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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Abélard Fontaine Miér Abr 18, 2012 7:47 pm

Los atributos divinos, los atributos terrenales coinciden bajo una misma forma, enaltecida por los hombres y temida al mismo tiempo. Antes de que se contaran las Eras los seres humanos se agrupaban, protegiéndose de las fieras salvajes, del mundo desconocido que les rodeaba en bosque tenebroso, antiguo, viviente. Así entre los grupos emergía criatura valerosa y aventurandose más allá de lo que sus ancestros soñaron encontrabase nuevos territorios, descubría otras criaturas diferentes y también semejantes que adoraban las mismas formas bajo diferentes nombres y dialectos. El orden natural le llevaba a ser coronado con el laurel de oro, máxima representación de sabiduría, a adornar este ornamento con joyas en reconocimiento por trascender la divinidad de lo oculto; entonces por orden divino y natural se convirtieron en reyes. Poseedores de estos atributos escriben la ley para que todos los seres vivientes bajo se cuidado vivan en armonía con ellos mismos y con el mundo que les rodea. Fundaronse las primeras casas de los Altos Señores e incluso éstas, vestidas de las más preciosa gemas y sedas, expresión eran de la fortaleza y virtud que sus amos por sangre poseían. Sus conocimientos de una generación a la siguiente fueron transmitidos. Fomentaron en sus hijos el estudio, el coraje y la templanza pues los conocimientos aunque naturales en la sangre no crecen si no se les incita a ello. Igual que las Rosas son cuidadas con esmero y al menor descuido son presas de parásitos y hierbajos, también los hombres necesitan la guía para no olvidar los temores conquistados y los retos a conquistar. Los hijos de Reyes de naturaleza inquieta pueden ser desviados del camino trazado por las estrellas, y los de débil voluntad se ven superados rápidamente por las lloviznas sobre sus reinos. Así por derecho de nacimiento todos los hijos de las Altas Casas Señoriales son príncipes. Se les nombra tal en comparación con los diamantes en bruto, más no todos los diamantes llegan a brillar con todo el esplendor que se espera igual que no todos los príncipes serán Reyes aún cuando ostenten la corona. Los demás hombres se sienten traicionados entonces por su nuevo Monarca y vienen las tragedias y las guerras y el hambre y la desilusión y la falta de esperanza. En tales circunstancias se busca otro con la misma sangre y que logrado conquistar las estrellas haga frente a la oscuridad creciente. Más si no se encuentra digno pariente de sangre entre los descendientes de la Antigua Casa, se ha de buscar nueva. Porque todas las cosas mueren, se corrompen, se marchitan y un nuevo ciclo da comienzo. También así las leyes son modificadas cuando su plazo de vida termina ya que no se pueden aplicar las mismas reglas para todas las Eras, para todos los tiempos. Los Altos Señores elegidos entre los hombres son los encargados de mantener viva la ley en el corazón de su reino, siendo ellos mismos ejemplo de vida entre los suyos. Pero con la corona y la palabra escrita también viene la espada y es usada cuando las primeras dos no son suficientes para salvaguardar de algún peligro inminente, amenaza de la armonía. El príncipe siendo ya rey y vestido con los atributos del equilibrio habrá de elegir el momento oportuno para dejar las palabras y usar la fuerza, o combinar ambas o hacer acto de gran sacrificio.

La responsabilidad de ver siempre primero por aquellos que les eligieron desde antes que se recuerde, llevaba a reunir a los Altos Señores y Señoras de diversas Casas, de otras regiones y lugares para discutir sobre el incierto futuro de los seres humanos. Ahora que la antigua Monarquía de Sangre, reina soberana de las naciones Europeas, se desangraba lentamente en destinos misteriosos y ocultos era tiempo de hablar y llegar a renovados acuerdos, de dar nueva vida a las leyes.

Con tal motivo Versalles cantaba solemne la gloria de antaño y guardaba respetuoso silencio por lo que aún estaba por venir. Vestido y ataviado el Palacio Francés no dejaba de enaltecer con sus muchos adornos y candelabros y magníficos platos y vistosas cortinas de azul zafiro, a todos y cada uno de los nobles invitados de esa noche. Una gran fiesta preparada para ellos, pero antes un salón les aguardaba. En circular formación se dispusieron los dignos asientos para los sendos Reyes y Príncipes. En medio copas y más velas. El recinto luminoso invitaba a las ideas y la conversación, pues era de aspecto cómodo y cálido a pesar de su gran amplitud y formal decoración. El hogar ardía en el fondo del salón y el anfitrión se encontraba ya en el asiento correspondiente aguardando a sus invitados. Abélard contemplaba la noche estrellada que se asomaba por el gran ventanal. El brillo titilante de los pequeños astros parecía querer inspirar a los Altos Señores y recordarles ante todo el honor divino y natural que coronaba sus cabezas.


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Mensaje por Béla Bucur Mar Jul 03, 2012 5:10 pm

Las épocas han ido cambiando conforme los años transcurren de manera lenta aunque para aquellos que tendrán una vida relativamente corta les avanza con rapidez sin piedad alguna pareciendo que en un suspiro se les va la vida impidiéndoles tener más sueños de los que pudieran cumplir, así es como ellos viven según sus comodidades o carencias... Siempre al pendiente del reloj. Tal y como el aire al colarse en el moribundo otoño o el salir del sol por las mañanas detrás de la alta montaña en los Cárpatos, así de rápida es el respirar de aquellas almas que tienen el lujo de poder ir a algún lugar después de abandonar su cuerpo terrenal o que podrán descansar un día no muy lejano sin embargo, eso no molestaba al monarca rumano quien con esa mirada aceitunada observa a detalle detrás de la ventana del carro que lo ha ido trasladando desde su amada Transilvania hasta el corazón francés.

Todo tan sombrío, tan oscuro y desolado es lo que los ojos vacíos encuentran en esa penumbra de soledad donde los delgados brazos de aquellos árboles centenarios se extienden cuan serpientes al asecho dejando ver sus sombras extenderse por el negro bosque permitiendo escuchar el canto de lechuzas y el murmullo de corazones agonizantes pudiendo ser aterradores pero que son serenata melodiosos para quien disfruta del dolor ajeno para poder darse placer propio; sólo, auditivo y meditabundo concentra su mirada en la inmensidad de lo que parece ser lejano ante la escasa luz pero que resulta estar tan próximo tal y como el palacio de Versalles pues al girar un poco el cuello se encuentra que al otro lado de la ventanilla hay luces de antorchas que se encienden vivas y audaces de donde chispas se escapan pero que no es más que pedazos de madera quemándose emitiendo un ligero sonido susurrante y cálido.


Hace tanto tiempo que no siento calor que... He olvidado como se siente.
Es entonces que las bestias de melenas oscuras y músculos impresionantemente fuertes relinchan ante el yugo que les muestra el cochero que jala con autoridad las riendas para frenar a tan intempestivos caballos que delatan su jerarquía al enseñar esas enormes fauces de dientes largos y gruesos dando la apariencia de rudos y temibles animales que responden a la autoridad de su amo al escucharle hablar – Así que éste es el famoso Castillo Francés… - comunica severo y autoritario al mismo tiempo en el que el carruaje se detiene y los caballos se quedan firmes soltando de sus fosas nasales su aliento cándido mientras mantienen su vista fija al horizonte.

- Amo, hemos llegado – acota un hombre de gran corpulencia al instante en el que le abre la puerta para invitarle a bajar cuando el eco de su voz rasposa ha dejado de zumbar en los oídos de Viktor que inmediatamente baja apoyando primeramente el bastón de fina madera.
- Bastante luminoso… - sentencia seco y distante sin voltear a ver a su sirviente por lo que sin más preámbulo se dispone a seguir donde las antorchas y diversos plebeyos le señalan el camino – Por aquí su majestad… Siga por aquí… Bienvenido… - esas eran las palabras que escucha en repetidas ocasiones pero que no son suficientes para hacerlo voltear por lo que los lacayos sienten esa frialdad que no sólo se desprende de su cuerpo sino de la actitud que Vladislav tiene no sólo para con ellos sino con el resto de la humanidad sin importar que lazo tengan con él.

Así pues, a la hora dicha y el día acordado es como se presenta puntual y elegante ante la cita. Viktor ladea un poco el rostro y siente el aroma a su alrededor al parecer le es atractivo que logra seducirlo al grado de voltear encontrándose con la figura de la mujer a quien apenas y observa pero que termina por extenderle el brazo invitándola a sujetarse de él y caminar juntos hasta la puerta que les recibe tal y como lo merecen los dignos monarcas de Rumania. No es exactamente que le guarde algún afecto ya que con la humanidad perdió todo lo que con esa palabra significa pero le es cómodo no sentirse tan solo en ese enorme castillo oscuro y frío que representa su hogar en Transilvania, después de todo ella marca el significado de alguien que ha nacido bajo el cielo rumano y el orgullo que significa haber visto por primera vez la luz ahí. Pero no sólo su nacionalismo le atrajo de ella sino el hecho de que no tendría por qué salir en busca de lo único que ella puede darle: Su sangre.

- Viktor Vladislav Dracul e Ileana Leluc, Reyes de Rumania – se escucha decir después de un ruidoso sonido de trompetas que los acompañan hasta uno de los salones donde inmediatamente son recibidos sus finos abrigos y donde además son separados.

El rey no dice absolutamente nada pues al escuchar que su consorte será llevada a otra habitación sólo le mira detenidamente dejándole sentir su frialdad, así voltea y se encamina hasta la sala en la que se llevará acabo aquella reunión.

- Abérlard Fontaine, Rey de Francia. Disculpe la demora, espero no llegar demasiado tarde. – acota con autoridad pero con respeto para con su igual manifestando en sus facciones insensibles la gratitud ante aquella invitación.
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Mensaje por Invitado Miér Jul 04, 2012 11:08 pm

старость наших воспоминаний рассыпается внутри солнца
Old ages of our memories go to pieces inside the sun

Sabía que no podía prolongarlo más, que el momento de salir de las sombras y darle un rostro al nuevo monarca ruso había llegado. Daniil no negaba el puesto que ahora, por azar, le correspondía y que sentía debía cuidar mientras el joven Matvey Klenov, príncipe por derecho, zar legítimo de Rusia y por ahora sencillo Barón del óblast de Nóvgorod pero hombre de su entera confianza, crecía y se convertía en un adulto, era golpeado por la realidad y moldeado para regir el Imperio; el vampiro odiaba el hecho y la ejecución y se odiaba por tener que someter al joven a ese acercamiento al mundo. De Matvey rescataba su franca inocencia, pero para gobernar, eso no servía. Suspiró mientras se acomodaba el cuello de la camisa. Al contrario de otros monarcas, él no tenía a una flotilla de sirvientes a su disposición, por ahora Leslie, su mucama y László, su valet, le servían bien. La primera desde luego no lo vestía como si se tratara de un bebé incapaz de valerse por si mismo, y el segundo, aunque era quien siempre lo acompañaba, por ahora estaba en una diligencia, vigilando a la originaria de Porvoo en el Reino de Suecia, la plebeya Eve Heikkinen, su Freya coronada.

Miró por sobre su hombro, la silla vacía que Indro ocupaba siempre que charlaban en aquella habitación, el mueble lo vigilaba como si su amigo y consejero real de hecho estuviera ahí sentado. ¿Dónde estaba en todo caso? ¿Acaso importaba? Días previos a la cita tuvieron una conversación en la que discutieron si era prudente que el zar asistiera solo a la reunión o no. «Necesito hacer esto por mi mismo» el ruso le había dicho a su único confidente, pensando que evitar lo que ahora era su realidad no hacía que ésta desapareciera. ¿Qué se hablaría de él? Tenía claro que otros en su posición, cabezas reales de los reinos de Europa, conocían su nombre, era después de todo el autócrata de todas las Rusias, pero en su afán de anonimato, no había asistido a ninguna reunión a menos que fuese de suma importancia, como la que esa noche se gestaba y aún no había encarado a ningún monarca hasta entonces, incluso la invitación había llegado a San Petesburgo sin saber que el zar rondaba París obsesionado por una mujer. Su sangre era como la de cualquier campesino arando en suelo eslavo, no había nobleza en él, no corría por sus venas gota alguna de linaje, peor aún, sus raigones se extendían hasta el pueblo tártaro alguna vez enemigo de los propios rusos nativos, ¿cómo había acabado así? Ya no importada de cualquier forma. Asumía el trono, se comportaría a la altura.

Un carruaje sencillo halado por un par de caballos brabante color arena fue el que lo condujo finalmente a Versalles. Sonrió de lado cuando el palacio comenzó a aparecer en la línea del horizonte, porque lo conoció en otra época, bajo otro mando. Estuvieron a punto de llegar y el pecho se le inflamó con angustia, de pronto no fue Daniil Stravinsky, zar de Rusia, sino Daniil Stravinsky, el niño que no habló hasta entrados los 6 años y que todos tachaban de raro, criado en la clase media de la Rusia medieval. Pidió al cochero que diera una vuelta más antes de finalmente arribar al lugar. Se alejaron de Versalles y miró las luces que danzaban con ansiedad. Miró a su lado el asiento vacío, pensó en medio del mar de pesadumbre que ahí debía ir Eve acompañándolo y ese sencillo pensamiento, esa visión bucólica lo tranquilizó. Después de algunos minutos ordenó que lo llevaran al sitio y sin jactancia de ningún tipo, descendió del carruaje cuando éste se detuvo, solo sin ayuda del cochero. Observó la edificación y luego se miró las manos: él no pertenecía a ese sitio, pero él no pertenecía a ningún sitio y con esa epifanía comenzó a caminar en línea recta.

Cuando arribó a la antesala, fue anunciado. Cerró los ojos ante un genuino dolor al escuchar «Su Majestad, Daniil Stravinsky», le pareció la frase más horrenda y equivocada sobre la faz de la tierra, qué señoría iba a tener el pobre doctor de Nóvgorod que era él. No dijo nada, reverenció con la cabeza al heraldo que lo había anunciado y que era el menos culpable de sus demonios, se acercó al anfitrión entonces, con paso resuelto, contrario a lo que en su mente se encontraba depositado, un caos total y exaltado. Cuando estuvo frente a Abélard Fontaine su venia fue más pronunciada.

-Su Majestad –dijo y se irguió –lamento la tardanza –Daniil no podía ser considerado impuntual, pero no estaba considerando sus propios miedos que eran más añejos que su posesión de la corona-. Me presento –se llevó una mano al pecho y tomó aire –por la gracia del señor, Emperador y Autócrata de todas las Rusian, Daniil Stravinsky –pausó –a su servicio.


Última edición por Daniil Stravinsky el Dom Jul 22, 2012 10:54 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Invitado Mar Jul 10, 2012 3:04 pm

Sonreí tras leer la invitación que había llegado a mis manos, Paris parecía no querer dejarme ir del todo, pensaba que estaría un largo tiempo en Londres pero allí estaba de nuevo, el protocolo de los reyes, el mismo que había cumplido hace casi un año o más. Recordé las caras de ese entonces, Alexei estaba muerto, Aidan estaba muerto y sin duda que Tom estaba muerto, el perro feroz de la ya caída Camarilla. Los únicos que quedaban de esa generación eran Abelard, Zarek y yo y entonces recordé el pacto firmado, si es que aun teníamos tratos entre Inglaterra, Italia y Francia todo habia quedado en pendiente gracias a los recientes eventos. Abelard parecía querer apostar a seguir adelante, me parecía bien solo que en esta oportunidad iria por decisión propia, sin tener que cumplir con lo que eran intereses de un grupo, asi que en resumen seria un interés personal el que me llevara a Francia nuevamente, a ver qué era lo que tenía que ofrecernos Abelard. Sin duda Inglaterra era un aliado fuerte para cualquiera que quisiera apoyo económico y militar. Mande a que uno de mis consejeros confirmara mi asistencia y se hicieron los preparativos para el viaje.

Tal vez mi flamante esposa y mi hermosa hija decidieran acompañarme, ahora era el rey que tenia familia, gran cambio. ¿Stephen?, no le había visto la cara desde hace meses, si me lo llegaba a encontrar no sería agradable para él pues tenía cosas que explicar y yo cuentas que cobrar. Aimée se había ido a Italia, el único compromiso que se mantenía en pie desde la última reunión entre reyes así que podíamos decir que aun éramos aliados aunque Zarek tampoco se había pronunciado respecto a la muerte de Abaddon y no sabía si era mi amigo o enemigo a causa de ello. Tantas cosas cambiaron en los últimos tiempos y Paris se ofrecía a ser el escenario de una nueva camada de reyes, quienes fueran, quizá merecían ser conocidos porque podían haber grandes hombres entre ellos o solo hombres inmortales con mucha experiencia, como la mayoría de los reyes de la actualidad.

El día, o más bien dicho la noche, llegó para que partiera nuevamente hacia Paris. El viaje no fue largo aunque no lo sentí más de la cuenta, de todas formas lo único en lo que pensaba era sobre los puntos de los que podría tratar la reunión a la que Abelard invitaba a los reyes de la región. Ya en la abadía que poseía a las afueras de Paris pude aclarar mi mente y pensar tranquilamente hasta el momento en que llegara la reunión, faltaban horas, menos de un día. No había mucho que decir, solo quedaba esperar a escuchar y conocer a los nuevos reyes, o ver a que tenían en mente los que ya eran conocidos. Todo a su momento y este llego más rápido de lo que creía. Como si no hubiera lapso de un pensamiento a otro las horas habían avanzado y de pronto me anunciaban que el carruaje y los guardias ya estaban listos para partir hacia Versalles. Tranquilo y de buena gana me dirigí hacia allí, con la mente en blanco en resto del camino, divagando en temas nada importantes porque mi atención esperaba ser enfocada en algo mas importante cuando llegara al palacio de los monarcas franceses.

Opulencia, jardines, fuentes, guardias y mas protocolo, lo mismo que hace años y lo mismo que sería en el futuro, lo apreciable se volvía despreciable cuando se repetía una y otra vez pero Versalles se merecía una justicia mayor, a pesar de que lo había visitado antes no dejaba de admirar la arquitectura del lugar, un equilibrio entre belleza y armonía, los franceses también tenían lo suyo de que estar orgullosos. El carruaje paro se detuvo lentamente y uno de los guardias abrí la puerta del mismo para anunciar que ya habíamos llegado. Al bajar se podía apreciar la escolta que preparo el rey de Francia para llevar a todos los soberanos a un punto de reunión pero no confiaban en nadie más que mi propia escolta así que entre ingleses y franceses se me condujo al interior de Versalles, donde la decoración podría dejar boquiabierto a cualquier que la visitara por primera vez, no era el caso pero me gustaba contemplar los retratos de la realeza, personas que una vez conocí y que ya estaban muertas, el mismo destino que les esperaba a todos los mortales y a algunos inmortales.

Se anuncio mi llegada ante los presentes como era habitual y seguí mi paso presentándome ante los reyes que habían llegado antes que yo -Buenas noches caballeros, disculpad si me he retrasado aunque en verdad dudo que así fuera- dije a manera de saludo, los ingleses nunca llegaban tarde, era una regla que de vida así que no tuve que fijarme en ningún reloj para darme cuenta de que en realidad estaba a tiempo, aun no habían llegado los demás puesto que se veía que aun quedaban sitios vacios. -Es bueno volver a verte Abelard, después de todo este tiempo- dije curvando una sonrisa y dirigiéndome al anfitrión, mientras tomaba mi lugar en una de las butacas. A los otros dos reyes no los conocía pero gracias a los distintivos de los lugares pude saber a qué países pertenecían, de modo que Rusia ya tenía un sucesor, por lo menos mejor suerte le esperaría que a su predecesor. También pude ver que Abelard contaba con que Italia estaría presente, era algo que quería comprobar con mis propios años, sería una reunión interesante y por demás divertida después de todo.
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Mensaje por Invitado Jue Jul 19, 2012 4:47 pm

Versalles, cuna de futuros reyes aun mortales, aunque el actual este muerto. Abelard Fontaine, un buen anfitrión y hombre de palabra, como lo había conocido en una anterior ocasión, organizaba una reunión en su palacio. Le conté a Sophia sobre ello y pareció importarle el acompañarme a Paris, tal vez porque en esa ciudad se encontraban su amigos, mientras al mismo tiempo se encontraban mis enemigos. La boda se había retrasado gracias a los últimos sucesos y al parecer aún tendría que postergarse por unos días más dada mi asistencia a la reunión que planeaba tener Abelard con los dignatarios de la zona. Un giro interesante después de las cosas que se iban tejiendo en la oscuridad. Respondí con prontitud confirmando mi asistencia y luego pensé en que Abelard no sería la única cara conocida que vería pero mi obligación era actuar natural y jugar al papel de rey de Italia, el pacifista.

Los preparativos para el viaje se hicieron con anticipación y para cuando llego el día todo salió como estaba planeado. Fue cuestión de días para mi prometida y yo llegáramos a Paris y nos hospedáramos en una de las residencias que teníamos en las afueras ya que me había encargado de ello desde la última vez que visitara la gran ciudad de vida nocturna. Un par de noches después estaba ante las puertas de Versalles, con un cortejo de guardias recibiendo a los invitados, muy natural para la época y el formalismo. Una reverencia, una cara acaso amigable o fingiendo serlo y me deje guiar por un sirviente hasta la habitación donde se encontraban otros pares, esperando a los demás, pensando quizás en las cosas que dirían, en cómo debían actuar, en cuáles eran sus intereses…las mismas cosas de siempre. Bostece imperceptiblemente antes de entrar y se me anuncio como muchas veces antes y como los demás fueron anunciados seguramente antes, cuando toco su turno de pararse en el mismo lugar en el que yo estaba parado.

Zarek Di Sforza, rey de Italia, eso era lo único que necesitaban saber aunque la mayoría de los presentes sabían que era un inmortal y que Italia había estado bajo mi mando por más de cuatro mil años…o por lo menos al mando de la familia Di Sforza. -Hermosas son las noches de Paris, en especial cuando se reúnen aquellos que dirigen el futuro de los pueblos. Gracias Abelard por la invitación, caballeros, disculpen la espera- dije saludando atentamente a cada uno de ellos, en especial a Dorian, el traidor. Mis asuntos con él se resolverían en otra esfera y por ello mis modales conservaban su tono habitual, no podía ser diferente para la ocasión en la que el protocolo llamaba a comportarse de acuerdo a los manuales de la realeza.

Busque mi lugar con la mirada y cuando lo encontré sonreí como si me encontrara algo distraído, luego me senté y mire a todos los presentes para luego dirigirme a Abelard -Es un bello palacio, su familia debe sentirse muy cómoda y segura detrás de estas paredes- comenté como si me importara saber el estado de la reina y los príncipes ya que la última vez que hablamos fue inevitable hablar de la familia, estaba seguro que el tema saldría a flote nuevamente ya que quiérase o no estaban ligados a nuestras decisiones. Recordé que no le había hecho llegar los sentidos pésames a Inglaterra por la muerte del príncipe, otrora rey de Escocia, pero quizá al salir me atreviera a dar mis condolencias aunque nadie sabía muy bien lo que había ocurrido. Por el momento me interesaba más conocer a los otros reyes presentes a pesar de que tenía una leve idea sobre ellos, nada mas lo que las buenas y malas lenguas podían comunicar y uno de ellos estaba especialmente conectado con Sophia, así que por supuesto que era de mi interés.
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Mensaje por Abélard Fontaine Dom Jul 22, 2012 10:08 pm

Las cortinas de seda caían a cada lado de los ventanales en cascada carmesí. Descorridas mostraban el paraje de verdes jardines, con sus fuentes, sus flores y bosques frondosos y más allá el cielo estrellado cubriendo en un manto mas fino y sutil las cosas todas. Porque igual que las cortinas, testigos silenciosos de cada acto al despuntar el alba, al caer la noche, existen muchos velos cubriendo los secretos del mundo y sus criaturas. Algunos son de naturaleza tan antigua que pasan desapercibidos a los seres que han sobrevivido a las Eras. Las cascadas en cristalina caída, velan piedras, joyas, cuevas y criaturas diversas del mismo que los bosques esconden cosas olvidadas, tesoros naturales, miedos que respiran, andados caminos sepultados por hierbas y plantas. Entonces los seres humanos desde el principio aprendieron a usar la ilusión de los velos para guardar su reliquia mas preciada, su vida. Escondiéronse de las otras criaturas salvajes tras cortinas de fuego, de madera afilada, ya vuelta estaca, ya vuelta lanza. Nacieron de la mente humana los escudos, las máscaras y las armas también para resguardar las ideas. Mas las ideas tienen muchas formas, sentimientos, acciones, ideales, identidad, nombre. Se dieron nombres a las personas, a las tierras y se le llamo patria y nación allí a dónde crecieron los ancestros, en los lugares de los que obtuvieron sustento, preciada morada. Los velos se diversificaron, algunos tornáronse invisibles, usaronse en el arte y la arquitectura y las relaciones humanas y en las historias y la indumentaria y los sabores en diversos platillos y en la música y bajo los gestos de la piel y el lenguaje. Confundieron a las criaturas incautas, nublando sus sentidos. El mundo antes iluminado por los astros de día y de noche erase cubierto ahora por tenue velo de ilusión. Algunos seres humanos sin embargo mantuvieronse atentos a los movimientos de las estrellas y sus influencias sobre los hombres. Aprendieron a observar el velo descorrerse en diferentes matices, bajo la luz estelar, el naranja amanecer, el dorado medio día y el rojo crepuscular. Guardaron la luz bajo sus pieles y fueron capaces de ver aún durante la noche más oscura. Se hicieron sabios, descubrieron muchas cosas que antes ocultas permanecieron. Su secreto no lo escondieron sino a plena vista. La cortina ilusoria que cubre el mundo lo mantiene a salvo hasta que caen las gotas de lluvia y revelan las pequeñas ventanas para mirar a través de las cosas.

Esta noche descorríase la cortina de la distancia entre los Reinos e Imperios de los honorables invitados, nobles desendientes de generaciones pasadas. Y fue el de una de las mas lejanas tierras el que llego primero. El silencio en la estancia se esfumo en el calor del saludo del nuevo Monarca de Rumania. El frío de su pueblo, su resistencia, estaba marcado en la piel blanquecina, en los duros gestos, más en sus ojos permanecíase el calor de los breves veranos. A su entrada levántose con parsimonia Abélard soberano anfitrión. Lucieron los sencillos atavíos teñidos de blanco inmaculado que reflejaba la luz, los dorados hilos entretejidos en las mangas y cuello, el moño de azul oscuro y los pequeños zafiros, dispuestos de modo elegante y discreto.

Aun ninguna palabra había sido dicha cuando hizo entrada el Alto Señor de Rusia. Su nobleza, aunque encontrada en sangre lejana, era firme en su gesto. La sabiduría ganada en el trabajo curativo notábase en los ragos permanentemente marcados en su semblante.

-Tarde nunca es para las palabras y el diálogo, si son sinceras.-sonrío el Monarca marcando las líneas con este gesto las líneas que delataban su edad moral. -Sean bienvenidos hermanos. Francia les recibe esta noche como distinguidos invitados.- fue el saludo del Rey Abélard extendiendo los brazos a cada lado en seña de bienvenida. -Aunque sea vez primera en que mi hogar les acoge y que sois reconocidos por esta Nación como Altos Reyes, son recibidos con el respeto y gloria que merecen.- El rey vampiro dedicó una mirada alternativa a Daniil y Víctor reconociéndoles en el acto. -Tomad asiento- Los lugares dignos de príncipes, se identificaban con el escudo correspondiente a cada Nación. En breve fue anunciada la entrada del rey inglés con la puntualidad y confianza representativa de su pueblo, de un viejo amigo. -La familia es bienvenida sin comprobar los minutos que pasan fáciles y amenos en su compañía. El sentimiento es compartido hermano. Numerosas cosas han pasado desde esa noche lejana- refirióse a Dorian. Un corto silencio mientras Dorian ocupaba su lugar. Más Abélard permaneció de pie, atento en el silencio respetuoso, sus ojos recorrían los diversos semblantes presentes. Hasta oídos de todos los inmortales reunidos llegó el anuncio a la entrada del último invitado, Zarek Di Sforza. -Son sin duda hermosas y especiales cuando gobierna la paz y tranquilidad en estas reuniones. Son las estrellas quienes nos reunen esta noche para guiar a los hombres bajo nuestro cuidado- Le animó a tomar asiento con gesto amable, lo hizo el mismo enseguida. -Esta construido con mucho cuidado y esmero, mas es mi familia y mi persona quién resguarda a todas las criaturas de Francia de las paredes, hermano Zarek. Tal vez luego les invite a recorrer el hermoso bosque de columnas y valles que es Francia- Entrelazó los dedos haciendo una pausa antes de proseguir. -Se han disuelto uniones largamente sostenidas, las coronas distinguen orgullosas a otras nobles casas. Es importante rehacer las alianzas, reforzar las amistades en estos tiempos de paz, estar preparados para cualquiera que sea el clima que traigan los años y el temperamento humano, que es tan frágil como lo primero.- Les miró uno a uno en gesto reflexivo. -La Iglesia, guía de la Inquisición, toma poder sobre aquellos quienes están bajo nuestra custodia. Debemos debatir que tan lejos ha de llegar la jurisdicción y cuales de las leyes han de reformarse para recibir este nuevo siglo.- Se enderezó. Con una mirada dio orden de servir las cinco copas con la bebida roja. Desde las jarras de plata cayeron las pequeñas cascadas en los dorados cáliz, la doncella pálida con vestidos gris perla las repartió entre los asistentes. Eran sutiles los velos que adornaban el palacio entero y los atuendos de los príncipes todos. Más es sabiduría guardada por las Altas Casas el mirar entre las gemas, el mármol y las sedas, para encontrar el cetro que sustenta su Señorío. Así ahora se congregaban para traspasar el sutil velo entre las diversas lenguas y los numerosos hombres, porque también pueden ser engañados aquellos que cuentan los años en horas y los días en siglos.





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Mensaje por Béla Bucur Miér Ago 29, 2012 7:13 pm

No había pensado siquiera en que las reuniones de éste tipo serían así, sin duda prefiero el silencio y la oscuridad aunque a veces me encuentre asqueado de la solemnidad y el escaso color que en la noche encuentro. Verles así tan opulentos y sin tener absolutamente nada que decir pues sus viejas y nuevas historias son lo que menos me interesan ya que vine por cumplir... Si tan sólo estuviera aún vivo... Que pérdida de energía para estar con seres que a pesar de ser igual a mí en cuanto a condición soporto un poco menos que a los mortales.

Sereno como siempre, Viktor se quitó el sombrero de copa alta que por alguna extraña razón y encima desconocida, siempre lleva consigo siendo igual con el bastón oscuro de empuñadura en plata; objetos que nunca faltan en su vestimenta que es por demás sobria y elegante. Su mirada se concentró en cada uno de los asistentes con forme iban llegando a quienes escucho y logró percibir un poco de ellos siendo en primera instancia al Zar: Daniil quien le pareció un hombre un tanto ausente y con un malestar emocional cayendo casi en la nostalgia y el descontento por lo menos eso es lo que podía ver en la mirada de éste y escuchar en su voz. Sólo le observo por un par de minutos retirándole toda su atención dado que había arribado alguien más.

El vampiro permanecía de pie con el bastó frente a él y con ambas manos recargándose en la empuñadura de finos tallados que quizá en algún momento del tiempo fuera importante y que era el fiel recordatorio de todo aquello que llegó a vivir, claro en su vida mortal y que por azares del destino había dejado y que comenzaba a olvidar pero ese bastón no era sólo un simple recordatorio sino un símbolo que daba como resultado el descubrimiento del verdadero Viktor Dracul, no aquel ser que ahora se podía ver, un hombre de facciones toscas pero galantes, de mirada triste, vacía, malvada, profunda, fía y esa voz autoritaria llena de mando cada vez que pronuncia palabra alguna, acostumbrado a luchar por todo lo que a querido y sido derrotado una sola vez por esas emociones que ha erradicado a lo largo de los siglos. Eso era lo que pasaba por su mente justo a la entrada del tercer monarca en llegar a la morada de los Fontaine. Su nombre ahora desconocido pero por su excelente inglés no podría ser más que el Rey de Inglaterra. Su peculiar familiaridad hicieron que por un momento se sintiera a disgusto por lo que sólo respondió al saludo con una reverencia mínima y continúo escuchando... Sabía de él por que el anterior Rey rumano, quien era subordinado suyo le había pasado un reporte sobre lo acontecido hace ya un tiempo en lo que fue una reunión como la que ese día se celebraba pues Viktor llevaba siendo rey de Rumania poco más de un siglo pero era la primera vez que se presentaba ante sus iguales, para eso tenía a sus esclavos o sirvientes que hicieran lo que él detestaba y, ¿Quién podría negarse a ser Rey ante el mundo? Él sabía que nadie podía salvarse de esa palabra tan pequeña: Poder.

Lanzó una mirada inquisitiva hacia todos lados justo en el momento en el que el último Rey hizo su aparición: Zarek Di Sforza. No le pareció algo fuera de lo normal aún así él menospreciarlo no era lo más conveniente pues de cualquier forma su estadía en ese lugar y en ese momento no era más que política pura... ¡Cómo la odiaba! Pero tenía que estar ahí. ¿Qué estaría pensando en ese momento Ileana? Ella no estaba ahí para disculparlo si él hace algo poco correcto, no estaba para soportar a nadie y como extrañaba esos montes, sus adorables y fríos Cárpatos aún cuando sólo podía verlos por la noche e imaginárselos como en aquellos días de infancia, su época más pura pero de aquello no quedaba nada así que echarlo de menos en ese instante no solucionaría el hecho de pasar un tiempo largo con aquellos longevos seres.

Todos estaban ya en su respectivo lugar, tomando asiento ante la invitación del buen anfitrión Abélard. Tomó su silla y se sentó cruzándose de brazos
“¿A quién diablos le interesa la arquitectura de un lugar cuando se tienen mayores prioridades? Como el terminar pronto y marcharse” pensó el vampiro que fue interrumpido con la segunda intervención del Rey francés que tomó toda la relevancia en el lugar; le escuchó con atención y medito:

Es cierto, como no había puesto atención en la Iglesia... Rumania es un pueblo aparentemente joven comparada con las demás grandes naciones ahí presentes y además tienden a ser guiadas por el catolicismo...

Entonces interrumpió tras beber un sorbo de aquel liquido vital que era tan apreciado en alguna épocas que degustarla era un deleite. – Abélard... Si me permite llamarle por su nombre y señores aquí presentes. Pero si no me equivoco la mayoría de nuestros pueblos son católicos, la fe de cada individuo está basada en un ser superior cosa que no me molesta así que quitarlos de tajo no sería una solución y mucho menos pacifica. No digo que no me guste la guerra pues como buen militar siempre he estado listo para eso pero tengo una deuda y sacrificar vidas humanas por un mero capricho religioso pues... No participare en eso. – Sentencio mirándoles a todos con esos ojos esmeraldas que se dilataban y brillaban cuando de su honor se trata por lo que continúo – Pero no acataré las reglas de la Iglesia y si proteger a mi pueblo significa quitar una piedra en el camino entonces los responsables llámense, cardenales o simples sacerdotes, incluso al mismísimo papa... No dudaré. – Exclamo dirigiéndose expresamente al rey de Italia que por obviedad es su territorio está la cuna del catolicismo pues en Roma se haya la mayor catedral que da fe de eso.

Guardo silencio un momento y dejo que sus nervios dejaran de guiar sus expresiones, quizá no eran nervios pero algunas acciones con el país Italiano no le eran del todo respetables por lo que dio un sorbo más de la copa aurea, respiró profundamente e interrumpió de nuevo
– Me disculpo si he sido impertinente pero... – hizo una pausa y continúo – Me he adelantado antes de oír sus opiniones, reitero mi disculpa por mi exabrupto pero si lo que quieren es una alianza entonces les escuchare y si es conveniente para Rumania entonces daré mi respuesta sino entonces no tengo porque quedarme más tiempo del debido. Vine a una reunión política y no a una tertulia. – Reafirmó con esa autoridad y asperidad en su voz varonil.

Mientras más pronto se acaba esto será mejor, no tengo ánimos para éste tipo de reuniones... Me pregunto qué es lo que harás tu ahora...
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Mensaje por Invitado Vie Ago 31, 2012 12:01 am

Fue espectador atento, tal vez si ponía la atención suficiente aprendería algo. Notó al otro monarca que ya estaba presente, se limitó a asentir en forma de cordial pero pasajero saludo, las formalidades vendrían luego, tomó asiento en el lugar asignado para él y mantuvo la espalda tensa. Luego arribaron dos más y por el número de asientos dispuestos, supuso que estaban todos los que debían estar. Guardó silencio, podía ser interpretado como un acto respetuoso, y lo era, pero también acallaba el escándalo de sus inseguridades. Estuvo a punto de llorar como niño que ha perdido a su madre, llorar por la ausencia de Indro que era el verdadero artífice del insipiente nuevo gobierno ruso, el que tomaba las decisiones que él simplemente no tenía valor para ejecutarlas. Indro era su alter ego, su idealización de lo que cualquier vampiro debía ser, el único ser sobre la tierra en el que confiaba ciegamente. Pero no estaba ahí y tenía que hacerse a la idea. Se dio cuenta que al estar pensando en toda esa sarta de estupideces había dejado de prestar atención, que los reyes de Inglaterra e Italia había intercambiado palabras con su anfitrión, siempre sumido en su miseria y congoja, incapaz de ver más allá de sus narices; simplemente sonrió con cordialidad (ese gesto suyo de médico amable) a la mujer que ofrecía las copas, de inmediato el olor del contenido golpeó sus sentidos como una cortina de balas caídas del cielo: sangre. No podía negar lo que era por más que lo intentara, por más que se flagelara una noche sí y la otra también por sus decisiones pasadas. Dedicó una mirada en lo general, y luego a cada uno en lo particular, se sintió un chiquillo inexperto nadando en el foso con tiburones.

Pero la voz gallarda del regente francés capturó su atención, lo observó mientras hablaba y comprendió sus palabras, comprendió a dónde estaba dirigiendo el asunto, y comprendió que sus prioridades habían estado en otro aspecto. Por motivos en los que prefería no ahondar, sabía de cierto movimiento revolucionario gestado en esa misma ciudad, no diría nada, pero su preocupación al enterarse fue su propio pueblo y contrario a lo que se pudiera suponer, adoptó una posición anti-rebelión; tenía sus razones, o mejor dicho, Indro le había dejado muy claros los motivos para tomar partido por ese lado. Pero claro, ahí estaba ese otro problema, y aunque hubiese coronas posadas en la cabeza de todos ellos, eran inmortales, ergo, eran motivo de la persecución de la Inquisición. Se quedó pensando en eso cuando una segunda voz intervino, giró el rostro y vio al monarca de Rumania tomar la palabra como un trueno que parte el cielo en dos, casi venido de la nada.

Mientras lo escuchaba hablar, pensó en aclarar que Rusia era una nación ortodoxa, pero estaba de más la aclaración y lo dejó pasar, si bien su país no obedecía al Vaticano en cuando a religión se refería, igual existían los Inquisidores e igual, muchos de ellos, seguían los mandatos de la Santa Sede. Desbordó cierta exasperación al hablar, o esa fue la impresión que le dio a Daniil, a veces le perdía el hilo, pero supuso que sus motivaciones tenía para hablar de eso y de ese modo, el viejo doctor no era para juzgar a nadie. Hubo silencio después, fue breve, sabía que no debía quedarse callado, no por demostrar algo, sino para aportar a esa discusión.

-Alianza –habló finalmente retomando la idea que el rey Dracul había dejado sobre la mesa, asintió con entendimiento y dijo con esa voz conciliadora que podía domar un montón de caballos desbocados, tranquila y serena, siempre melancólica como si todo el tiempo versara sobre ese dolor que no lo dejaba ni a sol ni a sombra-. Lo primero que debemos entender es que no somos invencibles, o al menos eso es lo que yo creo… -pausó –sobre mí y sobre mi reino –aclaró, «mi reino» le sonaron a palabras foráneas proferidas por una boca forastera, pero no quiso detenerse en ese detalle –comprender la magnitud y naturaleza de las amenazas –el plural venía al caso, si bien la Inquisición era una, no se trataba de la única –actuar conforme a ellas, ser prudentes –quizá su tibieza fuese a la larga su verdugo, pero en ese momento no se detuvo a analizarlo. Aguardó, tomó aire y lo soltó en forma de suspiro –si me he adentrado en materia es porque Su Majestad Dracul –hizo una reverencia en dirección al aludido –ya ha abierto la puerta, no soy partidario de la guerra, pero si de defender a la Madre Rusia se trata, estoy dispuesto a empezar a alinear tropas, tampoco es que vaya a atacar a la menor provocación, como dije, la prudencia debe ser nuestra aliada y no una enemiga, también ver qué otras amenazas se ciernen por Europa –aquí estaba emulando lo que creía que Indro diría, claro que matizado por su propia voz mas desprovista de autoridad y de un color más sutil. Era su forma de averiguar qué demonios pasaba en la tierra de cada uno de ellos, estaba enterado porque siempre se mantenía al tanto, pero jamás se compararía con recibir esa información de primera mano.
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