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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lazet de Grailly Dom Ago 06, 2017 3:01 am

¿Y qué serían de las familias sin una oveja negra, sin esa típica cabra descarriada? De seguro un montón de seres corrientes a los que no se les tomaría la debida atención. ¡Y que aburrido sería el mundo sin esas ovejas negras y esas complicaciones! O al menos eso estaba dentro del extrañísimo criterio de Lazet de Grailly, a quien le gustaban las relaciones poco convencionales, en especial, tratándose de esos familiares suyos que lo habían acogido en esta vida. Pero más específicamente en uno solo, uno de sus hermanos mayores. Sí, justo el que había osado en largarse para dejar de ser el peón. Gaspard era digno de admirar, al menos para él, que apenas lo recordaba, porque cuando el otro se marchó, sólo era un crío de cinco años. Además, el Padre Clément le había contado cosas muy interesantes; hasta pudo compararlos en su momento, ya que ambos tenían una magnífica capacidad de aprendizaje que no dejaba de ser admirable.

Desde luego, a Lazet le había entrado la curiosidad sobre su hermano mayor, ese al que todos parecían no querer tomar en cuenta. Pero ya entendía el porqué. Los otros eran muy corrientes, y él, la magnánima encarnación de Scarmiglione, no podía permitirse caer en semejantes actitudes vulgares. Por eso también terminó huyendo de aquel pueblecito; aunque, a diferencia de Gaspard, él optó por hacerlo de un modo mucho más factible y sagaz, usando una excusa bastante creíble. Sin embargo, cuando Lazet ya contaba con suficiente poder afuera, por haberse unido a la Inquisición, fue cuando sus padres demandaron que buscara a Gaspard. ¿Y para qué? De seguro estaría muy feliz haciendo quién sabe qué... De verdad, ¿a qué se dedicaría exactamente? Mejor dicho, ¿estaría vivo?

Lazet era curioso, y su naturaleza real lo impulsaba todavía más. Fue cuando decidió indagar y remover todos los recursos para buscar a su hermano; por supuesto, no dejaba de sentirse como un niñero, pero valdría la pena, al menos para alimentar su propio morbo personal. Pocas eran las personas que acaparaban su atención, y Gaspard era una de esas personas. Y con más razón, al descubrir su labor; incluso, sus travesías durante los últimos meses. ¡Vaya tipo! Aunque igual no le reveló nada a sus padres, ¿para qué? Que siguieran con la duda, tampoco les resultaría la gran cosa que ese estuviera vivo. Sin embargo, a él le parecía divertidísimo, y más, sabiendo que la Inquisición lo buscaba por... ¡robar tumbas! Bueno, él era Lazet de Grailly, alguien con buenas influencias... ¡Y con una necesidad de fastidiar a otros tremenda!

Su orden fue inmediata: Buscar a Gaspard de Grailly, pero sin hacerle ningún daño. Lo necesitaba vivo; necesitaba acorralarlo, ponerlo al límite, ¡fastidiarlo! ¿A qué no sería un trato adorable entre hermanos? Vale, no. Y mucho menos tratándose de ellos, que solían ser bien raros a su manera, aunque Lazet sí mostraba ser mucho más cuerdo y coherente que su hermano mayor. Pero eso no le preocupaba en lo más mínimo, porque, como ya se dejó claro con anterioridad, a Lazet le agradaban las situaciones poco convencionales, y casi podría compararse con Gaspard en eso de que no se estaba quieto. Al menos en el Santo Oficio sí podía estar en continuo movimiento, haciendo de las suyas... sembrando su semilla de maldad.

En fin, que ya había acorralado al otro aquitano lo suficiente, sólo que él no lo sabía a ciencia cierta. ¿Cómo lo encontró? Resulta pues que Lazet también era hábil con la radiestesia, y no le fue nada complicado saber exactamente hacia dónde se dirigía su ¿presa? No, que feo llamarlo de ese modo, aunque de seguro ni le importaría. Pero él no podía denominar a alguien tan interesante de aquella manera tan despectiva. Quizá hasta le ofrecería algún trato a Gaspard, o no. Ni él mismo sabía cómo iba a iniciar todo ese encuentro después de tantos años.

—Ah, entonces sí te dirigías hacia las Catacumbas, ¿o me equivoco? Ya no es la primera vez que lo haces. He de admitir que es una buena manera de proveerte de cadáveres frescos —dijo, una vez cerca de Gaspard. Le había costado seguirle el paso antes, pero finalmente lo consiguió—. Supongo que no me recuerdas... Bueno, mi cara ha cambiado mucho desde los cinco años. Aunque creo que mi nombre no se te ha olvidado, ¿no, Gaspard?




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Mensaje por Invitado Dom Ago 06, 2017 11:35 am

Debería haberle respondido a Átropos que sí, querría volver a verla, pero ¿cómo demonios iba a saberlo entonces Gaspard de Grailly, el mismo que no había sabido ni qué iba a ser de su vida la noche siguiente? Átropos, o Eloise, o quien fuera ella exigía demasiado de un tipo que se consideraba a sí mismo simple pese a saber que no lo era, en absoluto; aun así, su comportamiento solía serlo, así que ¿por qué no denominarse así? Él lo prefería, desde luego, pero no iba a anunciarlo por ahí porque eso suponía hablar y, se temía, por ahí Gaspard no iba a pasar tan fácil. ¡Lo sentía, pero no lo sentía en absoluto!

Así pues, ya quedaba respondido el dónde de todas las preguntas que Gaspard de Grailly podía despertar con su comportamiento, a saber: dirigirse, en medio de la noche, por el centro de París a un paso normal, ni muy rápido ni muy lento, con actitud normal y aspecto normal. O, como le gustaba recordar a él, vulgar, pues así era como se había vestido, con un disfraz que le resultaba tan familiar como agradable, ya que si no llamaba la atención, nadie lo increparía ni le molestaría lo más mínimo. ¿Qué más que eso se podía pedir a la vida...?

Suficiente tenía el aquitano con haber desarrollado algún tipo de vínculo inexplicable (y no por su ineptitud sentimental, sino porque a ver quién es el listo que es capaz de sacar algo con sentido de una ecuación en la que está metida Eloise. ¡Lo sabía, nadie!) hacia ella como para, encima, arriesgarse a que le pasara otra vez. ¡Ni de broma! No, prefería el silencio y la soledad, Gaspard era mucho más dado a pasar desapercibido y hacer sus cosas y su voluntad, así que no iba a ponerse en bandeja de plata para otros, nunca, si es que podía evitarlo. Y aquella noche, precisamente, no pudo.

En defensa del aquitano, había que decir varias cosas: en primer lugar, tenía demasiadas cosas en mente para volver a centrarse en aquel misterioso Lazet que lo perseguía; en segundo, se dio cuenta de que seguían sus pasos más o menos a mitad de camino de las Catacumbas, lo cual, dadas las circunstancias, no estaba mal del todo. Pese a no ser sobrenatural y a que la sangre de vampiro que había consumido por última vez ya había abandonado su organismo, tenía una intuición tan arraigada como eficiente, que fue la que se lo indicó. Gaspard, por su parte, no lo puso en duda: cosas de la experiencia.

En paralelo, también había que mencionar que poseía una inteligencia considerable, que le dijo que era mala idea detenerse y descubrir que sabía que lo seguían, así que no lo hizo hasta que el otro no lo llamó. Sin que Lazet lo supiera, pues, Gaspard había hecho un alarde de ese rasgo en común que poseían los dos de Grailly, aparte de esos ojos inquietantemente verdes y de una afición por los vampiros que no tenía mucho parecido si se comparaba a los dos hermanos, aunque ambos tuvieran como foco de su interés a dos reinas y... ¡Anda, si resultaba que los dos de Grailly eran clavaditos!

Con histrionismo, inevitable, Gaspard se giró y encaró a su hermano pequeño, denominación que le resultaba tan desagradable en los pensamientos y la lengua como era de esperar al utilizarla para un tipo al que jamás había llegado a conocer. Con las manos en jarras, bajo su capa de color marrón y aún semioculto por la capucha que la prenda poseía, Gaspard paseó su mirada por el rostro del inquisidor, sus dedos en movimiento frenético porque, a ver, seguía siendo Gaspard, ni siquiera reencontrarse con su familia iba a tenerlo quietecito. Es más, pocas situaciones lo aburrían tanto como esa perspectiva, así que razón de más para moverse como lo hacía.

– Qué honor, un desconocido alabando mi inteligencia después de pasarse semanas buscándome sin éxito. – comentó, absolutamente indiferente al hecho de que el otro era su hermano, y con la burla de la ironía aún en la punta de la lengua. Pese a que los había parido la misma mujer, la diferencia entre los dos era obvia, y no se trataba sólo de la física, pero esa era la más fácil de ver de todas, incluso en la forma de comportarse: Gaspard, moviéndose sin descanso y con aspecto de ser un muro inquebrantable; Lazet, quieto y casi delicado, pero, a su manera, peligroso.

Las diferencias, sin embargo, no terminaban ahí, y ese examen que Gaspard estaba haciéndole al otro sin moverse pronto arrojó resultados bastante satisfactorios (¡cómo no, si el aquitano mayor de los dos siempre se había enorgullecido, a su manera, de ser la oveja negra de la familia!). Bien, el perseguido, él, era más alto, más fuerte, con el pelo rizado y loco, arrugas de expresión y aspecto peligroso; Lazet, por su parte, era poco más que un niño, de aspecto más comedido y con cara de no haber roto un plato en su vida, lo cual equivalía, lógicamente, a que era mucho más peligroso que su hermano mayor.

– No, Lazet, tengo buena memoria, pocos en la familia lo hacen pero parece que tú sí. Eso sí, no recuerdo que me hayas dicho por qué me estás buscando o qué más te da, a ti o al resto, lo que yo haga o deje de hacer. Será porque no lo has dicho. – preguntó, en un tono tan poco monótono como era posible, pues lo llenó de inflexiones burlonas, para no variar, a las que acompañó con la expresión de su rostro, para sí variar. – Aunque me interesa más saber si vienes como Lazet o como inquisidor, la verdad. – concluyó.
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Mensaje por Lazet de Grailly Miér Sep 13, 2017 12:51 am

Le resultaba curioso estar en esas condiciones, no lo negaba, porque lo menos que consideró, una vez al marcharse de su casa, era, justamente, ir detrás de la pista de uno de sus hermanos mayores, más específicamente, de aquel que decidió partir para nunca más regresar. Sí, era excesivamente curioso en el amplio sentido de la palabra, en especial para alguien como Lazet, cuyos intereses giraban en torno a otras cosas muy diferentes. ¡Pero mira nada más! Tenía más en común con Gaspard de lo que habrían creído los dos nunca jamás. Sin embargo, una cosa no llevaba a la otra, para ambos, aquella situación, no era la más agradable, ni emotiva, ni nada que se le pareciera. Aunque, Lazet no lo negaba, aquel hermano sí que era más interesante que el resto de la familia, y eso era suficiente para haber decidido seguirle la pista por un buen tiempo.

Se había enterado de varias cosas sobre su hermano mayor, más de lo que el otro podía intuir. Por supuesto, lo que pasaba es que el menor de los dos de Grailly, era alguien excesivamente reservado con sus propósitos, y por más que tenía a un amplio grupo de inquisidores bajo sus órdenes, ni esos conocían sus intereses reales. Así que después de un tiempo jugando al gato y al ratón, Lazet decidió dar la cara, porque ya le había aburrido el jueguito anterior, para ser honesto. Por supuesto, también tenía previsto que Gaspard lo subestimaría, ¿y cómo no hacerlo? En apariencia eran muy diferentes, al igual que sus edades. Aquello tampoco representaba un gran problema para el menor de los hermanos, pues ya estaba acostumbrado a que lo juzgaran por esas nimiedades que no iban al caso, y menos en esa ocasión.

Aunque, tenía que admitirlo, le sorprendió un poco que aquel se detuviera. En realidad había previsto que lo iba a ignorar, y pues, lo comprendía perfectamente. Él, quizá, hubiera hecho lo mismo. Pero, lo cierto, es que aquello era algo difícil de hacer a un lado, porque ellos no podrían compararse con el resto de los de Grailly, ¡en lo absoluto! Y el simple hecho de haber escapado de aquel pueblecito, hablaba más de ellos que cualquier otra cosa. Sin embargo, esas eran cuestiones muy aparte; ya tendría tiempo para prestarle atención a pensamientos tan poco sustanciales.

Aún con el péndulo entre los dedos, fijando su mirada en el cristal que colgaba al final del cordón, Lazet prestaba atención a su hermano, aunque parecía que no, dada su postura. Sonreía, sí, pero había cierta burla en ese gesto, como si reaccionara a los comentarios de Gaspard con la misma sorna que él había usado en su contra. ¡No se esperaba menos! Aun así, se tomó su tiempo para responder y encararlo finalmente.

—¿Qué te hace creer que te estuve buscando "sin éxito", Gaspard? Siempre supe en donde estabas, pero me gusta tomarme mi tiempo para hacer las cosas —respondió, usando ese típico tono neutral tan propio de él—. ¿Has oído de la radiestesia? Supongo que el Padre Clément te tuvo que haber contado algo. Simplemente que pocas personas tienen talento para ello... Así fue más fácil conocer tus movimientos. Los otros métodos, bueno, son mis propios asuntos.

Dio un paso adelante, luego otro, y un par más, hasta que se detuvo. ¿Miedo? No, simplemente el lugar no le terminaba de causar una buena impresión, así que estaba cuidando sus pasos. Se guardó el péndulo en el bolsillo de su abrigo y observó fijamente a Gaspard, con esos ojos verdes tan parecidos a los del otro aquitano.

—Pocos en la familia te recuerdan como Gaspard, sino como el peón, es una lástima... su mediocridad —dijo, sin ser hiriente. En realidad le daban un poco de pena los demás—. Pero no estoy aquí para un encuentro familiar emotivo, ni mucho menos para cumplir con las supuestas peticiones de nuestros padres, aunque ellos pretendan confiar en mí —esbozó una sonrisa maliciosa—. En fin... ¿tú qué crees? Puede que haya venido como ambos, o quizá no. ¡Bien! Ya dejaré a un lado mi supuesta posición como inquisidor, aunque no existan mayores diferencias, a decir verdad... Pero sí que me gustaría saber una cosa antes, ¿qué tal es tu trabajo como resurreccionista?



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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 9:29 am

En lo que a él respectaba, Gaspard de Grailly no tenía familia, dijera lo que dijese el apellido que portaba y que pocas veces decía en voz alta, precisamente para evitar que su familia lo rastrease y lo encontrase como, al final, habían hecho. Esa era una posibilidad que él había contemplado, claro, pero de pasada, de una forma que tenía poco que ver con cómo había terminado por suceder todo, y, la verdad, poco podía culpársele incluso a él, el rarito que siempre tenía un plan, por no haber contado con uno de sus hermanos menores... ¡Si apenas lo había conocido aun siendo de la misma familia!

Gaspard, el peón, como Lazet bien se lo había recordado (¡vaya, gracias, qué detalle, sin ti nadie se hubiera tomado el tiempo de acordarse...! Dijo nadie nunca), había prestado más atención al campo que a sus familiares, y eso le había dado la fama que tenía de rarito antes incluso de demostrar que sí, lo era, ¿y qué? El aquitano no era de los que se enorgullecían de sus manías, sino que las aceptaba como parte de lo que él era, y, como tales, le gustaban, pero no más que su fuerza, su tenacidad o su inteligencia, demasiado veloz para lo que le convenía.

Y hablando de velocidad, las manos de Gaspard se estaban moviendo con tics constantes, en un ritmo mantenido que le permitía descargar parte de la energía que lo desbordaba casi siempre, aunque en aquel preciso instante no se estuviera haciendo daño a propósito. ¿Para qué? No necesitaba pensar con más intensidad de lo normal, pues, para su desgracia ocasional, ya solía hacerlo con una frecuencia mayor que el resto de seres con los que se topaba. ¿Tal vez tendría eso en común con ese hermano menor suyo...? Quién sabía. Él no, pero tampoco le importaba mucho: para él, era un desconocido, y punto.

Sí que le interesaba lo que había dicho, porque al admitir que en parte venía como inquisidor y que conocía su profesión, su mente reaccionó más rápido que sumando dos y dos e intensificó ese estado defensivo al que se había visto abocado desde el primer momento, y que nunca abandonaba del todo, por cierto. Lo curioso del caso para cualquier espectador ajeno era que, precisamente, no dejara de estar preparado para un ataque cuando se trataba de su hermano, pero ¿qué iba a hacer? ¿Recibirlo con los brazos abiertos después de más de quince años sin verlo? ¡Ni de broma!

No, Gaspard de Grailly no era de esos: ni de los que confían ni, más importante, de los que abrazan, ¡qué repulsivo le parecía! Aunque una vocecita de su mente, aguda y maliciosa, le decía que no se lo había parecido tanto cuando se trataba de Eloise (otra vocecilla recordó a la primera que, ¡eh, sí se lo había parecido), seguía siendo un tipo poco dado al afecto, y mucho menos al familiar, que le parecía tan extraño como... eh... ¿Qué podía ser raro para un tipo raro? ¿Un inquisidor no queriendo perseguirlo por su trabajo? Sí. Y por eso también desconfiaba de Lazet.

– Lastimosa o no, la mediocridad está infravalorada. Me importa una basura lo que piensen de mí, pero si prefieren opinar que soy vulgar, adelante. Lo mismo te digo a ti, eso me viene hasta bien, allá vosotros si queréis darme ese poder. – comentó, advirtiéndole a Lazet de algo que para él era muy evidente porque, total, a él también había parecido educarlo el padre Clément, ¿no?, o de lo contrario no lo habría mencionado. Sólo por eso, suponía, tenían que tener cosas en común, como mínimo un par de dedos de frente aunque la del mayor estuviera un tanto arrugada, y Lazet enseguida entendería por dónde iba el argumento de Gaspard.

– Es un trabajo muy vivo. – ironizó el aquitano, entornando los ojos verdes y preguntándose a qué demonios venía la cháchara. – Con muchas oportunidades para hablar con gente, limpio y sobre todo que te abre muchas puertas. – continuó, tomándose a broma su propia vida como tantas veces había hecho y seguiría haciendo (así era él) y sin preocuparse de caerle simpático a Lazet porque... No. No le interesaba ni le interesaría nunca, así de sencillo.

– Pero tú no has respondido a mi pregunta. Asumiré que tienes el encargo de buscarme por parte de esos que confían en ti, tus padres. – comenzó, y no hubo ocasión para la réplica, aunque sí un énfasis en ese posesivo, tus, con el que Gaspard se desligaba de los de Grailly como ya había hecho hacía más de quince años. – Pero si tan importante eres y tan apto y todo eso, también asumiré que me has encontrado porque has querido. Así que, dime, ¿por qué? ¿Qué interés tienes en mí? – concluyó, firme como él solo, serio durante sólo un momento.
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Mensaje por Lazet de Grailly Lun Nov 13, 2017 1:08 am

No esperaba menos de Gaspard, a decir verdad. A diferencia de los demás, él sí reconocía que no estaba lidiando con cualquier individuo, algo que intuía, no por sus apegos emocionales, sino por su peculiar cualidad para darse por enterado de ciertas conductas, sin esforzarse en demasía para estudiarlas. Lazet había nacido diferente al resto de sus hermanos, y no por ser el favorito y presumir de una inteligencia increíble, eso más bien se trataba por otras cuestiones que, ni siquiera su hermano fugitivo, iba a entender, o siquiera creer (tampoco iba a mostrarse interesado). Así que, en ese preciso momento, su verdadera naturaleza no era realmente algo de importancia, lo era el hecho de poder acercarse a alguien tan curioso como Gaspard. No estaba loco, lo admitía, sin embargo, su personalidad extraña lo había llevado a dedicarse a cosas... Cosas bastante peculiares. Y eso para Lazet representaba una buena excusa para distraerse en un mundo que amenazaba con volverse más aburrido.

Le gustaba lo diferente, la versatilidad con la que se podía llevar al caos de maneras mucho más entretenidas que las de costumbre, sin la odiosa necesidad de acabarlo todo. ¡Qué flojera con eso del final de los tiempos! ¿Cuál era el problema de aquellos que se empeñaban en eso? Pensar en las respuestas casi hizo que bostezara, pero echó al balde sus deducciones porque debía centrarse en el objetivo que había estado siguiendo. Además, ¡que falta de respeto hacia su hermano si salía con un gesto así! (como si a él realmente le importara). Así que volvió a prestar atención a los detalles de la escena, que no tenía nada de agradable para, lo que supondrían muchos, debía ser un encuentro familiar. ¡Encuentro familiar! La única idea casi le saca una carcajada, pero se reservó el chiste para sí mismo, porque aún le debía respuestas a Gaspard.

¿Qué debía responderle? Era un asunto complicado. Tan complejo que por poco le duele la cabeza. Indudablemente lo había estado siguiendo, incluso estudiando desde las sombras, enterándose de muchas cosas sobre su particular modo de sobrevivir. ¿Le diría eso? Tal vez sí, tal vez no. Aún lo estaba considerando, sobre todo por saber de sobra que el otro era un sujeto muy impredecible, y que, seguramente, una frase mal estructurada podría traer consecuencias. ¡Ah! Pero él seguía siendo un inquisidor con un plan para todo, y Gaspard no era tan estúpido como para no entenderlo de ese modo.

Se llevó los dedos a la barbilla, meditabundo, mientras le dedicaba una mirada inquisitiva a su interlocutor, que de vulgar no tenía nada. Y ya había guardado demasiado silencio...

—¿Poder? Oh, sí, quizá. Aunque me parece irónico que alguien vulgar pueda tener alguna clase de poder. A menos que ese vulgar simplemente finja serlo, incluso regodearse de la expresión para ocultar su verdadera naturaleza. Es un buen disfraz, ¿verdad? Lo has sabido llevar muy bien, supongo —soltó, con calma, llevándose las manos a los bolsillos. Su cuerpo lucía relajado, como si realmente no le preocupara nada en lo absoluto—. También con oportunidades para lidiar con... vampiros. ¿Venías aquí sólo por los cadáveres o por alguien más? No es una clienta, ¿cierto? Pero me temo que ya no anda mucho por estos lados. Me sorprende que hayas sacado a la bestia de las Catacumbas de su sempiterno encierro. En fin...

Exhaló, aburrido de entablar una plática cualquiera. Dirigió entonces la mirada hacia otro lado, mientras su pie jugaba con una piedra a modo de supuesta distracción.

—Has errado, Gaspard. No lo digo por lo de la vampira, sino por lo de tus padres —contestó, haciendo un pequeño juego de palabras para fastidiar un poco su paciencia. Pero luego lo dejó a un lado—. Ellos ya han asumido que estás muerto. Les he comunicado que llevas fallecido hace bastante tiempo, y bueno, no sé cómo lo han tomado. ¿Y para qué digo todo esto? Bien, para que sepas que te busco por encargo de mí mismo. ¿No tienes una ligera sospecha del porqué? ¡Hombre! Pero sí hasta te di un par de pistas hace poco, ¿o el caos de tu hiperactiva razón de ser no te ha dado suficientes detalles? Está bien, lo haré yo, nada me cuesta. —Hizo una pausa no demasiado breve, sólo para detener el movimiento de su pie y observar fijamente a su hermano—. Vengo a ofrecerte un trato como inquisidor, quizá también porque, después de todo, somos hermanos. No te emociones, no soy nada apegado a los afectos familiares. Sin embargo, dada tu situación, eso podría darte ciertas ventajas, no sé, digo yo... Es que nunca se cuenta con un resurreccionista en la familia que pueda tenderte la pala en los negocios, por eso. Y nunca se cuenta con un hermano que pueda ofrecerte un buen negocio.


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Mensaje por Invitado Lun Nov 20, 2017 5:00 am

El tono firme de la voz casi siempre burlona de Gaspard de Grailly era una anomalía, casi tanto como ver a un vampiro caminar bajo la luz del sol o a un licántropo ponerse a bailar una polka durante la luna llena, en vez de ser una bestia salvaje como esas con las que lidiaba el aquitano a veces. Hasta ahí todos de acuerdo, ¿no?; el aquitano, siempre burlón y casi nunca serio, se había mostrado estoico y firme durante un momento, ¡inaudito! ¡Imposible! ¡Inconcebible incluso! Bien, pues que alguien llamara a la Iglesia porque así había sido, los milagros verdaderamente existían. Qué afortunados habían sido ambos por tener a un inquisidor, nada menos, para dar cuenta del mismo, ¿verdad?

Por si eso fuera poco, aún más milagroso resultaba que el resto de su cuerpo también se mostrara en plena quietud, luchando en un rincón frustrante de su mente contra la necesidad imperiosa de moverse que había sentido desde antes incluso de tener consciencia de sí mismo. Y no, no lo hacía por respeto al inquisidor, ni tampoco por rabia ante unas dotes de observación que le recordaban a las propias tanto que sólo por eso a lo mejor se convencía de que sí eran hermanos. Lo hacía para escuchar, para que esa frustración que sentía por no moverse le obligara a prestar atención, pero no la suficiente porque, bueno, ¿realmente merecía eso la pena...? No, en su opinión no.

– ¿Estás esperando un aplauso, admiración, algo por deducir cosas tan obvias, o...? – dejó la frase a medias, y también dejó a la elección del interlocutor si había sido burlón o si se trataba de una pregunta genuina. Es decir, si Lazet sabía cosas tan importantes de Gaspard como su oficio (ambos, de hecho), que se relacionaba con vampiros o que de vulgar tenía lo que Lazet de buena persona (bendita intuición por parte del aquitano mayor, ¡eso sí que era un milagro!), nada le decía que no iba a saber de la falta de interés que sentía Gaspard por relacionarse, ¿no? Y si no sentía interés, realmente no sabía qué esperaba el inquisidor de él, por lo que la pregunta era razonable y...

Qué pereza, estaba pensando demasiado, hasta para tratarse de él. ¡Y eso que su mente nunca se detenía! Era una tortura constante a la que había aprendido a enfrentarse de un modo casi masoquista, no por su afición insana a los mordsiquitos sino por su negativa a refugiarse en nada que no fuera el vino, un néctar que, a aquellas alturas de su vida, apenas lo emborrachaba. Entre su constitución fuerte y la costumbre a beber caldos desde que apenas era un crío, Gaspard había desarrollado una tolerancia importante hacia su manjar favorito, así que lo disfrutaba sin que hubiera demasiado riesgo de una resaca al día siguiente. Siempre práctico, nuestro aquitano favorito.

– ¿Te sorprende que haya sacado a una bestia de alguna parte si te he sacado a ti de la Inquisición para que me busques? Qué ingenuo, ¿no? Al final no voy a creerme que seamos hermanos si cometes esos fallitos tontos al razonar. – le replicó, sin recriminárselo porque estaba exponiendo la situación con toda la claridad posible. Tal vez se trataba de la presencia de Lazet, o tal vez simplemente del hecho de que sabía que la vulgaridad no iba a funcionar con el otro, pero no había ni rastro de ella en el cuerpo firme y musculoso de Gaspard de Grailly. Sin embargo, a diferencia de antes, sí que había movimiento otra vez; con él, al final, era como con un río: por muchas presas que se pusieran para tratar de frenar el agua, al final ésta siempre encontraba una manera para fluir, y así lo hacían sus movimientos.

– No hay más como yo en la familia porque son todos demasiado comodones. ¿Para qué, pudiendo cultivar las mismas viñas que llevan siglos ahí? Hasta tú has sido comodón, Lazet, al seguir tan de cerca al Padre Clément. Me importan poco tus motivos, pero eres un calco suyo, es evidente que también te educó él. – reflexionó, mordiéndose la yema de un pulgar con suavidad y con la vista clavándosele en el suelo mientras pensaba, sí; como siempre hacía, también. Era su maldición, pero ya había aprendido a lidiar con ella, así que no le iba a dedicar más atención de la necesaria.

– No es clienta. ¿Quieres serlo tú? Qué emoción, a lo mejor también consigo caerte bien, como a ella. Me va a terminar abrumando la cantidad de seres a los que les hago cierta gracia. – respondió, burlón porque así era él y no podía no quería evitarlo, y entonces lo miró y ladeó la cabeza en una posición que, de mantener mucho rato, sería hasta dolorosa para su cuello. Por suerte, eso de ser hiperactivo hacía que no se parara en una misma postura más de medio minuto, en algunos casos, así que no tenía ni que preocuparse. – ¿Quieres cadáveres, Lazet? ¿Para qué los quieres, investigaciones ilegales e inmortales? ¿Hechizos? ¿Sacrificios? ¿Cómo de frescos? Y, sobre todo, ¿qué gano a cambio? – inquirió, algo curioso. No mucho, pero sí lo suficiente.
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Mensaje por Lazet de Grailly Dom Ene 14, 2018 11:46 pm

Había dejado la propuesta en el aire, como si fuera algo casual, una cosa cualquiera sin demasiada importancia, y aun así, tenía verdaderas intenciones de que aquello le hiciera cosquillas a Gaspard, al menos un poco. Y lo consiguió. No tuvo que hacer un esfuerzo enorme para lograr algo, porque sabía cuál punto tocar, y todo gracias a adelantarse a los acontecimientos mucho antes de que éstos sucedieran. Así era Lazet, siempre haciéndose el listo, aunque fuera por puro fastidiar a los demás, porque si algo no funcionaba como esperaba, no iba a entrar en crisis, aquello sencillamente le mostraba más cosas que pudiera usar más adelante. Para él era pura estrategia nada más. Por eso con Gaspard funcionó un poco el truco, pues para algo lo había estado estudiando entre penumbras desde hacía ya un tiempo atrás.

El interés de Lazet hacia su hermano mayor no recaía justamente en la petición de sus padres (¡condenados fastidiosos!), sino en algo, más bien, personal; un algo que era difícil de explicar a cualquiera, y mucho más a un necio como Gaspard, que apenas creía en sí mismo, y eso si lograba organizar el caos de su mente por un instante. Así que aquello no era una cuestión que lo que deseara debatir, porque significaba entrar en meollos teológicos que no valían la pena, y ya de eso estaba hasta el hartazgo dentro de la Inquisición, aunque no negaba que, algunas veces, le causaban mucha gracia.

Tanta gracia como la comparación con la bestia, ¿o había entendido mal? No, claro que no. Es más, la bestia de las Catacumbas le quedaba muy pequeña al lado suyo, a pesar de ser un humano con un par de habilidades extrasensoriales. ¿Pero y qué pasaba con su espíritu? Eso sí que sería algo interesante para analizar, y tampoco estaba para eso, a pesar de la risa que se le escapó en determinado momento. No pudo evitarlo. Ni siquiera lo evitó cuando el padre Clément llegó a preguntarle cosas que iban más allá del pensamiento cristiano corriente. El viejo sospechaba, claro que lo hacía, sin embargo, prefería conservar su integridad, porque él también estaba al tanto de lo peligroso que podría ser Lazet si se le llegaba a molestar demasiado.

—¿Clément? ¡Ah, sí! Me ayudó un poco a no relacionarme demasiado con pueblerinos y a distraerme en lo que conseguía largarme de ahí. ¿Qué soy un calco suyo por seguirlo de cerca? Erraste de nuevo. No he visto al viejo desde hace ya varios años; apenas y coincidía con él. Me abrumaba que nos comparara tanto, ¿sabes? Si se te pasó por la mente, no fue él quien me "animó" a estar dentro de la Inquisición. No es el único anciano que "sabe cosas". Hay otros mucho más listos. Pero ya de eso sabes lo suficiente, a pesar de que no te interesa. Sin embargo, te ha ayudado a lidiar con las personas, para saber cómo alejarte de ellas. Está bien —explicó, siempre comedido, pero extraño en sus modos de expresarse, como si en vez de ser alguien joven, se tratara de un hombre de mucha más edad—. Y eh, no hacía falta tanto detalle. Ya sé que no es clienta... Estoy muy enterado de la relación tan peculiar que tienen, ¿o crees que también iba a ignorar eso?

Chasqueó la lengua y negó con la cabeza, aún con esa sonrisa rara en sus labios. Lazet no era buen tipo, y su hermano lo sabía. Pero, Gaspard menos lo era. Ambos eran malas personas a su modo, y se diferenciaban de los demás miembros de la familia por mucho; ya Clément lo había asegurado muchas veces, a pesar de arrepentirse luego de darle tanto poder de conocimiento a Lazet para que escapara del pueblo, cuando pudo haber dejado al monstruo en su prisión... No, el viejo jamás lo conseguiría, porque no era tan astuto.

—¿Y si te digo que es todo eso y más? No, bueno. Sólo es un poco de desaparecer ciertos cadáveres antes de que se sepan que lo son. Quizá un poco de investigaciones ilegales, pero no es algo que se ha concretado aún. ¿Sabes cuál es el problema de la Inquisición? Que hay demasiado asno chismoso en un lado y en otro. Así que hay que hacer una purga, y como hay pocos profesionales como tú, he acudido a ti —habló, yéndose a lo sustancial, sin entrar en demasiados detalles que, bien sabía, a Gaspard no le interesarían tanto, a pesar de haberse dado por ilustrado que su hermano menor no era el angelito que parecía con esos rasgos que poseía—. ¿Qué podría darte a cambio para que colabores? ¿Vino? No, eso es algo muy nimio, aunque sea tu bebida sagrada. Aun así, como te has sumado demasiados enemigos inquisidores, sobre todo por frecuentar las Catacumbas, entonces me encargaría de que tu nombre se borre de todos los historiales de la Inquisición. Inclusive el de tu querida vampira. ¿Te imaginas que se alerte que ha salido de las Catacumbas? Ha hecho estragos en casi dos siglos; ha asesinado a varios de la institución. No me importan, pero... Ya es decisión tuya.

Lazet era un mal tipo. No, él no era Lazet, él era Scarmiglione, y el aura pesada del lugar lo confirmaba claramente.


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Mensaje por Invitado Lun Ene 15, 2018 5:15 am

Casi estuvo a punto de admirarlo, pero sólo casi; de todas maneras, que un tipo como Gaspard de Grailly se encontrara en una posición semejante ya era, de por sí, digno de ser destacado. El aquitano (mayor, que ahora era necesario distinguirlos. Por si todo no fuera lo suficientemente problemático ya), tan solitario y desapegado que sólo se consideraba a sí mismo como digno de confianza, solía ser tan parco en palabras como en halagos, y esa parquedad se reflejaba también en sus sentimientos positivos hacia otros. Ya ni siquiera positivos, en cualquier tipo de emoción que no fuera ni un poco hostil, como la admiración que estuvo a punto de pasársele por la cabeza por el comportamiento de Lazet... pero que no lo hizo.

Estaba demasiado importunado para poder permitirse algo así, la verdad. Por otro lado, era eso o reconocer que se parecían en esa enfermedad que compartían de necesitar tenerlo todo controlado y todas las salidas atadas y bien atadas, pero ¿qué era mejor para alguien que había renunciado a su familia, admitir que su sangre era semejante a la de otro o dedicarle un instante de su durísimo respeto? ¡Ah, dilemas, dilemas...! Y mientras la mente de Gaspard bailaba entre unas cosas y otras, sin duda para conocimiento de Lazet, el otro seguía hablando y pintándole una situación rara, como poco. Como si la vida del resurreccionista no lo fuera, con o sin hermano reapareciendo después de casi toda una vida (la del otro) sin verse.

Sin embargo, no dijo nada. Se movió, claro, como siempre lo hacía, pero con él la quietud no era sinónimo de estar escuchando, sino de que algo iba mal, y ¿realmente iba algo mal...? Una parte de él, la más calculadora (esa que creía algo semejante a Lazet, lo admitiera o no), había tenido en cuenta la posibilidad de que el otro, que lo perseguía, lo supiera todo de él, incluido ese asuntillo de Átropos, o Eloise, quién demonios sabía con ella. Eso era lo que él habría hecho, y aunque su mente se había aventurado a esa realidad, el aquitano había sido consciente hasta ese momento, por el sencillo motivo de que con tanto pensamiento inútil que tenía, el importante le había pasado desapercibido. Molesto, sí, pero no inusual del todo.

Esa era una de las consecuencias de tener la edad que tenía: había llegado a una madurez más que suficiente para conocerse bien a sí mismo, incluso cuando eso de conocerse traía implícito que su hiperactividad lo pillaba por sorpresa hasta a él, a veces. De hecho, muchas veces ni siquiera él sabía como iba a actuar a continuación, y ni siquiera eso le quitaba la certeza de que era la persona en el mundo que más conocimiento tenía de Gaspard de Grailly, Lazet de Grailly incluido. Por eso, no estaba demasiado preocupado, ni mucho menos inquieto por ello, aunque su inquietud viniera de fábrica, como una tara con la que había sido parido Gaspard. Y así se lo hizo saber a su hermano con su indiferencia habitual.

– Sé muchas cosas que no me interesan. Por ejemplo, sé demasiado de ti, y no tenía el menor deseo ni de recordar que existías. – afirmó, sin ánimo particular de herir a quien sabía que no le heriría su sinceridad, sino precisamente por el hecho de hablar claro. Ya que lo hacía, no olvidemos que Gaspard sólo abría la boca cuando era necesario, pues qué menos que hacer que sirviera para algo. – Es curioso, Lazet. Fue ella quien me avisó de que vendrías. Conócela, tal vez te caiga bien, porque pareces tener algo que te junta con las causas perdidas. – admitió, encogiéndose de hombros, y decidido a ignorar, desde ese momento en adelante, el tema de Átropos.

– Hablas de mis enemigos como si no fueran tus aliados, estáis metidos en lo mismo. – expuso, con los brazos a ambos lados del cuerpo, pero no laxos porque eso era imposible. Sus dedos, largos, estaban haciendo ritmos frenéticos en la palma de sus respectivas manos, mientras sus ojos verdes permanecían clavados en los de Lazet, de un color semejante. Quién iba a decirle que el niño bonito, el señorito de los de Grailly, iba a terminar siendo tan cruel como él, el ignorado... – No estoy rechazando tu oferta, sería estúpido por mi parte ponerme categórico en eso. Pero sí quiero entender, Lazet. ¿Qué ganas tú con eso? – planteó.

La mayor ventaja de haber sido sincero era que eso le granjeaba lo mismo por parte de su hermano, el hombre con el que dialogaba y que tan pronto parecía familia suya como un total desconocido. Y bueno, vale que Gaspard no era muy bueno en las relaciones humanas y mucho menos en las familiares, pero tenía un don para lo sobrenatural, y sabía que había algo en él, aparte de la hechicería, que no era terrenal. No era capaz de señalarlo con el dedo, pero la sospecha ahí estaba, fruto de una intuición particularmente veraz por parte de Gaspard, y eso de por sí ya era lo suficientemente valioso.

– Eres un de Grailly, por tanto no eres generoso. Es de las pocas cosas que llegaron a enseñarme tus padres, ya ni siquiera Clément, porque sabes que él era totalmente aficionado a adoctrinar en virtudes, no en pecados. – expuso, con una ceja alzada, y a continuación hizo lo menos propio para aquella situación tensa en la que se encontraban: sonrió. – Y, sin embargo, te ofreces a ayudar. No sólo a mí, también a una vampiresa desquiciada que ha vivido en las Catacumbas más tiempo del que cualquiera de los dos llevamos viviendo. Quiero saber por qué. Saberlo no va a hacer que me fíe de ti, pero qué menos que contármelo, ¿no? – argumentó. La verdad, razón no le faltaba.
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Mensaje por Lazet de Grailly Miér Mar 14, 2018 6:59 pm

¿Y quién le dijo que aquello iba a resultar tan sencillo? De acuerdo, Lazet no lo había considerado de ese modo, porque ya tenía bastante vigilado a Gaspard como para estar al tanto de lo que, posiblemente, le refutaría en dichas circunstancias. Era más que obvio que él no iba ceder tan fácilmente; por eso Lazet decidió ir jugando sus cartas sin mucha prisa, sabiendo exactamente por dónde atacar, en caso de que el otro fuera a resultarle más obtuso de lo que pensó en un principio. Por más que su hermano mayor le quisiera demostrar a todos que pecaba de vulgar, Lazet sabía del gran error que cometían muchos al fiarse de ese disfraz. Era algo parecido a lo que él mismo hacía valiéndose de sus modales, y cómo no, ingenua juventud, para así iniciar una guerra silenciosa sin que el bando contrario estuviera siquiera enterado. Podría "casi" asegurar que ambos tenían algunas similitudes, aparte de unos muy simpáticos ojos verdes.

Sin embargo, y pese a las respuestas, con cierta lógica, por parte de Gaspard, Lazet no se permitió cambiar de opinión con respecto al objetivo que lo había conducido hasta aquel sitio tan de mala "muerte". En realidad, permaneció bastante tranquilo, como si las palabras de su hermano no le hubieran calado ni un poco, y en realidad no lo hicieron. Él no era alguien al que le afectaran las acciones ajenas, muy al contrario, se permitía disfrutar de esas actitudes por parte del resto de los mortales. Algunas patéticas y aburridas, otras simplemente aburridas, pero las de un tipo como Gaspard, oh, esas sí eran dignas de admirar, especialmente para alguien que albergaba a una criatura caprichosa en su interior.

¿Se habría percatado Gaspard de ese detalle sobre su hermano menor? Por muy inquisidor que fuera, con un par de habilidades "mágicas", de seguro ya se cuestionaría si había "algo más". El mayor de los de Grailly no era tan estúpido. Podía pecar de raro, a un extremo que para Lazet resultaba un tanto... repulsivo, sin embargo, podría ya tener sospechas que lo mantenían aún más alerta ante la presencia del menor. Aunque, sería inútil, a juzgar por Lazet, porque no tenía intenciones de atacarlo ni nada por el estilo. Si quisiera dañarlo, ya lo hubiera hecho. Así de simple.

Pero dañar personas no siempre salía tan bien, sobre todo por el temita de los cadáveres... Y en ese grupo de "nenas" no se podía uno fiar de cualquiera. Como Gaspard los detestaba y su moral era escasa, ¿por qué no? Además, le caía bien el tipo, sino, ya se habría dado la tarea de buscarse a otro, y ya estaba, ¿cierto?

—¿Saber demasiado de mí? Bien, de acuerdo, pretenderé que sabes —contestó finalmente, con una sonrisa burlona, cabía destacar. Gaspard le había resultado un poquito ingenuo en ese aspecto, pero no iba a entrar en detalles. No en ese momento—. Además, aliados, esa palabra... les queda muy grande. No puedo permitirle a mi orgullo que se rebaje tanto. Si te he buscado a ti, es porque esos "aliados" no valen ni un franco. Pero no entremos en detalles por ese lado, ¿vale? Muy bien. Vamos a lo siguiente.

Se llevó las manos hacia atrás y las cruzó, mientras bajaba la mirada, quedándose pensativo un momento. Sólo fingía, no había que ser adivino para darse cuenta de ese detalle. Aun así, sí que debía ser muy profesional en su respuesta, porque, ciertamente, la pregunta de Gaspard era bastante puntual en tal caso. ¡Buena jugada, aquitano adicto al vino!

—¿Qué podría ganar yo? Uhm, bueno, aparte de quitarme a un par de sospechas hacia mi persona de encima, que ya me irritan, también tengo una reputación que mantener impecable. Me conviene, ciertamente. Ese sería el principal motivo —explicó, razonable, y cómo no, completamente sincero y práctico hasta cierto punto—. Desde luego, tengo que cuidarme las espaldas, cómo te podrás dar cuenta. Tú también tienes que hacerlo, y la nueva integrante de nuestra particular familia, igual. Yo te ofrezco algo por un servicio. Sería la mitad de las ganancias, por así decirlo. Ambos estamos en negocios turbios, ¿qué menos que "ayudarnos" mutuamente? Tendrías ganancias, un expediente decente, y yo seguiré siendo el muchachito simpático entre los inquisidores.

Y sí, el mayor de los hermanos tenía razón... Lazet era de todo, menos generoso. Él no hacía determinadas ofertas sin obtener algo a cambio. Y ahí estaba, siendo poco generoso, como de costumbre.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 03, 2018 8:59 am

Gaspard ladeó la cabeza, despacio, asemejándose a un búho de forma totalmente inconsciente, entre el movimiento y sus ojos verdes tan grandes, expresivos y abiertos como los tenía al enfrentarse a Lazet de Grailly. Una parte de él había sabido que si él era un tipo con una inteligencia promedio a la de la mayor parte de la familia, de algún sitio había salido, y eso se le tenía que haber pegado a algún otro miembro con toda seguridad. La otra parte, el orgullo, se había negado a enfrentarse a semejante posibilidad hasta que no apareció ese chaval y le había ofrecido argumentos que no tenían fisuras, aunque odiara reconocerlo.

Sí, podía ponerse rarito y podía desconfiar hasta de su propia sombra, era su estilo hacerlo y no resultaría descabellado para ninguno de los dos que así fuera. Sin embargo, Gaspard no se había ganado la fama de ser el hombre que siempre tenía un plan por guiarse siempre por sus impulsos y por su hiperactividad; en ocasiones, no por más escasas menos reales, era capaz de pensar y razonar con algo parecido a la paciencia, y Lazet estaba siendo testigo privilegiado de uno de esos escasos y extraños momentos. ¡Enhorabuena, pequeño de Grailly, acabas de contemplar algo que pasa tan poco a menudo como un eclipse solar, más o menos! Así, a ojo.

– Así que tu mano de obra sucia, ocupándome de tus asuntillos peores. Por resumir. – comentó Gaspard. Era extraño que dejara salir su voz en condiciones normales, tan poco dado como lo era a hablar, y no era de esas personas que necesitaban repetir sus razonamientos a viva voz para que así se les facilitara la comprensión. Ambos tenían en común una mente bastante prodigiosa, aunque funcionaran a velocidades diferentes, y esa frase de Gaspard de Grailly tuvo como único objetivo que Lazet viera que él estaba contemplando la posibilidad, sí, y también que lo entendía perfectamente, aunque pareciera lo contrario.

Es decir, sí, Gaspard se imaginaba que Lazet no había llegado a donde estaba sin ser un poquito avispado, pero ¿desde cuándo se le daba bien a él eso de imaginarse lo que pensaba la gente? Se juntaba con vampiros, pero no poseía ese talento de meterse en las mentes ajenas, ni falta que hacía porque le parecía la mayor basura posible eso de tener más pensamientos que los propios (suficiente tenía, gracias), así que debía limitarse a usar la lógica y, en la medida de lo posible, adivinar. Hasta la fecha, no le había ido nada mal así, ya que compensaba su falta de empatía con su gran inteligencia, y al parecer la situación con su hermano no iba a ser una excepción. Menos mal, por otro lado; suficiente extraña era su relación con Lazet como para liar las cosas todavía más.

– Si no fuera por el pago, apenas me lo plantearía. La Inquisición ya sabe sobre mí, no eres el único que ha intentado acercarse. Por mucho que elimines expedientes y registros, hay una maldita cosa llamada personas en la que no se puede confiar, y sé que hay soldados que saben demasiado. – comentó. No lo dijo recriminándoselo a Lazet, porque la verdad era que le daba igual lo que el otro pensara de él; lo dijo porque era un hecho que había habido soldados que lo habían seguido y perseguido, y dadas las palabras de Lazet, qué menos que tenerlo en cuenta, ¿no?

– La verdad, Lazet, estoy decepcionado. – añadió Gaspard, impredecible como sólo él podía llegar a serlo. Parecía que esa impresión venía de la nada, pero lo cierto era que la mente del aquitano mayor no había dejado de funcionar desde el momento en que lo había encarado por primera vez, y eso traía como resultado ideas... Algunas de ellas razonables, incluso. – No pareces ser alguien con las miras tan bajas. Sólo me estás ofreciendo que te haga trabajos sucios, pero no que borre esas sospechas a tu persona. Qué curioso, no tienes pinta de ser alguien poco ambicioso. – observó.
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