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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Léa Saint-Saëns Mar Mar 21, 2023 12:07 pm

"The ring is on my hand,
And the wreath is on my brow —
Satins and jewels grand,
And many a rood of land,
Are all at my command,
And I am happy now!"

Edgar Allan Poe

No había logrado conciliar el sueño. Su noche de bodas había sido más que sorpresiva, pues la había pasado en soledad, contrario a todas las pesadillas que había tenido desde que le informaron que la obligarían a casarse. Su marido, sin cruzar palabras con ella, simplemente se había retirado de sus aposentos dejándola sentada sobre el borde la cama. Se preguntó si su rostro de amargura había provocado en él algún recelo o quizá estaba arrepentido de haberla desposado. No hubo ningún tipo de entusiasmo de parte de ambos en la ceremonia religiosa, tampoco en la íntima celebración que se hizo hasta que llegó el momento de dejarlos a solas. A Léa, su madre le había preparado un ajuar de ensueño, y ella no había tenido ningún tipo de participación en la elección. Como una autómata, había dejado que los días pasaran hasta que firmara su condena.

Cuando la doncella entró el sol recién estaba saliendo, y le sorprendió que fuera interrumpida tan temprano. Le hubiera gustado quedarse en la cama unos minutos más, al menos para intentar relajar sus músculos. La muchacha, que era silenciosa y algo sombría, le había sido asignada por su suegra. La ayudó a quitarse el camisón, a lavarse y le peinó el largo cabello ondulado, para luego atárselo en un rodete decorado con dos trenzas que colgaban a los costados y se unían a él. Le pusieron la camisola blanca con mangas largas y el corsé apretadísimo encima achicándole la cintura y realzándole el busto, junto a la larga falda con flores bordadas que cubría varias capas de enaguas. Todo en un color azul oscuro. Bajó a desayunar y la mesa larga estaba preparada para ella sola.

¿Mi marido no desayuna? —la mención del título de aquel hombre le supo a hiel. Pero había prometido dar una buena imagen.

—Monsieur Sain-Saëns ya se ha retirado —contestó el mayordomo.

¿Está en sus aposentos? —preguntó sin recibir más que una mueca de incomodidad de parte de los empleados. Optó por sentarse, beber un té con leche y comer una croissant, pero tenía el estómago cerrado y ninguno de los manjares que le ofrecían llamaba su atención.

El silencio en su nuevo hogar era ensordecedor, como si una capa de tristeza se hubiese cernido sobre él y vuelto su prisionero. Ni siquiera los trabajadores emitían sonidos. Léa, tras el desayuno, salió al patio y pensó en lo hermoso que era y cómo contrastaba con el interior. Flores, pájaros, árboles, y un día diáfano le devolvieron la vitalidad que creía perdida. Caminó entre las ligustrinas minuciosamente podadas, y aunque no eran demasiado de su agrado porque prefería la naturaleza salvaje, lamentó no llevar consigo su libreta de dibujo. Alzó el mentón para que el Sol le diera en el rostro, pero captó un movimiento hacia su derecha que llamó su atención. Aguzó la vista y descubrió a Barthélemy. Lo contempló desde lejos, y le pareció aún más enigmático. No era como lo había imaginado, de hecho, distaba mucho de lo imagen monstruosa que había creado de en su mente.

Se acercó con cautela, para observarlo de cerca. No había reparado en él durante la boda, demasiado encerrada en su propia angustia para poder ver más allá. Le agradó que tuviera una cabellera abundante, pues en sus sueños oscuros era un anciano con unos pocos cabellos canosos. A pesar de que ella se encontraba a pocos pasos, Barthélemy no había movido un músculo. ¿Acaso no se daba cuenta que ella estaba ahí? Para Léa, su flamante esposo, estaba convirtiéndose en un misterio que debía resolver. Le resultaba absolutamente increíble que no le hubiera dirigido la palabra, ni para halagarla ni para despreciarla, era como si no estuviera ahí. Carraspeó para hacerse notar, para que él volteara y se dignara a saludarla.

Buenos días —dijo con voz suave, ya que su primer intento por captar su atención no había surtido efecto.


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Mensaje por Barthélemy Saint-Saëns Miér Mar 22, 2023 11:10 pm



Trece días para la luna llena.

Cuidar de sus plantas siempre lograba calmarlo. No había podido visitar su jardín en varios días, demasiado ocupado con la planeación de su boda y no es que su madre le pidiera mucho su opinión, no obstante, constantemente era requerido para medirse el traje y ese tipo de cosas. Estaba ahí tratando de recuperar el tiempo perdido, porque para él todo ese asunto era sólo eso, una pérdida de tiempo.

Armado con unas tijeras especiales se dedicó a cortar hojas secas aquí y allá, o especies invasoras. A veces tomaba alguna hoja verde y húmeda con sus dedos, como si estuviera tomando la mano de un recién nacido, y hablaba muy quedo, le hablaba a sus plantas, les decía lo bellas que eran. No eran halagos genéricos, Bart tenía uno específico para cada especie, exaltando sus colores, su aroma o su resiliencia.

Escuchó algo a sus espaldas y se giró de inmediato. No se había dado cuenta que ya no estaba solo en esa parte del jardín. Solía ensimismarse demasiado, era fácil tomarlo por sorpresa cuando estaba cuidando sus plantas o dando de comer a sus mascotas, a las que también les hablaba.

Léa, su nueva esposa, ahí estaba, inesperada en esa mañana y en su vida. Era muy hermosa y a Bart le pesó ser el ave de mal agüero que no iba a dejarla florecer. Desde luego no la miró a los ojos, pero pudo observarla mejor que la noche anterior, durante la ceremonia pequeña que sus dos familias armaron para los parias de cada una de ellas, donde no la encaró ni siquiera una vez. Siempre estuvo mirando al suelo o a su madre.

Mucho menos pudo verla después, cuando fueron dejados solos. Sólo se despidió de ella y se marchó a una habitación al otro lado del pasillo. Quizá estaba enojada y venía a reclamarle.

Buenos días —respondió muy bajito—. ¿Cómo… cómo dormiste? —preguntó, recordando que su madre le había dicho que siempre fuera cortés con ella, con las tijeras en la mano todavía, como a la mitad de un corte. Tragó saliva.

Suelo despertarme poco antes del alba. Es la mejor hora para ver las estrellas. —Sonrió para sí mismo de manera breve al mencionar aquello. Sabía de memoria el nombre de las constelaciones, en griego y en árabe, incluso de aquellas que no podían verse en esa parte del mundo—. Pero no espero que tú hagas lo mismo. Puedes decirle a las sirvientas si quieres que te despierten una o dos horas más tarde —explicó y carraspeó.

Dejó las tijeras sobre una jardinera y se encogió en si mismo, abrazándose por los antebrazos.

Eres la señora de esta casa —le recordó. Barthélemy no era un hombre malo, todo lo contrario, su bondad llegaba a ser peligrosa y, aunque sabía que ser unida a un sujeto como él no era el sueño de Léa, ni de nadie, quería hacerle la vida lo más llevadera posible. A él no le importaba tener que dar un paso a un lado si eso significaba que a él también le dieran esa libertad.

Creía que ambos sobrevivirían mejor si trabajaban en equipo, esperaba que Léa pensara lo mismo.

Puedes decirle a Aristide si necesitas algo para tu habitación. —El dinero no era problema, la fortuna Saint-Saëns era capaz de durar por generaciones aún si no se producía nuevo capital—. Lo que pidas será tuyo. —Esperaba que con semejante concesión, Léa se marchara por donde había venido, porque quería seguir trabajando a solas en su jardín.

“The tangle of the forest in his hair,
The silence of the woodland in his eyes.”
Oscar Wilde, The Burden of Itys


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Mensaje por Léa Saint-Saëns Miér Abr 05, 2023 6:15 pm

De lo primero que se percató era de que no la miraba a los ojos. La noche anterior había notado exactamente lo mismo, pero pensó que podría haber sido efecto de lo incómoda que era la situación para ambos. Sin embargo, en ese momento que se encontraban frente a frente, en un hábitat más ameno para ambos y donde, claramente, Barthélemy se sentía confortado, tampoco era capaz de posar sus ojos en los de ella. Supo, de inmediato, que su marido no era un hombre común y corriente. Léa no era una muchacha que recién había salido a la vida; los viajes, las fiestas, la habían ayudado a conocer todo tipo de personas e, incluso, seres que eran perseguidos por la Iglesia y el Estado. Y a pesar de lo vivido a sus veinticuatro años, nadie era como él. Su curiosidad comenzaba a escalar por un camino sinuoso y despertaba en Léa una enorme fascinación.

Contempló a su alrededor, se notaba que había estado podando plantas y le extrañó que, siendo el jefe del hogar, cumpliera con las tareas de un simple empleado. Observó las tijeras, la jardinera, los restos de hojas y tallos a su alrededor y memorizó las manos de Bathélemy oscurecidas por la tierra y la savia, confiriéndole un aspecto rústico que debía plasmar, con urgencia, en su cuaderno. Una brisa suave los envolvió, y el aroma de la naturaleza le arrebató una suave sonrisa. Su esposo le hablaba con una inocencia poco creíble para alguien de su edad, sin embargo, Léa sabía que no fingía. Lo conocía hacía escasas horas, y algo muy interno le decía que aquel caballero que la había desposado, era honesto y sin reveses. ¿Qué había detrás de su timidez? ¿Cuál era su disfraz?

Pude descansar muy a gusto —mintió por cordialidad. No había pegado un ojo en toda la noche. Como le hablaba despacio, dio un paso hacia adelante para acercarse y escucharlo mejor.

Prefiero desayunar con usted —Léa también solía levantarse temprano, a excepción de aquellas largas madrugadas de celebraciones en las que se pasaba un poco de copas y le dolían los músculos de tanto bailar. —Los colores del alba me inspiran en mis pinturas —¿debía aclarar que era una artista? ¿Él le preguntaría al respecto?

Le agradezco su ofrecimiento. No he tenido la oportunidad de recorrer con detenimiento mis aposentos, pero le haré saber a Aristide si he de necesitar algo —inclinó levemente su cabeza en señal de gratitud.

¿Sería una molestia para usted que me quede aquí a observarlo trabajar? No lo molestaré, ni se dará cuenta de que estoy aquí —sus padres le habían recomendado que sea una buena esposa, solícita, que se comportara con amabilidad, que de ello dependía el futuro de toda la familia, en especial de su sobrino huérfano. —Puedo sentarme allí —señaló el tronco del árbol. —O quizá este es su lugar privado y estoy invadiéndolo —miró hacia atrás, notó lo alejado de la residencia que estaba, hasta ese momento no había reparado en la distancia que había recorrido hacia él.

En el fondo, a Léa le había dado seguridad que Barthélemy no hubiera buscado intimar en la noche de bodas, tal vez nunca lo haría y eso le brindaba un alivio superior. Quizás él tenía alguna amante escondida y veía aquel matrimonio como un obstáculo en su libertad; ella quería demostrarle que ninguno de los dos estaba en una condición agradable pero que debían aceptarlo y, posiblemente, forjar un pacto tácito donde cada uno tenga su vida pero sin molestar al otro o a sus respectivas familias. La desesperanza que la había acompañado los últimos días comenzaba a diluirse y un haz de luz, que traía consigo un futuro mejor del esperado, comenzaba a crecer en su interior.


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Mensaje por Barthélemy Saint-Saëns Jue Mayo 04, 2023 10:26 pm



Era abrumador a veces, cuando la brisa llegaba de esa manera y traía los aromas de los árboles frutales más allá y de las flores a su alrededor, era una sinfonía, aunque con su olfato agudizado por su nueva condición, se sentía más como una cacofonía. Quería poder acostumbrarse porque, estaba seguro, sería increíble una vez que dominara sus sentidos amplificados y era una de las pocas cosas que lo hacían no perder la cordura.

Cerró los ojos para no marearse cuando la escuchó decir que pintaba. Levantó el rostro y, brevemente, de manera tan fugaz que podía parecer que lo imaginaste, la miró a la cara, de inmediato volteó el rostro a otro lado y es que la declaración lo había tomado desprevenido, no había esperado tener algo en común con ella.

Estuvo a punto de pedirle que se fuera, en cambio, sólo se movió de lugar para seguir trabajando como si todo lo anterior no hubiera sucedido.

Si quieres quedarte está bien —le dijo sin detenerse en su labor—, pero puede ser muy aburrido —le advirtió y es que no conocía a nadie que disfrutara mucho acompañarlo mientras estaba ensimismado en alguno de sus pasatiempos; lo cual era mejor para él, porque siempre iba a preferir la soledad.

Sólo que no podía desairar a Léa, lo único que podía hacer era avisarle de los riesgos que tomaba. Pobre, pensó, casada con el tipo más aburrido de Francia.

Estuvo un buen rato en silencio, sólo el tris tras de las tijeras y un ave por ahí de vez en cuando, era una quietud que lo mismo te hacía sentir en su sueño que dentro de una pintura colgada en el Louvre. El sol terminó de salir y la mañana subió de temperatura. Una gota de sudor resbaló por su ceja y cayó en su ojo. De inmediato soltó su herramienta, se llevó el dorso de la mano a la cara y se limpió.

¿Quieres ver algo que traje de uno de mis viajes a Louisiana? —preguntó de pronto, casi le estaba dando la espalda para entonces, pero giró el rostro levemente para poder hablarle—. Ven —le dijo y con una seña le indicó el camino, mismo que empezó a andar hasta llegar a un invernadero donde las plantas más llamativas estaban, especies exóticas, raras (quizá como él) para Occidente.

Aquí hacía todavía más calor, aunque Bart había creado un sistema de riego basado en diseños romanos que aportaba algo de frescura al ambiente.

Dionaea muscipula —dijo muy quedo al acercarse a una planta con hermosas flores blancas. De un frasco cercano sacó un insecto vivo con unas pinzas.

La planta se comió al insecto y Bart sonrió. Era fascinante, una planta capaz de hacer eso, se preguntaba qué otras cosas desconocía, porque a él sólo le importaba saber. Saber de todo, saberlo todo. Se irguió y se giró para ver si Léa lo había seguido y había visto lo que sucedió.

“In order to win me over, your presence has to feel better than my solitude.”
Horacio Jones


Última edición por Barthélemy Saint-Saëns el Mar Jun 13, 2023 7:18 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Léa Saint-Saëns Sáb Mayo 20, 2023 6:37 pm

Nunca se le había dado bien la soledad. Su hogar paterno desde sus primeras memorias, había sido un lugar ruidoso. Sus hermanos, los empleados, sus padres, las visitas que iban y venían, no había posibilidad alguna de encontrar la calma. Ella había aprendido a vivir en su mundo y se abstraía cuando se trataba de dibujar o de pintar. Podía estar rodeada de gente pero lograba concentrarse sólo en el papel, las pinturas, los pinceles, el carboncillo y las imágenes que la asaltaban como violentas tormentas marítimas cuando la inspiración tocaba a su puerta. Le era muy difícil frenar el impulso, y en su familia, simplemente, lo había aceptado. En los viajes, principalmente aquellos que hacía a la residencia de su tía en España, las fiestas eran constantes y tampoco podía darse el lujo de la soledad. Era una sensación tan desconocida a la cual, por lo tanto, le tenía miedo. Quizás, también, ese era otro de los motivos por los que le había insistido a Barthélemy para que aceptara su compañía. No quería estar sola en un lugar desconocido, donde se sentía constantemente evaluada y no solamente por su suegra.

Sin embargo, la presencia de su esposo le resultó agradable. Dejó que el sonido acompasado de la tijera la sumiera en un profundo letargo. El tiempo se pasó volando, y Léa se permitió contemplarlo desde su posición. Él se encontraba de espaldas, pero el movimiento de sus hombros, de sus brazos y de sus manos la hipnotizó. Lo observó abiertamente, como quien descubre un nuevo universo. Quería y debía conocerlo, era el hombre con el que, a pesar de su voluntad, iba a compartir el resto de sus días hasta que alguno de los dos muriera. Se preguntó si sería ella la primera, y la respuesta podía resultar un rotundo sí. Sus hermanos habían muerto trágicamente siendo muy jóvenes y dejando tras de sí un tendal de dolor. Sus padres habían envejecido cientos de años tras tanta pena. Deseó que, el día que ella tuviera que partir, ellos ya no encontraran en éste mundo porque no quería provocarles tal dolor.

Le sorprendió la invitación de Barthélemy, la sacó de su ensimismamiento. Y a pesar de que le respondió que, encantada lo acompañaba, tuvo la certeza de que no la escuchó. Se puso de pie para ir tras él, y con un pañuelo se secó el sudor de la frente. El sol calentaba más de lo que parecía. El paso de su esposo era tranquilo, mucho más que el de ella, pero entendió que debía seguirle el ritmo. Léa siempre estaba acelerada, caminaba rápido, era expeditiva para actuar y a veces se tropezaba con sus propios planes porque quería abarcarlo todo. En cosas tan pequeñas, eran completamente opuestos. Al menos, lo estaban intentando. No llevaban diez años de casados, eran unas pocas horas, pero sabía de matrimonios que incluso desde el altar estaban destinados a ser infelices. Tuvo el presentimiento de que ellos darían lo mejor para que todo funcionara.

El invernadero era alucinante. Contempló todo a su alrededor y deseó, una vez más, haber tenido su libreta y su carboncillo para poder dibujar. Las especies no se parecían demasiado a las que ella conocía, y siempre había sido una gran amante de dibujar la flora de los lugares que visitaba. Abrió los ojos de par en par con la demostración de Barthélemy, e inmediatamente una enorme sonrisa le iluminó el rostro. ¡Qué interesante! Con entusiasmo, dio dos pequeños aplausos.

¡Es maravilloso! ¡Esto es tan divertido! –exclamó. Acortó aún más la distancia que la separaba de su marido, sus cuerpos casi se rozaban. No fue un gesto premeditado, sólo quería ver más de cerca la escena. –Me gustaría probar, ¿o es poco oportuno? –Léa estaba en un constante aprendizaje, le encantaban las experiencias nuevas y, claramente, alimentar una planta carnívora era algo que jamás había hecho. Lo miró de frente, esperando que él devolviera el gesto. Le gustó su perfil, principalmente la suave sombra de una barba que esa mañana no había sido afeitada. Y también le agradó el leve aroma que Barthélemy desprendía, una mezcla de sudor, plantas e inocencia.


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Mensaje por Barthélemy Saint-Saëns Mar Jun 13, 2023 7:52 pm



Salió de su ensoñación cuando la escuchó responder y aplaudir, sin darse cuenta, su sonrisa ausente se acentuó.

A mi madre le asusta esta y otras plantas que tengo —comentó. Parecían palabras destinadas para rellenar el silencio incómodo. Pero como era casi siempre con Barthélemy, era importante leer entre líneas.

«No es la reacción que esperaba, pero me alegro de haberme equivocado». Y es que su madre y la servidumbre, bueno, hasta su fiel Aristide, encontraban algo extraño y hasta monstruoso en varias plantas de su colección: estaba acostumbrado, tampoco se iba a ofender si esa hubiera sido la reacción de Léa, le alegró que no lo fuera.

Y todavía más allá estaba el horizonte de su propia reflexión, porque él era como esas plantas, la gente no quería estar alrededor de ellas, o de él.

Fue a corresponder con el mismo entusiasmo cuando sintió el leve roce del cuerpo ajeno con el suyo y saltó tan rápido que casi tira el banco donde había estado sentado. Se puso una mano en el pecho y se tardó algunos segundos en responder, ¡porque no sabía qué decirle!

Lo siento. —Prefirió evitar cualquier tipo de pregunta—. Claro que puedes probar, mira… —Volvió a acercarse.

Le dio las pinzas y sostuvo el frasco para que tomara uno de los insectos que por ahí revoloteaban.

Una vez más estaban compartiendo el mismo aire, pero se aseguró de no tocarla en ningún momento porque no iba a poder cubrir su reacción dos veces seguidas y, definitivamente, una segunda ocasión vendría con preguntas que él no quería responder. Léa sabía lo que tenía que saber sobre él, que era un raro y que estaba nadando en dinero. No hacía falta que supiera otra cosa.

Con cuidado, porque si te mueves muy rápido no va a abrirse —le aconsejó. Su corazón aún estaba latiendo muy fuerte.

Estando así de cerca, olió el perfume de Léa. Cerró los ojos y trató de memorizar ese aroma, porque lo había tranquilizado, al fin había olvidado la sensación de haber sido tocado sin su consentimiento y podía volver a concentrarse en su invernadero, en la planta carnívora; en su, imposiblemente hermosa, esposa.

Aguardó, aunque estaba inquieto, estaba parpadeando muy rápido y moviendo la boca como si hablara, pero no decía nada.

Léa. —Al fin se atrevió—. Léa, si tú mientes, yo miento —le dijo y de inmediato lució desesperado consigo mismo por ser incapaz de hablar con claridad.

Quiero decir, sobre anoche… Van a querer saber y van a querer, ya sabes, que formemos una familia —continuó, tratando de ser más claro. Tarde o temprano tenían que hacerse cargo del elefante en la habitación.

No sabía exactamente qué estaría en juego para Léa, pero sobre él pesaba todo el legado de su familia, era el último varón de una larga lista de grandes hombre y mujeres, era su deber que el apellido Saint-Saëns perdurara.


Última edición por Barthélemy Saint-Saëns el Jue Jul 13, 2023 8:47 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Léa Saint-Saëns Mar Jul 11, 2023 4:04 pm

Uno a uno, los miedos e interrogantes que la habían apremiado, iban despojándose. Se dio cuenta que Bathélemy, lentamente, iba cediendo terreno con ella. Una de las grandes virtudes que Léa consideraba que tenía, era su afable personalidad. No siempre era arrolladora, capaz de comerse al mundo -menos después de la dosis de humildad que había recibido al casarse por conveniencia y obligada por su padre-, habladora o llena de energía. También podía ser muy buena escuchando, haciendo que las demás personas se sintieran a gusto con ella. Esa virtud se la había marcado su tía en uno de los inolvidables veranos en España, cuando había entablado diálogo con un viudo triste, amigo de ella, que hacía demasiado tiempo que no conversaba más de cinco minutos con alguien. Por un instante, entendió que su marido era como aquel anciano repleto de tristeza, que sólo necesitaba un poco de atención real.

Barthélemy le agradaba, aunque no sabía a ciencia cierta por qué. Era un hombre extraño, con gustos extraños, y que a pesar de que la noche anterior la había hecho sentir una visitante indeseada, comenzaba a sentirse a salvo a su lado. Y tal vez esa seguridad era la que la instaba a querer estar cerca suyo. Su nuevo hogar era terreno hostil, nadie le había dirigido una sonrisa y, al parecer, sería algo que nunca ocurriría. Tenía muchos deseos de estar con su familia; a pesar de que estaban devastados por el dolor de perder a sus hijos, sus padres eran personas adorables y que harían sentir bien a Barthélemy. Mientras seguía sus instrucciones para alimentar la planta, notó la poca distancia que los separaba, pero no se atrevió a más. Pudo intuir que lo incomodaba. Sonrió satisfactoriamente cuando la planta atrapó el insecto que ella le había ofrecido.

La declaración de Saint-Saëns la tomó por sorpresa. Giró lentamente y se apoyó sobre la mesa, para mirarlo de frente. Quizás sus sospechas de que tenía alguna amante oculta no eran tan descabelladas, y necesitaba de su complicidad para poder continuar con su vida sin demasiados sobresaltos. Su suegra parecía una mujer implacable y entendía por qué Barthélemy había cedido a sus deseos a pesar de ser un hombre lo suficientemente maduro para poder tomar las riendas de su existencia sin tener que dar explicaciones.

¿Tiene una amante? —quiso saber, claramente iban a hablar de manera directa y ella iba a serlo. —Entiendo si nuestro matrimonio es una pantalla. No me preocupa la mentira, siempre y cuando no perjudique el acuerdo que haya hecho con mis padres. También puedo fingir para que usted se encuentre con ella —y era la realidad. Estaba un poco abrumada e incluso decepcionada, creía haber podido la barreras que él ponía con el mundo, conocer un poco más de sus gustos.

Estoy dispuesta a cumplir con lo que usted diga, la única indicación que me dieron es que sea su esposa y todo lo que implica eso —no pudo evitar que sus mejillas tomaran cierto color ante aquellas palabras. Léa había besado a varios hombres, mas nunca había intimado con ellos. No por falta de oportunidad, sino porque no quería más habladurías sobre su persona, ya había tenido las suficientes y le habían costado demasiado caro. El embarazo le daba terror, no quería hijos, pero las circunstancias eran otras, ya no podía elegir.

Puedo darle hijos, soy una mujer sana, quizás no tan joven, pero sana. Gozo de buena salud y en mi familia no hay enfermedades hereditarias —sintió que sus palabras eran vacías, y las había dicho rápido, casi vomitándolas. La conversación la había puesto nerviosa e incómoda, hubiera preferido que su noche de bodas fuese una pesadilla y no tener que entablar una negociación sobre todo lo referido a ese tema. Pensó, de forma ilusa, que Barthélemy podía ser un buen compañero para transitar lo que sería una convivencia horrible en la residencia Saint-Saëns, pero no. Ella era una esposa prácticamente comprada y no había nada que hacer al respecto. Léa se sintió pequeña y se cruzó de brazos, en un gesto de protección a sí misma.


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Mensaje por Barthélemy Saint-Saëns Jue Jul 13, 2023 9:22 pm



Parpadeó una vez y sus ojos regresaron cubiertos de lágrimas, aunque no supo por qué y luchó con todo lo que tenía, mucho o poco, para evitar llorar frente a su esposa. Comenzó a negar con la cabeza y tragó saliva, desde luego, se negaba a verla a la cara, en cambio estaba de pie, muy rígido, con los brazos a los lados y los puños cerrados, miraba al suelo. Sólo al suelo.

No —dijo de manera trabajosa, como quien se ahoga y busca aire, pero antes de poder continuar, ella siguió hablando y se sintió muy aturdido.

Es más complicado, pero no tengo amantes, ni mujeres ni hombres, es…

Volvió a cerrar los ojos con fuerza. En su soledad era fácil lidiar con ese hecho, incluso su madre parecía entenderlo hasta cierto punto, pero tratar de explicarlo era difícil y vergonzoso.

Yo no… A mí no… —Estaba intentándolo, en serio que sí, pero sus palabras salían en un tartamudeo desordenado—. No tengo amantes, ¿de acuerdo? —Decidió zanjar el tema, ella no necesitaba saber más.

Tengo algunos problemas que van a complicar las cosas, pero te aseguro que no tiene nada que ver contigo. Entiendo que casarte conmigo no era tu plan de vida, lamento que te hayan unido a mí —dijo en un hilo de voz y sonó sincero, en verdad creía que su presencia era un castigo para los demás.

Quería poder ser más sincero, pero le costaba demasiado trabajo, no sabía cómo expresarse. No entendía muchas de las cosas que le sucedían, sólo sabía que había algo mal en él y quería que su nueva esposa lo viera, no para que lo juzgara, sino para que entendiera lo que estaba tratando de decir, al menos lo suficiente para saber que ella no tenía la culpa de nada y que era tan víctima como él.

Y si así lo quieres, puedes tener amantes tú misma. Podemos legitimar a tu bastardo, haciéndolo pasar por mi hijo. —Porque no había pasado por alto el ofrecimiento de Léa que le pareció increíble, él no podía ofrecerle menos.

Esperaba que con esa declaración, ella entendiera que el problema no era una mujerzuela misteriosa y escondida con la que Barthélemy tuviera una relación de años, nada más alejado de la realidad; el problema era que, muy probablemente, ellos jamás iban a tener intimidad, porque él no sólo no estaba interesado y desconocía la mayoría de las cosas técnicas, sino porque el trauma de su única visita a un burdel aún resonaba en su caja torácica, en su corazón herido; ese niño que lloró toda la noche después de que su padre lo obligara seguía llorando.

Léa —habló muy suave e hizo el ademán de querer tocarla pero se restringió en el último momento—. Prometo jamás hacerte daño, jamás juzgarte, jamás tratar de controlarte. Tenemos que cumplir un papel, pero lo que pase en nuestras vidas a puertas cerradas no tiene por qué saberse. —Pausó y levantó el rostro, a pesar de los años, Barthélemy tenía los ojos de un niño, de un café rico como de tierra recién mojada o un whisky bien añejado.

Y sí, la miró, por un instante, a la cara, la miró a los ojos. Sólo un instante.


Última edición por Barthélemy Saint-Saëns el Vie Ago 18, 2023 7:44 pm, editado 3 veces


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Mensaje por Léa Saint-Saëns Dom Ago 06, 2023 9:38 am

Léa quedó sumida en el más profundo desconcierto. Escuchaba atentamente y con un dejo de horror, las palabras que brotaban de su misterioso marido. Le hubiera gustado tener mayores herramientas para entenderlo, para poder descifrar quién era, por qué se comportaba de esa forma con ella, pero no pudo más que sentir la profunda humillación que la atacó. Sintió las tenazas de la degradación tomándole el cuello, apretando con fuerza sobrenatural su garganta. Recordó, con pesar, cuando sus amigas la apartaron y se rieron de su cuerpo, pero ni en aquel entonces, ni cuando su padre le dijo que había arreglado un matrimonio para ella, se sintió tan rebajada como con la propuesta tan indecorosa de Barthélemy.

Por acto reflejo, se alejó unos centímetros de él. Hubiera querido salir corriendo pero no iba a permitirse un accionar tan cobarde. Necesitó tomar distancia… Caminó hacia atrás uno…dos…tres…cuatro pasos y se sostuvo de la mesa que contenía las exóticas plantas que decoraban aquel lugar. Su pequeña mano se aferró a ese mueble como si se tratase de su propia vida. Estaba segura de que si se soltaba, las piernas le fallarían y el tan denigrante momento que estaba pasando, crecería exponencialmente.

Su propio marido le proponía entregarla a los brazos de otro hombre, concebir un hijo fuera del matrimonio y hacerlo pasar como propio. Pretendía que ella cargara, en su vientre, con la vergüenza, con el secreto, que gestara en sus entrañas su propia incapacidad para conquistar a un esposo que, claramente, no quería ser conquistado. Las palabras, todas indecentes, se le abarrotaron en las cuerdas vocales, pero tragó con dificultad. Las sintió quemando por dentro, como si hubiera bebido un trago de coñac, pero recordó quién era, de dónde venía y la educación privilegiada que había recibidio.

Tuvo el deseo profundo de estar en la residencia de su tía frente al mar, sintiendo el cálido viento acariciándole la piel mientras las olas le besaban los pies. Evocó ese momento de calma y placer para lograr tranquilizarse y racionalizar alguna frase, volverla coherente, que tuviera algún tipo de sentido, pero lo cierto era que nada en aquella conversación parecía tenerlo. Hubiera sido más aceptable que él tuviera una amante y fuera sincero, era algo prácticamente normal entre los hombres.

Creo que usted está confundido sobre la clase de persona con la que se casó —la voz le salió rasposa por el llanto contenido. No le importó demasiado que él la mirara; algo que hacía unos segundos le hubiera resultado fascinante, en ese momento se había desdibujado.

Sus palabras me resultan ciertamente desafortunadas, y entiendo que quizás no esté en sus planes concebir hijos conmigo, pero en los míos tampoco está concebirlos con otros. Ni siquiera con usted —recuperó fuerza, se irguió y alzó el mentón. —No nací con el anhelo de ser madre, nunca estuvo en mi naturaleza, pero comprendí que era mi obligación al casarme el darle herederos. Herederos de su propia sangre, no de un affaire como si fuera una mujer sin una reputación que cuidar.

No tengo amantes, no los he tenido nunca y tampoco deseo tenerlos. Creo que tendremos que resolver esa cuestión de otra manera, ya que no voy a permitir que me entregue a los brazos de cualquiera para poder preservar su imagen —la suavidad de su voz no se correspondía con la ebullición de sus sentimientos.

La sangre le hervía, tenía los pómulos enrojecidos y se dio cuenta que estaba enojada, muy enojada. Enojada con su familia por haberlo perdido todo, por haberla entregado en sacrificio como si fuese un cordero, enojada con sus hermanos por haberse muerto y haberla dejado con todo el peso del mundo sobre sus hombros, enojada con su consorte por hacerla sentir una mujer pequeña y desechable, y enojada consigo misma por no haber huido cuando aún podía hacerlo, por haber tomado la decisión de resignar su felicidad y libertad para salvar el buen nombre de una familia que ya no sentía propia.


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Mensaje por Barthélemy Saint-Saëns Vie Ago 18, 2023 8:20 pm



Se distrajo con cualquier cosa de modo que le daba la espalda a su esposa. Estuvo así hasta que ella hizo erupción, algo que no se esperaba, y se giró de nuevo para verla. Ah, genial, día uno de estar casados y él ya había metido la pata hasta dentro.

Se talló la cara y se llevó los dedos al cabello antes de poder responder a todo lo que acababa de escuchar. Respiró profundamente y apretó los talones de las manos sobre sus ojos hasta que comenzaron a verse destellos detrás de los párpados.

No era lo que estaba tratando de decir —aclaró sin moverse—, yo solo quiero que estés cómoda y seas lo más feliz que se pueda ser, considerando las circunstancias —continuó y su voz se arrastró, sonó seca y trabajosa. Conocía bien esta sensación, pero no estaba seguro de querer tener una de sus crisis frente a su mujer, sobre todo después de este malentendido.

Tragó saliva que le supo amarga y poco a poco bajó las manos, aunque tenía los nudillos blancos y los músculos de los dedos completamente tensos, por lo que se veían retorcidos y extraños.

¿Podemos olvidar eso por ahora? —pidió. Estuvo a punto de pedirle que fuera a buscar a Aristide o a su madre; en cambio, se quedó callado, su boca formó una línea recta sobre su rostro contrariado.

Moviéndose como un autómata, se volvió hacia una jarra con agua. Quiso servirse un poco en un vaso, pero todo su cuerpo estaba oprimido por el pánico, así que el vaso resbaló de su mano sin fuerza y se rompió en mil pedazos al llegar al suelo.

Barthélemy quiso recoger el desastre de inmediato, pero en su afán se cortó con una de las esquirlas, y aunque sus nuevas habilidades de hombre lobo lo ayudaban a sanar más rápido, la sangre no se hizo esperar. Silbó de dolor y no pudo postergarlo más.

Sostuvo su mano herida con la buena cuando se irguió de nuevo.

¿Puedes ir por Aristide o mi madre? —Se rindió, necesitaba a unos de los dos cuantos antes. De algún modo le estaba pidiendo que acabara con su miseria y dejara de verlo en este estado tan deplorable—. Espera, antes de que te vayas —agregó sin darle oportunidad a Léa de responder o hacer algo.

Antes de que te vayas, ahí hay algunos instrumentos de curación. —Señaló un estante con puerta de cristal—, sólo ayúdame a que deje de sangrar. Después eres libre de marcharte —dijo, y aunque hablaba de ese instante, parecía que profetizaba su relación entera.


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Mensaje por Léa Saint-Saëns Lun Oct 09, 2023 4:49 pm

Lo vio resquebrajarse y no fue capaz de interrumpirlo para que dejara de hablar. No necesitaba conocerlo demasiado para notar cómo la expresión de su cara cambiaba y en sus ojos que no la miraban, parecía reflejarse algo parecido a la desesperación. Lo vio perder el control de sí mismo, como si lo dominara el miedo, el pánico, y ya nada de lo que estuviera ocurriendo a su alrededor fuese importante. Sin embargo, Léa notó que Barthélemy batallaba contra lo que estaba sucediéndole y las palabras que hubiera podido emitir murieron en su garganta.

La atenazó la culpa y le provocó un nudo en el estómago. ¿Había, realmente, entendido mal los dichos de su marido y su reacción le había provocado tal estado de angustia? Ella era una mujer fuerte, que defendía sus convicciones sin demasiados miramientos, pero sabía reconocer cuándo había cometido un error, y era evidente que ese era uno. Menos de veinticuatro horas de casados y habían tenido una discusión sin sentido, y su esposo parecía desarmarse frente a ella. Todo era un fiasco. Su existencia completa lo era.

Ahogó un pequeño grito cuando el vaso cayó al sueño haciéndose añicos y Barthélemy, que parecía haber perdido por completo el poco control que tenía, se cortaba la mano. La sangre jamás le causó impresión…

Una serie de recuerdos llegaron a ella y entendió por qué la situación no le resultaba del todo desconocida. Su tía solía sufrir un mal parecido en el que el corazón le latía con fuerza, comenzaba a sudar frío, le costaba respirar, lloraba con profundo desconsuelo y sentía que iba a morir. En más de una ocasión, Léa la había asistido en tan confusas circunstancias; primero con miedo y, finalmente, con confianza, porque sabía que pronto pasaría.

Ignoró por completo el pedido de su marido y se acercó a él, acortando por completo la distancia entre ambos. En las fiestas veraniegas que la hermana de su padre organizaba, los invitados solían lastimarse en más de una ocasión debido a los estados de ebriedad en los que quedaban sumidos, y más de una vez había sido ella la que había tenido que ejercer de enfermera, porque no había tiempo de buscar a un profesional.

Con delicadeza, le quitó la mano sana de la herida y allí estaba el corte, que no era tan grave como aparentaba. Tomó un pañuelo de su propia manga y lo apretó contra su palma. Podía sentir la respiración entrecortada y tibia de Barthélemy contra su cabello, y la invadió un sentimiento inmenso de piedad. Era un hombre atormentado al que, al fin de cuentas, también lo habían obligado a contraer nupcias con una completa desconocida. No se conocían en lo más mínimo, no sabían qué pensaba uno o el otro, y era en vano intentar llegar a un acuerdo tan serio cuando lo poco que sabían eran sus nombres.

Levantó el rostro y lo miró directo a los ojos. Alzó la mano que no presionaba el corte y con las yemas de los dedos índice y medio le rozó la mandíbula, delinéandola, hasta llegar a su mentón. Le gustó el tacto de su piel, que a pesar de que era evidente que se había afeitado temprano, no era completamente suave debido a la barba que pugnaba por comenzar a crecer.

Tranquilo —lo dijo con suavidad, de forma casi inaudible. —Respire profundo. Inspire por la nariz y exhale lentamente por la boca —estaba esperando que él saliera corriendo, reticente al contacto como parecía ser. —No llamaré a nadie, de ahora en adelante soy yo quien debe cuidar de usted. ¿Me lo permite, Barthélemy? Le pido permiso para cuidarlo—rogó que él no la rechazara.


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