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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Baran D. Lebedev Vie Nov 17, 2017 10:21 am

La diminuta y tranquila villa de Garou permanecía en su habitual silencio. La pequeña aldea boscosa era prácticamente un reducto reducido de personas mayores que esperaban que su vida terminara en una relativa paz exenta de sobresaltos o emociones fuertes. El pueblo estaba rodeado por un frondoso y extenso bosque al que los nativos habían bautizado como “Amissum”, perdido en latín, y con razón tenía ese nombre, el tétrico bosque había provocado una inmensa cantidad de desaparecidos. Sin embargo, ese bosque también consistía en la mayor atracción del pequeño pueblo, aunque por su mala reputación y por las leyendas urbanas que corrían a su cargo. Se le atribuían historias de brujas, de fantasmas, de hombres lobo, de asesinatos violentos... Prácticamente cualquier cosa que la morbosa y sádica imaginación humana pudiera inventar había acabado atribuyéndose a las profundidades de ese espacio verde oscuro.

A pesar de eso, los 43 habitantes que formaban la villa vivían con total calma, por lo que a ellos respectaba el bosque jamás les había hecho nada, más bien lo contrario pues suponía una gran disuasión para la mayoría de bandidos o gente de pérfida reputación, haciendo de barrera natural contra aquellos indeseables que usualmente se instalaban en pueblos como aquellos. Pocos querían correr el riesgo de que algunas de esas historias resultara tener una pizca de verdad y les salpicara en su vida cotidiana.

La villa en sí formaba un perfecto cuadrado aprovechando al máximo el claro del bosque, cinco filas de cinco edificios cada una hacían tomar forma la villa, entre cada una de ellas solo había un ancho y bien construido camino de tierra, en todas las filas excepto en la central por la cual pasaba una carretera de piedra que se dirigía hacia Rennes y que atravesaba la parte oeste del frondoso bosque. En la carretera principal se encontraban todos los edificios dedicados al turismo o al ocio, es decir, los cinco edificios de esa calle eran la posada, la botica, la taberna, la plaza y la iglesia, emplazados por ese orden si venías desde la ciudad. Todo el resto estaba compuesto por casas separadas espaciosamente entre sí.

En una de esas casas vivían Baran y Amalia, su casa era, si miramos desde el centro del pueblo, la que estaba más arriba y alejada de Rennes, casi rozando el borde del bosque noreste. El habitáculo del ruso era pequeño pues solo estaba compuesto de un baño, una sala de estar que hacía la misma función de recibidor y comedor, una cocina y dos dormitorios. Quizá el habitáculo fuera pequeño, pero cada espacio estaba apropiadamente aprovechado, cada pulcro rincón tenía su debida utilización, o al menos la tendría en un futuro no muy lejano.

En uno de esos rincones estaba el silencioso cambiante sentado en su cómodo chaise à bras (silla con brazos), leyendo un libro titulado “La verdad incierta”, el cual no era más que una sátira sobre las mentiras contadas a lo largo de la historia humana, Baran mantenía su inexpresivo rostro fijo en las palabras escritas en tinta, los ávidos a la par que serenos ojos verdeazulados danzaban entre las oraciones de las páginas enviando una información que era velozmente interpretada por diversas partes del cerebro.

La morada del cambiante no era en absoluto un lugar acogedor. Las paredes tenían un tono gris oscuro lúgubre y siniestro, la única ventana de la sala de estar era pequeña y dejaba ver en todo su esplendor la frondosa vegetación de Amissum, el recibidor en sí no tenía mayor ornamento que unas runas nórdicas en el marco interior de la puerta principal y en la sala en la que se mantenían la mayoría de conversaciones no había más que una mesa de madera cuadrada con dos sillas del mismo material, una frente la otra, posicionada en el centro de dicha habitación. Sobre ella se encontraba un tablero de ajedrez al que le faltaban dos piezas para estar completo. En el rincón sureste se encontraba la silla con la mesilla a su lado, paralela a ella se encontraba el antiguo piano de media cola que le había regalado un noble local por un trabajo excelentemente ejecutado, pegado a esa misma pared se encontraba el inmueble en el que el ruso había invertido más tiempo y dinero. Una estantería enorme que ocupaba la mayor parte del muro gris se hacía ama y señora de la casa, sus hijos eran muchos y diversos, libros de cualquier género y edad rellenaban los otrora vacíos huecos del mueble. Está era, en un resumen, la auténtica vivienda de la bella y la bestia.

El impasible rostro del siberiano se alzó súbitamente y dirigió su vista hacía la puerta que daba al exterior, cerró su libro suavemente y lo depositó sobre la mesilla que tenía a su izquierda. Apagó la vela que le había estado sirviendo como luz en el momento justo en que se oyó el sonoro golpeteo de alguien que llama a una puerta. Baran se levantó de su aposento y se irguió mostrando la enorme envergadura que tenía para acto seguido dirigirse a la puerta y abrirla con suma pasividad. Encorvó su cuerpo y agachó su cabeza para ver la silueta de quién estaba esperando fuera. No mostró sentimiento alguno al reconocer el rostro de aquella fémina de admirable belleza  que se había convertido en prácticamente una hija. El cambiante la miró directamente a los orbes azulados, sin pronunciar palabra ni mutar un ápice su neutral rostro.

Los últimos rayos del atardecer empezaban a desaparecer del horizonte, poco a poco la villa se sumiría en la oscuridad de la noche y las criaturas nocturnas del bosque camparían a sus anchas a expensas de saber que su reinado empezaba al finalizar el día. El gigantesco hombre se apartó del marco de la puerta y dejó ver parte de su morada, hizo una leve inclinación típica de los mayordomos de la época como saludo y alargó su diestra hacía el interior mientras su zurda se flexionaba en su espalda. -¿Alguna novedad por el bosque?- Preguntó en tono neutro.
Baran D. Lebedev
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Mensaje por Amalia B'nargin Lun Nov 20, 2017 8:02 am

El día ya se estaba acabando, los últimos rayos de sol iluminaban entre las copas de los árboles el lugar en donde me encontraba, caminaba lentamente, pero a paso seguro, no quería tropezar y dejar caer las hierbas y el resto de cosas que había recolectado durante un par de horas. Quería aprovechar esta noche de luna llena haciendo pequeñas e insignificantes pociones para los aldeanos después de preparan la cena para el señor Baran. Así fui caminando lentamente viendo el libro que llevaba abierto en aquella cesta junto a las hierbas, tratando de encontrar el último ingrediente. Si todo resultaba como yo esperaba, podría hacer una poción para calentar el cuerpo durante unas horas en la época de invierno. Lamentablemente estas hierbas solo aparecían en verano, como ahora, así que almacenar algunas hasta la época de hielo no estaría de más. Seguí mi caminata, si bien no era difícil de encontrar, su apariencia era como un bálago ordinario, por lo que se debía ser muy hábil para poder identificarla, puesto que este rastrojo había en todas partes dentro de este inmenso bosque. Al pasar de unos minutos había encontrado la cantidad suficiente para hacer las pócimas, así que decidí emprender camino hacia mi hogar. Sabía que estaba muy lejos de casa, pero solo bastaba con concentrarme y poder sentir la presencia del señor Baran, la cual era única dentro de ese poblado, una vez captada, di vuelta hacia mi derecha y emprendí camino. Ya llegado al pueblo, cubrí mi cesta y caminé hacia mi hogar, había gente sentada en su pórtico despidiéndose de los últimos rayos de luz del día, ya sea acompañados de algún familiar, mascota y bebida. Aun a esa hora el calor hacia presencia, pero una ligera brisa lo acompañaba, haciendo bailar mis cabellos dorados y mi delgado vestido blanco.

Nuestro hogar se encontraba lo mas alejado de aquel pequeño poblado, haciéndome sentir mas segura, y también daba directo con el bosque, perfecto para salir a refrescarme estas noches acaloradas al lago cercano. Ya enfrente de mi casa di unos golpes a la puerta, el señor Baran salió a recibirme, cuando abrió la puerta le regalé una sonrisa y entré. La puerta se cerró detrás de mi, dejé la cesta en el suelo, descubriéndola y sacando el libro que llevaba conmigo, lo sacudí delicadamente, pues tenía algo de tierra de todas las hierbas que había recogido. Luego tomé la cesta nuevamente y me las llevé a la cocina dejando ambas cosas encima del pequeño estante y volví hacia donde se encontraba el señor Baran.

- Solo algunos pequeños animales muertos lejos de casa, quizá victima de algún depredador, pero la verdad nada de lo cual preocuparse. - Sacudí mi vestido en la sala y una vez terminado, tomé la escoba y comencé a barrer cualquier evidencia de suciedad, para luego amontonarla y recogerla con una pequeña pala y llevándola al cesto de basura. - Iré a lavarme y bajaré para preparar la cena enseguida, señor Baran. - dije mientras ordenaba todo y me dirigí a un pequeño cuarto en donde se encontraba el lavado y una tina. Comencé a llenarla con el agua que se encontraba en unos baldes, una vez lista comencé a vaciarle algunas pócimas de olores.

Dejé que mi vestido cayera al suelo para quedar desnuda y entrar al agua fría, se sentía exquisita en días calurosos como estos, me sumergí por completo durante unos segundos, para luego asomar solo mi rostro, de verdad esto era un deleite. Me senté en la tina y tomé uno de los frascos a mi derecha, coloqué un poco de la sustancia en mis manos y comencé a frotarla en mis brazos, piernas y lo que quedara en el resto de mi cuerpo. Una vez terminado, me levanté y tomé de una pequeña repisa una tela con lo que envolví solamente mi cabello. Salí de aquella tina y con los mismos baldes que la había rellenado, comencé a sacar el agua por una rendija que se encontraba en una de las esquinas de la habitación, la cual daba directo al patio. Ya vaciada la tina y mi cuerpo seco, retiré el paño en mi cabeza dejando caer mi cabello, el cual trencé. Tomé mi vestido y me cubrí el cuerpo con él para luego salir de la habitación de baño y encaminarme a mi cuarto. "¿En qué estaba pensando?" me había distraído completamente, las ansias por querer hacer esas pócimas había hecho que no pasara por mi habitación por una prenda de vestir, así que caminé rápido a mi pieza, entré y di un fuerte portazo. Me devolví y la abrí ligeramente y esbocé un pequeño grito hacia donde estaba mi cuidador.

- Lo siento - cerré suavemente la puerta esta vez lancé el vestido sucio al suelo, caminé hacia mi pequeño armario y tomé otro vestido igual de fresco y ligero, pero esta vez era de color celeste. Me coloqué mis calzados y salí de la habitación dirigiéndome hacia el señor Baran. - No me demoraré nada en preparar la cena. - Entré a la cocina y comencé mi labor. Comencé a hacer un estofado, así podría comer un poco en lo que prepara las pócimas si me daba hambre entrada la noche, saqué el pan que había horneado en la mañana y saqué unas rebanadas, colocándola en la cesta del pan. Saqué los cubiertos, los vasos y una jarra de vino, dejandolo todo en una bandeja y llevandolo a la mesa. - Ya puede sentarse a la mesa. - Me devolví a la cocina, vi la olla con la comida, le agregué algunas especias y revolví. Tomé los platillos y comencé a servir el estofado, los llevé a la mesa y me senté. Le serví vino en su jarra al señor Baran y luego a mi, aunque solo un poco, no quería que me entrara el sueño a mitad de mi trabajo. - Espero le guste la cena. - Sonreí al hombre sentado a mi lado. - Hoy estaré trabajando hasta muy entrada la noche, si no le molesta. - Introduje un pedazo de pan a mi boca y luego le di un sorbo a mi bebida. - Quiero ver si puedo hacer una de las pócimas que leí en uno de sus libros, si diera resultado, podría ayudar a algunas personas del pueblo, en especial ancianos y niños. - Volví a dar un sorbo a mi bebida.

De verdad me sentía muy entusiasmada con la idea y esperaba que el señor Baran aceptara lo que estaba haciendo, era una hechicera, pero estaba aquí oculta, solo hacía pequeñas cosas para ayudar a la gente del poblado y aquí en la casa, nada que levantara sospechas, puesto que la inquisición vendría por mi así como lo hizo con mi familia y no quería involucrar al señor Baran en ese tipo de problemas.


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