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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Octavien De Lacy Mar Abr 24, 2018 11:48 pm

Sabía que su madre a esas horas estaría en una nueva reunión dominical de la Liga de Mujeres por la Beneficencia. Josephine siempre decía presente en esas reuniones de té y pasteles en las que se trataban temas delicados y trascendentales para la población más desvalida de la ciudad. Si juntaban el dinero suficiente con sus subastas, podrían incluso sumar una fruta para dar de postre diariamente en el comedor comunitario, si conseguían benefactores podrían por fin cambiar las sábanas de todas las camas del orfanato. Octavien admiraba a su madre por involucrarse activamente en eso que tan sin cuidado tenía a otros y se odiaba por aprovecharse de la ausencia de ella en la casa para robarle.

Sucedía que no tenía confianza con su flamante esposa como para pedirle ayuda, solo contaba con su madre pero claro que ella no aprobaría lo que Octavien hacía los lunes, miércoles y sábados por la noche, ¿o sí? Esa duda siempre le rondaba por la cabeza… una mujer tan fuerte y libre como Josephine, ¿juzgaría a su propio hijo? Ella, que bregaba por la libertad de los esclavos y la igualdad entre humanos y sobrenaturales, ¿despreciaría a su único hijo si éste le contaba sus verdades? Tenía días es los que estaba seguro de que ella entendería, pero en otros le parecía verla hecha una furia y llorando su desilusión, por eso Octavien no se atrevía a hablar.

Octavien dejó su caballo en las cuadras, que bebiese y comiera porque necesitaba reponer fuerzas pronto; él no permanecería más de unos minutos allí, le urgía hacer aquello rápido. Ingresó en la casa por la puerta trasera –con una maleta de mano que no pesaba nada-, dos muchachas del servicio estaban lavando verduras y se asustaron al verlo pero él las saludó con una sonrisa y siguió su camino sin dar explicaciones, después de todo esa había sido su casa hasta no hacía mucho tiempo… se sentía tan dueño como su madre. Subió los peldaños de la escalera principal de dos en dos y casi corrió por el pasillo hasta llegar a la habitación de su madre en donde ingresó sin mirar atrás. Una vez dentro respiró profundamente, consciente de que no era difícil entrar sino salir sin tener que responder preguntas… No perdió más tiempo, Octavien se dirigió a la pequeña habitación que su madre destinaba al guardarropas y allí eligió los vestidos del fondo, esos que sabía que ya no usaba pues le quedaban chicos. ¿El dorado o el azul brillante? ¿Qué zapatitos tenía? Unos rojos… por lo que sería mejor llevar el dorado. ¡Ah, pero que belleza el género del vestido anaranjado! ¡Era de una suavidad única! Creía que era de su talla… Lo descolgó y se lo midió, tal vez si le hiciera algunas pinzas en el pecho podría quedarle bien. Se lo llevaría. El dorado y el anaranjado entonces. No había visto a nadie más en la Molly House que llevase un vestido tan delicado como ése último, se llevaría todas las miradas. Eso si lograba arreglarlo a tiempo… Los metió en la maleta junto con un delicado bolsito lleno de piedras que brillaban aunque ninguna luz estuviese llegando a ellas.


-Madre, perdóname. Te los devolveré pronto –susurró mientras acomodaba todo en el interior.

Se sentía mal al estar haciendo aquello, pero a la vez era lo que necesitaba hacer para ir al único lugar que parecía poder llenar el vacío que no hacía más que crecer en su pecho. Octavien se sentía perdido, hueco por dentro y cansado de esconder lo que era. Estaba muriendo en vida hasta que la Molly House se presentó ante él como un paliativo para su mal.

Rápido como había ingresado, Octavien salió y se apuró a recorrer el pasillo esa vez en sentido contrario, pero de una de las primeras habitaciones salió una muchacha que lo sobresaltó, dándole el susto de su vida. La maleta se le cayó y la cerradura se abrió dejando a la vista el vestido dorado y el bolsito.


-¿Y tú quién eres? ¿Qué haces en mi casa? –inquirió enojado y se apuró a cerrar su maleta. La muchacha no parecía del servicio, iba vestida como una señorita de buena cuna-. ¿Nos conocemos? –Octavien podía jurar que sí, algo en su mirada parecía demostrarlo.
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Mensaje por Yvette Béranger Lun Mayo 14, 2018 4:35 pm

Apenas llevaba una semana en aquella casa y ya se había convertido en su hogar. Todavía le costaba levantarse y no reconocer la que había sido su habitación durante los dos últimos años que había pasado en París, pero sólo con recordar la noche en la que se marchó en busca de Ilanka y la magia que, por primera vez, había sido capaz de controlar, su piel se erizaba. No había sido fácil dejar todo lo que conocía atrás: su madre, sus amigos, Eric… Él era, sobre todo, lo que más daño le había hecho, aunque los motivos por los que lo que hubiera entre ellos no hubiera ido hacia delante no estaban relacionados con sus poderes, precisamente.

Como cada domingo, Josephine partió hacia la iglesia después de desayunar. Había invitado a Yvette a asistir con ella, pero la joven no lo creyó oportuno por dos motivos. El primero era que su fuga estaba aún reciente, y no estaba convencida de que visitar un lugar tan concurrido como la iglesia fuera buena idea. Allí podía encontrarse con gente que la conociese, de hecho, no sería descabellado que amigas de su madre fueran, también, amigas de Josephine. Ya había escrito a su madre y esperaba que estuviera tranquila, pero si Clara llegaba a enterarse de dónde se hospedaba su hija, iría allí para sacarla de los pelos, costase lo que costase. El segundo motivo, menos trascendental pero más importante para Yvette, era que necesitaba pensar a solas. Aunque vivir con Josephine se le antojaba un verdadero placer —puesto que le dejaba mucho espacio para estar consigo misma— la joven necesitaba de un rato con la casa vacía, sólo para ella.

Pidió que le prepararan un baño y subió a su habitación cuando le avisaron de que estaba listo. El agua caliente y el aroma del jabón la relajaron mucho y a punto estuvo de quedarse dormida. Cuando salió de la bañera, los pies, todavía húmedos, dejaron un reguero de huellas regulares por el suelo de madera que unían la tina con el tocador. Envuelta en un albornoz de suave algodón, Yvette se sentó frente al espejo y comenzó a cepillar la melena rubia en la que previamente había aplicado una mezcla de afeites que la volvían suave y sedosa. La dejó secar mientras se ponía un vestido cómodo pero elegante a su vez y, cuando terminó, se peinó con un moño simple a la altura de la coronilla. No adornó su cuello con ningún collar, tan sólo se puso un par de pendientes pequeños y se cubrió los hombros con una toquilla fina con encajes delicados que ató con un broche al escote del vestido.

El sol entraba a raudales por una de las ventanas, así que Yvette se sentó en el banco mullido que había en el alféizar interior con un libro en las manos y dedicó unos minutos a observar la calle que pasaba frente a su ventana antes de ponerse a leer. Apenas llevaba leídas una decena de páginas cuando, de pronto, escuchó un sonido en el pasillo que, según le pareció, procedía de la habitación de Josephine. ¿Habría llegado ya, acaso? Aún faltaban un par de horas para que la reunión terminase, así que, preocupada, Yvette salió de su habitación justo en el momento en que el intruso pasaba frente a su puerta. La joven se asustó y dio un grito corto antes de cubrirse la boca con las manos.

Yo… Me llamo Yvette —dijo con voz entrecortada, llevándose una mano al pecho, que subía y bajaba frenéticamente—. Esos vestidos son de Josephine. —Clavó los ojos en las telas de vivos colores antes de que el joven cerrara la maleta. ¿Qué demonios estaba ocurriendo ahí?— ¿Quién eres y por qué te los llevas? Devuélvelos, no son tuyos.

Ella no era nadie para andar dando órdenes en aquella casa, pero haber atrapado a aquel ladronzuelo por sorpresa en un hogar que ahora sentía como propio la había ofendido. Miró al joven de arriba a abajo; debía tener su edad, no podía ser mucho mayor, y algo en él le hacía creer que ya se habían visto en otra ocasión. El muchacho debió pensar lo mismo, puesto que formuló la pregunta que rondaba la cabeza de Yvette casi en el mismo momento en el que iba a decirlo ella.

No, creo que no —contestó—. No lo sé, es posible que nos hayamos visto en alguna fiesta. —Volvió a mirarlo. Algo le decía que no era así, pero, ¿de qué, si no, iba a conocerlo?—. Soy una invitada de Josephine, la dueña de esta casa. ¿La conoces?


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Mensaje por Octavien De Lacy Miér Mayo 30, 2018 12:21 am

Yvette. No, no la conocía. De seguro había sido el desconcierto del momento lo que le había llevado a creer lo contrario. Le costó cerrar la maleta, pero Octavien lo hizo y se acomodó la ropa con un bufido de disgusto antes de relajar su cuello rotándolo de un lado a otro.

-¿Josephine? –repitió el nombre de su madre con marcado disgusto en la voz-. Querrás decir Madame De Lacy.

Pero qué descaro de parte de la muchachita, que impertinencia. Él era digno hijo de su madre y por eso estaba acostumbrado a ser pro escándalo. Josephine le había enseñado con el ejemplo que un escándalo a tiempo servía para desviar las atenciones de un tema a otro en cuestión de segundos y eso solía hacer Octavien cuando se veía en apuros. No le daría explicaciones a la tal Yvette, pero sí la amonestaría por hablar con tanta familiaridad de su madre.

-Deberías ser más respetuosa al hablar de una mujer como ella... Además, todo lo que es de mi madre es mío también, incluso esta casa –le aseguró con un ademán de querer continuar su camino, pero ella estaba justo entre él y la escalera que necesitaba descender antes de que su madre llegase-. Soy Octavien De Lacy y me estás estorbando.

Pasó junto a ella, rozándola sin ninguna cortesía. Desde que era pequeño esa casa se llenaba de personas que necesitaban refugio, estaba acostumbrado a conocer en la mesa del desayuno a personas de distintas clases sociales y hasta de variados colores en sus auras –por eso no se extrañaba de ver la de esa muchachita-, pero ahora que se había casado había conocido lo que era tener la paz de un hogar sin sobresaltos, sin gente llamando a la puerta a medianoche ni malheridos que se recuperasen en el sótano oscuro de heridas de sol o plata.

-Mi madre siempre abriendo las puertas a los desvalidos –se quejó-, un día despertará y descubrirá que uno de sus refugiados le ha robado todos los jarrones orientales y las pinturas.

Llegó a la mitad de la escalera con un peso en el pecho. Oírse decir todo aquello a la pobre Yvette –que solo había querido cuidar de las cosas de su madre, que él robaba- le dolió. Octavien no era así, no era un tipo desagradable ni hiriente. ¿Acaso el tener que ocultar su vida lo estaba contaminando? ¿Se estaba pudriendo por dentro? Apenado y avergonzado, pero también valiente, se volvió para subir los peldaños y volver junto a la joven. Dejó la maleta en el suelo y tomó la mano de Yvette en un acto sincero.

-Discúlpame, Yvette. Fui tan grosero –bajó la vista, apenado-. Tengo algunos asuntos personales que están volviéndome loco, perdóname por favor. No sé qué te haya traído a esta casa ni por qué necesitas refugiarte aquí… pero estás en un buen lugar, mi madre siempre ayuda a los que necesitan apoyo, la he visto hacerlo desde que era un niño. Eres bienvenida aquí –le sonrió y cuando sus ojos se reflejaron en los de ella un escalofrío premonitorio lo recorrió.
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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Jun 30, 2018 6:28 am

¡Pero bueno! ¿Quién se creía que era para tratarla de ese modo? Vale que aquella no era la casa de Yvette y que, quizá, se había extralimitado en dar unas órdenes que no le correspondían, pero, allí, el único intruso era él. Se había presentado como Octavien De Lacy, hijo de la mujer que la había ayudado cuando más lo necesitó.  Josephine ya había mencionado a su hijo en alguna ocasión, así que no le sorprendió encontrárselo salvo por una cosa: si de verdad aquella era su casa y Josephine su madre, ¿por qué actuaba de forma tan extraña? ¿Por qué no se paseaba por la casa como si realmente fuera suya? La joven lo miró con los ojos ligeramente entornados en un claro gesto de desconfianza.

Ella me deja que la llame así —se defendió. Menudo cretino—. Y que sepas que la respeto muchísimo. No entiendo como una mujer como ella ha podido tener un hijo tan maleducado como tú.

Para cuando sacó todo eso de su pecho, Octavien ya bajaba las escaleras, con prisas claras de querer salir de allí. Yvette se quedó quieta en el sitio, mirando con los ojos como platos sin poder creer qué estaba presenciando. ¿Acababa de llamarla desvalida y ladrona? Quiso replicar, pero las palabras se le atascaron en la garganta. ¡No la conocía de nada y ya la estaba juzgando!

Estaba ofendida, y lo único que quería era volver a su habitación y olvidar ese terrible altercado que nada iba con ella, pero no lo hizo. No podía dejar que ese joven se marchara de allí así. ¿Y si no era quien decía ser y, bajo esos vestidos, llevaba cosas de más valor? Avanzó unos pasos para seguirlo en su huída, pero él se giró antes de que ella pudiera comenzar a descender las escaleras y subió de nuevo. Cuando la tomó de la mano, un escalofrío recorrió la espalda de Yvette, haciendo que volviera la ya conocida sensación de haber visto antes a ese joven. Su razón luchaba fuertemente contra su instinto y, aunque cada vez estaba más convencida de lo que sus poderes eran capaces de hacer, todavía le costaba mucho dejarse llevar.

Yo tampoco me he comportado como debería —reconoció—. Disculpa que te haya llamado maleducado, en realidad no quería. Ya sé que ésta no es mi casa, pero Josephine se ha portado tan bien conmigo que siento que debo cuidarla en su ausencia, y creía que eras un ladrón.

Soltó su mano con delicadeza, sin hacerle creer que no quería seguir manteniendo el contacto físico con él, y las juntó frente a ella a la altura de su vientre. Le devolvió la sonrisa, pero, en realidad, ella no quería sonreír. Desvió los ojos de los de él y se fijó en la maleta que reposaba a los pies de Octavien, lo que le recordó la extraña forma de comportarse que había tenido. También estaba la curiosidad malsana que le producía el hecho de que se estuviera llevando los vestidos de su madre, pero no se atrevía a preguntar directamente a qué se debía.

Seguro que a tu madre le alegra verte —comentó, alzando la vista hacia él de nuevo—. ¿No quieres esperar a que llegue? Podemos tomar el té mientras tanto.


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Mensaje por Octavien De Lacy Sáb Jun 30, 2018 5:29 pm

-Nunca alguien me había dicho que soy fácilmente confundible con un ladrón –rió, porque si algo le parecía claro a él era que no dañaría ni a una planta que estuviese desarmada-. Pero de todos modos te agradezco que quieras cuidar mi hogar. O sea, el de mi madre… Veras, me he casado hace pocos meses y es por eso que todavía tengo algo de confusión.

Se fijó en la forma en la que ella observaba la maleta, como si desconfiara todavía de lo que él estaba haciendo. ¿Y qué estaba haciendo? Perder tiempo allí, desde luego, ni más ni menos que eso. La única realidad que veía clara era que no quería estar en la casa cuando su madre regresase de su reunión benéfica.

-Oh, esto –dijo, señalando la maleta y prefiriendo exponer él mismo el tema antes que dejar que cualquier sombra de duda se instalase, lo último que quería era que la muchacha le hablase de eso a su madre, y estaba convencido de que no lo haría si creía que era algo mínimo-. Como he dicho, soy un recién casado, de hecho aún no hemos podido salir de viaje de bodas… los negocios familiares, de los que me encargo en buena parte, lo han impedido. Recién ahora estamos habituándonos a la nueva casa y todavía tengo algunas de mis pertenencias aquí, suelo ir y venir trayendo y llevando objetos de valor sentimental que no podría confiarle a nadie del servicio. Supongo que me comprendes bien…

Esperaba que le creyese, después de todo era una explicación completamente normal, coherente. Quería dar por finalizada la charla antes de que su madre regresase, pero no sabía cómo hacerlo sin sonar grosero (como si pudiese arruinar todavía más las cosas con esa muchacha).

-Te agradezco profundamente el ofrecimiento –le dijo, a pesar de que se le hacía muy extraño que aquella muchacha lo estuviese invitando a tomar el té en su propia casa-, pero he de volver con mi esposa. Tengo que entregarle algunas de estas cosas –dijo, moviendo la maleta para señalar que se refería al contenido.

El reloj de la sala –ese de péndulo que Octavien tanto odiaba porque solía sobresaltarlo, ya que nunca se había habituado a sus sonidos- marcó la hora y él supo que no tenía más tiempo que perder allí. El terror a que su madre lo descubriera era una amenaza sobre su cabeza, no porque viese los vestidos, porque podría inventarle cualquier cosa, algo referido a Anna seguramente, sino porque Josephine sabría, frente a cualquier cosa que Octavien le dijese, que él mentía y de esa mentira a la realidad del Molly House poco trecho quedaba.


-Yvette –su nombre le sabía a mentira, como si en lo más profundo de sus ojos Octavien pudiese adivinar que ese no era el verdadero nombre de la joven-, he de pedirte un favor. No le menciones a mi madre que he venido, en realidad deseo volver junto a mi esposa, Anna de De Lacy, a cenar esta noche pero a modo de sorpresa. Es algo que mi madre me pide hace tiempo y por distintos compromisos no he podido complacerla, por eso quiero sorprenderla al llegar con mi esposa. ¿Podrías hacer eso por mí? ¿Serías mi cómplice para sorprenderla? Tal vez deberías hacer parte del secreto a la cocinera, para que cocine de más, ella sabe bien qué panes amasar para mí –le sonrió, ya podía saborearlos-, me conoce desde pequeño.
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