El regreso no siempre es tan amargo (Privado)

La tenue luz de la luna ya dibujaba claroscuros en las calles de la ciudad del amor. Novalie deslizó sus pies por los adoquines, dejando que el sonido de sus tacones rompieran el silencio de la noche. Sin una dirección predeterminada, se limitaba a caminar por la ciudad que ella consideraba su hogar. París había cambiado ante sus ojos demasiadas veces, pero seguía teniendo esa esencia que la hacía especial. El tiempo es algo demasiado relativo para los hijos de la noche, llegando, incluso, a hastiarles, pero eso en el caso de la muchacha no ocurría. Seguía maravillándose por pequeños detalles que solían pasar desapercibido y, sobre todo, sentía que ese era su lugar, algo que durante bastantes años, no había sentido. Pero eso formaba parte del pasado, un pasado que había superado, aunque, como todo, había dejado cicatrices sobre su piel. Respiró hondo, más por costumbre que por necesitarlo y se apoyó en una pared mientras cerraba los ojos. La noche se había convertido en su mejor aliada, ocultándola cuando era necesario. Como en ese preciso momento. Tragó saliva. Sentía como su garganta se secaba y sus labios comenzaban a agrietarse. Necesitaba sangre, no se acordaba de la última vez que se había alimentado en condiciones.

Se encontraba nerviosa. Era algo a lo que tendría que estar acostumbrada, pero no conseguía estarlo. Cada vez que clavaba los colmillos en la piel de algún humano y sentía su dolor y temor recordaba que ella misma había sentido eso la noche que intentaron matarla. Apretó los puños. Durante años, casi un siglo incluso, intentó buscar otras fuentes de alimentación, pero chupar la sangre de pequeños animales no conseguía saciarla lo suficiente como para no sucumbir a sus instintos. Estaba envuelta en sus propios pensamientos cuando escuchó unos pasos adentrándose en el callejón que ella había escogido esa noche. Su nueva víctima se acercaba, ingenua, sin saber que uno de los peores depredadores de la historia iba a inyectar sus colmillos en su cuello y succionar el líquido rojo que recorría sus venas hasta que sintiera que el aire le faltaba. Nunca los mataba y siempre se quedaba cerca para asegurarse que alguien los encontrara para evitar que pasaran por el horror que ella pasó al sentirse como una muñeca de trapo, tirada en un callejón no demasiado diferente a ese. Sacudió la cabeza. Se trataba de sobrevivir. Y en eso era una experta desde pequeña.

Los pasos se detuvieron, pero su presa todavía no había llegado hasta ella. Tan solo era una silueta que habría pasado desapercibida para un humano, pero no para alguien que tenía la vista y el olfato tan desarrollado. Olía a alcohol y tabaco. Se trataba de un borracho al que le costaba mantenerse en pie. No eran sus favoritos, pero no podía esperar más. Caminó rauda hasta colocarse a su altura. El hombre la miró, pero ella no le dio tiempo a reaccionar. Antes de que se diera cuenta, lo tenía ya contra la pared y bebía de su cuello de forma ávida. La sangre comenzó a resbalar por la piel enrojecida y tiñó los labios de la vampiresa. Tapó la boca del hombre, para evitar que sus gritos alertaran a alguien antes de lo previsto. Bebió hasta sentir como su pulso iba haciéndose cada vez más y más lento. Fue entonces cuando se separó, dejando que el cuerpo del que le había servido de cena resbalara por la pared. Y en ese momento gritó. Se decía a sí misma que era para alertar a alguien antes de desaparecer, antes de ocultarse entre las sombras, pero lo cierto era que también se debía a su propia desesperación.

Se marchó antes de ser descubierta, antes, incluso, de que cualquier persona llegara al lugar donde había ocurrido todo. Corrió y corrió mientras el sentimiento de culpa que la invadía cada vez se alimentaba la inundara por completo. Se sentía sucia, miserable y eso seguiría siendo así hasta que tuviera que volver a alimentarse. Se encontraba viviendo en un círculo vicioso del que no podía salir y solo el arte le otorgaba algo de paz. Se dirigió, de forma inconsciente, hacia la laguna. Nadie estaría allí a esas horas, podría disponer de un poco de soledad, justo lo que necesitaba en ese momento. Podría haber ido a casa de su creador, pero él le diría que tenía que dejar ya de lamentarse por algo que formaba parte de su propia naturaleza. Algo que no se sentía capaz de volver a escuchar en ese preciso momento. Sabía que tenía razón, pero...

Chasqueó la lengua, pero no se detuvo hasta estar justo en la orilla del lago. Deshizo el peinado que llevaba, dejando que su cabello cayera de forma desordenada por su espalda y sus hombros. Gritó, sabiendo que nadie podía escucharla allí o al menos pensando eso. Se quitó sus tacones y los tiró cerca de allí, pero sin comprobar donde caían exactamente. Metió los pies en el agua y se mordió el labio inferior. Estaba fría, más incluso que su propia piel. Era lo más cercano a sentir algo que experimentaba en mucho tiempo por lo que, en cierta forma, le gustaba. Se sentó y abrazó sus propias rodillas. Antes de que el sol amenazara con volver a teñir de luz la ciudad esa sensación habría desaparecido, pero hasta entonces...No podía evitar sentirse como una miserable. Cerró los ojos e hizo lo único que se le ocurrió para no pensar en lo que acababa de hacer. Imaginó que pronto descubriría a algún artista de la talla de los más grandes y que podría actuar de mecenas para él. Su sueño, el único que tenía.