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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Genie M. Mozart Sáb Mayo 03, 2014 9:19 pm

- ¿Por qué demonios tienes que hacer siempre eso, Genie? ¿No podrías, simplemente, preguntarme las cosas antes de decidir lo que vas a hacer? A mi también me afectan esas decisiones... -Bufó en voz alta. Estaba realmente furiosa, y no había nada que le resultara más frustrante a Genie de la personalidad de su hermana.

- ¿Acaso tengo la obligación de pedirte permiso para ir a donde sea? ¡Por el amor de Dios, Yvonne! No eres mi madre, y te recuerdo que yo soy la mayor de ambas. Tú nunca me pides permiso para irte por ahí, y lo haces más a menudo que yo misma. Y tampoco es que te pida explicaciones. Así que, haznos un favor a ambas, y déjame en paz. Es sólo una fiesta. -La compositora se acomodó el cabello dentro de un tocado de color negro, ignorando deliberadamente la expresión de desconcierto de su hermana. Genie nunca solía comportarse de aquella manera tan... ¿errática? Aun cuando no tenía por qué darle explicaciones a su hermana menor, solía hacerlo de forma voluntaria. Pero aquella noche estaba extrañamente silenciosa, le estaba ocultando algo. Y sólo se comportaba de esa forma cuando aquello que ocultaba era lo bastante grave para que ella no estuviese de acuerdo. Una mueca se dibujó en su semblante al ver el vestido que su hermana había escogido. Tal despliegue de lujo sólo podía significar una cosa: que iba a una fiesta en un lugar importante. ¿Y había un lugar más importante en París que el Palacio Royal? Pero... ¿por qué ocultarlo?

- No, no es una obligación, Genie, pero somos hermanas. Deberías confiar en mi. Sabes que es peligroso salir sola... -Una simple mirada de su hermana bastó para que la más joven se callara.

- ¿Acaso vas a ser precisamente tú quien me de lecciones de confianza? Te marchas cada noche de cacería tú sola. No esperas a que las demás nos encarguen una misión, no esperas a que te de mi opinión al respecto. Simplemente, te marchas. ¿Y acaso yo hago el intento de detenerte? No: confío en que regresarás a salvo, aunque realmente esté muriéndome de preocupación. ¿Podrías tú hacer lo mismo por una vez en tu vida?

- Así que es una misión...

- Yvonne. Basta. Ni una palabra más. -Y si dijo algo, no llegó a oírlo. Cerró la puerta tras de sí dando un portazo, y se metió en el coche de caballos antes de que su hermana menor pudiera alcanzarla. Le dijo adiós por la ventana, a sabiendas de que si eso no salía bien, aquella podría ser la última noche en que ambas se vieran. Llegó al Palacio Royal un poco antes de la hora acordada, y con un leve gesto de la mano, ordenó al cochero que se marchara. Si había juzgado bien al señor Tsakalidis, no lo necesitaría al final de la noche. Y si lo había juzgado mal, tampoco. O salía muerta de aquella "reunión" con el inquisidor, o él mismo se encargaría de llevarla hasta casa. Se había mostrado harto caballeroso con ella cuando se vieron por primera vez, hacía unas semanas, en la catedral de Notre Dame. Había algo en él que la intrigaba de sobremanera, además del hecho de que se tratase de un inmortal. Era ese aura de pertenencia a otra época, esos modales refinados... El conjunto era simplemente fascinante. Entró a la sala destinada a la fiesta para toparse con un montón de desconocidos. No lo encontró. ¿Por qué no le habría dicho que se trataba de una fiesta de máscaras? Todos la observaron de arriba abajo nada más entrar. Ella se limitó a sonreír y a quedarse en un rincón, aguardando a su llegada. Estaba segura de que lo reconocería nada más entrar.


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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Dom Jun 01, 2014 3:10 pm

Salir de casa frente a las narices de un ser como Aletheïa, no era tarea fácil para nadie. Pero para mi, sin duda, era mucho más complicado. Los motivos eran más que evidentes: su obsesión conmigo siempre había tenido unos niveles elevadísimos, pero en los últimos tiempos, ésta se había incrementado exponencialmente, tal era su paranoia. Y no es que no tuviera motivos para pensar mal de mi, puesto que no sería la primera ni la última vez en que su desagradable carácter me arrastrara hasta los brazos de otra mujer... Pero aunque le jurara por todos los Dioses en los que una vez creímos que aquella vez era diferente, ella, simplemente, no me creía. No la culpaba, en realidad. O sí, pero no iba a decírselo, lógicamente. Y por no enfrentarme a ella, ni soportar la fuerza de su rabia sobre nuestra mansión, me veía obligado a escapar, como si fuese un cautivo en mi propia casa. Poco me faltaba para ello, desde luego. Salí por la ventana de un salto, levantando una gran nube de polvo al aterrizar sobre el suelo. Poco quedaron de las flores que pisé al caer. Negué con la cabeza, con cierta tristeza. Me había costado mucho tenerlas tan hermosas. Me monté en el coche de caballos minutos después, tras sacudirme el polvo del traje.

Llegué al Palacio Royal más tarde de lo debido. No supuse que el cumpleaños de una condesa de poca monta conseguiría movilizar a todos aquellos parisinos. Unas cuantas gotas de lluvia me recibieron cuando ya estaba cerca de la entrada. Iba a ser una noche movidita, y no sólo porque dentro del recinto me aguardase la mismísima Genie Mozart, sino también porque cualquiera de los presentes podría reconocerme y avisar a mi esposa. Y eso no sería nada divertido. Para ninguno de los dos. Me puse el antifaz y entré a la sala en la que se desarrollaría uno de los bailes a los que ambos habíamos sido invitados. Fingir un encuentro causal siempre iba a ser menos peligroso que reservar un lugar sólo para los dos. La busqué con discreción entre el gentío, esperando que me reconociese sin necesidad de que me acercara mucho a ella. Y la vi. Sus cabellos dorados se entremezclaban con la tela del color del oro de sus ropajes. Estaba impresionante, como nunca la había visto. Aunque quizá en su afán de no llamar demasiado la atención, estaba consiguiendo justo lo contrario. Una mujer como ella simplemente no podía pasar desapercibida, y media docena de personas pensaban exactamente igual que yo. El corro de admiradores parecía estar agobiándola, así que me acerqué a ella haciéndome pasar por uno de los guardias. Mi porte y mis ropajes hicieron lo demás.

- Mademoiselle Mozart, acompañadme por favor, su excelencia desea hablar con vos. -En menos de un minuto, todos se dispersaron, aunque sin perdernos de vista a ninguno de los dos. Le tendí el brazo con caballerosidad, esperando que pudiera reconocerme por el tono de voz. Quitarme la máscara hubiera sido, sin duda, más efectivo. Pero no me parecía la mejor de las ideas.
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Mensaje por Genie M. Mozart Dom Jun 01, 2014 11:15 pm

Estaba nerviosa, sumamente alterada, tal era lo poco acostumbrada que estaba a salir fuera del castillo sin su hermana Yvonne. Y más cuando la celebración a la que debía de acudir estaba tan concurrida como era en aquella ocasión. Una pequeña muchedumbre se arremolinó en torno a su persona en cuanto su nombre fue anunciado por uno de los jóvenes que la habían recibido en la entrada. Su apellido siempre la precedía, aunque más por el significado que todos asumían, que por habérselo ganado ella misma. Y eso siempre le había fastidiado. Nunca se atrevió a dudar del talento de su tío: era un genio, después de todo, pero le molestaba de sobremanera que estar emparentados le restara a ella parte del protagonismo que sin duda merecía. Él había triunfado en su momento, pero ahora ya no estaba, y era el turno de que nuevas generaciones pasaran a destacar por su talento. Y ella destacaba, sí, tenía un increíble potencial, pero aunque todos lo sabían, su apellido pesaba más que todas las obras que había compuesto. Y éste era un buen argumento de ventas si aún no eras conocido, pero cuando ya tienes el reconocimiento de los expertos en tu campo, la importancia, la notoriedad de un apellido tan sonado como el suyo, acababa siendo un lastre. Ella no buscaba ser famosa, sólo quería ser una música reconocida por sus capacidades.

Y allí había muchas más personas interesadas en la importancia de su apellido, que en sus logros como música y compositora. De hecho, los pocos que la conocían por lo segundo, ni siquiera se habían acercado a ella para hacerse pasar por sus amigos o conocidos. El único pensamiento que rondaba su mente en aquellos momentos era el imperioso deseo que sentía por querer salir de allí. Aquel despliegue tan patético de modales le resultaba tan absurdo como banal. Ella no salía de casa si no tenía un buen motivo, y en aquella ocasión, sin duda, lo tenía, pero hasta que la persona que la había instado a salir apareciese, su incomodidad no desaparecería. Y pronto, el agotamiento hizo acto de presencia, en forma de agresividad. Respondió de forma hostil a todo comentario fuera de tono, por leve que fuera, logrando que algunas de aquellas personas insustanciales terminaran por marcharse. Y menos mal. Acabó con el contenido de dos copas de vino blanco de una sentada, mirando a su alrededor con exagerado nerviosismo. Hasta que sus ojos se encontraron con los del inquisidor. Una sonrisa fugaz se dibujó en su semblante, en respuesta a la que él mismo había dibujado para ella.

El vampiro, literalmente, la rescató de aquella persecución por parte de las "masas", acompañándola hasta un reservado en el que ambos disfrutarían de mayor privacidad, aun estando dentro del radar de aquellos seres irrelevantes. - Menos mal que me habéis sacado de allí... Estaba comenzando a sentirme bastante molesta... ¡Un poco más y me hubiese acabado marchando! -Aunque trató de calmarse, ahora que ya no estaban ante miradas indiscretas, la presencia del vampiro ejercía una extraña influencia en ella. La ponía nerviosa. Su antigüedad se reflejaba en todos y cada uno de sus gestos, en su aspecto tan poco usual. Era... diferente. Poderoso. Y eso la asustaba. - Bueno, Monsieur Tsakalidis, será mejor que vayamos al grano... ¿Por qué me habéis hecho venir hasta aquí? -Murmuró, de forma un tanto abrupta aunque manteniendo siempre su educación.


Última edición por Genie & Yvonne Mozart el Vie Jul 04, 2014 8:02 am, editado 1 vez


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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Mar Jul 01, 2014 2:15 pm

Mientras los dos nos alejábamos a paso ligero del gentío, pude verla con total claridad. Y no negaré que lo que vi me gustó. Y mucho. Más de la cuenta, quizá. Su tez pálida competía con la claridad de la Luna, y de haberse tratado de una fiesta más "veraniega", estaba bastante seguro de que sus curvas habrían podido detener con facilidad mis ganas de ser un buen marido. Las mujeres como ella eran peligrosas, y tanto Aletheïa como yo lo sabíamos a la perfección. Donde aparecía una cabellera rubia, mi cuerpo me instaba a perseguirla hasta que fuese mía. Toda mía. En cada uno de los sentidos. Y bueno, con la excusa de que todos tenemos nuestros fetiches puedo excusarme de las tres o cuatro primeras. ¿Pero qué pasaba con las más de veinte que vinieron después? Desde luego, si la situación se hubiese dado a la inversa yo no estaría nada contento. Pero por fortuna mi esposa gozaba más viéndome sufrir físicamente que torturándome con amantes de ningún tipo. El tiempo la había hecho casi tan frívola como indiferente hacia temas carnales. Pero Genie... Genie resplandecía en juventud por todos los poros de su piel, y eso era algo a lo que ningún hombre que se precie podría resistirse. Ni siquiera cuando había cumplido más de seis mil años.

La invité a sentarse esperando encontrarme con una muchacha tímida, torpe y callada, y me topé con un remolino de palabras que me hicieron carcajearme en un instante. Podía notar el latir acelerado de su corazón, pero eso no la hizo retraerse y ruborizarse hasta la médula. No. Su nerviosismo la dotó de una brusquedad que nunca habría esperado en alguien como ella. Y si no lo habría esperado era porque la conocía mucho mejor de lo que ella se pensaba. Yo nunca hago pactos con desconocidos, y menos si me juego el pellejo al hacerlo. - Vaya, mademoiselle, ni si quiera me habéis dejado respirar un instante antes de empezar a interrogarme... -Murmuré para luego dibujar una sonrisa llena de picardía, y llamar con discreción al camarero más cercano. - ¿Qué deseáis beber? Pedid cuanto gustéis, estoy seguro de que la anfitriona de la fiesta podrá permitírselo. -Quería medir sus reacciones a medida que la cercanía entre ambos se iba reduciendo. Me senté justo a su lado, lo bastante cerca para poder apreciar con total libertad la dulzura de su perfume. Albaricoque. Desde luego, aquella noche prometía. - Whisky on the Rocks para mi. -Con un ademán la insté a que pidiera algo. Dos personas bebiendo en una sala eran menos sospechosas que dos personas mirándose simplemente. Y más si se trataba de una fiesta.

- Bueno... como os veo un tanto alterada, iré al grano yo también. Como bien sabéis, llevo siendo líder de la facción de condenados de la inquisición desde hace bastantes años, y como tal, estoy al corriente de lo que ocurre entre los inquisidores y entre los seres sobrenaturales... Y se avecinan cambios. Cambios muy graves que podrán destruir la poca paz que queda en este gran país. Como inquisidor, mi misión es preocuparme por los humanos que los sobrenaturales puedan poner en peligro... Y vos, y esa especie de aquelarre de cazadoras, estáis en el punto de mira. Sois humanas, todas vosotras, y os recuerdo que aunque estéis armadas un vampiro siempre tendrá más oportunidades de asesinaros que no al contrario. Así que quiero hacer una especie de... pacto. -Dije sin rodeos, para luego detenerme un momento y pararme a observarla. No sabía si habría entendido a qué me refería con los cambios, pero si busqué contactar con ella y no con otra integrante era porque, además de confiar en su discreción, sabía de su inteligencia. Tomé un largo sorbo del Whisky que el camarero acababa de traerme, manteniendo todavía aquella sonrisa enigmática sobre mis labios. La verdad es que observarla tan de cerca era bastante perturbador. Era incapaz de concentrarme en nada más que no fueran sus ojos, profundos, y en aquellos labios carnosos que probablemente harían las delicias de cualquiera que se dignara a besarlos.


Última edición por Abaddon V. Tsakalidis el Vie Jul 04, 2014 7:55 am, editado 1 vez


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Mensaje por Genie M. Mozart Mar Jul 01, 2014 11:32 pm

Una vez sentada junto al hombre, Genie practicó activamente aquellos ejercicios de respiración que una vez le enseñó su hermana a fin de mantener la calma en los momentos de crisis. No es que en aquellos momentos sintiera que estaba en peligro, ni mucho menos. Sabía que el inquisidor no permitiría jamás que le hicieran daño, ni a ella ni a nadie en su presencia, pero sí, estaba sufriendo una crisis. Una crisis personal, mental. ¿Qué pensaría Abaddon de su actitud tan poco usual? Sabía que, como vampiro, lo tenía mucho más fácil para detectar aquellas cosas, y si ella, que no tenía más sentidos que los propios, sentía que el corazón iba a salírsele del pecho, ¿qué estaría escuchando él? Un escalofrío recorrió su espalda sólo de pensarlo. Era una mujer hecha y derecha, y aquella actitud de joven vergonzosa no la favorecía para nada. Puede que por ese motivo soltase las palabras tan abruptamente, casi a punto de perder los modales. Nunca habría osado hablar así en presencia de un hombre, pero su nerviosismo era tal que, simplemente, no pudo evitarlo. De hecho, a punto estuvo de comenzar a hiperventilar, si no llega a ser por la repentina cercanía de uno de los camareros, que consiguió romper aquel estado de ánimo parcialmente. Por suerte para ella.

Sólo entonces pudo prestar atención al discurso de su acompañante, y no tanto a su atuendo, sus formas o sus rasgos faciales harto varoniles. Que el mismísimo líder de una de las facciones más importantes -y poderosas- de la inquisición llamara a tu puerta significaba que lo que tuviera que decirle era demasiado importante para dejarse guiar por detalles tan simples como aquellos. Tras disculparse por su actitud tan poco afable hacía unos momentos, motivada por las palabras jocosas del vampiro, pidió una copa de vino blanco al camarero, quien no se demoró mucho en servirla. Y por segunda vez en aquella noche, abandonó su pose de damisela perfecta para disponerse casi a engullir el contenido de la copa sin miramientos. Una buena dosis de alcohol era lo que necesitaba para tranquilizarse. ¿O tal vez su nerviosismo se debía a que el inquisidor estaba utilizando alguno de aquellos truquitos que tenían los de su especie? No. Sabía que sus pensamientos con él estaban a salvo. Era un caballero. Uno de los pocos que aún quedaban... Cuál fue su sorpresa cuando, lejos de tratar de mantener una conversación más distendida, el vampiro accedió a su irreflexiva intención anterior de ir al grano. En cuanto aquellas palabras cobraron forma, sentido y significado en su mente, una tos brusca y repentina comenzó a escapar de su garganta. Casi se atraganta de la impresión.

- Así que... cambios. -No supo exactamente cómo consiguió articular palabra tras semejante confesión, pero el hecho es que lo hizo. Y sonó bastante más seria de lo que había pretendido en un primer momento. - Quiero decir... ¿Por qué íbamos a estar nosotras en el punto de mira de la inquisición? Bien podría considerársenos como una facción ajena a la institución, pero íntimamente relacionada con ella. Nos dedicamos a lo mismo, después de todo... Con la única diferencia de que nosotras no proclamamos la caza en nombre de ningún Dios que seguramente se mostraría bastante contrario a esa actitud. -La joven dibujó una media sonrisa, entre divertida y abrumada. Tenía demasiados datos que procesar, demasiados puntos que considerar. Sabía que los inquisidores consideraban a los que se dedicaban a la caza como una molestia por interferir en sus "sagrados" planes, pero de ahí a querer acabar con ellas, iba un mundo. Vació una segunda copa de vino con la misma velocidad que la anterior, sintiéndose al instante ligeramente "achispada" algo que, lejos de alarmarla, la tranquilizó, dándole la razón al pensamiento anterior de que alcohol era todo cuanto necesitaba. - Habladme de ese pacto que proponéis... Aunque, sinceramente, ahora que lo pienso, si lo que deseabais era pactar una tregua o una lucha conjunta entre nuestros bandos, no creo ser la más indicada para tal fin. Bien sabéis que no soy la líder de ese "aquelarre", como muy acertadamente lo habéis llamado. Soy un miembro más, y sí, ayudo con la estrategia en gran medida, pero siempre desde las sombras. Yo planeo los ataques, no los guío. -Y menos desde lo ocurrido la última vez que lo hizo, cuando aquel ser le dejó aquel terrible recuerdo recorriendo su espalda.


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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Mar Ago 19, 2014 6:40 am

Mi sonrisa se ensanchó más que visiblemente al apreciar los efectos que mi presencia, así como mis palabras y la reciente confesión que había formulado, iban provocando en la joven de cabellos rubios. Tan rubios, que casi parecían plateados. Y aquella sonrisa de complacencia no era ni sería la última que aquella mujer despertaría en mí en los minutos siguientes. Verla beberse de aquella forma tan abrupta el vino me otorgó una extraña satisfacción. La ponía nerviosa, y eso, en lenguaje femenino, significaba muchas cosas. Y todas buenas. Al menos, para mi. Quizá acabásemos de forma más que intensa aquella noche. Y el simple hecho de fantasear con que eso ocurriera, me hizo olvidar momentáneamente en los muchos problemas con los que tendría que acarrear después. ¿Qué más daba? En aquella bonita fiesta, para mi, sólo estábamos nosotros dos, rodeados de desconocidos que nada significaban para mi. Y sí, obviamente sabía y tenía en cuenta que estaba allí por un asunto de "negocios", pero si se me presentaba la oportunidad de yacer con alguien como Genie Mozart... ¿No sería estúpido dejarlo pasar? Desde luego, si seguía bebiendo de aquella manera, las cosas acabarían por llegar precisamente al cauce en que yo estaba pensando. Uhm... ¿Debí decirle que parara? Tal vez, pero de entre mis labios sólo salió una nueva orden para el camarero: otra copa más para la señorita. Un día es un día.

Tras darle un par de palmaditas -bastante suaves, por cierto- en la espalda al darme cuenta de su casi atragantamiento, pude deleitarme con el tacto de su vestido casi tanto con el tacto delicado de su espalda. Suave, casi tan suave como el terciopelo. Su hermosura resaltaba, y estaba empezando a cegarme. Así que opté por seguir hablando antes de que mis manos descendieran más allá de lo que resultaba conveniente dado el lugar en que nos encontrábamos, aunque no sin recibir una pataleta por parte de aquella imaginación mía que, para entonces, estaba muy lejos de allí. - Me temo que sí... cambios. Imaginaos que cientos de seres de bastantes clases diferentes, además de humanos, recibieran, digamos, carta blanca para destruir todo cuanto se interponga en el camino de la nueva misión. A ese tipo de cambios me refiero. -Solté de forma más brusca de lo que había querido en un primer momento, esforzándome por apartar de mi mente la fantasía de cómo sabrían sus labios al estar sobre los míos. Y era difícil. Lo más difícil que había tenido que hacer en bastantes años. Me tentaba. Cada átomo de su cuerpo parecía estar llamando al mío, y aunque era evidente que lo que tenía que decirle era mucho más importante que aquella imagen que no paraba de aparecer en mi cabeza. ¿Cómo mandar sobre un instinto tan primario como la atracción? Ni en seis mil años más hubiera logrado controlarlo. Ni hubiera querido aprender tampoco.

- Veréis, señorita Mozart, no quiero que os alarméis en exceso porque estoy bastante seguro de que, después de la conversación que tendremos esta noche, vuestra seguridad no estará precisamente en juego... Pero lleváis mucho más tiempo del que imagináis en el punto de mira de la organización a la que pertenezco. Sabéis tan bien como yo que en la sociedad actual los grupos de mujeres que se organizan con algún fin, sea cual sea, no son bien vistos. Y menos si hablamos de la Inquisición. La religión es machista, y pasará mucho tiempo hasta que este hecho cambie. Al Papa no le gusta que gente ajena a sus órdenes, y mucho menos si se trata de mujeres, interfiera en sus asuntos. Sí, es cierto que vosotras cazáis a los mismos seres que él tiene por objetivos, pero no olvidéis que es el principal culpable también de asesinar a miles de inocentes bajo los mandatos de una Iglesia, digamos... bastante anclada en el pasado. Habéis asistido a cazar de brujas, en las que había más brujas entre las filas de la Inquisición que ardiendo en la hoguera. - Hice una pausa, lo bastante larga para dejarle procesar aquellas palabras. Yo mismo había tenido que ordenar la muerte de personas inocentes. Y no, nunca me he sentido orgulloso de ello. Y por eso estaba allí, hablando con ella, tratando de ofrecerle mi protección a cambio de algo bastante simple: su rendición. Poco a poco, mi mente regresó a su estado "habitual". Los remordimientos comenzaron a rodearme, a acorralarme. Fue entonces cuando proseguí, aunque ahora mi mirada estaba anclada en el vacío de un horizonte que apenas distinguía. - Las órdenes que hemos recibido los inquisidores están muy claras: acabar con todo aquello que se oponga al nuevo orden que la Iglesia quiere imponer. No le importa cuántas vidas caigan en el proceso, ni cuantos humanos mueran para conseguir sus objetivos: acabar con toda la población sobrenatural del planeta. ¿Comprendéis, ahora, para qué estoy aquí? -Mis palabras sonaron ásperas, bruscas. Me parecía tan terrible lo que estaba por suceder, que era incapaz de aguantar mi propio enfado. Definitivamente, estaba seguro de haberme equivocado de bando.


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Mensaje por Genie M. Mozart Vie Sep 12, 2014 12:51 am

Cada una de aquellas palabras fueron cayendo sobre la joven como si se tratasen de jarros de agua helada. Tanto era así, que ni las dos siguientes copas de vino ni el posterior vaso de whisky consiguieron calmar el violento latir de su corazón. Desbocado. Tal y como antes lo estuviera a causa de la presencia del inquisidor, ahora lo estaba debido a aquellas palabras que no con pocos esfuerzos le costó procesar. No necesitaba haber sido partícipe de tantas guerras como aquel vampiro milenario para saber las implicaciones que un conflicto de aquel tipo podría acarrear a nivel mundial. Miles de inocentes exiliados de sus países, buscando refugio en otros lugares sin saber que la "carta blanca" indicaba precisamente que ningún lugar en el mundo sería seguro. No para aquellos que tenían la desgracia de haber nacido o haber sido convertidos en sobrenaturales. Tampoco para los pocos valientes -o insensatos- que osaran enfrentarse al Papa y sus secuaces en tal labor de busca y captura. Ahora comprendía el por qué de su presencia en aquella fiesta, y los motivos para querer hablar precisamente con ella. No necesitaba a una guerrera, sino a una estratega, ya que sólo la segunda podría comprender antes de entrar en el campo de batalla, que hay algunas guerras que no se pueden vencer.

Y esa era una de ellas. Sin embargo, y aunque podía leer entre líneas que lo que buscaba Abaddon era firmar un "pacto" o "tregua" por el que todas las cazadoras de la organización decidieran rendirse, el hecho de que no lo dijera de forma directa sembró la semilla de la duda en su mente, lo cual se tradujo en una mueca externa de frustración. ¿Cómo podía asegurarle que con su protección sería suficiente? ¿Qué ocurriría en el caso de que el Papa se enterase de que uno de sus líderes estaba estableciendo pactos con grupos externos a la organización? Por el momento, y aunque entendía que pudieran estar en el punto de mira de los inquisidores, no habían recibido ningún aviso ni molestia ni reclamación por su parte, lo que le hacía pensar que tal vez no estaban tan bien enterados de sus misiones como él quería hacerle creer. ¿Realmente era tan grande su preocupación por los humanos, aunque se dedicasen a dar caza a los de su especie, que estaba dispuesto a jugarse el pellejo por ellos? ¿O estaba intentando engañarla? Definitivamente, el alcohol había hecho el efecto contrario al deseado. En lugar de aclararle un poco la mente, se la había cargado aún más de desvaríos propios de un delirio en toda regla.

- La verdad es que... no sé qué deciros. Que el Papa de carta blanca a la Inquisición para dar caza a todo sospechoso de ser sobrenatural o colaborar con ellos podría provocar una catástrofe más que grave a nivel mundial. Y... ¿creéis que el hecho de que nosotros nos neguemos a acabar con humanos brujos sería un agravante al supuesto crimen que estamos cometiendo? Debéis entender que para nosotros, un cadáver andante, no os ofendáis, no es lo mismo que un ser humano con poderes, aunque para la Inquisición sean igual de peligrosos. Pero por Dios... ¡ello no nos convierte en colaboradoras de Satán ni nada parecido! Ese pontífice debe estar totalmente loco... -Varias personas que estaban sentadas cerca de las dos figuras, se giraron con enfado a observar a la muchacha que decía tales blasfemias. Otro inconveniente del alcohol: se olvidaba de dónde estaba y de qué cosas podía hablar y no en público. - Básicamente... queréis que nos rindamos porque pensáis que pueden intentar atacarnos. Lo que no entiendo es por qué estáis dispuesto a ayudarnos. Después de todo, cazamos a gente... como vos. -Y de nuevo, al perderse en aquellos ojos repletos de sabiduría, supo que aquel vampiro no se parecía en nada a ninguno de los que se había encontrado antes. Aunque no podía decir si para bien o para mal.


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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Mar Sep 16, 2014 3:07 pm

Sopesé todos y cada uno de los pensamientos que fueron apareciendo en la mente de la cazadora antes incluso de que llegara a decir nada en voz alta. Estaba frustrada, y no era para menos. Incluso yo lo estaba después de recordar aquella dichosa carta, escrita por el puño y letra del que se suponía que era mi "jefe" y la mano de Dios sobre la tierra -como él se hacía llamar-, donde decía claramente que teníamos que asesinar a todos aquellos que, por una u otra razón, estaban en un bando contrario al nuestro. No le importaba lo más mínimo si se trataban realmente de sobrenaturales o de aquellas personas que, por desconocimiento de la ley que acababa de inventarse, o simplemente por ser buenas personas, decidieron ayudar a aquellos más desfavorecidos. Era increíble cómo las personas sin escrúpulos podían escudarse en una fe religiosa existente hacía siglos para cometer semejantes atrocidades. ¿De verdad un Dios con las características que atribuían al suyo respetaría aquella horrible actitud contra los demás? ¡Nunca llegué a comprenderlo! Y ni aún hoy, lo hago. Por eso, coloqué uno de mis brazos alrededor de los hombros de la joven, intentando que se sintiera respaldada, también físicamente, por mi. Me molestaba pensar que la gente pudieran vernos a todos los inquisidores como monstruos sin compasión anclados en leyes retrógradas en las que la mayoría no creíamos.

- Tranquilizaos, mademoiselle Mozart. Estoy aquí precisamente para mostraros todo mi apoyo en la guerra que está por librarse en breves. No pienso permitir que más inocentes mueran a manos de la Inquisición, al menos, no mientras yo esté al mando de una de sus divisiones más importantes... Y sí, claramente, el hecho de que os neguéis -con toda la razón, por otro lado- a acabar con ciertos tipos de sobrenaturales para él constituye un atentado contra "su" fe religiosa. Cualquiera que no esté de su parte, según su básica forma de pensar, está en su contra. Y eso os incluye. Intenté disuadirle de ocasionar una guerra de estas proporciones, pero me temo ser menos valiente de lo que muestro. Tengo cosas que perder... Aún así, no puedo estar de acuerdo con esto, así que por eso busco la colaboración de los otros bandos para lograr que este pequeño-gran contratiempo no llegue a generar demasiadas bajas para nadie. Estoy cansado de luchar por una causa que no sólo es injusta, sino que obedece a los intereses de una clase social que, al final, sólo hace todo esto por temer perder sus privilegios. -Incluso yo mismo me sorprendía de lo surrealista de la situación. ¿Cómo podía alguien desvariar hasta el punto de querer cometer semejante crimen contra criaturas que no tenían la culpa de creer en cosas diferentes, o ser de razas distintas a la suya? Era absolutamente patético. Y lo peor, es que no eran pocos los que secundaban sus desvaríos. ¿Cómo un ser sobrenatural de edad similar a la suya podía estar de acuerdo con semejante locura? Pues los había. Aletheïa era un ejemplo perfecto. Aunque a ella todavía podía controlarla.

Apreté un poco aquella especie de abrazo en torno a sus hombros, a fin de llamar su atención ante la escena que estaba dando. En ese mismo momento, mandé a paseo al camarero que acababa de acercarse para servirnos a ambos otro vaso de whisky. Ahora sí la necesitaba fresca y con la suficiente capacidad de razonar para que comprendiera lo grave de la situación, y lo peligroso que resultaría para ambos el hecho de que alguien nos escuchara. Sonreí con amabilidad a aquellos que torcieron el gesto hacia nosotros, haciendo que sus semblantes se suavizaran casi instantáneamente. Sabía lo que necesitaban ver para calmarse. Sus pensamientos giraban en torno a lo impropio de que una señorita vestida de aquella forma tan llamativa estuviese hablando del Sumo Pontífice en aquellos términos tan poco acertados. Pero si la señorita iba acompañada de un hombre maduro, como podía considerárseme según los cánones de la época, la cosa cambiaba un poco. Pronto se olvidaron de nosotros, y pude seguir con nuestra charla, abriendo un leve espacio entre nosotros. Su cercanía me gustaba. Demasiado, a decir verdad. Y eso no nos convenía a ninguno de los dos.

- Por favor, mademoiselle, no os lo toméis a mal, pero creo que esta conversación sólo debería tenernos a vos y a mi como interlocutores... -Suspiré pesadamente, para luego acabarme el contenido de mi copa de una sentada, antes de proseguir. - Y sí, sé que dicho así suena bastante poco ortodoxo, pero vuestra rendición es simple y llanamente lo que deseo. Así me resultará más sencillo protegeros. No me importa si cazáis a seres como yo, a inocentes, o pájaros si estáis aburrida. Lo único que me importa es garantizar la seguridad de la mayoría de inocentes que me sea posible. En cuando a mis razones... Podéis pensar lo que queráis. Aunque yo lo llamaría "intento de redención". Llevo seis mil años haciendo cosas de las que me arrepiento. ¿No tengo derecho a cambiar de opinión? -Una sonrisa se adueñó de mi semblante de repente, mientras me sumergía en aquellos ojos tan expresivos. Realmente quería salvarla, quería demostrar al mundo que no éramos los monstruos que todos pensaban... Antes de que fuera tarde. Pronto, muy pronto, todo lo referente a los sobrenaturales se descubriría, estaba seguro. Y sólo algunos podrían formar parte del nuevo mundo sin reservas, sin rencores. Y yo quería ser uno de ellos.


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Mensaje por Genie M. Mozart Dom Nov 09, 2014 6:48 pm

La sensación de náusea subió por su garganta rápidamente, en el momento mismo en el que terminó de vaciar la última copa de whisky directamente sobre su boca. Observó a su alrededor, viéndolo todo borroso, y no pudo hacer más que suspirar. Mientras su mundo se resquebrajaba, mientras todo lo que normalmente comprendía comenzaba a dejar de tener sentido, el resto del planeta seguía girando como si nada. Las personas iban y venían en un eterno vaivén al compás de una melodía que hacía mucho que no escuchaba. No, en aquella parte de la sala sólo estaban Abaddon y ella, y una pesadilla que comenzaba a abrirse paso, a adquirir parte de realidad. Dirigió la mirada directamente a los ojos del vampiro y esperó encontrarse algún resquicio de duda, o de burla, que la convenciese de que nada de lo que estaba diciendo era cierto. Que todo aquello era parte de una estratagema de los suyos para hacer que el "aquelarre" se rindiera. Pero no vio nada distinto a preocupación, la misma que ella sentía en sus propias carnes. Estaba siendo sincero, y eso la asustaba mucho más que la posibilidad de que todo aquello que le había dicho fuese mentira. Estaba confusa, y tan aterrada que todo lo demás había perdido importancia, incluso el hecho de que su ebriedad era bastante poco apropiada dada la situación. Varias personas la habían reconocido y comenzaban a susurrar, señalándola. Y nunca le había importado tan poco.

No supo por qué, pero cuando el vampiro la rodeó con el brazo todas aquellas preocupaciones se difuminaron casi instantáneamente, quedando recubiertas por una densa neblina. La confundía, la alteraba, pero lograba hacer que se tranquilizase sin siquiera intentarlo. Se sintió envuelta por su aroma y volvió a suspirar, pero esta vez, de alivio. ¿Tanto tiempo llevaba deseando, necesitando, contacto con alguien más que no fuera ella misma? Eso parecía. Aunque ni aquella sensación de calma y sosiego logró hacer que la inquietud de fondo desapareciese. No por completo. Su vida estaba en peligro después de todo, no hubiera sido capaz de olvidarse ni bebiéndose dos botellas de whisky más. - ¿Que me tranquilice? Irónico que me lo digáis precisamente vos, y más después de darme tantos motivos para no estar tranquila. -Intentó sonar todo lo seria que pudo, pero no lo consiguió. Resultaba extremadamente sencillo perderse en su mirada, en la intensidad de todas las emociones que desprendían sus ojos. Su presencia la intimidaba, era cierto, pero a la vez, se sentía respaldada por sus palabras de una manera que no era capaz de definir. - Lo... siento. No quería ser tan brusca. Es evidente que no es algo que vos hayáis escogido, pero debéis entender que yo tampoco. Ninguna de nosotras. Sólo luchamos contra las criaturas que consideramos una amenaza... Aunque no todas los seres sean igual de peligrosos. -Dijo, mirándole de reojo. Sin darse cuenta, había terminado por recostarse sobre el hombro ajeno, en una pose que aunque no era precisamente ortodoxa, le resultaba de lo más cómoda.

Y no es que Abaddon no le pareciera peligroso, pero estaba convencida de que el mundo podría fundirse antes de que el vampiro se pusiera en contra de la gente normal. De los humanos. De ella... Por suerte para ella y para la poca cordura que le quedaba, pudo detener el curso de sus pensamientos antes de que acabasen concentrándose nuevamente en el vampiro y en las sensaciones que despertaba en ella, y se alejó levemente de él, recomponiéndose. Tomó la última copa de whisky que había ante ambos, consciente de que sería la última. No porque ella no deseara tomar más -que era más que evidente que lo necesitaba-, sino porque el vampiro parecía tener otros planes. Cuáles, era la cuestión. - De eso ya me he dado cuenta... Pero sabéis que no puedo garantizaros eso. Sugerirlo, sí, ante el consejo, pero de ahí a que decidan rendirse... La única opción que queda es que vos mismo les hagáis llegar estar palabras... Y dudo mucho que os dejen pasar de la entrada, mucho menos escucharos... No todas las cazadoras son tan comprensivas como yo... -Su mente, pese a estar bastante obnubilada por el alcohol, funcionaba aún lo bastante rápido para poder imaginar lo que podría suceder en caso de que un vampiro se acercara a menos de diez metros del refugio. De pronto, la idea de que una estaca atravesara el corazón del inquisidor se le antojó incómoda, casi dolorosa. Aunque no sabía decir si era porque sentía simpatía por él, o si realmente se estaba convirtiendo en algo más... complicado. - Todos tenemos derecho a cambiar... Pero la cuestión es que no todos pueden. ¿Cómo podéis garantizar que habéis cambiado? Hay muchas cosas en juego. Y sí, yo os creo, no sé por qué, pero os creo... pero ellas... -Agitó los hielos dentro del vaso, evitando toparse nuevamente con su mirada. ¿Le creía? Sí. ¿Por qué? No tenía ni idea. Y eso era peligroso.

Con un gesto de la mano, pidió a uno de los camareros que se acercara con algunos tentempiés. Le hacían falta para contrarrestar un poco los efectos del alcohol. Necesitaba estar fresca para lo que iba a proponerle. Él había dicho lo que deseaba, lo que quería, pero ella tenía un plan bastante diferente para tratar de hacer frente a lo que se avecinaba. Un plan que probablemente era más sencillo que aceptaran sus "hermanas". - Creo que es mi turno de hablar... Os propongo un trato. Dejando a un lado el tema de la rendición, que lo veo bastante complicado, me gustaría que considerarais la posibilidad de que vos tratarais de convencer al Papa de que no somos un peligro... A cambio, lucharíamos en vuestro bando hasta que todo esto acabe. Me parece más justo y más lógico que pretender que unas cazadoras abandonen las armas. Además, quizá necesitéis nuestra ayuda... -No creía que las necesitaran en absoluto, pero ella era la estratega del grupo, ¿no? Y como tal, debía luchar por su seguridad, pero también por sus intereses. Rendirse no era una opción, aunque puede que sí fuera lo más lógico. Ya se le ocurriría algo.


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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Miér Dic 24, 2014 7:33 pm

Justo después de mencionar aquello que tenía miedo de perder, a mi mente acudió irremediablemente la imagen de Aletheïa. Ella, tan fría, tan sanguinaria. ¿Realmente temía que algo pudiera ocurrirle? Precisamente ella era una de aquellas personas que acatarían las órdenes del Papa sin plantearse siquiera si eran o no justas por el simple placer de sembrar el caos a su alrededor. Aletheïa era una destructora, y cuando estaba alterada, ni siquiera yo era capaz de controlarla. Y como con ella, pasaba como con otros muchos. Pese a que yo fuese el líder de la facción de los condenados, ello no hacía que el resto de mis congéneres, o de mis "soldados" sintieran especial simpatía por mi, ni por mi afán de ser diplomático. No todos en el mundo inmortal parecían entender lo importante que era para nosotros y nuestra subsistencia velar por la tierra que en principio debía ser protegida por los humanos. Después de todo, ellos eran para nosotros nuestra fuente de alimento, pero también la única forma de "reproducirnos", de crear más de los de nuestra especie. ¿Tan difícil era comprender que comportándonos como bestias únicamente íbamos a conseguir que nos trataran como tales? La Inquisición, de hecho, existía porque el odio hacia lo diferente estaba muy anclado en la mentalidad de la época. ¿Qué conseguíamos fomentando ese odio? ¿Perpetuar unas prácticas que hacía mucho que estaban obsoletas? Era absurdo, y más para un inmortal. ¿Para qué les servía la eternidad si no era para aprender de sus errores, o convertirse en seres más inteligentes? A veces me sorprendía encontrarme a más mentalidades cerradas en el bando de los muertos que en el de los vivos.

Genie Mozart era un ejemplo de ello. Pese a conocer de primera mano lo terribles que podían llegar a ser los nuestros, allí estaba, conversando con uno, conmigo, de igual a igual. Sin prejuicios infundados, sin estereotipos. Sólo charlando. Y ella era tan cazadora como yo inquisidor, simplemente, sabíamos que a veces hay que dejar a un lado las diferencias e intentar comprenderse. No todos lo entendían, por supuesto, pero no por ello yo iba a rendirme y dejar de intentarlo. Tenía mucho que ganar. Teníamos mucho que ganar. Porque aunque el propósito de desbancar de una vez por todas al Papa y todos sus secuaces quedara lejos de estar resuelta, aquel era sin duda un buen comienzo. Nuevamente, me paseé entre los pensamientos de la joven, y no pude evitar esbozar una amplia sonrisa. Sonrisa que, por supuesto, se ensanchó al notar la tierna presión de su cabeza sobre mi hombro. Su aroma me envolvía sin que pudiese hacer nada para remediarlo. Y tampoco quería, en realidad. - En realidad, no, no deberíais estar tranquila en absoluto. Sólo os lo dije porque siento que necesitabais oírlo. Que necesitabais pensar que había motivos para estarlo. Pero no, hace mucho que yo mismo dejé de sentirme tranquilo, y más en los tiempos que corren... Pero lo que sí os puedo garantizar, mademoiselle Mozart, es que haría cualquier cosa para protegeros. A vos, y al resto de cazadoras. Pero para eso os necesito. A mi no me escucharían, como bien sabéis. Pero a vos sí. Y vos confiáis en mi, ¿no? No perdemos nada por intentarlo.

Me recosté sobre el sillón cuando ella se alejó a beber nuevamente del vaso. No podía evitar seguir todos y cada uno de sus movimientos, con infinita devoción, como si estuviera frente a una obra de arte tan impresionante como fugaz. Y así era, en cierta forma. No sólo por la hermosura innegable de la mujer que tenía justo enfrente, sino también por esa forma de ser, que ejercía un magnetismo indescriptible sobre mi persona. Deslicé la palma de mi mano sobre su espalda, en un gesto que a mi mismo me sorprendió. Nunca antes había reaccionado de aquella forma tan poco convencional con una dama de su clase social, pero supongo que ella tampoco se había comportado nunca de ese modo. - Bueno, yo os puedo asegurar de que he cambiado, porque conozco mi yo de antes, y puedo compararlo con el de ahora. Y antes... digamos que hacía honor al apodo de "demonio" que muchos utilizan en contra de los de mi especie. Y no, no me siento orgulloso de ello, pero con el tiempo he intentando resarcirme, mademoiselle Mozart. Igual que todos. Porque todos, al final, buscamos lo mismo. Perdonarnos. Y seguir con nuestras vidas. O con nuestras no-vidas. Por eso estoy aquí, ahora. ¿Acaso creéis que un vampiro milenario con malas intenciones iba a estar charlando de forma relativamente tranquila con una simple humana? No me malinterpretéis, no pienso que seáis simple, pero para aquellos seres que vosotras cazáis, no sois más que comida. Y para mi no. Yo creo que eso hace una diferencia notable entre ellos y yo, ¿o no os parece? -Dije sin más, sin dejar de observarla. - El antiguo yo os habría tomado en este preciso instante, sin más, por el simple placer de hacerlo. Yo me conformo con apreciar vuestra belleza desde esta distancia. -Me relamí, esperando ver su reacción, antes de soltar una carcajada ante su intento de convencerme de negociar.

- Sois buena negociando, no hay duda, pero creo que no lo habéis entendido... Esto no era una negociación. Os ofrezco seguridad por contra de una guerra que no estáis preparadas para librar. Porque ya contemplé esa posibilidad con el Papa, y dejó bastante clara su opinión al respecto. Yo no debería estar aquí, negociando vuestra salvación, y sin embargo, lo estoy. Porque realmente creo que no van a tener contemplaciones. Vos misma lo habéis dicho: no todos pueden cambiar, ni están dispuestos a ello. No subestiméis la fe religiosa, ciega, sorda y terriblemente violenta. O no podré hacer nada para protegeros. Y creedme, no quiero otra cosa más que poneros a salvo. Ahora... si rendirse no es una opción... No es necesario que abandonéis las armas por completo, aunque confieso que me encantaría, simplemente podríais retiraros por un tiempo, o limitaros a ir por objetivos que no estén marcados por el Papa. Yo mismo os podré decir si vuestra presa es la misma que la nuestra, para que no haya interferencias. Pero tenéis que poner de vuestra parte, y o fingir o rendiros, aunque luego sigáis con vuestras prácticas cuando esta locura cese. Al margen de que yo desee o no que os rindáis sin más, y dediquéis vuestro tiempo a otras cosas que a cazar más inocentes, lo que os propongo es un alto al fuego, de momento. -Mi cuerpo se tensó de forma manifiesta. El simple hecho de pensar que todas aquellas cazadoras saliesen dañadas por aquella declaración de guerra del cabeza de la Iglesia, me ponía enfermo. Para mi, esa profesión no debería haber existido nunca. Inocentes cazando inocentes. ¿Si a mi mismo me pesaba la conciencia por mis crímenes, aun siendo un muerto, qué no le diría su conciencia a los vivos? Era incomprensible. Y aunque estaba claro que no iban a rendirse, ni Genie ni sus compañeras, oh, Dios santo, sin duda lo hubiera deseado. Pero si ni ella se lo planteaba, no quería imaginar lo que dirían sus "hermanas" al respecto. Mi nueva propuesta quizá sí le pareciera más interesante. Rezaba porque así fuera.


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Mensaje por Genie M. Mozart Lun Ene 12, 2015 4:42 am

Llenar su estómago con un poco de comida le sentó de maravilla a su raciocinio, si bien el malestar general se acentuó. Genie no estaba acostumbrada a beber, y menos en tanta cantidad, así que el mezclarlo con comida había resultado ser mucho peor para su estómago de lo que había imaginado en un principio. Sintió punzadas en el vientre, al mismo tiempo que su tripa comenzaba a hacer ruidos bastante sospechosos, que probablemente nadie oyera salvo ella... Y el vampiro, claro. De pronto, la idea de que aquel hombre se percatase de su estado se le antojó de lo más vergonzosa, y este hecho se manifestó en un rubor que se apoderó de sus mejillas en menos de un segundo. Trató de disimular, sin embargo, buscando algo de whisky dentro de la copa, pero sólo quedaban los hielos. Se tragó uno esperando que el frescor calmase un poco aquella sensación tan desagradable, y aunque casi se atraganta, el alivio fue casi inmediato. Al menos, las náuseas habían desaparecido, no así la molestia en su estómago. Se alejó un palmo del vampiro, como quien no quiere la cosa, y adoptó una postura algo encorvada, esperando que ejercer presión sobre el bajo vientre la ayudara, si no a detener aquellas punzadas, sí a que los ruidos no fueran tan claramente perceptibles.

Y pese a que su postura y su malestar le complicaran de sobremanera a la capacidad de concentrarse en las palabras del vampiro, nuevamente pudo percibir en el tono de su voz, así como en las sosegadas palabras que emitía, que realmente sentía una sincera preocupación, no sólo por su propio bienestar, sino también por el de ella y su aquelarre. Por el del resto de seres humanos que se verían amenazados ante aquella declaración de guerra. No entendía los motivos que le llevaban a sentirse así, pero no podía negar que le resultaba sumamente alentador que algunos vampiros milenarios, como él, todavía conservaran su humanidad. Había conocido a muchos vampiros, pero pocos que respetasen la vida humana más allá de ser su fuente de alimento. El problema era convencer al resto de sus compañeras que él era diferente. No dudaba que de oírle creerían en sus palabras tanto como ella misma lo hacía, pero no le dejarían acercarse. No por las buenas, por lo menos. - Sabed que eso no me ayuda precisamente a dejar de estar nerviosa... Y confío en que sabéis lo que me estáis pidiendo. Mis hermanas pueden ser muy comprensivas, pero si llevo a un vampiro a nuestro refugio, no será vuestro cuello el único que esté en peligro. -En realidad, dudaba que su hermana permitiese que las demás cargasen sobre ellas la culpa de semejante atrevimiento, pero sí que se ganaría la desconfianza de todas las cazadoras. Y eso no era algo que le resultara particularmente agradable.

Hasta el momento había tratado de analizar la situación con frialdad, y aunque el discurso de que había cambiado la sorprendió gratamente, su ida de tono final no hizo más que acentuar el rubor que desde hacía un rato cubría sus mejillas. ¿Cómo se suponía que debía tomarse aquello? ¿Como una declaración, o como un halago? Tosió un par de veces, intentando tranquilizarse. Lo realmente importante de lo que había dicho era que él era diferente a otros, y le creía. - Al margen de lo que hicierais entonces, no es a mi a quien debéis convencerme. Yo os creo, monsieur Tsakalidis, el problema son ellas. ¿Cómo convencerlas si difícilmente os dejarán acercaros a menos de cien metros de distancia? No son estúpidas, ni confiadas. Los vampiros han hecho mucho daño a gran parte de ellas. No esperéis que confíen en que vuestra presencia no supone una amenaza. En cuanto a lo demás... -Prefirió callarse, antes de delatarse a sí misma, y en lo mucho que deseaba que sus labios estuviesen más cerca de los propios. Sacudió la cabeza con violencia. ¿En qué demonios estaba pensando? Tras esos labios extremadamente atrayentes, había unos colmillos que podrían despedazarla en menos de un minuto. Su hermana no estaría en absoluto orgullosa de aquella cercanía. Y no es que tuviera que darle explicaciones a Yvonne sobre lo que hacía o dejaba de hacer, pero la lealtad de ambas hermanas había sido lo que las mantuvo con vida. No faltaría a esa promesa.

- ¿Fingir? Hombre, posiblemente les resulte una posibilidad más adecuada a mis compañeras, al menos, más que rendirnos del todo. No me malinterpretéis, monsieur Tsakalidis, llevo mucho tiempo cansada de esta profesión y de lo que ella implica, pero les debo lealtad. Ellas nos rescataron, tanto a mi como a mi hermana, cuando a nuestro alrededor sólo había dolor. -Así había sido, tal y como lo contaba. Ellas habían sanado sus heridas, y ayudado a ambas a superar sus pérdidas, y aunque la idea de cazar a personas, fueran o no aberraciones o monstruos nunca le resultó una forma adecuada de resolver los problemas, la vida le había demostrado que si nadie les cazaba, el peligro para todos podía ser demasiado grande. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio. - Aunque sigue estando el problema de cómo convencerlas de que debemos hacer eso. Independientemente de si debamos rendirnos o simplemente fingir, no escucharán vuestras palabras a menos... A menos que seáis su cautivo. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? Supongo que la idea os parecerá bastante estúpida, pero no se me ocurre ninguna otra forma de que podáis acercaros a la guarida sin levantar sospechas. Y es que yo os "cace". Si os llevo como captura, os darán la oportunidad de hablar antes de deliberar qué hacer con vos. por supuesto, no os iban a hacer nada porque os liberaré antes pero... No se me ocurre otra cosa. -Una punzada de temor la invadió de sopetón, haciendo que el dolor de estómago que aún la afectaba, quedara en una simple anécdota. Demasiadas cosas podían salir mal en ese plan. ¿Y qué ocurriría si a Abaddon le pasara algo? Ahora sabía que le dolería. Le dolería perderlo. Y aunque no tenía sentido, así era.


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