Tú y yo [Privado]

por Zenevieva Nikoláievich* Lun Abr 23, 2018 11:19 pm

Zenevieva necesitaba amistades y las necesitaba de manera urgente; era eso, o acabar perdiendo la cordura de tanto escuchar a su tía , que se pasaba los días insistiendo en que era una muchacha joven, que debía disfrutar la vida y olvidar su pasado. Claro que lo que la hechicera leía entre líneas, era que su tía deseaba verla fuera de su casa, que le molestaba verla siempre mirar por las ventanas y suspirar, porque como decía de vez en cuando aquella mujer que la había rescatado de la desolación, las Nikoláievich eran fuertes, capaces de tolerar cualquier cosa y ver a su sobrina estancada no era precisamente algo que esperase de una miembro de su familia. Zenevieva podía comprender un poco a su tía, que se había esforzado por encontrarla y rescatarla, así que por piedad a su cordura pero sobre todo por respeto a la de su tía, abandonó muy temprano la residencia de las Nikoláievich y montando sobre el carruaje previamente preparado para ella, pidió ser llevada al centro de la ciudad.

Observando por la ventanilla del carruaje, la hechicera se preguntaba ¿Qué era lo que encontraría en las calles?. Sospechaba que se toparía con algunas personas que la reconocerían, después de todo llevaba demasiado tiempo viviendo en aquella ciudad, aunque claro, su aspecto actual distaba mucho del que tuviera durante sus años de estancia en París sin el amparo de su familia. Los vestidos humildes habían sido sustituidos por prendas de la mejor calidad, su transporte pasó de ser sus propias piernas a ser un carruaje manejado por alguien más y sobre todo, su estado físico y emocional habían cambiado. Zenevieva continuaba luciendo triste pero ya no se comparada con el espectro que parecía ser tras la muerte de Francis; ahora, tenía motivos para seguir viviendo o al menos, eso quería creer.

Inmersa en sus propios pensamientos, fue incapaz de darse cuenta de que habían llegado a su destino y fueron los llamados a la portezuela del carruaje de parte del cochero los que la hicieron despertar de su ensoñación. Apartando la vista de la ventanilla, se apresuro a bajar del carruaje y con una suave sonrisa en el rostro se dirigió al hombre que la llevaba hasta la Plaza Tertre.
– Vuelve por mi al atardecer, estaré esperando en este punto – sin esperar respuesta alguna, comenzó a andar por la plaza, buscando algo por hacer pero más que nada, buscando alguien con quien charlar.