Fleur blanche, nuit noire [Privado]

por **Jeremy Legrand** Mar Mayo 15, 2018 6:26 am

La noche solía ser el mejor momento del día, por muy contradictorio que eso sonara. Era el momento en que las calles quedaban mudas, tranquilas, con ese silencio agradable y casi mágico interrumpido solo por el canto de los grillos de los jardines y parques cercanos.

En uno de esos jardines había decidido Jeremy perderse aquella noche nublada, tras asegurarse de que su hermano Andrè estaba profundamente dormido. El suave gruñido de los truenos lejanos indicaba que, según dirían algunos, el cielo amenazaba con descargar un diluvio sobre ellos en cualquier momento de la noche. Para Jeremy no era una amenaza en absoluto, más bien una promesa. Siempre le había gustado la lluvia y la tranquilidad que el mal tiempo traía, como si unas simples gotas de lluvia valieran para sosegar a las multitudes parisinas.

No obstante, la humedad del ambiente hacía mella en su pierna dañana, obligándole a detenerse brevemente, reposando su peso sobre su bastón, en el camino de pizarra que serpenteaba por el enorme jardín. Iluminado tan solo con la tenue luz anaranjada de las farolas cercanas que lograba atravesar los verdes y florecidos árboles de la estación, aquél jardín podía no ser el más glorioso ni impresionante de la ciudad, pero estaba apenas a unos minutos de su vivienda y seguía cumpliendo con la función esperada: ser un lugar agradable donde dejar divagar y alejarse aquellos pensamientos que solían quitarle el sueño.

Reparó de pronto en el intoxicante aroma que parecía querer reclamar su atención con cada vez más fuerza. Continuó andando, buscando la fuente de aquél dulce perfume, topándose pronto con un camino secundario casi cubierto totalmente por unos frondosos arbustos de grandes flores blancas que se derramaban sobre el sendero casi salvajes. Se acercó más, caminando por aquél sendero, perdiéndose en el epicentro de la esencia y cerrando los ojos unos segundos para disfrutar de ella.

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Pudo reconocer al instante aquellas flores, antes incluso de distinguir su característica forma en la semi oscuridad. Sus dedos, sus más preciadas herramientas, se alargaron hacia una de las flores para rozar cuidadosamente sus pétalos ligeramente rugosos y fríos.

-Ipomoea alba.-susurró, en un murmullo casi imperceptible, totalmente ajeno a que no estaba solo en aquél jardín.