· Söt pojke, lydig fånge ·

l chico apenas tiene diez años la primera vez que su dueño decide comprobar los resultados de su "entrenamiento". No es algo que haya planeado con anticipación, de hecho, se trata más de un impulso, una reacción totalmente repentina, fruto de una decisión súbita y basada en una emocionalidad a la que no estaba acostumbrado. Y es que podía verlo, con una claridad tal que le parecía hasta terrorífica: el gran parecido con su madre. Y cuando sus ojos chocaron con los azules, inocentes y confiados, del chico que tenía delante, supo que el futuro que le deparaba podría llegar a ser tan terrorífico como el de la mujer a la que, sin saberlo estaba sustituyendo. Se sintió enfadado, porque aunque siempre lo sospechó, nunca se atrevió a pensar en ello. Si se había quedado con el crío, con el fruto de aquella traición, había sido para hacerlo sufrir. Y no para depositar todos aquellos sentimientos que aún albergaba sobre un nuevo objetivo. Pero su mirada clara, su cuerpo delgado, y pálido, oh, tan pálido... Cuando creciera, su belleza le robaría el habla. Y eso lo hizo perder el control.


l cuerpo del niño era frágil, delgado, demasiado ligero como para suponer amenaza alguna, aún así, realmente se esperó alguna forma de resistencia. No obtuvo nada, más que una risa infantil y curiosa, sorprendido por la reacción tan extraña del que sabía que era su dueño, ya que antes de ese momento jamás lo había rozado siquiera. Y ahora, el cuerpo del inmortal cubría su cálida desnudez como si se tratara de una manta helada. El niño sonreía, inocente, siempre confiando en que todo lo que el Amo dijera o hiciera era algo que debía aceptar, desear y asumir como un regalo. Así había sido instruido desde su nacimiento, y él había visto el proceso de adoctrinamiento desde el principio, pero no dejaba de sorprenderle. Tenía a su propio humano, criado en cautividad, moldeado a su antojo, y no se lo podía creer. El rubor del rostro de querubín, la absoluta ausencia de oposición, a pesar de que era consciente de que le estaba haciendo daño, al sujetarlo con tanta fuerza. ¿Podría tratarse de un espejismo? De una mentira. De algo que desaparecería si cerraba los ojos. Apretó el delicado cuello del chico, hasta causar que su respiración se cortara. Tampoco se quejó entonces, a pesar de que sus latidos fueron desbocándose sin remedio. No por pánico, sino por la cercanía a la muerte.


ngvi sabía llorar. Y quejarse. Y enfadarse. Pero ninguna de esas emociones iba jamás dirigida a la bestia que lo tenía encarcelado. Dirigidas a él, sólo habían una fe ciegas y un profundo sentimiento de amor y agradecimiento. Yngvi era igual y tan diferente a su madre, que a veces confundía a esa bestia, que finalmente lo dejó ir, para luego marcharse y cerrar la puerta con dos nuevos candados. Porque finalmente comprendió que el tesoro que tenía encerrado en aquella habitación era probablemente lo más valioso que había poseído jamás.

| ❅ Winter ❅ |

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