~··~It's the moment~··~ [Priv ~ Armand]

por **Mário de Romanus** Sáb Mayo 02, 2015 10:24 pm

Sé porque lo hizo, mas sin embargo no le importó. Su alma se había manchado del pecado que cometió pero se bufaba en silencio al saber que los muertos no vuelven para vengarse o eso creía él. Escéptico al final. Por lo que no hubo razón alguna para impedirme beber de su sangre.

El cielo se había teñido de un hermoso color ébano donde las estrellas iluminaban la esplendida ciudad de París, y entre callejones se cometía una que otra masacre por malhechores desesperados por obtener dinero de sus recientes victimas sin saber que ellos igual serían despachados tarde o temprano.

Una rata corrió por las esquinas de las paredes de un callejón advirtiendo mi presencia al caminar tranquilamente; iba escondido entre una capa roja carmesí con capucha cómo si fuese un extraño extranjero que había llegado a la ciudad, me limpiaba la sangre que en mis labios había quedado con un pañuelo de seda blanca el cual doble y lo volví a guardar en el interior de la capa, en un bolsillo de mi gabardina roja que vestía. Debo decir que amo el rojo, siempre lo he dicho, tanto cómo he de amar la sangre que brota de un ser vivo. Aunque ya no me satisface mucho el beber, el deseo por obtener la sangre es más fuerte. Pues no era el hambre la que me empujaba a cazar sino el mismo deseo, el placer por deleitarme, sentir la sustancia recorrer mi interior, sentir que hiervo por dentro, sentir el éxtasis invadir mi cuerpo.

El cadáver yacía dormido eternamente en el suelo donde la herida de su cuello había desaparecido. Pues con una gota de mi sangre los orificios que habían dejado mis colmillos se cerraron dejando que las mentes de los que iban pasando pensaran que le había dado un infarto. Pobre de aquel a quien nadie le importa el cuerpo putrefacto, simplemente al río iría a parar sin sentir sospecha de su muerte.

Me dirigía hacia la taberna de la ciudad para pasar el rato entre conversaciones de hombres ebrios, pues después de terminar de explorar ciertos lugares me gustaba compartir con los mortales, observarlos de cerca y buscar al malvado entre los que se embriagaban en vino y cerveza. La noche era perfecta, tranquila. Había llegado a París para saber de él, para averiguar si continuaba en aquel lugar, para descubrir que había sido de su vida y para saber que había sido de mis demás amores. Ocupé una mesa del rincón izquierdo del lugar apartado de los otros, me quité la capucha al hacerla hacia atrás dejando al descubierto mi larga cabellera rubia que se extendía por mis hombros y espalda y llevando uno que otro mechón que me cubría a veces el rostro hacia atrás de mis orejas. En la pared de lado mío, una ventana. Donde podía contemplar las estrellas que alumbraban desde lo alto, mortales paseándose en pareja sobre las aceras, muy abrigados. ¿Estaría él aquí? Estoy seguro que sí, podía llamarle, podía dejar que me encuentre y acudiría de inmediato a mí; lo abrazaría, lo besaría, lo estrecharía tan fuerte en mis brazos por el tiempo que no lo tuve a mi lado. Sí, era eso lo que deseaba lo que necesitaba hacer, tal vez me ilusionaba demasiado pero valía mi intento de invocarlo.

por **Amadeo** Lun Mayo 04, 2015 4:20 pm

Se sentía inquieto, sin saber por qué real de aquella sensación. Una profunda ansiedad, necesidad de salir de aquel lugar donde se resguardaba de los rayos del sol y de todo en general. Pensó que era por el encuentro con Lestat y su acto público o quizás aquellos dos vampiros tan necesitados de un motivo que los sacara de su pesimismo, sin embargo al pasar las horas se percataba que no era eso lo que le afectaba, era más una necesidad similar a la necesidad de beber sangre, cosa que no necesitaba en aquel momento, ya que se había alimentado antes de encerrarse la noche anterior.

Caminaba de un lado a otro, respirando agitado, apretando los puños hasta sentir como sus afiladas uñas se clavaban en la carne de las palmas de sus manos. Se detuvo frente a la chimenea observando las negras cenizas ahora frías ya y son saber por qué, salió de su escondrijo, tomando previamente su capa para cubrirse de la ligera briza que caía en la ciudad, humedeciendo los adoquines de las calles, aumentando el aroma a podredumbre de los callejones.

Anduvo largo rato dando vueltas y caminando sin sentido entre las calles, solo hasta llegar la zona de burdeles y tabernas fue que detuvo la rapidez de sus pasos, sintiendo nuevamente aquella aprensión casi aterradora, y sin embargo sus pasos no se detuvieron hasta que estuvo dentro de una taberna, rodeado de la escoria de Paris, de ladrones, mujerzuelas, gente que buscaba destruir su vida de forma lenta, de esa gente de la cual se alimentaba noche tras noche, gente que buscaba la muerte. Pero ese no era el motivo de su estancia, ni la razón que permaneciera ahí, oculto entre las sombras del lugar, había algo o alguien más, y buscaba entre aquella gente vulgar el motivo de permanecer ahí, desechando todos aquellos rostros ebrios y demacrados, cansados y moribundos, de los aromas sucios que le recordaban tanto su estancia en las catacumbas. Buscaba casi con desesperación hasta que ahí, en un rincón alejado cercano a una de las ventanas del lugar estaba un hombre, el hombre al que podría reconocer incluso en el infierno mismo.
Rubio cabello y ese porte arrogante de gran señor, la capa roja destacando con esplendor por sobre lo austero del lugar, el brillaba como una antorcha en aquel lugar de pobreza de depravación.

-Marius – se atrevió a pronunciar su nombre, con descaro y sin ninguna reverencia en el tono de su voz, más bien era sorpresa y desesperación, sin saber qué hacer con exactitud. Si huir cobardemente o presentarse ante él, como la imitación de hombre en que se había convertido.

por **Mário de Romanus** Miér Mayo 13, 2015 6:04 pm

Mantuve mi mirada a las afueras de la taberna, a lo lejos pude notar como un rayo caía a lo lejos, advertía que iba a comenzar a lloviznar. Agudicé más mis sentidos, tal vez al enviar tanta energía otros bebedores de sangre advertirían mi presencia así que me limite a ello para sólo ver a través e los ojos de los mortales para saber si alguno lo había visto. Entonces un camarero se acercó a mí ofreciéndome algo de beber a lo que pedí un Château Margaux aunque no lo bebiese era preciso tener comida y/o bebida cerca para no llamar mucho la atención o provocar dudas entre los que se encontraban al rededor. Cuando el camarero se habría retirado volví la vista a la ventana y escuche las puertas de la taberna abrirse, lo pude percibir, lo pude advertir; sí, se trataba de él. Le escuche pronunciar mi nombre y volví la vista al frente, observándole desde mi sitio, sin moverme pero deseaba levantarme y acercarme a mi primogénito, a mi Amadeo... pero mi persona se mantuvo firme, dolorosa, al saber que era el momento de que nos re-encontráramos; apoye las palmas en la mesa y me levante lentamente haciendo la silla hacia atrás al empujarla con las piernas, y al volverlo a observar, con la mirada lo invité a pasar, a acercarse y poder charlar con él. "Tanto tiempo, Amadeo" Dije con el don de la mente esperando a que me correspondiera la invitación, volvía a esconder mi presencia ante los demás ahora que él me había encontrado, ya no era necesario mantener activa mi esencia. Quizá me planteaba muchas ideas de como iniciar la conversación, pero de verdad que anhelaba hablar con él, después de lo que había sucedido con el vampiro joven de cabellos rubios y ojos grises, de buen porte, mis años de soledad me torturaban a veces, aunque estuviera rodeado de mortales en el Mar Egeo, deseaba hablar, aunque con los padres lo hiciera, deseaba hablar con alguien más que no fueran ellos.

por **Amadeo** Vie Mayo 15, 2015 11:06 pm

Su respiración al igual que su corazón se paralizaron al confirmar que su mente y sus recuerdos no le estaban mintiendo, que el rubio hombre que estaba en la cantina y que por mucho que intentara guardar las apariencias, no podía evitar llamar la atención. Intento no sentirse tan nervioso, agobiado, que su respiración se controlase mientras su piernas lo llevaban a aquel inevitable reencuentro, después de cuatrocientos años.

-Maestro – murmuro mientras jalaba la silla y tomaba asiento frente a él, sintiendo como su cuerpo entero se estremecía, como sin desearlo todos sus sentidos reaccionaban a la presencia del vampiro mayor, como las emociones fluían una tras otra y se confundían en su interior, sin poder descifrarlas o expresarlas, solo las lagrimas que se agolpaban en las comisuras de sus ojos eran la forma más correcta o eso suponía, de expresarse, pese a que sabia el riesgo que corría, de exponerse a los mortales como el monstruo que era. Tomo su pañuelo y se limpio esas lágrimas, aun en silencio, sin deseos de romper aquel… “encanto”.

por **Mário de Romanus** Dom Mayo 17, 2015 10:15 am

Y ahí estaba de nuevo, con un porte diferente, tal vez cambiado; quizá ya no era el mismo Amadeo que abracé hacía cuatro siglos pasados, pues al verlo recuerdo aquella noche; aquella donde se me fue arrebatado y aquella noche donde me dieron por muerto, donde hubiera quedado en cenizas sino fuera por mi hermosa Venecia y sus casas flotantes sobre canales putrefactos donde tuve la oportunidad de lanzarme a tiempo. No, tal vez ya no era él, tal vez lo había dejado de ser hacía mucho tiempo, dejo de serlo cuando quedó en manos de ese vampiro miserable, aquel que sigo odiando y arrepentido de no haberlo matado. ¿En donde estará? Ya no tengo idea, pero sin duda sigue con vida.

Su nombre era Armand ahora, estaba claro y yo lo sabía, pero nunca seré capaz de llamarlo por ese nombre o por lo menos, no por ahora. Castaño rojizo eran sus risos y cuanto más comenzaba a acercarse pude contemplar entre las luces su rostro, el mismo de siempre tal y como lo mantuve en mi memoria, inexpresivo pero sorprendido, mezcla de emociones tal vez; algo que en aquel tiempo no se me daba a conocer. Tal vez fue el hecho de saber que yo estaba con vida, y sí, veía venir la entrevista, las interrogaciones quizá, las mil y un preguntas de saber cómo, cuando y el porqué. Cómo sobreviví aunque seguro al pasar de los años ahora lo sabría, cuando llegué a París y el porqué nunca lo rescate. Me estaba doliendo con sólo pensar en eso, temía que me lo preguntara, pero si lo hacía seguro se lo contaría y al terminar seguro me odiaría. Me planteo muchas cosas sin saber realmente las respuestas, prevenirme algo que no estoy seguro si realmente pase, no es momento para ponerse negativos, él estaba ahí ahora, a mi lado, sentado y llorando como un chiquillo emocionado al ver a su padre levantado de entre las cenizas. Llorando, al igual cómo su padre lo hizo cuando vio a su hijo que estaba vivo.

Tomé asiento después de que él se secara las lágrimas, y lo miré fijamente observando sus expresiones, el mesero había llegado con el vino y las copas y después de un asentimiento de cabeza al agradecer, se retiró. Tomé la botella y la destape vertiendo un poco de aquella bebida de exquisito aroma en las copas —¿Tanto te sorprende verme con vida, mi querido Amadeo? ¿O a qué se deben tus lágrimas recorrer tu inexpresivo rostro? —Al fin articulé palabra con él, vaya lo que pude haber dicho ¿tan orgulloso era? pude haber odiado esa parte de mí pero aunque lo hiciera, de nada sirve enojarme conmigo mismo si lo seguiré siendo. ¿Acaso no sentía el deseo de abrazarlo? ¿De estrecharlo fuertemente entre mis brazos? ¿De besarle?. ¿Qué había pasado con todas esas emociones anteriores? Ni yo tengo idea. Pude haberme puesto a llorar con él con sólo cuestionarlo, pero mi dolor lo deje encerrado en el interior de mi cuerpo muerto viviente.

por **Amadeo** Dom Jun 07, 2015 10:37 pm

Observo el vino rojo como la sangre al ser vertido en las copas, las manos blancas de su Maestro, sin rastro alguno ya de aquel incidente, el cual los había alejado. Se preguntaba mentalmente si era correcto cuestionarlo en este primer encuentro, después de cuatro siglos de separación.

Limpio nuevamente sus lagrimas, para evitar que cualquier mortal curioso hiciera preguntas, que aquellos que se hacían llamar la inquisición se atrevieran a perseguirlo.

-Son lagrimas de alegría, Maestro - contesto al fin, estirando su mano para acariciar la superficie del cristal. Paso el dedo medio e indice por la orilla de la copa, provocando que un sonido agudo saliera de ella-. Jamas creí volver a verte, después de todo... - suspiro largamente -, te creía muerto hace mucho, y aun con los rumores, prefería esa mentira a una verdad que me impidiera seguir con mi ... existencia.

Dijo. No era un reclamo, no, es mas, el tono de su voz, al igual que el de su rostro, inexpresivo. Se mantenía en ese estado de animo, con esa actitud, por que como había dicho, era preferible vivir esa farsa a caer en cuenta que su realidad era mas petetica y solitaria de lo que hubiera deseado.

por **Mário de Romanus** Vie Ago 21, 2015 2:50 pm

-Había plantado la mirada en él nuevamente, observando recorrer aquella sustancia carmesí, en sus mejillas pálidas. Mi ángel negro, mi querido Amadeo; aquel rostro que una vez me había embelesado ahora se veía indiferente, dudoso, sin vida... pero aún conservaba su encanto incluso en esas cualidades negativas, tanto había cambiado, ya no era un chiquillo sin duda, ahora era un ser de siglos, mente adulta en el cuerpo de un joven corrompido.

Aquel trance se rompió suavemente al escuchar al fin su voz, la melodía que hacía siglos se me fue arrebatada de mis manos y que ahora lo he vuelto a escuchar, aunque ya no fuese lo mismo. Seguí con la mirada su mano, mirando con atención la delicadeza de sus dedos en el cristal, el tintinear del vino en su interior por los leves toques del vampiro menor. —Ahora que ves que estoy vivo... ¿Qué es lo que prefieres pensar ahora? —Volví la mirada, plantando mis ojos intensamente en los suyos; sé muy bien que a él no podía escabullirme entre su mente pero aún así, me hubiera gustado en ése solo instante, saber que pensaba ante mi cuestionamiento—¿quieres continuar creyendo que estoy muerto y seguir viviendo, y decir que esto ha sido un sueño; o prefieres compartir esta mesa con tu maestro y escuchar lo que quieres saber? La verdad. —Aunque la verdad ya no se había dicho con palabras, sino con hechos, pues ahí estaba yo frente a él, era real, sólo bastaba con que estirara su brazo y me rozara la piel, confirmando que ya no me iré.

por **Amadeo** Mar Sep 08, 2015 9:45 pm

-Quiero escuchar la verdad - murmuro en respuesta, levantando la mirada para fijarla en el azul profundo de los ojos de su maestro.

Sus ojos, siempre habían tenido un efecto especial en él, de profunda paz y seguridad. Sus ojos en medio de aquella semi oscuridad parecían mas un cielo nocturno tachonado de estrellas. Sus masculinos rasgos eran mas notables gracias a la luz de la vela. Jamás le temería, al menos no en el mal sentido. Tenia temor a seguir amándolo y volverse nuevamente su esclavo, su aprendiz y volver a perder su voluntad y libertad. Su total autonomía, solo por tener un poco de su afecto.

Bajo la mirada y sacudió su cabeza, dejando que sus rizos rojizos cubrieran su rostro por completo, observando a penas la mesa a través del rojo velo. Mordió su labio inferior ligeramente y aspiro el aroma de la cera y el vino.

-Dímelo maestro - pronuncio -, quiero saber la verdad de tus labios, que todas las leyendas de Marius el Romano sean desmentidas o ratificadas por ti, por tu voz y tu presencia.

por **Mário de Romanus** Vie Nov 06, 2015 8:55 pm

Las leyendas de Marius el romano, así fue como lo pronunció. Rumores e historias de mi muerte quizás, rumores manchados de mentiras que a mi joven discípulo le hicieron creer sobre mi existencia que se había desvanecido en el fuego del infierno, perteneciente a las antorchas de aquellos adoradores de satanás, adoradores de un falso demonio, pues eran cegados por las palabras de aquel miserable.

La vela de la lampara, colgada en la madera de la pared de aquella taberna, parecía intensificarse, y el fuego atravesaba mis orbes de mis ojos en donde pude ver aquella escena nuevamente; la casa prendida en llamas, vampiros saltando una y otra vez en manada para prender al ser que intentaba salvar lo que para él era lo único sagrado que le quedaba, sus niños, sus discípulos, su hijo. En aquel trance podía escuchar las voces de los moribundos y de los jóvenes gimiendo auxilio, y a Amadeo gritando mi nombre con desesperación y miedo. Verlo a él, ahí sentado frente a mí, con el rostro cubierto por las ondas de fuego intenso que eran su cabello, me hizo sentir un dolor que abrasaba de cierta forma mi interior.

—Quiero pedirte perdón, Amadeo... —dije con amabilidad y sosiego—. Perdón por no haber podido salvarte cuando me fuiste arrebatado, pero la causa de que esos rumores digan que estaba muerto, en cierta forma, así era; sentía que estaba muerto al envolverme en el fuego, pero como veis pude salvarme, pero creerme cuando digo que me tomo mucho tiempo recuperarme de las graves heridas, heridas que me impidieron buscarte hasta entonces.

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