· Echoes of the Past, Whispers of the Present ·

por **Genie M. Mozart** Dom Sep 30, 2018 9:59 pm

La musa dormida

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A

brir los ojos para toparte únicamente con la oscuridad circundante nunca fue un problema, cuando aún era capaz de discernir el día de la noche, la soledad real de aquella que se me escapa sin remedio por entre las costuras de mi alma. Cuando aún estaba completa.

Es extraño (y ciertamente algo vergonzoso) tener que admitir, a mi edad, que estar en una habitación, a solas, con las luces apagadas, no sólo me pone nerviosa, sino que también genera en mi un pánico que no sentía desde que apenas si tenía diez años. El miedo a la oscuridad, según dicen, es muy frecuente en artistas, o en aquellos cuya mente siempre está más despierta de lo que debería. No voy a negar que algo de razón tienen. Parte de la culpa de mis temores se deben a que soy incapaz de no-ver, incluso cuando debería simplemente resignarme a que, a oscuras, no debería verse nada. La incapacidad para diferenciar los objetos me lleva a imaginarme cosas que es evidente y lógico que no deberían estar allí...

¿Pero es en realidad tan evidente y tan lógico? Es en esos momentos en los que recuerdo tus palabras, Yvonne. Cuando me recordabas que las criaturas que nos daban caza si nosotras no los cazábamos a ellos sentían preferencia por las sombras, por la penumbra, siendo desde la protección que éstas confieren desde donde atacan. Tenías razón. Al final, aunque me negara a reconocerlo, siempre acababas teniéndola, especialmente en lo referente a lo mucho que confío en quién (y en qué) no debería. O en cierto modo, comprendía que si estábamos las dos juntas, ni siquiera esos monstruos que se esconden de la luz serían capaces de derribarnos a ambas. Eras mi apoyo, incluso más de lo que yo nunca fui el tuyo. Siendo la mayor, siempre he sido la más insegura, la más temerosa, la más sensible... Y también la que más papeletas tenía para perecer a manos de aquellos seres a los que yo temía, y a los que tú odiabas. Porque odiar genera fortaleza, mientras que el miedo simplemente es símbolo de cobardía. ¿Por qué fuiste tú, y no yo? Jamás seré capaz de responder a esa pregunta sin echarme a llorar.

La noche, que antes para mi fue más símbolo de concentración, y por tanto, de creación, ha vuelto a adquirir esos tintes de desasosiego de los que me deshice en mi niñez para dar paso a la inspiración. Contigo, mi musa se ha quedado dormida. ¿O también se me ha escapado entre los dedos? No soy capaz de crear, ya no, y mucho menos a oscuras. Porque llovía y no se veía nada cuando tu respiración se detuvo por completo, y es el eco de ese silencio el que se me ha quedado grabado. ¿Qué podría crear con la cacofonía de tus últimos momentos? Nada digno de ser recordado por nadie más que yo misma. Mi musa eras tú, Yvonne, porque representabas todo lo que no era: tú me completabas. Juntas, éramos equilibrio. Por separado, yo estoy rota, y tú ya no eres.

¿Cómo encontrar justificación, o incluso normalidad, ante semejante tragedia?

| A Yvonne |

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por **Genie M. Mozart** Sáb Ene 19, 2019 11:19 pm

La musa despierta

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A

pesar de que hace apenas unas semanas me quejaba de mi incapacidad para encontrar, de nuevo, la melodía procedente de mi interior, como una vez dijiste, las musas resultan en efecto ser cíclicas, al menos en lo que se refiere a la capacidad y necesidad de crear.

En sólo dos días he sido más productiva que en los pasados cuatro meses. Y no es porque tu ausencia me duela menos (si te soy sincera, es más bien lo contrario), simplemente un día me desperté y era como si las notas brotaran de mi alma de forma desordenada, y amante del control y el orden como siempre he sido, no necesité más que dos segundos para decidirme a traducirlas, a anotarlas, a darles forma, y sentido, y color. A darles vida.

He perdido la cuenta de cuantas partituras y pergaminos he rellenado, sin descanso, sin ser capaz siquiera de dejarme distraer por el sueño o la necesidad de comer. Alguna vez te ocurrió lo mismo, ¿lo recuerdas? Sobre todo cuando eras demasiado pequeña como para ser capaz de controlarte cuando ocurría, y entrabas en un frenesí creativo del que había que sacarte casi a rastras. Me temo que he retrocedido en ese aspecto. Mi mente es incapaz de desconectarse ahora que, después de tanto tiempo a oscuras, se ha iluminado de nuevo. La tristeza parece alimentar ese fuego que creía perdido, ausente, que casi sospeche que había muerto contigo. Quizá eres tú, desde el otro lado, la que me ha enviado no solamente las ganas, sino también las fuerzas para hacerme (hacernos) oír nuevamente. Porque como una vez también dijiste (y ahora me percato de que, quizá, siempre fuiste la más sabia de las dos), el verdadero pecado es privar al mundo de la música, porque entonces lo condenamos al silencio. O mucho peor, al ruido.

Sea como fuere, y a pesar de que claramente acabaré exhausta como no tome las riendas de esa ninfa que me ha poseído, no pienso detenerme. Tengo que exprimirla al máximo, porque aunque ahora ya sé que ni mis ganas, ni mi capacidad, me han abandonado, sé que una vez se marche mi fortaleza para sufrir el duelo y seguir creando piezas volverá a disminuir. Y no puedo seguir en silencio, Yvonne. Simplemente no puedo soportarlo. Contigo, hasta las palabras eran música en mis oídos, incluso aquellas que consideraba rudas y malsonantes. Y sí, tal vez sea imparcial en ese sentido, pero en los sentimientos nunca ha habido reglas. Nuestras almas eran gemelas.

Siempre lo han sido.

A mi musa la ha hecho despertar tu ausencia. Y me temo el momento en el que comience a llorar de veras. Entonces, será imparable.

| A Yvonne |

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