Broken Mind || Privado

por **Baltazar Dragonitt** Vie Jul 17, 2015 8:19 pm

Termino de acomodar aquel ridículo moño gris, con una perla brillante en el centro de esté. Observo su reflejo por el espejo que adornaba la esquina derecha de sus aposentos. Peinado, afeitado, con esos trajes elegantes, costosos y finos, hechos por los mejores sastres de parís; todo un hombrecito de sociedad, digno de representar el título de Barón de España. ¿Por qué se estaba poniendo aquellas prendas tan refinadas? Sencillo de responder. Hace un par de semanas atrás, había llegado una invitación a la mansión Dragonitt, para invitarlo cordialmente a una fiesta, a su nombre, querían darle la bienvenida por ingresas a las tierras francesas, que él Barón de España estuviera presente en estos lugares, para Baltazar era una estupidez que hicieran ese dichoso festejo, de hecho no estaba planeado ir, pero su prima, Zouleth, su consejera, su mano derecha, insistió tanto para que fuera, tardo aproximadamente dos semanas para que finalmente lo convenciera. Y ahora, está aquí, dándose los últimos retoques como si fuera una dama que lo necesitara; ante aquellos pensamientos, su ceño se frunció ligeramente, tan fastidiado que estaba, se dio media vuelta caminando a su lecho, donde se sentó situando ambas manos en su rostro. –Joder. –Susurro, al cabo nadie está en su habitación más que él, segundos después, se recostó en las finas sabanas blancas de seda, cerrando sus ojos y esperando que vinería su prima, anunciara que podrían irse al Palacio Roya, cuyo lugar no conocía.

-Gilbert. –Escucho como una voz femenina mencionaba su segundo nombre, solo a ella se le ocurría llamarlo así, pero le ha dicho de mil maneras que no le gustaba ese nombre -incluso se lo quería borrar, pero nunca logro hacerlo- a veces pensaba que lo llamaba de ese modo para verlo hacer berrinches como un crio de cinco años, y eso le acusaba risa a Zouleth y enojo a Baltazar, pero entre familia ¿Qué más esperaba uno? Soltó el aire que estaba reteniendo para incorporase un poco, ladeo un poco su rostro y alzando su ceja derecha. -¿Sí? –La débil pregunta que dijo, fue más un susurro que algo más, con trabajos, la fémina que estaba en el centro de la habitación alcanzo a escuchar. –Idiota, es hora de irnos. –Sí, así ella lo trataba con ningún respeto de por medio. Que linda su prima ¿no?, rodo los ojos el Barón, y las palabras que no deseaba escuchar finalmente surgieron de los labios contrarios, con resignación, se levantó por completo, tomando la gabardina negra que hacia juego con su vestimenta, pero antes, volvió a observarse por el espejo, se puso la prenda. –Listo, vámonos, señorita. –Salió de esa alcoba real. Al bajar las escaleras, el hombre sintió como su adorable y sínica prima se colgó de su brazo izquierdo, la miro de reojo, riéndose por lo que hacía, pero no dijo nada ya estaba acostumbrado a estas muestra de cariño de ella. Al estar ya adentro del carruaje, dio la señal para dar marcha a su destino, aquella fiesta, que simplemente había hipócritas de por medio, pero era su fiesta ¿no?

Baltazar rezaba, rogaba a todos los dioses que había en este mundo y en el otro que el tiempo se detuviera, que el carruaje nunca llegara a su destino. Mientras iba en camino al Palacio, sus parpados se cerraron, recargando su nuca en el respaldo del asiento que era hecho de cuero, una de sus piernas comenzó a moverse como si tuviera un tic nervioso, cada vez que era invitado a uno de esos eventos se ponía así, no le agradaba asistir a esas cosas, porque todo era falso, hipócrita, y eso no iba con él. -Gilbert. –Ese nombre odioso lo volvió a escuchar, sus dientes rechinaron, abrió solo un ojo, volteando a ver a su prima, aquella pupila destapada se clavó en los ojos ajenos. –No sea un ogro, que no va en ti eso. Solo tienes que estar tranquilo, voy a estar contigo en todo momento. –Ella, sin hacerlo rabiar, coloco una de sus delicadas manos en su mejilla, acariciándole para poder tranquilizarlo. –Sí, lo sé. –Retiro la mano ajena, y no hubo más que hablar.

El Barón sonreía ante las palabras de los “invitados” a su fiesta, asentía en todo lo que decían aquellas personas desconocidas para él, bebiendo, brindando por cosas absurdas, estaba agobiado y eso que apenas una hora ingreso en aquel salón, era hermoso, muy hermoso ante los ojos de Baltazar, las mesas, el modo que arreglaron de esté lugar pero era opacado por la falsedad de los individuos. Observo de reojo que su prima inmediatamente tomo pareja, un hombre joven que lo arrastro prácticamente a la pista para bailar, esas cosas de ella siempre le impresionaba, pero ni modo, volvió a concentrarse en la plática de los políticos más reconocidos, daba su opinión pero leve, no deseaba mezclarse con esta clase de temas. –Caballeros. –Dejo la copa de vino tinto sobre una mesa. –He visto algo que me agrado, así que iré a cazarlo. –Los hombres rieron y como era de imaginar sus pensamientos fueron a dar a una fémina con falda y escote escandaloso, pero no lo expresaron. De inmediato, el morocho se alejó de ellos, para ir a su cacería, donde estaba una mesa repleto de aperitivos que desde donde estaba pudo localizar un pan que le encantaba desde que era niño, pero nunca pensó que al llegar se encontraría una mujer enfrente de su suculento alimento, frunció un poco sus labios, pero quería comer, así que con decisión se acercó, toco el hombro de la mujer, viendo que se daba vuelta, observo aquel bello rostro, incluso sus mejillas se sonrojaron olvidándose por un momento del alimento. –Perdón, lady, pero es que deseo el pan que estaba justo enfrente suyo. –Río nerviosa, ubicando una mano atrás de su nuca y rascándola nada recatada, dejar de lado quien era y donde estaba por el nerviosismo que tuvo al ver a esa dama tan hermosa.

por **Jordan White** Dom Jul 26, 2015 4:31 pm

No sabía con exactitud el tiempo que había pasado recostada sobre el mármol de la planta baja abrazada a su cuerpo inerte. Mis ojos se habían cegado por completo y tan solo un sendero lúgubre era lo único que podía apreciar. En ese preciso momento una presión inexplicable se anidaba en mi pecho y las palabras serían imprescindibles para describir ese sentimiento de pérdida. Heinrich se marchaba para siempre de mi vida enmarcando un momento más de tragedia en mi inútil existencia. Había llegado a la cima, el poder y la gloria llegaron a manos llenas. Sin embargo aquella teoría de algo llamado “Dios” insistía en joderme, en arrebatarme aquel regalo que la oscuridad me había enviado una noche lluviosa en el burdel.

Desperté sobresaltada. Había perdido la noción del tiempo, después del último trago de whiskey cedí al cansancio y la poca cordura que aún conservaba. ¿Qué hora es? El áspero sonido de las manecillas me aturdía. Un par de minutos antes de las 9. Cuando erguí mi cuerpo pasé por mis manos un par de cartas y boletines, fue entonces cuando noté la invitación a un evento en el Palacio Royal. Rodé los ojos y no pude evitar soltar una risa en tono bajo. Heinrich y yo solíamos evitar ese tipo de congregaciones, únicamente cuando se necesitaba cerrar un negocio nos veíamos forzados a asistir. ¿Quién lo diría no dulce Lucifer mío? Tomé un baño para relajarme un poco y de inmediato ordené al cochero llevarme a dicho lugar.

Las luces mortecinas bajo las farolas parecían darle un toque a las empolvadas calles parisinas. Apenas pude distinguir la realidad de aquella benevolente pesadilla remarcada con su nombre. Su sonrisa de medio lado y el humor que mancillaba cada frase al conferirme un secreto a mis oídos, admito que esta fragilidad que en ocasiones me revolvía el estómago era insoportable, me sentía como una chiquilla estúpida atrapada en su torre de naipes a merced del viento. Logré contener una lágrima, no iba a arruinar mi aspecto por acarrear a su fantasma.

El conductor me advirtió que habíamos llegado, me despedí de él y me interné en el amplio salón donde el baile estaba por dar inicio. Mi mirada se perdió entre la multitud quienes vestían apropiadamente para la ocasión, escuché rumores de personajes de la realeza incluso, pero para ser honesta me tenía sin cuidado, pues si había bien aceptado asistir, era tan sólo para encontrar nuevos clientes, Heinrich siempre lo había manejado así, ellos eran peldaños para continuar en la cima, un lugar que ambos habíamos construido.

La música exquisita del cello lo inundaba todo, múltiples personalidades aquí y allá compartiendo un saludo, no tenían por qué enterarse quien era yo realmente así que me limité a ser parte de aquel festejo. Caminé de un lado a otro viéndome obligada a estrechar un par de manos, algunos me reconocieron de inmediato por considerarme la viuda de aquel demonio quien alguna vez había caminado de la mano conmigo. Sonreí forzadamente y tomé un bocadillo. El roce de un desconocido me tomó por sorpresa y con una ceja arqueada volví mi cuerpo para verle.

– ¿De verdad? Sabe que esta no es la forma correcta de irrumpir – suspiré, seguramente se trataba de una broma de mal gusto –en fin, me parece que aún quedan dos más a lado de aquel platón–

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