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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Willem van der Decken Vie Dic 22, 2017 9:56 pm

A veces sentía que se arrepentía por haber robado ese maldito objeto, y mucho más arrepentido estaba por tener la osadía de usar el  nombre que ostentaba su antiguo dueño. A veces se sentía terriblemente ofuscado, y ni siquiera lo tranquilizaba el nimio acto de deslizar los dedos por las ciento ocho cuentas del mala budista que siempre llevaba consigo. Entonces se enfrentaba a una tempestad aún peor que las que azotaban los mares. No podía dejar su mente quieta, porque era como si perdiera el control sobre ésta, y el horror de la locura rozaba su sombra, como un predador al acecho, amenazando cada paso que daba. Pero Cyril no quería acabar así, como un loco; como Pausanias. Le gustaba su racionalidad, y el control que ejercía sobre sus propios actos. Incluso en la guerra había sido así, terriblemente calmado, sin que nada perturbara su conciencia.

Sin embargo, y muy para su malestar, había hecho una mala elección, una que lamentaba más que ninguna otra. Se condenaba con severidad por ser el capitán de eso. No podía, a veces, hallar un calificativo adecuado para nombrarlo, y todos los que lo seguían, en silencio, compartían su opinión, mas no podían hacer mucho para deshacerse de sus errores. Al igual que Cyril, la culpa los perseguiría por la eternidad, quizá...

El Holandés Errante, el maldito Holandés (como le encantaba llamarlo), se erigía sobre las aguas como una bestia de proporciones cuadradas, un tanto difusas por la niebla, siempre aguardando en letargo a los incautos; podrido, no por la acción del agua sobre su madera antigua, sino por lo que ocultaba entre su vasta bodega: Magia negra pura y dura. Era una maldición que lo empezaba a arrastrar a él, por ser ambicioso y necio, como si no hubiera aprendido ninguna lección sobre la sed del poder en el pasado. Aquel animal yacía quieto sobre las impasibles aguas, llamándolo, pero no por su nombre real, sino que le repetía van der Decken, hasta que lo obligaba a aborrecer semejante epíteto.

¿Algún día su dueño lo reclamaría? Entonces sería su fin. Tampoco podía ser posible, porque Willem, el real, había muerto, ¡él mismo lo asesinó en un duelo absurdo! El nefasto nigromante quedó tendido en la arena, desparramado sobre su sangre oscura, y ahí todo acabó, ¿o empezó? ¿Qué había pasado en realidad?

¡Vete al demonio!

Fue sutil al soltar ese pensamiento, porque ni fuerzas le quedaban a su mente para hallar palabras más vulgares. Así que dejó atrás aquella silueta maligna para dedicarse a ocultar su presencia entre la pomposa ciudad. Le desagradaba, pero, ¿alguna otra opción sería mejor que quedarse al lado de ese maldito? Mejor dejaba a un lado las teorías sin razón de ser; mejor aprovechaba el largo paseo bajo el cielo nebuloso, sin luna, sin estrellas. Así debía ser el vacío cósmico, tan amplio, tan oscuro... sin puntos vacilantes en ninguna parte. Tan derruido como la piedra de ese puente que llevaba unos dos siglos, mucho más joven que su propio cuerpo, mucho más... ¿Más qué?

Se obligó a detener el paso, con las manos en los bolsillos de su ya desgastado abrigo. Su olfato captó un aroma familiar, de alguna época pasada; de alguien que aún hacía eco entre los recovecos de su memoria. Entonces se giró y la vio a varios metros lejos de él. No podía estar equivocado, era ella. ¿Bueno? ¿Malo? Estaba de espaldas, aún avanzaba a paso despreocupado. ¿Se habría dado cuenta de su presencia? Cyril sonrió como un niño a punto de hacer una travesura, y fue detrás de ella.

—Carolina, mi estimada Carolina Van de Valley —recitó, sin estar demasiado cerca, pero no tan lejos. Sabía que ella lo escucharía—. No debería estar tan sola por este lugar, no es adecuado para una dama como usted...




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Mensaje por Carolina Van de Valley Dom Dic 24, 2017 8:45 am

Sea without a shore for the banished one unheard
He lightens the beacon, light at the end of world
Showing the way lighting hope in their hearts
The ones on their travels homeward from afar

                                               The Islander



La niebla posada en el quieto puerto de París era algo bello y terrorífico a partes iguales. Una bruma que inspiraría a generaciones de escritores que no tardarían en iluminar el mundo literario con el concepto de lo hermoso de la pérdida. Y era en esas noches de aparente quietud cuando las bestias salían a cazar. La capital francesa estaba llena de monstruos. ¡Jamás hubiese podido concebir que yo terminaría siendo uno de ellos! Y era también en noches como aquella en las que me permitía pensar en Friedrich. De alguna manera, con él lo que era tenía sentido, pero ahora que vagabundeaba sola por la eternidad, todo era aberrante y deforme.

Me limpié las huellas de sangre con el guante, cuya seda quedó marcada con el estigma escarlata. Tiré el cuerpo al mar. El sonido de la zambullida hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Después me persigné, algo que se estaba convirtiendo en hábito. Si Dvorak estuviese aquí para verme se reiría y me escupiría en la cara por llorar por los mortales. "Ya no eres como ellos. Asúmelo, Carolina. Enterraste tu humanidad en Viena". El ronroneo de su voz hacía que de alguna forma, esas palabras fueran inusitadamente poderosas en mi. Con los años, no obstante, había aprendido a distinguir al salvaje bajo el manto de ángel.

Me quedé un rato más en el puerto, velando por el alma del marino. La luna se reflejaba en el agua aunque mis ojos no podían despegarse del fondo del mar, donde el cuerpo había caído con el peso que le había atado. Nadie lo encontraría jamás a no ser que los océanos se secaran. Después guardé el guante manchado en uno de los bolsillos de mi abrigo. Quería tocar. Necesitaba tocar. La música era lo único que amansaba a los engendros como yo.

Caminé por el puerto de camino a mi apartamento en la plaza Vendôme, cruzando el Puente Nuevo. Iba a ser un camino largo a casa. La noche estaba acompañada solamente por mi presencia y la de un sereno que me saludó al pasar. No había visto nada. Y si lo había visto no abriría la boca. París al anochecer era el territorio de los míos, y el mortal lo sabía. Así se había acordado con un pacto tácito hacía muchos años.

La figura a lo lejos recortada en el cielo oscuro llamó mi atención. Surgía del agua como una fortaleza marítima encantada. Y en verdad, encantado estaba; maldito, como la condena de mis años eternos. Reconocía esa embarcación, pero mi maestro era el que más familiarizado estaba con ella. Siempre le había atraído lo execrablemente perverso.

Extrañamente, sus sombrías velas relajaron mi alma, tan agitada esa noche por la vida que había arrebatado. Egoístamente me ayudaba pensar que existían cosas más pérfidas que nosotros. Su voz no me pilló desprevenidamente, pues mi olfato detectó la presencia de otro de los míos.

-Willem. -saludé por su nombre, creía tener la confianza suficiente para eso, al menos- París ha decidido reunir a todos los bucaneros bajo su amparo, según parece. -comenté, en lo que era más bien un apunte interno, pues no hacía mucho el capitán Sangre Negra había hecho acto de presencia, trayendo recuerdos más dolorosos, pues eran aquellos en los que aún respiraba como una mortal.

-Dama... -repetí sus palabras, tratando de creer que eran ciertas- Mi viejo amigo, por no ser no soy ni señora. Hace tiempo que perdí ese título. -y por no ser no era ni ánima, siempre condenada a esta no-vida en el limbo-Aunque hay algunos de nosotros que cargan con condenas más terribles. -giré mi rostro hacia el poderoso navío.

Me pregunté internamente si el capitán de esa monstruosidad repercutiría en la ausencia de Dvorak, ya que la última vez que nos cruzamos había sido en la Compañía de las Indias Orientales en presencia del que hubiera sido mi maestro.


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Mensaje por Willem van der Decken Jue Mar 08, 2018 7:19 pm

No siempre era grato toparse con el pasado, o mejor dicho, con aquellas personas que, de alguna manera, pertenecían a éste indudablemente. Pero, en determinados casos, podía convertirse aquello en un alivio, en algo que hasta parecía una bendición enviada por los dioses desde el mítico Olimpo. Al menos fue la idea que se le cruzó a Cyril por la cabeza en ese instante, en el que se hallaba en una situación un tanto complicada, y no por tener a un ejército de inquisidores a sus espaldas, o a vengadores, ¡nada de esas supercherías! Lo de él era algo peor, algo más oscuro que cualquier noche sin luna, si podría compararlo con alguna eventualidad física. Y para colmo, eso fue un problema que él quiso sumarse a su historial. La idea de condenarse le pareció más atractiva que dejar la maldita ambición a un lado.

No obstante, esa noche en la que más se lamentaba de sus pésimas decisiones, y de que el pasado le pesaba más que en cualquier otra ocasión, la encontró a ella, sin siquiera quererlo, ni soñarlo un poco. No lo había pensado como algo que pudiera repetirse, aun así, quiso el destino que se hiciera de ese modo tan trivial que tenía para que ocurrieran determinados eventos. Daba gracias a lo que fuera que la había enviado por mera casualidad, o a las oraciones que solía repetir con su mala budista. El caso es que ya no importaba demasiado, porque tenía a su estimada Carolina frente a él.

Al oírla, no pudo evitar ensanchar más la sonrisa. Ella siempre tan comedida, aún cuando respondía con cierta pesadumbre sobre su naturaleza. No la culpaba, él a veces solía quejarse de ser un vampiro, pero era lo que había, ¿qué más daba? Lo de tener que estar atado a un barco del demonio, bueno, eso sí que lo tenía con baja autoestima últimamente, mas hizo el grandísimo esfuerzo de echarlo todo al mar y centrarse en su oportunidad para no caer en una demencia segura, temía.

Se acercó a ella, sigiloso como un gato; como un cazador a su presa. No podía permitir que se marchara, no cuando la volvía a ver después de tanto tiempo. Carolina era de las pocas que se quedaban grabadas a fuego en su cabeza, sobre todo cuando él prefería la soledad y sus tormentos, que andar de jerguista por la eternidad.

—Aunque no te consideres una dama, yo sí lo hago. Hay humanas que ni por asomo podrían llevar tal título, y eso es mucho decir —alegó, mientras tomaba una de sus manos y besaba el dorso, muy diferente a lo que, se suponía, era el comportamiento de un lobo de mar—. Condena es una palabra muy nimia para lo que es en realidad eso...

Murmuró, un poco pesimista al respecto. Pero, ¿y cómo no serlo? Tenía a cargo a un demonio como el holandés, así que no tenía demasiados pensamientos positivos. Con el pasar de los años, aquello empezaba a drenarle lentamente la cordura, aunque continuaba aferrado a la testarudez habitual con la que era conocido en Esparta.

—Es curioso que, entre los dos, ahora sea yo el más quejumbroso. —Dejó escapar una risa apagada, y centró su mirada en ella—. ¿Cómo has estado en todo este tiempo? ¿Y tu insensato maestro qué?

No albergaba buenos recuerdos de un tipo tan desquiciado como el mentor de ella, aun así, prefirió guardarse todos los términos que pudieran describir su carácter tan pésimo. Además, ¿no tenía él mismo a un hermano tan demente como aquel tipo? Quizá hasta yo termine en ese estado en algún momento. Y de seguro ese mensaje lo captaría bastante claro la mujer que tenía frente a él.



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Mensaje por Carolina Van de Valley Sáb Abr 21, 2018 4:57 am

La poderosa embarcación actuaba de extraña protección sobre nuestras dos sombras. Su influencia maldita era demasiado magnética como para obviarla así como así. Había que reconocer la belleza perversa de aquel barco pirata, pero también la libertad de la sal de los océanos, que penetraban mis fosas nasales provocando un trémulo escalofrío.

-Lo siento, Willem... -y realmente lo sentía. Lo percibía en su olor, en sus ojos cansados bajo esa máscara de perfección que venía con nuestra condición inmortal. El capitán Van der Decken estaba fatigado. Posiblemente la quejumbrosa fortificación marítima absorbía cuanta vida blasfema quedaba en él-Ojalá pudiera hacer algo para aliviar esa carga. Pero me temo que yo también cargo con mis propios demonios. -un hoyuelo se dibujó en la comisura izquierda de mi boca. Sí, demonios. Únicamente era uno. El que siempre me perturbaría, pues, para bien o para mal, a él le debía todo lo que era ahora.

-Deambulando. -me encogí de hombros- Dejamos Austria huyendo de la Inquisición. Pero finalmente los cazadores de la Iglesia le encontraron. -mi mirada azulada se clavó en él- El fuego se lo llevó, Willem.

Lo lloré, oh, claro que sí. ¿Cómo no hacerlo, a pesar de todo el horror? El horror fue por amor. Agotadas ya mis lágrimas, mis ojos quedaban secos ante la mención suya.
-Ya lo conocías; era demasiado arrogante y orgulloso. Eso fue lo que le dio la muerte verdadera.

Nunca se dijo, pero yo sabía que Willem y Dvorak no aguardaban buenas impresiones el uno del otro. ¿Cuántas veces me había insistido en dejarlo todo, huir de la barbarie de sangre? En especial cuando Marlowe nos dejó. Tonterías; por aquel entonces yo me sentía estúpidamente una extensión de Friedrich. ¡Y ahora que he podido sobrevivir todos estos años sin él me doy cuenta de la necedad de tal idea!

-¿Y tú, Willem? ¿Cómo se respira el mar desde El Holandés? -nunca había estado en el interior de ese barco, y por algún perverso motivo (tal vez mi propia naturaleza pérfida), quería subir y contemplar París desde la popa, y así se lo hice saber a mi compañero: -Sé que lo odias, pero hay algo hipnótico en él. ¿Crees que sería posible para mi visitarlo?

Tal vez únicamente quería entender de donde salía tanta maldad.


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