The immortality of the soul | Privado

por **Steve Wundt** Sáb Feb 16, 2019 2:47 pm

Muchos de sus colegas se pasaban el día quejándose. No les gustaban los alumnos, les parecía poco el tiempo de clase, otros deseaban el receso invernal que tardaría en llegar… pero Steve no era así. Él valoraba enormemente su puesto, que el hijo de un panadero estuviera ahora dando clases en el College de París era un orgullo para él y para su familia, él era el único de los Wundt que había podido estudiar y con sus logros estaba honrando esa oportunidad.

El College le gustaba tanto que en lugar de volverse a su modesto departamento –en el centro de la ciudad-, Steve se quedaba en la sala de profesores todo el día, hasta que se acercase el horario de la salida. Era un hombre observador y en eso, en observar a sus colegas y a los alumnos, consistía la menor parte de su tiempo, porque claro que la mayor parte se la llevaba la corrección de los deberes que su alumnado le entregaba.

La matemática estaba en todo, en las plantas, en las mariposas, en el cielo y la arena… a donde las personas volteasen a ver había cálculos perfectos hechos por la naturaleza para crear armonía. Lo mismo sucedía con la geometría, su gran pasión era descubrirla en las cosas simples de la vida e intentaba contagiar de ese entusiasmo a sus alumnos, pero no siempre lo lograba.

Esa tarde Steve había quedado solo en la gran sala. La luz entraba por los ventanales de corridas cortinas y bañaba la mesa circular en torno a la que solían sentarse los profesores. Hacía poco más de diez minutos, Anette –una mujer amable y sonriente que trabajaba en el servicio del College- había dejado una tetera para él y Steve ya estaba sirviéndose una segunda taza mientras corregía los exámenes que había tomado esa misma mañana.

Entre sorbo de té y sorbo de té, llegó el turno del examen de Dulcie Lovelace. La única señorita entre otros quince caballeros de su misma edad, una de las primeras mujeres en poder ingresar al College. Hacía poco tiempo que él trabajaba allí, menos de seis meses, y ya había tomado tres evaluaciones a ese grupo de alumnos. Dulcie era la prueba perfecta de que las mujeres, a iguales estímulos y enseñanzas, podían aprender a la par de los hombres.

-Incluso ella es mejor que muchos otros –susurró mientras veía el trazo perfecto con el que había hecho las figuras en su hoja y sacado los cálculos a un costado.

Unos minutos después ya se encontraba con la evaluación de Bruce LaFleur, la de Dulcie no tenía nada que corregir, pero su tarea se vio interrumpida por un golpe en la puerta. Steve levantó su cabeza y se puso en pie para ir a abrir. Asombrado descubrió a su alumna allí.

-Señorita Lovelace, buenas tardes –la saludó, aunque ya se habían visto en la mañana-. ¿En qué puedo ayudarle?