No os mordere solamente my lady (Celine Dampierre)>> Privado

La verdad es que no sabía ni cómo ni porqué había dejado convencerme por una de mis amistades para ir a aquel lugar, al circo de París. Sin duda yo era una persona curiosa, más mi curiosidad no se alimentaba de ver animales maltratados para hacer ridículos trucos o quizá para ver cómo personas con la desgracia de no ser como el resto de los mortales eran exhibidas entre aquellas carpas como animales de feria para que el resto de las personas se mofaran de su desgracia.

Quizá fue la promesa del dulce aroma y embriagador sabor del algodón de azúcar que desde niña me había prohibido mi padre alegando que era una costumbre de plebeyos y gentes sin recursos que saciaban sus problemas en el azúcar de color rosado. Pero no, el algodón de azúcar no era el motivo, o al menos, no motivo suficiente para que me encontrara paseando por aquel laberinto del brazo de mi prima Constance.

Mi mayor anhelo desde niña era ampliar mi conocimiento del mundo, y de todo aquello que me rodeaba. Por eso, al enterarme de que en el circo se expondrían además una serie de grabados sobre animales de países lejanos y exóticos que sólo existían en mi imaginación y los libros de geografía me apresuré rectificar mi respuesta hacia mi prima y asegurarle  que con gusto la acompañaría y le concedería tan nimio capricho con tal de  verla feliz.

Tras observar horrorizada tan sólo cinco minutos del espectáculo de fieras y payasos, me disculpé con mi prima y, con la mayor discreción posible abandoné la carpa principal para dirigirme al verdadero objetivo de mi visita al circo. Ahí estaban, los grabados de aquellos lugares del mundo que jamás se me permitiría visitar por ser peligroso e inadecuado para una mujer. Solté una pequeña carcajada amarga de mis labios pues muchos hombres se asombrarían de ver de lo que algunas mujeres eran capaces...  Caminé lentamente por la senda en la que estaban expuestos aquellos maravillosos grabados deslizando mi mano enguantada por ellos con anhelo en las manos y en el corazón. Avancé hasta que llegué al grabado más grande, aquel que mostraba a aquellas pobres criaturas que durante una semana se expondrían de manera cruenta en aquel recinto.

Deslicé mis dedos de nuevo por el grabado hasta que poco a poco retornaron a mi rostro para recolocar algún mechón rebelde que se negaba a seguir en el recogido que llevaba hoy. Apenas noté aquella presencia tras de mi y desconocía por completo cómo podía haber llegado hasta mi sin yo enterarme ¿Acaso había estado tan ensimismada? Este susto trajo como consecuencia que mis torpes dedos se enredaran en mis cabellos haciendo caer una de mis horquillas. - Me habéis asustado monsieur... Y sí, animales exóticos pero que, como tal, no deberían estar aquí sino corriendo en libertad en sus lejanos lugares de origen.-

Me agaché para recoger del empolvado suelo de arena mi horquilla en forma de flor y lentamente me giré para comprobar a quién correspondía aquel acento extranjero. - Me temo que no tenemos el gusto de conocernos monsieur...- Arrastré la última sílaba esperando a que aquel extraño me desvelara su nombre y descubrir así, si le conocía o si por el contrario era uno de tantos nuevos extranjeros ricos que se había dejado embrujar por París

Asentí levemente al recibir aquella presentación de aquel extraño personaje. Como siempre observé al milímetro sus movimientos y gestos, tratando de desvelar aquellos secretos que él mismo me ocultaría. Adoraba hacer esto desde que era una niña, fijarme en los más nimios detalles para descubrir los secretos de aquellos que tenía delante porque... Al fin y al cabo, la información era el instrumento más poderoso que tenía el hombre. Muchos pensaban que era el dinero o el poder, pero estos necios desconocían que la propia información puede granjearte riquezas y, como no, la información misma era una excelente fuente de poder.

¿Qué secretos escondía Kenner Clapton? Sin duda habría muchos más de los que yo podría percibir, pero el más evidente era su falsa cojera. Observe sus piernas y sus movimientos, la cojera sólo parecía estar realmente patente cuando él se movía, sin embargo, cuando estaba quieto no había ningún signo de cojera. Una mueca de dolor quizá, una pierna más larga que otra o, simplemente, una pierna apoyándose sobre el suelo con más fuerza que su vecina.

No le di mucha más importancia, quizá sería una excentricidad más de aquellos locos ingleses que se empeñaban en que mezclar el té con la leche era el más exquisito placer de este mundo. Salí ensimismada de mi pensamientos para centrarme de nuevo en su palabras ¿mi criatura favorita? Mordí levemente mi labio inferior mientras mis ojos recorrían todas aquellas imágenes - Me temo que mi criatura favorita son todas y ninguna monsieur, ninguna porque todas me fascinan por igual y todas porque envidio la libertad de todas y cada una de ellas- Desvié mi mirada hacia sus ojos y, a continuación la agaché para hacer la debida y decorosa reverencia de presentación Mademoiselle Cèline Marie Dampierre

Escuche su propuesta con atención. Era tentador, proveer de aquella libertad a aquellos animales que habían sido privada de ella, no obstante, esta era una proposición extraña y atrevida para haberla hecho alguien que acababa de conocerme ¿Por qué me ofrecía aquel juego el caballero inglés? ¿Perdería yo mi libertad al tratar de concedérsela a otros? - Nada me gustaría más monsieur que poder libertar a estos animales. No obstante, aunque dejaría en desgracia a su crueles dueños, he de declinar vuestra proposición. Por experiencia sé que un animal herido y privado de libertad resulta de lo más peligroso al recuperarla. Aquí hay muchos culpables a los que se debería castigar por tan cruento espectáculo pero,también hay niños, mujeres y hombres inocentes que podrían salir heridos y tornar tan heroica batalla en una masacre de la que no quiero ser parte.

Deslicé mis dedos por mis cabellos, dando la espalda a aquel excéntrico caballero inglés y caminando lentamente de nuevo por los recovecos de aquel laberinto tratando de hallar el camino de vuelta a mi prima y el espectáculo de fieras.

Cuando aquel desconocido pronunció aquellas palabras no entendí a qué se refería, ni por qué las había pronunciado. Le miré a los ojos tratando de descifrar sus oscuras y extravagantes intenciones, mas en ellos no encontré ninguna de las respuestas que andaba buscando. Aquel caballero me arrastró prácticamente hacia un lugar oscuro, lóbrego y sin tránsito humano mas, aunque mi cerebro se oponía a cada paso que mis pies daban, estos parecían no reaccionar y seguían una a una las indicaciones del caballero inglés.

Mi rostro comenzó a reflejar aquel terror puro que nos invade cuando sabes que algo malo va a ocurrirte pero desconoces en su totalidad el qué será eso que te atormentará. Quise abofetearle, y salir corriendo en cuanto los labios de Kenner se posaron sobre mi blanco, largo e inmaculado cuello - ¿Por qué me hacéis esto monsieur?- dije con la voz temblorosa y lágrimas en los ojos - Os ruego que no me forcéis... Parecéis un caballero y, no obstante, tengo títulos y fortuna para daros cuanto aquello deseéis que no sea mi cuerpo...

Giré mi rostro, a un lado y otro buscando desesperadamente con la mirada a alguien que pudiera salvarme de aquella impuesta tortura. Para mi desconsuelo no divisé a nadie y mi cuerpo no respondía a mi cerebro; deseaba golpearle para apartar sus labios de mi cuello, pero mi cuello sólo se estiraba más para facilitarle el camino. Deseaba salir corriendo, mas mis piernas parecían ancladas al suelo. Deseaba gritar ayuda, pero mis labios permanecían sellados.

Cada vez que mi cerebro negaba algo, mi cuerpo parecía ansioso por llevarle la contraria y ceder ante los caprichos de aquel extranjero que, en un principio, me había parecido un perfecto caballero, alguien con costumbres extravagantes pero, al fin y al cabo, alguien respetable de quien podía fiarme. Pobre tonta e ingenua... Nunca antes la frase del "no hablar con desconocidos" había tenido tanto sentido para ella como en este preciso instante.

Ahora, sólo faltaba resignarme y esperar ¿esperar a qué? Aún no lo tenía claro, pero sospechaba que no tardaría en descubrirlo.

Esperaba que aquel caballero me hiciera múltiples cosas y ninguna de ellas era buena, pero jamás imaginé que hundiría sus colmillos sobre mi blanco y suave cuello. ¿Qué estaba pasando?¿Por qué bebía mi sangre? En un primer momento pensé en las historias, historias de terror que se cuentan a los niños por las noches, historias de vampiros, los amantes de la noche pero... Aquello sólo era eso ¿no? Historias.

No sabía si serían o no reales, pero lo que sí era real era el dolor sobre mi cuello, el terror en mi cuerpo y la sangre goteando por mi cuerpo, escapando de los labios de Kenner para manchar el cuello de mi vestido. Sentí como mis piernas perdían su fuerza de la misma manera que sus labios ganaban avidez por mi sangre; sentía que desfallecería en cualquier momento pero las manos de Kenner ancladas sobre mi cintura impedirían al menos la caída ¿Por qué ese gesto cordial entre tanta brutalidad?¿Por qué yo?

De nuevo me sentí desvanecer, pero no quería darle ese gusto a tan grotesca criatura por lo que cerré mis ojos, apreté mis dientes y traté, inútilmente de hacer lo mismo con mis manos. Apenas me quedaban fuerzas para ello y, sin darme apenas cuenta las lágrimas de frustración comenzaron a brotar de mis ojos, mojando mis mejillas y dando un toque salado a mi cuello.

Por fin acabó tan amarga tortura y, ante sus caricias en mis labios y mi rostro respondí con orgullo apartando mi rostro con odio reflejado en mi mirada. ¿Qué abominable criatura sois?¿Y ni se os ocurra tocarme de nuevo Desgraciado u os juro que... no sé cuándo o de qué manera pero os mataré...-

Le miré de nuevo a los ojos dando unos pasos hacia atrás comprobando las fuerzas que quedaban en mi cuerpo. Eran pocas, apenas me podía tener en pie y no sabía con certeza como llegaría a la carpa principal y menos aún a mi casa. ¿Cómo presentarme con el escote del vestido todo ensangrentado?¿Qué diría a mis doncellas al desnudarme?

- Habéis acabado ya ¿no? liberadme de este embrujo que me habéis hecho y permitidme abandonar vuestra odiosa presencia. Mas no os preocupéis no mencionaré vuestro miserable acto a nadie- ¿A quién iba a contárselo? A la más mínima palabra que dedicara al asunto todos me mirarían como una loca y pasaría mis días encerrada en un manicomio... No, desde luego aquella opción quedaba descartada.