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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Hela Von Fanel Vie Mar 16, 2012 10:32 pm


Y el amor se prostituye en la esquina del odio.


La sangre crea un laberinto silencioso sobre el suelo, las gotas que caen desde aquel cadáver colgado en el techo de la habitación, crean un constante y sonante “plop” perdiéndose entre los murmullos inentendibles de una hembra. Las pinturas en los muros se han manchado de carmín, las velas de los candelabros dejan su vals para dar inicio a la jugarreta del humo y sus siluetas como sombras acechantes. Si pudiese concebir un segundo de paz en esa residencia lo haría, pero ha terminado con todo lo que allí alguna vez tuvo vida. El cuerpo acribillado tiene un perfil bastante peculiar, un parecido extremo con aquel hombre de cabello rubio y mirada fulminante. Von Fanel requirió de un suplente para apaciguar esos demonios que comienzan a devorarla desde el interior, envenenando un alma que creyó redimida ¿Pero a quién demonios engañaba? La fémina nunca fue creada para merecer el “amor” de una persona, mucho menos de un ente maldito como lo es ella. Una sonrisa sádica se asoma en la comisura de sus labios, esos orbes famélicos destellan en medio de la obscuridad, quieren más de ese fruto prohibido para los hombres. Entonces, se dirige vacilante hasta su próxima víctima, la esposa y el hijo… Amordazados con un pedazo de carne de su padre y marido, sus lágrimas caen al lado de sus mejillas clamando piedad. La vampiresa los observa con un auge de ternura perfectamente fingida. Hace un puchero, podría jurar que sus sentimientos son reales, pero ella vendió su misericordia por un poco de olvido ¿Lo obtuvo? No.

El Sacro Imperio Romano Germánico (Alemania), cuna de sus padres, territorio hostil y perteneciente al único hombre que abrazó a la estúpida mujer después de su muerte. Decidió seguirle hasta allí porque a pesar de todo, aún cuando en la mitad de su existencia él la abandonó, nunca le ha mentido. Luther, un ente sombrío, frívolo e intensamente lleno de sadismo contra humanidad al igual que la morena. Reconocerse en él como un reflejo, es demasiado para ella, es prisionera de un extraño sentimiento para ese desgraciado vampiro. A pesar de su deformidad, Lorraine es capaz de mirarle a la cara encontrando el misterioso mundo que él representa, ¡Una caja de Pandora! Él cuidó de la imbécil tras la luna llena; la herida en su costilla aún no repara del todo es por ello que necesita alimentarse de sangre joven, más de la que cualquier vampiro podría consumir en una noche. La mordida del licántropo destrozó gran parte de su cuerpo y, cuando su condición asegura la perfección, esta vez parece que su cuerpo no podrá regenerar por completo la piel dañada, dejando una cicatriz horrenda en ella “Ahora estoy igual de deforme que tú” Pasa por su mente aquella conversación que tuvo con Luther antes de salir de cacería. ¡Maldición, la trata como a una niña! Es evidente que se comportó como tal en la noche de su boda pero ¿Acaso no se cometen locuras en nombre del amor? Ahora está más segura que nunca que aquello no fue “amor” si no un juego vil entre lo horrendo y el dolor.

Sus manos se posan sobre las mejillas del pequeño con no más de 12 años de edad; la madre atormentada por lo que le hará, comienza a golpear el suelo desesperadamente con los pies para tratar de llamar la atención del demonio, lo consigue. La fémina clava su mirada en ella con amenaza de muerte, se aproxima con paso lento hasta ella y hace pasar sus dedos sobre la delicada piel que cubre sus órganos internos. Lo gélido de su tacto provoca una reacción predecible, escalofríos. Las pupilas se le dilatan, el miedo puede apreciarse en los temblores inconscientes de su cuerpo, pero era demasiado pronto como para asesinarle… No comprende de razones, ella nunca fue madre, nunca fue una hija amada, así que no puede reconocer que es más doloroso… ¿Una madre que observa impotente la muerte de su hijo o a la inversa? No importa cuál sea el orden de los factores, el resultado será el mismo, sufrimiento para ellos, idílica diversión para ella. Con la uña de su dedo índice desgarra la piel desde el vientre hasta el pecho de la madre, cuidando que ningún órgano vital fuese herido y su juguete muriese por un sangrado excesivo. Relame sus labios saboreando la joya de sus venas, pero el festín no es ella, el plato fuerte había sido el hombre que ahora cuelga con la lengua de fuera y, el postre, por obvias razones, sería el pequeño que se atraganta con el corazón de su padre.

La chimenea se enciende, los carbones consumidos ya por el fuego anterior, sólo representan un estorbo más. Así que Lorraine sin sentir nada en lo absoluto, introduce su mano en la hoguera para aparcarlos, al sacar el brazo de las llamas se observan las yagas y las ronchas a punto de estallar, entonces lame con obscenidad la copa sostenida en el suelo con los restos de sangre del caballero y repara sus heridas, excepto la que porta en su cintura. –Siéntanse bienvenidos, prepararé la cena- Una idea amarga cruza por sus pensamientos, desea alimentarse del chico pero ve una oportunidad como ninguna en ese cuadro familiar que ha roto. Alimentar a la criatura con los restos de sus padres, llenarlo con ponzoña, destruir su alma desde las profundidades de su corazón, convertirlo en un niño con el resentimiento a la vida... ¿Qué sentido tiene? Así podría reconocer que no es el único miserable en la tierra. Y es que no sólo se trataba del despojo que quedó tras la traición de a quien más quiso, si no aquellos andrajos que viste por culpa de su mermado intento de suicidio, no puede portar un corsé galante como lo solía hacer en sus décadas de gloria, no puede arreglar su cabello sin tener que esforzarse y sentir como la piel de su cintura se estira hasta el límite, desgarrándose lenta y dolorosamente… es como observar un trozo de tela rompiéndose por la fuerza ejercida en sus extremos, de la misma forma en que las hebras penden después de la fractura, los nervios de Lorraine se extienden putrefactos a lo largo de la herida. Arroja el primer trozo de carne al fuego, un filete de la pierna de Sir Askenazi...


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Mensaje por Invitado Lun Jun 04, 2012 8:53 am

Nada me ataba a un único lugar. Lo único a lo que había una vez llamado hogar, mi polis, yacía tras el decaimiento del período de esplendor de la así llamada Antigüedad Clásica en un desierto de piedra, arena, polvo y ruinas: nada quedaba de Esparta de lo que una vez había sido, un lugar rico y lleno de arte primero, una potencia militar de primer orden después. Nada. Todo lo que como humano había asociado a un hogar era inexistente ya, y como vampiro... como vampiro me era imposible un sentimiento así.

¿Añoranza, nostalgia? Eso era para los débiles, no para mí. No quedaba tampoco ningún sentimiento de atadura hacia un lugar geográfico que estaba a merced de la destrucción de los patéticos humanos según beneficiara a sus juegos de poder, dignos de párvulos, de una manera o de otra; aquello era algo impensable para mí, que había cortado mis lazos con el mundo hacía ya siglos, incluso cuando todavía era Pausanias, y no Ciro.

Llamar hogar a los lugares que escogía como residencias era, por tanto, un contrasentido de lo más absoluto; una limitación que constreñía mis posibilidades como un corsé el cuerpo de una mujer, y que impedía que yo – ¡yo! – pudiera desarrollarme en la totalidad de mis infinitas posibilidades, actualizara a acto lo que podía hacer en potencia si se quería utilizar la jerga de un compatriota, Aristóteles, y por eso no lo hacía, por eso no consideraba ni consideraría París como un hogar que me doliera dejar, especialmente si me favorecía dejarlo, como era el caso.

Siendo yo como era, las rencillas eran inevitables, así como una muestra del limitado intelecto de aquellos que se atrevían a establecer una disputa contra mí, que era capaz de destrozarlos sin pensármelo dos veces y sin lamentarlo, pero aquel caso había sido ligeramente diferente, había despertado el susodicho vampiro que se había atrevido a ofenderme una ira tal que preferí tomarme las cosas con calma y que lamentara profundamente haberse inmiscuido en lo que no le interesaba: mis asuntos.

Primero me había ocupado de estudiar sus alrededores, sus allegados y la gente que le importaba, con la sorpresa (no demasiado importante, dado que en cierto modo era incluso predecible) de que no permanecían en el reino de Francia sino en el Sacro Imperio Romano Germánico, nombre medieval y rimbombante donde los hubiera. Después, me había dispuesto a trasladarme en persona a deshacer todas y cada una de las vidas de la gente que le importaba, y así se explicaba que me encontrara, una noche en la que la luna brillaba en el cielo, bañado por la sangre y rodeado de vísceras y cuerpos desmembrados con partes esparcidas por toda la estancia, casi como muebles.

Me pasé una mano por el pelo, apartándomelo de la frente y consiguiendo no mancharlo de sangre en el proceso, algo que requería cierta práctica para su correcta ejecución, y en un momento dado volví a estar de pie, con la velocidad que me había caracterizado tanto de vivo como de muerto, pues me había parecido captar un olor que no parecía ir, a priori, en consonancia con la situación.

La ropa que llevaba parecía propia de alguien de clase media, algún carnicero a juzgar por la sangre que la manchaba; mi propio aspecto podía, incluso, parecer vulgar en un primer vistazo, pero bastaba una segunda mirada más pormenorizada para ver que no lo era, en absoluto, pues interiormente había vuelto a la carnaza de la batalla, a la intensidad de la sangre, a la clase de vida a la que me habían acostumbrado desde que era un niño: la de un guerrero sin piedad alguna con sus enemigos.

Una media sonrisa torva se me dibujó en los labios, tintados sólo parcialmente de carmesí, al abrir los ojos y reconocer el olor que me había centrado en distinguir con los ojos cerrados. Carne humana ardiendo, sangre, miedo, vampiro, todos en una mezcolanza extraña y atrayente que bastó para despertar mi sed de nuevo y que me alejara del escenario de una matanza sobre la familia de un tal Carlo Buonsignore.

Como un cazador acechando a su presa, me serví de mi sentido del olfato antinaturalmente desarrollado por el vampirismo que estaba ya en mi naturaleza totalmente inserto y me deslicé por callejones, por estrechos caminos entre casas que se mantenían en un equilibrio bastante precario guiado por el olor y por el viento, hasta que finalmente llegué.

No me costó demasiado, como no podía ser de otra manera, adentrarme en el interior de la casa, no lo suficientemente vigilada si lo que se quería era no tener visitantes de ningún tipo, por mucho que ese visitante fuera yo, con el enorme privilegio que eso suponía. Ni un instante tardé en hacerme a la poca luz de la estancia, que revelaba las formas de dos humanas en el suelo, la de un cadáver colgando del techo y la voluptuosa y sinuosa de una mujer no humana, cuyo nombre incluso sabía: Lorraine Von Fanel, casi d’Ralph.

Por mucho que me esforzara en aparentar, como buena técnica de caza que era, que pertenecía a la clase más baja de la población de la época no lo era, en absoluto; tenía mis contactos, estaba enterado de los hechos de interés que sucedían en las clases más acomodadas, y ¿cómo no iba a enterarme de la boda fallida del Conde de Inglaterra con una de las criaturas que yacían bajo la ancha sombra de Abaddon en su origen? Por eso la reconocí enseguida; por eso, y también porque pocas vampiresas poseían las mismas cualidades que a ella la hacían legendaria, no únicamente en cuanto a su físico, aunque también.

Aquello podía resultar interesante, porque ver hasta qué punto una niña en cánones vampíricos pero que tenía una fama alargada, además de aspecto de estar descontrolada y por tanto dispuesta a cualquier cosa podía llegar, era la clase de divertimento que yo podía encontrar y de hecho buscar cualquier noche de las que formaban mi eternidad, por lo que no me lo pensé y abandoné las tinieblas parciales de la habitación para quedar frente a ella, simplemente examinándola, al menos en un primer momento.

Buen provecho. – comenté, medio sonriendo y en referencia a la situación, al banquete, al trozo de carne que ardía, al hombre sangrante, al resto de pierna con sangre coagulada... a las víctimas que esperaban a ser devoradas en pos de un bien mayor: nuestra supervivencia.
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Mensaje por Hela Von Fanel Sáb Jun 16, 2012 10:14 pm


Infantilismos; quien no los ha padecido, no ha madurado nunca.

Los orbes del pequeño centellaban cada que las lenguas de fuego en la chimenea se levantaban presuntuosas y amenazantes. Él sólo podía observar como la mujer de cabello azabache extraía del cuerpo de su padre un trozo de carne. La sonrisa tajante de la vampiresa resultó aterradora ante la pequeña luminiscencia de la habitación, sus colmillos se habían desenfundado, su mirada se llenó de un color más negro que la noche y la locura apenas lograba divisarse en sus facciones. La peste a carne asada pronto inundó cada maldito rincón de la residencia. Quien no conoce sobre el noble arte de la gastronomía, apostaría su alma que se trata de un filete de cordero, el más fino de los cortes. Sólo los hombres con la demencia suficiente como para cometer el pecado de la glotonería con el canibalismo, podían darse cuenta de lo que se cocinaba bajo aquella nube negra. Ágathá inhaló el aire como si de ese dependiese su vida, se embriagó con el hedor y se sumergió en las memorias del pasado. Una ácida hojeada a lo que alguna vez construyó como mortal. En su cabeza retumbaron los gritos agónicos de su madre, Anastasya Von Fanel cuando abriendo la puerta aquella tarde, lo primerio que vieron sus ojos fue el cadáver de su esposo, James Von Fanel. Su hermano estaba ahí, presente también, pero de ese desgraciado infante sólo puede memorizar los últimos momentos de su vida, cuando mutilado de sus extremidades y moribundo le pidió perdón a la podre Ágatha olvidada. Fue en ese instante en el que ella cercenó su cabeza.

Sumergida en aquellos pasajes obscuros de su existencia, ignoró el supuesto arribo de una sombra más tétrica que la propia. Había un invitado sorpresa al que ni siquiera ella conocía en su esplendor. ¿Qué importaba? Donde come uno, siempre habrá de sobra para alguien más. El filete terminó su cocción. La vampiresa gustosa, se acuclilló frente al niño. Acarició sus cabellos con la mano libre, lo veía y lo veía con una ternura ignota. Cuando al fin él pudo verle a los ojos, ella sonrió –No me tengas miedo, ma pettite- Ladeo su cabeza explorando en el rostro ajeno cada sentimiento, cada sensación y emoción que emitiría. Pocos lo sabían, pero Lorraine amaba el arte como pocas cosas, ella necesitaba sentir que cada muerte fuese una creación de la más pura representación del mal. Con cada cadáver podría generar una sinfonía, una rapsodia, un réquiem. Cada víctima era diferente y cada grito emitido una nota que debía ser guardada en las complicadas cuerdas de los violines. Esa noche no habría excepción. –No te lastimaré- susurró muy cerca de sus labios. Bajo toda aquella capa de negrura y crueldad, Ágatha parecía tranquilizar a su propio hijo con palabras anidadas a una clave que sólo las madres comprenderían. Tarareó una canción de cuna que, en sus labios además de sonar hermosa, tenía un aura sombría. –Come- Le ordenó. Por obvias razones él se negó, pero con la paciencia de la vampiresa… Abrió su boca con la mano sin importarle el daño que le ocasionaría al pequeño. Lo obligó a tragar. Fue más sencillo que el infante devorara el resto del filete bajo el influjo mental de la vampiresa. Ella cocinaba, el degustaba.

La señora, fue testigo de como era devorada viva por su propio hijo, quien sin corazón pedía más y más, saboreándose la carne amputada de sus padres. ¡Lo estaba convirtiendo en un pequeño monstruo! Al igual que ella. Lorraine se regodeaba, se carcajeaba incansablemente. Oírle masticar con fervor, era poesía plena. Pero eso tenía que parar pues el juego no se trataba de eso. No, la locura de la fémina había sobrepasado los límites más allá de lo verosímil, si antes se le conocía como Némesis por sus temibles actos, ahora podrían sonar las voces con su nombre por la aparente demencia que estaba por poseerla. Despertó al chiquillo de su letárgica hipnotización y le dio consciencia sobre el acto que acababa de cometer. El terror, el miedo, el arrepentimiento y la ira se vieron cruzando por su rostro. La respiración del niño aumentaba y disminuía, quería gritar pero no tenía voz. Un vacío descomunal golpeó su pecho y cayó arrodillado frente a la mujer que le provocó aquella agonía. Crispó sus puños y golpeó la madera del suelo. Comenzó a sudar frío, tan frío que lo gélido de la nieve derretida bien podría pasar como un mito. Sacudía y golpeaba su cabeza. A punto del colapso nervioso, la sombra escondida apareció.

-Ya era hora que se nos uniera, Monsieur- Mejores palabras cordiales, de los labios de Lorraine jamás saldrían y menos cuando se sabía vigilada como en ese momento. Entrecerró sus ojos y desvió la vista a donde él. Sus ropas eran de una clase muy por debajo de las joyas que ella vestía, aún así no podía ocultar lo gallardo de su porte. No era necesario observar con detenimiento cada parte de su cuerpo, tampoco el ponerse huraña y agazaparse en una de las esquinas de la habitación a manera de defensa. Eso estaba de sobra. Ella reconoció al instante la naturaleza del extraño, más aún por sus pasos y el sigilo pudo hacer un cálculo mental referente a su edad. Había un par de elementos que considerar, como lo ardentoso de su voz, el tipo de vocabulario seleccionado para salir de las tinieblas y el color de sus ojos. Con los vampiros mayores de medio milenio siempre ocurría que, una fina membrana se adueñaba de sus ojos, invisible para muchos pero no para ella quien ya había estado tan cerca de un espectro milenario, mejor aún, haber tenido relaciones sentimentales con dos que sobrepasaban los quinientos años. Sonrió, invitándolo a adentrarse más. Miedo no le tenía ¿Para qué temerle a lo desconocido, si al final de cuentas sólo dos cosas podrían ocurrir… el que no te guste y el terminar enviciada? –Como verá, el provecho no fue para mí- Señaló con la vista al niño que hacía rechinar sus dientes de odio para con la vampiresa. Se arrastró hasta el cadáver de su madre, observó el cuerpo colgado de su padre. Lloró sus últimas lágrimas y juró venganza.

Armado con un trozo de madera, se dejó ir contra la mujer de belleza inhóspita. Clavó la estaca en una de sus piernas y esta gozó del dolor con un berrido orgásmico. Le propició una bofetada que lo hizo caer al suelo. Con un poco de idílica agonía se deshizo de la madera en su carne y la lanzó lejos de allí. Chasqueó la lengua y levantando el cuerpecillo frágil del niño por el cuello sin asfixiarlo, lo colocó frente a su rostro. –Si, hermosa criatura. Asesiné a tus padres y te obligué a tragarlos. Me odias y quieres exterminarme, pero no podrás, no ahora. Te voy a bajar e irás a la Iglesia más cercana. Hablarás sobre los vampiros y te enclaustrarás como un Inquisidor, tu irá será el alimento que te haga continuar cada día, tras esas puertas. Soportando todo el dolor que el entrenamiento del clérigo te haga padecer, con cada cicatriz de tu cuerpo, me odiarás más, mucho más. Beberás veneno para volverte inmune, te bañarás con agua bendita y afilarás tu primer estaca con mi nombre. Te adiestrarás con vampiros insignificantes, pelearás contra brujas, licántropos y cambiaformas. Despreciable, escupirás sobre sus rostros y no sentirás piedad como yo no la sentí contigo. Pero al final del día, siempre acunarás tu fe para encontrarme, rezarás, implorarás clemencia y te revolcarás en el fango buscando entre la pila de cadáveres a Némesis… el vampiro que cometió el error de dejarte vivo, porque serás tú y sólo tú quien le de muerte- Lo colocó en el suelo –¡Vete!- El niño, despavorido con el pensamiento de hacer exactamente lo que ella le había dicho. La vampiresa se gira para ver al vampiro. Le hace un par de ojitos y sonríe coqueta. Déspota, cínica y altanera -¿Se le ofrece algo?- Preguntó.


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Mensaje por Invitado Lun Jun 18, 2012 8:51 am

En momentos como aquel, podía decirse que me fallaba el subconsciente. Por supuesto, si en mí cabía esperarse o podía siquiera imaginarse algún fallo, tenía que ser mera deformación de mis rasgos, que en sí ya eran todo lo perfectos que la limitada palabra perfección podía contener en sí misma, así que técnicamente ni siquiera era un fallo que estuviera observando a la vampiresa y a sus presas como lo estaba haciendo: con ojo crítico, con los sentidos alerta en una figura humana que escondía los rasgos animales que mantenía con orgullo, con precaución. Como un depredador examinando a otro animal a ver si puede confiar en él o se verá obligado a destrozarlo con sus fauces.

Esa clase de comportamientos eran propios de mí desde que era humano y desde que me veía obligado a espiar al enemigo en busca de unos puntos débiles sobre los que cebarme en lo encarnizado de la batalla, cuyo carmesí competía en brillo e intensidad con el reinante sobre la estancia, proveniente del filete, del fuego, de la herida, del aura de ella si es que realmente podía ver el aura y no era simplemente la impresión que me producía con su comportamiento unido a los rumores que había escuchado sobre ella.

Todo lo que pudiera haber sabido de antemano de Lorraine Von Fanel lo estaba comprobando en aquel momento, frente a ella, cuando ni siquiera habían pasado más de unos segundos desde que había llegado y aún así ya había dispuesto del tiempo suficiente para comprobar en primera persona que su legendario sadismo era exactamente tan brutal e intenso como los rumores lo dibujaban en el imaginario de a quienes llegaban, ya fuera temerosos de la violencia o amantes de ella, grupo este último en el que me encontraba yo.

¿Cómo podría ser de otra manera, dadas mis circunstancias? Había sido, y seguía siendo aunque no de la misma manera, un guerrero, alguien que había derramado tanta sangre siendo humano que me había costado más tiempo del esperado igualar la cantidad cuando había abandonado la humanidad, y eso me había forjado de tal manera que la violencia era parte de mí; los convencionalismos, algo desterrado de mi interior; los límites, algo inexistente y que me esforzaba en demostrar al mundo que no podían aplicárseme porque sería de algún modo coartar mi más que obvia perfección.

De todas maneras, y pese a que yo hubiera cometido más carnicerías de las que era capaz de recordar, siempre estaba en busca de nuevas maneras de derramar sangre, así como de mentes igual de pervertidas en ese sentido que yo, y mi oportuno viaje al Sacro Imperio Romano Germánico, ese cuyo nombre es tan rimbombante que se te atraganta antes de que seas capaz de decirlo del todo, parecía haber tenido un término totalmente adecuado en ese sentido al encontrarla a ella, que me estaba enseñando una pequeña parte de lo que era capaz.

No obstante, pese a que estaba haciendo un alarde de crueldad, se veía si tu ojo era tan experimentado como el mío, que cargaba milenios a sus espaldas, que no era por afán de diversión, al menos únicamente, sino que había algo más, una tortura, una condena que la hacía llegar a aquellos extremos a los que de otra manera hubiera llegado, sí, pero en un contexto totalmente distinto... y fue aquello lo que me demostró con las palabras que dirigió al niño recién liberado de su influjo mental y que acababa de comerse a su padre y ver morir a su madre. Enternecedor, o al menos así me lo parecería de importarme lo más mínimo el futuro de aquel infante que jamás sería una amenaza para mí, incluso aunque se uniera a la infame Inquisición.

Por supuesto, un manjar digno de una bestia, de alguien tan inferior como lo es un simple ser humano que no aguanta ni probar la carne de quienes han generado la suya propia. Patético, igual que su comportamiento, pero son humanos a fin de cuentas, ¿hacen algo útil aparte de alimentarnos? Sí, divertirnos. – respondí, cuando el niño ya se hubo ido, cuando la exhuberancia natural de la vampiresa se hubo mostrado en su gesto indudablemente sensual, cuando el silencio se hubo alzado sobre nosotros por encima del crepitar de las llamas.

Un paso primero; dos, tres, cuatro y hasta seis después: aquello fue lo que me bastó para acercarme a su cuerpo con expresión analítica, con una fría calma que ocultaba una ardiente curiosidad y algo de deseo tremendamente inevitable por razones obvias. Aquello fue lo que me bastó para estudiar a Lorraine no de la manera entre militar y animal de antes, sino de una manera estrictamente racional por mucho que no creyera en la racionalidad sino más bien en su antítesis.

Aquello me bastó para pasear mi mirada por ella, sin atender a que pudiera incomodarse – lo dudaba, después de semejante espectáculo que había ofrecido en bandeja de plata – o a convencionalismos sociales estúpidos que me obligaran a disimular; bebí de su aspecto, de la mirada de sus ojos, del reflejo de la luz en su pelo, de la manera en que sus ropas se adaptaban a las curvas de su cuerpo. Sonreí.

En un visto y no visto, sin el menor atisbo de cuidado o delicadeza que, por otra parte, sobraban dadas las circunstancias, mi mano se lanzó directa a su pierna, a donde la herida sangrante que el trozo de madera lanzado como arma improvisada por el niño roto florecía como una rosa, y los dedos se pasearon a una velocidad superior a la normal incluso en un vampiro por la alfombra roja de los efluvios de la vampiresa, que mancharon mi superficie lo suficiente para que cuando me apartara de ella estuviera mi palidez teñida de rojo.

Como quien degusta un dulce, o el mejor de los manjares, me metí los dedos en la boca, uno a uno, para catar aquella sangre que me dijo de ella más cosas de las que probablemente lo haría una conversación cualquiera con la vampiresa, habláramos sobre lo lleno que estaba un palais aquella noche o sobre la crítica de Guillermo de Ockham a la idea de los universales y, con ella, a la filosofía escolástica.

No me importó que me quedara la cara manchada de sangre; al contrario, aquella noche me daba absolutamente igual mi aspecto ya que no era eso lo importante, sobre todo porque sería perfecto hiciera yo lo que hiciese sobre él. Mi atención estaba centrada en Lorraine, la eternamente joven, la insoportablemente hermosa, la tremendamente condenada que con su amargura hacía actos de una crueldad sólo equiparable a la mía, aunque tuvieran unos motivos tan opuestos como lo podían ser la bondad y la maldad.

Tan joven y tan condenada, ¿qué son esos deseos de que te busquen y te maten? No recordaba que en los rumores acerca de Ágatha Lorraine Von Fanel mencionara alguien que le gusta tanto la autodestrucción que va comportándose de manera suicida para ganarse potenciales enemigos que acaben con su vida. Me resulta incluso decepcionante, me esperaba algo más de alguien con tu fama, dado que has provocado mi curiosidad. Bueno, así es la vida. – añadí, entornando los ojos con un aire inocentemente provocador que se mezclaba con la diversión de mi sonrisa.

Era curiosidad lo que se me ofrecía, ver exactamente hasta qué punto la raza vampírica podía ser decadente de una manera hermosa cuando sus miembros, como ella, se aferraban demasiado a unos sentimientos que sólo estaban abocados a destruirlos. Tal era la tragedia de Lorraine Von Fanel, que seguramente inspiraría a un sinnúmero de talentos con el cálamo para plasmarlo en un trozo de pergamino y convertirlo en una obra épica más del imaginario colectivo. Pero aquello, claro, no se lo diría. Prefería que intentara averiguarlo por sí misma.

Puedes llamarme Ciro. – finalicé, haciendo una reverencia claramente burlona y no al estilo de los súbditos de una polis griega hacia su señor, sino al florido estilo versallesco reinante en la Francia de Luis XIV y del que pese al paso del tiempo algunos no habían podido librarse y otros aún seguíamos riéndonos.
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Mensaje por Hela Von Fanel Mar Jun 26, 2012 8:51 pm


Perversiones y deseos.
El mundo juzgará, hablará y castigará a quienes no comparten el mismo punto de vista de la realidad, pero la verdad es que todos tienen una percepción diferente de lo que están viviendo –esto sólo si su existencia se puede llamar vida-. El silencio embargó la habitación resumiendo todo el concepto a un frágil susurro, era como prestar atención a la cantata infinita de las estrellas y, a lo lejos, se escucharía el lamento de las ninfas al ser asesinadas por las brujas del bosque. ¿Qué importaba la poesía cuando el artista ya estaba muerto? Al igual que la creación misma, siempre habrá de subsistir para recordar que ese hombre existió. Sí, Lorraine había estado jugando con la muerte en más de una ocasión. Sus hazañas, los movimientos inequívocos de sus cartas y la forma en la que sostenía el maso aferrado con su mano para continuar la partida de Póker; eran parte de su vida, de lo que es y lo que la conforma como un todo. Cuando sintió la ruptura del universo que se extendía ante sus ojos, fue inevitable sucumbir ante el reprochable pensamiento de caer al vacío y permitir que la esencia del éter consumiese todo a su paso, dejar de ser… pero la arrogancia, el orgullo, el poder y la maldad siempre habrían de tener más fuerza que cualquier otra partícula de estúpida fe.

Los rasgos perpetuos de su rostro se volcaron en una sonrisa tajante, presuntuosa, esas facciones fácilmente reconocibles en la nobleza y que golpean en las entrañas del méndigo. Realmente disfrutó la cena, aún con el abrupto de ese hombre. Sólo alguien con la desfachatez de un rey podría atreverse a tocarla de esa forma. Lorraine ni siquiera opuso resistencia, algo en él le atraía hasta el punto de la locura. Fue como un hechizo inmolado en sus pupilas. Un espasmo recorrió su cuerpo al observar el rostro ajeno manchado con su sangre, en su mente una idea bizarra había cruzado como rayo sus pensamientos. Las perversiones y los deseos se vestían de seda al percibir el color púrpura sobre la blanca piel de Ciro. Los ojos de la fémina se balancearon entre su cuerpo, la profundidad de sus ojos y las manchas de la sangre en el suelo. Los cadáveres sólo galardonaron el recinto, haciendo de su sátira entrada un cuento de terror. No sabía quien era o qué hacía ahí, lo único que pudo constatar en ese momento en que sus cuerpos llegaron a la obscenidad del roce, fue su tétrica aura, una que incitaba, porque sí… la maldad siempre atrae más maldad.

Sus palabras fueron flechas para clavarse en el pecho de la dama, pero ella está acostumbrada a la crítica y no le importó la etiqueta con la cual fue calificada. Su rostro cambió efímeramente al reconocerse en las frases. Aquello fue como un Deja vú con su sire; el engendro que despertó en ella ese deseo irrefutable por una venganza insaciable. Poco a poco la historia comenzaba a repetirse una y otra y otra vez, girando a medida en que ella se mofaba de sus pactos con el demonio, de esa invulnerabilidad que hasta ahora creía perdida. No más. Exactamente lo mismo. -¿Potenciales enemigos?- La burla, el descaro, ese cinismo consumado en la arrogancia de sus ojos; ni siquiera se preocupó por pretender normalidad en la nota de su voz. Cuando los monstruos duermen durante más de un milenio, al despertar ¿Qué ocurre? Eso mismo fue lo que pasó con la mujer a la cual Ciro le dirigía la palabra. Cualquier análisis que hiciese sobre ella estaría completamente errado porque para entender sus pensamientos no basta con adentrarse en ellos y fingir vivir las experiencias que ella tuvo que superar tanto en la infancia como mortal y en sus primeros años como neófito.

Ignoró la reverencia. No hacía falta resaltar el hecho que la conociera, que haya podido entretenerse con las leyendas que tomaban el curso alrededor de su historia. Fue a donde los troncos de madera crujían y se hacían cenizas al ser devorados por esas lenguas de fuego. Atizó. Los cuerpos aún vestían aquella sepulcral casa, atravesó la habitación hasta llegar a uno para arrojarlo sin ninguna pena o remordimiento al interior de la chimenea. –La eternidad es un concepto abrumador, Monsieur, Ciro- Mencionó mientras doblaba con fuerza el torso de la madre. Lo fracturo y las costillas se despilfarraron por todas partes. La sangre aún no coagulaba pues la señora se encontraba en sus últimos suspiros, sin embargo, con aquel doblez, expiró. Gotas de sangre cayeron en su rostro y las manos le fueron tatuadas de carmín. Separó en dos piezas el pedazo de cuerpo. Al estirar la carne, el sonido del carbón siendo aplastado contra el piso fue lo más parecido. Las vísceras se asomaron por una de las costillas rotas y sin más fueron acondicionas para carbonizarse en el fuego –Hay que estar inventando juegos noche tras noche para no perder la cabeza. Siempre tener el poder, el control sobre las cosas, aburre. El tedio nos amenaza constantemente y necesitamos distraernos. Por muy patético o decepcionante que resulte, esa es la cosa, fingir que la ignota penuria por la cual se vendió nuestra alma, no existe.- Sonrió con ambas cejas en lo alto perdiendo la vista en un punto fijo más allá de la espectral sombra que él proyectó en la pared.

Lorraine no preguntaría sobre la ávida curiosidad que despertó en el extranjero, si eso significaba algo, con el paso del tiempo lo sabría pues la verdad siempre toca a su puerta sin importar de qué o quién se trate, la última vez fue la felonía de Lucern, esa noche… Caminó hasta él con sus caderas moviéndose de un lado a otro, con esa sensualidad natural que derrocha incluso con el más mínimo gesto. Lo rodeó como el felino acecha a su presa. Al quedar nuevamente frente a él, retiró uno de los hilos de sangre que teñían su barbilla –su propia sangre- y sonrió bajo una posesión extraña –Incluso el cortejo y los encuentros carnales parecen tan triviales después de repetirlos tanto que… - Hizo una mueca de fastidio, aburrimiento, cansancio, amargura –Es deprimente- Examinó lo inescrutable de su rostro. Nadie puede ser tan estoico como las gárgolas del cementerio, nadie tiene la capacidad para ocultar las emociones que rigen el cuerpo, ni siquiera el mismo Lucifer podría negar la excitación que le produce el mal sobre la tierra. Ella podía leerlo con facilidad, sin embargo, primero tendría que hacerlo mutar de sensaciones y ese era el problema, porque no cualquiera se irrita con sencillez –No es necesario pronunciar mi nombre, usted ya lo sabe- Entrecerró los ojos emitiendo su propio juicio –Y el problema no está en la curiosidad que despierto, si no en mantenerme ahí para que el fiasco de conocerme no provoque mi ruina. He de sospechar que todo aquello que no le provoca morbo, es desplazado por esa obscuridad famélica de atrocidad con la cual ha venido hasta aquí- Sus labios se curvearon sólo de un lado, estaba completamente segura de lo que decía –Ah, y al mundo lo podemos cambiar en un simple parpadeo- Intentaba leer su mente, sabía que no lo lograría pero aún así, quiso jugar con fuego ¿Qué era lo peor que le podía pasar? ¿Matarla? ¡Jáh! ¡Ya está muerta! ¿Torturarle? Eso sólo la traería de regreso a la vida.


FDR: Perdona si quedó, ahmmm... ¿raro?


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Mensaje por Invitado Miér Jun 27, 2012 3:26 pm

Aún quedaba un cuerpo con vida en la estancia, lo sabía con la misma certeza que me permitía tener escuchar los latidos distantes y débiles de su pequeño y frágil corazón humano; yo lo sabía (obviamente), y probablemente Lorraine también lo sabía, pero no iba a hacer nada al respecto. La razón era sencilla: aquella era su prueba, y la humana que aún malvivía a nuestro alrededor era una parte de mi pequeño examen destinado únicamente a ver si Lorraine era tan cruel y legendariamente sanguinaria como la pintaban.

Cuando ya se ha vivido tanto como lo he hecho yo, se aprende a utilizar los rumores en su justa medida y a darles la importancia que tienen, ni más ni menos. Algo de ellos siempre es cierto, aunque ese algo sea una milésima parte, y lo demás es mentira, una exageración que a fin de cuentas es lo que los convierte en rumores y no en hechos, y la habilidad radica en ser capaz de dilucidar qué parte de lo que se escucha pertenece a un grupo o al otro.

No siempre es fácil hacerlo; muchas veces hay que recurrir a probarlo en persona para determinar exactamente lo perteneciente al rumor y a la realidad, y en el caso de aquella mujer la leyenda era tan sumamente alargada, igual que la sombra de su vida (o, mejor dicho, no-vida) se hacía necesaria aquella clase de intervención para comprobar lo que, a fin de cuentas, quería saber: si era digna de que me interesara por ella o si, por el contrario, no era más que un falso mito de los que había escuchado una y otra vez y atenderla sería perder mi tiempo.

Al momento, no obstante, Lorraine Von Fanel me demostró que quizá la base de verdad en lo relativo a ella, lo que efectivamente se correspondía con la realidad, no era tan escaso como podía creerlo tras haber visto simplemente cómo freía a un humano como si fuera una vaca y arruinaba la infancia de un niño, algo que yo había hecho tantas veces que había perdido la cuenta aunque no hubiera sido exactamente de aquella manera, sino de la mía: la mejor. Abrió a la madre en dos, por el torso, y destrozó lo que una vez habían sido las costillas.

La mayor crítica que tenía que hacerle era, precisamente, lo que había dotado de espectáculo a la muerte de la mujer: su velocidad. ¿Qué clase de daño creía que le hacía si finalizaba su vida de una manera en la que prácticamente a los pocos segundos de actuar estaba muerta? No había dolor, no había ni un mísero atisbo de infierno en la Tierra, que era lo que se suponía que tenía que sentir. No había sino piedad, el único deseo de provocar un deseo en una mente que probablemente podría haberse recuperado de haberle dado la oportunidad. ¿El resultado? Lorraine prometía mucho y tenía potencial, pero a la hora de la verdad la perdían sus ansias.

No había que dejarse guiar por la ira si no se tenía la suficiente pericia asesina, como era su caso; sólo se podía hacer aquello cuando se disponía de una experiencia tan holgada como la mía, algo imposible ya que ella (bueno, nadie en realidad) no era yo... Y de ninguna manera su crueldad podía llegar a ser similar, o siquiera comparable a la mía, al menos en unos cuantos siglos, por lo que me limité a escuchar sus palabras, esos atisbos de una mente joven y retorcida que se entreveían en los sonidos que emitía a través de sus labios, sensuales como toda ella... y seguramente peligrosos, si la enfadaba, aunque me daba verdaderamente igual hacerlo o no hacerlo ya que apenas era una cría y, por tanto, no era rival para mí.

Interesante teoría. Dime una cosa, ¿es lo que piensas de verdad o es simplemente la excusa que me pones para justificar que estés buscando tu muerte, como me has demostrado que estás haciendo al engrosar con un alma más las filas de la Iglesia? Porque desde aquí te aseguro que en mi enorme experiencia nunca es un inconveniente descubrir nuevas maneras de pasar la eternidad si se posee la imaginación suficiente. ¿Es que no la posees, criatura? – le dije, malicioso y con una media sonrisa que iba a juego con el tono que habían adoptado mis palabras: peligroso.

Ella se había movido a mi alrededor, y ahora era mi turno de hacer lo propio, con una actitud que mezclaba la de una fiera estudiando a su presa y la de un estratega analizando a un potencial enemigo en pos de dictaminar si es tal. Así, con más velocidad que la que ella había utilizado, me planté en un abrir y cerrar de ojos detrás de su cuerpo, para con deliberada lentitud apartarle el pelo del cuello, que a mis ojos aparecía blanco, totalmente apetitoso y susceptible de ser mordido. Medio sonreí.

Que los encuentros carnales te aburran significa lo mismo: no los has probado lo suficiente o de la manera adecuada, porque no son precisamente banales si se realizan adecuadamente, algo que creo que no has conseguido a juzgar por tus palabras. Ah, por cierto. Sospechas correctamente. – murmuré, casi en su oído y con tono de voz melindroso, suave, bajo, sensual; casi como un ronroneo dulce y atrayente que escondía más peligro que cualquier mirada de advertencia que pudiera dirigirle.

Y así fue. En apenas un instante, que comparado con la lenta cadencia de mis palabras anteriores resultó incluso imperceptible, mi mano abarcaba su cuello, mi torso quedaba frente al suyo y mi mirada, entre gélida y ardiente, estaba clavada en la suya. Por fuera parecía relajado, como si estuviera sujetando una copa de vino de la que me disponía a beber; por dentro se podía percibir mi cautela, la fuerza que estaba empleando para mantenerla quieta y estudiarla, la proporción justa de esfuerzo para no darle la ventaja de conocer mis límites y, aún así, someterla; el toque justo del mejor guerrero de la historia.

No leo mentes. – comenté, como quien habla del tiempo o de cualquier otro tema sin mayor fundamento que el entretenimiento de las masas de humanos a los que no les da la mente para nada más complejo que eso.
No es como si lo necesitara, claro. Me enorgullezco de estar bien informado y de saber estudiar bien a los seres que me rodean o con los que me encuentro, y tú... tú eres un muy interesante espécimen de estudio, del cual hay datos para aburrir. – añadí, enfriando el tono hasta hacerlo capaz de competir en frialdad con el hielo más recóndito de los mares del norte.

La estudiaba como un científico estudiaba una enfermedad, un paciente o un animal; la analizaba como a los textos de mi época para extraer, de ellos, el conocimiento que se quería obtener, pero yo ya sabía lo suficiente sobre Lorraine como para que mi análisis fuera algo menos exhaustivo que los suyos.
¿Qué te ha hecho Lucern Ralph para que te conviertas en alguien tan aburrido y que desaprovecha tanto sus posibilidades...? Y, por favor, no me digas que romperte el corazón. No quiero despreciarte tan rápidamente. – finalicé, soltándola y cruzando los brazos sobre el pecho a la espera de su respuesta, de un comentario o, simplemente, algo de acción en general.
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Mensaje por Hela Von Fanel Jue Jul 12, 2012 3:03 am


Nudillos crispados, cólera avecinándose a través de sus ojos, la rabia le explotaba en la garganta y el veneno hervía desde sus entrañas. Algo salió mal. Un solo nombre y todo se derrumbó a su paso. Las heridas no sanaron por completo y las llagas comenzaron a ceder ante el misterio de su ardor, dolía, se desquebrajaba, el vacío interno se hizo más tortuoso… las flamas de un fuego ignoto se descubrieron rodeándola. Sus ojos centellaron más de una vez en pos de la venganza, a favor del odio que lentamente corroía hasta el recoveco de sus entrañas. En una carcajada, se abalanzó sobre Ciro golpeando su vientre, la entrepierna, atravesando el esternón con su puño y arrancando el corazón de su pecho, no sin antes extirpar de su rostro los ojos que le juzgaban como el animal que era. El sonido de la sangre precipitándose al suelo fue más que una melodía infernal en donde las arpías se retuercen sobre la miseria. Partir su cuerpo, escuchar la fractura de cada uno de sus huesos mientras el brazo atravesaba con suma lentitud y satisfacción el torso; poder sentir la corriente de su sangre avanzar por su cuerpo hasta llegar a sus labios en una ofrenda al mismísimo Lucifer. Jactarse, regodearse, bañarse y aludir una invocación a la luna en media noche con los restos de Ciro en una pila de consagración llena de fuego. Su cabeza sería el trofeo perfecto que ataviase la entrada de sus aposentos y con sus orbes haría un par de joyas para vestir en sus oídos. Desollar al vampiro para experimentar con su piel, y con cada trozo de carne alimentar a los licántropos que sirven en su guardia, aunque sólo queden dos de ellos. Sólo fue una ilusión, la imagen en su cabeza creada a partir del odio que respiró a través de ese nombre, Lucern Ralph.

La carcajada petulante fue la respuesta a su pregunta. No, no le rompió el corazón a la vampiresa porque en realidad nunca tuvo uno. Él le ofreció un sentimiento burdo, se aprovechó de la ignorancia a la cual Lorraine fue sometida en su infancia, le mostró cosas que ella no pudo discernir y que al final confundió con eso que se llama vagamente amor. Pero si algo le aprendió a Luther es que eso no existe, sólo queda la obsesión por la presa y una pasión irrevocable. Una vez que Ciro la soltó, las marcas en su cuello parecieron desaparecer al mismo tiempo en que ella esbozaba esa sonrisa casi fúnebre. La maldad se expío de cada uno de sus poros formando un aura venenosa alrededor de su cuerpo. Torció la cabeza para ajustar los huesos de su cuello, el chasquido fue similar a romper varias baritas de madera al mismo tiempo. –Me subestimas, Ciro- Musitó entrecerrando los ojos y estudiando su postura. Él había realizado el primer ataque y para sorpresa de la fémina fue demasiado rápido aunque no impredecible. Ella puede leer las mentes de quienes le rodean como libros abiertos, para poder traspasar la muralla de un vampiro es necesario atreverse a mirarlo a los ojos en más de un segundo, el error del vampiro fue ese. ¿Lo habrá notado? Lorraine, Ágatha o Némesis como quieran llamarle, se encontraba dentro de esos pensamientos. Había miles de demonios allí, formas que jamás imaginarían los mortales con su capacidad limitada. Torturas tan despiadadas y crueles que la época antigua resultaba ser un insulto para ese hombre. El rostro de sus victimas, uno tras otro vacilaban delante de ella para intentar enloquecerla. El estridente chillido de sus almas merodeando sus sentidos, golpeando contra su piel mientras el fuego de su eterna condena amenazaba con quemar su piel. La mente de Ciro era el infierno y seguramente Lorraine habría perdido la cordura ante la primer develación a no ser porque ella ya estuvo ahí y regreso intacta desde las fauces del Inframundo.

Sobándose las marcas donde sus dedos habían presionado lo suficiente como para mantenerla apaciguada. Elevó una ceja con altanería. Chasqueó la lengua y atacó. Su mano se posicionó en la que él utilizó para someterla y, con la otra la dobló lo suficiente como para que esta se rompiese. Lo soltó. Con prudencia, se acuclilló frente a él sujetando sus rodillas y halando hacia ella lo suficiente como para que cayera de espaldas. El sonido fue sordo, aunque dejó cierto aturdimiento a las ratas que se encontraban bajo la madera del suelo. El polvo se levantó creando una nube borrosa alrededor del varón. Con la gracia de un felino, Lorraine se agazapó por encima de él bloqueando sus piernas con las propias rodillas y llevando los brazos de Ciro por encima de su cabeza. –Jamás, jamás vuelvas a hacer eso. No me gustan las amenazas al menos que las vayan a cumplir- Le advirtió mostrando sus colmillos. Arrastró con pereza su barbilla hasta encontrar sus labios con el lóbulo del vampiro –Las filas de la Inquisición me son indiferentes, los rostros de mis enemigos por igual, su fuerza no es equiparable a la mía porque no basta con la experiencia para matar, ni la fuerza, ni el poder- Mordisqueó su cuello. Perversa fue la carcajada que le acompañó hasta el final de esas palabras, en ese momento se convenció a si misma que ya no le dolería pronunciar la identidad del conde –Lucern Ralph, sólo me mostró el camino de regreso a casa. Si lo sabes todo de mí, supongo que te habrás enterado que dejé de ser aquella mujer de la cual se habla en las leyendas. Debemos darle gracias al conde porque la perra ande suelta.- Se mofó en su cara.

La vampiresa estaba consciente que en cualquier momento aquel vampiro se levantaría en su contra por haberse atrevido siquiera a intentar lastimarlo. Pero si él presumía de paciencia para matar a sus adversarios bajo el nombre de la tortura, ella estaba dispuesta a ser un conejillo de indias para descubrir los límites que al enigmático caballero atañían. -¡Excúseme por carecer de incentivo! Pero la verdad es que revolcarse con cualquier hereje es una total pérdida de tiempo- Mordió su labio inferior y saboreó la sangre que pudo arrebatarle del cuello. Un manjar para los dioses. No, mucho mejor. No había probado el elixir de la vida con suma exquisitez. Los centenares no pasaron en vano sobre el cuerpo de Ciro, mucho menos en la espesura de su sangre. El deleite provocó un éxtasis en las fauces de Lorraine, perdió el control de si misma y comenzó a retorcerse en un orgasmo gustativo. A pesar de esto no apartó su cuerpo del ajeno y tampoco permitió que sus sentidos se adormecieran. Suspiró -Volvamos a lo nuestro ¿Qué demonios quieres de mí? ¿Conocerme? Lo dudo, sabes mi historia mejor que yo- Realizó un mohín -¿Acostarte conmigo? Fórmate, hay otros antes que tú. ¿Torturarme? ¿Enloquecerme? ¿Llevarme al punto sin retorno en donde explore los límites de mi propia cordura hasta ser capaz de crear un holocausto? Te ganaron.- Sonrió recordando sus palabras anteriores. -No, no fue él- Respondió a una afirmación que seguramente se había instalado en los pensamientos de Ciro -Su nombre es Luther Sigismund- Tomó aire como si lo necesitara -He sido objeto de estudio en más de una ocasión y los dos terminaron mal- Dijo frunciendo el ceño, memorizando a su Sire y al esperpento que usurpó su lugar. Ninguno de los dos existe en la actualidad. -Así que... ¿Qué ofreces?-


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Mensaje por Invitado Jue Ago 09, 2012 9:16 am

Por supuesto, Lorraine iba a prestar batalla. En realidad era previsible, sobre todo teniendo en cuenta los rumores y la fuerza que estaba oculta bajo su apariencia de femme fatale, y aún más si se tenía en cuenta que la estaba provocando, la pinchaba con mis palabras como en tiempos lo habría hecho con la espada y ahora no hacía porque no la tenía a mano, y por eso decidí no ponerme demasiado a la defensiva físicamente, ya que le daría el gusto de creer que era mejor que yo... Una estupidez, verdaderamente.

Y, como no podía ser de otra manera, al haberle dado la mano ella cogió el brazo. No es que me resultara sorprendente o particularmente preocupante; al contrario, me pareció algo tan sumamente predecible y aburrido que honestamente empecé a pensar que estaba perdiendo el tiempo. ¿Es que no se daba cuenta de que poniéndose a la defensiva estaba cayendo en mi trampa y revelaba exactamente lo mucho que la había herido? No, al parecer no, porque le faltaba únicamente llamar a un juglar para que lo cantara en la plaza de Notre Dame a mediodía –bueno, mejor medianoche, para adaptarnos al horario vampírico más que nada– y que se enterara todo el mundo de que estaba mal.

Mujeres... Se decía que no había nada más temible que la furia de una de ellas cuando estaba despechada, y en parte era cierto, pero sólo en parte, pues la furia las hacía sumamente predecibles y hasta cierto punto estúpidas, pues no preveían las consecuencias de sus actos y eso convertía en inevitable que se encontraran en dichas acciones un sinnúmero de maneras de poder aprovecharlas en contra de las mujeres despechadas. Su furia era un arma de doble filo... Y eso Lorraine era lo que me estaba demostrando, porque tan obsesionada estaba con dejarme claro que no la habían herido (dejándome claro precisamente lo contrario) que ni se daba cuenta que le seguía sacando muchos años... y sobre todo mucha experiencia de combate.

Asumes que no voy a cumplir una amenaza de la misma manera que asumes que tu estúpido teatrillo va a tener algún efecto en mí, Von Fanel, que soy un mentiroso experto. ¿Alguna vez alguien se ha creído algo que has dicho por tu boca? Porque, desde luego, si dices lo contrario de lo que te pasa con tanta vehemencia se nota a la legua que es falso y, en fin, la mentira no se la cree nadie... Ni siquiera un dios que no existe pero en nombre del cual se forman los que se creen con derecho de llamarse nuestros enemigos. Qué triste, Lorraine, yo que pensaba que tú precisamente ibas a ser mejor que la media... Me decepcionas. – comenté, encogiéndome de hombros y poniendo los ojos teatralmente en blanco al final.

El resto de su discurso lo ignoré, igual que el hecho de que bebiera mi sangre. Que disfrutara, dado que nunca habría probado nada igual, nada tan sumamente exquisito no sólo por el tiempo que tenía y que la había hecho mejorar, como a un buen vino, sino también porque la sangre de base también había sido buena; que disfrutara... ya que seguramente los restos del edificio de Lorraine, que eran pura apariencia en un intento desesperado por ocultar su vacío interior, no podrían tener ninguna satisfacción ya.

La idea me hizo sonreír, porque no me daba pena en absoluto. Ella se había buscado lo que le pasaba; ella había decidido seguir una obsesión insana que sólo iba a destruirla y, encima, ella era la que se empeñaba en vender la idea de que estaba bien y era mejor que los demás cuando, a las pruebas me remitía, era tan sumamente patética como el resto. Patética y atractiva... Pero sobre todo patética, y eso ni mil vampiresas sinuosas encima de mí me lo harían olvidar por mucho que me atrajera su cuerpo.

Me aburres, niña. Eres sólo alguien que juega a ser mayor, a quien le divierte ir de víctima de algo que se ha buscado por sí misma y que pretende dar una mezcla de entre respeto y miedo que sólo consigue dar lástima. Crees que eres más oscura, más destructiva que la mayoría, y puede que así sea, no lo sé, me da igual, pero no eres única. Eres sólo una vampiresa más... Tan débil como todas. – añadí, bostezando visible, burlonamente.

En cualquier caso, mis palabras no habían tenido ni un ápice de mentira. Realmente me parecía que era cruel, sí, pero como todas las demás: un intento de parecerse a un súcubo, la inspiración que necesitan las mentes más patéticas para crear de alguien un poco especial una criatura mítica, única. Todos querían aspirar a serlo, y Lorraine se había creído que era especial durante tanto tiempo sin motivo alguno que ahora que la habían destrozado por dentro eso le parecía que la hacía aún más particular... Patético, una mentalidad pueril en grado sumo. Aburrida, lo dicho.

Por eso mismo volví a hacer acopio de mi capacidad de generar el factor sorpresa en una situación, así como de mi entrenamiento como guerrero que no había perdido lustre a lo largo de los siglos, y me la quité de encima. ¿Cómo? De una manera muy sencilla: moví las piernas para que sus rodillas cayeran al suelo y dejaran de intentar inmovilizárselas, y de ahí las doblé para golpearla con las rodillas en el vientre; después, mis brazos se movieron lo suficiente para que con la mano sana pudiera cogerla del pelo y, como si fuera una perra, apartarla de encima de mí a tirones que, efectivamente, funcionaron.

Terminé por incorporarme con un movimiento rápido que me dejó de nuevo en pie, con mi mirada clavada en la mano que empezaba a curarse ya, y sin un atisbo de nada que no fuera indiferencia en mi expresión volví a colocarla en su sitio, con un crujido que de haber sido humano habría significado que me habría muerto de dolor, pero que al ser vampiro quedaba amortiguado... O quizá era porque había recibido heridas mucho peores que esas y ya estaba acostumbrado, que también podía ser.

En cualquier caso, enseguida me crucé de brazos y la miré con una ceja alzada, esperando a que reaccionara o a que dejara de parecer un guiñapo, no lo había decidido todavía. Lo que sí quería era que me diera motivos para perder mi tiempo con ella, y hasta entonces no me había dado ni uno, así que estaba a puntito de irme... aunque antes, en un alarde de caballerosidad del que ella debería aprender para que empezara a elegir mejor a la gente de la que se rodeaba, que luego se iba quejando de que la habían herido y blah, blah, basura de mujeres despechadas.

Buscaba ver qué hay de realidad en el mito, pero está claro que todo lo que sé de ti lo ha exagerado la tradición oral hasta un punto preocupante. Sólo eres una cara bonita que se las ha apañado para crearse una historia acorde, nada más... Has pasado sin pena ni gloria durante lo escaso de tu existencia y ahora quieres parecerte a la imagen que se tiene de ti, inútilmente porque es inalcanzable... Y no lo vales. Lo siento por ti, Lorraine, pero me temo que no mereces que gaste mi tiempo contigo. – finalicé, encogiéndome de hombros al final y con una media sonrisa burlona, que fue la que mantuve en mi rostro al girarme para empezar a caminar hacia la salida.
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Mensaje por Hela Von Fanel Dom Ago 19, 2012 11:32 pm


Cualquier hombre cree en su grandeza por el simple hecho de saberse superviviente a la decadencia de la era, hasta el momento en que llega el extraño y le muestra la debilidad que siempre estuvo ante sus ojos pero nunca supo ver. No se admite la derrota, no se hacen cargo de sus errores. Es más fácil huir de los miedos que enfrentarlos para destruirlos de raíz. Ninguna mente es complicada, es sólo que no se posee la visión ajena a determinado pensamiento y, ese es el punto de la civilización, aprender que todo es subjetivo y la ley universal es un simple mito.

No era la primera vez en la que alguien humillaba a Lorraine y por supuesto no sería la última. El problema no radicaba en lo hiriente o el realismo de las palabras si no en lo que ella pudiese interpretar de la cátedra sobre su persona. Nadie mejor que ella se conocía y, aquel que proliferara saber sobre sus secretos, conocer los miedos y haberla encontrado defectuosa, no tenía la más mínima idea de lo errado que se encontraba. Pero no estaba en la tierra para mostrarse una diosa ante nadie, porque el juicio le era innecesario, porque no lo necesitaba, porque no le interesaba. Y, por más que alguien deseara destruirla, no podría hacerlo, no mientras la sed aún se ciña sobre su cabeza para avivar una llama que creyó extinta tiempo atrás. Las palabras de Ciro fueron filosas, se entrometieron hasta lo más profundo de su ser e intentaron lacerar el vil despojo de una mujer marchita, a cambio, sólo obtuvieron su indiferencia. Ambos llegaron al punto en donde la decepción los abofeteó como a una ramera empeñada en cobrar más de lo que vale la carne. Él presuntuoso, dedicó el despreció que la infante le causó al haber mostrado su denigrante faceta de víctima; ella acunó la amargura del ciego en la ignorancia de un incauto.

Aunque pudo quejarse por la fuerza y varios cabellos desprendiéndose de su cabeza, no lo hizo. El dolor físico era simplemente una ilusión, algo que con el tiempo se desvanecía hasta no quedar absolutamente nada. La frialdad de Ciro se predisponía a bajarla de su pedestal pero ¿Por qué le importaría la opinión de un extraño? Es evidente que no le afectó en lo mínimo. Se quedó allí, en medio de la habitación, en el suelo, observando la inferioridad que se le ha recalcado desde que tiene memoria. Vaya situación, no era más que un pedazo de escoria. Pero la confianza de Ciro era más absurda que la misma Lorraine. Despreocupado, le dio la espalda sin prestar atención al entorno que lo rodeaba, sólo fijó sus orbes en ella, ocupándose de destacar su superioridad excelsa. Grave error. Lorraine frunció el ceño y fingió el dolor en lo más profundo de su pútrida alma. Las lágrimas se derraparon por su rostro. Era una mujer acabada. Ni si quiera tuvo el valor de verlo a los ojos cuando promulgó sus últimas palabras para con ella ¡No se lo merecía! Él era tan grande que una sabandija como Lorraine debía de estar agradecida por sus crueles palabras ¿No? Se puso de pie. - Gute nacht, meine Offenbarung des Bösen- Susurró a su oído rompiendo el cuello del espartano. Había sopesado la idea de arrancarle el corazón metiendo la mano por su espalda hasta salir del otro lado con el órgano encarcelado entre sus dedos, pero el capricho de Lorraine no reparaba en deshacerse de él matándolo tan fácilmente, así que decidió dormirlo un par de minutos, al menos ganaría un poco de tiempo.

-¿Sabes? Pensé que eras más inteligente. «Maestro en la mentira» ¿No es así?- Habló sentada con perpetua tranquilidad desde una de las sillas frente al gigantesco ventanal de la habitación. La silueta de la dama era decorada por los rayos dorados de las velas tiritando al paso del viento que se colaba entre los cristales rotos de la puerta en el pasillo. Ella sostenía el mismo cuchillo con el que torturó a la familia. Pasaba su dedo índice por el filo sin ejercer la presión suficiente para cortarse –Tú también me decepcionas, Ciro- Lo apuntó con el arma esbozando una sonrisa amarga y suspicaz. -Patética, miserable, das lástima, eres escoria. Leyendas que ya me sé de memoria ¿Ustedes no conocen otro tipo de palabras más humillantes?- Preguntó. Pero a estas alturas quizá el vampiro no comprendería el sosiego con el cual ella lo trataba y seguramente apenas estaba despertando después del letargo que Lorraine le provocó. Bajó la mirada y sonrió autocomplaciente con los ojos cerrados. Clavó el cuchillo sobre la fina madera de una mesita frente a ella y se puso de pie para encaminarse hasta el sujeto a quien tenía crucificado en la pared del fondo. No era una crucifixión ortodoxa, pues en lugar de ser clavos sobre las palmas, rodillas y pies, eran estacas de madera creadas con los barrotes del pasamano de la escalera dentro de la casa. Además, Ciro se encontraba de cabeza con una profunda herida en su garganta. -¿De verdad te aburre tanto la vida que tienes que derrocharla en desenmascarar leyendas como la mía?- Chasqueó la lengua acuclillándose a la altura de su cabeza.

Una púrpura mancha de sangre teñía el suelo a manera de océano profundo. Su tonalidad destellaba cuando la llama de las velas alcanzaba su máximo esplendor. Era como ver el fin de un poso sin fondo. Apestaba, no sabría confesar si era un embriagador aroma o la peste de un muerto en descomposición, pero el efluvio confundía los sentidos de cualquiera que ahí estuviese vivo. Esa sangre le pertenecía a él. La maldita lo había desagrado para asegurarse que perdiese fuerza y con ello la capacidad de regenerarse tras las laceraciones que –estratégicamente- le hizo a su cuerpo. Era una imagen grotesca sobre un hombre bañado en sangre a los pies de una dama. –Vienes a mí preguntando, cuestionándome qué es lo que me separa del resto e incluso me retas, me exiges que lo demuestre como si estuvieses en posición de pedir semejante cosa.- La voz de la pelinegra ya no poseía la misma tonalidad que la anterior. Esta vez fue más fría, ausente, como si le hiciese falta vida. Lo hostil y austero de las misma fue reforzado por lo insípido de su mirada. Y, con cada frase, las uñas de Lorraine abrieron yagas en la piel de Ciro -¿Te diste cuenta que, de haber querido, hubiese podido asesinarte?- Mordió su labio inferior. Se puso de pie y caminó hacia el cadáver que pendía del techo. -¿Pero qué habría de especial en eso?- Bajó el cuerpo de un tirón y lo arrastró a donde el vampiro -¿Tienes alguna idea del daño que nos ocasiona beber sangre muerta?- Frunció el ceño –Dime, ¿Qué se supone debo hacer ahora? Tú eres el experto. Dame algún tip, enséñame una lección.- Arrancó la cabeza del cadáver y la viscosidad rojiza –casi negra- de lo que presumió ser sangre en vida, derrapó un coágulo hasta los labios de Ciro. Lorraine apretaba la carne del cuerpo como si estuviese exprimiendo un pedazo de tela. –Pero hazlo rápido antes de que la sangre comience a marchitar tu sistema- Los coágulos de sangre comenzaban a penetrarse en las entrañas del vampiro.


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¿Metamorfosis o Costumbre? {Privado} Empty Re: ¿Metamorfosis o Costumbre? {Privado}

Mensaje por Invitado Jue Sep 27, 2012 9:32 am

Todo, evidentemente, era una provocación. Todas mis palabras, pese a que tuvieran un poso indiscutible de verdad tras las burlas dirigidas hacia ella y los ataques a sus habilidades, escondían la intención más obvia de todas, una que pese a todo ella se mostraba incapaz de ver porque no le daba la inteligencia para tanto, una muestra más de lo hinchada que estaba la leyenda de mademoiselle Von Fanel, previsible hasta gritar basta por octava vez.

De hecho, yo contaba con que fuera a hacerme daño. Era inevitable que mis palabras atacaran a su orgullo, ese tan sumamente pueril que se ofendía hasta con una muestra tan evidente de un hecho verídico como lo era que ella no me suponía nada nuevo, una genuina sorpresa teniendo en cuenta todo lo que había visto en mis varios milenios de vida, así que nada de lo que hiciera podía pillarme por sorpresa, quizá únicamente sus métodos, pero es que ni por esas... ¡Era tan previsible que ni se daba cuenta de que yo me estaba dejando atacar!

Porque, vamos a ver, ¿cómo si no un vampiro que la doblaba, triplicaba e incluso cuadruplicaba, y me quedo corto, en edad sería vencido por una cría como ella? Sencillamente era imposible, a no ser que estuviera permitiéndole que me hiciera todo eso... Pero, ah, su ego era demasiado desmedido, y sobre todo nada correspondido con la realidad, razón por la cual ella no podía ver delante de sus narices y, sobre todo, anticiparse al ataque del enemigo, que quizá tardaría, pero llegaría.

No tenía formación alguna de batalla, y eso frente a un guerrero experto que había dirigido hacia la victoria las batallas más gloriosas de la antigüedad comúnmente llamada clásica era su perdición, porque evidentemente podría ganar una contienda, pero jamás ganaría la guerra que había decidido iniciar contra mí y que, en aquel instante, había terminado conmigo crucificado. ¡Qué original! Por supuesto, hace dos mil años, no hay en día.

El cuello me goteaba sangre, estaba quieto escuchando su retahíla estúpida de palabras sin el mínimo sentido y sin el criterio menor de verdad, y no me movía no porque no pudiera (porque lo hacía, dado que aunque lentamente mis heridas ya habían empezado a curar), sino porque no quería... Lo que buscaba era que se confiara y que cometiera el error más previsible de cualquier enemigo pusilánime que se cree más de lo que verdaderamente valía: subestimar a un enemigo... a su peor enemigo.

De hecho, sólo fingí que tragaba la sangre muerta que ella se empeñó en intentar meter a mi sistema. Para entonces, el cuello había empezado a curarse lo suficiente para que los músculos de su interior me permitieran expulsar esa sangre junto a la que, con el corte, me había obligado a echar. Acabaría hecho un desastre con toda aquella sangre y sería culpa suya, pero por primera vez vería a un auténtico dios alzándose sobre una mortal, pues mi aspecto sería tal... perfecto. Como solía, claro.

Sin embargo, la actuación debía continuar, ¡por supuesto que sí! Si ella quería una lección, se la daría, y mientras fingía estar en mis últimos estertores porque la sangre parecía haber penetrado en mi sistema al haberse camuflado los coágulos con sangre auténtica, lancé un ataque de dolor a su mente no totalmente exento de intensidad, pues era como si cogieran su cabeza y la pusieran debajo de los cascos de mil caballos para que se la hicieran papilla, la moldearan y, así, se pudiera fabricar una pelota a la que patear una y cien veces. Aquella capacidad no bastaría para derrotarla, eso lo sabía a la perfección, y seguramente me vendría diciendo que ella ya sabía lo que era el dolor y aquello eran minucias, blah blah blah, pero ¿qué más daba? ¡Eso era exactamente lo que quería! Tiempo. Sí, tiempo, y era lo que estaba ganando.

Para cuando el ataque indiscriminado a su mente finalizó, mi cuello estaba curado del todo, aunque le costó más tiempo del que normalmente le habría tomado por la pérdida de sangre, y pude alzar la cabeza hacia ella y mirarla, con una ceja alzada, que terminó en un visible bostezo, de nuevo provocador, una vez más burlón. Y más que podía serlo...

– ¿Has acabado ya, Lorraine? Porque si tan superior eres a mí que hubieras podido asesinarme de haber querido, no aprecio sino debilidad en ti al no haberlo hecho. Quizá me creas débil, o tal vez pienses, erróneamente por descontado, que si se me aplica el título de leyenda es por lo mismo que a ti. ¡Nada más lejos de la realidad! Si me lo permites, creo sinceramente que se ha devaluado el valor del término... De lo de antes a lo de ahora hay, en fin, un mundo. – le dije, con voz ronca y rasposa que terminó en una risa perfectamente articulada, con mi tono normal, con la provocación justa para que ella, cuando menos, se molestara.

– Pero bueno, eres una niña. Todos en ciertos momentos tenemos crisis como esta tuya, de identidad, que nos hace buscarnos a nosotros mismos. Lo verdaderamente lamentable de ti es que pienses que puedes tratar así a tus mayores sin que haya consecuencias, ¿sabes? Esa es una de las muchas cosas de ti que me decepcionan y me obligan a pedirte una demostración, pero si quieres que sea por las malas, será por las malas. – añadí, encogiéndome de hombros y, con ello, aniquilando todo lo que me aprisionaba.

Lo siguiente que hice fue una mezcla entre mis habilidades como vampiro y los dones que, como humano, me habían hecho entrenar hasta la saciedad. La falta de velocidad que podía ocasionar la pérdida de sangre la suplí con la antinatural que como guerrero me había asemejado a una pantera; el factor sorpresa, del que me valí porque sabía su efectividad, me dio la ventaja necesaria para coger a la delicada aparentemente Lorraine Von Fanel y aprisionar sus brazos contra su espalda. Entonces, me acerqué a su cuello, que mordí una sola vez con tanta fuerza que arranqué un pedazo de su carne.

– Sabrosa. Pero eso podemos discutirlo luego, ahora los dos tenemos cosas mejores que hacer, sobre todo tú. – murmuré, dándole un beso sangriento en la mejilla antes de retorcer sus brazos con fuerza y sin saña, simplemente con efectividad. Había hecho aquello tantas veces... Para cuando sonaba el primer clac, sabías que tenías que ser rápido si lo que querías era arrancar, y lento si buscabas astillar. Como yo quería ambas, primero realicé el giro de sus brazos con lentitud y después los desencajé hasta que ambas extremidades cayeron, muertas y fantasmagóricas, al suelo.

Sin brazos, únicamente con torso y con piernas, Lorraine parecía un pálido reflejo de lo que había sido, y estaba tan a mi merced que sólo pude sonreír de manera divertida. No la mataría sólo desmembrándola; como mucho la debilitaría por la pérdida de sangre a la que se veía expuesta por mis acciones, pero eso sería castigo suficiente para su atrevimiento estúpido, al menos por el momento, pues tampoco me interesaba sobremanera perder mucho tiempo con ella.

Esa fue la razón de que, lo siguiente que hiciera, fuera tan rápido. De un golpe certero en su abdomen la tiré al suelo, donde la abrí de piernas –no precisamente para cumplir sus deseos más húmedos– para poder, también, arrancárselas de cuajo y tirarlas por la habitación hasta que éstas cayeron al suelo, cerca de sus brazos muertos. Sólo quedaba cabeza y torso, y se acabó el tiempo de arrancar, así que me levanté del suelo y me dirigí al punto donde sus partes reposaban.

– Me voy a librar de esto, me molesta bastante. Lo digo para que luego no me vengas exigiendo nada y me des un calor de cabeza que haría que te arrancara la cabeza, te clavara una estaca en el corazón y, además, te matara. No tengo demasiada paciencia con quienes se creen más de lo que son, como has podido ver. – avisé, con expresión inocente que murió en cuanto arrojé sus extremidades a las débiles llamas. Si no la hacía arder entera, y aún quedaba bastante de ella que podía hacerlo, no moriría, así que aún me quedaba diversión... No, nos quedaba diversión.

Volví sobre mis pasos, hasta el lugar donde reposaba, y me agaché. Las heridas que aún mostraba como feas cicatrices o incluso como heridas abiertas sobre mi cuerpo empezaban a debilitarme, y por eso mismo aproveché que las piernas de ella estaban abiertas para acercarme, como si fuera a hacer algo que no pensaba hacer, y en vez de dirigirme a su intimidad (bueno, intimidad... era, según su fama, de todo menos íntima) me dirigí a una de sus ingles, en la que clavé mis colmillos.

El chorro de sangre me llenó la garganta enseguida, entró en mí a toda velocidad y lo noté recorrerme, devolverme parte de la energía perdida, curar mis heridas a más velocidad que antes, ser mío por completo. Sólo cuando estuve saciado, con la cara manchada de su sangre, me separé de ella y me relamí visiblemente, sonriendo de nuevo.

– Lo que yo decía, deliciosa, pero increíblemente desaprovechada en ti. Tus heridas tardarán algo más en curarse que las mías... Bueno, no, mucho más, porque no has hecho ni la mitad de lo que he hecho yo, pero eso es lo normal, evidentemente, dados nuestros niveles respectivos, así que ¿qué me estabas diciendo? ¿Algo sobre que yo era quien no estaba a la altura de la leyenda? Sí, creo que sí... – finalicé, sentándome a su lado para tenerla aún más controlada... si es que se podía.

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Mensaje por Hela Von Fanel Mar Oct 16, 2012 12:26 am


No alimente a los leones.
Tragarse las palabras puede causar un sabor más amargo que el dolor mismo. Lo sabía pero aún así no aceptaría jamás que aquel sujeto tuviese la razón en sus labios. Su orgullo le impedía aceptar la verdad frente a sus ojos y estaba dispuesta a morir con esa idea en su cabeza. Era una estúpida neófita testaruda e insensata, no importa el esfuerzo o la cantidad de daño que pueda causarle a Ciro, ella jamás podría combatir con alguien como él, lo curioso es que no se iba a rendir en lo absoluto. Cayó al suelo sintiendo como su cabeza estallaría en miles de pedazos. El estridente sonido se acunó dentro de su cuerpo haciéndolo terriblemente insoportable. No podía escuchar sus pensamientos, no podía mantener sus ojos abiertos, lo único que le fue permitido fue retorcerse en formas inverosímiles. Cada uno de sus huesos giró sobre su eje hasta desorbitarse. Sus alaridos opacaron el crujir en sus extremidades. Sus oídos comenzaron a sangrar, su nariz dejó una carretera púrpura sobre la comisura de sus labios. Vivía en carne propia los estragos de miles de estacas clavándose sobre su piel, ardía, quemaba… La sangre muerta de su sistema parecía hervir dentro de sus venas, las burbujas querían estallar y regar toda su maldita putrefacción. Podía sentir como se abrían pequeñas pero profundas yagas. Gritaba y con cada segundo que pasaba su agonía aumentaba. Por primera vez en toda su existencia como vampiresa, sintió la necesidad de respirar, pero cada calada de aire era como tragar infinidad de navajas. Tosió un par de veces, escupió una flema escarlata. A gatas, quería alcanzar el cuerpo de Ciro para tirarlo y así evitar que siguiese metiéndose en su mente y utilizar sus nervios para su beneficio. Fue inútil.

«¡¿Esto es lo que querías perra estúpida?!» Escuchó una voz que creía olvidada. Su maldito padre le hablaba al oído, se escabullía entre el escupitajo verbal de Ciro, sus gritos y el dolor. Se carcajeó, estaba a punto de perder la razón. No, ya la había perdido. Mientras su cuerpo aún luchaba por permanecer en la posición correcta, esa voz continuaba humillándole y, cuando creyó que no podría soportar ni un segundo más, se vio a si misma en el rincón de su viejo hogar, llorando acuclillada con las manos en las rodillas, refugiándose de aquel sonoro látigo que le amenazaba. Varias imágenes corrieron por su cabeza y la siguiente siempre era más agonizante que la anterior. Rugió por debajo. Llegó a la inevitable imagen de ese hombre, pero entonces, si en ese instante no murió por azares del destino, tampoco lo haría esa noche en manos de un semi-dios amaestrado por los años y la guerra. ¡Estaban conectados! De cierta forma, Ciro se había adentrado hasta su mente y ella estaba consciente de ello pero aún así era demasiado fuerte como para cerrar su cabeza e impedir que su habilidad le dejase tirada en el suelo. Intentó algo diferente. Abrió sus ojos resistiendo todo el tormento con la mandíbula apretada. Sus uñas se aferraron a la madera debajo de ella y rasguñó las tablillas, astillas se alojaron entre el cartílago y la carne e incluso la uña de dos de sus dedos se quedó clavada en el piso. Después de eso, la calma llegó…

En medio de quejidos y sardónicas carcajadas se puso de pie. No, ella no sería de las que suplican por su vida. Si tenía que morir lo haría con la dignidad intacta o al menos eso es lo que deseaba creer con fervor. Ciro había dejado su mente tranquila, pero ella la de él, no. Las palabras no le provocaron miedo, tampoco burla, ya no podía sentir nada, sólo la ironía de haberlo tenido todo y ahora nada. Sintió el beso, quiso rugir o expresar asco, pero no lo hizo, su mirada estaba vacía y la mueca en sus labios era parecida a una mofa escuálida. No dijo nada. La fuerza en sus brazos le hizo emitir un lamentoso suspiro. Sabía lo que planeaba y quería que lo hiciera, lo suplicaba a gritos ¡Quería jugar con él! La piel se estiró y se estiró. Cada articulación de sus huesos fue extendida hasta que fueron vencidos. Un muñón ensangrentado suplió el nacimiento de sus brazos. Se podía ver el hueso, la carne y el rojizo color de los músculos. Era una imagen grotezca, una fuente en medio de la habitación y, aunque el dolor era insoportable, Lorraine no emitió ni un solo sonido. Fue como si con sus brazos se hubiese ido su lengua también. Estando en el suelo rodó lo suficiente para escapar a las ataduras de Ciro. Él era rápido, pero cada uno de sus movimientos pasó antes por su cabeza, con un segundo de anticipación ella supo lo que tenía que hacer. Mientras se arrastraba, pateó el cadáver más cercano y fue a este al que Ciro le desgarró las piernas ¿Por qué? ¿Por qué no se dio cuenta del cambio que hizo Lorraine? Es verdad, él no podría ser engañado por una estúpida neófita, pero hasta los dioses cometen errores ¿Acaso el dios de la humanidad no se ha arrepentido de su creación?

Lorraine había creado una imagen mental dentro de la cabeza de Ciro, una imagen que se distorsionaría a continuación pero que le daría el tiempo suficiente para tomar una de las estacas con los pies y clavarla en su pecho. Ese era el plan ¡El desgraciado se movió más rápido! Tomó sus brazos que aún se movían por cuenta propia y los arrojó a las cenizas, junto con los pies del otro cuerpo. Lorraine lanzó la estaca valiéndose de su flexibilidad, uso las rodillas para aprisionar la madera y la envió por los aires hasta el cuerpo de Ciro. ¡Estúpida! ¡Falló! El trozo atravesó la espalda baja del vampiro hasta salir en diagonal a escasos centímetros de su corazónen el pecho. Desde su ángulo, Ciro era la digna representación de un personaje empalado. Al ver su error, la chiquilla sólo pudo carcajearse arrodillada frente a él –¡Ni siquiera eso hago bien!- Se burló de si misma. Estaba siendo consumida por la demencia, una locura que vino a partir de la falta de sangre. Las carcajadas se hicieron más sonoras. Se movía al compás de su propia música demencial. Había hecho todo lo que podía y aún así en su extraordinaria lucha continuaba siento tan inferior a él. Patética, insignificante y ahora ¿Cobarde? ¡Tenía que huir de ahí! No esperó a que él se quitase la estaca, tampoco se detuvo a escuchar lo que iba decirle. Sólo corrió lo más rápido que pudo hacia la salida. ¿Acaso tenía una oportunidad de escapar? Toda la vida, la existencia de Lorraine Von Fanel se resumía de esta manera a los desigios de un sólo hombre, un guerrero espartano al que responde como Ciro pero que su propia identidad era desconocida para los demás...


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¿Metamorfosis o Costumbre? {Privado} Empty Re: ¿Metamorfosis o Costumbre? {Privado}

Mensaje por Invitado Vie Oct 19, 2012 7:34 am

Lorraine estaba derrotada, y la imagen que componía era la de una comedia con cierto tinte trágico: una caníbal devorada y destrozada, sus miembros al alcance de las fieras que lo devorarían sin contemplaciones mientras, entre agónicos sufrimientos, su cuerpo trataría de recomponerse y de volver a ser lo que una vez había sido. Resultaba incluso irónico, como una patada bien dada del destino a su cara, que la haría morir en su anterior patetismo y volver a nacer mejorada, como debería haber sido...

Aquella tortura suya era una de las mejor comenzadas que había efectuado yo en mucho tiempo, eso era evidente, pero todo acababa de comenzar, y eso resultaba un hecho tan claro como que a ella le costaría recuperarse. Ese tiempo tan aparentemente largo me daría un margen muy amplio para terminar de pulirla, para obligarla a deshacerse de esa capa de lástima que quería mostrar ante el mundo y forzarla a volverse una zorra sin corazón, algo que hasta ahora sólo pretendía ser... Porque, había que admitirlo, tenía demasiados sentimientos para ser miembro de ese selecto club.

Sin embargo, había tenido la suerte de encontrar a la única persona –bueno, eso de persona es discutible...– capaz de pulirla lo suficiente para hacer relucir al diamante en bruto que tenía dentro. De eso estaba convencido; sabía ver el talento cuando lo tenía delante, y Lorraine sólo tenía que cambiar ligeramente su actitud con el entrenamiento adecuado para sacar a la luz el auténtico potencial que ella se esforzaba en empañar, creyendo que su actitud era lo que la hacía grande... ¡qué equivocada estaba y, cómo siempre, qué razón tenía yo!

No sería hasta que careciera de alma que sería digna de ser considerada la vampiresa a la que los rumores hacían referencia, y yo era un asesino profesional, no solamente de seres de cualquier tipo en general sino también de almas... vamos, si es que eso existía. Lo que haría sería eliminar su humanidad, esa a la que aún se aferraba enormemente y que empañaba su futura grandeza para volverla, simplemente patética. Y la mejor manera para obligarla a desprenderse de lo que había vivido era una: el dolor... el dolor y el tormento más absoluto, algo de lo que sólo yo era capaz.

¿Crees que esto ha dolido, Lorraine? ¿Crees que con el ataque a tu mente y a tu cuerpo ya se ha terminado todo y te dejaré aquí para que te pudras? Oh, no, planeo hacer exactamente lo contrario... Mi intención es que descubras el auténtico significado de la palabra dolor y que todo lo que hayas sentido hasta ahora no sea ni un ápice comparado con lo que te espera. ¿Y sabes lo mejor? Cuando me propongo algo, siempre lo consigo. – comenté, en dirección al guiñapo de carne, sangre y huesos quebrados que era ella, totalmente derrotada.

Si tan sólo supiera... Lo que le esperaba, como había casi prometido, sería mucho peor, ya que no me andaría con menudencias de cualquier tipo que pudieran suponer cualquier tipo de piedad para ella. Le esperaba el infierno en la Tierra, si es que dicha entidad judeocristiana realmente existía, cosa que dudaba, porque iba a ser yo quien le diera la forma que tenía que tener y con la que habría de pasar a la literatura y a la mentalidad popular. Ah, si Dante Alighieri fuera consciente de lo que iba a hacer, su Divina Comedia habría sido totalmente distinta...

En cualquier caso, el tiempo de hablar se había terminado. Le había regalado unos minutos que más le valía saber apreciar, porque si se había regodeado en su patetismo y en su derrota la tortura sería aún peor de lo que ya pensaba hacer que fuera, y su margen de paz y tranquilidad se había terminado para siempre... Iba a matar a Lorraine Von Fanel, o al menos a la pusilánime niña que se escondía detrás del cuerpo mutilado de mujer que tenía frente a mí, y la haría renacer a una nueva realidad que la humanidad sólo podría temer. Ya me lo agradecería cuando fuera consciente del enorme favor que, en realidad, le estaba haciendo.

Me acerqué a ella y la cogí en brazos, aunque en vez de realizar un gesto típicamente empalagoso y propio de parejas más bien la cargué a mi espalda como si fuera un saco de patatas, de esas con las que se alimentaba a los animales. Después, con paso rápido, la saqué de aquella casa en ruinas que representaba su propia entidad en aquel momento y la conduje, a través de la oscuridad, hacia uno de los miles de refugios que tenía en el solar del Sacro Imperio, uno particularmente oculto, porque era un zulo de un castillo amurallado hasta la saciedad y medio en ruinas al que nadie solía acercarse. Las leyendas decían que había allí oculto un monstruo bebedor de sangre, y ¿quién podía negarlo, cuando era de mi propiedad...?

Las mazmorras que, bajo tierra, habían sido construidas en época medieval servían perfectamente a mi propósito. Con unos arreglos que había hecho con los años en las argollas y demás material del hierro más fuerte, la apresé y la clavé contra la pared de fría y dura piedra, resistente hasta la saciedad si lo había hecho durante tantos años. Una vez así, me permití alejarme un par de pasos de ella y quitarme la chaqueta, así como remangarme la camisa, ambas manchadas de sangre no solamente de Lorraine. Después, la miré y sonreí de manera pérfida, un leve aviso de lo que vendría después.

Voy a explicarte lo que va a pasar a partir de ahora, y más te vale escuchar porque no te lo pienso repetir. Tú ya no te perteneces; ahora eres una posesión mía. Eres mi esclava, en el sentido literal de la palabra. Si quiero utilizarte como mesa, te utilizaré como mesa; si quiero joderte, lo haré por cada agujero de tu cuerpo; si quiero que sufras como una perra, lo harás... Y a la larga lo acabarás apreciando, porque todo esto es un favor para ti muestra de mi inusitada generosidad, así que si no te has mentalizado hazlo ahora, ya que no toleraré ni una sola queja al respecto. Has perdido, Von Fanel. Estas son las consecuencias. – espeté, y me encogí después de hombros como si algo de lo que hubiera dicho se lo dijera a todo el mundo a quien viera... Oh, espera, sí se lo decía a casi todo el mundo, o si no me esforzaba en dejárselo claro.

Me acerqué a ella como una fiera que se acerca a su presa, aunque en realidad eso era un símil muy adecuado para nuestra situación. No podía moverse: me había asegurado de ello, así que lo tenía tan sumamente fácil para herirla que las ideas se agolpaban en mi cabeza, si bien puse calma entre ellas enseguida. Ya tendría tiempo para hacer todo lo que me apetecía hacer, no debía apresurarme, porque la clave en una buena tortura, igual que en una buena lección, es tomarse el tiempo necesario para llevarla a cabo, y a mí eso precisamente me sobraba.

Cuando la tuve frente a mí, hundí las manos en los muñones que tenía en los brazos y luché contra las capas de sangre y músculo que pronto me cubrieron para adentrarme en su interior, lo suficiente para agarrar sus costillas. Cuando las abrí de pleno y su pecho acusó dicha apertura, enseñando sus órganos internos, la sangre me salpicó de nuevo y yo no pude por menos que sonreír ante su visión, aunque en mi sonrisa había algo sádico inevitablemente, dadas las circunstancias.

¿Ves esto? Bueno, me conformo con que lo sientas... – comencé, acariciando su corazón con los dedos, que misteriosamente aún bombeaba sangre pese a que estuviera muerta, tanto como yo. – Eso, Lorraine, es tu corazón. Y lo que conseguiré de él es que deje de sentir y se limite a mantener tu sangre fluyendo por tu cuerpo. Da igual cuánto me cueste, lo conseguiré, porque eres un proyecto personal honestamente interesante y estoy dispuesto a perder mi tiempo contigo. – finalicé, y aparté la mano que había estado acariciando con casi mimo su corazón para pasarla por las partes de su torso abierto y acariciar su piel, viscosa por la sangre.

Incluso así, aunque en realidad era especialmente así, su belleza resultaba evidente, o quizá era que tanta sangre me había abierto un apetito no únicamente sádico y que se apreciaba perfectamente en mí. Como era un hombre de palabra las pocas veces que prometía algo, estaba más que dispuesto a cumplir con mi parte de la tortura, y si eso hacía necesario que le hiciera daño de todas las maneras posibles, ¡que así fuera! Por eso mismo, y pese a que no necesité abrirla de piernas para hacerlo –más bien porque ya se las había quitado, había sido tan previsor que me había librado de antemano del problema– le arranqué la ropa de cuajo y dejé a la vista su cuerpo desnudo y torturado, aunque sólo me interesaba en aquel momento una parte de él... La misma que penetré primero con los dedos y después con mi miembro mientras la tortura comenzaba, lenta y dolorosamente, a tomar forma.

Te diría que te relajaras y gozaras, pero los dos sabemos que disfrutaré menos si lo haces, así que, adelante, grita todo lo que quieras... – exclamé, entre risas pérfidas y mordiscos y golpes a ellas, que acompañaban al hecho de que la estaba violando y lo estaba disfrutando... y no me arrepentía lo más mínimo de hacerlo. Era parte de su castigo y de su transformación, así que ya aprendería a aceptarlo como algo normal, y si no... bueno, peor para ella, y mejor para mí. Su dolor, a fin de cuentas, me ponía tanto como su humillación.
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¿Metamorfosis o Costumbre? {Privado} Empty Re: ¿Metamorfosis o Costumbre? {Privado}

Mensaje por Hela Von Fanel Miér Nov 07, 2012 8:54 pm


Y entonces su mundo se colapsó. Las palabras siempre se las lleva el viento arrastradas por el fantasma de la ignorancia. Algo en él le decía que jamás lograría desvanecer las cicatrices que la tortura tatuó en su cuerpo. Su mirada, su voz, la sonrisa sardónica y la excitación de su cuerpo. El vampiro se ceñía sobre ella, cada vez más grande, cada vez más imparable, como un monstruo devorador de pecados, como aquella bestia que expía la culpa a través de lava ardiente. Lorraine ya no sentía nada. Sus muñones temblaron una última vez sacudiendo la sangre de la fémina y manchando las losas del suelo. Derrotada. Clavó la mirada en él sin decir nada, sin esperar absolutamente nada, porque el alma de esa mujer ya no se encontraba atrapada en un pedazo de carne inservible como el que se presentó ante los ojos de Ciro. Ella ya no era nadie, no era nada.

Las imágenes de su pasado flotaron en su cabeza como miles de cristales rotos, en cada uno de ellos pudo observar la cantidad de lágrimas derramadas y todas esas promesas que fueron mutiladas por su propio egoísmo y la falta de voluntad para cumplirlas. Sintió el dolor clavarse en su pecho, una presión funesta que parecía ahogarla. No podía respirar. Su vista se nubló, los sentidos le fueron inservibles y, a lo lejos, escuchó el desgarrador grito de una niña siendo mutilada. Odio. Apretó la mandíbula con sumo esfuerzo, se concentró en no gritar, en no suplicar por su vida porque eso no valdría la pena. Lo sabía. Pudo haberse retorcido con lo poco que quedó de su cuerpo. Escupirle a la cara era una opción atrayente. No hizo nada. Dejó que el hombre le rompiera cada uno de sus huesos, sus ilusiones, sus sentimientos. La expresión de su rostro era sencillamente indescriptible. Un balde de agua helada al saber que se ha perdido. ¿Orgullo? ¿Petulancia? ¿Dónde quedó toda su fanfarronería? Se miró a si misma a través de sus ojos. La mujer que yacía inerte en el suelo no era ella ¡No podía serlo! Se repudió. El coraje emergió a través de sus entrañas, ardiente, imparable. Quería gritar, ahogar todo en un estruendoso grito y que la pesadilla terminara, pero no era un sueño. Tomó aire sintiendo como este le quemaba la garganta. No toleró el frío de la noche, no pudo soportar el juicio del silencio. Se rindió.

Recibió la noche del exterior con los ojos cerrados. Su cuerpo fue arrastrado por los caprichos de Ciro hasta la calle. Moriría. La última vez que miraba las estrellas, la última vez que podría olfatear la humedad de la tierra, la última vez que… La curva en sus labios fue una risa satisfactoria. Después de doscientos años por fin la encontraría la muerte. El peso sobre sus hombros se despejó, le hizo creer que podía volar, alejarse de todo y por una maldita vez sentir la tranquilidad que tanto añoraba. Los vampiros no lloran. ¡Cómo desearía hacerlo ahora! La vorágine de sensaciones surcó su cuerpo, su mente como si se tratase de un mar en completa calma hasta que el huracán llegase y lo destrozara todo. Podía sentir sus manos moverse, podía concebir el deseo de sus piernas por correr, pero no había nada ¡NADA! La bofetada siguiente fue más dolorosa esta vez. Confusión. Desesperación. Ira. Derrota.

Desgastados adoquines se erigieron por ambos costados. Nuevamente cerró los ojos. Apretó con furia sus párpados porque no quería observar a su verdugo mofarse de su desdicha, de una estúpida suerte que ella misma había forjado. «Todos tus miedos y lo que te hace daño, están dentro de tu cabeza. No los dejes salir.» Intentó convencerse que así era. Para cuando abrió los ojos Ciro daba una cátedra como advertencia. Se aproximó hasta ella y Lorraine tuvo miedo. No un miedo cualquiera, no el miedo de perder algo o a alguien, no ese tonto miedo que adormece los sentidos y paraliza el cuerpo por completo cuando se está a punto de morir. Fue un miedo congelante. Los orbes de Ciro eran la maldad y el sadismo más puro que jamás había visto. Una mirada demencial pero con la cordura y tranquilidad suficientes como para apreciar la obra escarlata. Aterrador. Contrajo su cuerpo hacia atrás topándose con la pared. Lo miró fijamente durante una fracción de segundo y aunque imaginaba lo que pasaría; nunca estaría tan cerca de la realidad.

Los brazos de Ciro se incrustaron en sus muñones lo que produjo un sopor descomunal. Insoportable. Jadeó. Fue sólo el inicio. Sus costillas fueron quebrándose una por una, dejándola sin aliento. La presión en su pecho se fue intensificando hasta que el último crujido llegó, y con él, esa terrible agonía. Quería gritar, llorar, retorcerse sobre si misma. En este punto la súplica sonaba más que tentadora. Su sangre salpicó el rostro del vampiro ¡Como desearía que esa sangre fuese de él! Lo escuchó. Su lengua se encontraba a punto de ser mutilada por las veces en las que ella se mordía evitando no emitir sonido alguno, aún así funcionada –Arráncame los ojos, quizá así, desde el suelo pueda verlo- Susurró entrecortadamente. En cada una de las palabras se podía notar ese rencor, ese odio inevitable pues fueron escupidas con veneno. Sonrío amarga.

Se había desangrado a tal grado que su piel, su carne, ya no podía apreciar el mínimo roce de Ciro. Estaba desnuda. Si no fuese por que lo pudo ver desabotonándose el pantalón, no se habría dado cuenta de lo que hacía. «Mira que bajo has caído Ágatha. Están abusando nuevamente de ti, como cuando eras niña. Eres tan puta que ni siendo una aberración a punto de morir puedes dejar de follar» Seguida de la voz en su cabeza. Ciro habló -¿Gozar? ¿Gritar? ¿Cómo si no siento nada?- La indiferencia acudió a su llamado. Sí. Estaba acabada, derrotada como jamás lo había estado nunca. Tenía miedo y sufría el sopor de todo su cuerpo, pero más allá de cualquier punzada física, se encontraba un alma hecha jirones. Si lo que él deseaba era absolver la existencia de Lorraine con el dolor para evitar que vuelva a sentir algo, podrían comenzar entonces con fingir que no sentía tampoco la violación. Quizá, si lo repetía un par de veces más, terminaría creyéndoselo.


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Mensaje por Invitado Sáb Nov 24, 2012 10:36 am

No eres una mártir; sólo eres una seguidora, y tu única función es ser destruida.

Todo ápice de dignidad que un día hubiera existido en Lorraine Von Fanel había muerto con la misma velocidad con la que sus víctimas, antes, lo habían hecho. Podía parecer que había pasado una eternidad desde que la había encontrado hasta que la estaba violando, pero en realidad sólo parecía un tiempo de tal magnitud por lo sumamente grande que había sido el cambio en ella, pues había pasado de no ser nadie a tener la posibilidad de que un auténtico dios como lo era yo le hiciera el favor de su vida, aunque eso supusiera que sufriera... y lo haría.

Sus propias palabras revelaban que su orgullo seguía intacto, pero eso era precisamente lo que había que erradicar, porque la hacía tan humana... Iba de mártir por su no vida, exigiendo unos privilegios que no se había ganado y para los que se refugiaba en una imagen falsa, creada a posteriori. Era toda una actuación para cubrir a una niña dolida con el mundo, seguramente con una infancia traumática de la que no se había recuperado y de la que procedían sus crímenes, algo enternecedor para otros, pero no para mí. A mí me aburría.

Fue precisamente mi aburrimiento lo que hizo que me detuviera, al menos por un momento, y examinara a mi víctima, que se negaba a romperse. ¿Cuán patética la hacía eso? No admitía su final no aunque lo tuviera delante de sus narices, aunque la estuviera violando salvajemente, ¡aunque estuviera abriéndola en canal y tocando su corazón a punto de destrozarlo! Sencillamente no lo hacía, y eso era patético, lo suficiente para tener que hundirla aún más en su miseria, porque sólo cuando ya has tocado fondo por completo puedes ascender, y su caída no había hecho sino comenzar.

Eso es exactamente lo que debes abandonar, Lorraine, la autocompasión. ¿Crees que le das pena a alguien? Tienes exactamente lo que te has buscado, y no hay nadie más culpable de ello que tú, así que no intentes alegar a una humanidad que nunca ha existido en mí a través de los sentimientos de tu voz. ¿Primero rabia y después resignación? No conoces ni la lucha ni el sacrificio... No conoces el dolor, y él será tu primera cita de esta noche. – le dije, encogiéndome de hombros con aparente inocencia, una que se fue al traste cuando volví a penetrarla por uno de los agujeros que había hecho en su cuerpo al arrancarle las piernas.

Era macabro e irracional, y solamente acababa de empezar. ¿Pensaba que bromeaba cuando la había amenazado? No tenía ni idea de lo que era capaz. Iba a violar cada agujero de su cuerpo aunque eso supusiera dejarla como un queso gruyere, todo con tal de que descubriera lo que era el dolor, ya que al mismo tiempo que me abría camino en su interior iba rasgando su piel para que la única que se fastidiara fuera ella, no yo... ¡Sólo faltaría, encima, que fuera yo quien perdiera cuando me correspondía ser el ganador de aquel encuentro entre nosotros! Ella sufriría; ella moriría, ella renacería como nueva, pero sólo a través del dolor podría hacerlo, y ese era exactamente su regalo de aquella noche.

Continué con ella hasta que no hubo parte de su cuerpo que no estuviera surcada por los hoyos que yo le había provocado, hasta que yo mismo hube terminado dentro de sus vísceras esparcidas y rotas, todo un contraste entre mi satisfacción y su patetismo. Lo mejor del caso era que yo acababa de empezar, y tendría que soportar una tortura constante hasta que se librara de todo aquel patetismo al que se emperraba en aferrarse, como si eso fuera a salvarla, cuando sólo servía para condenarla y para añadir más y más tiempo a la cuenta pendiente que tenía conmigo, nada comparado con aquel aperitivo que aún no había terminado, no.

Me separé de ella, y me arreglé la ropa aunque no había necesidad alguna de hacerlo, ya que mi cuerpo seguía siendo perfecto, cubierto o al descubierto. Me llevé la muñeca a la boca y, con los colmillos, hice una pequeña incisión de la que comenzó a manar la sangre lentamente, como un arroyo de montaña que aún no ha adquirido la fuerza suficiente para ser capaz de abrirse paso con la fuerza destructora y arrolladora que tiene en las crecidas. Esa sangre que me pasó a la boca me llenó con mi propio sabor, pero no lo hizo durante mucho tiempo, porque antes de que pasaran más que unos segundos se encontró en la boca de Lorraine por un beso que le estaba robando, sin absolutamente ningún sentimiento salvo esa necesidad de alimentarla.

Terminé enseguida, y entonces me separé. El efecto que tuvo esa sangre en su cuerpo fue automático, pues varias de las heridas menores que mostraba empezaron a curarse, alentadas por el aliento vital de inmejorable calidad que habían recibido. Se necesitaba mucha más cantidad de aquel elixir de dioses para eliminar todo el rastro de dolor de su cuerpo, pero es que no quería repararla, sino que quería demostrarle que la curaría parcialmente todas las veces que hiciera falta para que se recuperara del dolor viejo y pudiera sentir el nuevo en su total esplendor, justo lo que merecía.

No sientes nada, dices, pero el odio de tu voz me haría vomitar si es que mi estómago ingiriera comida. Te estás aferrando a tu fingida indiferencia porque crees que, así, esto terminará antes y serás libre, pero ya nunca lo serás... Me perteneces. Tu cuerpo lo hace; tu mente, también, y no hay rincón de Lorraine Von Fanel que se quede sin influenciar por mí después de esto. Tal vez así dejes de ser tan patética... Acéptalo, no luches contra ello, no busques maneras de suavizar la realidad. Tu vida está en mis manos, pende del hilo de tus palabras, y tú corres con un cuchillo en la mano para cortarlo. ¿Empiezas a darte cuenta de cuánto me necesitas o sigo teniendo que demostrártelo? Porque no tengo prisa... Tengo una eternidad para hacerlo. – le dije, segundos antes de hundir la mano en su pecho abierto para que atravesara la superficie de su pulmón y se quedara atrapada en el viscoso tejido que lo conformaba.

Poco me costó arrancárselo y lanzarlo por ahí, como si fuera un trozo de basura particularmente desagradable a mi vista, exactamente lo que era. En cuanto saqué la mano del agujero de su pecho la lamí con fruición, y sin apartar la mirada de ella. Quería que me viera alimentarme de su humanidad, de su cuerpo y de su mente; quería ser el material de sus pesadillas y de sus sueños más húmedos, y quería asegurarme de que, más que nunca, no se olvidaba de quien le haría el favor más grande de su estúpida existencia... Y, como había dicho, tenía todo el tiempo que quisiera para lograrlo.
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Mensaje por Hela Von Fanel Lun Ene 28, 2013 10:32 pm


Su sangre, la misma que no fue derramada en ningún otro momento hasta antes de su repentino enamoramiento, ahora está siendo despilfarrada por todas partes, ataviando de un lado a otro las paredes con su escarlata color. Ni siquiera la obscuridad de los calabozos pudo ocultar la putrefacción de su cuerpo y lo denigrante de su figura. Rota, marchita y jodidamente maltrecha. La suprema mujer que se mofó de los reyes desde su lustrosa silla, ahora era enjuiciada y encontrada culpable. La decapitación sería un placer que él no le otorgaría porque el desgraciado lucía su gallarda maleficencia despojándole de lo último que tenía, su dignidad. ¿Esa posible que aún conservara alguna? No, pero el orgullo es más grande y siempre viene impregnado con la arrogancia por más desfavorecida que sea la situación. Ella escuchó sus palabras. Se quejó cerrando los ojos y sintiendo la intromisión de su miembro en cada una de sus cavidades, la excitación cubría los restos de su cuerpo dejándose bañar por la cálida esencia de la lujuria. Una combinación extraña, una mezcla insipiente entre el odio y la aceptación. Las raspaduras de su piel contra la propia completamente llagada y doliente, causó el estremecimiento en el contorno de su torso. Sus labios se abrieron para evocar un jadeo, un gemido, un alarido. La mente se nubló y el grito que tal vez proferiría terminó en un suspiro trascendente. El calambre en sus caderas inició una reacción imparable que, sujeta a los designios de Ciro, sólo pudo inmolarse en los pensamientos de la fémina en un profundo rencor inaudito. ¿Cuál es el nombre escondido detrás de la ofuscación de sus sentimientos? Rugió. Deseaba poder dar la pelea que ese monstruo merecía pero no engaña a nadie, no tiene la fuerza, mucho menos la astucia para hacerlo y su autocontrol es un reverendo asco.

Morbo. No fue nada más que morbo el ver los ojos de Ciro irse hacia atrás en el instante que su cuerpo expulsó su éxtasis dentro de ella. La maldita y condenada mujer sonrío ante el alivio que el líquido frío dentro de si le sugirió al contacto con lo incandescente de su interior. Suspiro urgida por la necesidad de aire vuelta un deseo, un simple anhelo que no tenía razón de ser, pues hace mucho que el oxígeno dejó de ser una pieza faltante para su existencia. Bajó la mirada y se relamió los labios esperando que el tiempo de calidad con él hubiese terminado, pero estaba segura que la tortura apenas si había comenzado. Levantó la cabeza sólo para atestiguar que él mismo masculló su muñeca y la enfrentó contra su rostro. Al principio se negó, después clavó los colmillos en su piel tan fuerte que pudo haberle arrancado un pedazo de carne. Masticarlo y tragarlo. Había que admitir el dulce sabor de su sangre. Algo con una magnificencia de ese tamaño sólo podía tener el nombre del pecado y era así. Los hilos rojos de la sangre milenaria, pendieron al costado de su barbilla impulsados por la gravedad hasta el suelo. Cada gota que traspasaba su garganta acudía a sanar una herida, pero ¿Cuál? Su cuerpo se encontró completamente deshecho y cada célula clamaba por recibir una compensación al intentar mantenerla aún con vida. Fue su corazón el que absorbió cada gota de esa sangre hasta reponerse. Los huesos de su costillar crujieron simulando ser una cadena arrastrada por la carrera de un garañón. Su piel se extendió por encima de su torso intentando cubrir los órganos internos. Se supone que al alimentarse, un hombre encontrará satisfactorio el reponer energías perdidas, pero para Lorraine en ese estado, cada uno de sus órganos expuestos solicitaba ser atendido de inmediato, por lo que la pelea le causó un insoportable dolor. El insufrible sopor, se disparó por todos los rincones que aún le pertenecían, aturdiendo su mente y haciéndole caer en la inconciencia. Sólo fueron milésimas de segundos, pero el tiempo siempre ha sido tan relativo que medirlo ahora, es una completa pérdida de tiempo. Sus labios odiaron el instante en que él se separó dejándola más hambrienta que nunca, con más deseos por poseerlo de lo que hubiese imaginado jamás, pero no a él como hombre, si no como un mero capricho que podía tener sólo porque su morbo así lo había querido.


Le fue imposible no quejarse al recibir una estocada más, esta vez en uno de sus pulmones el cual le fue arrancado de su lugar y arrojado a la tierra como un pedazo inservible de basura, eso era ella para él, sólo basura y Lorraine lo sabía, el problema es que era la clase de basura de la cual no se desea desprenderse. Estalló en carcajadas. Bien, lo admitía. Todo lo que él le escupió en su verborrea era cierto, ¿Para qué negarlo? Pero aceptarlo tampoco le serviría de mucho o ¿Sí? Hiciera lo que hiciera y dijera lo que dijera, Ciro no le dejaría en paz hasta saciar su hambre. Lorraine lo supo, lo sabe. A un hombre hambriento, las palabras le sobran en la cabeza, ergo, jamás cederá ante nada, ni nadie. –Mi vida no está en tus manos Ciro- Dijo con la dificultad que el dolor le hacía. Es probable que nada de lo que dijera ella, engendrara alguna especie de efecto en él, así que… ¿Para qué doblegarse ante él cuando el final sería el mismo? –Podría aceptar mi derrota ante ti y dejar la pelea, rendirme y aceptar mi patetismo como me lo has estado repitiendo incansablemente. Enmarcándolo sólo para hacerme tragar mis propios, sardónicos y amargos comentarios. Pretendes desquebrajar lo que resta de mí y te asegurarás en hacerlo sin importar nada- sus labios dejaron que esa sonrisa se viese burlesca de medio lado. –También puedo llorar y suplicar que pares. Invocar la compasión que no existe en ti. Parpadear miles de veces y gritar todo lo que pueda hasta explotar en un maldito y miserable lamento tortuoso. Puedo hacer todo eso y mucho más, Ciro… pero ¿Qué ganaría con hacerlo?- Levantó la cabeza clavando la mirada fijamente en él. Retándolo. Las probabilidades de encontrar la muerte en sus manos eran millones a una única posibilidad de que la dejara con vida –Si te digo que pares con mi tormento, seguirás haciéndolo. Si me niego, lo harás de igual manera, porque lo único que te importa eres tú mismo y la satisfacción que toda esta parafernalia tiene contigo.- Su voz sonaba desgastada. Seca. –Te crees mejor que yo, pero no somos distintos. Lo que tú me haces a mí, yo lo hacía con ellos. Invertí los lugares, eso es todo- Arqueó una ceja relamiéndose los labios encontrando el sabor de su sangre en ellos. Suspiró. -¿Eternidad? ¡Jáh! Ni siquiera tú vivirás tanto. Pero adelante, podemos intentarlo tú y yo juntos.- Musitó la última parte, la excasa sensualidad de su voz parecía sugerente, pero no era así.


FDR: Disculpa la demora y espero que la respuesta sea de tu agrado.
Si no es así, siempre puedes torturar más a Lorraine (?) xD


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Mensaje por Invitado Vie Feb 01, 2013 9:17 am

La creencia de que su vida no estaba en mis manos era una falacia producida por su miedo y los restos de su injustificado egocentrismo unidos en un intento de mantenerse fuerte y, aunque las circunstancias la obligaran a hacerlo, no rendirse aún. Ese era su mayor error, no tanto los defectos que mostraba antes de mi intervención (e incluso durante, porque todo apuntaba a que seguiría anclada en sus trece) sino, más bien, que continuara mostrándolos y que sólo fuera de boquilla su intención de eliminarlos en pos de convertirse en algo mejor. No iba a aprovechar mi visita, al menos aún, y eso sólo reforzaba la idea de que me pasaría lo que a ella le parecería una eternidad enseñándola como un auténtico maestro de vida, o de muerte según se quisiera. Menudo panorama...

La miré con una ceja alzada, entre divertido e incrédulo por que siguiera en sus trece y no pareciera dispuesta a cambiar de opinión. Había dado con un hueso duro de roer, lo reconocía, pero más testarudo era yo y, al final, como siempre ocurría, terminaría saliéndome con la mía y haciendo de ella lo que me apeteciera, que a fin de cuentas era el resultado final de aquella tortura que sólo acababa de empezar pero que, aún así, iba camino de convertirse en una de las mejores que había llevado a cabo, y eso que había hecho muchas tanto como humano como vampiro.

Tu vida, de hecho, está en mis manos. Puedo arrancarte el corazón y atravesarlo con una estaca de madera sin que tú puedas hacer nada por evitarlo. Puedo exponerte al sol de la mañana, en cuanto salga por el horizonte, y también puedo arrancarte la cabeza, enterrarla, y terminar con tu patética existencia. Tampoco me olvido de la posibilidad de que seas pasto de las llamas y te acerques a lo que aún consideras como infierno en lo más recóndito de tu mente. No creas que no sé cómo matar a un vampiro; he aniquilado a más de los que puedas imaginar, así que dudar de que dependes de mis decisiones es una estupidez sólo propia de una mente como la tuya. – comenté, no como una advertencia, sino más bien como quien comenta el resultado del último informe agrario emitido por el reino.

El tono de indiferencia que había adoptado con ella no era real, pues a decir verdad sí que era una amenaza, y también había algo de decepción en mi voz. Amagaba tanto para luego dar como resultado tan sumamente poco... Era como cuando había bebido mi sangre, con tanta sed como si no hubiera comido, literalmente, en años, pero después de recibir semejante premio no se había mostrado ni siquiera mínimamente agradecida sino que, encima, había osado dirigirse a mí en esos términos. Increíble...

Tranquila, no busco tu humillación, eso ya lo has conseguido tú solita, y lo más gracioso es que sigues haciéndolo. Crees que estás en posición de ofrecerme una eternidad de la que no dispones, ¿hay algo más patético que eso en todo lo que acabas de decir? Bueno, en realidad sí: lo más estúpido que ha salido por tu boca hasta ahora es la sugerencia de que somos iguales, pero sólo hemos intercambiado los papeles. El día que mi vida esté en tus manos lo hablaremos, pero sabes tan bien como yo que ese día no llegará... No estás en posición de exigirme nada. – comuniqué, girando sobre mis pies para dirigirme a la hoguera, ya casi marchita.

La carne mortal de las víctimas de Lorraine convivía con la suya, inmortal, menos tostada. A un vampiro le costaba menos arder que a un humano; suponía que era porque los retazos de inmortalidad y de animal que nos caracterizaban luchaban hasta el último aliento contra la muerte definitiva. Como era una suposición mía, tenía que ser acertada, pero en cualquier caso se veía perfectamente que de sus miembros aún quedaba algo de carne, lo suficiente para que se distinguieran como brazos. Cogí el atizador de las llamas y los saqué del fuego para que, putrefactos y carbonizados, quedaran frente a mí, como una muestra de lo que ella había sido y ya nunca volvería a ser, al menos completamente.

Estás acostumbrada a obtener lo que quieres, y nunca a sufrir metamorfosis profundas que te cambien de arriba abajo. Es evidente que algo tan radical no funcionará efectivamente contigo, aunque no por ello es un error: yo no los cometo. Tómatelo como un aperitivo de lo que te espera, y también como el preludio a que cambie mi técnica. Es peor lo que te espera, en realidad... Sólo hay una cosa más fuerte que el miedo, y esa es la esperanza, esa que aún te queda pese a que luches por eliminarla para complacerme y terminar con esto. Pero no es divertido si la borras de ti, al menos tan rápidamente... Permíteme demostrártelo. – le dije, antes de llevarme la muñeca a la boca y, de un mordisco, rasgar mi piel para que empezara a caer la sangre.

Si los cristianos creían en milagros que habían leído en un libro escrito hacía miles de años, lo que estaba teniendo lugar frente a mí les parecería la obra de Dios: cada gota de mi sangre que caía en los brazos chamuscados restauraba la piel y le devolvía el tono pálido habitual que mostraban, con un toque moreno, apenas un eco vacío de cuando era humana. La rapidez con la que sus miembros de alimentaban de simples gotas de mi sangre hizo que, en apenas unos minutos, cuando aparté el flujo de mi muñeca tuviera frente a mí un par de brazos que se movían lentamente, acostumbrándose a disponer de nuevo la capacidad de hacerlo. Los cogí sin cuidado y los llevé hacia Lorraine, su propietaria, a la que se lanzaron enseguida. Unas gotas más de sangre y las heridas de su torso sanaron; sus brazos encajaron como si nunca hubieran sido arrancados.

Ahora notas la sangre fluir de nuevo por tus brazos. Aunque hayas perdido mucha, los miembros que acabas de recuperar te transmiten una sensación de frescura que embriaga la mente y te hace sentir poder... Piensas que, pese a todo, dispones de tus brazos y puedes atacarme, recuperar tus piernas, acorralarme, beber de mí hasta matarme y salir. ¿Ves? Eso es tener esperanza. Eso es lo que aún te queda. Eso es lo que vamos a eliminar. – le dije, con tono casi paternal y robándole un beso en los labios que sirvió para distraerla lo suficiente para que no se esperara que le partiera la columna vertebral en dos a través de uno de los orificios de su estómago.

Cuando me separé de ella, lamí la sangre y las vísceras que tenía en mis dedos y eso bastó para que las fuerzas que había perdido al darle de mi sangre me fueran, en parte, devueltas. Ella ya no podía mover nada que no fuera su cabeza, al menos no hasta que le volviera a arreglar la columna, pero eso no era algo que me apeteciera hacer en aquel momento, en el que tenía que disfrutar de la lección.

Mata la esperanza. Aniquila todos los restos de esa desgraciada que aún te quedan, junto al miedo. No lo conseguirás hoy, seguramente, ni tampoco mañana ni al día siguiente, pero terminarás haciéndolo. Será entonces cuando, por fin, no te quede ni un sentimiento dentro, y cuando mi lección terminará. Hasta entonces ve acostumbrándote, porque esta será tu vida durante los próximos meses. – sentencié, y me puse a lamer los restos de sangre que quedaban en mis dedos. Empezaba a entrarme el hambre.

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Mensaje por Hela Von Fanel Mar Feb 19, 2013 1:31 am


Injurias. Toda su puta vida como mortal, estuvo a la merced de las humillaciones que sus padres le hacían; el precio fue bastante caro, la muerte. Ahora ella enfrenta el mismo pavor que vio en sus ojos antes de morir, la diferencia es que Lorraine comenzaba a apreciar el momento de una forma tan poco ortodoxa que su sonrisa resultó ser la representación más fina de su cinismo. Estalla en carcajadas, mismas que retumban en las desoladas esquinas del agujero en el que se encuentra. Clava la mirada en el hombre. Imponente, furioso, bello. Un demonio litúrgico, disfruta del placer con la agonía ajena y observa desde su lugar, como el destrozado orgullo de la fémina se reduce a patéticas risotadas envueltas de cenizas. Ha perdido la dignidad, le han robado el ultimo de sus alientos y si ni siquiera es capaz de verlo con sus propios ojos, afortunadamente él se lo recalca en cualquier oportunidad que tiene. ¿No es así? Capta sus comentarios ególatras, tan seguros de si mismo como el propio dios que se pasea delante de ella. Erigido como un potente enemigo, se levanta y ondea el estandarte de su guerrilloso pasado. Presumible, predecible, pragmático. Pero aún con esa cátedra y pese al desorden que resulta ser su cabeza, Lorraine puede negarle la satisfacción que busca en ella. Suspira, pesada, sufrible. -Ciego- Susurra con la voz entrecortada. Sus heridas son graves, no pueden sostenerse y el hambre está quemando su garganta. La resequedad es notoria. Sus labios están blancos y en sus ojos se asoma la cuenca de su interior. Bolsas que desaliñan el rostro inmaculado de la vampiresa. –Y, además, estúpido-

Ciro puede decirle cuan graves serán sus heridas, el dolor y el llanto que cada una de ellas generará en su ya mutilado cuerpo. La sed que tendrá, lo humillante que se verá cuando acabe con ella. Sí, también puede describir las más desgarradoras experiencias y torturas a la hora de asesinar a un vampiro. Grotescas, aterradoras, insólitas. No importa cuanta sangre corra de las espinas o a través de ellas, tampoco el número de veces que padecerá el infierno en carne viva. Un dolor más desquebrajante, no puede existir para ella. Lo físico se soporta y la piel se acostumbra al ardor, después de años, quizá miles… Lorraine no podrá sentir nada y será justamente lo que él había deseado, pero con cada impertinencia que ella arroja con esa lengua viperina, más rápido será el proceso. Así que pintar castillos de fuego, no le sirve de nada si lo que pretende Ciro es que ella cambie de actitud. No le debe nada y tampoco lo hará. Si al cabo de un mes se aburre de ella, la asesinará y será todo pero… ¿Qué es lo que Lorraine pretende con tanto trago amargo? Aspira profundamente esperanzada a que él logre comprender a lo que se refiere, pero no es así. Los ancianos se cierran tanto en su mundo antiquísimo, que se olvidan del cambio que las cosas traen a través del paso del tiempo. Incluso un segundo puede ser demasiado rápido para su inadaptada vista. –¿Necesito explicar lo que digo, Ciro?- Levanta ambas cejas incrédula aún por el desgaste que hace el vampiro en mostrarle cual fuerte es, cual desgraciado y perverso puede ser si es que ella lo permite. –No, no lo creo. Pero si tu capacidad te hizo retorcer mis palabras y expresarlas de forma en la que yo inquirí una sugerencia, estás equivocado. Pero no te esfuerces más, una mente teatral y literal como la tuya, no se puede dar el lujo de experimentar cosas nuevas-

Observa desde su lugar –Claro como si tuviese elección de moverse- como él camina alrededor de la pocilga para tomar sus brazos. Se rasga la muñeca después de su cátedra tan ilustrada de ¿Qué? Escucha la palabra clave, esperanza. Suelta una risotada aun más exagerada que la anterior. Y es que quienes han podido captar la leyenda, saborean las facilidades de una mujer que no tuvo que pelear por nada –como él lo ha dicho- para obtener lo que desea, sin embargo, las sombra de todo lo experimentado están dentro de su cabeza. ¿Quién mejor que ella para conocerlas? No se puede hablar de un hombre sin antes haber recorrido los mismos pasos que él. Es evidente la lejanía que Ciro tiene de ella, pero aún así, Lorraine lo considera su igual. ¿Por qué? ¡Sencillo! El rostro del vampiro carece exactamente de lo mismo que la mirada de Lorraine. No hay esperanza ahí, no hay amor, no hay arrepentimiento, no hay nada. Ya no. Sus brazos regresan a ella, fuertes, vigorizantes. Puede estar al tanto de esa exótica sensación de su sangre corriendo a través de ellos. Mueve los dedos bajo el instinto primitivo de su mente y disfruta del coloquial encuentro. Sonríe complaciente, no a ella, para él. -¿Te parece que hay esperanza en alguien que desea morir? Si respondes con si, entonces adelante, prosigue con tu errática, poco efectiva y bastante lenta, lección desesperanzadora- Dicho esto. Ciro quiebra su columna vertebral.

El desgarrador alarido de la vampiresa, se extiende por todo el lugar. Es un chillido fatalista que denota el punzante dolor que ha padecido esta noche. Lo siente en sus entrañas, como es que lentamente recorre cada parte de lo que resta en su cuerpo, adormeciendo la zona, generando contracciones. Arde, quema. Se siente desfallecer. La punzada se instala en su cabeza, la confunde, la ciega, la embrutece. Repentinamente siente la necesidad de respirar y el aire cala cuando entra por sus fosas nasales. No puede moverse, no puede hacer más nada que observar a su verdugo jodidamente triunfante. En sus pupilas se nota ese destello burlón y mezquino. El morbo dispara contra ella. No es una metamorfosis, es la costumbre. Ella siempre ha sido así, sólo que se perdió en el camino. Ahora está segura de poder observar el pasado y sentir plenitud. Sonríe sardónica. Una vez ha dejado de sentir el dolor en su ser. Jadea. Está cansada. –Podría acostumbrarme ¿sabes?- Lo fulmina con la mirada –He comenzado a disfrutarlo- Sus ojos cambian al lúgubre aliento de un enfermo. –¡Hazlo otra vez!- He aquí las súplicas que él dijo pasarían. ¡El muy maldito siempre tiene la razón! «No. No siempre» Inquirió la voz de su cabeza.


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Mensaje por Invitado Mar Feb 26, 2013 8:37 am

Con la ruptura de su columna, vinieron por fin las súplicas que llevaba tanto tiempo privándome de escuchar. Ella era masoquista, de lo contrario no habría sido capaz de labrarse una reputación como la que tenía, pero el punto exacto de su enfermedad sólo quedaba tan claro que era indiscutible cuando sus propias palabras la transformaban y la hacían esclava de sus instintos más arraigados, precisamente lo que trataba de borrar. No era como si quisiera eliminar de ella sólo lo bueno, no; quería que se volviera una máquina impersonal, parecida a las que se usaban en las industrias, que se limitaban a funcionar por una afortunada combinación de engranajes y nada más. No era tan difícil... bueno, sí, para su intelecto inferior sí debía serlo.

Medio sonreí, con las manos aún manchadas de su sangre y de los restos de tuétano que goteaban lenta pero ineludiblemente de su columna fracturada. No podía moverse, eso era evidente, pero no había perdido la capacidad de hablar ni de expresar, y ese era el quid de la cuestión. Que me pusiera en duda era algo normal, teniendo en cuenta que jamás aceptaría que era superior a ella por mucho que fuera una estupidez vivir tan engañada, pero no lo era que se empeñara en fingir algo cuando podía ver a través de cada una de sus mentiras vacías y, lo que era peor para ella, podía ver sus motivos para recurrir al engaño, y eso era lo que no me gustaba.

Mira que eres obtusa, Lorraine... Sigues anclada en la misma estrategia de mentira tras mentira, cuando eso sólo añade días a tu tormento. ¿Crees que he llegado hasta donde estoy con estos limitados artefactos de tortura que te he enseñado? Conozco maneras de hacerte suplicar por ayuda de la zorra de tu madre y del enfermo de tu padre, y las pondré en práctica. Antes de que te de tiempo a acostumbrarte a esto, cambiaré mi estrategia y utilizaré algo que no te esperarás, y así sucesivamente... Realmente me ofende que pienses que todos contamos con tus reducidos recursos mentales. – comenté, con tono desaprobador, y me separé de ella para mirarla frente a frente, como un sastre examina la pieza que ha fabricado sobre su cliente.

Mi juicio, evidentemente, tuvo un resultado negativo, que me esforcé en demostrar al negar con la cabeza lentamente, varias veces y con plena satisfacción visible en mis rasgos y mi actitud al hacerlo. Tenía tanto por aprender... Incluso estaba planteándome ignorar aquella lucecita parpadeante que se intuía al fondo de su ser y que era su potencial, cada vez más reducido por sus innumerables fallos, pero de momento no lo haría, porque no era como si tuviera nada más divertido que hacer que castigar a quien había intentado herirme a mí, ¡a mí nada menos!

No voy a permitir que esto se convierte en costumbre, antes te obligaré a que cada día sufras una metamorfosis diferente. Probarás todas las facetas de tu existencia, y también gozarás de la oportunidad única de pasar un tiempo precioso conmigo como maestro. ¿Qué mejor que un guerrero bien entrenado para poner en forma a un soldado perezoso y descuidado? Ah, agradece que estos no sean mis tiempos, todo habría sido peor para ti entonces, pero para tu desgracia yo fui entrenado en el dolor, y para cuando quieras decir que ya sabes lo que es sentirlo te demostraré que tu condena no acaba más que de empezar. No sabes lo que es el Infierno hasta que te has encontrado conmigo. – añadí, y me froté las manos para quitar, de ellas, todo resto de los interiores de Lorraine.

Nunca amenazaba en vano, sencillamente porque no necesitaba hacerlo al ser capaz de llevar a la práctica todo lo que prometía que haría. Con ella, aunque no fuera a hacerlo en el momento, algo inútil teniendo en cuenta que disponía de una eternidad al completo para torturarla y machacar su determinación, también lo haría, y más le valía que se fuera convenciendo si quería sobrevivir a todo lo que tenía pensado para ella, un sinnúmero de torturas que harían que viera su cuerpo, cuando se lo completara, de manera diferente a como lo hacía antes de mi pequeña intervención.

Empecemos por el principio: esperanza. Se define como un estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos, así que la base del sentimiento es el deseo. ¿Qué es lo que tú deseas, Lorraine? La muerte. ¿Por qué? Porque tienes la esperanza de que así el tormento finalizará. ¿Cómo? Sencillo, ves como posible que en cuanto fallezcas, ya sea porque yo he terminado contigo o porque te he tirado a que sea el sol quien se encargue, todo esto termine y tu patética existencia tenga un fin. Como ves, desear la muerte implica esperanza, igual que suplicar por más dolor. Algo dentro de ti piensa que si cedes me hartaré y te dejaré ir... Parece mentira que me conozcas tan poco, yo pensaba que tú y yo éramos algo especial. – expuse, con tono melodramático al final que culminó en carcajadas siniestras, mi especialidad... bueno, una de tantas.

En un momento, reduje la distancia que nos separaba y le abrí la boca con las manos. Estuve a punto de romperle la mandíbula; de hecho, su piel llegó incluso a sangrar por el exceso que suponía aquel gesto, y sus huesos crujieron, quejumbrosos, porque amagaban con algo que yo no quería conseguir, al menos no de momento. Era tan divertido que se condenara un poco más cada vez con sus palabras que seguía queriendo escucharla.

Cualquiera hubiera pensado que abrir la boca no era un problema para ti, ¿eh? – bromeé, con evidentes segundas intenciones, hasta que le arranqué los colmillos sin quebrarlos y todo, diente y raíz sangrante, estuvo en mi mano. Era una vampiresa rota, ya no solamente una muñeca quebrada física y mentalmente; aquello era un ataque a su misma naturaleza, un símbolo de su muerte necesaria para su posterior renacimiento, y valía más que mil golpes que pudiera darle. – Ahora eres sólo un bebé, y el tiempo que pase contigo significa tu crecimiento, pero te advierto que los niños me producen urticaria, así que no pongas demasiado a prueba mi paciencia. – concluí, bromeando de nuevo, aunque sólo a medias.

Bajo mis palabras de aspecto jovial se escondían auténticas amenazas, más que visibles si se prestaba un mínimo de atención a ellas y que si quería sobrevivir tenía que cumplir. Sin embargo, aún estaba lejos de provocar su muerte, puesto que sólo acababa de empezar mi lección y costaría bastante que me hartara de ella, aunque el momento llegaría, siempre lo hacía... Y, con esos pensamientos en la cabeza, me acerqué a ella y lamí las encías donde habían estado sus colmillos, en carne viva, para beber de su sangre en una especie de beso que terminó rápidamente, cuando me aparté y guardé sus dientes en uno de los bolsillos de la ropa que aún llevaba... o algo así.
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Mensaje por Hela Von Fanel Jue Mar 21, 2013 1:19 am


Agotada, no sólo se sentía cansada físicamente, también mental. La palabrería lúdica de Ciro, contrarrestó con sus acciones, movimientos que repararon en una extenuación completa a cada una de sus arterias, donde el dolor se hace más fuerte, donde es imposible soportar un espasmo. Si alguna vez pudo observarlo con famélico odio, el sentimiento desapareció dejando sólo una estúpida estela de fulgor opaco, parecido a un velo nocturno comprendido por nubes que intentan ofuscar el destello de las estrellas en una gélida noche de invierno. Y, al igual que la esperanza mencionada por el vampiro, todo el deseo de Lorraine se esfumó cuando su voz resonó dentro de su cabeza. No lograba comprender los designios del vampiro, era como si cada cosa que ella había creído durante toda su existencia, no tuviese sentido alguno para alguien mucho mayor y más temible que el mismo infierno. Sus temores más infantiles, podían compararse con el veneno de una viuda negra y no con la retorcida bestia triunfante que masticaba incansablemente cada una de sus extremidades, una y otra, y otra vez hasta que no quedara más que polvo; había sido resumida a un bufón, un títere de hechura extraña y particular. Un juguete.

Permaneció callada, sus palabras iban y venían, confundiéndose con el estridente chillido de las ratas en las esquinas de su prisión. El rugido del viento, le fue idéntico a millones de estómagos hambrientos preparándose para alimentarse con su sangre. Y observó los dientes del fin del mundo incrustarse en su piel, desgarrando cada centímetro de esta con el calor infernal de las ondas en la luz del sol. Él tenía razón, siempre la tuvo. El dolor que hasta hace poco pareció ser temible e insoportable, se había vuelto insufrible. El miedo germinó en alguna parte de su cabeza, bajo la amenaza de las metamorfosis que le esperaba. ¿Podría ella soportarlo? Difuminó sus pensamientos, alejándose de toda imagen agónica y cancerina para su concentración. Pero ya no poseía la fuerza suficiente para continuar observando lo que le hacía a su cuerpo, ni siquiera pudo emitir sonido alguno cuando él se aproximó a ella y le rompió la mandíbula. Sus huesos crujieron, seguidos de un estallido, vencidos por la fuerza en su apretón, sometidos sin siquiera darse cuenta de la serie de acontecimientos que la rodeaban. Eran indiferentes a ella, como la mirada de su captor ante sus súplicas.

Quiso refutar sus palabras, incluso el argumento que tenía pensando para darle cátedra se amontonó en su lengua, intentando escaparse palabra por palabra al unísono de las gotas de su sangre derramándose sobre el suelo. No tiene caso. ¡De nada le serviría! Desvió la mirada hasta el ángulo apropiado donde poder ver sus entrañas completamente expuestas, su cuerpo mutilado en pedazos inverosímiles, su sangre cubriendo la superficie del suelo, las paredes, parte de la ropa y piel de él. Intentó sonreír ante su completa derrota. La saliva le supo amarga, como si hubiese tragado aquella sangre putrefacta de un cadáver en plena descomposición, como si hubiese intentando soldar los restos de su cuerpo con alguna basa hecha de amoniaco y azufre al mismo tiempo.

Algunas personas intentan desviar el escozor hacia otra parte de su cuerpo en donde puedan resistirla, si se traba de un hueso roto, aprietan la mandíbula o muerden algo al momento de que el hueso es regresado a su lugar para después vendarse. Otros crispan las palmas en puños y dan golpes a la pared o se muerden la extremidad más cercana. Ofuscar el dolor, con una punzada más fuerte, es un ritual desde los tiempos épicos donde las batallas de guerreros míticos se alzan como historias que, a la larga, se vuelven leyendas en un círculo cerrado donde los mitos son la realidad. Lorraine no podía morderse a si misma, no podía cerrar sus palmas y golpear los muros, tampoco presionar un punto de su cuerpo y esperar a que el dolor que él le causaba se esfumara al segundo después. Fue por ello que sólo pudo cerrar los ojos y atragantarse con su propia agonía cuando él extirpó sus colmillos. La sangre brotó de ella, era imposible que después de muerta y aún cuando ya ha sido drenada por completo, aún corra ese maldito líquido púrpura de los incisivos, pero así fue. Su cabeza se sacudió, contrajo cada músculo de esa parte que aún podía mantener bajo control. Las fibras de su piel se plegaron en un intento por disminuir las convulsiones, fue en vano. No pudo soportarlo, era demasiado y su resistencia había llegado al límite, tensó tanto la cuerda que al final, se rompió. Perdió la conciencia.

¡Escasos segundos! El vampirismo no le permitió tomarse cinco minutos de descanso, olvidarse de su calvario y soñar con alguna otra estupidez. Cuando despertó Ciro metía sus colmillos dentro de los bolsos de su pantalón, los restos de él. Su lengua se movió a través de su boca buscando el lugar donde deberían de estar. Palpó la encía, su sabor fue repugnantemente desagradable. Jadeó. No fue un suspiro gozoso, ni siquiera se le parecía. Fue la exclamación de su rendición. «Entonces deberías alejarte de los niños» Fue un pensamiento nítido, abatido pero con sentido del humor. Si hubiese podido sonreír cínicamente… pero el comentario no fue con la intención de tentarlo. La tonalidad con la que su voz resonó dentro de su cabeza, fue complaciente, como si estuviese de acuerdo con él, como si subconscientemente aceptara de una jodida vez, que no tenía más opción que complacerlo. Levantó la mirada hasta él esperando respuesta a sus pensamientos, sintió miedo… un miedo descomunal de su reacción y las partes de su cuerpo que aún reaccionaban a ella, lograron estremecerse.


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Mensaje por Invitado Lun Abr 15, 2013 10:09 am

Que aún lograra mantenerse irónica era toda una novedad en alguien sobre quien había ejercido una mínima parte de mi poderío, puesto que aún le quedaban por descubrir los más exquisitos secretos de la tortura y, como solía decirse, lo bueno sólo acababa de empezar. Captar aquel pensamiento, como aquel que escucha un comentario ingenioso referido a él, me hizo negar con la cabeza y esbozar una media sonrisa condescendiente, no porque ella aún siguiera resistiéndose a lo inevitable sino porque aquella era su manera de hacerlo más llevadero. Por fin, después de tanto rato invertido en ella, había captado el mensaje... aunque ¿cómo iba a no hacerlo si era algo que yo había pretendido?

”Es una pena, pero incluso entre los vampiros hay niños, y hasta en nuestra raza ese es un paso indispensable para alcanzar la madurez, que no la perfección, porque con eso se nace y es imposible conseguirla” Mis pensamientos fueron nítidos, tanto como un cristal pulido hasta el aburrimiento, en contraposición a los suyos, y no solamente por la diferencia de nivel al que estábamos (que también), sino más bien porque yo, a diferencia de ella, ya estaba casi ileso y mi energía había aumentado considerablemente por los efectos casi terapéuticos que tenía bajar de su pedestal a un neófito que se lo tenía demasiado creído.

Sin sus colmillos, la leyenda de Lorraine Von Fanel se quedaba en un absurdo cuento para niños, en algo que tenía la misma consistencia real que el monstruo del saco o cualquier otra leyenda que se contara para aterrorizar a quienes no conocían el auténtico rostro de la maldad. Lo que quedaba de ella, de la que una vez había sido, estaba en mis bolsillos maltrechos, y no se lo devolvería de momento, puesto que quería ver hasta cuánto era capaz de aguantar antes de pedirme que se los arreglara... Nada que un poco de sangre, mi sangre, no pudiera conseguir.

Se acerca el alba, Lorraine, aunque estés magullada lo notas tan bien como yo, y no querrás arruinarme la diversión friéndote poco a poco hasta que de ti no quede nada, ¿verdad que no? Dime, ¿me vas a hacer perder el tiempo de los dos buscando algún refugio aquí cerca, vas a contarme la ubicación de alguno o voy a tener que llevarte a alguno de los míos para seguir con nuestra pequeña charla? Te lo digo porque tienes elección, aunque claro, allá tú con las consecuencias... Puede que, si nos movemos de aquí, me deje alguno de tus miembros o me olvide de tus colmillos de manera totalmente accidental, por supuesto, o puede que hacerme buscar algo por aquí cerca me ponga de mal humor y decida matarte. ¿Quién sabe?

No me moví del sitio cuando le expuse su situación y las alternativas que tenía; aún seguía plantado frente a ella, con las manos en los bolsillos y apariencia totalmente tranquila, pero mi mente bullía de actividad, no literalmente pero casi. Estaba evaluando las ventajas y los inconvenientes de los refugios que tenía por allí y que me servirían si ella elegía mal y me obligaba a hacer el esfuerzo de llevarla a alguno de mis santuarios, pero al mismo tiempo mantenía los ojos clavados en el despojo humano que una vez había sido capaz de eclipsar (ante los no iniciados, claramente) mi propio nombre... Qué fácil era matar a una estrella, siempre que fuera yo quien portara el arma homicida.

”Tic, tac; tic, tac... El tiempo pasa, y si a ti te apetece freírte aquí como si fueras un huevo en una sartén me parece estupendo, pero yo tengo cosas mejores que hacer y, para mi desgracia, tú estás incluida en alguna de ellas. ¿Qué eliges? Para que luego encima te quejes... ¡Con lo magnánimo que soy!” Aquella vez, mis pensamientos estuvieron cargados de mordacidad, no exenta de verdad. No era por meterle prisa (bueno, sí, porque no me apetecía gastar la inmortalidad en verla ), pero realmente teníamos que irnos, y a mí no me quitaría el sueño dejarla allí postrada a que la recibiera el dios Helios en todo su esplendor y que se convirtiera en cenizas de la fragua de Hefesto.

Saqué uno de sus colmillos de mi bolsillo y lo posé en la palma de mi mano, a la vista de mi joven víctima, para que no se perdiera detalle. Con la otra mano, acaricié su superficie antes mortífera y ahora inerte, mucho más cercana al marfil de los elefantes que a un cuchillo capaz de desgarrar carne y músculos a su antojo, y lo hice girar sobre mi propia piel de manera casi hipnótica hasta que se detenía y volvía a hacer comenzar el giro una vez más, así hasta que puse un dedo sobre el colmillo con fuerza, pero no la suficiente para quebrarlo.

Puedo devolvértelo si te portas bien. Es más divertido verte desdentada, sí, eso es cierto, pero resulta tan sumamente patético verte despojada tan absolutamente de tu habitual poderío, o de lo que has acostumbrado a llamar así, que me estás tentando a verte con uno de ellos. Eso sí, siempre y cuando te comportes... Y eso pasa por que me respondas. Si fueras un poco inteligente o te parecieras más a mí, serías capaz de ver lo buena que es esta oportunidad... – añadí, sonriendo ampliamente para, después, guardarme su colmillo en el bolsillo.

Pincharla era tan sumamente divertido... Y, además, era básico para que aprendiera la lección de que era necesario que se volviera cambiante e inhumana, como realmente tiene que ser un vampiro, para dejar de ser tan patética y una muñeca con la que todos podían jugar, aunque nadie fuera a hacerlo tan bien como yo. No, si encima sería capaz de quejarse cuando le estaba haciendo el favor de su vida, de todas ellas en realidad... Neófitos, siempre tan estúpidos e ignorantes.
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