The Heart Of A True Friend ♔ Privado

Después de lo ocurrido en la casona donde ensayaba, y después de haber durado algunos días sin salir de casa por estar triste, decidí caminar un momento por las calles de París, para que me diera un poco del sol. Tenía las manos frías y la punta de la nariz también, y esto significaba que estaría friolento todo lo que restara del día, si no ponía manos a la obra.

Me abrigué lo mejor que pude, enroscándome una bufanda en el cuello y un par de guantes. Cerré el portón viejo de la casa, metí las manos en los bolsillos del abrigo y caminé un rato si ningún rumbo particular; pero lo que yo necesitaba era distraerme, pensar, preferentemente pensamientos positivos, ya que los negativos circulaban en mi mente y de sobra.

Cabizbajo y sin tener ánimos de nada, me dedicaba de escuchar el viento soplar, el ruido de los cascos de los caballos a chocar contra las piedras en el suelo, la risa de algunos niños jugando, el canturreo de algunos pájaros que revoloteaban a mi alrededor... Era un día como cualquier otro y sin embargo, no lo era para mí.

Realmente todo parecía marchar en mi contra en referencia al amor, por consecuencia me sentía solo y abandonado, sin ninguna clase de ayuda. Pensé en asistir a la iglesia, entrar, orar un poco, y hablar con Dios, preguntarle el por qué me había abandonado cuando más lo necesitaba, pero yo ya sabía la respuesta de antemano: El se había ido de mí, porque yo no me había comportado como un buen cristiano. Me sentía sucio, y la suciedad no tenía cabida en el temblo.

Fuera de la iglesia, miré hacia varias la partes de la calle, y decidí tomar el rumbo de la derecha, cualquier lado estaría bien siempre cuando, sintiera el calor de los rayos del sol sobre mi piel. Así fue como llegué a encontrar una banca vacía en el centro exacto de todo. Ahí tomé asiento, estiré las piernas y me dediqué a observar a la gente pasar de aquí para allá. Todos parecían felices y contentos... Les envidié, porque yo quería algo así para mi.

Suspiré.

-No me gustan las mentiras muchachito. ¿Dime quién te acompaña?

Al escuchar los gritos, levanté la vista hacia el frente. Mi vista enfocó a un viejo gordo y malhumorado, que zarandeaba el pequeño bracito de un niño que estaba muy asustado. Al parecer había entrado sin permiso al establecimiento, y el dueño se había molestado por eso, aunque el pequeño dijera que tenía para pagar. Y eso no fue todo lo que percibí, sino también el aura. Ese color verdoso de los hechiceros. ¡Nunca había visto a uno tan pequeño! ¿Estaría consiente de su naturaleza sobrenatural?

Parpadeé. Si los inquisidores rondaban por ahí, el niño estaría en un grande peligro. Me levanté inmediatamente sin pensarlo dos veces.

-El niño viene conmigo señor. -Sin pedir permiso, tomé la otra manecita del pequeño y le di un apretoncito. -Ya sabe cómo son los niños de traviesos. Le ruego me disculpe... Ven, vamos a desayunar a otra parte.

Le alejé de ahí tanto como fue posible. Una vez doblamos la esquina, me agaché para estar a su altura.

-Ese hombre estaba muy molesto. ¿Qué fue lo que pasó?

Traté de sonreir para darle confianza, aunque lejos estaba de sentir felicidad.

No había nada más adorable que ese niño rubio de ojos azules. Me gustaban mucho los niños y sentía afinidad con ellos más que las personas de mi edad, porque eran un libro abierto; tan limpios, y bondadosos. Más ternura sentí cuando me explicó el motivo de su visita al restaurante. Sólo quería desayunar y ese sujeto tonto y mal encarado le había echado sin darle una explicación:

-¡Vaya! Tienes dos francos. ¡Eres rico! -bromeé, pero tal cantidad, para un niño, en una ciudad de París, prácticamente era un tesoro-. Te alcanza perfectamente para eso y más. Pero conozco otro sitio donde puedes comer algo rico y mucho mejor y no aquí, donde la gente se porta mal.

El chico estiró su manecita y se presentó formalmente como todo un caballerito. Ahora que lo observaba fijamente, no tenía la pinta de ser un niño de la calle. Sus ropas eran finas y relucían completamente de limpio. Lo que me planteó otra interrogahte: ¿Dónde se encontraban sus padres?

-Yo me llamo Joshua. -respondí su saludo-. Por cierto Yuri ¿Dónde está mamá y papá? Espero que no te hayas ido muy lejos de ellos, porque pueden preocuparse mucho. -le sonreí revolviéndole el cabello. El niño tenía "la sangre muy liviana" - Y no me agradezcas nada, ése hombre se estaba pirtando muy mal contigo. Hay adultos que no tienen paciencia...

Si lo sabría yo, que tuve muchas dificultades con mi padre cuando tenía mas o menos su edad. Siempre fue muy duro conmigo y casi nunca - más bien nunca- tuvo palabras de cariño hacia mi. Fue una etapa difícil. Siempre hubo ese vacío en mi corazón que no pude llenar con nada.

Le tomé de su pequeña manecita y comencé a andar por la calle. No le había mentido, un lugar muy rico estaba muy muy cerca. Era extraño caminar con un niñito a mi lado, porque nunca nadie me hacía caso ni reparaba en mi presencia. Las cosas habían cambiado los últimos días y me sentía más solo que nunca.

-Dicen que soy muy bueno guardando secretos, así que confía en mí. Sea lo que sea que vayas a contarme, seguirá siendo un secreto, pero ahora entre tu y yo.

Habiendo dicho ésto, abrí la puerta del restaurancillo con comida sabrosa y casera. La señora ya era una anciana, muy entrada en años pero que cocinaba como los mismos ángeles. Ayudé a Yuri a sentarse en una silla y yo tomé la otra, esperando a que nos tomaran la orden.

-Adivina, a mi también me gustan los panqueques y el jugo. - pero eran caros y casi nunca podía probarlos-. Aunque me gusta la leche de cabra y las magdalenas, pero muy de vez en cuando y...Las patatas en todas sus formas de cocinar.

Vino a mí el recuerdo de mi madre cuando yo tenía la edad del pequeño Yuri. ¡Cuánto la extrañaba! Sobre todo en ésos momentos de tristeza e incertidumbre, en que lo único que necesitaba era un brazo amigo en el cuál recargarme para no hundirme más de lo que ya estaba. ¡Ay mi casa y mi madre! Ya me estaba poniendo nostálgico. Fui salvado por la hija de la cocinera que se acercó con una sonrisa a tomar la orden. Ahí le indiqué lo que quería el pequeño y lo que yo deseaba, que era un café.

-Ahora si dime ¿cuál es ese secreto que vas a contarme? -me agazapé sobre la mesa para dar un ambiente de misterio, para convertirme en su cómplice.