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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gemma Pemberton Miér Abr 19, 2017 9:26 pm

"She feared no danger, for she knew no sin."
John Dryden

Había incontables motivos para ser incinerada. Uno de ellos, su condición de bruja. Otro, el ser la matriarca de una familia de hechiceros y la líder de uno de los clanes más grandes. Un tercer punto, que podía ser el peor de todos, era que tenía como amante al prometido de su hija, y no sentía culpa por ello. Sabía que estaba mal, ¡por supuesto! No podía ser tan insensible de no pensar en Solange, sangre de su sangre, pero no podía detener la pasión que la desbordaba cuando pensaba en las manos inexpertas de Caliban, en su deseo inagotable, en su constante predisposición. Toda ella se sentía en completo control, el poder que ejercía sobre él la excitaba más de lo que hubiera esperado. Es que a Gemma nada la enardecía tanto como el poder. Era su motor. La injerencia sobre los demás era lo que la mantenía viva.

Aquella mañana despertó con el profundo deseo de sentir a su ahijado. No importaba si había tenido una maravillosa noche con su marido, quería a Caliban para ella. Decidió no desayunar en la cama y bajó a compartir con la familia; le gustaba observarlo fijamente, incomodarlo, y antes de que cualquiera se percatara de su acción, hacer algún comentario chistoso. La vida al límite era lo que Gemma siempre había pregonado, y su aletargada cotidianeidad familiar había amenazado con destruirla. Pero no más de eso. Estaba comenzando a sentirse viva de nuevo, viva como lo fue en su juventud, esa de la que aún no lograba desprenderse porque la recordaba con gloria. Y no era que no aceptara su edad, ¡claro que sí! Las mujeres de cuarenta años de su época estaban desgastadas por la maternidad, el matrimonio y la ociosidad, pero ella no, jamás se había detenido.

Caliban —dijo, tras darle un sorbo a su café, ocupando la cabecera de la mesa. —Luego del desayuno, ven a hablar conmigo a la biblioteca. Necesito que arreglemos unos asuntos pendientes —nada en su cuerpo dio indicios de lo que era. —Amor, ¿a qué hora regresas? —le preguntó cariñosamente a Ambrose.

A la medianoche, seguramente —respondió con desencanto. Él detestaba ir a las reuniones de trabajo en las afueras de la ciudad; aunque, en realidad, lo que realmente no le gustaba, era tener que darle explicaciones a su esposa luego.

Madre, ¿recuerdas que iré con mis doncellas a ver telas para el ajuar? —la voz de Solange era romántica, como siempre, y no pudo evitar lanzarle un vistazo a su prometido.

Sí, preciosa. Y mañana iremos juntas a ver la tela para tu vestido. Ahora debo activar mi día —le sonrió. Se puso de pie, se dirigió a su marido al que saludó con un beso en los labios, se despidió de los jóvenes y se retiró a la biblioteca.

Se sentó cómodamente en su escritorio, que se encontraba en una habitación dentro de la maravillosa y gigante biblioteca, la cual estaba en el primer piso de la mansión. Era, más bien, una sala de estudios. Decorada con un mobiliario de roble, piezas únicas y exclusivas. También con tres sillones, dos de un cuerpo y uno de tres, forrados en terciopelo azul, dispuestos alrededor de una mesa ratona. Alzó la vista y observó hacia el enorme ventanal que tenía frente a ella. Dos palomas picoteaban el vidrio y se extasió observándolas. El sonido de la puerta la trajo nuevamente a la Tierra. Reconoció los golpes y se puso de pie con una amplia sonrisa.

Entra —la voz sensual de Gemma era un anticipo de lo que había estado anhelando. —Cierra la puerta —le ordenó, una vez que el hechicero ingresó. —
Con llave, cariño. Con llave.


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Mensaje por Caliban Ifans Dom Mayo 28, 2017 5:48 pm


Ya no era un sueño. Ya no más. Había sentido a Gemma, sus profundidades, sus secretos. Sus manos había podido recorrer, con torpeza, ese cuerpo que, aunque Caliban no conocía muchos otros cuerpos, se atrevía a decir que era perfecto. No parecía pertenecer a una mujer con una hija de su edad. Gemma era, en todo aspecto, exquisita.

Le gustaba el juego que mantenían desde entonces. Incluso, se mostraba ligeramente más interesado en su boda con Solange, y es que, por ahora, mostrar entusiasmo era parte de una coartada. Quién podía culpar a su ingenua juventud, pues no caía en cuenta que, conforme los días avanzaban, lentos como pisadas de gigantes, la fecha de la boda se precipitaba. Aún no era una preocupación que le quitara el sueño. ¿Y cómo? Si Gemma lo agotaba.

Alzó el rostro cuando se les unió en el desayuno y musitó un buenos días desinteresado, mientras ponía mermelada a una rebanada de pan, y miel a la otra. Se llevó una a la boca y se puso atento al escuchar su nombre.

Por supuesto —respondió solícito cuando le pidió verse más tarde, no la miró, se mantuvo concentrado en la comida. Un peso frío, los nervios de la anticipación, se instalaron en el estómago. Y sólo el cielo sabía cómo pudo reprimir a su pene para que no comenzara a erigirse ante la sola idea de estar solo con ella.

No quiso mirar demasiado a Ambrose cuando éste recibió el beso de Gemma, ama y señora de esa casa. Ni expresó nada cuando Solange habló de preparativos. Se sirvió zumo en cambio y continuó comiendo. Tampoco la miró cuando salió de la habitación. Ambrose fue el segundo en disculparse y marcharse. Solange le sonrió cuando estuvieron solos, luego dijo algo de que era tarde y le dio un beso en la mejilla, para marcharse también. Caliban ni siquiera lo sintió.

Antes de tocar, respiró profundamente y cuando ingresó al sitio indicado, la miró ahí. Dueña de todo lo que estaba ahí, incluido él. Sin dejar de mirarla, cerró la puerta y pasó el pestillo, como se le había solicitado. Sonrió entonces y cruzó la habitación con grandes zancadas hasta quedar frente a ella, sin mediar palabras, la tomó del rostro y la besó con pasión, aunque fue breve.

Lo siento —dijo cuando se separó—, había estado queriendo hacerlo desde que te vi en la mañana —se mordió el labio inferior y la miró con una inocencia anacrónica, considerando las circunstancias—. ¿Para qué deseabas verme? —Se relajó un poco y se recargó en el escritorio. Su pregunta conllevaba más de lo que las meras palabras daban a entender. Caliban podía sentir calor en su pecho, en sus mejillas y en la entrepierna. No podía controlarlo. No frente a ella.

La veía, y la volvía a ver desnuda, sobre él, caderas contra caderas, su miembro hundido en ella. Su primera vez, y estaba seguro, que la mejor que iba a experimentar jamás en su vida. Si casarse con Solange significaba no separarse de Gemma, que así fuera.


Última edición por Caliban Ifans el Mar Nov 21, 2017 11:46 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Gemma Pemberton Dom Nov 12, 2017 7:35 pm

Había un enorme encanto en la inocencia de Caliban, como si toda la oscuridad del mundo –que la incluía- no lograra hacer mella en su alma, que era pura y noble. Era eso lo que lo volvía especial y diferente, lo que hacía de él un ser único y lo que la incitaba, a su vez, a querer corromper eso. Debía admitirlo. Era su pureza lo que la hacía delirar. Ese beso, fugaz y repleto de pasión, la enorgulleció. Que dejara su timidez y sus pruritos, era una muestra de todo lo que era capaz de hacer. Era un joven sumiso, pero Gemma sentía la necesidad de convertirlo en un hombre fuerte; era de la única forma que podría sobrevivir. No era como todos los demás, su destino estaba labrado con otro material, y ella lo sabía, lo había visto. Se avecinaba el momento de la verdad, que saldría a la luz dejando chispazos por doquier. Ese muchachito que era hasta ahora, no estaba listo; y no porque lo subestimara, sino porque lo conocía, ¡lo había criado, por Dios!

Dio un paso al frente, quedó cerca de él y lo miró fijamente, por un rato largo. Quería sumergirse en su mirada, absorber el deseo que su ahijado prodigaba por ella. Le gustaba sentirse contemplada, adorada, y Caliban era la persona que más la había contemplado y adorado. Estaba encadenado a aquel sentimiento. Gemma no era cruel, al menos, no con él, y entendía que todo aquello sería pasajero, que no pasaría a mayores. Él maduraría, agotaría su pasión hacia ella y todo se convertiría en un bello recuerdo. Así debía ser. Mientras tanto, disfrutaría de enseñarle, y no se trataba solo de lujuria. El sexo también era magia, era fusión, era alquimia. Le acarició una mejilla con el dorso de los dedos y le sonrió con enorme ternura.

—Desnúdate —le ordenó con suavidad. —Muy lentamente. Hazlo con paciencia. Disfruta de liberarte, disfruta de su cuerpo —le delineó los labios con el pulgar, se puso de puntas de pie y lo besó con castidad, apenas a un roce, una caricia.

Se alejó para observarlo. Había un placer maravilloso en aquel gesto de Caliban. Gemma había perdido toda visión del niño que fue alguna vez. Lograba disociar la imagen que tenía de él correteando a su alrededor, riendo con frescura, de aquel hombre al que había hecho el amor. El recuerdo del momento compartido se había vuelto una celebración, una inspiración, y por momentos aparecía en su mente como una proyección, y su cuerpo respondía humedeciéndose y estremeciéndose. Le costaba regresar del transe momentáneo que implicaba, y sus boca se curvaba con picardía. Negaba con la cabeza, y se recordaba a sí misma que todo aquello terminaría alguna vez.

—Eres hermoso. Verdaderamente hermoso —dijo, para instarlo. Y sí que lo era. Pocos muchachos tenían aquella belleza, completamente exótica. Aunque quisiera, Caliban jamás pasaría desapercibido; muy a su pesar, pues no le gustaba llamar la atención. Debía comenzar a tomar confianza y a explotar sus cualidades. La vida le tenía preparado algo demasiado grande, y Gemma era muy responsable del rol que le tocaba como vehículo en ese camino.


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Mensaje por Caliban Ifans Miér Nov 22, 2017 12:14 am


Devoción. Devoción era la palabra que mejor describía lo que Caliban sentía, porque ella englobaba pasión, deseo, incluso amor, aunque no fuera el más sano de los amores, ¿pero quién era él para decidir qué amor era más digno? De ese modo, con esa adoración desmedida miró a Gemma, queriendo hundirse en su belleza, en su fuerza, en toda ella, como la noche que se come a las sombras, porque eso sí, su madrina era oscuridad, una que quería degustar siempre, que le sabía a ambrosía en la boca y en el alma. Tragó saliva y cerró los ojos al sentir la caricia, sólo los abrió después del beso.

Sus orbes azules se dilataron ligeramente ante la petición. Se sintió, de pronto, demasiado consciente de sí mismo, pero fue incapaz de protestar. Asintió nada más. Se giró sin querer y comenzó a desabotonarse la camisa. Al escucharla una vez más, se dio cuenta que le estaba dando la espalda y de inmediato remedió eso. Se sonrojó ante las palabras, cosa que resultaba muy evidente en su pálida piel.

No tanto con tú —respondió y se sacó la camisa lentamente, lo más que pudo, para complacerla porque siempre iba a buscar agradarle a Gemma, obedecer, jamás decepcionarla incluso en los más pequeños detalles.

Comenzó a quitarse el cinturón, este fue más rápido. De desabrochó el pantalón y ahí sí se tomó su tiempo. Por un rato sólo la miró, con el torso desnudo y la bragueta abierta. Le sonrió, pero a pesar de todo, su gesto fue el de un niño contento. Sin dejar de verla, deslizó el pantalón y lo sacó, dejándolo a un lado. Se irguió, quedando sólo en calzoncillos, y a través de la delgada tela, su erección estuvo ahí, ávida de ella. Hizo un movimiento con la cadera, un movimiento sensual para hacer más evidente su pene erecto, como si no lo fuera lo suficiente. Luego se giró de nuevo, y de ese modo, se agachó para terminar de desnudarse, mostrándole las nalgas a Gemma.

Cuando se envaró de nuevo, se volteó lentamente. Su verga completamente dura, palpitante; el glande brillaba de la humedad que estaba produciendo y respiró un par de veces, sin saber qué hacer ahora. La deseaba, quería poder tomarla en cada rincón de esa habitación, que le siguiera enseñando.

Gemma —la llamó, la voz le salió más afectada de lo que pretendía. Su pecho subía y bajaba con la respiración que comenzaba a agitarse. Su cuerpo delgado y del color del papel estaba ahí para ella, y sólo para ella—. Aquí me tienes. Siempre me vas a tener —confesó, con un hálito, sintiendo una urgencia casi demencial, la de tomarla ya, ya, ya, no podía esperar más, sentía que iba a enloquecer, que iba a terminar de solo verla ahí parada.

¿Harás lo mismo por mí? Desnudarte despacio, para poder contemplarte —pidió, aunque no estuvo seguro que sería complacido. Le bastaba con el juego que ella había iniciado. Se relamió los labios y avanzó, pero sólo un paso. No podía tocarla, si ella no se lo permitía. Era de ella, Caliban sólo le pertenecía a Gemma, y obedecía ciegamente a todo lo que ella dispusiera.


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Mensaje por Gemma Pemberton Sáb Mar 31, 2018 10:16 pm

Y Gemma sonrió, sin quitar sus ojos de él ni un solo segundo. Una sonrisa satisfecha se le había tatuado en el rostro, ostentando el cetro invisible de poder que ejercía sobre un inocente Caliban, que con adoración, cumplía el pedido de su madrina sin chistar. Sus movimientos eran más torpes de lo habitual, y eso solo denotaba la falta de experiencia. Experiencia que no tardaría en adquirir, pues la hechicera tenía pensado enseñarle todo sobre aquella poderosa energía. El acto sexual no era un mero instinto de la carne, en él se encerraban los secretos de la fuerza de la tierra, y era cuando los seres –sin importar su naturaleza- se mostraban más sinceros, no solo con aquellos con los cuales compartían el momento, sino también consigo mismos. Eso era lo que Gemma pretendía de Caliban: que él aprendiese a conocerse, a ser consciente de sí mismo, de su cuerpo, de sus reacciones, de una forma placentera y que lo llenarse de vitalidad.

No siempre te tendré —dijo, con alegría. —No hagas promesas que no puedas cumplir. Ni siquiera en estos momentos —caminó hacia él y le delineó las costillas. —Por más que ahora creas que sí, créeme que algún día ya no serás mío, ya no te tendré así ni de ninguna otra forma —susurraba, mientras sus manos recorrían la totalidad del torso desnudo del muchacho.

Se puso en puntas de pie y le acarició los labios con los propios, le mordisqueó la barbilla, mientras le murmuraba que tuviera paciencia. Recorrió el cuello, la garganta, las clavículas, los pectorales, el abdomen, y le lamió los testículos y el pene. Lanzó una suave risita ante su reacción, y ella sintió que lo adoraba más que nunca. Sus manos le masajearon los glúteos, y volvió a ponerse de pie, sin dejar de besar su cuerpo ni un solo segundo, sin dejar de acariciarle los brazos, los hombros, la cintura, la nuca y el cabello. Parecía querer abarcarlo todo con sus palmas, pero aún su cuerpo se mantenía alejado de Caliban, que parecía que moriría entre sus brazos, en ese momento.

Me desnudarás tú —sentenció, y lo tomó de las muñecas para llevar las manos de su ahijado hacia los botones delanteros del vestido. —Y lo harás a tu ritmo, sin perder jamás la paciencia. Sh… —le colocó el índice entre los labios. —Harás lo que yo diga, Caliban —y fue ella, en esta oportunidad, la que no pudo contenerse. Lo acercó a su rostro y lo besó con inusitada efusividad, su lengua se abrió paso hasta rozar la del hechicero, y onduló unos instantes, para separarse bruscamente, recordando que la labor que tenía con él, era mucho más enorme que sus propios impulsos.

Yo te guiaré, cariño. Aprende a desnudarme —lo alentó, una vez más. A pesar de que Gemma sabía de la tortura que podía llegar a significar, y no solo para él, le indicó cómo debía desabotonar las prendas, y una vez que su torso estuvo desnudo, se volteó para que él la contemplara de espalda. —Continúa —susurró, con los ojos cerrados. Y a pesar de los años, y de saber que debía contenerse, la humedad de su entrepierna se volvía más intensa, más abrumadora, y no pudo evitar morderse el labio inferior y que su respiración se agitase cuando, una vez más, el joven continuó con la labor encomendada.


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Mensaje por Caliban Ifans Mar Mayo 15, 2018 10:41 pm


Quiso protestar, decirle que era mentira lo que decía, que siempre iba a tenerlo cómo y cuándo ella quisiera, pero no pudo porque eso significaba una contradicción, pues para Caliban, Gemma siempre tenía la razón aún en los más sencillos de los detalles. Y tampoco pudo porque al sentir sus manos sólo pudo suspirar. Dolía, en verdad su erección dolía, gritaba, pedía ser satisfecha, pero sacando fuerzas de quién sabe qué lugar, pudo contenerse de tocarla.

La siguió con la mirada, aunque tuvo que cerrar los ojos cuando su boca llegó a su pene y testículos. Tragó grueso y odió que se separara. La observó erguirse ante él y sin palabras, se dejó conducir. La desnudó primero ayudado de ella, listo para hacerlo por sí mismo.

Siempre haré lo que tu digas —dijo, y era verdad. Gemma podía mandarlo a matar y Caliban obedecería sin rechistar. Por ella haría cualquier cosa y en cada encuentro le quedaba más y más claro. Algo de su madrina siempre quedaba en él tras cada sesión que tenían. La forma en cómo correspondió al beso lo dejó claro.

Se acercó con paso austero y le acarició la espalda cuando se giró, su piel era suave y estaba caliente. Deslizó una mano por debajo del brazo y tomó uno de sus pechos. Masajeó ahí con lentitud y la besó en un hombro. Con algo más de saña, se apoderó de uno de los pezones ajenos y tiró de él, mientras que con la otra mano deshacía amarres y botones de la parte baja de la vestimenta de Gemma.

Logró aflojar y la gravedad hizo el resto, aunque las caderas de la mujer entorpecieron un poco que la prenda se deslizara por sí sola. Se agachó para terminar con eso, y de paso, quitar la ropa interior. Al erguirse lo hizo lento y fue besando las piernas de su protectora, amante y maestra, hasta llegar a los glúteos. Besó ambos y los separó para luego dar una lamida en el coño húmedo, pero sólo una y al fin quedó de pie otra vez.

La abrazó por la espalda, jugó con sus pechos, con sus pezones duros por la excitación y le besó el cuello al tiempo que empujaba su erección en las nalgas de la mujer.

Te necesito —le susurró al oído—, ¿qué no lo sientes? ¿Qué no sientes cuánto te necesito en realidad? —dijo casi irónico, porque era evidente. Pero no hizo nada más, porque era ella quien guiaba, y si quería dejarlo así, con la excitación a flor de piel, podía hacerlo y Caliban sólo tenía que resignarse. Aunque esperaba que no fuera el caso.

¿Sabes? —se atrevió a hablar de nuevo, muy cerca del oído de Gemma, con sus labios rozando el cartílago—. Últimamente he imaginado que te tomo por detrás, que te agarro de las caderas, te recargo en el escritorio, y te lleno de mí —le dijo mientras bajaba ambas manos ahí donde había dicho, a las caderas ajenas, bastante más desenvuelto que las primeras veces. Que incluso los primeros minutos de ese encuentro.


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Mensaje por Gemma Pemberton Dom Sep 23, 2018 5:24 pm

Ante sus ojos, entre sus manos, contra su cuerpo, ya no había rastros del niño que había sido Caliban. Lejos estaba la timidez de ese muchachito al que había convertido en hombre. Ella lo había hecho, se había apoderado de su inocencia y la había reemplazado con lujuria. Él era su ahijado, el protegido de la familia, veinte años menor, el prometido de su hija, y la follaba en las narices de su esposo y de su primogénita. Gemma hacía y deshacía a su antojo, y no iba a negar la excitación que le generaba la situación. El peligro, el límite, jugar al filo de la verdad le hacía bullir la sangre. Él se había prestado a sus maniobras porque la veneraba, y ella se había aprovechado de esa adoración. Pero ambos eran beneficiados, pues nadie podría negar que Caliban no gozase de las enseñanzas de su madrina.

La sumisión del joven y que la necesitara, alimentaban el ego de la hechicera, que era su mayor zona erógena. No importaba cuánto acariciasen su intimidad, nada la excitaba tanto como saber que era el centro. Y era evidente que el mundo de su querido sobrino se reducía a ella y a todo lo que le hacía sentir. Le había otorgado el poder de destruirlo, y a Gemma, el poder, era otra de las cosas que más la excitaban. Sin embargo el sexo, para ella, era recíproco, y el brujo había aprendido a tomar la iniciativa. La piel de la cuadragenaria se erizó hasta el dolor cuando la boca del muchacho le recorrió las piernas, y no pudo contener el gemido cuando su lengua acarició su intimidad. Adoraba cuando veía el fruto de cada momento compartido; la hacía feliz que se atreviese a tomar las riendas de la situación, que le dijese lo que le gustaba, lo que quería, lo que fantaseaba.

Echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el hombro de Caliban y mientras él hablaba, una mano de Gemma se asía de su erección y con la otra estimulaba su clítoris, moviendo suavemente las caderas. Ignoró la confesión unos segundos sólo para masturbarlo con mayor ferocidad al tiempo sus dedos hacían lo propio en su propia entrepierna. Agitados, la respiración de ambos era un mismo compás, una danza de bufidos y transpiración, que se reprimían en la clandestinidad del sitio. Lo divertido era esconderse, no ser descubiertos. Si llegaban a revelar la relación, la hechicera estaba segura que todo el encanto se perdería; y, por nada, quería perder esa fuente de poder en la que se había convertido su ahijado.

Has todo lo que te imagines. Sé libre, completamente libre —susurró. Quitó el índice y el medio de su coño y lo llevó a los labios de Caliban para acariciarlos, luego los introdujo en su boca y la recorrió íntegra. Quería llenarlo de su propio sabor, que sintiera el cáliz que emanaba de su cuerpo; era todo para él, pues era quien la provocaba. —Me tienes toda para ti. Estoy a tu merced.

El cuerpo de Gemma clamaba por hacerse uno con el del chiquillo. Su mente ya sólo se ocupaba de sentir, le había cedido el control al joven, dispuesta a someterse a su voluntad. Tanto lo apreciaba que era capaz de perderse sólo para satisfacerlo. Quería que su ahijado la recordase hasta el último de sus días, que saciase todas sus fantasías, que explorase junto a ella, que descubriese las mieles de aquella unión tan poderosa de la que ambos saldrían beneficiados.


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Mensaje por Caliban Ifans Lun Feb 18, 2019 10:27 pm


A menudo, Caliban confundía amor con… con cualquier cosa que fuera eso. Tal vez era amor en realidad, pero existían muchas cosas más que lo hacían todo complicado. No obstante, era obvio que no se detenía a pensar en eso, en consecuencias, para los demás y para ellos. Estaba siendo egoísta, Gemma le había enseñado bien. ¿Y cómo iba a tener claridad si su madrina lo masturbaba de ese modo, lo hacía probar de su néctar, gemía y se movía así contra su cuerpo? Todo sentido común quedaba fuera de esa habitación.

Gimió y se sintió avergonzado, aún tenía momentos de debilidad como eso. Para acallar, mordió el hombro ajeno, con cuidado de no dejar marcas. Ella podía arañarlo y dejarle cardenales, no importaba, pero Caliban debía ser más cuidadoso, pues otro hombre tenía el derecho de verla desnuda.

Sin palabras, posó una mano en el bajo vientre y con la otra dobló uno de los brazos de la mujer para dejarlo sometido en su espalda. La movió hacia el escritorio y ahí la dobló. Ella estaba ayudando claro, pero por una vez, Caliban estaba tomando la batuta, aunque entre ellos era Gemma la que implícitamente siempre mandaba. Si ahora el control lo llevaba él, era una ilusión que ella le estaba regalando.

Así como la tenía ahora, con las nalgas hacia él y sin soltarla de la muñeca, acomodó su erección al centro, ahí se movió, deslizando su pene erecto entre los glúteos ajenos y ayudado por el líquido preseminal. Al fin la soltó, sólo para tomar su miembro y acomodarlo en la entrada de la mujer que lo había hecho hombre.

La sostuvo con fuerza de las caderas y empujó. Empujó. Empujó hasta que ya no quedó más sitio para seguir empujando, con sus testículos pegados a ella. Un quejido salió de su boca y quiso decirle algo, pero no supo el qué, así que comenzó. Lento, tortuoso incluso para él. Un vaivén medido y casi perezoso. Dentro y fuera, llenando la habitación del sonido de sus cuerpos húmedos chocando.

Se inclinó un poco para separarla de la superficie del escritorio y estiró las manos para apoderarse de sus senos y con la palma de las manos primero jugó con los pezones endurecidos y luego tomó al completo los montículos de cremosa piel. Siguió metiendo y sacando, a veces aumentaba el ritmo pero luego se recordaba que quería estar así todo el tiempo posible y volvía a disminuir el compás de sus embestidas.

Cada vez le era más fácil entrar y salir de lo húmeda que estaba y eso lo estaba volviendo loco, pero debía aguantar. Volvió a tomarla de las caderas, hundió los dedos y aunque no se precipitó, sí se imprimió más fuerza. Es más, comenzó a salir en su totalidad para entrar de nuevo en un solo movimiento y ya no pudo controlarse, comenzó a gemir con fuerza, a repetir el nombre de la mujer que tenía a su merced. Y Gemma, a su vez, lo poseía a él, más de lo que él iba a poseerla a ella jamás. Porque lo tenía cautivo en cuerpo y alma.


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