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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Dom Ago 20, 2017 5:19 pm

Para no querer decirle adiós, Eloise se había esforzado en dejarle muy clarito que sí, que vale, que la única opción que tenían era despedirse, y ¿qué más daba que no lo hicieran con palabras si las intenciones contaban? ¡Los actos hablaban mucho mejor que el lenguaje, demonios, palabra de un antisocial casi mudo como lo era Gaspard de Grailly! Así que, sí, se había negado a decirle adiós, pero lo había hecho igualmente, y por eso Gaspard estaba molesto. Por eso y porque llevaba días sin verla, atisbándola como mucho, y por si fuera poco siendo acosado por una rata.

¡Quién le iba a decir al aquitano que su vida como resurreccionista iba a ser lo más tranquilo a lo que podía aspirar! Desde luego, si se lo hubieran dicho cuando empezó con su, ejem, pecaminosa ocupación, se habría reído en la cara de la persona, y sin dudarlo lo más mínimo además, pero, por otro lado, habían pasado dos décadas desde entonces, por supuesto que las cosas podían cambiar e iban a hacerlo. Si tan solo hubiera sabido que el cambio iba a tener nombre (dos, para más señas), tal vez habría podido permanecer alejado y fuera de todo aquel embrollo...

– ¡Rata, deja de morderme, sé que estás ahí! – gruñó, y parecía que estaba hablando solo, pero no era así: en la intimidad de su habitación, en la pequeña vivienda que frecuentaba cerca del cementerio, Gaspard de Grailly tenía la compañía de una pequeña rata que lo miraba con los ojillos entrecerrados, buena forma de enfrentarse a la frialdad del rostro pecoso del aquitano mientras se vestía. Leto había tenido el honor de presenciar (en realidad no porque era muy pudorosa y se había escondido, pero eso eran detalles sin importancia) un baño del aquitano, y ahora estaba allí mientras se vestía, pensando que lo haría cambiar de opinión. ¡Pues no!

Bien, para cualquiera que se haya perdido: Gaspard de Grailly dejó a Eloise a sabiendas de que no volvería a verla (no del todo cierto, pero él estuvo convencido durante sus buenos diez minutos de que sí); Leto, la rata cambiante de Eloise, acudió a él y lo lió para ir a un lugar donde encontró al vampiro que despertó el primer deseo de Gaspard, y para entonces Eloise se había ido y lo había arruinado todo. Es más, Eloise lo había fastidiado de tal modo con ese hechizo que Thibault le comentó que había buscado para lanzarlo que Gaspard casi había perdido las ganas de verla, pero sólo casi, y Leto, la rata, lo sabía.

¡Menuda locura, eh? Pues sí, pero ¿qué se puede esperar de la vida de un tipo que alterna con vampiros y con cadáveres cada noche? En su defensa, había que reconocer que hacía días que Gaspard se había dedicado de nuevo al trabajo honrado de cazador y se había mantenido completamente alejado de cualquier cementerio y de sus fresquísimas tumbas; esa era toda la normalidad a la que aspiraba de Grailly. Sin embargo, el hiperactivo aquitano no podía parar quieto, ¡lógicamente!, y no sólo no dejaba de dar vueltas por su habitación, también para esquivar a Leto, sino que incluso, mientras se vestía, hacía funcionar los engranajes de su mente a demasiada velocidad, salvo para él.

Así fue como Gaspard de Grailly, la mayor parte del tiempo vestido de la forma más vulgar y monocroma posible, decidió ponerse un traje casi elegante, de color negro, y dirigirse hacia el barrio de bodegas, para no perder esa costumbre suya de beber el mejor vino bordelés que pudiera permitirse. ¿Para olvidar a Eloise? No del todo, pero su humor no había sido el mejor desde que ella se había ido (bueno, tampoco había sido el mejor en los últimos treinta y cuatro años, ¡detalles sin importancia!), y el vino sin duda lo mejoraría. Incluso Leto decidió participar y quedarse calladita en el bolsillo de su abrigo, al que se metió sin que Gaspard hiciera el menor esfuerzo por sacarla de ahí.

Qué pereza... y encima para que después lo siguiera. ¡No, ni de broma! En él no había deseos de dejar de estar solo ni nada de eso: con o sin Eloise, a Gaspard seguía dándosele demasiado bien la soledad y la autocompañía, si es que existía tal cosa, así que eso no iba a cambiar tan rápido. Tampoco lo hizo su conocimiento amplio sobre vinos, que hizo que los bodegueros dejaran de intentar timarlo con caldos malos y demasiado jóvenes con una sola mirada dura del aquitano, acompañada por supuesto de un reguero de críticas con su acento más bordelés acerca de los líquidos. Prontos y bien mandados, decidieron complacerlo, y al final Gaspard pudo adquirir varias botas, de las cuales sólo llevaba una encima cuando salió de allí.

En cuanto lo recibió el fresco de la noche, metió la mano al bolsillo y sacó a Leto para que corriera por ahí o lo que fuera que hicieran las ratas, qué más daba. Él, por su parte, se sentó sobre una barrica y empezó a beber de su bota de vino, que valía hasta el último franco que había pagado por él, dando golpecitos rítmicos a la madera con el tacón de la bota que llevaba puesta, los ojos clavados en la oscuridad frente a él. Y así permaneció, nada inmóvil aunque repitiera los mismos gestos todo el rato, hasta que el verde de sus ojos se clavó, demasiado rápido, en Leto, que había chillado como si la hubieran atacado; rápidamente, Gaspard pasó al ataque y, armado con un cuchillo, se plantó a la altura de la joven rubia, que se encontraba mirando a, redoble de tambores, Eloise. – ¿Debo entender que ahora no eres una amenaza? Porque ahora tal vez lo sea yo.
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Mensaje por Átropos Miér Ago 23, 2017 1:08 am

¿Hace cuántos días lidiaba con aquello? Un par, varios, muchos... ¿semanas? Ni siquiera se había molestado en llevar la cuenta; bueno, nunca calculaba el tiempo, ¿para qué? Ya con saber que era una vampira con un poco más de dos siglos de existencia era más que suficiente para saber que sí, que existiría mucho más, y esas cosas que no iban al cabo, no cuando esa maldita mujer tiraba con tanta fuerza de las tiras de su corsé, que si hubiera necesitado del oxígeno, de seguro se habría asfixiado, aunque igual terminó quejándose. ¿Acaso era una muñeca para que la estuvieran vistiendo como a una? La mirada que le dedicó a la criada no fue nada agradable, y ésta de inmediato se dio cuenta, pero al ser una vieja tan terca, sólo le sonrió con sorna, murmurando algo en un idioma todavía desconocido para Eloise.

¿Qué Eloise-Átropos estaba siendo atendida por una mucama como si fuera una señorita de una clase social superior? Sí. Además, se encontraba viviendo en una fastuosa residencia, rodeada de lujos y esas cosas de la alta sociedad. ¿Cómo? Pues fácil, gracias a las influencias de su hermano, el ex homúnculo de antes. Así es, el bicho ese que estaba peleando para quedarse con su cuerpo, pero que al final decidió tomar otro como suyo. ¿Y qué mejor que el de un niño rico y con demasiadas influencias en la clase alta? Ahora ambos gozaban de muchas comodidades, aunque a Eloise no le hacía la más mínima gracia. Hubiera preferido regresar a las Catacumbas, a pesar de que se había asegurado a sí misma que no lo haría. Sin embargo, así estaban las cosas...

¿Y qué diablos había pasado para que ella se encontrara en semejante situación? Un pequeño resumen: Recordarán que Eloise había dejado de ser la loca demencial de Átropos para hallar respuestas con respecto a su pasado, ¿verdad? Pues terminó en la tumba abandonada de su antigua nana, la bruja Helga; también se encontró con Gaspard, de manera accidental, claro. Sí, ese cazador con el que no quería nada. Luego pasaron cosas que ella no pudo evitar, más ciertas declaraciones que no vale tanto la pena recordar (porque no quería liarse mucho la cabeza, más de lo que ya la tenía), ¡en fin! Que se dispuso a deshacerse del ex-homúnculo a través de un hechizo escrito por la mismísima Helga, y así había terminado: viviendo con su no tan querido hermano, quien había usurpado otra vida para sentirse importante en el mundo. Y sí, claro, ambos se habían puesto sus propias condiciones, y entre esas estaba que, obviamente, Eloise tendría que estar a su lado. ¿A cambio de qué? De no hacerle daño a Gaspard y de... ¿Y Leto?

Leto, la rata cambiante que creía que Eloise era como su madre, hermana mayor, o lo que fuera, llevaba días desaparecida. Algo que ya empezaba a preocuparle a la vampira. De alguna manera le había tomado estima a esa pequeña roedora, a quien había cuidado desde hacía varios años, y que era la única compañía estable que tenía en las Catacumbas. ¡Pero estaba desaparecida! No podía simplemente ignorarlo como si se tratara de cualquier cosa. Incluso tuvo que dejar aparte el recuerdo de su humano para centrarse en la ratita fugitiva. ¡Los dos eran iguales de inquietos e hiperactivos! Ahora que lo meditaba con mayor atención. Uh, ¿qué diablos había hecho para merecer eso?  Aceptar que sí tenía sentimientos y esas cosas que se supone no necesitaba.

En fin, que luego tuvo que ir en busca de Leto porque temía que algo malo le hubiera ocurrido. Bueno, sabía que no, pero, era su deber preocuparse, ¿no? Cuestiones aparte, Eloise también había decidido alejarse un poco de la zona de supuesto control de su hermano (que seguramente estaría por ahí con su obsesión por los barcos) después de varios días. Primero lo hacía por Leto; segundo... No sabía exactamente el motivo. ¿Era porque quería ver a Gaspard? ¡Que no! Bueno, quizá un poco, aunque a esas alturas de seguro estaría odiándola por haberse marchado igual. Así que, ¿realmente estaba bien que lo buscara luego? Pues podía aprovechar que el otro loco del demonio no estaba cerca y... ¡No y no! Lo mejor era que ambos no coincidieran más, a pesar de que una parte de ella se aferraba al deseo de volver con ese humano con su apellido de Grailly.

¿Quién se iba a imaginar que ella, justamente ella, estaría en esas condiciones? Ni la misma Eloise lo intuía, ni cuando se regodeaba a sí misma diciendo que era la reina de las Catacumbas. ¡Jamás se le cruzó por la mente que iba a llegar a sentir estima por otro humano! Y menos cuando descubriría que Helga le había mentido tantas veces, que hasta perdió la cuenta. Nada tenía sentido, ni siquiera el camino que tomaba, guiándose apenas por su intuición de que Leto estaba muy cerca. Típico de las ratas andar metidas entre las bodegas, y no precisamente bebiendo vino. No, Leto era muy pudorosa y no hacía esas cosas. De seguro estaría haciendo nuevas amigas, que no eran cambiantes como ella, pero que... ¡Momento! ¿Estaba con Gaspard? Sí, y fue pillada in fraganti por Eloise. Incluso, el chillido que soltó, la había delatado, al punto en que tomó su forma humana.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, al momento en que Gaspard se colocaba al lado de Leto, quien simplemente se encogió de hombros—. Ay, Leto. Tú...

¿Y qué diablos le iba a responder a Gaspard? ¿Qué clase de excusa podría tener para él? No, no tenía excusas, porque ni había pensado en la posibilidad de que iba a encontrarse con él. Mucho menos sospechaba que Leto estaria tras todo aquel embrollo. No supo qué decirle en ese instante, simplemente desvió la mirada por unos minutos, como si de repente la oscuridad fuese muy entretenida. Aun así, no pudo estar tan callada por mucho tiempo, y menos ante la mirada inquisitiva de Gaspard.

—¿Qué? ¿Piensas atacarme por el hecho de que decidí dejarte ese día? ¡Ni siquiera me respondiste si querías volver a verme! —le recriminó, cuando la que había faltado había sido ella. Y sin poder contenerse por mucho tiempo, terminó mirándolo—. Lo siento...



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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 5:20 am

Gaspard no era un tipo, en absoluto, sentimental, ¡sólo le faltaba! Suficientes problemas le había acarreado su hiperactividad, eso por no hablar de la dedicación pecaminosa a la que se entregaba muchas noches (cuando no era un cazador, otra igualmente peligrosa. ¿Se empieza a notar un patrón o es simple casualidad...?), como para pensar en otros que no fueran él. ¡No, gracias pero no! Y aun así, lo reconocía porque a sí mismo no se mentía, había pensado en Eloise, sí, y también en la cambiante a cuyo lado se encontraba, protegiéndola aunque no tuviera el menor motivo para hacerlo aparte de, bueno, una minucia, una tontería, un asunto chiquitito nada más... No se fiaba de Eloise.

¡Ya estaba, lo había dicho! Todo lo que habían avanzado y dejado claro la última vez que se habían visto, y era mucho tratándose de los dos desastres que protagonizaban nuestra historia, parecía cosa de un pasado que Gaspard conocía, sí, pero que no pensaba reconocer como suyo. Lo que sucedió entonces había quedado en el momento, con la huida cobarde de la vampiresa que ni siquiera tenía las narices de mirarlo a la cara, con lo cual Gaspard se enfadó todavía más, hasta el punto de que incluso Leto lo notó. Normal, por otro lado, dado que Gaspard tenía la mano en uno de los brazos de la cambiante, lista para apartarla de la batalla campal si es que sucedía.

Lo cierto era que daba la impresión de que sí que terminaría por suceder, ya que ella había devuelto el ataque verbal que le había lanzado de Grailly (¿ataque verbal o aviso antes de realizar uno? Que el lector elija lo que más le conviene) sin despeinarse y con un amago de hostilidad que poco tenía que ver con la del resurreccionista. ¡Por todos los demonios, no, así no funcionaban las cosas! Él se sentía ultrajado por la mentira, sobre todo porque venía de alguien en quien no confiaba del todo, pero que sí se había hecho un pequeño hueco en su escaso círculo social, y, total, ¿para qué? ¿Para ser la egoísta que todos, él incluido, eran?

Gaspard de Grailly no iba a pasar por eso, no estaba dispuesto. Por muchas disculpas que ella escupiera, y en su defensa había que decir que una sí que había dicho porque, bueno, ¡ella sabría por qué!, Gaspard seguía demasiado indignado, y en cierto modo se sentía utilizado, algo que le gustaba todavía menos que la mayoría de personas, así en general. Para que sirva como referencia, teniendo en cuenta lo antisocial que era el aquitano, pero no dejaba de ser curioso que su comportamiento fuera lo más extremo posible ante las personas que, precisamente, sí que le debían de importar algo, ¿no?

No era como si Gaspard hubiera renunciado a sus señas de identidad, aunque su aspecto fuera hasta pulcro; Gaspard seguía oliendo ligeramente a vino, mezclado con el olor de un jabón límpido y con ciertos dejes a madera, como la barrica en la que se había envejecido el caldo que había consumido hasta hacía un momento. Además, tampoco había parado quieto, pues seguía siendo preso de movimientos nerviosos y rápidos, en su línea, y sus ojos verdes seguían siendo expresivos hasta el insulto, aunque esa expresividad fuera hostil en relación con Eloise y, al no estar muy acostumbrado a tratar con seres que no le eran tan desagradables como los demás, quizá también con Leto.

La ventaja era que Leto, incluso como rata, se había acostumbrado a los desplantes y desprecios del aquitano, así que cuando la apartó y la miró con dureza no reaccionó y se enfadó demasiado visiblemente. Eloise, por otro lado, no sabía nada de esa extraña relación que se había desarrollado entre su humano y su cambiante, así que, por supuesto, reaccionó ante la hostilidad del aquitano, dándole así una excusa a él para atacarla y empujarla. Otra cosa que no había cambiado en el resurreccionista medio bordelés: seguía siendo extraordinariamente fuerte para tratarse de un humano, aunque poco tuviera que hacer contra una vampiresa bien alimentada si es que ésta decidía devolverle el ataque que él, irreflexivo por un maldito momento, le había propinado así porque sí.

– No me vengas con chorradas, fulana. – espetó, y se ganó un chillido casi roedor de Leto ante el insulto, ya que no terminaba de acostumbrarse a que su ¿hermano? ¿Padre? se refiriera de aquel modo tan ofensivo a Eloise, o Átropos, qué más daba. Ella, por su parte, estaba más que acostumbrada, y casi hasta se había apropiado de la maldita palabra, seguramente con consecuencias nefastas si alguna vez le daba a Gaspard por meterse a un burdel o cualquier cosa semejante, pero dado que sus fetiches seguían siendo los mismos (raros) de siempre, no creía que eso fuera a suceder en un futuro demasiado próximo.

– Te dejé claro que sí. No intentes echarme la culpa de algo que te cocinaste y te comiste tú solita porque para qué me vas a incluir cuando yo quería estar metido, ¿eh? Para qué. – recriminó, y apenas había comenzado a hacerlo, porque aún tenía muchas cosas que podía echarle en cara a Eloise. Sin embargo, entre Leto, que se oponía a que hiciera nada demasiado hostil contra su maestra, y su propia curiosidad, Gaspard sacudió la cabeza y terminó por desechar la idea de continuar atacándola tan rápido y tan de repente, al menos sin tener las respuestas que ansiaba tener. Así pues, hizo lo único que estaba en su mano (literalmente): se acercó y tocó, con violencia y sin permiso, la nuca de la vampiresa, donde ya no había ni una sola deformidad.

– Así que tu jueguecito funcionó. Bien, me alegra ver por qué ahora pareces civilizada, cambiarme por otro a quien poder tocarle las narices y fastidiarle la existencia te ha sentado de puta madre. – comentó, sin abandonar la vulgaridad que se había convertido, hacía mucho tiempo, en su estilo de vida, tanto en una forma de supervivencia como en un comportamiento que, sencillamente, le gustaba, y ¿para qué planteárselo más? Si todo fuera tan fácil como eso, las cosas serían mejores, pero ya que no lo eran, Gaspard se conformaría con disfrutar de lo que le gustaba y no era problemático, como la vulgaridad. Lo que sí lo era, Átropos-Eloise, lo dejábamos para otro momento.
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Mensaje por Átropos Mar Ago 29, 2017 1:49 am

Gaspard, su Gaspard, estaba enojado con ella; se le notaba indignado por completo. ¿Y cómo no estarlo? Si ella misma le había fallado, contradijo por completo sus palabras, y todo lo ocurrido aquella noche se fue al diablo, de la mejor manera en que sólo Eloise podía arruinarlo. Si hubiera estado en sus modos de Átropos, de seguro no le habría importado nada, pero, ¡demonios!, ahora no... ¡Ahora era Eloise! Y eso bastaba para que se sintiera culpable por ocasionarle tantas molestias a Gaspard, cuando le demostró que lo apreciaba, pero que no podía permitirle meterse en sus asuntos, cuando él mismo había asumido ese particular problema sin pensarlo demasiado. Incluso Leto se encontraba a su lado, y eso era muestra de que sí, evidentemente, había echado a perder todo. Sí, lo hizo, ¿a quién podía engañar? Ni siquiera tenía cara para mentir descaradamente. Aunque sus disculpas sí habían sido sinceras; lo sentía, demonios, claro que sí. Aun así, ¿cómo hacerle entender algo así al humano del apellido de Grailly?

¡De seguro ni le iba a creer nada si le confesaba que sí había pensado en él durante todos esos días! Mejor ni se esforzaba, porque con lo molesto que estaba Gaspard, lo más sensato era no salir con tonterías, aunque esas tonterías sí que tenían valor para ella. Además, eso significaría también aclararle todo. Sí, todo desde su partida y desde que terminó ayudando al anómalo de su hermano a tener un cuerpo propio. ¡Así es! Ya no había homúnculo, pero si hermano loco y busca pleitos, y eso resultaba aún peor que tenerlo atado a su cuerpo. Era más arriesgado para Gaspard. ¡Para que dijera que no lo consideraba en lo más mínimo! Si hasta había hecho un sacrificio por su seguridad, que por muy cazador y raro que fuera, el otro sujeto sí que estaba como una cabra. Peor que ella cuando era Átropos, y eso es decir demasiado.

Y la ratita Leto lo sabía, y quizá por eso estaría con Gaspard. Bueno, en realidad no sabía por qué estaba con él. Intuía que era porque, de alguna manera, él le agradaba, y para Eloise estaba bien, siempre y cuando no intentara hacerle nada a su pequeña roedora escurridiza, la que apenas la mantenía cuerda en las Catacumbas. Resultaba también que a la cambiante no le agradaba el ex-homúnculo, ¿y a quién le iba a agradar ese? Que para mayor colmo había escogido a un recipiente aún más extraño... ¡La que había liado por no pensar las cosas! ¿Y qué querían? Se hallaba desesperada, pero no pasaba por el suicido, eso era de cobardes, por favor; ella podía estar loca, pero valoraba muchísimo su existencia.

Lo cierto es que Eloise se encontraba con la cabeza hecha un nido (más de lo habitual), y no sabía cómo tomar la actitud de Gaspard. Por una parte sentía rabia porque él no entendía su frustración al quererse separar del gusano sin identidad (que ahora la tenía. Robada, eso sí). Pero, por otro lado, también se lamentaba por haberle mentido a su humano, porque sabía, muy en el fondo, que no se merecía ese desplante. Sin embargo, sí lo hubiera invitado a su plan, lo más probable es que las cosas iban a terminar peor. ¡No! No quería que nada malo le pasara, por muy enojado que estuviera, al punto de que, quizá, no querría verla más nunca. O tal vez se trataría de algún sentimiento temporal en el cazador por la tamaña mentira de su vampira. Sí, suya, porque lo había asumido desde su último encuentro. ¡Que ya sabemos que tenían un enredo rarísimo! Y enredo al fin... Que no fue suficiente para que Eloise evitara que su ratita saliera herida por culpa del coraje de Gaspard (cuántas cosas ignoraba en ese momento).

—¡No! —exclamó, un poco antes de que él la empujara. ¿Qué clase de ataque gratuito había sido ese? Por ese mínimo instante Átropos pareció emerger del abismo de su mente, y no de haber sido por la negativa de Leto, quizá habría lastimado a Gaspard, de la pura rabia que sintió—. ¿Qué diablos te pasa? ¡Ella no tiene nada que ver, estúpido! —Aún con las manos empuñadas, se quedó en su lugar—. ¿Fulana? ¿No tienes un mejor apodo o es que se te agotaron las ideas?

Y atacó verbalmente, porque apenas había pasado el mal rato de ver a su pequeña... ¡Momento! Leto ni se inmutó por el ataque, sino que parecía evitar que ambos se pelearan. Bien, eso sí que la sorprendió por unos segundos; hasta se obligó a serenarse un poco. Ya hablaría con esa truhana, que por muy muda que fuera, tenía pensamientos bastante inteligibles, además, no era una analfabeta tampoco. Pero ahora debía centrarse, de nuevo, en Gaspard. ¡Al diablo con todo! Y con él... Bueno, con él no. ¿Y cómo no querer mandarlo al garete cuando ya volvía a atacarla de nuevo? Ah, también la descubrió... Sí, Eloise estaba en problemas. Leto lo supo y se cubrió los ojos para no ver.

—¡Que no te he cambiado por nadie! Te dejé claro que tenía que hacerlo, ¿acaso no te lo has tomado bien? ¿Qué pretendías? Claro, como no eras tú quien tenías que lidiar con esa cosa —espetó, con las manos aferradas a su abrigo, mientras le miraba fijamente—. Y créeme, de haberte llevado, iba a ser peor, Gaspard. ¡Entiéndelo de una vez por todas! No te dejé ese día porque sí, porque me dio la gana. Lo hice por querer protegerte de ese infeliz. Por muy hábil que seas, ¿cómo escapas a la magia, eh? ¿Tienes alguna arma para defenderte de algo así? ¡No!

Se apartó, y fue tosca, aunque no dispuso de toda su fuerza para hacerlo. ¡Qué difícil era esforzarse en hacer entender algo que se iba a seguir malinterpretando! Pero él seguiría siendo un irreverente y caótico, ¿para qué pedir milagros? Así apreciaba a su humano, qué más daba.

—Al menos estás bien, eso es lo único que importa, ya está...



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Mensaje por Invitado Miér Ago 30, 2017 6:58 am

Había muchas cosas que no le gustaban a Gaspard de Grailly: la gente, que se quisieran meter en su vida y decidir por él, que limitaran su libertad, la gente, cuando se metían en sus pensamientos, ¿hemos mencionado ya la gente...? Pero, por una vez, habría estado dispuesto a que Eloise, o Átropos, ya igual daba porque sin el homúnculo (¿se habría librado de verdad de él? Se resistía un poco a contestarle, así que a lo mejor no del todo... Malo) a saber cuál era, le leyera la mente, así entendía un poco de su enfado: ella no sólo había quebrado su confianza, que era tan rara como preciosa, sino que había tomado una decisión por él que el aquitano había tenido que aceptar a regañadientes, no por un auténtico deseo.

Sí, por eso estaba cabreado, ¡no era tan difícil de entender! Y ella debía de suponer que Gaspard tenía razón porque cuando se ponía en ese modo racional, a veces hasta podía comprender la lógica, y ¿acaso Gaspard no la tenía? ¡Extraordinario, por supuesto, con el caos mental del que siempre hacía gala! Pero, de todas maneras, Gaspard suponía que los remordimientos no eran los sentimientos mayoritarios de Eloise, y mucho menos provocados por él; todo lo seguro que hubiera podido estar hacía no demasiado de que a ella le importaba él, y lo había estado, se había anulado con su manera de irse, así que Gaspard creía que se trataba de Leto, nada más que de ella.

¿Podía culparla por ello? Bueno, podía hacerlo por muchas cosas, pero no por la rata, a la que él había protegido durante varios días aunque más de una vez hubiera sentido deseos de pisarla y de regodearse en sus huesecillos aplastados. ¡Era muy molesta a veces, demonios! De todas maneras, ¿qué más se podía esperar de Gaspard? Hasta cuando parecía apreciar a alguien, seguía careciendo de las herramientas básicas para desarrollar cualquier tipo de lazo con esa persona, o ser si se estaba pensando en la ratita nada presumida que tenía al lado, así que seguiría siendo burdo y hostil, como siempre. Como con cualquiera, y Eloise era una cualquiera: ¡por algo la había llamado fulana!

Así pues, sus argumentos no le servían lo más mínimo, ni tampoco lo harían demasiado mientras siguiera sin responder a sus preguntas, porque las tenía, vaya que si lo hacía. Por mucho que la protuberancia se hubiera ido de su nuca (gracias a ello, el asco residual que Gaspard sentía por ella se había esfumado en su mayor parte; seguía estando el pequeño detalle de que, como ser más o menos vivo, le daría cierto reparo siempre, pero ¡era una buena noticia! Para ella), la situación olía muy mal, no literalmente porque el vino seguía invadiendo las fosas nasales del vulgar de Grailly, suavizando su humor un tanto.

Al final, iba a resultar que tranquilizarlo era más sencillo de lo que le parecía a ella: simplemente era necesario un poco de vino, de calidad eso sí, y su humor se agriaría un poco menos, a menos claro que el vino fuera vinagre porque estaba echado a perder, pero, en ese caso concreto, ¿alguien lo culparía por la acidez de su carácter...? Pese a ello, la ofensa seguía estando demasiado fresca en sus pensamientos, y las omisiones de Eloise eran demasiado insultantes para lo que él creía merecer, que tampoco era tanto porque, recordémoslo una vez más, Gaspard no era nada egocéntrico

Orgulloso sí que era, no cabía ninguna duda, y de hecho todo aquello venía de su orgullo herido, para que no queden dudas acerca de un elemento tan básico del carácter del, por otro lado demasiado complejo, aquitano, resurreccionista y cazador, siempre armado aunque hubiera decidido mantener la plata alejada por el momento. ¡Todo un detalle por su parte! Si tan sólo Eloise fuera capaz de leerlo y de ver que Gaspard no la iba a herir demasiado, tal vez la cosa mejoraría, pero se había ido a topar con una persona tan obtusa que dolía, y eso no ayudaba del todo a la situación. Ugh, qué complejidad, cuántos matices; la socialización era agotadora, ¡quién le mandaría a él haberse metido en las Catacumbas aquel día...! Ojalá tuviera una respuesta a eso.

– Por protegerme, sigues con la misma excusa de entonces. Bien, pongamos que, por un momento, te creo, lo que nos llevaría a la siguiente fase del razonamiento: ¿qué ha sido de él? Te lo has quitado de la cabeza, pero ¿es ahora un ser sin cuerpo, que va flotando a tu alrededor? Perdona, ¿eh?, es que aquí uno es un poco ignorante en magia, y al parecer en todo, y no puede verlo, ¡y no me lo dices! – espetó, con un gruñido bajo que transformó en palabras como pudo y que hizo que su francés sonara aún más rudo que de costumbre, que no era poco dada su maldita vulgaridad autoimpuesta.

– El problema es que no te creo, Eloise. He visto que te lo has quitado, pero estás callada como una fulana debería estarlo, así que eso significa que no te has librado de él. ¿Quieres que haga mi suposición? Quieras o no lo voy a hacer, porque en mí sólo mando yo y mis decisiones las tomo yo, no tú, aunque te moleste que así sea y quieras elegir por mí. – recriminó, y, aunque dejó de tocar a Leto, ella seguía en medio, así que tuvo que esquivarla para acercarse a Eloise y poder tocarla, sin el más mínimo erotismo porque su molestia volvía a inflamarse, despacio pero inexorablemente. Sobre todo porque la tocó en la nuca, ahora lisa, donde había estado la protuberancia; demasiados recuerdos asociados a ese lugar para que tuviera la más mínima intención erótica.

– Te libraste de él, pero ese espíritu, o lo que fuera, encontró otro cuerpo. Además, si hay magia implicada, seguro que hay algún tipo de maldición que impide que os despeguéis, no me preguntes cómo pero estoy seguro de que es así y... – se interrumpió, echó un vistazo a la expresión de Eloise y hasta él, malo leyendo emociones ajenas, vio que tenía razón, lo cual le hizo bufar, amargo. – Y tengo razón, claro. Para no saber de magia, tu limitadito humano, a quien querías defender de la magia, se va a ver afectado por algún tipo, quiera o no. Te ha salido genial, ¿eh, Eloise? Así que habla, ¡habla! Dime qué mierda hiciste o te juro que no respondo. – amenazó, soltándola y fiero como sólo él sabía: inestablemente.
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Mensaje por Átropos Jue Ago 31, 2017 2:08 am

¿Por qué tuvo que haber coincidido con ese humano desde antes? ¡¿Por qué?! Habría sido mejor para ella estar sin soportar a Gaspard de Grailly, ¿verdad? ¡No! Obvio que no, porque de no haber sido por él, seguiría en las Catacumbas, desconociendo todo sobre su pasado, siendo una insana mental, cegada por... quien sabe qué cosas. Y esas eran razones de peso que ella, desde luego, entendía bastante bien, para sorpresa de muchos, hasta para el mismo cazador. Quizá, a su manera, estaba agradecida con él, pero con su tosca actitud, no sabía realmente cómo diablos interpretar todo. Pero no sólo eso, por alguna razón desconocida para alguien con cero inteligencia emocional, había desarrollado algo más por ese. Un poco más de aprecio, si se le llevaba por el camino de la lógica; algo que no comprendería por completo.

Eloise tenía tantas preguntas como Gaspard, de eso no existía la menor duda. Aunque las suyas iban por otro lado, más ligadas a su terquedad, porque seguía sin entender la molestia y hostilidad de él. Bueno, sí lo comprendía un poco, pero por mucho que intentara explicarle las cosas, no habría manera de hacerlo entrar en razón; estaba tan enfadado como cuando ella lo acusó con los inquisidores. Aun así, esta vez era mucho peor. ¡Maldita sea! Estaba tan confundida, como cuando Helga falleció y la dejó sola... Casi se podía comparar su estado mental con el de esa ocasión. Y Leto, tan suspicaz, lo notó. Por supuesto, la rata supo que eso no era una buena señal, y de haber podido hablar, le habría gritado a Gaspard que parara. Sólo que él era más veloz y seguía enfrascado en su estado de indignación.

Sí, la mente de Eloise se iba convirtiendo en un caos, y eso mismo iba transformando toda esa rabia en rencor... hacia Gaspard. Sin embargo, había algo que impedía que aquel sentimiento se hiciera con el control absoluto. Claro, era la culpa, porque ella le falló, después de todo lo que le dijo, hizo exactamente lo contrario. Tenía sus razones, y a pesar de que su humano no las comprendiera del todo, no era justo para él. Y no necesitó leer su mente para darse cuenta; aún así, se hallaba tan corrompida por la inestabilidad de sus emociones, que no iba a ser tan sencillo que reaccionara.

¡Bien! No le quedaba más alternativa que contarle todo con detalles; de soltarle la verdad. Aunque, presentía, que eso lo iba a enfadar más. Leto apenas se movió, y claramente en su mirada empezaba a reflejarse temor, y no porque él intentara lastimar físicamente a Eloise, sino porque no quería que Átropos regresara de nuevo. Le gustaba más su, lo que fuera Eloise para ella, de ahora; le agradaba más así. Sin embargo, su esfuerzo fue inútil, porque ya Gaspard estaba tocándole la moral a la vampira. Y ella, como buena rata, se llevó una mano a la cara y negó, como quien se resignaba a conseguir el entendimiento de un testarudo. ¡No tenía más opción! Así que fue a sentarse a una barrica, y sólo saldría al ataque cuando viera algún atisbo de Átropos muy cerca. De momento parecía que Eloise seguía luchando con su propio caos.

—¡No es ninguna maldita excusa! —gruñó, obligándose a contener su propia indignación, aunque terminó lastimándose con el filo de las uñas, debido a la fuerza que hizo al empuñar las manos—. ¿Qué habrías hecho si te atacaba? No es tan estúpido. Ya casi te manda al otro lado una vez, ¿acaso lo olvidaste? —murmuró, retrocediendo un par de pasos, con la mirada clavada en el suelo—. Esto no era decisión tuya, ¡era mía! Ya se había hecho con el control una vez, ¿y si hubiera sido para siempre? ¡Estarías muerto, estúpido! Te quiso matar desde que apareciste por primera vez en las Catacumbas...

Tal parecía que razonaba más con la nada que con Gaspard. Ya no le importaba si él decidía creerle, atacarla, largarse... porque se encerró en sus propios conflictos. Incluso adoptó una postura conforme a su estado psicológico: se abrazó a sí misma, postrándose en el suelo, hundiendo los dedos en sus costados, mientras recordaba todas las veces que Helga la consolaba cuando tenía pesadillas. Y como vino aquel recuerdo, se fue, porque lo apartó con ira.

—Eres un mentiroso, como ella... ¡Todos son unos mentirosos! —exclamó, aún sumergida en su propio conflicto mental. Pero antes de que continuara quejándose, Leto prácticamente se lanzó sobre ella y la abrazó, porque ella nunca le haría algo así—. Sí, se apoderó de otro cuerpo. Sí, lo he liberado con magia. Sí, también te verás afectado... sólo si te acercas a mí. Pero la única perjudicada soy yo. Porque sí, ¡maldita sea! Estuve a punto de matarlo... ¿Y sabes qué hizo? ¡Se defendió con los pútridos hechizos que eran de Helga! ¡Y ella ya no está! Pero tú qué vas a saber, si sólo piensas en tu maldito orgullo herido y en que eres el único perjudicado. ¡A mí que me parta un rayo! ¿Verdad?

Y Leto le cubrió la boca con la mano, haciéndole señas para que se callara, ya no quería seguir escuchando esas cosas. No, en realidad no quería que Eloise le siguiera echando más leña al fuego, porque sólo conseguiría lastimarse más, aunque la vampira no lo viera de ese modo, ya que su propia ofuscación no le dejaría hacerlo. Sin embargo, temía, y hablando en serio, por cómo fuera a reaccionar Gaspard en ese momento. ¡Los dos le daban dolores dde cabeza!

—No hagas eso —reprendió a la rata, pero, por un milagro, el gesto de la cambiante había logrado calmarla un poco—. ¿Ahora qué harás? ¿Largarte? Pues, ¡bien! Adiós, mentiroso y egoísta de Grailly. ¡Largo! ¡Vete lejos! Nadie te necesita... nadie, nadie.

Pudo haber continuado de no ser porque Leto le volvió a cubrir la boca, ya molesta porque su Eloise era un poco... estúpida.



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Mensaje por Invitado Lun Sep 04, 2017 6:13 am

Si era sincero, ganas de marcharse no le faltaban, en absoluto, pero no hizo ni un solo movimiento para largarse de allí, una aclaración necesaria teniendo en cuenta que, como hiperactivo que era, Gaspard era físicamente incapaz de dejar de moverse, aunque lo hiciera de forma inconsciente o espasmódica o incluso con tics nerviosos. Desde luego, nervioso parecía, pero no lo estaba; alterado, ¡por supuesto!, esa sí era una buena palabra, pero ¿muerto de nervios? No, para nada. En ese sentido sí que sentía tranquilidad, aunque la palabra le fuera tan extraña y tan ajena como... eh... ¿una vida de sobriedad?

Dios santo, ¿alguien puede imaginarse a Gaspard de Grailly abstemio! El pensamiento casi hizo que se riera, y de hecho incluso esbozó una pequeña sonrisa torcida que tenía de poco a nada que ver con la situación y con las acusaciones de la vampiresa, con lo cual probablemente la enfadaría. Como si le importara, ¡incluso lo deseaba! Que probara un poco de su propia medicina, ¿eh?, que se molestara como él lo estaba por haber sido obligado a tomar una decisión en la que él no había tenido nada que ver. ¿Cómo se sentía eso, eh, cómo! Como dulce venganza, en su opinión; no tan dulce como algunos vinos, pero ¿qué era tan dulce como sus caldos preferidos...?

No, nada era más ajeno a Gaspard que la idea de no beber vino nunca más, e incluso se habían reencontrado en una bodega, por si no fuera suficiente recordatorio de lo Gaspardiana que era toda la situación en la que él, el protagonista, continuaba sintiéndose agraviado. Y, para desgracia de Eloise, ni siquiera la experiencia sobrada y amplia que tenía el aquitano bebiendo, que lo convertía en alguien particularmente difícil de emborrachar, le facilitaba la comprensión y la empatía hacia ella, mucho menos cuando tenía razón y los dos lo sabían. Casi, casi parecía cuestión de egocentrismo, pero no, había más orgullo herido que otra cosa, y hasta la ratita nada presumida era consciente.

Ella estaba haciendo mucho por los dos y por que no se mataran, lo cual estaba bien porque Gaspard ya lo había intentado en su día y sabía que se agotaría si lo probaba de nuevo, aparte de que le tenía cierta estima. Sin embargo, Leto sola no era suficiente para que a los dos se les pasara la tensión, que, por otro lado, siempre había estado ahí; se necesitaba que los dos dieran un paso adelante en esa dirección, para lo cual Eloise debía calmarse y Gaspard... Gaspard debía comprender. Y no, no como lo hacía, a un nivel racional al que por supuesto llegaba porque era inteligente, sino a un nivel emocional en el que Gaspard de Grailly no brillaba tanto.

No nos llevemos a engaño: si Gaspard no se centraba en las cosas sentimentales era por falta de ganas, no de capacidad, y así había sido desde siempre, desde que era un niño, pecoso y de ojos igual de verdes que en el presente, obligado a tratar con hermanos que no le caían bien y a los que ni comprendía. La gente, en general, le caía mal, y hasta los que le caían medio bien también le caían bastante mal, como sus compinches maleantes de cuando se había ido de casa; incluso Eloise, a la que podía más o menos admitir que apreciaba, le caía bastante mal la mayor parte del rato, así que así de complicado lo tenía el aquitano para, en fin, desarrollarse en su vida y esas cosas.

Sin embargo, para ser fieles a la verdad, hubo algo que hizo que Gaspard cambiara ligeramente de idea y decidiera ser un poquito menos rígido: Eloise admitió que él tenía razón y el triunfo, con su sabor a pura gloria, lo hizo sonreír de nuevo, ajeno al odio que salía por los labios de Eloise e incluso a los intentos fútiles de Leto por calmarla y que se tranquilizara. Ninguna de ellas estaba dentro de la mente del aquitano, ninguna supo el efecto que tuvo la constatación de algo que él intuía porque era lógico, y aunque comprendía que lo de que usara los hechizos de Helga en contra de Eloise era, objetivamente, malo, se había centrado en lo bueno, que era el triunfo, de forma casi incomprensible y absolutamente sorprendente. Así debió de serlo para ellas, al menos.

– No, tienes razón, nadie me necesita. ¿Y qué? Me necesito yo a mí mismo y da la casualidad de que estamos en un barrio de bodegas, así que no pienso largarme. – respondió, hostil porque así era como solía ser, histriónico en sus movimientos porque al no parar quieto corría el riesgo de parecer el maldito caos que vivía en sus pensamientos, pero sin atacarlas en exceso, a ninguna de las dos, lo cual era una novedad en el caso de Eloise. Tanto las sorprendió que ambas lo miraron, como si no se creyeran lo que acababa de pasar, y Gaspard, por su parte, retrocedió hasta la cuba, la abrió y llenó una bota de ese vino para seguir bebiendo, como el adicto al jugo de uva que era.

– Si me hubiera atacado, me habría defendido, y lo sabes. No dejo que nadie me ataque y se vaya de rositas, y mucho menos alguien que lleva tu maldita sangre, fulana. – añadió, quitándose con el meñique una gota de vino, semejante en demasía a la sangre que correría, con seguridad, si seguía discutiendo con Eloise, de su barbilla, en la que una cicatriz campaba a sus anchas, a través incluso de su barba. – Así que llámame egoísta, sí, todo lo que quieras, lo soy. ¡Y tanto que lo soy! Pero no me llames mentiroso porque a ti, precisamente a ti, no te he mentido. – exigió, jugando con su bota de vino, aunque terminó bebiendo más, demasiado sobrio para lo que estaba a punto de hacer a continuación.

– Bien, vale, es inútil discutir esta mierda. Ya está hecho, ya está fuera, ya te ha hechizado. Y como todavía no te ha partido un rayo y sigues olvidándote de que gracias a mí pudimos contener a tu homúnculo una vez, pasemos a otra cosa. – recordó, sin desaprovechar la oportunidad de meter el dedo un poco más en la herida y girarlo para que doliera, aunque al final fue un aquitano bueno y lo sacó, figuradamente, al contrario que el vino, que seguía entrando ocasionalmente en su organismo. Y aún seguía sin estar lo suficientemente borracho... En fin, tendría que aguantarse y tragar, pero no lo que le gustaba, sino su orgullo, que ya habíamos acordado que era considerable. – ¿Cómo puedo ayudar? – terminó por preguntar.
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Mensaje por Átropos Miér Sep 13, 2017 1:07 am

Eloise estaba muy hundida en su propia rabia, terquedad... en ese abismo en el que prefería odiar a Gaspard, que aceptar que lo apreciaba su manera, y por más que Leto hiciera sus esfuerzos para traerla de vuelta a la realidad, fue realmente difícil. Lo que sucedía es que, no conforme con sentir recelos hacia su humano, también recordaba a Helga, y todo era un caos mucho peor. Ambas cosas la dejaban más inestable de lo que ya era, y por más que intentara sosegarse, no podía, aunque tampoco pensaba en atacarlo, por muy molesta que estuviera con él; por más que él sí hizo sus intentos en descargar su molestia con ella. Pero, ¿por qué? ¿Qué le había hecho? Tanta indignación, ¿por quererlo proteger? Bueno no, fue por mentirle, por haberse largado así nada más, aun así, para Eloise no era tan sencillo aceptarlo de manera más lógica. ¡Y menos cuando le había dado un ataque de quién sabe qué demonios! Culpa, rencor, ¿o qué?

¡Y más de eso le daba al verlo sonreír de esa manera! Es que aquel gesto le revolvió por mucho el humor, casi que Átropos se escapaba de sus laberintos mentales para voltearle la cara de una bofetada, o dejarlo seco de un mordisco, o... ¡Nada de eso! No iba a lastimar a Gaspard, por mucha rabia que le hiciera sentir en ese instante, no se sentía capaz de hacerle algún daño, ¡así de considerada seguía siendo con él! Y Leto, más que nadie, lo sabía. Incluso, al estar abrazada a Eloise, hizo que la vampira le regresara el gesto, apoyándose en la ratita para intentar calmarse. ¡Pero miren nada más! La loca no lo parecía tanto, aunque su empatía funcionara de una manera extraña, y mucho mejor que la de Gaspard, eso sí que era más que evidente.

Sin embargo, no fue suficiente para que ella dejara de recordar y de sentirse menos. Es como si de un momento a otro todo en su mente se hubiera complicado, y las palabras de Gaspard no estaban ayudando mucho. En realidad, no ayudaban nada, ¡nada! Pero, ¿qué más daba? Eloise se llevaba gran parte de la culpa por haberle replicado del modo en que lo hizo, por eso no se movió, sino que se aferró más a Leto, aún con el rencor quemándole lentamente por dentro. Ya está, lo que tenía que hacer era dejar a un lado a Gaspard, para siempre... así evitaba que el otro estúpido fastidiara, mientras hallaba la manera de poder contactar con el espíritu de Helga. ¡Sí! Eso era, ¿cómo no se le había ocurrido antes?

Así fue como la mente de Eloise omitió por completo a Gaspard de Grailly, para centrarse en nuevas, y posibles, soluciones a su problema. Obvio, no la tenía fácil, sin embargo, podría intentarlo, de alguna manera podría; además, contaba con una ratita demasiado astuta para su apariencia, así que fue suficiente para animarse un poquito más, aunque lo de Helga seguía dándole cierto resquemor, no lo negaba. Pero fueron de nuevo las acciones de su humano las que hicieron que se regresara al mundo real. ¿No se había marchado? Por un momento creyó que lo haría. En fin, que si no se largaba él, lo haría ella y...

¡Eso sí que la sorprendió! Hasta Leto no se lo podía creer. Y no, no era lo de que según podía defenderse, sino lo otro. Ni siquiera lo de admitir que era un egoísta tampoco fue una novedad. Para Eloise, entender a Gaspard, resultaba una odisea; ni siquiera se podía entender a sí misma, ¡muchísimo menos a él! Es que... ¡y pese a todo lo que ella había hecho!, quiso ofrecer su ayuda, así nada más. Aquello fue suficiente para silenciarla, y la ratita fue la primera en darse cuenta.

—Pero, ¿qué estás diciendo? —replicó finalmente, optando por mirarlo esta vez—. No puedes simplemente decir una cosa y luego eso. ¡No! Espera... ya no importa —reconoció, al recordar que estaba tratando con un completo caos de persona—. Gaspard, eres un estúpido.

¡Brillante comentario, Eloise! Vale, eso sólo fue algo que se le escapó al azar, pero al menos demostraba que parte de su rabia se había esfumado. Así que se puso de pie, para sorpresa de Leto, y por supuesto, de Gaspard, a quien se le acercó, aún arriesgándose a que intentara atacarla, aunque, algo muy dentro suyo le hizo saber que no lo haría. Lo supo sin necesidad de usar sus habilidades vampíricas, porque ya no las consideraba necesarias contra él.

—Atacarlo a él, es como atacarme a mí. Sé que te hubieras defendido, claro que sí, pero no ibas a esperarte esto —anunció, antes de descubrirse uno de los antebrazos, mostrando una herida que apenas empezaba a cicatrizar—. Es plata. Y no, no me la hizo directamente a mí, intentó lacerarse su propia piel, y éste fue el resultado, Gaspard. —Guardó silencio por un momento, mientras le miraba fijamente—. Es un hechizo de defensa muy sucio. La única que sabe deshacerlo es Helga. En realidad, es ella quien se lleva todos los méritos de la magia, ¡y está muerta! Tenías razón, este plan fue un desastre desde antes. Aun así me gustaría saber algo... ¿Lo hubieras atacado de igual manera?

Uh, y hasta ahora se daba por enterada. Estaba hecha toda una brillante filósofa, con todas esas conclusiones a las que había llegado ella solita sin... ¡Tonterías! Fue completa y absolutamente estúpido de su parte, por su falta de paciencia, por hacer las cosas de las buenas a las primeras; por creer que se las sabía todas más una, ¡y ahora se había puesto la soga al cuello! Eh, sólo un poquito, nada más, para que no se creyeran que era tan descuidada. El diario de Helga lo había dejado muy escondido en las Catacumbas, porque se las conocía mejor que nadie en toda aquella pútrida ciudad.

—¿Conoces a alguien que pueda contactar con los espíritus de los muertos? O al menos algún hechicero bien adiestrado... Creo que es la mejor solución que puedo encontrar, por ahora —respondió, extendiendo la mano para limpiar el vino que se deslizaba por la barbilla de Gaspard—. ¿De verdad quieres ayudar? ¿Eso quieres? Yo no quería regresar así, iba a hacerlo cuando hubiera solucionado esto. ¿Por qué pensaste que no lo haría?



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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 10:32 am

¿Qué demonios acababa de decir? No era ni estúpido ni amnésico, recordaba perfectamente lo que había salido de su boca, que por suerte no había sido vino, porque eso sí que no se lo habría perdonado si lo derramaba y... ¿de qué hablaba? Ah, sí, de que él, Gaspard de Grailly, antisocial reconocido y verificado, que todo el mundo a quien conocía terminaba por reconocer como tal, se había ofrecido a ayudar a una vampiresa desquiciada que sólo a veces hacía cosas con sentido. ¡Y pocas veces, de hecho, ni siquiera muchas! Así se lo demostró cuando, aún y todo, se acercó a él para enseñarle la herida, una que él desechó rápidamente, sobre todo al tenerla cerca.

– Tal vez. Tal vez no. ¿Y yo qué sé? Sin saberlo... – aventuró, encogiéndose de hombros, y se olvidó de todo excepto de su rabia un momento, aunque a continuación respiró hondo, cerró los ojos y se obligó a centrarse y a decir la verdad. ¡Cómo le estaba costando hacerlo, demonios! Y no tanto por tratarse de la verdad, que también, sino por el solo hecho de hablar, que de por sí era algo que el aquitano detestaba. – No, no lo habría hecho. Si me hubiera atacado él, sí, me habría defendido. Sabiendo que está ligado a ti... No. – respondió, al final, después de pensárselo.

Bien, después de tantas cosas que había dicho, el aquitano no tenía la menor intención de seguir hablando mucho rato a continuación, pero eso no significaba que no pudiera usar la boca para otras cosas, ¿no? Al menos, esa fue la excusa que se puso a sí mismo para justificar que la agarrara y la besara, negándole la respuesta que ella quería obtener y siguiendo lo que Eloise había iniciado al limpiarle el vino de la barbilla. Aquel, el gesto menos erótico que había podido ocurrírsele a la vampiresa, se había convertido en algo que lo había alentado a acercarse, pero del mismo modo que lo había hecho (sorpresivo, cuando menos), se alejó, con la vista en Leto y una media sonrisa.

La cambiante los miraba escandalizada, e incluso había soltado un chillido al acercarse Gaspard a su... su lo que fuera vampírica, no se iba a meter en qué significaba Eloise para ella cuando sus problemas tenía, de por sí, con la familia, un concepto que le era tan abstracto como ajeno. Aun así, le hizo cierta gracia, sobre todo porque, aunque la rata sabía que ellos tenían algo tan raro como, a veces, pasional, seguía siendo una niña, y se escandalizaba con ciertos temas que a él le daban bastante igual. Como para no, por otro lado, dadas las cosas raras que, hasta la vampiresa, y pese a ella, habían servido para ponerlo a tono.

En cualquier caso, Gaspard hizo algo parecido a respetarla al meterse las manos al bolsillo y quedarse apartado, en su propio espacio personal, sin meterse en el de nadie (como solía preferir) y simplemente reflexionando sobre lo que ella le había preguntado. A buen sitio había ido a parar, por otro lado... Mira que preguntarle a él, ¡a él!, que huía de las personas y se dedicaba a recoger y recopilar cadáveres de muertos para poder sobrevivir (con toda la ironía que eso traía consigo, por cierto), si conocía a alguien. ¡Sí que tenía que estar desesperada!

Pero era evidente que así era, hasta si no le hubiera enseñado la herida lo habría notado, ya que, vale, era un hecho que a veces no se conocía ni a sí mismo (qué podía decir, ser un impaciente y un hiperactivo constante se prestaba a darse sorpresas hasta a quien vivía dentro de la cabeza en cuestión), pero a ella había aprendido a conocerla por la fuerza, y distinguía razonablemente bien a Átropos y a Eloise. Lo último que había sabido de ella era que seguía siendo la princesa sin trono de la que se había despedido, y sin embargo cuando se habían visto la había visto demasiado cerca de la loca de las Catacumbas, de modo que sí, estaba alterada, y no poco además.

– No conozco a nadie. Conozco sólo a los muertos, pero los cadáveres no se comunican con nadie, así que no te sirve de mucho. Y no me relaciono con demasiados, así que no te sé decir. – admitió, sacando la mano del bolsillo simplemente para rascarse la nuca, como dando, sin pretenderlo del todo, fuerza al argumento de su ignorancia, otra verdad como las que al parecer no dejaba de decirles ni a Eloise ni a su maldita rata, de la que él había cuidado a saber por qué. Bueno, en realidad lo sabía: no le había costado demasiado esfuerzo tomar bajo su ala a alguien que se valía por sí misma y con quien sólo había que tener cierto cuidado de que no la pisaran, así que...

– ¿Y yo qué sé, Eloise? ¿Para qué ibas a volver? – respondió, pero no dolido, sino tranquilo, alzando una ceja incluso, con cierta duda sincera en el rostro. – Tenías una excusa para librarte de mí inmejorable, y después de todas las veces que nos hemos encontrado, tengo los mismos motivos para creer que quieres olvidarte de quién soy que para creer que te interesa hasta conocerme más. Supongo que opté por la segunda, quizá tienes razón y soy estúpido. – añadió, poniendo los ojos en blanco, y a continuación la miró de nuevo, con su habitualmente expresivo rostro sin mostrar nada, ni un ápice de lo que podía estar pensando.

– Antes de encontrar a alguien que hable con los muertos, ¿no necesitas encontrar el cuerpo de Helga? De magia sé lo justo, pero imagino que el cuerpo tendrá algo que ver, ¿no? – propuso, mordiéndose la yema del pulgar en cuanto terminó de hablar y con el codo de ese brazo apoyado en la mano del otro, que a su vez se encontraba sobre su pecho, confortablemente apoyada. – Si no, otra opción son los herederos de Helga, tal vez los haya y sepan algo. Es una posibilidad remota, pero no tienes nada que perder por investigar por ahí. – propuso, encogiéndose de hombros.
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Mensaje por Átropos Sáb Sep 30, 2017 4:43 pm

Por un instante quiso creer que todo aquello era producto de algún sueño, animado por deseos irreconocibles en lo más profundo de su psiquis; de todas esas experiencias que escapaban de las tinieblas de su pasado. Recuerdos que quiso borrar a través de una locura inventada debido a sus propios traumas. Se había convertido en un personaje grotesco, comparándose a sí misma con la muerte, creyendo que todos esos cadáveres en las Catacumbas pertenecían a un séquito asqueroso, inimaginable para los que habitaban en la ciudad corriente que se erigía sobre sus supuestos dominios. Pero sus dos siglos de no-vida se vieron amenazados por la única presencia de alguien irreverente, demasiado osado para continuar aguantando, a su modo, a una vampira inestable, que apenas mostraba períodos de lucidez, tan poco creíbles, que a cualquiera le hubiera sorprendido sino conociera su historia real.

Eloise empezaba a considerar que ese encuentro sólo era una creación más de su pútrida imaginación; quizá se había hecho la idea de que, debido a sus tormentos, inventó a una Leto, y también a un Gaspard de Grailly. No podía concebirlo de otra manera, pero una voz aguda y molesta, que no era la del homúnculo, le refutaba lo contrario. Aquello era muy real, tanto como el hecho de que se había librado del desastre de su nuca, y ahora podría considerarse libre, a pesar de que una parte del plan no había salido tan bien, como supuso desde un principio. La idea fue tan dolorosa, que terminó optando por centrarse en la realidad, aunque le siguiera perforando cada centímetro de su propia cordura. Y no se trataba por la supuesta mentira que se había hecho Gaspard en su cabeza, sino por reconocer que Helga, a quien había apreciado tanto como a una madre, la engañó. Creó una vida falsa, que ahora le causaba un profundo resentimiento. Por eso prefirió habitar en el submundo de París, ignorando esa verdad que, más tarde que temprano, terminó golpeándola.

Gaspard de Grailly estaba ahí para recordárselo, para hacerle ver que era muy real; incluso para convercerla con sus palabras, y aquella cercanía que había extrañado días anteriores, debía reconocer. Sin embargo, tuvo que sacrificar alguna cosa por otra, como tener que dejar a su humano para deshacerse de la molesta deformidad que llevaba desquiciándola desde su nacimiento, con la que Helga, y Luisa, tenían mucho que ver... ¿Y para qué lacerarse más con esa idea? Lo hecho, hecho estaba. Ahora sólo debía encontrar alguna solución al error que había cometido. Pero temía que Gaspard y Leto se vieran arrastrados por aquel desastre, aunque ambos se mostraban dispuestos a involucrarse sin siquiera preguntarle.

Ya a esas alturas, ¿qué más podía hacer? Era absurdo seguir nadando contra la corriente. Su aparente estado de lucidez se lo hizo entender de manera sorprendente, incluso para ella misma, sobre todo por haber estado tan cerca de la demencial Átropos de antaño. Hasta se atrevió a sostener la mano de Gaspard, como para asegurarse que aún se encontraba ahí, o quizá para creer... ¿qué cosa? Su mente daba demasiadas vueltas, y sólo así parecía interesarse por mantener una coherencia en lo que escuchaba, a pesar del silencio incómodo que se había hecho. Y Leto, que ya la conocía bastante bien, pareció tranqulizarse un poco, especialmente al notar que el humano de Grailly ya no iba a atacar más a su protectora, y ella ya se encontraba más equilibrada mentalmente. Así que optó por sentarse en una barrica, sin descuidar la escena, sabiendo que harían alguna cosa que le obligaría a cubrirse los ojos... Pero así eran esos dos seres demasiado irreverentes para esa ciudad.

—Querías que me despidiera esa noche, te aseguré que no, pero no me refería a que me quedaría en ese momento, porque primero debía hacerme cargo de ese gusano... Quizá no entiendas mis razones, y sé que cometí un error terrible, no hace falta que me lo restriegues en la cara, Gaspard —respondió finalmente, luego de una larga pausa, que aprovechaba para acomodar sus ideas—. Conocerte más es una buena razón... no sabría exactamente explicar mis razones para haberte prometido eso —admitió—, supongo porque me importas. Por eso Leto te buscó. No eres tú el que tiene que ser protegido...

Presionó más la mano de Gaspard, pero midiendo su fuerza para no lastimarlo. Fue un impulso que acompañó a sus palabras, y a lo que, se supone, sentía en ese momento. Además, el simple hecho de hallar el cadáver de Helga le removió dudas, y también cosas que había descubierto en la antigua mansión en donde pasó gran parte de su vida. Helga y Luisa empezaban a convertirse en un misterio, y el sentimiento se hizo mucho más fuerte, luego de recordar a ese otro vampiro que, al igual que ella, conservaba cierto recelo hacia Helga. ¿Y por qué demonios se acordaba de ese?

—No lo sé —replicó, y no mostraba dudas hacia la idea de hacerlo, sino por no saber exactamente si el cadáver de aquella mujer estaba en donde se supone creía—. Helga no tenía hijos, ni familia... Vivió conmigo hasta que murió, y no recuerdo que nadie haya reclamado su cadáver. Pero luego de que estuve indagando más en las cosas que dejó al morir, tengo dudas. No sé quién fue en realidad, y me da mucha rabia saber que me mintió durante todos esos años. ¡Luisa y ella lo hicieron! Por eso quiero contactar a su espíritu, porque necesito saber toda la verdad. Y también había otro vampiro que la buscaba, y no se veía muy contento... Eso una mala señal, lo sé.

Haber dejado escapar todo eso le pareció lo más amargo que había experimentado, más que cuando dejó a su humano esa otra noche... Ahora Eloise sí que había regresado por completo, hallándose demasiado confundida con todo lo que empezaba a recordar y a experimentar. Incluso terminó abalanzándose sobre Gaspard, pero no de una forma violenta, en lo absoluto. Su gesto fue más sorprendente que un ataque, porque Eloise lo abrazó. Ni siquiera Leto se esperó semejante acción, hasta se quedó boquiabierta.

—Aunque hice mal, no te vayas ahora. Si lo haces, temo que regresaré a las Catacumbas, y sí eso ocurre, no podré enterarme de nada... y estaré como antes. No quiero volver a eso... —había reconocido, dejando a un lado ese sempiterno orgullo de siempre—. Puedes pensar que soy una estúpida, y estás en todo tu derecho de hacerlo, pero ahora te necesito.



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Mensaje por Invitado Vie Oct 06, 2017 10:05 am

Todos los que lo conocían podían estar de acuerdo en una cosa: fuera más o menos insoportable (preferimos dejar esa cuestión al gusto de cada consumidor y no entrar en debates absurdos, ¡muchas gracias!), Gaspard era un hombre, ante todo, condenadamente práctico, en más de un sentido además. Como no le gustaba la gente, evitaba en la medida de lo posible interactuar con los demás; como odiaba que le hablaran, se relacionaba casi siempre con muertos; como disfrutaba con las peleas, cazaba los sobrenaturales por los que le podían pagar y que le iban a hacer pasar un buen rato. ¿Ves? Práctico.

Y, sin embargo, allí estaba, haciendo un alarde de palabras muy extraño en él, y no sólo eso, sino que también se estaba regodeando en echarle en cara su error a Átropos, o Eloise, o como quiera que le apeteciera llamarla. Porque, sí, de acuerdo, práctico era, pero también podía ser una persona muy rencorosa, y ella le había herido en un momento en el que él había sido un tanto vulnerable, no demasiado porque el aquitano seguía siendo férreo por fuera y por dentro, pero sí más de lo habitual. Así que, claro, así había terminado, queriendo devolverle el golpe como pudiera, ¡y lo había conseguido!

Además, a diferencia de otros, que ante el reclamo por parte de la otra persona de que lo que hacía estaba mal, Gaspard no se sintió ni siquiera un poquito mal: en su opinión, ella se merecía que alguien, después de más de dos siglos sin tener que aguantarlo, le echara la bronca en algo. ¡Ya no era la maldita princesita que había sido, no, y mucho menos ante él! De todas maneras, ¿hasta qué punto lo había sido de verdad o no...? Teniendo en cuenta que recordaba tirando a poco de los detalles de su pasado (normal, intuía Gaspard, porque por buena memoria que se tuviera, cuanto más se vivía menos detalles se conservaban en la mente de uno), cualquiera lo sabría.

Sin embargo, algo le decía que estaba a punto de averiguarlo, y tenía dos opciones: la primera, su maldita intuición, que funcionaba a medio gas y parecía estropeada la mayor parte del tiempo; la segunda, que él mismo se había metido en aquel follón solito, sin ayuda de nadie. ¿Qué opción sería la ganadora, se preguntaba de Grailly...? ¡Bingo, la segunda! ¡Premio para el “intuitivo” Gaspard, sí señor! En fin, esa era una de las consecuencias de ser tan imprevisible, hasta para sí mismo, como lo era: sin tener muy claro por qué lo había hecho, había terminado por aceptar meterse en los problemas de Átropos y, claro, así había terminado.

Sólo que, por una vez, ese así era particularmente jugoso, ya que consistió en un abrazo por parte de ella que de abrazo, en realidad, tenía poco. Si alguien le preguntaba a él, en su opinión debería definirse como placaje, pero lo cierto era que Gaspard no estaba nada acostumbrado a recibir muestras de cariño tan... efusivas. O muestras de cariño, en general, de modo que sí, aunque en teoría sabía en qué consistía un abrazo, de ahí a recibirlos a menudo había un trecho, y por eso su reacción fue tensarse e, incómodamente, darle palmaditas en la espalda a Eloise, ante los ojos atónitos de una Leto que seguramente luchaba por no reírse. Maldita rata...

– Ya. Es un hecho que yo no necesito protección, aunque te empeñes en que es tu motivo para haber hecho todo lo que hiciste. ¿Sabes? Si dejo de echártelo en cara, corres el riesgo de que se te olvide, como lo de Luisa y Helga, así que no voy a parar pronto, asúmelo. – afirmó Gaspard, y casi pudo escuchar el sonido de la palma de la mano de la cambiante contra su frente por lo testarudo que podía ser el único humano de entre todos los presentes en el exterior de aquella bodega.

Tampoco había sido para tanto, en realidad, porque el tono del aquitano fue bastante monocorde y no particularmente hostil, pero quizá eso lo había hecho peor, ¿no? Quizá eso significaba que era una decisión ya tomada en la que Eloise no tenía mucho que decir ni que opinar, y que él se limitaría a hacerlo porque así le parecía y porque le parecía lo mejor. Quién sabía; a veces, ni él mismo se entendía, y aunque esa no era una de aquellas selectas ocasiones, no iba a aclarar nada al respecto porque estaba ocupado separándose de ese abrazo (placaje) al que ella lo había sometido y llevándose un nudillo a la boca para hincarle el diente y que el dolor ayudara a centrar sus caóticos pensamientos. Ah, muchísimo mejor, ¡dónde va a parar!

– Si otro vampiro la busca, ahí tienes tu pista: él seguro que sabe más que nosotros, o quizá sabe algo diferente, y por eso podemos aprovecharnos de su conocimiento. – propuso Gaspard, dándole vueltas a la cabeza mientras sus ojos, inquietos, paseaban de Eloise a su alrededor, negándose a centrarse en ningún detalle concreto porque una parte de él debía moverse, necesitaba hacerlo, y si el resto de su cuerpo no cooperaba, el papel le tocaría representarlo a sus ojos verdes. – Si no, habrá que investigarla a ella y buscar a un hechicero. ¿Sabes de algún lugar donde se encuentren crónicas de tu época? Si no de Helga, de Luisa sacaremos algo. La Inquisición seguramente sepa... Podría ayudarte. Te recuerdo que tengo un hermano dentro. – comentó, como al descuido.

No hubo, no obstante, nada de descuido en ese nuevo cuchillo que le había lanzado a la vampiresa: los dos recordaban más que bien que ella lo había arrojado a las garras de un hermano que ni recordaba ni conocía bien, así que había podido querer cualquier cosa del aquitano protagonista de nuestra historia. Una vez más, existía la acritud, pero Gaspard, aunque la estuviera convirtiendo en un tema de interés sólo por sacarla a la luz, no se estaba regodeando demasiado en ella, y esta vez sólo porque tenía otras cosas más interesantes en las que pensar. ¿Qué podía decir? Le gustaban los misterios...

– Eres estúpida, no se trata de que lo piense sino de la realidad. Pero a estas alturas debería quedarte claro que, si quisiera irme, me iría. No acepto órdenes de nadie, y mucho menos tuyas, aún menos de la criatura de las Catacumbas. Así que no, no voy a dejarte ser así otra vez. – añadió, y se sacó el nudillo de la boca cuando notó que empezaba a sangrar, lo cual sólo podía significar que necesitaba alguna otra forma de provocarse dolor para centrarse en sus razonamientos y no perder la atención, de por sí muy ligera. – ¿Quién es ese otro vampiro? – cuestionó, lo más lejos posible de sus intenciones de centrarse. Típico.
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Mensaje por Átropos Mar Oct 17, 2017 2:49 am

Estuvo a punto de dejarse abrazar, nuevamente, por ese caos mismo que la había conducido a las Catacumbas hacía un poco más de dos siglos atrás; ese mismo desastre mental que la había convertido en una criatura poco estable, con momentos escasos de lucidez, en los que odiaba recordar su pasado, y lo que era en realidad. Sin embargo, logró detener su propia ira a tiempo, aceptando incluso, para sorpresa de quienes habían aprendido a lidiar con su locura, que no quería regresar a ese lado oscuro en el que vivió tanto tiempo, y que, por mucho que le desgarrara el orgullo, deseaba saber toda la verdad que giraba en torno a la identidad de Helga, y hasta de su propia madre Luisa. ¿Por qué ahora le resultaba tan confusa la imagen de ambas cuando creía diferenciarlas perfectamente? ¡No podía quedarse con la maldita duda! Y menos en ese instante en que ya no lidiaba con la presencia tan molesta del gusano que ya tenía identidad (una robaba, por desgracia).

Átropos había quedado en un pasado distante, a pesar de que apenas llevaba unas semanas saltándose ese personaje, por miedo a perder una parte de sí misma que tanto le costó aceptar. Tenía razones de peso, eso se notaba. Hasta mostraba una desesperación tremenda, misma que Gaspard no pudo ignorar. Él, aunque siempre sería alguien con escasa inteligencia emocional, había adoptado una postura menos hostil, y hasta incómoda cuando ella, inesperadamente, lo abrazó. Obviamente, Eloise no pasó por alto la rigidez en el cuerpo de su humano, y cuando se separaron, se quedó extrañada por su actitud, más que por las palabras que escaparon de sus labios. ¿Por qué se ponía así? ¿Estuvo mal lo que hizo?

En vez de dispersar más las dudas que taladraban su cabeza en ese instante, todo parecía convertirse en una avalancha que amenazaba con arrastrarla de nuevo a las penumbras. Por supuesto, para quien se había acostumbrado a la loca de las Catacumbas, no reconocería a la vampira de ahora, aunque la única diferencia era, sin embargo, que se mostraba más lúcida y menos demente. No obstante, eso no significaba que no tuviera la mente hecha un desastre, porque eso, al parecer, no tenía arreglo. ¡No lo soportaba! Recordaba demasiado; se abrieron pasadizos que debieron permanecer cerrados siempre. ¡Y así estaban las cosas! Convertidas en un colapso emocional que empezaba a irritarla de nuevo. Lo que hizo que Leto se pusiera alerta, ante ese cambio brusco que a Eloise le costaba controlar por períodos de tiempo un tanto impredecibles.

—¿Por qué? ¿Por qué lo haces? —preguntó, con la mirada perdida. Parecía que empezaba a divagar de nuevo, pero hizo un enorme esfuerzo para que no llegara a tanto. ¡Ya le había afirmado que no iba a regresar a eso otra vez!—. Yo no lo olvidé... ¡No estuviera aquí de haberlo hecho! Sólo estoy confundida. Pero tú no entiendes, siempre fuiste práctico, no estabas, ni estás acostumbrado a nada de eso. Lo noté cuando te abracé. No siempre estuve tan loca, ¿sabes? No, a ti qué demonios te importa. Eres como un maldito dolor de cabeza, Gaspard.

Pero luego recordó el inicio de toda aquella disputa, incluso observó a Leto, la cambiante tenía la cabeza ladeada, como si quisiera decirle algo. Y lo entendió, claro que lo hizo. Si Gaspard había actuado con tanta rabia hacia ella, justo por lo que ella misma había hecho la última vez... ¡Resultaba que Eloise no era tan estúpida y solía ser un poco más intuitiva y empática que Gaspard de Grailly! Así que lo miró fijamente a los ojos, hasta redujo toda la posible distancia entre ambos.

—Aun así te molestó, ¿verdad? ¡Fuiste vulnerable conmigo y eso te enfadó! Significa entonces que no eres tan práctico siempre. No... Esa vez no lo fuiste. Ya céntrate de una maldita vez, ¿quieres? —Había aprendido a conocerlo un poco, por eso no le resultó una novedad que se mordiera el nudillo para evitar dispersarse—. Si tú no piensas irte, yo tampoco lo haré. Ya me importa poco lo que haga ese estúpido. Quiero quedarme, y esta vez es en serio.

Tan en serio como la sed que llevaba sintiendo desde hacía ya un par de horas, que pareció hacerse más severa al estar tan cerca del cuerpo de Gaspard. Le gustaba esa calidez, el sonido de su pulso; la sangre corriendo por sus venas... Sólo una gota bastaba. Si ella se había entregado a él, ¿por qué no podía ser al revés? Pero no, no se trataba de tomar su vida, sino de sentir un poco de su sangre uniéndose con la suya. ¿Estaba bien su postura sumisa? Esa que la obligaba a cerrar los ojos y a recorrer su pecho con las manos y... también a hincarle los colmillos, aunque lo hizo a través de un beso que distaba mucho de su reciente actitud, porque fue absolutamente pasional.

Y como a Leto le seguía dando vergüenza, se giró para no seguir contemplando esas escenas...

—Tu hermano podría hallar registros de Luisa de Lorena, era reina de Francia en ese entonces. Pero, no lo sé, hay cosas que creo que no están bien. Era una mujer reservada... no entiendo, debería recordarla y no sé por qué confundo su presencia con Helga —murmuró, segundos después de haber terminado sorpresivamente con el beso, aunque seguía igual de cerca de Gaspard, casi apegada a él—. Ese vampiro, creo que ya lo había visto antes, y no me refiero a esa noche, sino a antes, mucho antes. Él la conocía, estaba molesto. Se llevó un libro de ella, creo que era su diario, no en donde tenía sus hechizos, sino en donde escribía cosas de ella. El gusano lo quería, yo lo ignoré en ese momento. Creo que es mejor encontrar al hechicero. Y tu hermano lo es... ¿no es así? Te busca por tu trabajo, no porque quiera acabarte. Es diferente a tus demás familiares. ¿Quién mejor que él para echarte una mano aunque no quieras?



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Mensaje por Invitado Mar Oct 24, 2017 11:05 am

Pues sí, él era un hombre práctico, ¿y qué demonios había de malo en ello! Si no lo hubiera sido, habría dejado que la presión de su familia lo hubiera convertido en un temporero más, hasta portando un apellido que allá por Aquitania equivalía a riqueza y no a partirse la espalda para conseguir una vendimia decente. Si Gaspard no se caracterizara por soñar poco y actuar mucho, se habría quedado encerrado en su pueblo durante toda su juventud, anquilosado como los cimientos de la iglesia monolítica en la que había estado innumerables veces, eliminando de antemano un miedo a los espacios cerrados que, de haber estado presente en su encuentro con Átropos, bueno, digamos simplemente que habría cambiado muchísimo dicha primera cita.

¡Si es que era práctico hasta sin proponérselo! ¿O se trataba de su innata habilidad para tener siempre un plan, aunque en aquel caso concreto fuera a tantos años vista que ni siquiera parecía hecho a propósito? A lo mejor tenía algún antecedente pitoniso en su familia, ¿por qué no? A fin de cuentas, su propio hermano era un hechicero, a saber de dónde demonios había sacado eso, y él mismo tenía un talento bastante natural (aunque también muy desarrollado con los años y la práctica, lo admitía) para detectar a los que eran sobrenaturales, así que ¿por qué no? Desde luego, la posibilidad no la descartaba, pero la realidad era que pocas opciones eliminaba por completo el aquitano...

Ni siquiera a Átropos, o Eloise, la había eliminado nada más conocerla, y así habían terminado: enredados de una manera que ella ocasionalmente convertía en física (de ahí ese beso sangriento, al parecer la especialidad de la casa y el favorito del consumidor que estaba participando en el acto, para rechazo de la ratita nada presumida), pero que iba mucho más allá de eso. Recordemos: Gaspard de Grailly era un humano bastante práctico, desde luego lo suficiente para no engañarse a sí mismo con la realidad que se le ponía ante los (verdes) ojos, así que no perdería su tiempo intentando convencerse de que ella no significaba nada para él porque, en fin, tonterías las justas, ¿de acuerdo?

Además, ya lo había dicho en el pasado, ella tenía razón al decir que él se había sentido vulnerable y por eso se había enfadado, aunque la realidad fuera ligeramente más sutil que esa, a saber: Gaspard se había enfadado, aparte de por eso, porque jamás se mostraba vulnerable ante nadie, porque se había permitido llegar a un punto que no deseaba en absoluto y porque se sentía traicionado por ella, simple y llanamente. Obviemos la parte de que no había nada de simple ni en él ni en Átropos, y mucho menos en la situación; obviemos, también, que la rápida mente de Gaspard ya se encontraba lejos de esos pensamientos porque estaba más centrada en las últimas palabras de la vampiresa, esas que tenían como protagonista a su hermano (ante lo cual, obviamente, puso los ojos en blanco. Indudablemente).

– Así que reina, ¿eh? Vaya con la princesita, ahora entiendo tu maldita corte de muertos. – se burló, porque no podía evitarlo, porque seguían dándosele mal los demás aunque algunos de ese grupo le importaran al menos un poco, porque era incapaz de tener la fiesta en paz. Aun así, se notaba que seguía reflexionando, pues aunque hubiera dejado de morderse el nudillo, se le veían las uñas clavarse en las palmas de ambas manos, provocándose ese dolor que necesitaba su mente para centrarse en lo que hacía falta. A veces, como aquella, lo hacía sin pensar, y eso ya de por sí confirmaba la realidad de que Gaspard se tomaba a Eloise en serio. La mayor parte de las veces, al menos.

– ¿Quién mejor que mi hermano? Cualquier persona de la maldita ciudad de París. Pero sí, no abundan las opciones, si no queda otra contactaré con él, aunque no me haga maldita gracia que el correveidile de él meta sus narices en mi vida y en ti. – comentó, sin pararse a pensar en cómo había sonado esa afirmación tan rotunda en relación con ella siendo parte de su vida, porque ¿para qué? Gaspard ya había superado ese punto en concreto: una vez había asimilado que ella le importaba un poco, como mínimo, lo demás eran simples consecuencias de eso, y dado que el paso difícil lo había dado ya, lo demás era suave como la seda.

– Pero si el vampiro la conocía, y además estaba molesto... No lo sé, no creo que sea algo que debas desechar tan felizmente, Eloise. – reprendió, con la hostilidad habitual en su tono de voz, la mirada perdida por reflejar sus pensamientos, también oscuros y lejos de donde ambos se encontraban como era posible. Eso, tal vez, explicó lo que dijo a continuación, que no tenía el objetivo consciente de herir a Eloise aunque, tal vez, lo hiciera, ¿quién sabía? ¡Gaspard, desde luego, no! – Los vampiros se me dan mejor, muchísimo mejor. Puedo encontrarlos hasta agradables, dadas las circunstancias, y eso se me atraganta menos que mi hermano en todos los sentidos posibles.

Pues sí, lo había dicho, ¿y qué? Eloise debía de saber, a aquellas alturas, que Gaspard de Grailly odiaba a la gente, y que por mucho que ella fuera una excepción por tratarse de la princesita Eloise, antigua demente Átropos, también influía el hecho de que era una vampiresa. Así se lo había demostrado cuando se habían conocido, con esa manía insana que tenía Gaspard de excitarse con los mordiscos de los que eran como ella, una filia tan problemática como podía ser excitante, al menos para alguien que estuviera tan perturbado como, a veces, podía llegar a estarlo él. Así pues, ¿qué importaba si lo confirmaba? ¿E incluso si decía que otro vampiro podía causarle un efecto parecido...?

– ¿Va a querer hacerlo mi hermano? No tengo ni idea. Es un completo desconocido para mí, lo que se le pase por la cabeza me está tan alejado como es posible, y te aseguro que es mucho. – reflexionó, dando un paso hacia atrás porque una parte de él seguía encontrando agobiante el contacto con Eloise, hasta si la apreciaba, sencillamente porque se trataba de contacto, no por el ser con el que lo compartía. – Me da que pensar que las mezcles. A lo mejor eran amigas y pasaban tiempo juntas, si no ¿por qué le fuiste dada precisamente a ella? O a lo mejor alguna te engañó y te mezcló los recuerdos. – propuso, aunque a aquellas alturas no estaba ya seguro de nada. Normal, por otro lado.
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Mensaje por Átropos Dom Oct 29, 2017 11:38 pm

¿Gaspard la estaba intentando ayudar (a su manera) o estaba confundiéndola todavía más? Podría decirse que se trataba de la segunda opción, pero también se veía implícita la primera, y se trataba, justamente, por esa manera de actuar del cazador; tan tosca y poco empática. Incluso Eloise, que había pasado por un vasto historial de demencia (que aún continuaba muy sosegado en su mente), solía serlo más que él, aunque terminara derrumbándose al cabo de los minutos, debido al poco control de sí misma. De no ser por el intento desesperado de la ratita Leto por contenerla, Átropos habría hecho acto de aparición, y eso, dada la situación actual entre Gaspard y ella, era malo, muy malo. A pesar de no estar el gusano con nueva identidad, la loca de las Catacumbas podía ser una amenaza, y ya el cazador había tenido que lidiar con ese detalle una vez. Así que lo mejor era mantenerla de aquel modo, al menos hasta que consiguiera calmarse (como si la locura tuviera algún tipo de cura o terapia. O quién sabe. Leto si confiaba en ello, y había conseguido un signifiticativo avance, para su mérito personal).

Lo cierto es que, en ese estado de mucho más caos que antes, Eloise se tomaba muy a pecho las acciones de Gaspard; creía que él le hacía algún desplante, cuando no se trataba de eso; pensaba que ya no le importaba nada, y que sólo quería que se marchara en serio esta vez... Y varias cosas más. Quizá lo asimilaba de ese modo debido a su traumático estado psicológico. De niña había lidiado con una cosa deforme a su lado, aunque ésta se veía aislada debido al fraternal cariño de Helga (¿o de Luisa?); pero al morir ella, todo se derrumbó. No supo cómo controlar al homúnculo de otra forma que no fuera una abrasadora demencia. Hasta aceptó la inmortalidad justamente por eso, cuando era la magia la que podía resolverlo todo. ¡Y ella había heredado esas habilidades arcanas de...! ¿De quién? ¿Acaso Luisa era una bruja también?

¡Y el humano no ayudaba! ¿Por qué tenía que ser así? Su mente simplemente se nubló, obligándola a retroceder varios pasos, hasta que se detuvo porque, con muchísimo esfuerzo, logró silenciar su cabeza. ¡Al fin paz! La había extrañado, lo suficiente como para poder organizar mejor sus ideas, y pensar adecuadamente en las palabras de Gaspard, a quien dedicó una mirada dura, como si quisiera recriminarle algo, pero, ¿qué podía ser? Ya conocía de sobra los motivos por los cuales él estaba tan molesto con ella. Sin embargo, llegó a darse cuenta que era porque sólo se preocupaba por su propio orgullo, que por otra cosa. Era un tipo práctico, raro e imprevisible, ¿no? ¡Que se terminara de acostumbrar de una maldita vez! O no quería hacerlo. Era testaruda a más no poder... Eso y que también no era nada normal. Y no, no se trataba por el hecho de ser vampira.

—¿Acaso te fastidia que tu hermano se acerque a mí? A mí no me molestaría. De seguro sería de mucha más ayuda que tú. Es hechicero, inquisidor... Y probablemente tiene más inteligencia emocional —lanzó aquel dardo, sin demasiadas contemplaciones. Y sin saber exactamente por qué lo había hecho. ¡No era eso lo que quería decir! ¿O sí? ¿Quería acaso devolverle a Gaspard el mal rato? Ahora resultaba que el ataque pasaba a ser verbal—. Olvida eso, no importa... —se corrigió—. Pero no quiero a ese vampiro cerca, algo en él me desagrada. Sólo necesito contactar a su maldito espíritu, no buscar a un ejército de conocidos, cuando la mayoría ya deberían de estar muertos. Si quieres seguir con tus malditos fetiches con los vampiros, hazlo lejos de mí.

¿Celos? Incluso hasta Leto volteó a verla, llevándose la mano al rostro, a punto de tener un dolor de cabeza por lo complicados que resultaban ser esos dos. ¡Es que ya no podía! Y lo peor es que debía acostumbrarse a la idea, quisiera o no, sobre todo por conocer de sobra a Eloise, o Átropos... En fin, a su vampira que parecía una madre, pero también una hermana mayor, o cualquier figura importante.

Sin embargo, para cuando quiso llamar la atención de Eloise, ésta ya estaba concentrada viéndose las heridas en los antebrazos. ¿Por qué había acabado así? En las Catacumbas se sentía segura sí, sólo que debía sacrificar gran parte de su cordura. No, ahí no estaba segura, eso fue antes de que Helga abandonara este mundo, sin siquiera advertirle nada. ¡Ese era el problema! Y Gaspard no lo entendía. ¿Y por qué demonios tenía que hacerlo si no era su problema? Él podía seguir siendo feliz a su manera, vendiendo cadáveres y bebiendo vino hasta el hartazgo. Debía dejar que se fuera...

—Quizás se trate de la misma persona y no lo recuerdo. Quisiera hacerlo, pero estoy confundida, no lo entiendo. Él tampoco sabe muchas cosas, sólo está obsesionado con su ego, o lo que sea... Nunca me ha querido hablar de su propia existencia, mucho menos de la de Helga. ¿Por qué todos me tienen que ocultar cosas? —murmuró, mientras recorría una de sus heridas con la punta del dedo—. Quizás hasta tengas que dejar esto. ¿Para qué vas a querer ayudar a una loca, verdad? No sólo necesitas un poco de vino, de tu trabajo extraño, y ya, con eso estás satisfecho, ¿no es así? No tienes que seguir con esto, Gaspard, lo sabes. Es lo mejor para ambos...

Retrocedió un poco más, lo que puso en alerta a Leto. ¿Qué debía hacer? Nunca antes había visto a Eloise de esa manera, así que le fue difícil tomar una decisión. Por su parte, la vampira sólo estaba un poco... Un poco de algo que ni ella misma entendía. Obviamente eran emociones, pero las que había experimentado antes tenían mucho que ver con el odio, la ira... ¡No con eso de ahora!

—Recuerdo que Helga siempre me decía que me quería, por eso estaba a mi lado... ¿Nunca nadie te ha dicho eso, Gaspard? ¿Tu madre no lo hizo? Cuando le importas a alguien, es porque esa persona te aprecia, te quiere, y tú me importas. Pero soy una carga muy pesada.



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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 4:48 am

Las dos podían ser sólo una, sí, esa era la opción que tenía más sentido para la mente analítica del aquitano, una que entendía que Eloise no era de fiar al respecto porque, ¡hola!, estaba loca, hasta si se comportaba. Para su desgracia, Gaspard de Grailly tenía una memoria buenísima que le impedía olvidar que la había conocido en una forma demente, la de Átropos, acompañada de una inteligencia desarrollada durante años que le permitía saber que eso no se iba, sin más. Sí, podía parecer domesticada, podía comportarse como una mujer razonable e incluso razonadora, ¡podía parecer la princesita que le había dicho que era!, pero en el fondo, si había sido capaz de llegar a aquel hoyo, ¿quién le decía a Gaspard que no volvería a caer enseguida...?

No podía confiar sin más en la cordura de Eloise, del mismo modo que tampoco podía confiar del todo en ella aunque hubiera adoptado la resolución de ayudarla, y esa dualidad habría vuelto locos a muchos, pero no a Gaspard, poco acostumbrado a interactuar con nadie que no fuera él mismo o un cadáver. Y ¿por qué?, se puede preguntar un atento lector, o alguien con un mínimo de interés, ¿no? Pues la respuesta es simple: porque eso implicaba no confiar del todo, mantener un margen de reparo que le impedía acercarse tanto como Eloise debía de querer que Gaspard lo hiciera, dijera lo que dijese. Vamos, ¡si hasta él había notado la molestia en ese reclamo que le había hecho de su fetiche, como si no lo hubiera disfrutado en su primer encuentro...!

No era muy difícil notar ciertos patrones en ella, patrones como que se molestaba en demasía cuando Gaspard mostraba interés por algo que no fuera ella, o que siempre se encontraba al borde del abismo y sólo hacía falta una palabra adecuada, un gesto suficiente, para que se derrumbara. No era la primera vez que lo pensaba, de eso estaba seguro, como también tenía la certeza de que ese pensamiento sería recurrente durante todo el tiempo que los dos se relacionaran, pero no podía evitar que le viniera a la mente, como tantos otros estímulos que no podía ignorar. Si no hubiera estado tan acostumbrado a ese caos, seguramente le habría parecido abrumador, pero, por suerte para él, los años de experiencia servían para mucho, incluso para poner en jaque a su propia mente en situaciones tan raras como esa.

– Estoy seguro de que es un hipócrita que no dudará en tratarte mejor que yo, si eso es lo que prefieres coge la maldita puerta y lárgate a buscarlo. – replicó, en relación por su puesto con su hermano Lazet, a quien había conocido (¿reconocido? ¿Hay alguna palabra que resuma el acto de reencontrarse con alguien a quien conoció durante un breve período de su vida y que en realidad no conocía en absoluto? ¿No? Bueno, pues conoció) hacía no demasiado y que no le había causado la mejor de las impresiones. Tratándose de Gaspard, con lo poco que le gustaba la gente en general, lo raro habría sido lo contrario, de modo que quizá incluso había esperanzas en el futuro de aquellos dos individuos tan distintos pero, en algunas cosas, tan semejantes.

– ¿Qué te oculto yo, eh? No todos lo hacemos. Que tu gusto para elegir a esos de los que te rodeas sea incluso peor que el mío no es mi culpa. Y no creía que mis gustos te disgustaran tanto en las Catacumbas, te recuerdo gemir bastante vívidamente. – recriminó, esta vez sí, y entrecerró los expresivos ojos verdes en una muestra más de que se estaba empezando a molestar de verdad por ella, no por su inestabilidad (esa la comprendía, ¡quién mejor que él para hacerlo!) sino por la falta de relación entre un comportamiento y él anterior. Él podía ser (de acuerdo, era) caótico, pero al menos era consecuente, cosa que ella... No.

– No tengo ni idea de por qué te ayudo. Mi vino y yo hemos estado muchísimo mejor sin ti desde siempre. – continuó, burlón como siempre solía serlo, y aunque sabía que la estaba enfadando le daba igual, le daba completamente lo mismo cómo se sintiera ella. No era como si, de todas maneras, fuera a empatizar fácilmente con ella, así que ¿para qué prestar atención a esas menudencias en primer lugar? – Y sin nadie más también. No, nadie me decía que me quería, ¡pobre Gaspard, qué pena, nadie lo ha querido nunca cerca! ¿Y qué? Yo no quiero que nadie me quiera ni tampoco lo necesito lo más mínimo. – admitió, radicalmente sincero, quizá demasiado dada su interlocutora y que quizá sí lo apreciaba.

– Estoy convencido de que son las dos la misma, si no, ni siquiera tú estás tan loca para mezclar los recuerdos a menos que haya mucha magia de por medio. Si tú eras hechicera entonces, tendrías cierto control a eso, así que sí, creo eso. – continuó, cambiando de tema rápido y apartándose deliberadamente de la senda espinosa que ella había iniciado al hablar de querer y de dejar de querer, ¡qué pereza! Aun así, ella no parecía tranquila, y Leto estaba histérica, lo cual era una combinación que significaba que Átropos estaba a punto de salir a la luz. Como por ahí no estaba dispuesto a pasar, puso los ojos en blanco y resopló, harto.

– ¿Y a mí que mierda me importa que seas una maldita carga? Ya te he dicho que me importas, fulana, ¿qué coño más quieres? Empieza a comportarte y tal vez te tenga aprecio, ¡Dios! – farfulló, para proceder a continuación a perjurar en un sonoro dialecto aquitano, y hundió los dedos en sus rizos, demasiado frustrado para lo que le gustaba. Ese era el efecto que tenía Eloise en él, ¡cuánto romanticismo se mirara por donde se mirase!, y sobre todo era la consecuencia de eso tan insano que los dos compartían... Algo a lo que él se negaba a poner nombre, en lo que ni siquiera quería pensar, incluso si ella no dejaba de lado el maldito tema de una vez por todas.
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Mensaje por Átropos Sáb Nov 11, 2017 2:43 am

Tal vez, si fuera humana, estaría sintiendo una presión en el pecho que ni siquiera le permitiría respirar, todo a causa de eso que le ocurría en ese momento, cuando su mente había decidido abandonar ese letargo llamado Átropos, para recordarle quién era, y que, además, alguna vez fue mortal como muchos a otros, a pesar de tener a un homúnculo atado a ella. No siempre estuvo tan loca, en realidad, eso ocurrió mucho después, cuando se quedó sola, de manos atadas, sin saber qué hacer con su propia existencia. ¡Por eso había terminado en las Catacumbas! Porque también tenía que huir como una rata escurridiza; porque ya no quería sentir más. Y justamente eso era lo que le hubiera gustado en ese instante, ¡ya no quería sentir más! Deseaba que todo se conviritiera en esas tinieblas que la habían protegido tantos años, y sólo conformarse con escuchar el silencio... ¡Ya estaba harta de lidiar consigo misma!

¿Era sano que continuara con aquello? ¿De verdad era necesario descubrir lo ocurrido con Helga y Luisa? Una parte de ella le gritaba que sí, que ya era momento de enfrentar la realidad que quiso ignorar, pero por otro lado, ya no quería saber nada de nadie. Ni de Leto, y mucho menos de Gaspard. ¡Ah! Claro... Por su culpa es que empezaba a sentirse de ese modo, en el que sólo tropezaba con una insana confusión, justamente con la que había creado a Átropos hacía un poco más de un siglo. No podía regresar ahí, ya no. ¡Pero también se había sentido segura! Sin que nadie perturbara su existencia, salvo el gusano con identidad, aunque a él ya lo tenía aceptado como parte de sí misma, así que llegó un punto en el que no le importó en lo más mínimo...

Eloise se hallaba entre la espada y la pared, necesitaba encontrar una solución, pero no veía la salida, y mucho menos cuando Gaspard no paraba de hablar. No sólo de hablar, sino de escupir todo eso que a ella no le estaba haciendo nada bien a su cabecita. ¡Quería que se callara de una maldita vez! Por eso empezó a retroceder, para alejarse de él, incluso de Leto, que se detuvo en seco, sin saber exactamente qué hacer. A diferencia de ellos, la ratita sí sabía cómo se sentía, y ver a su querida vampira de ese modo, la entristeció mucho, al punto de que se culpaba por lo ocurrido. ¿Qué iba a hacer si Eloise regresaba a las Catacumbas de nuevo o se aliara con el homúnculo? El pensamiento no le permitió siquiera avanzar más, ni siquiera cuando vio que ella, Eloise, dejó de distanciarse.

Y no lo hizo porque se había calmado, para eso faltaba muchísimo. En realidad fue porque se derrumbó, cayendo de rodillas al suelo, con las manos cubriéndole los oídos. ¿Loca? Sí, un poco. No, la verdad era que estaba traumatizada con su propio caos, y eso hasta podría ser contraproducente, al menos para ella.

—¡Basta! ¡Cállate! No quiero oírte más... ¡Y tú no te acerques! —replicó, con hostilidad, inmersa en su propio delirio—. ¿Cómo se supone que voy a comportarme si no sé hacerlo? Ya ni sé para qué me preocupo por lo que hagas o dejes de hacer. ¡Si ni te importa! Y no me lo niegues, lo acabas de decir. ¡Ya no sé qué hacer! Todo esto está mal...

—Claro que lo está, yo te lo advertí. No tenías que ver a este marginal. ¿Qué no ves el daño que te hace? Pero resulta que yo no me preocupo por ti, cuando he aprendido a conocerte y a apreciarte en dos siglos, Eloise. —Y en vez de replicar Gaspard, lo hizo otro hombre. Un joven que no superaría los veintitantos, que vestía con traje elegante y que era, nada y nada menos, que el homúnculo en su nuevo cuerpo—. Buenas noches, caballero y rata. Vine por mi hermana, que se le han salido las tuercas por culpa de un marginal... ¡Un momento! Eres una porquería humano, mira que aprovecharte de una pobre huérfana, que además está loca. ¿No te cansas? No, la fulana no te importa, porque no te importa nadie. ¿Sabes qué deberías hacer? Dejarnos en paz, justamente eso.

Él sonrió con malicia, y se puso de cuclillas al lado de una Eloise que lo miraba con ganas de arrancarle la piel. Lo hubiera hecho de no ser porque se haría daño a sí misma. ¿Cómo diablos había llegado hasta ahí?

—No es cierto, ¡no es su culpa! ¿O sí? No, no lo es. Es mi cabeza la que está mal. ¡Tú eres el único culpable, gusano! —le recriminó al que supuestamente era su hermano. Pero cuando intentó hacer algo, él la agarró por un brazo, obligándola a ponerse de pie—. Gaspard, lárgate. Y llévate a Leto, cuídala por mí... por favor.

—Ay, ¡qué tiernos! Voy a vomitar por tanta burrada. ¡Eh! No te acerques cazador... Supongo que ya sabes lo que pasará. ¿No? Te muestro —advirtió, justo cuando se hundió una daga en el estómago. Aunque el daño no lo recibió él, sino Eloise. Su queja fue más que suficiente para dar a conocer la respuesta—. Uh, pobrecita, eso debió doler. Espera... Yo creo que él me atacará  porque no le importas, Eloise. O sea, te va a matar. Que mal, pobre de ti. Nadie te quiere. Ni Helga lo hacía. ¿Por qué no regresar a las Catacumbas? Ya extraño a Átropos, ella me caía mejor que tú.

¿Y si el homúnculo tenía razón? Estaría mejor allá abajo, sola, como siempre había estado... ¡Y al diablo con todos! Hasta con sus intentos de estar cuerda por una vez en su vida vampírica.


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Mensaje por Invitado Lun Nov 20, 2017 5:28 am

Siempre podía quedarle el consuelo de que si él estaba confuso con respecto a ambos, ella lo estaba todavía más. No es que fuera un consuelo compararse en algo, hasta en eso tan nimio, con la loca de las Catacumbas a la que había conocido con otro nombre en lo que parecía otra vida (¡qué bonito, Gaspard, sigue así y a lo mejor en un par de años te crees de verdad que te importa la fulana!), pero menos daba una piedra, ¿no? Ya lo decía el refrán: mal de muchos, consuelo de tontos. El único problema al respecto era que Gaspard nunca había sido un tonto, ni siquiera en sus momentos más impredecibles, así que no aplicaba y, realmente, no se consolaba, en absoluto.

Sí que se serenó un tanto, pero más por necesidad que por sentirse realmente menos confuso que hasta hacía un momento; hasta él sabía que había momentos en los que uno debía sobreponerse a la tormenta interior para encontrar un objetivo mayor. ¡Sí, hasta él! Y, bueno, ¿cuál fue ese objetivo mayor por el que Gaspard había decidido tomar el dominio de sí mismo de nuevo en vez de seguir confundido? Podía ser el mal sabor de boca que le dejaba al propio aquitano la idea de sentir algo por alguien (tenía que contener las arcadas sólo de pensarlo, ¡de verdad de la buena!), pero en aquella situación concreta fue Leto.

Podía parecerlo, pero no se había olvidado de la ratita en ningún momento. Sí que es cierto que la había llevado a un rincón de su mente mientras pensaba en otros asuntos, pero no era nada personal: Gaspard lo hacía con absolutamente todo y todos, en cualquier situación de su vida. Así era como pensaba un hombre hiperactivo que siempre tenía la maquinaria del interior de su cráneo en funcionamiento: por momentos, centrándose en algunas cosas más que en otras en cada momento, puesto que, de no hacerlo, se vería sobrecargado y así a saber cómo reaccionaría con los demás. Si ya era difícil saber cómo se iba a comportar en condiciones normales, así aún peor.

Efectivamente: Gaspard de Grailly era impredecible. Lo era hasta un punto que a él le sorprendería de no estar acostumbrado a sus propias manías, lo era en cada situación y en cada momento, lo era con o sin Átropos, y lo fue hasta al proteger a Leto cuando apareció ese tipo que, por lo que dedujo, era el homúnculo del demonio. Otro, menos acostumbrado a lidiar con lo extraordinario que él, sólo entonces se habría creído la existencia del ser que ahora tenía delante, corpóreo y poseyendo a algún pobre diablo que al aquitano no le daba ninguna pena; él, sin embargo, estaba acostumbrado a cadáveres y a sobrenaturales, así que se lo creyó desde el principio, igual que se creía que Leto corría peligro en aquel momento. Por el homúnculo o por Eloise era lo que ya no tenía tan claro...

– Marginal, porquería... Menudos vocablos, homúnculo. Al menos yo vivo en mi propio cuerpo y no tengo que invadir ajenos. ¿Sabes que eso que le has hecho a tu hermana puede considerarse pecado? Te dará igual, imagino, porque si no te dicen lo que quieres oír no te tiene por qué importar, pero para que lo sepas. – replicó, mordaz, ignorando las súplicas de Eloise sólo en parte, puesto que a Leto la estaba protegiendo, pero había salido de él desde antes de que ella se lo pidiera. ¿Y qué mejor protección podía pedir la rata que el cuerpo del aquitano delante, listo para recibir cualquier golpe que hiciera falta? Tal vez fuera una cambiante, como él había comprobado más de una vez, y como tal se curara antes, pero también era débil y poquita cosa, algo que él... bueno, ni en sueños.

– No es mi culpa. Que alguien me explique qué mierda se supone que he hecho yo porque ya me estoy enfadando con tanta gilipollez. – espetó Gaspard, por una vez apropiándose de esa vulgaridad que siempre fingía, pero así funcionaba la rabia, ¿no? Desmontaba las costumbres de uno, lo desnudaba de autocontrol y sacaba a la luz lo peorcito, lo que el homúnculo parecía disfrutar, aunque estuviera totalmente dirigida a él y no a Eloise. Oh, a lo mejor eso era lo que disfrutaba, menudo enfermo. – Hasta donde yo sé, todo lo que he hecho ha sido devolverte la cordura y sacarte de la podredumbre. Sí, vale, mis métodos son los que son, pero he hecho una maldita buena obra y todo, así que no, culpa mía no es. – añadió, casi gruñendo, pero se detuvo cuando notó la mano de Leto en su brazo.

Casi saltó para evitar el contacto, pero no lo hizo porque a Leto se lo permitía, igual que a los cadáveres. Era demasiado débil y asustadiza para rechazarla, y hasta él lo sabía, aparte de que haber vivido las últimas semanas con ella lo había acostumbrado a su presencia. Por supuesto, la apartaría de un zarpazo si resultaba que ella se propasaba, pero no sólo no lo hizo, sino que encima lo soltó a continuación, conocedora de las manías de Gaspard, así que no iba a ser el cerdo que el homúnculo pensaba que era. Es más, sólo por demostrarle que no lo era (sí, bueno, sólo por eso... ¡claro que sí, Gaspard!), le hizo a Leto un gesto para que se quedara detrás y se acercó a Eloise para colocarle una mano sobre la herida sangrante, a la que sustituyó por un trozo de tela de sus ropas para controlar la hemorragia mientras ésta durara.

– Vomita lo que te dé la gana. Piensa lo que te apetezca. A mí me la resbala. Ve con él, Eloise. – ordenó, en un tono que no admitía réplica, y no dejaba de resultar curioso que a alguien que odiaba tanto recibir órdenes se le diera tan bien darlas. – Si no lo haces, te va a agujerear entera, y no quieres eso. Leto estará bien, te doy mi palabra, valga lo que valga. – afirmó, y después se separó. No dijo nada más, ni siquiera cuando cogió a Leto del hombro para que lo siguiera, pero tampoco hizo mucha falta: su mirada, algo que el homúnculo no conocía tanto como Eloise, bastó para que ella entendiera el mensaje: confía en mí.
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Mensaje por Átropos Dom Nov 26, 2017 11:54 pm

¿Cómo es posible que intentar separarse de la locura, así sea por un breve instante, pudiera generar tanto caos mental? ¿Cómo podía ser que el simple acercamiento de alguien particular pudiera generar tanta confusión? Eloise no era capaz de hallar una respuesta a todo eso que la mantenía enferma en ese instante, y mucho menos cuando no lograba centrarse en los acontecimientos recientes. Todas las cosas, por las cuales había pasado, se agolparon en su mente, haciéndole un daño enfermizo, como aquel que despertó a Átropos hacía casi dos siglos atrás, y que, de no controlarse adecuadamente, podría regresar aquel demonio. Sin embargo, había un poco más de esfuerzo por parte de ella, y hasta de terquedad, para que semejante cosa no ocurriera, porque eso significaría perder la batalla consigo misma, pero más contra ese desgraciado que la había confinado al delirio.

¿A quién más podía culpar de su condición? ¿A Gaspard? No, a él no podía culparlo; quizá un poco por hacerla molestar con sus comentarios directos, o ese comportamiento que solía tomar algunas veces; pero él se llevaba más el mérito de haberla sacado de su funesta celda junto con Leto, quien no podía ser excluida de tal acto. ¿Entonces a quién culpaba con tanta inquina? A ese asqueroso animal que había osado a lastimarla, y que antes, mucho antes de ser una inmortal, la acorraló en la más auténtica locura. ¿Para qué? Esa sí que era una buena pregunta...

Pero antes de centrarse en responder, incluso, de organizar las cosas en su cabeza, Eloise quedó prácticamente privada de su capacidad de reacción. Aunque el dolor en su vientre le había silenciado por un instante, el caos seguía ahí, invicto, pero el cual terminó huyendo como un maldito cobarde cuando ella centró su mirada en Leto, quien, a pesar de ser muda, logró hacer contacto con la persona más importante en su pequeño mundo. Fue, precisamente por eso, que Gaspard la tomó desprevenida cuando decidió vendar la herida dejada por el ataque a traición del homúnculo, que se quedó inmóvil en su sitio, sorprendido por eso que... Realmente no esperaba que "ese humano de porquería" (como le encantaba llamarlo), fuera a actuar de semejante manera. Aun así, Eloise ya había aprendido a lidiar con ello. Sí, exacto, había aprendido a reconocer esa actitud impredecible de su humano como algo natural.

Aquello fue suficiente para lograr ponerle un punto final a su confusión, aunque no del todo, porque todas esas sensaciones seguían siendo demasiado nuevas para ella, que estaba acostumbrada a lidiar con algo completamente diferente. ¡No! No estaba acostumbrada a lo contrario... ¡Lo recordó de Helga! Pero cuando ella falleció, todo se vino abajo. Por supuesto, su insanidad mental, y todo lo que sucedió después, no pudo ser simple casualidad. ¡El homúnculo quería alejarla de todo lo que fuera importante para ella! Lo hizo con su madre... ¡Un momento! ¿Su madre? ¿Helga lo era? Sí, claro, lo era. Sin embargo, ¿cómo demonios había olvidado algo tan sustancial en su propia existencia? ¿Cómo de repente pretendía que odiaba a Gaspard si él realmente le importaba? Esa noche quería quedarse a su lado, y no lo hizo. Por eso Leto se atrevió a buscarlo.

Toda esa frustracción; ese delirio que la había desquiciado un poco hacía unos minutos atrás, se convirtió en una rabia que no sabía si sería capaz de controlar. Pero no era en contra de Gaspard, a pesar de que le había pedido que confiara en él (y lo hacía), no iba a hacerle caso. No regresaría con esa basura, o las cosas iban a ir de mal en peor. Además, ya estaba empezando a recordar más cosas de su pasado, para malas noticias del homúnculo, que se hallaba algo extrañado por toda la situación.

—¡Patéticos! Y pretenden culparme a mí de serlo. Por favor, miren el espectáculo tan lamentable. Y no, humano, no me interesa saber si es pecado o no, porque nunca me he inclinado por esas creencias tan impropias de mi naturaleza —replicó el homúnculo con indiferencia, incluso burlón, porque, bueno, ellos eran poca cosa a su lado—. ¿Ves, Eloise? Hasta él te pide que regreses con tu hermanito querido. Deberías hacerlo, porque así estarás bien. Él solamente te...

Y la frase quedó a medio terminar cuando el cuerpo que había poseído cayó en el suelo. El golpe fue seco, justo en la nuca. ¡Y nadie se lo esperaba! Hasta Leto y Gaspard quedaron atónitos ante la repentina ofensiva de Eloise, quien, a pesar del dolor agudo que le vino en el momento, estaba satisfecha con lo que había hecho. Se defendió, porque recordó que el homúnculo había tomado un cuerpo humano, y el golpe que lo dejaría inconsciente a él, para ella sería una caricia, justamente por ser una sobrenatural con dos siglos encima. Inclusive llegó a atarle las manos hacia atrás con el abrigo que el zopenco cargaba encima.

—Me niego a regresar con ese bastardo, ya deberías tenerlo en cuenta, Gaspard. Además, él sigue siendo un humano a mi lado. Antes me tomó desprevenida, pero ahora fue al revés. Usó ese hechizo porque es un cobarde, y sabía que yo lo destruiría apenas tomara otro cuerpo. Incluso si tú llegabas a aparecer, lo dañarías —habló, finalmente, mientras ocultaba el cuerpo entre un montón de barricas vacías—. La magia es contraproducente. Te agota, te roba la energía, te va consumiendo si no tienes cuidado. Él no lo ha tenido. Y la magia que empleaba Helga era poderosa, por eso fue que ella murió joven.

Explicó, y lo hizo con tanta coherencia, que era difícil creer que era la Eloise de hace un rato. Sin embargo, lo que hizo Leto en ese instante probó que sí, que era Eloise. La ratita corrió hacia donde estaba ella y la abrazó, porque ya se había acostumbrado a esa efusividad con su vampira, y su vampira se la aceptaba por ser Leto.

—Gracias —soltó, observando a Gaspard, con los ojos cristalinos, completamente claros, muy diferentes de como pudieron haber estado antes—. Tenemos que salir de aquí antes de que despierte. Pero, antes, ¿seguiremos el mismo camino o ya prefieres seguir solo? No te preocupes, sé que se te ha dado bien lo último, sólo que... —Bajó la mirada. Tal vez su razonamiento lo haría molestar, o no. Era extraño, aun así, prefirió dejar salir lo que se le pasaba por la mente—: Esa vez te dije que no quería decirte adiós, y me marché porque esa cosa me obligó. Pero ahora no está en mi cabeza; es distinto. Tú me importas, Gaspard. ¡No sé cómo diablos pasó eso! He llegado a olvidar muchas cosas con el tiempo. Aunque no quisiera olvidarme de las personas que me importan ahora. Por eso necesito acabar con esa cosa de una maldita vez, o quién sabe qué va a ocurrirme después...



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Mensaje por Invitado Vie Dic 22, 2017 5:13 pm

Si no hubiera estado acostumbrado, prácticamente desde que tenía consciencia de sí mismo, a la velocidad, a ser demasiado rápido para todos y a veces hasta para él mismo, tal vez el momento habría pasado de largo. Por suerte, Átropos-Eloise sabía bien con quién estaba lidiando (su humano de porquería, por si era necesarias más señas), e incluso Leto lo hacía, así que sabía que con él se podía permitir actuar con tanta celeridad como le era posible. Es por eso que todos se enteraron rápido de la actuación de la vampiresa, todos salvo su víctima, quien yació en el suelo tan pesado como si fuera un pedrusco o una de las barricas que los estaban rodeando, lo cual llenó a Gaspard de una satisfacción en la que se permitió regodearse varios segundos; no demasiados, sí los suficientes.

¿Qué problema había en eso? No era una buena persona. Nunca lo había sido, y, a diferencia de otros, jamás lo había pretendido. Se había educado religioso porque la única persona que había sentido interés por enseñarle había sido un sacerdote, pero nunca había comulgado con los pasajes de la Biblia que había tenido que leer (y memorizar) en sus años más tempranos, antes de que las conversaciones con el Padre Clément tomaran otros derroteros. Demonios, ¡si se dedicaba a matar y a robar cadáveres, no necesariamente en ese orden! Sí, de acuerdo, no había llegado al punto de asesinar para tener cadáveres frescos que poder vender, pero estaba cerca, y eso ya contaba lo suficiente.

Así pues, no se sorprendió al sentir satisfacción al ver al homúnculo inconsciente, y tampoco le extrañó lo más mínimo sentir una pizca de enfermizo gusto al ver el dolor de la vampiresa, al comprender que al herir al homúnculo también se había visto dañada ella. Esa satisfacción venía por otra cosa diferente, sí: mientras que el homúnculo se merecía que le hicieran aún más daño, y por eso le había gustado presenciarlo, ella lo hacía por haberse pasado de lista con él y ofender su orgullo, nada más y nada menos. Por poco arrogante que fuera Gaspard de Grailly, no se podía olvidar que su familia le había inyectado unas grandes dosis de orgullo de forma totalmente inconsciente, y eso salía en los momentos menos apropiados, como aquel.

Sin embargo, Gaspard había cambiado, para sorpresa de todos aquellos que lo habían creído conocer, y la satisfacción no duró mucho. En parte fue porque la situación exigía su hiperactividad habitual, ¡menos mal que algún momento de su vida le pedía que fuera tal y como era en vez de considerarlo un problema!, y en parte porque sabía que no tenía motivos para indignarse, hasta si ya lo había hecho. Eso era un problema, lo supo desde el primer momento en que se le pasó rápido la satisfacción, pero lo que más le molestó fue que no era el único problema que tenía y que era culpa total de la vampiresa con la que su maldito fetiche se había ido a cruzar. ¡Ojalá lo hubiera sido! Pero no, las palabras que ella pronunció sacaron a la luz otro, quizá todavía más grave que el anterior...

Debería haber querido seguir solo. Siempre había sido así con él: la compañía de los demás le daba asco, la suya propia la soportaba porque le gustaba genuinamente (no era de esos que se aceptaban porque no les quedaba otra, ¡en absoluto!), y siempre iba a hacer lo que más le satisficiera, claro. Así que la respuesta a la pregunta de Eloise, no Átropos porque ya no había ni el más mínimo atisbo de locura en la mirada clara de la vampiresa, tendría que haber estado clara, y ese era precisamente el problema: no lo estaba. Es más, en una escala de color que fuera del blanco de la piel de Átropos al negro del alma del homúnculo (¡menudo poeta estás hecho, de Grailly!), se acercaba al homúnculo mucho más de lo que le gustaría al estar, la respuesta, más oscura de lo que debería. Mucho más, en realidad.

– Ya podría haberle drenado en estos minutos que llevo soportándolo, tal vez así habría dejado de darme dolor de cabeza su estúpida voz. – espetó, tan dulce como solamente Gaspard de Grailly, el antisocial que siempre tenía un plan, podía serlo. Podía haberse mostrado dócil antes, en ese instante en el que había buscado tomarlos a todos por sorpresa, pero todos los presentes, en mayor o menor medida, sabían que él no era obediente, en absoluto, y eso que tampoco le conocían desde hacía tanto tiempo. Si lo hubieran conocido de niño se habrían dado cuenta de que apuntaba maneras desde que empezó a andar, o incluso antes; pero como no lo hacían, simplemente tenían que creerse que Gaspard era desobediente por naturaleza y ya estaba.

– ¿Nos vamos o quieres hablar más? Por saber. – inquirió, y su voz esta voz sonó saturada, quizá por Eloise y su repentina cordura o quizá porque el homúnculo lo había drenado más de lo que parecía. No con magia, a ver, no la había empleado con el robusto cazador que ocupaba las atenciones de Eloise y Leto por igual; lo había drenado en su escasa capacidad para aguantar tonterías y a otros seres, justamente mezclando ambas cosas que tanto odiaba el aquitano en un solo ser. Incluso si no se hubiera dedicado a meterse en la cabeza de su vampiresa, convirtiéndolo en algo personal, ya lo habría odiado sí o sí, sin conocerlo de nada; así era Gaspard.

– Larguémonos. Está mancillándome el vino, y eso no se lo perdono. – concluyó el aquitano, tan poco empáticamente como le era posible, pero lo cierto era que estaba saturado en más de un aspecto, y el sentimental era el más predominante en aquel instante. Tampoco es que fuera su culpa: había pasado de detestar a casi todo el mundo a sentir cosas positivas por una vampiresa que había jugado con él, eso no se lo perdonaba y mucho menos lo olvidaba tan fácil, así que había llegado a su límite, y si bien sus respuestas daban a entender que no, no se iba a ir solo, no se podía pretender que fuera a acompañarla siendo alguien sociable. Porque no lo era, más que nada.
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