ventana. Cualquiera que la viera podría decirse que estaba en shock o ausente, pero la verdad era en que se preparaba para no ceder al miedo ni a la debilidad que hacía que se diera cuenta de lo diferente que era su cuerpo mortal, sin la compañía de la bella loba que la acompañaba en las lunas llenas. Se preparaba para lo inevitable, debía salvar a sus gentes y luego enfrentar a aquella bestia. Pasará lo que pasará, así debía suceder. Acarició por primera vez consciente de su tacto, la ventana, grabándose en aquellos dedos, el relieve y la textura, guardando algo en su mente. Ojalá tuviera más tiempo para despedirse de aquel lugar. Este paraje, me recordaba tantas cosas, aquí había crecido, saboreado lo que era tener una madre amorosa, los juegos, los privilegios de aquella encantadora Escocia, pero también había descubierto la soledad, la pena, el dolor, la desesperanza... Tras la muerte de su madre, nada había resultado ser lo mismo.

Sin más suspiró y cogió aire, al oír las palabras del joven mensajero. Si el señor “Oscuro” fuera conocedor de que su padre se encontraba bajo tierra, muerto...sin vida alguna, seguro que la mataría sin pensárselo. – No llegará... - Musitó apenas perceptiblemente contra el cristal, empañándolo con su aliento. En el exterior la noche era fría, tan fría como el hálito de vida que le quedaría en unas pocas horas. Se vio tentada a escribir en el cristal su nombre como de pequeña hacia, desesperando a las sirvientas, cuando la cercanía del joven la sobresaltó, girándose a verlo. Al verlo arrodillado a sus pies, se incomodó como cada vez que alguien realizaba ese mismo gesto. - Oh no...Levantaros. Por favor os lo ruego. Por tener la gracia de tener un titulo no me da derecho a creerme nada. Nadie es menos que nadie señor. No, en mi presencia - Colocó su mano sobre su hombro y le indicó levantarse – Siento el comportamiento de mi criado. Víctor es como un padre para mí, solo esta desconfiado y más desde que siente que algo acecha a este castillo - Suspiró momentáneamente con una triste mirada, recorriendo con los ojos la estancia, bebiendo de sus detalles. Al volver a fijarse en el joven, sonrío alejando todo rastro de temor en su tez – Podéis tocar y admirar todo lo que queráis, ya que vais a pasaros unas horas más en este lugar. No se disculpe por nada, es tan libre usted como cualquiera de mis criados en estas paredes. Todo y que se niegan con fervor a mis palabras. Ya bastante me avergüenzo de las formalidades fuera de estas grandes paredes que forman mi hogar.- explicó sonriéndole. Los ojos del joven le cautivaban, había algo en ellos...no podía dejar de mirarlos, embelesarse en ellos. Tras unos instantes de silencio en que se miraron fijamente, Danna despertó del ensoñamiento en que se encontraba, apretando sus manos en puños, aguantando el deseo de acariciar aquel bello rostro. – Lo siento - se disculpó por aquella intensa mirada – Yo... bueno, supongo que de donde proviene traerá locas a las jóvenes. Sus ojos resultan magnéticos ante cualquiera -Le alabó.

Tras aquel comentario se mordió el labio ¿Pero que hacia? En estos momentos no podía dedicarse a aquello… ¿Coqueteo? Definitivamente el mal sueño y la fatiga como la adrenalina que corría por su cuerpo en esos momentos, le hacían perder la cabeza. En un intento de que el joven echara tierra sobre lo anteriormente dicho, decidió presentarse...Esa noche quizás era su última noche en su castillo, en su vida. Y como ultimas horas de existencia preferiría que alguien la llamara por su nombre, olvidando así por ese tiempo las formalidades impuestas por su condición.- Por cierto, llamadme Danna. No me gusta que me llamen la hija del duque o duquesa - dijo contestando así también a su pregunta de si era hija de los duques de Dianceht. – ¿Y tengo el honor de estar ante...? - Sonrío dejando la pregunta al airee, esperando por su nombre, dando inconscientemente un paso atrás al encontrárselo tan cerca de ella. El joven era tres veces su cuerpo, imponía respeto por más que su actitud fuera de un joven risueño y esa boina le diera un aspecto afable y humilde...pero su cuerpo y aquellos ojos, la comisura de sus labios... se aclamaban salvajes. Como un lobo disfrazado de oveja, como ella misma, que escondía su loba en aquel papel de duquesa.

Me temo que tendré que ausentarme un tiempo, debo hablar con mis gentes y ayudarles a partir en poco tiempo. Si en media noche viene ese hombre... no nos queda mucho tiempo - finalizó tras una ojeada al reloj del salón. Un suspiro salió de sus labios entreabiertos, se encontraba agotada psicológicamente y físicamente. De ser por ella se tumbaría dejando que las horas corrieran, quizás en brazos de Morfeo seria, poco consciente de la llegada inevitable de la muerte. Pasó por el lado del joven, ligera y grácil, con su vestido blanco voleando a sus pasos, resaltando inocentemente su figura al caminar. Volvió su cabeza atrás, interrogándolo con la mirada – Es libre de moverse por donde quiera...y si quiere acompañarme, toda ayuda es bienvenida. Necesito que se alejen de aquí... - murmuró en un tono triste. Ellos eran su hogar, sin ellos, ese castillo no era más que una condena. – Ellos son mi familia... -  La única que tengo, pensó. Y por la familia, Danna, haría cualquier cosa.
 

 


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Mensaje por Adrik Ivanović Vie Ago 09, 2013 7:17 pm

Todos tenemos un plan. No importa cuán profundo y escondido lo llevemos en nuestro interior. Cada uno sabe lo que quiere.


Durante la caza, la mente se centra en la presa. Cada mínimo movimiento, cada tentativa de sus extremidades o cuerpo, debe ser observado con infinita atención.  El corazón de la víctima se acelera, sabiendo que algún peligro la acecha. El movimiento rápido y atento del ciervo al levantar la cabeza, la forma en que sus orejas se levantan intentando escuchar mejor aquello que lo ha alertado. Y el cazador, oculto tras el boscaje, siente la sangre salir de su corazón para calentar el resto de su cuerpo. Su temperatura corporal aumenta, preparándose para la caza que comienza. Predador y cazador tensan sus músculos. Ése es el inicio del fin, el momento en que ambos saben lo que va a ocurrir. De la misma forma, el cuerpo de Danna respondía a su esencia. La loba de su interior se levantaba, reconociendo el cazador en sus ojos.

O eso pensó, ¿traer loca a las mujeres?. ¿Qué quería decir con eso?. Su rostro se llenó de sincera confusión, sin poder comprender la intención detrás de aquellas palabras. Su cuerpo había respondido a ella, llenándose de la excitación de la caza. No sabía si ella era consciente o no, pero su cuerpo había comenzado el mismo ritual que el ciervo. Él aún conservaba los recuerdos de su vida humana, aquel día de caza seguía allí, en lo más profundo de su mente. Pero... se había equivocado. Su cuerpo había respondido a la llamada de su loba, llenándose de un sentimiento desconocido para él. Uno que lo impelía a atraerla de nuevo a él. De atrapar aquella tela blanca y vaporosa que lo llamaba, haciendo sutiles ondas alrededor de cada músculo de su cuerpo. Era una tortura para la visión.

- Es usted muy amable, señorita Dianceht. Llámeme Adrik. Es un nombre con un significado curioso, ¿sabe usted?.- Le dedicó una sonrisa inocente, mientras su cuerpo la seguía. Sus pies pisaron en el mismo lugar que los pies de ella abandonaban al caminar. Seguían una senda misteriosa e invisible, una que parecía acercarlo más a ella. Su intención era conocerla, meterse en lo más profundo de su psyque y comprender porqué no lo había castigado, porqué su cuerpo reaccionaba ante el de ella. Era aún más vergonzoso su comportamiento, cuando tenía clara conciencia de que ella no lo estaba animando a seguirlo, sólo le permitía hacer lo que quisiera en su tiempo de espera.

Se detuvo detrás de ella, cuando su cuerpo se detuvo y giró su cabeza para hablarle. Durante unos largos segundos, quedó atrapado por el atrayente movimiento de sus labios. Éstos, se curvaban  y extendían, para volverse a encoger. Juntándose como el suave roce de una mariposa. Y el color.... Jamás había visto unos  con un tono tan sonrosado. ¿Estarían maquillados?, se sorprendió preguntándose. El silencio los envolvió, haciéndole desentonar. No quería que supiese lo que había ocurrido, así que respondió lo primero que se le vino a la cabeza. - Rosado.- Respondió mientras levantaba la mirada hasta sus ojos y la miraban con un pequeño rastro de deseo. Al darse cuenta de que había dicho algo que probablemente no sería una respuesta adecuada a su pregunta, extendió una mano hasta su hombro, arrebatándole una pequeña pelusa de su vestido.- Tenía una mota rosada allí.- Se aclaró la garganta y apartó la mirada. - Será un placer ayudarla en lo que desee.- Hizo una reverencia, esperando que sus palabras esta vez sí contestasen a las de ella. Debía ponerse en guardia, había algo, en el interior de aquella muchacha, que era capaz de atraparlo. Sabía que no podía ser su belleza, ya se había cruzado con otras mujeres hermosas, no tanto como ella, pero no lo había atrapado. Así que, ¿qué tenía Danna?. La sangre que corría por sus venas, debería hacer que la odiara. Pero aún así, él sólo se preguntaba si usaba maquillaje. Debía recordarse que estaba de caza. Era el depredador de aquella familia, y algún día, el destino volvería a encontrarlos. Y allí finalizaría su venganza.



Las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no las entendamos
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Mensaje por Danna Dianceht Sáb Ago 10, 2013 7:25 am

Donde la oscuridad es casi permanente, la luz...da miedo.

Esperando su respuesta, se quedó unos efímeros segundos en silencio, viéndole fijamente. Tenía unos ojos verdes pálidos con rasgos grises y como los de un lobo hambriento, la devoraba con ellos. Danna no podía no sentirse femenina, con aquel vestido y aquel hombre mirándola de aquella intensa forma se sonrojó ligeramente, adoptando sus mejillas un rosado color a melocotones dulces. Finalmente el joven le respondió quitándole una mota rosada de su hombro y dedicándole una reverencia ofreciéndose a ayudarla en lo que deseara. Danna sonrió asintiendo- Oh, vamos...Levántate – con una mano le tocó el hombro y tiró de él – No más formalidades os lo ruego, Adrik – Le dedicó una dulce sonrisa, apartando la mirada de los labios ajenos, que le provocaban a morderlos y besarlos al moverse, sobre todo en las ligeras sonrisas del joven, allí parecía que el mundo se paraba para dedicar toda la atención a aquella mueca deliciosa. – Entonces ayúdeme a dar el aviso de desalojar el castillo. Este lugar es muy grande y para mi sola es un arduo trabajo – Le  sonrió agradecida y se giró alejándose, saliendo por la puerta, ojeando un momento el reloj viendo cuanto tiempo le quedaba para que el oscuro llegara – Seguidme, Adrik o os perderéis

A la que los pasos de Adrik la siguieron, emprendió el camino bajando por las escaleras de piedra que llevaban a su habitación. Tras bajarlas se encontraron en el pasillo de la segunda planta. A medida que iban caminando por las distintas estancias, Danna le iba diciendo que era cada estancia de aquella planta que solo era para su uso personal. El salón privado, el despacho, el gran baño adornado con columnas griegas hasta llegar a su mayor logro – Y esta es la biblioteca más grande de Escocia – Abrió la puerta para Adrik, lo suficiente para un vistazo rápido y contemplar aquel rincón mágico, lleno de libros y estanterías. – Este fue el rincón predilecto de mi madre y ahora también el mío. - Olió el aroma de aquella sala, aún se podía oler el incienso y la fragancia a rosas, que durante años su madre había perfumado el lugar. Sonrío ligeramente y prosiguió, bajando ya al primer piso, donde en el ala Oeste se encontraban las estancias de los siervos del castillo. Repitiendo el mismo proceso que en la segunda planta, le fue indicando que era cada habitación por la que pasaban, hasta incluso le enseño la puerta secreta para acceder a las mazmorras del castillo, lugar en el que nadie nunca bajaba y que a ella misma no le causaba alegría, ya que al nombrarlas un escalofrió aventó su figura. Tenía malos recuerdos de aquel siniestro lugar.

- Danna, mi señora. ¿Que haceís aquí? - Víctor salió de la puerta de las estancias, sorprendido y aún más al ver que aquel joven seguía en el castillo - ¿Que sucede?
-  Tenéis que iros todos al castillo de Wenth, es urgente Víctor. Confíad en mí, debéis apresuraros – La seriedad e la voz y rostro de Danna sobrecogió al siervo que asintió y balbuceando por lo bajo quien sabe qué, volvió tras sus pasos, levantando al personal, anunciando la “buena nueva”. Danna suspiro triste, verlos marchar le rompería el corazón, pero debía de ser así. – Venid, vamos a buscar a los niños – Tiró de la manga de la camisa de Adrik, quien se encontraba estático, pensativo tras ella. El contacto solo duró un segundo, hasta que él reaccionó y la siguió por su propio pie, pero a Danna se le había acelerado el corazón, al rozarle la piel. ¿Por qué? Era como si su loba se hubiera despertado de golpe y enrabiada permaneciera encerrada en aquel cuerpo, exigiendo protección y alerta. Danna suspiró, y negó con la cabeza, lo único que ocurría era que se encontraba alterada, nada más lejos que aquello.

Se encaminó hacia la habitación donde dormían los tres niños del castillo, tras ella Adrik la seguía. Al entrar observó y su rostro adquirió un aire dulce y tierno al verlos dormitar. Con la cabeza señalo a uno de los niños – Puedes despertarlo por favor? Yo me ocuparé de los otros dos – Le sonrió a Adrik – Gracias – murmuró antes de encaminarse hacia los dos hermanos de ocho años, dejando al pequeño de tres años para Adrik. – Vamos grandullones, que hoy tenéis una sorpresa – les dijo a los dos niños, meciéndolos suavemente para que despertaran. Por el rabilo del ojo, vio como Adrik no tenia problema en despertarlo, y como el niño se recostaba y le miraba. Volvió a los dos hermanos que lentamente abrieron los ojos y la miraron perplejos, cuando oyó la voz del pequeño a sus espaldas hablando con Adrik.

-¿Quien eres? Y por qué nos vamos?- su tono de voz era exigente, algo peculiar en un niño de tres años – Vale...pero, tienes que protegerla. Porque si me voy no podré cuidarla yo como ella me cuida cuando estoy enfermo en cama y me trae esos jarabes nada buenos...¡Puaj! Son realmente malos, pero no le digaís nada, ella cree que me los tomo...No quiero verla triste. Así que debes prometerme que la protegerás. Porque en el fondo es una princesa a la que hay que cuidar mucho y darle amor...no como su padre, él no la quería. Pero... tu sí verdad? Por eso la protegerás como un caballero.... - Danna se mordió el labio ante aquello, conteniéndose a reír, pobre Adrik la que le había tocado, pensó consiguiendo que los dos hermanos a los que despertaba se levantasen al fin de la mullida y caliente cama. Siguió hablando con los niños y ayudándoles a vestirse, simulando no enterarse de la conversación ajena, esperando por la respuesta de Adrik al inocente niño, con una sonrisa en su rostro.


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Mensaje por Adrik Ivanović Sáb Ago 10, 2013 11:38 pm


Cada habitación que habían pasado, las tenía perfectamente gravadas en su mente. Había conseguido memorizar un mapa aproximado de lo que era la mansión de Danna. Las habitaciones destinadas al servicio, las privadas. Aquellas que podían dar lugar a cualquier vía de escape o las que podían tener estancias ocultas tras las paredes. Todas y cada una de ellas. Era importante si deseaba volver al castillo de nuevo sin ser visto. Ése era el motivo por el que siempre había conseguido ser una sombra en la noche, una fugaz muerte para los desgraciados que caían en sus manos. Sin embargo, cuando las velas iluminaban la figura de Danna, sólo podía seguirla con los ojos, ignorando cualquier otra cosa que hubiera junto a ellos.

Ése fue el motivo de que hubiese llegado a la habitación de los niños sin darse cuenta. Quizás estuviera excitado con la idea de acabar con el penúltimo de su sangre. No entendía el porqué sus ojos insistían en hacer caso omiso de sus órdenes mentales, pero debía volver a la normalidad. De no ser así, no sólo sería atrapado bajo aquel papel, sino que podría ser peligroso con todos esos fieles siervos a su alrededor. Si de algo se había dado cuenta rápidamente, era la fidelidad que le guardaban todos sus hombres. Incluso ahora, cuando ella le dedicaba una sonrisa inocente, él podía comprender el porqué querían protegerla.

Con cuidado, casi con miedo, tocó al pequeño. De reojo miró cómo Danna despertaba a los otros dos niños, intentando copiar sus movimientos con fluidez. Jamás había estado con ningún niño. Perseguir a la familia de Danna y darle caza, era lo único que estaba siempre en su mente. Éso le quitaba bastante tiempo de ocio. A ser exactos, no pasaba su tiempo con nadie, a no ser que fuesen hombres malvados para alimentarse, o miembros de la familia que quería destruir. ¿Cuán limitada había sido su vida?.

Las palabras del pequeño le sorprendieron. Cada una de ellas lo condenaba, hundiéndolo en un pozo en el que no deseaba entrar. Ya empezaba a tener dudas sobre si realmente sería hija del maldito hombre que buscaba, no podía permitir que su mano temblase antes de descender para dar el último golpe. Estaba tan cerca de terminar, tan malditamente cerca de entregarse al sol. No podía fallar, debía cumplir su palabra. Sin comprender aún el porqué, sus ojos acudieron al cuerpo de Danna. Observó la forma en que sonreía a los pequeños, quitándole las mantas y abrazándolos con cariño. Sus manos acariciaban el pelo de los niños, revolviéndoselos como había hecho su madre antaño. Una punzada de dolor acudió a él, haciendo que su cuerpo cayese de rodillas entre las camas. Se aferró el pecho con fuerza, apretando la camisa en un nudo. No dejes que venga, no dejes que venga, se repetía mentalmente. Pero aún así, el recuerdo volvió a él. El olor de la harina; la sonrisa de su madre, siempre ladeada hacia la derecha; las cosquillas que le provocaba su pelo al acariciar su nariz. Momentos felices, llenos de amor, que siempre terminaban con el mismo gesto, ella revolviendo su pelo. - Lo haré...- Susurró mientras su cuerpo se doblaba a la mitad.- La protegeré hasta que la oscuridad vuelva - Gruñó con dolor, intentando incorporarse para no asustar al pequeño. Había hecho una promesa, una que cumpliría. Él sabía mejor que nadie que la oscuridad volvería a él, era Adrik. Sin las sombras, sin la negrura, sin las sombras. Sin todo aquello que hunde el alma y la destroza, no sería él. Simplemente, dejaría de existir. Era un saco de venganza y destrucción.

Poco a poco, luchó por levantarse. No quería asustar a los niños así que dijo una pequeña mentira. Ya era un monstruo, ¿qué importaba sumar pecados a su existencia?- Tranquilo. No te asustes, yo... estoy enfermo. Mi corazón no late..bien.- Le dedicó una sonrisa y lo atrapó entre los brazos alzándolo.- Pero soy hábil con la espada.- Le dijo con una mueca feroz en su rostro. Aunque su mente estaba pensando en la habilidad peligrosa que tenía Danna en sus manos sin saberlo. Cuando sonreía, llevaba luz a su interior, arrebatándole la oscuridad.



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Mensaje por Danna Dianceht Dom Ago 11, 2013 8:56 pm

Un corazón dulce cautiva al más ruin de los hombres.

Solo llegó a oír su primera frase, antes de verse bombardeada por miles de preguntas ella también por parte de los dos hermanos, hasta el punto que debía de concentrarse y no oyó más sobre aquello en Adrik. Meció tiernamente a los niños, abrazándolos con cariño, terminando por revolverles el pelo, logrando que los dos hermanos se mosquearan exclamando que no les gustaba peinarse y que por su gracia, ahora su madre les obligaría a hacerlo. Danna sonrío dejándoles espacio libre para que pudieran levantarse y erguirse en el suelo a tiempo de ver como Adrik cogía el niño en vilo y le decía aquellas palabras. ¿Adrik estaba enfermo? Frunció el ceño ante aquello, debía de habérselo dicho, entonces ella le habría obligado a alejarse del lugar, para que salvara así su vida. El niño que alzaba, al oír lo del manejo de espadas, sonrió abiertamente expresando así su fascinación por ellas. Él de grande quería ser un caballero. Danna sonrío ante aquello y tras terminar de alistar a los dos muchachos se encaminó hacia Adrik y el niño, quien al verla se estiró como pudo para que Danna le acogiera entre sus brazos. Lo cogió de los brazos de Adrik y lo recostó en los suyos. Cada año el niño pequeño de la casa se iba haciendo grande y así también su peso. Le dio un beso en la frente y miró a Adrik, preocupada. – ¿Estas bien, Adrik? – Preguntó por lo anterior, mirándole fijamente esperando una respuesta. La que no llegó ya que uno de los hermanos la aventó y obligó a volver hacia ellos y esta vez salir de la estancia, sintiéndose de nuevo seguida por Adrik.

Ella intentó girar la cabeza, pero los dos hermanos la tenían bien cogida y no le dejaron descansar ni un segundo de ellos, excepto cuando se adentró en una salita y cogió de allí lo que parecía ser una espada resguardada en finas telas. Tras aquello, Danna los llevó hacia fuera donde se encontraban los preparativos de la inminente partida de todos ellos. Ya estaba todo listo, unas pocas pertenencias más, y solo faltaría subir a los caballos y poner rumbo a la segunda residencia que tenía en Escocia. Allí ellos irían dos días, con sus dos noches, para luego volver y encontrársela, si había suerte. Ella aún mantenía la esperanza.

- Todo listo señora – Anunció Víctor tras un pequeña lapso de tiempo, que volvió a ir de arriba abajo recorriendo el castillo, ayudando a terminar con la apresurada marcha. - Entonces partid y tomad esto – Le ofreció la espada de su padre, la que anteriormente había recogido. Una espada  que siempre resultaba afilada aún pasaran los años. La espada de hoja curva y fina, se vanagloriaba en una empuñadura ancestral, con el nombre de su familia. Aquella hoja había pasado de generación en generación desde que el primero Maxvuid pisó la tierra.

- Pero señora… yo no la puedo aceptar…las reliquias familiares...- Murmuró devolviendo la espada a Danna. Ella negó con la cabeza – A vosotros os hará más servicio que a mí, y en dos noches volveréis, no ocurrirá nada – Al paso del tiempo en su papel de duquesa, había aprendido a lucir siempre tranquila y segura. En las reuniones, intrigas… ella siempre permanecía con aquella mascara y ahora más que nunca agradecía su control de las emociones, ya que así podía calmar a su gente.  Víctor asintió no muy convencido tomando finalmente el arma, cuando de súbitamente un perro asaltó a la duquesa con un rabo inquieto y feliz de verla.

- ¡Lass! - Exclamó riendo. Acarició al perro y le pasó una cuerda que le tendió su siervo para atarlo al collar. No quería que le pasara nada a él tampoco. Le tendió la cuerda al hombre, cuando Lass alertando de una presencia que a su parecer era maligna, que le hacía desconfiar, hizo algo que no muchas veces hacia. Ladró a Adrik. Danna se quedó de piedra ante la reacción, pero pronto ante nuevamente sus caricias se calmó a su dulce toque, entregando la cuerda al fin a Víctor, mientras este miraba desconfiado al joven mensajero. – Este…-  dijo refiriéndose a Adrik - ¿se queda, mi señora?

- Si, él debe quedarse. No temas, no nos sucederá nada- Sonrió despidiéndose de todos. Muchos le dieron palabras de despedida, que lograron florecer en sus ojos pequeñas lágrimas. Iba a perder su familia por segunda vez y odiaba realmente aquello. – Encended el fuego al llegar que se caldeé el ambiente, hará frío esta noche. -

- Si señora - Murmuraron todos empezando a marcharse a caballo, alejándose del castillo, dejándola sola aquella noche oscura.

Víctor antes de subir al suyo, para su asombro, fue y la rodeó en brazos, provocando el derrame de las lágrimas que se negaba a dejar salir. La meció en sus brazos como un padre lo haría. Para él ella desde siempre había sido la viva imagen de su hija perdida y la quería como a una segunda hija. –  Recuerda que eres la mejor duquesa y joven de toda Escocia. No sé de qué va todo esto…solo sé que él está involucrado  – señalo con la cabeza a Adrik que se encontraba unos metros por detrás de ella con cierta mueca de desagrado y desconfianza –  Tu madre estaría orgullosa de ti… que no se te olvide nunca  – Danna emocionada asintió, incapaz de hablar. Antes de separarse de ella, le besó en la frente con cariño y se fue junto a los demás, dejándola ahora si irremediablemente sola, en compañía del mensajero y del próximo oscuro, que no debía andar muy lejos.

Se quedó en su sitio, hasta que ya no fueron visibles los caballos en la oscuridad, ni se oían los ruidos de sus cascos contra el suelo. Cogiendo aire profundamente, se calmó limpiándose con las manos las lágrimas traicioneras que a último momento habían decidido salir y arruinar así la calma que intentaba aparentar con éxito hasta el momento. Una vez terminó de todo aquello se volvió al joven y le sonrió con cierta tristeza. – Ellos estarán a salvo, no puedo pedir más… ¿Quiere ir adentro? Puedo terminar de enseñarle el castillo o ir a la biblioteca mientras esperamos – Nada quería más que en estos momentos en que el frio se calaba en sus huesos, acudir a sus libros, que le recordaban tanto a su madre y que echaba mucho de menos, mas en días así. - ¿O tiene algo más en mente? – Le preguntó encaminándose de nuevo al castillo, abrazándose con sus brazos, calentando su cuerpo. La brisa de la noche la refrescaba y aquel vestido que llevaba apenas abrigaba. Aún siendo licantropa, hoy sentía el frio.


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Mensaje por Adrik Ivanović Mar Ago 13, 2013 10:13 pm

Mis botos me llevan por el mal camino. Tu inocencia me vuelve loco. Promesas que deben ser cumplidas con sangre nos atan.

No deseo quererte,
no deseo estar aquí,

pero eres tan profunda en tu interior...



Ya casi se había olvidado del sentimiento de fidelidad. Habían pasado tantos años llenos de oscuros pensamientos, que ni un sólo minuto, ni un segundo, se había parado a pensar en aquellos sentimientos tan humanos. La bondad, la amabilidad, el amor. Fragmentos arrancados de él a fuerza de golpes, cada traición más cruel que la otra. Al fin y al cabo, la libertad iba enlazada con el dolor. ¿Cómo podría haber pensado en algo bondadoso?. Él no podía albergar esos sentimientos. Le era inconcebible el pensar que un ser, tan manchado de desgracia como él y tan predispuesto a dar amor a los demás. Tal vez por eso se sorprendió de los efusivos abrazos o palabras de ánimo y esperanza.

Mantuvo las distancias, separado de Danna por primera vez. Le atormentaba ver todas esas expresiones llorosas y alegres al mismo tiempo. Ni las entendía, ni deseaba verse contagiado por una de ellas. Cuanto más percibía la fragancia salada de las lágrimas y el miedo, más se alejaba de la mujer. No quería pensar en el temblor de sus manos al ver esas gotas caer. Su necesidad de recogerlas, bebiéndolas para comer su tristeza y hacerla desaparecer, le confundían. Poco a poco, se acostumbraba a estar ante una mujer que despertaba en él algo. Aún no podía comprender el qué, pero le asustaba. Quería alejarse de ella. Volver a su casucha en el bosque, a su soledad. Quería seguir bañado en la oscuridad de su persona.

Era gracioso que todos se moviesen a su alrededor, ignorando su presencia. Aún así, pasaban al lado de él, creando un círculo de dos metros de distancia. Ninguno parecía querer adentrarse en la línea que separaba a Danna de él. ¿Percibirían el peligro en su persona?.¿El instinto era tan fuerte en los humanos?. Quizás sí. Aunque la muchacha parecía ser ajena a cualquier tipo de sobreprotección. Su cuerpo se despedía de los que partían, acercándose poco a poco a él. Mientras todos escapaban, siendo indiferentes para él, ella hacía todo lo contrario. Seguramente podría tener unos cuernos encima de su cabeza y la mujer seguiría atormentándolo con su aroma.

Cerró los ojos con dolor. Su imagen desamparada, con aquel temblor que hombros. ¿Cuántas veces debía ser cegado por la imagen blanquecina de su perfección?. Sonrió, andando detrás de ella como un perro guardián. Sabía que debía continuar, seguir el papel que debía interpretar. Pero el tiempo se agotaba y estaban solos. Su sangre lo llamaba, su olor lo atrapaba, envolviéndolo en una jaula tan firme, que le era imposible escapar. - Danna...- Susurró con voz ronca y oscura. Sus ojos se abrieron, para tenderle una mano. Dejó que su mirada le hablase, intentando que ella comprendiera aquello que lo confundía. Necesitaba saber algo que estaba sospechando. Algo que lo aterrorizaba.

Su mano temblaba, con el miedo de que se estuviese cumpliendo su deseo más firme. Quizás era él el cazado. Quizás su muerte era la próxima. Debía saber quién era el hechizado, quién el brujo. - Ven aquí. - Le dijo con una mirada intensa y firme, mientras sus labios le ofrecían una sonrisa tentadora. Sabía que debía atraerla a él, igual que la miel al oso. Jamás se había sentido hermoso o con un mínimo de atractivo para las mujeres. Pero algo le decía que entre ellos era diferente. Todo era diferente. El mar era amarillo y la arena azul. El sol no iluminaba y las estrellas.... las estrellas caían hasta envolver su cintura. - Déjame limpiar tus lágrimas, pequeña.- Frustrado ante su estupidez, separó la vista de las piedras que adornaban su busto,  para después quitarse la boina y dejar su pelo despeinado a la vista de la joven. Su madre decía que le daba un toque tierno. Se sacudió el pelo, dándole una sonrisa infantil. Actuaba tan libre y juvenil, que él mismo podría creer que realmente era pobre y mensajero.

Sus ojos se levantaron, observando la belleza del Castillo. Sus torreones, tan altos y dorados. Las ventanas alargadas con cristales transparentes y coloridos. La perfección del equilibrio y forma. ¿Cuántos años tendría ya edificado?. ¿Cuántas familias había albergado en su interior?. Era una lástima que esta noche hubiese que ejercer una matanza dentro. Una muy grande, cuando la hija del bastardo en cuestión, era digna de elogios y admiración. ¿Cómo podría llevar la misma sangre que sus ancestros?. Ni siquiera se parecía a ellos. Tenía tanta inocencia y vitalidad. Bajó los ojos de nuevo, mirándola de arriba a abajo.- Hermoso. - Su sonrisa imitó la de su odiada Anastasia. Aquella que implicaba que deseaba lo que veía. La había odiado tanto, que cualquiera de sus expresiones, hasta la más mínima, se había gravado a fuego en su memoria. Ella era su maldición, su mancha eterna. Sus recuerdos eran el propio infierno. Uno en el que ella revivía para atormentarlo. - Déjame consolarte, pequeña. Después podré acompañarte a donde desees.
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Mensaje por Danna Dianceht Miér Ago 14, 2013 7:49 am

Lo que importa es la voluntad de hacer las cosas, no la sangre.
Tú eres la profundidad que le falta a mi alma, mi sueño... mi anhelo.
Aquello que olvidé y perdí.

Un dolor profundo la embargaba. Tras la triste despedida se encontraba vacía, ahogada en un mar de lágrimas que iban por dentro, siendo así más dolorosas. La fría brisa estremecía su fino cuerpo, como el viento mueve las hojas  que aún no han caído de los arboles. Nada importaba ya eso, el frio que sentía era más intenso. Era su alma la que estaba fría y aquella ni con el calor del fuego, podría calentarla. Solo unos brazos podrían curar el dolor que sentía. Los brazos maternos, ese amor incondicional que solo da una madre a sus hijos. Aquel cariño que de niña había perdido y que tanta falta le había hecho, hasta en lo que quizás serian sus últimos minutos de vida. Deseaba sentirla junto a ella, diciéndole que todo pasaría, que no dolería…solo se dormiría en un sueño eterno, y allí en la muerte, se reunirían.

Estaba esperando la respuesta del joven mensajero, cuando su cuerpo la traicionó temblando, ahogándose en un llanto silencioso. Solo con pensar en su madre…. El mundo se derrumbaba. Aún podía ver en aquel jardín, donde justo estaban de pie los restos de su madre. Para aquel entonces el jardín estaba lleno de rosas blancas. Blanco que quedó en rojo, tras la violenta muerte de su madre, que tiño de carmesí todo el jardín. Aquella noche no había podido dormir bien y despertándose muy temprano había ido a correr hacia las rosas blancas, para cortar una y llevársela a su madre a su despertar, cuando se encontró con aquello… Solo era una niña de diez años. Aún recordaba como corrió desesperada a ver a su madre, ensuciándose de sangre, llegando hasta ella para encontrar su cuerpo mutilado. Su dulce y amorosa madre sin vida con una mueca de horror en su rostro que nunca olvidaría. ¿Moriría ella también así?

El golpe más fuerte de su vida había sido aquel, el segundo, cuando descubrió que su padre fue quien la mató aquella noche.

Exhalando el aire, y cogiéndolo lentamente, intentó sobreponerse. No iba a darle aquella satisfacción a aquel Oscuro que venía a matarla.

Decidida a avanzar hacia el castillo, la voz oscura y ronca de Adrik la paró en seco,  volteándose hacia él, con traicioneras lagrimas bañando su rostro y una triste apagada mirada. Le miró fijamente, reparando en la mano que le alzaba hacia ella, llamándola para que fuera junto a él, que se cogiera a su mano. Parecía confundido, no era de extrañar, él había sido usado por el Oscuro como mensajero, no entendía que estaba pasando, solo era consciente o debía de serlo del dolor de ella. “Ven aquí”. Danna negó con la cabeza si iba le pondría en peligro, cualquier persona que estuviera a su lado, podría terminar herida. Y aquel joven no tenía la culpa de nada.

Adrik siguió mirándola y ella cada vez sentía que menos podía resistir ante su sonrisa y sus palabras. Necesitaba sentir a alguien junto a ella. Adrik se despeinó de forma que su rostro parecía más jovial, más tierno…un muchacho. Logró sonsacarle una dulce sonrisa la que el joven imitó. Pero fue sus últimas palabras “Déjame consolarte, pequeña. Después podré acompañarte a donde desees.” Lo que la hizo caer en sus brazos, yendo hacia él con nuevas lágrimas floreciendo de sus bellos ojos. ¿Cuanto hacia que nadie la consolaba? Treinta años, desde que su madre falleció que no sentía a nadie decirle tales palabras y aportándole el consuelo que tanto necesitaba.

Le cogió de la mano y se acercó hacia él, quedando arropada en su pecho, contra él. Podía sentir cada curva de su cuerpo contra el cuerpo ajeno amoldándose a la perfección, como si hubieran salido del mismo molde y fueran la mitad del uno y del otro. Pero aquello carecía de importancia en ese momento. Abrazándose contra él, sin control sus ojos lloraron lo reprimido en aquellos años, todo el dolor y el miedo que sentía en aquella noche. ¿Quién no, tenía miedo a la muerte? Bañó la camisa de Adrik en sus lágrimas, su cuerpo temblaba sin control entre sus brazos. Solo le apetecía esconderse en él, quedarse allí  y que pasara la noche. Así, moriría consolada en brazos de alguien... no sola, echada como una muñeca en cualquier parte del castillo o bosque que rodeaba el lugar.
No supo cuanto había pasado desde que aceptó aquella mano, hasta que lentamente dejó de llorar con aquella intensidad, relajándose contra el cuerpo ajeno. Se mordió el labio repentinamente avergonzada. Había llorado a lágrima suelta contra un completo desconocido, mojándole la camisa.

-... Lo siento, Adrik...- Balbuceó con una voz rota y temblorosa. Se separó levemente de su pecho y alzó la mirada hacia él - ¿Tu crees que al morir, vemos  a nuestros seres queridos? – Le preguntó con tristeza. Con una mano se secó unas lagrimas, pareciendo inútil aquel gesto, ya que no dejaban de caer nuevas de sus ojos – Yo moriría solo por volver a ver el rostro de mi madre y sentir sus brazos una última vez...- Confesó con un labio tembloroso. ¿Nunca dejaría de sentir todo este dolor…esta pena?


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Mensaje por Adrik Ivanović Miér Ago 14, 2013 8:37 pm

La sostuvo entre sus brazos, apretando sus hombros para confortarla. Se sentía terriblemente incómodo. Jamás se había encargado de sostener a una mujer llorosa. Normalmente, estaba tan lejos del sexo femenino, que si alguien le hubiese dicho que esta noche estaría en esta situación, no sólo se habría reído, sino que le habría arrancado la piel al infeliz.

No dudaba en que aquella mujer, que se había contenido de ir a sus brazos, sería incapaz de llorar ante los demás. Era evidente por la forma en la que, aún entre sus brazos, con su cuerpo completamente pegado al suyo, se resistía a dejarse consolar. Su cargo debía ser un gran peso para ella. Él había vivido con una familia noble, lo que en un sistema feudal, era algo tan similar a la nobleza, como la oscuridad a su persona.



Era extraño. Un asesino; un trovador sin musa, perseguidor de una familia maldecida con su existencia y tenacidad, abrazando a una descendiente de aquellos que juró matar. Éso hizo que se tensara, pasando sus ojos por los ladrillos perfectos que adornaban el Castillo desde el exterior. Su rostro era una máscara fría de indiferencia, aunque sus manos acariciaban su espalda con suavidad. - Shh. Tranquila pequeña, ellos no sufrirán daño alguno.- Acarició su rostro con cuidado, admirando la belleza de sus ojos y el calor de su piel. Siempre había creído que los licántropos eran sumamente desagradables. Su olor, su locura en la luna llena, el excesivo calor que emanaba de sus cuerpos... Pero con su rostro entre sus manos, con aquella expresión, sentía que era un contraste agradable. Era tan mágico, como el echar té caliente sobre el hielo y observar cómo el líquido se evaporaba sobre cada cubito de agua congelada.

Escuchó sus preguntas en silencio, viendo cómo intentaba quitarse las lágrimas con rapidez. Era innecesario cuando seguía llorando. Podía intentar comprender su tristeza, pero no era lo más adecuado. No cuando ella sería la última de su estirpe en caer muerta entre sus brazos. El destino los había juntado en aquella noche, quizás pudiera significar algo. A lo mejor aquella mujer era la clave. Si su padre no volvía, teniendo la vida de su hija en manos de alguien como él, sólo estaría confirmando lo que él ya sabía. Cerdo traidor.

Frustrado por la desaparición de su  padre, abrió la boca para responder a sus preguntas. Pero al mismo tiempo en que sus labios se separaban, sus oídos, instrumentos afinados y agudos, captaron el sonido de once campanadas. - Queda una hora- Susurró mientras le quitaba las lágrimas de su rostro y sonreía con expectativa. Faltaba menos para terminar su sufrimiento, quizás su venganza se viera por fin cumplida. Sin poderlo evitar, abrazó a Danna por última vez, mostrándole una sonrisa triste.- Eso es egoísta Danna. Hay gente que depende de ti, pero tú sólo quieres morir.- Se encogió de hombros y después la tomó de la mano y se encaminó al interior del Castillo. - Vamos, necesitas algo fuerte para entrar en calor.- Sonrió con una máscara de cortesía. Cuando la noche terminase, podría incordiarla a su antojo. Sus lágrimas serían tan suyas, que todos sus sentimientos serían de él. Y se encargaría de volverla loca, lo suficiente para que reclamase su muerte. Pero no se la concedería, porque él quería que viviese. ¿Éso quería?. , se contestó a si mismo, desde el mismo instante en que sus ojos verdes te atraparon.

La guió por el Castillo, siguiendo los pasillos que había grabado en su mente, hasta volver al mismo sitio en el que había comenzado todo. El lugar en el que sus ojos lo cazaron de la forma más cruel. Cansado cada vez más por el sentimiento de culpabilidad que se extendía en su pecho por engañarla, por la cercanía de la hora en que su padre debía estar presente y no había la más mínima muestra de que llegase a tiempo. Sumado a la locura que le provocaba el olor de su sangre, la palidez de su piel y aquella estúpida sangre que cantaba para él en el interior de un cuello de ninfa, terminó quitándose la máscara, dejando el rostro frío al alcance de los ojos de Danna, mientras lanzaba su cuerpo al diván que había tocado horas atrás.

Sus ojos se levantaron hasta el reloj de madera que seguía produciendo el tic tac ominoso, quedaban quince minutos para que dieran las doce. Le dio la espalda a Danna y se apoyó en la puerta, cerrándola detrás de él. Su mirada volvió a ella, como siempre, salvo que esta vez era fría y llena de locura.- He de admitirlo, eres una muchacha muy interesante. - Le dedicó una sonrisa peligrosa, antes de que sus colmillos descendiesen y quedase claro que era un vampiro.- Te quedan quince minutos de libertad, pequeña. Dime dónde se ha escondido la rata de tu padre y me marcharé. Dejaré que tu cuerpo marchite con la edad, tomando tu vida cuando desees. - Su voz se fue endureciendo, mostrando el acento ruso a cada segundo que transcurría.

La hora era tan, tan cercana, que podía estremecerse de deseo. Quería sacar la oscuridad que había en él. Dejar que se desbordara, arrasando a aquellos que la habían introducido en él. - Guarda silencio y te convertiré en mi posesión. Todo tu cuerpo, tu alma y tu mente me pertenecerán. No darás un paso sin que yo lo haya ordenado antes. - Se acercó a ella con lentitud, alardeando de su fortaleza, de la altura que los separaban. La estás cortejando, le dijo una voz molesta en su cabeza, quieres mostrarle cuán perfecto eres como vampiro. - ¡¡No!!- Gruñó con fuerza, arrojando una mesa contra la pared y destrozándola. Su cuerpo cayó sobre la alfombra de rodillas, sus manos acunaron su cabeza, intentando no sentir más. - Por favor, por favor, entrégame a tu padre Danna.- Le susurró levantando la cabeza. No deseaba matarla, quería tenerla para él, como juguete, como su posesión. Viva, con esa sonrisa inocente en la cara. Suspiró y vio su rostro asustado y confuso. Aún ella seguía sin entenderlo. - Adrik significa oscuridad, Danna. Ya te dije que mi nombre tenía un curioso significado en ruso.- Cerró sus ojos y esperó a que ella huyese de él antes de las malditas doce campanadas. Antes de que el reloj indicase que no tenía que protegerla. No estaba seguro de si su locura le impidiese hacerle daño.
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La ultima descendiente [Adrik Ivanović] Empty Re: La ultima descendiente [Adrik Ivanović]

Mensaje por Danna Dianceht Jue Ago 15, 2013 10:34 am

Aún sentía el vino que había bebido para calentar su cuerpo, bajándole por el cuello, cuando fue empujada, por la mano que la sujetaba al diván. Sin entender nada, fijó su hojiverde mirada en la de él. Observó con terror su cambio de actitud, su tono frio y cortante y los colmillos que reveló. Eran los más grandes que había visto, blancos y afilados. Cualquiera los temería. ¿Qué hacia un vampiro allí? Por qué el mensajero debía de ser vampiro… ¿Un jueguecito retorcido del oscuro tal vez? Le miró confundida ¿Por qué me hablaba así cuando hacia un momento me estaba consolando?, se preguntó a sí misma.- ¿Por qué me hablas así? – Preguntó asustada. Hasta los ojos, la mirada de Adrik resultaba diferente. Eran fríos y diabólicos, no como anteriormente. Ya no había rostro del muchacho tierno.  Lo más impactante fue escuchar la verdad. Su corazón palpitó de angustia. No podía creérselo. Adrik en ruso era oscuridad. ¡Mierda! ¡El oscuro!

Se quedó inmóvil pensando con rapidez con la cabeza. Por sus ruegos, adivinaba que no quería matarla o no inmediatamente. El problema residía que lo que él quería, no se lo podía dar. No le podía entregar a su padre porque él ya estaba muerto. Estaba metida en un problema y de los grandes. Anteriormente ya le había dicho que su padre  no vendría…ahora solo quedaba mostrárselo. Debía jugar con él y llevarlo donde reposaba sus cenizas enterradas. Así mientras él permanecía con las cenizas de su padre, ella podría huir, aprovechar esos escasos minutos en que se vanagloriara de su muerte, hasta que pensara en ir tras ella y matarla. La ultima descendente de la estirpe, en bandeja, no creía que lo desaprovechase…Aún así debía intentarlo.

- Adrik, mi padre no puede venir. No está…Mi padre no está - susurró con el mismo tono tembloroso con el que anteriormente en la entrada del jardín había sido consolada. Ahora todo aquello era una gran mentira. Nada odiaba más que haber llorado en brazos de su enemigo, cayendo en la trampa del lobo en su mismo terreno. Lo había creído ¡maldición! - ¿Por qué Adrik... porqué? Yo confié en ti! Y desde un principio viniste a matarme…- Habló más para sí misma que para él, sin esperar contestación alguna.

Observándole fijamente se levantó del sillón donde se encontraba. Él estaba con los ojos cerrados. Era ahora o nunca. Iba a salir del castillo por los pasadizos secretos, le llevaría hacia el cementerio y desaparecería.  Le llevaría ante sus restos, esperando que aquello fuera suficiente para aplacar su venganza.

Esperando que no hiciera ningún movimiento contra ella, se dirigió veloz hasta un cuadro de su madre que estaba detrás de ella, lo giró y detrás de él había la entada secreta a uno de los túneles de las catacumbas. Apretando el dispositivo de la entrada, se abrió dejando el hueco para el cuerpo de una persona. Entró y antes de que se cerrase la entrada, miró hacia atrás, hacia Adrik, descubriéndolo con los ojos cerrados aún. Pero esta vez con una sonrisa macabra transfigurando sus bellos labios. El oscuro daba miedo, y aquella risa no deparaba nada bueno. En cuanto la puerta se cerró echó a correr veloz por entre los estrechos túneles llegando hacia donde todos los pasadizos secretos se intercedían entre sí, creando un laberinto de paredes.

De pequeña aquel había sido su jardín, su parque de juegos, se lo conocía como a su propia casa. Se movió con ligereza en el laberinto, perdiéndose queriendo a ratos para que cuando el vampiro irrumpiera tras ella, él mismo se encontrara dando vueltas, dejando que pasara el tiempo. Un tiempo que para ella podría ser la diferencia entre vivir o morir. Rasgándose los bordes del vestido con las estrechas y rocosas paredes, nada importaba, más que salir y salvarse. Como bien en el momento de consolarla le había dicho, no era justo que quisiera morir. ¡No moriría! Iba a luchar con garras y dientes por seguir en el mundo.

Siguió moviéndose, acelerando su velocidad en cuanto el aroma del vampiro se unió a ella, más cerca de lo esperado. – Mierda...- Murmuró sin esperarse tenerlo pisándole los talones tan pronto. No podía subestimarle. Acelerando en el último tramo del laberinto, salió finalmente a lo que parecía ser un balcón de una de los pequeños torreones más bajos del castillo. Sin mirar atrás para no ver la sonrisa y ojos fieros del vampiro, saltó… aterrizando suavemente contra el suelo. Volvió a correr de nuevo. Cruzó el jardín trasero internándose en un sendero que rodeaba el bosque. El camino para llegar al cementerio familiar.

El cementerio de la familia Dianceht no estaba lejos del castillo. Bordeando el bosque había una llanura, llena de flores en cada estación del año. Así cada día aquellas lapidas tenían flores. Era por eso por lo que lo construyeron en aquel lugar y no en otro, como muchos querían. Se acercó con rapidez entre los arboles allí, sintiendo el aroma de Adrik detrás de sí. ¿Serian ya las doce?. Desde el linde del bosque se oirían  las campanadas, y seguro que con sus sentidos, igual que él podría oír el momento en que sonaran, anunciando el inicio del fin. Saltó la verja que rodeaba el santo descanso de anteriores duques y duquesas y se dirigió donde descansaban sus padres.

Las lapidas más recientes; la de su madre de color blanco, y la de su padre, de un color oscuro. Al llegar a ellas cayó de rodillas en la tierra, postrándose en la de su madre. La acarició con devoción, pasando sus dedos por el relieve de su nombre– Madre pido perdón, llevo detrás de mí a mi asesino…Necesito que vea a padre. Madre ayúdame, necesito de tu ayuda…dame las fuerzas, ilumíname para que su oscuridad no pueda conmigo. – En su voz se denotaba el miedo pero también la esperanza-   Aquí viene… - Murmuró acariciando la lapida una última vez. El aroma del vampiro se acercaba hacia ella. Levantándose, esperó que Adrik sintiera curiosidad por aquellas lapidas y descubriera la de su padre. – Volveré, te lo prometo -

Danna se alejó de las lapidas y del cementerio. Tenía que ocultarse. Tras el cementerio familiar el bosque se alzaba amenazante, oscuro y denso, con las ramas azotando el aire, movidas por la fría brisa de la noche. El bosque serviría. Debía alejarse del oscuro, más ahora una vez fuera consciente de que su padre estaba muerto y solo estaba ella. Era la última descendiente del linaje al que perseguía.  Su próxima y  última víctima.

En cuanto entró al bosque de fondo oyó la primera campanada del reloj. Faltaban diez campanadas mas para que fueran las doce y el Oscuro saliera a cazarla. Corrió y se adentró en el bosque, perdiéndose entre las sombras, al compás de los diabólicos instrumentos que formaban las lejanas campanas y el reloj del salón. El tic tac había dado a su fin. Los latidos del corazón de Danna estaban condenados. La oscuridad la llamaba.


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Mensaje por Adrik Ivanović Vie Ago 23, 2013 1:22 pm

" A veces la última persona en el mundo con la que quieres estar, es la única persona con la que no puedes estar.."


Podía escuchar su corazón errante y asustado, mientras sus pasos correteaban por el pasadizo. Cada golpeteo frenético de su corazón le hería. Debía estar muerta. Simplemente no existir. Debía dejar de respirar para que su aroma no lo atormentase. La maldita fragancia que lo llamaba, que le incitaba a correr tras ella y pegarla contra su cuerpo de nuevo. Quería ver manar la sangre de su garganta, admirar el contraste salvaje de la sangre contra el más puro marfil. PEro no lo quería porque supiera que después iba a perecer su maldita vida, sino porque así podría probar lo que le estaba vedado. El líquido que la condenaba, el elixir que lo ataba a ella de la forma más cruel posible. Porque era un perro sin amo. Una criatura envuelta en las sombras, y que por unos instantes, había acariciado la luz del sol. Danna era la más pura de las luciérnagas, y su sangre, su deliciosa y caliente sangre, sería el faro que lo guiaría en la oscuridad hacia ella. De nada servía huir. No cuando él sabía que quedaba tan poco tiempo.

¿Por qué me hablas así?. Su pregunta volvía a él, como cada palabra que había dicho en éste día maldito que no acababa. La mirada de sus ojos verdes, tan llena de miedo, con aquella pequeña boca temblorosa, venía de nuevo. Desesperado, atrapado en un dolor ajeno que infectaba sus ansias de venganza, gruñó aún en el suelo. Arrodillado, sobre una alfombra tan cara como su propio caballo pura sangre, golpeó con las manos el suelo. Un salvaje gruñido salía de sus labios, preparado, esperando a que el reloj diese las doce campanadas que lo librarían de su palabra. - Danna... - Su voz sacudió las paredes, yendo de un susurro a un grito lleno de furia.- ¡¡Malditas palabras con las que me has atrapado!!.- Su mirada se centró en el enorme reloj que dominaba la pared norte de la estancia. Sus ojos iban, constantemente, del reloj al hueco abierto de la pared. El mismo por el que se había escabullido su mujer. ¿Su mujer?, se preguntó mentalmente con pánico. No, no. Era una loba, la hija del hombre que debía matar. Una mujer. Él sabía que no podía confiar en las mujeres. Y ella era la última a la que debía querer.

Sus ojos vagaron por la habitación, parándose junto al retrato de la mujer que había huido. Su rostro sonriente, con un brillo de tristeza en los ojos, parecía burlarse de él. Adrik, mi padre no puede venir. No está…Mi padre no está. Su voz volvía, golpeándolo, mientras su cuerpo comenzaba a temblar, sacudiéndose en una oleada de frío odio.- No vas a escapar de mí, duquesa. Veré a tu estirpe destruirse, pagaréis por vuestra traición. Generación a generación.- Comenzó a reírse, mientras sus manos acariciaban el marco del cuadro. Deslizó sus dedos por los bordes, subiendo con las yemas de sus dedos por el vestido, alcanzando la cintura de la figura. Su mano paró. Su cuerpo se tensó con la primera campanada. El primer sonido que le indicaba la ruptura del contrato que había hecho con el pequeño del castillo horas atrás. La excitación, el anhelo de tener a la pequeña entre sus brazos, suplicando por perdón, era superior a él. Porque la quería a sus pies, con esos ojos verdosos pidiendo perdón por el pecado que había cometido años atrás los suyos. No importaba cuántas veces hiciera lo mismo, ni a cuántos de ellos matase. Al final, ninguno había pedido perdón de corazón. ¿Qué importaba engañar a alguien que no había conocido la libertad?. ¿Qué era torturarlo durante años en un ataúd?.

Sus pies se separaron del cuadro, caminando hasta la entrada secreta. Pero antes de adentrarse en ella, se giró para mirar el cuadro de nuevo. - Pobre de mí. Pobre de ti. Pobre de aquellos que han estado confinados en la oscuridad. - Su voz era un susurro triste, porque sabía que ella era diferente. En algún recóndito espacio de su corazón, sabía que había querido protegerla. Pero había decidido proteger a su padre, antes que entregárselo. Ahora no había forma de apartarla de su destino. La vida tenía un plan para todos, por mucho que corriésemos, siempre nos alcanzaría. Así había ocurrido con él. Ella no sería diferente.

Su cuerpo se movía con sorprendente rapidez, de vez en cuando, su cuerpo se paralizaba, para asegurarse de estar rastreando su aroma. Cada paso, reverberaba por el estrecho conducto, convirtiéndose en un leve susurro de ropas por la rapidez con la que iba. Ser un vampiro tenía sus ventajas y esa era una de ellas. Eran perfectos cazadores, más él, que se había cultivado en las sombras. Siempre atento, persiguiendo a sus presas, capturando su fragancia hasta lo más cálido de su hogar, para luego después arrebatarles la vida. Y, aunque la mayoría de su especie era capaz de consumir la vida de los inocentes, él jamás lo había hecho. Un compañero le había dicho que los pecadores sabían mejor. Aunque Löwe siempre le había fascinado e incluso sacado una pequeña sonrisa, sus motivos eran diferentes. Mientras uno buscaba el mejor sabor y la fuerza en sus víctimas, Adrik ansiaba alimentarse del mal. Quería exterminar aquellas plantas carnívoras de la sociedad, hasta que no quedase ninguna.

Su ceño se frunció. Por algún extraño motivo la mujer se había adentrado en un cementerio. Con cuidado, olfateó el aire y suspiró. Sí, había pasado por allí, aunque su corazón palpitante no podía escucharse, por lo que no podría estar escondida en alguna tumba. Sabía que aquella idea era absurda, ¿quién se metería en una tumba para esconderse?. Pero lo importante era asegurarse. El miedo hacía que las presas huyeran hacia cualquier escondite en el que pudieran resguardarse del cazador. Su cuerpo se agazapó, recorriendo el lugar con lentitud deliverada. Quizás hubiera una trampa allí. En lo alto de la colina, dos tumbas lo esperaban. Allí el aroma era más intenso, podía percibirlo sobre el frío mármol. Su cuerpo se detuvo frente a las losas. Y, allí, el tiempo se paralizó.

No podía ser verdad. Aquello jamás había ocurrido. ¿Muerto?. No podía ser cierto. - No...- Susurró mientras caía en la tierra, limpiando el frío material con sus dedos. Pero por mucho que frotase sobre la superficie, el nombre seguía allí. El conde Dianceht descansaba en la tumba, ajeno al dolor que le podía proporcionar el oscuro. ÉL, un bastardo, un mentiroso... Él había alcanzado la paz que él deseaba para su propio cuerpo. Jamás volvería a pensar, a recordar. Su cuerpo no reviviría los castigos que pudiese haber recibido. Él no tendría que cargar una herida abierta y sangrante siempre. La eternidad era un castigo muy largo, y él se había librado. Él no podría pagar por las heridas que cargaba en el infinito del tiempo. Una risa histérica se escapó de su cuerpo, mientras sus manos arrancaban el mármol del suelo, destruyéndolo con sus puños. Golpeó y pataleó la tumba, hasta que su chaleco quedó completamente desgarrado y su camisa blanca, llena de tierra. - ¡¡Ojalá te pudras en el infierno!!- Le gritó a la nada, mientras se erguía sobre el cementerio.- ¡¡Ojalá el demonio te abrace cada noche, quemando y desgarrando tu piel!!.- Rió y se quitó el chaleco, sintiendo como una lágrima sangrienta caía por su rostro. Todo había acabado. Su muerte había finalizado el pacto. Porque él, el oscuro, no había podido terminar la venganza que había prometido. Y todo por aquél bastardo. ¿Qué haría ahora?. ¿Cuánto tiempo más debía sufrir?.

Una mano revolvió el pelo, llenándolo de fragmentos de mármol y tierra. Había destrozado la tumba del hombre, casi podía verse el ataúd dentro de la tierra, saliendo de ella como una risa malévola. Una carcajada que decía " No has cumplido tu parte". Éso era desesperación. Algo capaz de enloquecer a cualquier hombre. Sus ojos se distrajeron con la tumba conyaciente a la del bastardo. Allí era donde el olor de Danna aún podía percibirse. ¿Por qué Adrik... porqué? Yo confié en ti! Y desde un principio viniste a matarme…. La voz de la mujer volvía a él. Casi como si su espíritu lo llamase. Una sonrisa afloró en su rostro. Quizás no todo hubiese terminado.

Abandonó el cementerio, dando la espalda a la tumba intacta, respirando el aroma frágil, casi perdido ya, de Danna. La encontraría. La convertiría en su posesión. Ella debía descubrir qué se sentía al pertenecer a una persona, hasta tal punto, que la muerte era sólo una vía de escape perfecta. Persiguió su aroma en l noche, adentrándose en el bosque en el que había huido. Podía sentir la llamada de los lobos, llamándola. Sonrío y persiguió los aullidos, sabiendo que ella estaría cerca de ellos. Lo humano y animal juntos. Como al principio. Como el instante en que él conoció a sus antepasados. También fue en un bosque, mientras él intentaba huir de Anastasia. Aquella mujer que lo poseía como un muñeco. Cuando vio a Danna, no pudo evitar compararla con Anastasia. Tan diferentes y a la vez parecidas. Ambas lo herían. Una haciéndole recordar las heridas que recorrían su cuerpo, y la otra, con sus ojos y palabras dulces. Las mujeres eran dolor. Una bella y delicada flor, que te clavaba las espinas, desgarrando tu piel. Eran algo a lo que no debías acercarte. Que no debías tomar. Aún así, sus pies se acercaron a ella, hasta que quedó delante de su tembloroso cuerpo. Con sus pantalones manchados de tierra y la camisa sucia y desgarrada, debía ofrecer un aspecto lamentable. Si éso se sumaba a la lágrima sangrienta y su pelo revuelto, podría parecer un demonio. Uno triste y loco.- Me lo habéis arrebatado todo. - Susurró mientras sus manos la atrapaban contra su cuerpo, abrazándola con fuerza. Aspiró su aroma, sintiendo cómo su frágil estado mental se calmaba. Quizás era cierto que sólo era un niño. Uno que destruía mundos cuando destruían sus juguetes.- ¿Cómo podréis pagarme?. ¿Cómo expiarás un pecado tan grande?.- Le susurró contra su pecho mientras sentía otra lágrima caer sobre su pelo castaño. Sus ojos persiguieron la gota de sangre, queriendo pensar en otra cosa que no fuera ella. ¿Pero cómo podría eludir el sol?. ¿Cómo eludir el fuego que quema tu cuerpo, de dentro hacia afuera?. Se separó de ella para mirarla a los ojos. Aquellas gemas siempre lo atormentarían. Al igual que su voz lo había acompañado e su infierno. Sin pensarlo, bajó su rostro para besarla. Y una vez que hubo juntado sus labios con los de ella, gimió y se entregó al dolor. Tiró de su pelo para que abriese la boca y le permitiese entrar. No quería pensar en la muerte, no quería sentir la soledad que le esperaba de nuevo. No ahora, no cuando sabía que ya sólo le quedaba la oscuridad y el dolor. Suavizó su abrazo, para rozar sus dedos con los cristales que lo habían distraído antes, aquellos que quedaban bajo sus pechos.- Calma mi dolor, Danna. Calma el dolor- A penas podía sentir su cuerpo, sólo el dolor. El dolor de cada tortura. El infernal mundo de su enterramiento en vida. La soltó para caer al suelo, gimió obre la tierra mientras sentía cómo su cuerpo se enfriaba. ¿Cómo vivir ahora?. ¿Cómo cuando sólo podía sentir la oscuridad y el susurro de una voz dulce y amable?.


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Mensaje por Danna Dianceht Sáb Ago 24, 2013 10:53 pm


Dicen que cuando estas a punto de morir, ves tu vida pasar a lo largo de tus ojos en breves y fugaces recuerdos. Así recuerdas aquellas caras que dejas atrás, las mas amadas y queridas y también las mas odiadas. Aquello no le sucedía a Danna que seguía corriendo por el bosque, adentrándose en él. Ella solo sentía la adrenalina de su cuerpo, aquel sentimiento de miedo que impulsaba su cuerpo a correr sin descansar, aún a sabiendas que aquel vampiro la encontraría. Daba igual si hoy u otro día pero a la larga lo haría y tendría que afrontarlo. El cruel tic tac hacia tiempo había dejado de sonar, dejando un silencio sepulcral ante la última nota, anunciando el fin de aquel día y el inicio del siguiente.

Saltó los obstáculos que se encontraba por el camino, no tenía tiempo para rodearlos, así que usando aquella velocidad y fuerza de los licántropos, se sirvió de ella para adelantar más terreno y alejarse mucho más rápido de Adrik. Tal como iba no podía mantener su sigilo así que como un ciervo herido y torpe, levantó las hojas a su paso, despertando la vida del bosque, donde en aquellas horas empezaba la fiesta nocturna, ya que muchos animales cazaban. La hora ideal de los lobos…y de los vampiros, se recordó con cierta tristeza. Deiran, Mikael…Y Löwe, eran grandes amigos y protectores de ella, sobretodo el último de ellos y ambos eran vampiros, y aún así no les odiaba. Con ella eran caballerosos y hasta le guardaban cierto cariño, por aquello, no quería odiar a los vampiros, en más concreto… al vampiro que la perseguía. Por qué renegar de uno, seria renegar de todos.

Siguió corriendo, como alma desbocada, hasta que oyó unos aullidos surcar los cielos. Era imposible no reconocer aquellos cantos, eran su manada. Unos lobos que desde pequeños los alimentó y los vio crecer y con ellos, su loba. Actualmente Vivian protegidos en los extensos terrenos de los Dianceht, perdidos entre sus bosques. Al principio de tenerlos había habido revuelo, no obstante una vez comprobaron que aquellos lobos servían para hacer huir a otros depredadores más fieros, los aceptaron siempre y cuando no hubieran bajas de animales. Aquello era perfecto,  ya que los lobos en los bosques ya tenían todos los ciervos que querían e igual que la parte animal de Danna que se saciaba en los terrenos circundantes al castillo de su familia, protegiéndolo hasta en las noches de luna llena. Inquieta con aquellos aullidos cada vez más cerca se paró contra un árbol, respirando hondo, tomándose un pequeño tiempo donde pensar y cavilar que debía hacer.

Sus lobos la llamaban, la buscaban y gracias a ellos Adrik la encontraría. Pero no tenía otra opción que acudir a sus lobos, para calmarlos y ordenarles huir rápidamente, antes que el vampiro se desquitara con ellos también. Volvió a correr, esta vez dirigiéndose donde se oían los  aullidos, cuando un detalle la hizo detenerse en seco. Adrik estaba allí. El olor del vampiro la sorprendió, encontrándoselo a unos metros de ella. Le miró con temor, olvidándose de sus lobos y sus aullidos, centrándose solo en él.

Adrik parecía un completo loco y abandonado demonio salido de las llamas del infierno. Con los pantalones manchados de tierra, su camisa desgarrada y sucia, su tan adorable cabello revuelto y una lagrima sangrienta bajándole por la mejilla, perdiéndose en su cuello. Era la imagen del glorioso diablo una vez lo condenaron al exilio del cielo. Temblé ante aquella imagen de locura y oscuridad. No estaba acostumbrada a ello, por más conocidos que tuviera como vampiros…con ella delante normalmente no se mostraban como los seres que eran o que sus naturalezas les pedían ser. Si no, todo lo contrario, por aquello es por lo que aquella desoladora imagen, la descolocó, dejándola indefensa bajo su escrutinio y oscura mirada.

Antes de que pudiese decir algo en su defensa, o pensar si quiera en huir, condenándose finalmente. Adrik se le acercó con su velocidad sobrenatural, atrapándola contra su cuerpo, abrazándola con fuerza.

Sin poder decir nada, siguió escuchándole, temblando ligeramente de miedo al encontrarse en las manos de aquel ser que le había mentido desde un buen principio. Sintió algo húmedo perderse en su pelo. Quería ver que era aquello, pero así contra el cuerpo ajeno le resultaba imposible. Su corazón revoleteaba en su pecho de nuevo ¿De felicidad? ¿De temor? A saber. Solo supo que en cuanto el vampiro se apartó de ella ligeramente y la miró fijamente, algo en su interior se estremeció. No de miedo, si no de otro sentimiento más intenso. Confundida, odió sus emociones más que nunca, no podía estremecerse cuando su vida pendía de qué aquel vampiro tuviera compasión con ella y la dejara vivir. Situación improbable tras ver su estado con sus propios ojos. Siguió mirándole hasta que de pronto el vampiro bajó su cabeza y la besó.

En altura no eran muy desiguales, así que Adrik no tuvo que bajar mucho su rostro para besarle.

Danna en shock, dejó que aquellos labios rozaron los propios y le besaran con lentitud. Actitud que mantuvo muy poco, ya que con una de sus manos, tiró de su pelo, echándole la cabeza para atrás, logrando así que Danna abriera los labios y pudiera a profundizar, arrasar con aquel beso todo pensamiento coherente de ella. Sintiendo en sus labios, en su boca el sabor masculino y la desesperación de Adrik, aceptó el beso, dejándose besar por aquella fiereza dominante que le amenazaba con hacerla arder en la más completa oscuridad. Se quejó ante su agarre e inmediatamente aflojó su abrazo y la mano con la que la mantenía sujeta del pelo, calmándola así. Lentamente fue cediendo hasta corresponderle. Alrededor de ella todo se llenaba de su aroma y en su boca su picante sabor. Todo aquello la seducía, hasta que Adrik rompió el hechizo apartándola de su abrazo, cayendo al suelo. Al verse libre, dios dos pasos inconscientemente hacia atrás observando al vampiro derrotado que yacía en el suelo, con la mirada gacha. Se preguntó qué hacer, sus instintos le decían que huyera y rápido antes que el vampiro se levantase de nuevo, pero su corazón, su cabeza le decía todo lo contrario. Debía ir y ofrecerle su calidez… su compañía. Si Adrik hubiera deseado matarla, en ningún momento la hubiera besado ¿no? Confundida y temerosa, hizo lo que ninguna presa de un depredador haría; acercarse a él.

Con temor pero decisión, se agachó al suelo quedando frente a él, a unos pocos pasos de distancia. Tras verle de refilón su maltrecho rostro gobernado por una intensa tristeza y desolación, se le acercó hasta quedar a pocos centímetros de él de nuevo. Podía ser el asesino de toda su familia, pero aquello…nadie se lo merecía y un nuevo sentimiento gobernaba las acciones de la duquesa, la que quería proteger a Adrik, como si de un niño perdido se tratase, enseñándole el camino correcto. Que la luz alumbrara en la oscuridad y rebelara así el lado tierno de aquel joven, que anteriormente la había conquistado con gestos y palabras.

- Dime qué puedo hacer para aligerar tu dolor - le pidió. - Dímelo por favor - con  una mano suavemente le alzó la cabeza hacia ella, encontrándose con su mirada. Sonrió tristemente al ver el estado de Adrik. Estaba desecho, completamente perdido, como aquel niño al que se le apagan las luces y con terror se da cuenta que está solo en aquella asfixiante oscuridad, llama a sus padres, pero ellos no le oyen y se acurruca en la cama con miedo de la soledad impenetrable. Ella aquello lo conocía muy bien, desde que su madre con doce años murió, dejándola sola en un mundo de mentiras y almas oscuras. Le sonrió ligeramente olvidando el miedo que sentía. Olvidando que quizás Adrik había ido a matarla como ultima descendiente de su familia, castigándola así por los pecados cometidos de sus antepasados. –  No temas, ya pasó el dolor. Ya pasó...- Sin pensarlo mucho se acercó hacia su mejilla y recogió el rastro de una lagrima sangrienta con sus labios.  Besando la piel de adrik en una tierna caricia. –  No llores mas, hoy solo debo llorar yo... ¿Te acuerdas? - Le susurró en un intento triste de bromear. Siguió acariciándole la mejilla suavemente con la mano, intentando transmitirle cierta calidez. Se relamió los labios, borrando el rastro rojizo de la sangre que dejaban sus lágrimas. Se le quedó mirando fijamente, encontrándose con una mirada llena de dolor y locura, enviando un estremecimiento a todo su cuerpo. – Adrik... - Murmuró con miedo. Estaban tan cerca el uno del otro, en el  suelo, que solo con que el vampiro alzara los brazos hacia ella, podría extinguir su vida en un suspiro. Con la alarma en el frenético latido de su corazón que bombeaba tan rápido como cuyo colibrí bate sus alas, hizo de trizas el miedo, y se quedó ante su mirada. Si, tenía miedo... ¿Y qué? Cualquier mortal e inmortal en su vida sentía aquel sentimiento. Aquello no era exclusivo de ninguna raza o condición. Lo importante era no dejarse vencer por él, afrontarlo de cara sin titubear. Y allí estaba ella, delante de su mayor enemigo, consolándolo. Con la mirada enturbiada por una cortina tímidas de lagrimas, de dolor por él y por ella. Por él, por aquel dolor que se reflejaba en su rostro, por la locura de su alma, por aquellas lagrimas agonizantes en rojo carmesí al no encontrar el camino...Y por ella, por la tristeza de verle así, de no poder darle la vida de aquel ser que mas deseaba y por el miedo a que todo se acabara para ambos con aquel encuentro. Afrontando su miedo, volvió a acercar su rostro al de él, limpiando una nueva lagrima sangrienta con dulzura, terminando por besar de nuevo sus labios. Aquellos que anteriormente la habían despojado de todo pensamiento. Aquel único sabor volvió a arremeter contra ella, al sentir sus labios contra los ajenos. Aquella frialdad contra la calidez de los propios. Sin pensárselo llevó las manos hacia su cuello, rodeándolo, apresándolo contra ella, metiendo una mano en su pelo, atrayéndolo. Lentamente el suave roce de labios fue subiendo de intensidad. Entreabrió sus labios dejándole pasar, abriendo la vía que antes había tomado a la fuerza. Cerró el puño sobre su abundante pelo y deslizó su otra mano hacia su pecho, frío y duro como el mármol, acariciándole con ternura. Sus sabores se entremezclaban creando una oscura adicción. El oscuro sabor de él unido  a su dulce esencia. La maldad, la muerte, la oscuridad contra la luz, la esperanza, la vida. Dejándose llevar, cerró los ojos y gimió en su boca.

Se estaba entregando al monstruo de sus pesadillas. Pero ya nada importaba, su miedo, el fin de su vida...ya era un hecho para ella. Y si tenía que entregarse a él, para hacerle olvidar la oscuridad a ese joven, así lo haría. Así que le besó como si el mundo terminara, que en efecto para ella bien podía ser así tras aquello. No se arrepentía, se había dejado llevar y si aquel acto era el último que hacía en su vida. Que así fuera. Que besarle fuera su último acto en la tierra.


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Mensaje por Adrik Ivanović Vie Sep 13, 2013 9:38 pm

"Hay ocasiones en las que de nada sirven las palabras, ojalá pudiera llorar yo también, decirlo todo con lágrimas, no tener que hablar para ser entendido"


El dolor se extendía en su cuerpo, mientras los gruñidos de los lobos se escuchaban demasiado cerca. Era curioso que los animales siguieran protegiendo a la mujer que lo miraba a los ojos. Ojos del mismo color que los suyos, aunque con una tonalidad diferente. Probablemente los sentimientos que reflejaban también fueran diferentes, pero en medio de su locura, sólo podía ver un reflejo de sí mismo dentro de los femeninos. Era un instante sobrecogedor, de ésos que deseas guardar siempre en la mente. Aquellos  a los que poder acudir cuando la noche se cierne sobre tu corazón.

Los quejidos del viento contra las ramas de los árboles, junto al sonido de su acelerado corazón, creaba una música infernal y seductora. Era el grito de la soledad, el llanto del alma convertido en aullido. Los lobos sabían mucho sobre eso, quizás por ello algunos se acercaban a ambos. Estaban nerviosos, confusos ante lo que ocurría delante de ellos. ¿Estaban dañando a un miembro de su manada, o por el contrario, estaba aullando su soledad a la luna?. ¿Qué pasaba con la mujer y el atacante?. Ni él mismo lo sabía. Simplemente era ojos para los suyos, un recipiente lleno de sentimientos que ella reflejaba en su rostro, mientras con una mano limpiaba sus lágrimas.

- No...- Susurró mientras ella se acercaba a él. No deseaba tenerla cerca, ni mucho menos ser consolado por ella. Le hería el orgullo. Algo que pocas veces podía concebir, era la idea de que otra persona pudiera darle lo que deseaba por plena voluntad. Y ella no podía calmar su alma. Era demasiado oscuro para poder ser aclarado ahora. No cuando su venganza había sido destruida delante de sus ojos como si fuese una frágil hoja de papel.

Con sorpresa, sintió cómo el cuerpo de ella se unía al suyo, como si sus pensamientos lo hubiesen llevado tan lejos, como para poderle permitir a ella un avance tan rápido sin que él pudiera alejarla. ¿No entendia que estaba en peligro?.

Sus manos lo rodearon, aferrándose a su pelo, como si no quisiera volver a separarse de él. Un gruñido se escapó de sus labios, cuando éstos fueron atacados por los de ella. El avance fiero, duro y desesperado, era demasiado para pasarlo por alto. ¿Tanto habían cambiado las mujeres?. Siempre se sorprendía de los avances que daba la sociedad, pero esta vez podía comprender que había algo más en lo que estaba ocurriendo. Algo que le hacía acercar su estrecha cintura con una de sus manos. Era sorprendente descubrirse respondiendo a sus directos avances con un suspiro masculino de satisfacción. ¿Era esto lo que llamaban locura?.

Cerró sus ojos al dolor, devolviéndole el beso con la misma necesidad. Sin pensar, sus manos ascendieron por su cuerpo, recorriendo su figura con avaricia, tocando todo aquello que deseaba tomar, por el mero hecho de poder hacerlo. Ansiaba perderse en ella, de la misma forma en la que quería borrar el recuerdo de todos esos años perdidos en una venganza que jamás tendría lugar. Maldito fuera el hombre muerto, sus actos futuros serían destinados en mancillar su memoria. Usaría sus huesos para decorar su hogar. Quizás los moliese y esparciera en el estiércol.

Con una carcajada, muestra de la loca alegría de sus pensamientos fúnebres, enredó sus dedos en el largo cabello de la mujer. Con una posesividad casi desconocida hasta entonces por él, tomó una de sus piernas, obligándola a abrirlas para colocar cada una al lado de su cadera. Quería que sus tobillos se enlazaran detrás de su espalda, permitiéndole explorar su boca con tranquilidad, domando el cuerpo de la última descendiente. Porque sólo ella tenía su vida en sus manos. Si moría, se entregaría al sol de la mañana, si vivía, se ocuparía de hacerla pagar por su mala suerte. Quizás la atase siempre a él, para poder acariciar el suave encaje de su vestido con la piel de sus manos. Ya era un loco, ¿qué sería para él una locura más?.

- No tienes idea de las cosas que deseo hacerte- Le susurró cuando se separó de ella. La miró a los ojos, perdiéndose en la imagen de su rostro. Esos labios hinchados por el ataque de sus besos, sus mejillas sonrojadas y su mirada confusa. Volvió a besarla para intentar olvidar que ella era inocente. Quizás demasiado para su propio bien. ¿Por qué no podía ser como las demás mujeres de su familia?. Si ella pudiera ser una fría mujerzuela, llena de avaricia y ganas de subir en la sociedad,  podría tomar su vida con completa facilidad. Pero sólo quería condenarla con su oscura presencia por el resto de la eternidad. Ése era su castigo. Había jurado dar muerte a una estirpe que había creado su propia trampa. Un ser puro y luminoso, uno que amenazaba con robarle la oscuridad de su corazón.

Pero, ¿qué pasaría con él si eso llegaba a suceder?. Podría desaparecer con la oscuridad, dejando de existir. Al fin y al cabo, él había sido creado bajo las malévolas manos de Anastasia. Toda su experiencia estaba manchada con la enferma diversión de su belleza. Aquel hermoso y perverso monstruo se había llevado una parte de él, dejándolo en la carcasa que ahora intentaba borrar su dolor en el cuerpo de Danna. ¿Qué había hecho él para provocar el deseo de las únicas mujeres capaces de destruirlo?.

El miedo se adueñó de su cuerpo. Él no quería volver  a pasar por eso. No quería que aquella mujer que lo besaba hiciera lo mismo que Anastasia. Él ya había sentido lo que estaba sucediéndole ahora. Su cuerpo había sido encendido bajo las manos expertas de un demonio, siendo demasiado tarde para él, perdió su propia esencia. No volvería a hacerlo, esta vez la necesidad que sentía era mucho mayor que la que había sentido en los brazos de Anastasia. Si eso significaba que el dolor sería mayor, no podría soportarlo. Estuvo a punto de morir bajo el yugo de Anastasia. Danna podría aplastarlo con sólo un movimiento de aquella pequeña mano, porque sabía que si ella lo miraba con aquella expresión solitaria y con el miedo en su rostro, haría lo que fuese para hacerla sonreir.

Sus manos acariciaron el femenino cuello, rodeándolo con los dedos, apretando con suavidad. Sólo tenía que apretar, podía quebrarlo con un movimiento rápido. Apretó un poco más su agarre, notando como el cuerpo de ella se curvaba contra el suyo, mientras sus labios seguían devorándola. - No puedo...- Susurró con voz quebrada mientras se separaba de ella, empujándola lejos de él. Se levantó con la rapidez de los vampiros, acercándose a los lobos que lo miraban con desconfianza y dándole la espalda a la mujer que había dejado en el suelo. - Colócate las ropas y cuando termines vete al castillo. - Su voz era de nuevo fría, aunque no podía ocultar el oscuro rastro del placer que aún sacudía su cuerpo. Se giró para mirarla en la distancia. Atrapó sus ojos con una posesiva expresión en su rostro.- A partir de ahora, cumplirás todas mis órdenes o continuaré la venganza y te mataré. - Sonrió con una mueca peligrosa. Quería asustarla. Hacer que su cuerpo reaccionase a su presencia con un aleteo temeroso, porque necesitaba que se alejase de él. Estaba a punto de cruzar el límite de su estupidez, queriendo volver  a sus brazos y poseerla contra el húmedo suelo del bosque.


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Mensaje por Danna Dianceht Sáb Sep 14, 2013 5:41 pm

Solo eran presa y cazador...
prendidos el uno del otro,
en un mar de inquietudes y batallas internas.



El gruñido inicial de resistencia del vampiro, fue acallado tras un suspiro, un ronroneo de puro placer masculino. Danna, avistó durante unos segundos la rendición del joven ante su beso, cuando con la misma fiereza y necesidad se alimentó de su boca.

En su mente se sentía perdida, como si navegara a la deriva, sin saber que ocurriría, que sería de ella… Había vuelto a actuar inconscientemente, otra vez, sin hacer caso a sus instintos que le habían rogado que se alejara del peligro y hasta negando el aviso de los aullido de los lobos que le habían avisado, que la habían intentado socorrer de aquel mal que la perseguía, al que ella tercamente había pasado por alto, sin contenerse a acercarse al vampiro al ver un leve rastro de dolor. Todo se entremezclaba entre sí… sus alientos, sus vidas, el futuro. Parecían dos amantes rencontrándose tras muchos siglos de ausencia. Él un pirata, y ella la dama que ansiosa esperaba su vuelta en la cuna del mar.

La había apresado entre sus brazos, instándola a acercarse más a él, hasta que terminó sometiéndola a una cárcel de piel y músculos de donde ella no podría ni quería salir. Desde el momento en que Danna se ofreció a la pesadilla de sus noches, a la oscuridad de la que solo Adrik era dueño, estaba condenada, de una forma u otra. No había liberación. Ella era su presa y él el carcelero de su vida.

Danna completamente aturdida por aquel posesivo beso, le echó los brazos al cuello, y pasando los dedos por el pelo de Adrik, lo apretó mas contra si, ofreciéndose a él, como si de una ofrenda se tratase. Instándolo a que cogiera todo lo que quisiera de ella.

Besándose, probando el sabor de la esencia de la luz, Adrik parecía sumido en su propia necesidad, mientras sus manos antes quietas empezaron a recorrerla. De un lado para otro, marcándola, exigiendo que se estremeciera y que en su boca cantara con aquellos suspiros que de su garganta no dejaban de salir, presa de una necesidad tan intensa como la de él. Danna  rendida obedeció ciega a sus deseos. Lo que había empezado como un intento de consuelo terminaba con la unión de dos seres que desde la antigüedad se debían de odiar, y al que Adrik por obvia razones tenía que matar de forma violenta sosegando así su oscura alma, no centrándose en explorar cada resquicio de aquella ardiente boca que se abría a él extasiada.

El vampiro la tocó, besó, acarició todo lo que quiso sin avergonzarse, como si fuera el dueño absoluto y nadie lo ponía en duda. Al menos no Danna, la que se encontraba agonizando bajo el peso de su cuerpo, cruelmente seducida por aquella oscuridad que la amenazaba con hacerla delirar…Hasta convertirse en un recuerdo de lo que alguna vez fue, antes de que aquella oscuridad la librará de toda resistencia. Porque ella quería vivir, salvar el alma de aquel ser que había venido a matarla. Aunque en esos instantes, la voluntad de vivir había quedado olvidada bajo aquel sabor adictivo de los agonizantes labios de Adrik.

No podía sentirse más asustada, y a la vez con más vitalidad, con aquel fuego recorriendo sus venas, echándola a perder en un mar de locura, donde solo existía el toque de aquel ser oscuro, al que debía de temer. Pero al que no temía. De su garganta salió un gruñido en cuanto el vampiro tomó sus piernas, obligándola a que se abriera a él, acoplándola de modo que todo su cuerpo quedara en contacto con el suyo. Ella le rodeó las piernas por la espalda, volviendo a ser sometida por aquella boca de fría seda que cortaba de raíz todo pensamiento racional de su mente. Se estremeció, tembló, sentía su espalda contra el húmedo suelo del bosque y aquellas manos nada dulces, si no todo lo contrario, pecaminosas resiguiendo su figura. Adrik se deleitaba en ella y en aquellos sonidos entrecortados que morían en sus labios, a los que Danna no podía negar el placer de salir al exterior, no con aquella tormenta que batallaba en su cuerpo enardeciéndola en cada roce de su cuerpo contra el ajeno. Ahora más que nunca era consciente de quien de los dos tenía el poder absoluto encima de la voluntad del otro. Ella solo era una pequeña hormiga, él todo un mundo.

- No tienes idea de las cosas que deseo hacerte- Le susurró cuando se separó de ella.

Aquellas palabras le hicieron jadear, necesitaba encontrar aire que respirar ante aquella intensa y cruda mirada. Danna le miró completamente sonrojada tras aquella muestra de pasión y confundida, aún no entendía todo aquello. ¿Eran animales a caso?... que se regían solo por sus ansias más salvajes? Le devolvió la mirada sin titubear, suspirando – Y que deseas hac...Ah..! - Su boca volvía a ser poseída por su fría determinación antes de que pudiera terminar de hablarle. Y Danna volvía a sentirse volar metros allá, perdida en las sensaciones, otra vez. Quizás hubiera sido mejor haber huido, lejos... muy lejos de él. Resultaba ya imposible por eso, ahora solo podía agonizar entre sus brazos, deseando que aquello terminara, o que no terminara. No cuando su corazón latía tan rápido que parecía querer salirse de su pecho.

A continuación  pero Danna titubeó al sentir como aquellas frías manos reseguían el camino, esta vez subiendo hasta acariciar su cuello. Un sexto sentido se activó en su mente. La loba de su interior sentía la proximidad del peligro, y en cuanto aquellas manos rodearon su fino cuello, sus infundados miedos fueron increscendo.  Aún cuando era devorada por aquellos labios con una feroz hambre, los que no le dejaban huida posible. Algo debía ocurrir en la mente de Adrik, quien empezó a apretar suavemente, negándole un poco de aquel aire tan necesario para vivir. Se removió inquieta, consiguiendo solo con eso que su cuerpo se curvara sobre el ajeno, rozando las caderas contra las ajenas. Atrapada por el peso del vampiro, cerró los ojos, temblando sintiendo que con qué solo que apretara un poco más e hiciera un movimiento seco, la muerte bajaría a llevársela. Para su sorpresa, aquellas manos dejaron de apretar tan buen punto ella cerró los ojos y tras un susurro del vampiro, sintió como fue apartada en un empujón de su lado.

Aturdida le miró ¿Le había intentado quitar la vida? No sabía que creer, aún en sus labios estaba aquel fuerte sabor, la fría esencia del vampiro seguía grabada en ella. Su olor impregnaba cada poro de su piel y cada tela de su vestido y aún así...no entendía nada.

La inquietud se coló en el bosque tras aquella separación. Inquietud que los lobo habían dejado de sentir latente en el aire, ya que ahora observando con desconfianza al vampiro se acercaron a Danna gimoteando por lo bajo, en busca de atenciones y preocupados por ella. Ya que para ellos era una más de su manada en la luna llena. Danna con los ojos fijos en el vampiro, acarició a uno de los lobos más pequeños, quien se había acostado a su lado. Los demás lobos al ver aquel gesto y asegurarse que no ocurría nada extraño en ella, se relajaron, aún así el líder de ellos, el lobo alfa en ningún momento dejó de observar al vampiro, con las orejas en alto y la cola en tensión, en una clara señal de desconfianza y ataque, por si se le ocurría volver a
acercarse a Danna.

El lobo, oyendo el tono de Adrik en cuanto esté se giró hacia ella con una mueca peligrosa en su rostro, lo que logró que el corazón de Danna tartamudeara unos segundos, se encaró y le gruño con fuerza. Haciéndose ver como una amenaza ante él, defendiendo la tranquilidad de Danna. Ella sonrió ante aquella muestra de lealtad del lobo y la de los demás quienes secundaron el gruñido. – Shhh calmaos...no queremos heridos ¿verdad?- Susurró acariciando la cabeza de uno de ellos, atrayendo la atención de los demás hacia su persona.

Una de las lobas aulló, aullido al que todos siguieron y levantándose tras asegurarse de que estaba bien, se alejaron perdiéndose  por el bosque. Solo uno se quedó allí entre las sombras observando a Adrik. El alfa no se encontraba del todo tranquilo, por lo que permanecía allí por si hacía falta su actuación.

- No seré esclava de nadie, nunca – Afirmó levantándose encarando al vampiro, aún con el rastro de la pasión de sus besos que le habían dejado los labios rosados e hinchados – Tampoco seguiré tus ordenes. Has intentado matarme hace unos instantes...pero no pudiste. ¿Que te hace pensar que ahora podrás? – Bien, sí. Sentía el miedo que era lógico y normal sentir ante aquellos malvados ojos que la miraban, pero aún en ellos, seguía la sombra de la pasión. Pasión que había escondido bajo el frio gélido de sus palabras. ¡Pero por dios! Como podía ignorar que todas sus ropas olían a él? Seductoramente a él...Sinceramente no podía obviar aquello. Hasta las piernas aún le temblaban, y su corazón aunque más sosegado, seguía latiendo acompasado. ¿Por la pasión? ¿Por el miedo? La misma Danna desconocía la respuesta a aquello.

Desvió un momento los ojos de aquella loca mirada del vampiro y se alisó el vestido. - ¿Por qué quieres ir al castillo? – Preguntó pensando en aquella petición, o más bien orden que le había ordenado cumplir.

Sintiendo los pasos ajenos de vuelta a ella, y el leve gruñido del lobo que seguía en los alrededores, alzó la mirada de vuelta a Adrik, tras indicar al lobo que se tranquilizara. - ¿Por qué? – Simplemente le preguntó perdiéndose en aquellos labios, recordando su sabor. Se mordió el labio inquieta y nerviosa de nuevo con su cercanía, por que ahora su actitud realmente era fría, no la candente lava que hacía poco había sacudido sus cimientos de arriba a abajo en aquel húmedo suelo a sus pies.

- No te tengo miedo... asi que deja de hacer eso - La miraba como una bestia peligrosa miraria a su futura presa, ya no le temia... no tanto por lo menos. Su corazón tartamudeaba ante su cercanía, era cierto... y se encontró inmovilizando los pies al suelo para no ceder a la tentación de dar unos pasos atrás. También cierto. No obstante algo en su interior confiaba más en él que él mismo, desde que de haber tenido la oportunidad de arrebatarle la vida, había decidido liberarla de su agarre. Así que se quedó con la mirada fija en él, y esperó que volviera a acercarse y poder descubrir, si en él, en sus ropas llevaba impreso su olor. Como ella llevaba el olor del vampiro en todo su ser.


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Mensaje por Adrik Ivanović Lun Sep 30, 2013 3:37 pm

“La vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento”


Una sonrisa perversa curvó sus labios, mientras su cuerpo se agachaba, preparado para dar caza a su presa. Un lento gruñido salió de su garganta, dejando que el lobo erizara su pelaje devolviéndole el gruñido. Su mente se centró en enseñarle a aquella testaruda mujer lo que ocurría cuando él era el oscuro. Le mostraría el monstruo que había bajo su piel, para que así cumpliese todas sus órdenes. Odiaba tener que comportarse de ésa forma con alguien que era tan inocente, pero había momentos en los que no cabían los arrepentimientos.

Sus dedos rozaron la tierra bajo sus pies, mientras sus colmillos brillaban bajo la luz de la luna, sus ojos se oscurecieron, llenos del más puro dominio. Primero dominaría al macho, después a la mujer. La forma en la que sus patas delanteras se situaban delante de los pies de Danna, sólo demostraba lo que él ya sabía, el lobo la consideraba suya. Parte de una manada, una hermana. Su deber era protegerla, exterminar a los extraños que se atrevían a tomar a las mujeres de su manada. - Mira atentamente, licántropa.- Dijo con voz fría a Danna, mientras sus ojos no se separaban del espléndido animal. Su pelaje era oscuro, aunque tenía la certeza de que al sol, brillaría con otra tonalidad. Ésa era una de las hermosas cosas que se había perdido con su transformación.  Aunque ahora, no había arrepentimientos. Era lo que era.

"Es sólo después de haber perdido todo, que eres libre de hacer cualquier cosa."


Con los músculos tensos, lanzó un fiero bramido. Uno que reverberó en la oscuridad del bosque,  creando el eco continuado de su propio grito de guerra. Y antes de que el lobo se abalanzara contra él, el bosque se silenció respondiendo a la llamada de liderazgo que había lanzado al aire. Su vista superdesarrollada, le permitió ver la tierra que se levantaba a cada golpeteo de las fuertes patas del lobo contra ella, y con una sonrisa, sus pies se movieron hacia él, llendo a su encuentro con elegantes y fluidos movimientos. Su cuerpo respondió al salto del lobo, abriendo sus brazos, para atraparlo en un abrazo lleno de muerte. Los ojos del animal brillaron con el miedo, sabiendo que mientras caía en los brazos de su presa, ésta se convertía en el cazador. Rió, cuando atrapó al lobo entre sus brazos, lo mordió en el cuello con un tenso agarre, haciendo que el cuerpo del macho se quedara completamente quieto bajo su mandíbula. Sus patas arañaron su pecho en vano, para después quedar colgando sobre su cuerpo.

Cayó de rodillas en el suelo, dejándolo a él en la tierra fresca. Vio cómo él se ponía de pie con rapidez, gruñéndolo con el orgullo herido. Los ojos del animal conectaron con los suyos, mientras bajaba el morro y retrocedía con un lloriqueo lastimero.- Eso es, pequeño. Aquí mando yo. - Sonrió con victoria, tomándolo del morro para atraerlo a él.- No soy tu enemigo, pero tampoco tu inferior- Le dijo mientras su mente se adueñaba de la del animal, dejando impresa en ella sus palabras. Después, soltó su rostro animal y se sorprendió al ver cómo el lobo lamía los dedos que lo habían mantenido preso.

Con cuidado, sus ojos ascendieron hasta Danna, mientras el lobo se montaba sobre su regazo, moviendo el rabo con elegancia juguetona. Sin poderlo evitar, le sonrió con aire infantil, orgulloso de que hubiera visto cómo había dominado a su protector.- Voy a dominarte de la misma forma que a tu lobo, cuando menos te lo esperes, estarás en mi regazo, lamiendo mis manos.- Rió, apartando al lobo, que ahora lo seguía, metiéndose entre sus piernas al caminar para llamar su atención.

Caminó hasta ella, con una mirada cada vez más posesiva, llena de todas las imágenes que dominaban su mente. Quizás si ella supiera lo que pensaba, se retiraría y le haría caso por primera vez, porque todas estaban dirigidas a tenerla bajo su cuerpo. Aunque poco le importaba si era sobre él. - Preguntas porqué deberías ir al Castillo. Bien. Aquí está tu respuesta.- Se detuvo delante de su cuerpo, mirándola con desafío cuando sus brazos la atraparon junto a su cuerpo. No se molestó en evitar que supiera cuán excitado estaba, lo cierto era que prefería que lo notase con toda claridad. Movió su cadera contra su cuerpo, mientras sus labios capturaron los suyos, dominándola con fuerza, de la misma forma en que había hecho con el lobo antes. El beso fue de más a menos, dominándola, saqueando su interior con pericia, mientras sus manos se encargaban de recorrerla con cuidado. Palpó las curvas femeninas, sonriendo mentalmente ante su avance, porque al finalizar el beso, podría hacerla suya con tranquilidad.

La levantó, cargándola hasta apretar su espalda contra el árbol más cercano, no importaba el tiempo que destinase a poseerla. Lo importante era que al final, no recordase siquiera cómo se llamaba. Una de sus manos le arrancó las piedras que decoraban su busto.- Me estaban distrayendo desde el momento en que te vi- Le susurró con una sonrisa, besando su cuello. Sus manos levantaron el vestido con avaricia, acariciando la satinada piel durante el proceso. Con una sonrisa, la miró a los ojos cuando cayó de rodillas ante ella, lamiéndole las rodillas que había dejado al descubierto. Mordiéndolas con suavidad para no perforar su piel con los colmillos. - Dime, muchacha, ¿vas a marcharte al Castillo, o quieres descubrir lo que le hago a aquellos que aceptan ser míos?- Con un movimiento travieso, sus dedos tocaron el borde de su ropa interior, mientras su lengua humedecía sus labios con picardía.


"Hagamos de esta vida una maravillosa aventura"


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Mensaje por Danna Dianceht Lun Oct 07, 2013 4:57 pm


La fuerza no proviene de la capacidad física
sino de una voluntad indomable.

Danna observó con terror aquel baile ancestral de cazador y presa. Ambos eran cazadores, aún así no podía dejar de pensar que con solo un movimiento de Adrik, el lobo estaría perdido. El lugar de un momento a otro se había llenado de suaves gimoteos, la manada llamaba a su alfa de regreso a ella, pero el lobo en su afán de proteger a la duquesa como si fuera una mas de sus lobas, hizo oídos sordos a las suplicas, centrándose en los movimientos de lo que él veía como una grave amenaza. El oscuro vampiro que había penetrado en sus terrenos adueñándose de una falsa identidad y que había amenazado a Danna con aquella oscuridad, que de lejos el lobo había descubierto. La oscuridad era un eterno mal y solo el pensamiento de que pizca de ella pudiera llenar el cuerpo de quien les protegía, le llenaba de furia ciega por aquella criatura.

Desde su posición, siguió viendo a Adrik, temblando inconscientemente al ser testigo de aquella oscuridad, que hasta ahora había escondido. Había tentado al monstruo y el monstruo había respondido de la única forma que entendía, dando la cara enfrentando la luz que en los ojos de la duquesa brillaba. Quería correr ¡Lo quería! Pero ahí se quedó deslumbrada, avistando aquella oscuridad de la que nunca había sido testigo antes. Ni su padre había sido tan temible como ahora lo parecía Adrik, con sus colmillos brillando bajo la luz de la luna, oscuros…más que la propia noche pero a la vez con un intenso fuego. El poder estallaba en sus orbes.

De la misma garganta, le salió un gruñido en cuanto oyó las frías palabras del vampiro. Como le hiciera daño a su lobo, se las iba a pagar con su vida, aún que tuviera que perecer en el intento. – No le hagas daño. –Le gruño de vuelta en un susurro leve, pero perfectamente audible para el fino oído del vampiro. Y como si aquel gruñido, hubiera hecho recapacitar al lobo y hacerle actuar, se lanzó tras un feroz gruñido al vampiro, quien metódico abrió los brazos atrapándole en el momento justo en el que el lobo se había alzado en un salto, cayendo irremediablemente en la presa de sus brazos. El corazón se le disipó al observar horrorizada como los colmillos penetraban la piel del lobo, sujetándole, dominándole, exigiendo la rendición completa. El negro lobo poco pudo hacer más que arañar la piel ajena con sus garras, sin provocarle daño alguno al contar con la sanación sobrenatural de su eterna condición.

Adrik le estaba dando una lección de cómo trataba a quienes se negaban a su dominio, a sus palabras. Inconscientemente volvió a gruñir al sentirse amenazada. Finalmente tras unos segundos de forcejeo, ambos cayeron al suelo y el lobo, quien se había vuelto la presa, con el orgullo herido bajó la mirada, rindiéndose. Sin dejar de verlos, finalmente dio un paso atrás en cuanto aquellos oscuros ojos se volvieron a ella, con la fría determinación que había tenido para con el lobo.

- No me dominaras – Gruñó - Solo tú terminaras adorando el suelo que piso. A mi nunca me tendrás – Sentenció con voz clara y firme sin despegar la mirada de la ajena. - Yo no soy una mascota, con la que puedas tentar con caricias...



Todo deseo tiene un objeto y éste es siempre oscuro.
No hay deseos inocentes.


El vampiro ni le contestó, tras acariciar de nuevo al lobo se levantó, caminando hacia ella traspasándola con una mirada posesiva. Danna bien podía jurar ver al hijo del diablo en persona ante ella. Parecía un rey conquistador. – Maldito. ¡No te me acerques más! – avisó dando un paso atrás de nuevo, hasta que en un solo segundo se encontró cara a cara con él, cuerpo con cuerpo…aliento contra aliento.

Mirándole confundida de nuevo por aquella cercanía, el joven aprovechó para atraparla contra su cuerpo, encadenándola a él. Al sentir lo excitado que se encontraba negó con la cabeza intentando desquitárselo de encima cuando sus labios fueron devorados con total descontrol. El beso la había dejado aturdida como los anteriores y contestando a la dominancia de aquella lengua que penetraba en su boca con total impunidad, usó la suya para romper el mandato ajeno, encontrándose perdida irremediablemente cuando sintió las caricias en su cuerpo. Aquellas frías manos en cada una de sus curvas desposeyéndola del poco control que le quedaba, ahogando toda resistencia en aquel húmedo beso y excitación que a cada roce de las caderas, se hacia mas visible.

Suspiros, leves gemidos contra los que luchaba, para no dar aquella satisfacción al vampiro que la tenia presa con su oscura magia. Ya no sentía nada, solo aquel contacto. Hielo y fuego, tan contrarios y tan iguales. Una metáfora del bien y el mal. La oscuridad y la luz. En la que ni uno ni otro puede existir sin la existencia contraria. Ella era el sol, que alumbra las mañanas. Él la noche, la fría y oscura noche. Noche en la que ahoga a todos a perecer bajo su manto, haciéndoles desear la llegada de un nuevo día en el firmamento. Solo nuestros mayores miedos se muestran en la más absoluta y desesperada oscuridad. Nuestras pesadillas reviven bajo la tutela fúnebre de la noche. Y aquel era él, la pesadilla errante de una familia. Familia a la que había asesinado, torturado y mutilado siempre bajo la sombra oscura de su propio diabólico ser. Generación tras generación, habían caído…hasta esa misma noche, que en su canto fúnebre había dado con la perdición de todo maldito diablo. El encuentro con la bondad en forma de querubín. Un hermoso ángel criado por y para la luz.

Y ahí estaban inmersos en lo prohibido. Danna perdida en lo que su cuerpo sentía, en lo candente de los latidos de su corazón, los que solo hacían que alzar aún mas su necesidad, su calor. Y el vampiro ganando aquella jugada, obteniendo que el dulce olor de la bella licantropa rodeara todo su ser, sintiendo la respuesta en su cuerpo, en los gruñidos y delicados suspiros que soltaba contra sus labios.

De un momento a otro fue alzada y apenas consciente de lo que ocurría a su alrededor, su cuerpo dio contra el tronco de un árbol, apoyando su espalda en él. En todo momento era guiada por aquel ser que la dominaba y exigía como un rey hambriento de mas riquezas. Tomando aire, intentó recuperar el aliento y sentido. Oía al vampiro, pero aquella voz le parecía lejana, como si no fuera con ella, sentía sus besos por el cuello, a lo que suspiraba rogando por más. Fue entonces cuando perdida entre aquellas emociones, su cuerpo dio un brinco inesperado. Bajó la mirada confundida, encontrándose con que aquello frió que sentía debajo su vestido eran las manos de Adrik y como este mirándola le besaba las rodillas que mantenía sujetas.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se dejaba de esa manera? ¿Por qué su cuerpo traicionaba su mente? Lentamente su cabeza fue encontrando cierta lucidez. Pero fue cuando oyó las palabras traviesas del vampiro y sintió el tacto de aquellos fríos dedos contra su sexo, fue cuando lo vio todo claro. Nadie jugaba con ella.

- No te obedeceré… y tampoco aceptaré ser tuya- Su voz temblorosa delataba lo que el vampiro bien sabia, aún así siguió intentándolo. – Solo te ganaste la lealtad del lobo, pero aún pudiendo enloquecer mi cuerpo, mi mente solo con la calidez se puede obtener... – Le miró ahora a los ojos fijamente.-Calidez que no posees. - Añadió con voz ronca. Sus brillantes orbes se encontraron con las oscuras de él. Sus ojos eran negros ¿De pasión? ¿Hambre? ¿De maldad? Se perdió de nuevo en sus pensamientos cuando sintió un leve movimiento de aquellos dedos que la tentaban a mover sus caderas contra ellos, profundizando mas aquel toque.

-No...!- se quejó temblorosa cerrando los ojos un segundo – No soy una cualquiera…no me trates así- Sus ojos volvieron a encontrarse y en los de ella brillaba una luz de deseo y necesidad pero también de miedo a perder el control, a ser tomada en aquel lugar de cualquier manera, por la fuerza de aquel inmortal. Aún así, a cada respiración jadeante, su cuerpo se movía, logrando una fricción permanente, a la que su cuerpo respondía. Solo de haber sido una completa inocente, se habría sentido horrorizada, pero aquel toque le hacia acordarse de aquella primera y única vez, hacia unos meses atrás. Y palpitaba de deseo.

Unas dulces lágrimas acariciaron sus mejillas. Lagrimas de impotencia. ¿Qué seria ahora de ella?

- Dime que harás conmigo – le enfrentó, mientras sus manos bajaban a él y hacían fuerza hacia arriba. – Por que ambos sabemos que no me dejaras escapar de aquí y que por ahora puedes hacer lo que quieras con mi cuerpo. ¿Pero te dejaras envolver por la luz? Por que sé que reniegas de ella… - Se mordió el labio nerviosa, hasta el punto de sentir un gusto a hierro en su boca, indicando con aquello que se había abierto una pequeña herida en el labio.

-Hagas lo que hagas, ve con cuidado…por que de verte en luna llena,¡Te juro¡ que te morderé mil veces el trasero. Sin compasión, te echaré de mis tierras como quien ha intentado adueñarse de mi loba y como quien vino tras el disfraz de la mentira, a buscar mi muerte - Su voz era firme, con un leve temblor apenas perceptible, mientras su cuerpo domado por la oscuridad, se estremecia, en las frías manos del vampiro.


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Mensaje por Adrik Ivanović Miér Oct 23, 2013 6:13 pm



Hay sólo una paloma migratoria.
La dicha se deshace como un beso
y calla la tristeza en una boca.



Sus dedos hicieron caso omiso a lo que ella decía, aunque sus palabras iban quedando gravadas en su mente. ¿Realmente creía que esto era forzarla?. Sin poderlo evitar, sus labios dejaron salir una risa baja. Era tan inocente. ¿Quién osaría mirar la escena que él mismo estaba llevando acabo y pensaría que ella no lo deseaba?. - Loba mentirosa.- Le susurró desde sus rodillas, mientras sus dedos se movían como leves mariposas sobre la piel interna de sus muslos. Buscaba distraerla, llevarla por un camino de perdición que sólo él decidiría finalizar.

Sus labios recorrieron la suave piel de sus rodillas, teniendo mucho cuidado de que el roce extendiera ése maravilloso temblor que comenzaba a sacudir sus piernas. Era tan sensible a sus caricias, que estaba comenzando a preocuparse de que llevara corsé. No quería que se desmayara antes de que él pudiera terminar con ella. Iba a saborear el momento en que Danna se diera cuenta que estaba completamente a su merced. Sólo ella podía apartarse, terminar con esto. Pero al igual que él no podía apartar sus manos de sus muslos, ella tampoco podría marcharse de allí. Eran dos almas retándose a un duelo eterno, luz contra oscuridad. - Puedo sentir cómo tu cuerpo se abre a mí, igual que las flores de luna cuando llega la oscuridad.- Su voz acarició la piel que sus labios habían besado antes.

Levantó el rostro hacia ella, centrando sus ojos oscuros y llenos de hambre y dominio, hacia los de aquella frágil doncella que insistía en mostrarle el orgullo que la mantenía aún de pie ante él. Le sorprendía que ella no se hubiera marchado ya de su lado, corriendo hacia el refugio de su habitación. Él no la juzgaría por ello, si acaso, le agradecería a Dios que ella tuviera sentido de supervivencia. Pero como siempre, la escocesa no atendía a nada que fuera racional. ¿Tendría que ser aún más descarado y terrorífico?. Quizás sí, no perdía nada intentándolo.

Con su mente centrada en la idea de ser más descarado, levantó más su vestido, revelando más de aquella piel que se moría por morder y lamer. Era como si volviera a su época humana, cuando su única debilidad era entrar a la cocina y robar hogazas de pan recién hecho. Parecía que podría comerla tan sólo si ella se lo pidiese. ¿por qué su piel debía saber al jabón perfumado que sin duda había usado horas antes?. Una imagen de ella, despreocupada y solitaria en el baño, con su piel manchada de la espuma blanca que llenaba la bañera, cruzó su mente con sorprendente detalle. Casi podía escuchar el susurro del agua rozando su piel, deslizándose poco a poco por su cuerpo, mientras ella se estiraba a por una toalla que le serviría alguna de sus criadas.

Sus dedos se tensaron sobre su piel, mientras sacudía la cabeza con fuerza para alejar esa imagen.¡Maldita sea, céntrate!, se regañó a sí mismo. Tenía algo mejor entre sus manos, la mismísima loba, mirándolo como si fuera un demonio. Y no podía culparla. Su pelo revuelto, lleno de tierra, al igual que sus ropajes. Aquellos ojos oscuros, mirándola como si quisieran devorarla completamente. Y ésa sonrisa posesiva y traviesa que se formaba en sus labios, mientras su mente buscaba una opción con la que alargar su diversión. Aunque lo que ella no sabría jamás, es que desde el mismo instante en que calló de rodillas ante ella y vio su cuerpo envuelto en ese vestido blanco que le mostraba todo lo que protegía, gracias a la luz de la luna, él había sido capturado. Estaba ante una de aquellas hermosas y jóvenes ninfas del bosque, de las que tanto hablaban los griegos en sus libros. Mujeres llenas de un espíritu puro y salvaje, hechas sólo para ser adoradas por los hombres. Y él, tonto y estúpido cazador, sólo estaba jugando con su cuerpo, como si de un instrumento se tratase. ¿Se convertiría ella también, en un hermoso árbol de Laurel?.

- Mírame, duquesa. Mírame y dime que no harás lo que yo te pida.- Sus labios se entreabrieron, deslizando su lengua por la parte interna de sus muslos, parándose justo donde sus dedos continuaban su incursión. La retó con sus ojos a detenerlo, a decir con esa pequeña boca de nuevo que ella no haría lo que él ordenase. ¡Que el infierno se congelase, si ella no terminaba temblando y suplicando por ser tocada de nuevo!. Él era el maldito Oscuro. ¿Quién sino, podría hacerla caer ante la oscuridad y querer más de aquello que sólo él podría darle?.

"Es claro que lo mejor no es la caricia en sí misma, sino su continuación"

El corto gemido que se escapó de los labios de Danna, lo hizo sonreír sobre su piel. Sus dedos bajaron y le separaron los muslos, permitiendo que él pudiera quedarse entre sus piernas. Se sentía como un bárbaro, a punto de saquear un rico paraje, lleno de joyas preciosas escondidas por toda la extensión de su cuerpo. Quizás eso era lo que hacía que hombres oscuros como él,fueran personas terriblemente adictivas para las mentes inocentes como la de la duquesa. Todas tendían a pensar que aquel hombre terminaría entregándoles poemas y promesas de amor eterno. Aquellas nodrizas que susurraban en los oídos de pequeñas niñas, historias sobre soportar la dominación, aguantar el dolor infringido por un esposo celoso y lleno de amor por ellas. Porque, en el fondo, ¿qué era el amor?. ¿No significaba acaso, el sufrir por el otro, querer tanto que podrías llegar a morir?.

- Digamos que acepto esa mentira, esa estúpida frase de que sólo quieres calidez, cuando estás a punto de sucumbir ante mis fríos dedos.- Besó el borde de su sexo, separándose después para deslizar el borde de sus colmillos por su tierna piel.- Ya te dije antes que te fueras a casa, ¿no es cierto?. Deberías hacer caso a las advertencias, duquesita. - La miró con hambre, con el deseo de que su cuerpo sólo estuviese lleno con el miedo y el deseo que sentía por y para él.

A su espalda, el lobo que había dominado, comenzó a gruñir. Sintiendo cómo el vampiro estaba comenzando a sacar su lado más posesivo y cruel. Pero así debía ser. No podía perderse en el mundo de la seducción, cuando su único objetivo era dominarla y hacerla suya. Él quería alguien sumiso y a su merced, aunque debía admitirse así mismo que esto le estaba provocando un placer sospechosamente inusual. Su mente estaba llena del olor de ella, el suave perfume que manchaba el aroma único de su picante piel. La suave textura del bello que cubría su sexo y el cuál no se había atrevido a explorar más que unas suaves caricias. La belleza blanquecina de sus larguísimas y firmes piernas, siendo coronadas con la cintura más esbelta que había acariciado. Todo en ella lo llamaba a continuar esa danza peligrosa que había comenzado.

Se levantó, mirando a la mujer con la certeza del que iba a vencer esta partida. Sus caderas se apoyaron sobre las femeninas, sus piernas rodearon las de la mujer, encerrando su cuerpo con el suyo al apoyar las manos contra el árbol, encima de su cabeza.- Querida niña, yo no te trato como una cualquiera. Tú eres alguien especial.- Su cabeza bajó hasta su rostro, dedicándole una mirada fría.- ¿Sabes cuántas mujeres he tocado voluntariamente, bajo la luz de la luna, buscando domesticar su salvaje humor?.- El olor de su sangre hizo que sus labios soltasen un siseo peligroso. Sus ojos descendieron a sus labios, encontrando allí la fuente del aroma que lo embriagaba. Su mal humor regresó junto con el hambre. ¿Es que no tenía idea de lo mucho que se estaba controlando?. ¿De lo mucho que deseaba arrancarle la vida?

- Ninguna...- Le contestó con un gruñido, mientras su mano tomaba el rostro femenino en un rápido y rudo agarre. Su lengua trazó el labio inferior, suspirando de placer al captar la gota de sangre que se deslizaba por él.- Deja de llorar, pequeña. No haré nada que no quieras, siempre que regreses a la Mansión.- Cerró los ojos y apoyó su frente con la de ella.

Debía reconocérselo. Ella sabía cómo hacerle perder la calma y concentración. Casi parecía haber sido creada para torturarlo de por vida. Era imposible que alguien pudiera ser tan perfecta en cuerpo, pero tan atrevida con su forma de actuar. Había creído que las mujeres de esta época se caracterizaban por ser dóciles y tranquilas. Más ella, era todo lo contrario. - Si te quedas, te enseñaré lo que un vampiro como yo puede hacerle a un joven cuerpo como el tuyo. - Abrió sus ojos y besó sus húmedas mejillas. Saboreó las saladas lágrimas, tomando su orgullo herido dentro de él. Notó cómo el lobo se deslizaba entre ellos, mirando al vampiro como el nuevo líder, esperando una orden para actuar. - Vamos, duquesa. Quédate. Entonces podrás llorar todo lo que desees.- Se rió y besó sus labios de nuevo. Tomándola por última vez, abrazándola con fuerza, sólo para finalizarlo con un mordisco duro en su labio inferior. Se separó de ella, caminando hacia atrás, sus ojos nunca abandonaron la gota de sangre que se deslizaba por su barbilla.

- ¿Qué será, Danna?. - Su mano se movió, llamándola hacia él, mientras el lobo acudía a su lado, sentándose a sus pies.- ¿ Te dejarás dominar, o huirás a casa?.- Sonrió y sintió que todo dentro de él se sacudía, esperando como el lobo feroz, a que eligiese la senda equivocada.


"Para una Caperucita Roja, la felicidad consiste en ser comida por el lobo"



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Gracias Ionel
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