Dark Destiny [Privado]

por **Graham Jill Novotny** Sáb Abr 05, 2014 7:55 am

Mentiras. Nadie puede hacerse una idea de lo mucho que las detesto. Resulta irónico entonces que sea una de las personas que hace más uso de ellas. Al menos, en mi familia. Siempre me he caracterizado por ser alguien disciplinado, característica que he tratado de trasladar a mis hijos desde que eran pequeños, igual que la honestidad, que también ha estado muy presente en mi hogar. Les decía, y les digo ahora a los más pequeños, que mentir no es bueno, y que la confianza que tengamos con la familia es lo más importante que existe, y lo más poderoso que tenemos para adaptarnos al mundo. Y realmente pienso que es cierto, pero a veces no queda más remedio que renegar de tus propias palabras. ¿Qué debería pensar de mi mismo si lo que estoy a punto de hacer va en contra de todo cuanto defiendo? Nada bueno, efectivamente. Amo a mi esposa. Amo a mis hijos. Y sin embargo, aquí estoy, subido a un carruaje acudiendo al encuentro de aquella mujer de cabellos rojizos que ha conseguido cautivarme.

Tiene algo distinto. Un halo de misterio la cubre y rodea, y me resulta extrañamente familiar. Lo noto en cómo me mira, en cómo me habla... pero sigo sin saber por qué me parece que la conozco de antes. Lo peor de todo el asunto, aparte de mentir a todos diciendo que voy a una reunión, es que pese a que ya me estoy sintiendo culpable, antes aún de cometer el engaño en sí, soy incapaz de regresar. A mi hogar, a la tranquilidad de mi lecho, cálido, y conformarme con el cariño leal de mi esposa. Un magnetismo extraño me empuja en su dirección, hacia las garras y caricias de la mujer con el cabello de fuego, como si se tratase de una araña y yo hubiese caído en uno de sus hilos en un desafortunado despiste. Por segunda vez. La primera vez estaba ebrio, y no sabía lo que hacía -algo que, por supuesto, no me exime de la culpa-, pero ahora es diferente. Premeditado. Me dijo que fuera a su encuentro, y yo voy. No sé por qué motivo, pero voy.

Mañana tendré que poner buena cara cuando me pregunten dónde estuve, y por qué tardé tanto. Tendré que mentir, pese a no querer hacerlo. Yo sólo me lo he buscado, lo sé. Pero sigo sin entenderlo. Cuando miro atrás por la ventana del carruaje, aunque el dolor por el engaño me pesa en el alma, todo cuanto deseo es seguir avanzando. El cochero no se digna a mirarme, con toda la razón del mundo, todo sea dicho. Para él, mentir a una mujer como mi esposa es el peor de los delitos que su señor podía cometer. Y sí, es cierto. Es lo más parecido a una santa que voy a encontrarme nunca. Me perdonó cuando aquella gitana se apareció en mi casa reclamando una buena suma de dinero por haberla dejado embarazada. Sabe perfectamente que cuando bebo cambio por completo, pero me creyó cuando dije que no sabía quien era. Le pagamos y se largó, y nunca más volvimos a hablar del tema. Pero ahora... Ahora es diferente. Deseo ver a esa mujer, y prefiero mentir a aquella con la que convivo diariamente. ¿Me estaré volviendo loco?