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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cassandra Sáb Oct 14, 2017 12:27 am

Una de las cartas que había reservado el difunto Bernard, y que obtuvo justo después de su nefasta muerte, era, precisamente, una invitación a una de esas fiestas ostentosas de las clases más elevadas de la sociedad parisina. El evento tendría lugar en el Palais-Royal, y su mensajero creyó conveniente que ella asistiera. A Cassandra ni siquiera le gustaban esas cosas, pero no pudo decírselo, porque ya estaba muerto, haciéndole compañía a los gusanos en alguna parte. Así que se apresuró a arrojar la detestable misiva al fuego, aunque se contuvo segundos antes de que terminara convertida en cenizas. ¿Por qué no ir? No tenía nada de malo. Al menos fue lo que se aseguró cuando se permitió tomar la odiosa decisión de que asistiría. De seguro Bernard estaría esbozando esa horrible sonrisa de payaso que tenía, porque logró convencer a su majestad de algo, y eso era bastante difícil, dado el genio que ella había forjado durante varios siglos.

Si Cassandra había tomado aquella postura respecto a algo que detestaba, no era por querer dejar a un lado su orgullo, porque ese seguía estando muy arriba. En realidad lo hizo para intentar despejar su mente. Sí, como si eso realmente fuera a servir de mucho, sobre todo para ella, que entraba en ese grupo de personas excesivamente complejas. Podría decirse, con absoluta seguridad, que Cassandra, a diferencia de muchos otros monarcas y demás miembros de la realeza, no disfrutaba de los eventos sociales, ni mucho menos de las fiestas. Era una mujer reservada en excesos, como para mendigar popularidad, o la lambisconería constante que se paseaba en toda la nobleza. Los miembros de su corte lo sabían, pero Bernard era terriblemente optimista, como para suponer que la reina terminaría aceptando.

Desde luego, lo que realmente la había orillado a eso, no fue, sino, el recuerdo de aquella noche desgraciada, en la que, no sólo se quedó sin mensajero, también terminó encontrándose con la persona menos indicada; con la que jamás quería algo que ver, aunque indudablemente sí tuvo que hacerlo mucho en el pasado. El maldito pasado que era una carga terrible para Cassandra, al que odiaba sólo por... ¿por qué? Ah sí, por haberse enterado que aún tenía sentimientos y que, además, estos fueron pisoteados como si se trataran de cualquier cosa.

¡Bien! No tenía por qué seguir atormentándose con ello, ahora tenía todo un monumento para deleitarse y pretender "divertirse". ¡Jah! Como si eso fuera realmente posible, especialmente por ser quien era, y por tener un origen tan arcaico, que daba pereza recordarlo, o siquiera leerlo en algún libro de Historia Universal. Era una suerte que nadie en ese lugar la reconociera, no sólo porque se trataba de una particular fiesta con antifaces y máscaras, sino porque cada quien estaba concentrado en sus asuntos, y eso era más que suficiente para mantenerse al margen de todos. ¡Lo agradecía! Por supuesto que sí, porque eso le permitió moverse con total libertad, y seguridad, sin sentir que nadie estuviera tras sus pasos. O eso creía. Al menos se mantuvo en anonimato hasta que decidió quitarse la molesta máscara que cubría su rostro, retirándose luego hacia un sitio más discreto.

Estando ahí, en absoluta soledad, comprendía mejor su rechazo a esos eventos tan... tediosos. Quizá porque ya estaba harta de muchas cosas de su existencia, y dada su antigüedad, pues con más razón. Sin embargo, aislarse no le hizo tan bien como esperaba, en realidad, fue más dañino que asfixiarse con la presencia de la hipocresía social. Así que no aguantó mucho tiempo sin que desistiera de su absurda idea, alimentada por las voluntades de un muerto. Y entonces apresuró el paso para largarse de aquella fiesta sin sentido. Aunque en su camino terminó llevándose a alguien de por medio, de forma accidental... o no tanto. ¿Quién sabe decirlo con exactitud?

—Disculpe... —dijo, a secas, sólo por educación, porque realmente no lo sentía. Sin embargo, la persona no pareció inmutarse—. Creí haberme disculpado, caballero. ¿Tiene algún problema con eso?



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Mensaje por Oscar Llobregat Mar Dic 05, 2017 9:35 pm

De pequeño, cuando aún vivía en Polonia, había congeniado innumerables veces con personas del teatro de alta alcurnia que pasaban por su barrio de mala muerte, muestra irrefutable de que parte de su vida, por mucho perfume y telas caras con las que se envolvieran, podría resumirse fácilmente con alcohol, drogas o la necesidad de refugiarse en los servicios ardientes de la prostitución. Oscar había comerciado junto a tramoyistas, asistentes, directores y actores de poca monta que fantaseaban con fornicarse a la fama y tenerla siempre de criada, y nunca llegaba a saber si el destino les había acabado dando esa alegría porque rara vez regresaban, pero su imaginación de entonces en el pueblo costero que jamás llamaría 'hogar' era mucho más optimista que la de ahora en Francia y el Palais-Royal que volvía a visitar. Como siempre, por motivos laborales.

¿Y qué papel jugaba el teatro en todo aquello? Pues que los artistas cuyas obras les hacían ascender en sociedad y acudir a aquellos eventos no tenía reparos en presentarse con la mercancía del burdel amarrada a sus brazos. El teatro, hasta el más opulento y lujoso, no dejaba de ser una gran falacia representada por personas dispuestas a vivir de que te desapegaras de tu rutina y la emplearas en ellos. Oscar lo estaba haciendo esa noche, ya que a pesar de lucir sus mejores galas y realizar un papel digno de aquel arte, sentía que no pertenecía a ninguno de esos mundos que reunía la majestuosa arquitectura del palacio. 'La interpretación', sí, un trabajo como cualquier otro, respetable para el polaco, admirable cuando le habían hecho sentir un pequeño acopio de emociones durante alguna función a la que hubiera asistido, aunque en tan contadas ocasiones que no podrían superar los dedos de una sola mano.

—Que la madame nos haya enviado a mendigar pareja al teatro es lo más humillante que podría pasarnos en toda la semana —le dijo Agnes, una compañera de oficio, su mejor amiga en el prostíbulo, con la que había acabado allí, rodeados por sangre azul y piedras preciosas.
—Es mejor que morirte del asco esperando en el mismo lugar de siempre a que llegue alguien con los ojos desencajados y la lengua colgando, ¿no te parece? —respondió, tratando de atravesar el tumulto de personas que aguardaban en la entrada—. Además, nos dijo que esos dos clientes del teatro estaban interesados. Se supone que deben reconocernos ellos porque ya nos echaron el ojo en el burdel, así que por lo menos, tenemos algo de beneficio asegurado.
—Hacerlo en un palacio como éste… Mira que son hipócritas estos ricachones, van de modositos y dignísimos, pero luego les gusta trincarse a cortesanos en lugares públicos y bien aseaditos.
—Tampoco te entretengas mucho hablando, que ahora es cuando más a mano vamos a tener a toda esta gente.
—Vaaaya, ¿tienes prisa por ponerte a trabajar?
Nah, sólo ganas de comprobar qué vida me estoy perdiendo.
—Pues una de tantas.
—Es una, por lo menos.

Siguieron caminando entre la multitud y fue la mujer quien encontró primero a su morboso contratante, de modo que Oscar se descubrió solo más pronto de lo esperado y había dado ya tantas vueltas en torno al perímetro que empezaba a pensar que su pareja disfrutaba de alguna filia extraña y gozaba de verlo actuar como una jodida calesita. En realidad, llegados a ese punto dudaba directamente de que se hubiera presentado. ¡Qué suerte tenía de haber ido esa noche a trabajar para volverse, en cambio, con las manos vacías y una excusa más que la intratable madame pudiera usar en el futuro y amenazar su puesto! Ah, pobre desgraciado, ¡pero si su suerte no andaba muy lejos! Para ser más exactos, apareció delante de sus morros al recibir el choque inesperado de una persona que… ¿sería su clienta? ¡Ja, ni las mejores actrices o gentes del teatro lograrían recrear un porte tan endiabladamente elegante! Se había quedado más ensimismado de lo que esperaba al mirarla de frente y… ¿Y qué? ¿Qué había que no hubiera visto antes en aquel rostro embellecido por la confusión, en aquellos ojos que lo buscaban por primera vez con una iluminación decente, en aquella cascada de pelo que ensalzaba las delicias de la piel de su cuerpo y que si volvía a tocar el suyo una vez más, lo haría regresar de golpe a una realidad que aquel muchacho perdido ya creía olvidada?

Nada en absoluto… que no hubiera visto antes. Precisamente.

—¿Problema? No, es sólo que… —Rápidamente, toda la racionalidad que había ganado con los años transcurridos en aquel país al que emigró para no encontrar jamás su objetivo inicial le hizo desechar aquella idea y conseguir formar alguna palabra. Sencillamente, aquello no podía ser posible. ¿Así? ¿Sin más? ¿Después de una década y durante una noche cualquiera de trabajo? ¡Técnicamente ya tendría que haberse olvidado de su cara, de ese modo funcionaba la mente humana, que Oscar supiera ésta nunca había entendido de romanticismos tan poco verosímiles y novelescos! Vaya, y lo decía el pobre diablo que había terminado sus días como prostituto en un país que le hizo cruzar más de mil kilómetros en el continente sólo porque le dejaron caer que quizás allí se reencontraría con la misteriosa mujer que le devolvió la vida. Como veis, todo puramente alejado del romanticismo, y tan poco verosímil como lo que había sentido medio moribundo en la habitación del burdel de Ewa. Puramente novelesco— Creo que te conozco.

Y ahí estaba, a pesar de todo, lo había acabado diciendo. Traicionado por sus propias debilidades. ¿Acaso no era uno de los destinos que más lo definían y que aquella mirada vampírica le devolvía de nuevo?


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Mensaje por Cassandra Lun Ene 29, 2018 11:39 pm

No tenía mucho sentido quedarse en ese lugar, ¿para qué? Pocas veces disfrutaba relacionarse con otros como para, además, haber aceptado una invitación tan absurda como esa. No tenía la motivación suficiente para continuar ahí. Aunque mantenía su rostro tras el anonimato de una máscara, le pesaba toda la reunión. ¿Entonces por qué había asistido? Siempre pudo haberse quedado muy aparte de todo evento casual de alta alcurnia mientras cumplía con sus pretensiones en París. Oh, claro, necesitaba despejar su mente. Por una vez en su vasta existencia, no se sentía dueña de sus pensamientos, y poco a poco, su voluntad iba desmoronándose. Ella, que siempre se había considerado una mujer de armas a tomar, esa vez no le encontraba el menor propósito a lo que había sido.

Desde luego, haber pasado por un mal rato relacionado con su pasado, le dejó una sensación amarga, terrible, molesta. ¡Tenía tantos deseos de mandar la maldita corona del Sacro Imperio al demonio en ese momento! Y desaparecer. Desaparecer para siempre, sin que más nadie de su pasado se le ocurriera aparecer para importunarla más. Exactamente eso era lo que más deseaba ese fuego suicida que le fue abrasando poco a poco el espíritu, hasta el punto de intentar sacarla de ese lugar, y que tomara, de una vez por todas, su ambiciosa decisión.

¿Eso era lo que realmente necesitaba? Sí, claro que sí. Ya no se sentía capaz de soportar en silencio otra humillación más. Ya demasiado había tenido que aguantar cuando era humana, como para hacerlo en su supuesta inmortalidad. Se había forjado su propia no-vida ella solita, sin ayuda de nadie más. Pero el destino, tan ocioso e hipócrita, jugó su última carta, y eso, sin duda, terminó afectándole a Cassandra más de lo que alguna vez creyó. No le dolía el desplante, le dolía haber perdido a su hijo. No, a su hijo no, a "sus" hijos; uno ni siquiera tuvo la oportunidad de ver las luces de este mundo.

Había cosas que definitivamente no iba a olvidar nunca más...

Así que, abriéndose paso entre la gente, ocurrió una de esas cosas que a veces se quiere que estén sepultadas en otro tiempo. Pero no, no siempre es así. Tuvo que toparse, justamente, con algo que tanto se parecía a lo que ya había experimentado antes. Sólo que en ese instante no lo recordaba con claridad, porque se hallaba ofuscada por el mal rato de hacía un par de noches atrás.

Cassandra creyó recordar algo, sin embargo, fue inútil, aún cuando el hombre que tenía en frente se estaba esforzando en creer que sí. Simplemente lo miró fijamente, sin interés de usar sus habilidades vampíricas sobre su memoria, porque no le apetecía, sobre todo por no tener interés en nada durante esa noche. Quizá si habría coincidido con él, pero, ¿cuándo? Había lidiado con muchas personas antes, así que bien podría ser alguien que... Que apenas quiso recordar.

—No lo creo. Quizás estés confundiéndome con alguien más —replicó, y aunque quiso ser hostil, no lo fue. Intentó suavizar el tono de su voz como mejor pudo—. De ser así, ya te habría recordado, y no lo he hecho. Yo insisto en que estás confundido...

Sentenció, dándole la espalda de nuevo para terminar con su misión de huida. Sin embargo, en el momento en que hizo eso, algo arribó en su memoria de manera repentina, dejándola pasmada por unos segundos. Luego le echó un vistazo de nuevo al hombre. ¿Acaso era...? ¡No, por favor! Era lo menos que quería. Otro más de su pasado.

—¿Cómo te llamas? Quizá... No, ¡olvídalo! Ya he tenido suficientes coincidencias en este lugar. —Y se volvió decidida por su camino, queriendo que todo el camino desapareciera junto con ella, y que todos la dejaran en paz de una vez por todas.


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Mensaje por Oscar Llobregat Mar Mayo 29, 2018 5:36 pm

¡Oh, amarga noche para nadar en las turbulentas aguas de la memoria! Aquel par de almas había acabado reuniéndose allí para dar fe de ello, por mucho que el desengaño formara parte de sus naturalezas. La de él, conocedora de la carne y lo que había debajo; la de ella… Sí, ¿cuál sería la de ella exactamente? Pura, perfectamente recreada, imbatible a pesar del sopor del tiempo y los recuerdos delirantes de una noche, intacta, atemporal... Diez años habían pasado desde la primera vez que le pareció distinguir su rostro entre las sombras agitadas de un deseo primerizo y aun así, su cerebro no había reaccionado nunca antes como al posar la vista sobre aquella silueta dispuesta a marcharse.

Otra vez, en otro lugar.

¡No, por favor, ahora no! ¡No tan rápido! ¡No así!

—Apuesto que a los demás les cuesta mucho menos reconocerte que a la inversa —afirmó, tras lo que le pareció otra década, pues casi la necesitó para acordarse de cómo respirar, de cómo hablar, de cómo parecer mínimamente digno y no un mortal embelesado por las manillas del reloj que le salvó la vida. Esto último definitivamente no lo consiguió, pero fue suficiente a la hora de recobrar la firmeza de su voz. Mucho más madura que la que llegó a gemir sobre su esbelta figura.

«Y entiendo… que no te acuerdes de mí.» Pensó, porque a pesar de todo seguía demasiado enajenado como para aceptar la realidad de lo que estaba pasando, o de lo que creía que estaba pasando. Justo en mitad de su resignación, de su postura actual frente a los derroteros de la vida que había hecho finalmente suya allí en París, la pista por la que lo dejó todo cuando no tenía nada y se embarcó en busca de la inspiración que encontró no sólo en su contacto carnal en aquel burdel de Gdansk, sino en la emoción de aquellos ojos tan altaneros y expresivos. Un chiquillo decadente e inmunizado ante la ponzoña humana no atravesaba naciones enteras 'sólo por un polvo'. Lo que sintió en aquellos instantes lo estaba sintiendo de nuevo en aquel maldito palacio repleto de hurracas y víboras, y por eso, de algún modo, sabía que no podía equivocarse. Uno no esperaba diez años para equivocarse.

—Mi nombre… —repitió. ¡Ah, lo que menos se esperaba un prostituto en mitad de la faena, que se interesaran por cómo debían llamarlo! Aquella pregunta hizo que cualquier farola o forma de iluminación cercana empalideciera al lado de su interlocutora, de repente tan confusa como él y claramente más reacia. ¿Podría culparla? Por supuesto que no, de algún modo siempre supuso que su experiencia con ella no había sido humana, y ahora que iba curtido en las andanzas sobrenaturales, sabía que la sobrecogedora frialdad de su piel coincidía con el perfil de los vampiros. ¡Y no había más que mirarla! ¡Su belleza parecía esculpida por cualquier mito endiosado como para no llevar en pie buena parte de la historia del mundo! ¿Cómo iba a acordarse de él, un mortal tan discreto al primer vistazo, si habría conocido a infinidad de seres durante su longevidad y, quizá, yacido con otros tantos? De repente, verse forzado a ser realista cuando acababa de reencontrarse con 'la mujer vampira que le salvó la vida en Polonia' fue devastador hasta para su curtida entereza.

Apenas había abierto la boca para responder a su pregunta cuando ella cambió de opinión sobre querer escucharla y le dio la espalda con intención de desaparecer por segunda vez para ellos. En aquel momento, sus instintos decorosos se bloquearon durante los segundos que transcurrieron entre que él le agarraba del brazo, suave pero firme, y el hilo de sus miradas volvía a enredarse a través del tiempo y el espacio.

—Oscar —le contestó, o le recordó, y la soltó enseguida por respeto al comprobar que había recuperado la atención de sus pupilas—. Ése es mi nombre.

El suyo jamás lo había sabido.


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