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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Afrodita1 Vie Ago 17, 2012 10:58 am

Todo se estaba preparando, listo a las mil maravillas. Como a mis padres -Sobretodo mi querida Madre- le gustaba. Comida exquisita. Adornos por doquier. Vestidos carísimos. Joyas aún más caras. Y ya mejor ni hablemos de las luces... Lámparas, lámparas grandes como un demonio. "De Araña" se llamaban, y colgaban del techo, iluminando la gran estancia del salón -Muy grande- como si nada. Sobra decir que, además, estaba adornada por miles de cristales que la hacían resplandecer el doble. Mis ojos no podían quitarle la vista, miraba hacia arriba como una auténtica estúpida, de pie, en medio de aquella enorme habitación que se utilizaría como salón de baile. ¡Qué miedo! Pensé y de manera automática eché unos pasos hacia detrás. No quería estar en medio de su trayectoria, en caso de que decidiese hacer una "visita" al suelo. Ni quería pensar lo que ocurriría en ese caso, a parte de que a mi madre le daría un infarto. Por supuesto. De echo, cada vez que ocurría algo no dentro de lo establecido para aquella noche, me daba la sensación de que ya el cuerpo le producía unos mini ataques como predicción. Solo se me ocurre una palabra con la que definir su estado: Insoportable. Horrible. ¡Hasta conseguía ponerme a mi histérica en según que momentos! Algo que, por mi habitual tranquilidad, resultaba extraño. Pero ella lo conseguía y con creces. Ya fuera porque en esos pocos meses me había acostumbrado a no tenerla incordiándome o bien porque siempre me había puesto nerviosa sin yo saberlo.

Suspiré derrotada, alejándome de unos pasos que escuchaba se acercaban hacia mi posición. No quería hablar con nadie, ni estar con ninguno de esos presuntuosos que en lo único que podían pensar era en el dinero. Mi humor se había vuelto realmente pésimo en los días que llevaba encerrada en aquel caserón. No podía salir sin mi carabina -Yo la llamo escolta, porque me seguía allá a dónde fuera como mi propia sombra- o bien, sin mi madre colgada de mi brazo. Había retomado mi antigua vida: Comprar en tiendas caras, conversar -Chismorrear, más bien- sobre los cotilleos más nuevos de la "alta sociedad", cenas interminables en las que solo se hablaba de negocios y otras cosas para nada interesantes... ¿Cómo lo había olvidado tan fácilmente? Cómo podía echar tanto de menos mi libertad. Sentía que me ahogaba a cada minuto que pasaba bajo su dominio ¡Si ya tenía veinticinco años! Me parecía increíble que todavía no pudiese vivir mi propia vida. Nadie había notado lo mucho que me disgustaba aquello y yo no podía permitirme el decepcionarles, no después de todo lo que habían echo por mi. Con la mejor intención del mundo. ¡Estúpida! Sí, lo sé, pero mi conciencia no me permitía rebelarme y cargar con unos rostros llenos de triste decepción por mi. Ellos, que si en algo se caracterizaban -Además de por ser implacables- era por su alegría. Si supieran todo lo que yo escondía, los destrozaría Ipso Facto. Estaba completamente segura.

Mi habitación -Que ni siquiera era mía, sino la que me habían asignado en aquel lugar- se había convertido en el único refugio capaz de aislarme y de mejorar mi humor. Odiaba estar con aquel estado de pesimismo. Si algo me gustaba, frente a todo, era sonreír y demostrar mi alegría a los demás. Claro qué, demostrar algo de lo que carecía en ese momento, se había convertido en casi una tortura. Solo un día más. Solo un día más. Me repetía continuamente. Su viaje a París terminaba con la fiesta que estaba a punto de celebrarse y, después, sería libre de nuevo. Volvería a mi apartamento. Al Sanatorio. Recuperaría mi vida, por completo. Eso era lo único que me daba las fuerzas necesarias para levantarme cada día y enfrentar lo que se pusiera en frente. Y Sí, sé que mucha gente que se muere de hambre estaría encantada de ponerse en mi lugar. Podía verla a diario en los barrios bajos, yendo a trabajar. Sé que siempre debo sentirme afortunada. Aún así, me es inevitable ansiarlo, ansiar ser libre de nuevo para vivir mi propia vida.

Unos pequeños golpes en la puerta despertaron mi mente, sacándola de la ensoñación. - Cariño, los invitados llegarán de un momento a otro ¡Apresúrate a bajar! - La voz casi histérica de mi madre. ¿Qué otra mejor manera de espabilarme que esa? El corazón empezó a latir a mil por hora involuntariamente. Como odiaba eso, exaltarme cuando en realidad no valía la pena. ¡Solo era una maldita fiesta! ¿Con todo lo que habían preparado, de que maldito modo podría salir mal? La perfección no existía, por mucho que mi madre se empeñara en buscarla con cada cosa que hiciera. Y, desde luego, yo distaba mucho de serlo.

Me levanté de la cama y miré mi reflejo en el único espejo que tenía a mano en ese momento, uno grande de pie junto a la cómoda. Nunca había sido de las que disfrutara vistiéndose como una muñeca, sin embargo, eso sí era algo a lo que me había acostumbrado desde muy muy pequeña. Los complicados recogidos que tiraban de tu cabello, los largos y -Sobretodo en la estación veraniega- acalorados vestidos, además de complejos de colocar, la pedrería que tenía que llevar por obligación a conjunto... Y, recientemente como nueva moda en Londres, se habían añadido los ajustados corsés. ¡Una manera de torturarnos sin disimulo! Fue lo primero que pensé al ponerme uno. En ese momento, llevaba uno apretadísimo que no solo me hacía lucir un exageradamente vistoso escote, sino también la cinturita de avispa que requería el vestido en cuestión. Me preguntaba si dejando de respirar, aliviaría el sufrimiento. O si en algún momento adquiriría un tono morado al sentarme para la cena. Tapé mi rostro con ambas manos ¡Ni quería pensarlo!. Con lo que me gustaba la comida, ese corsé me quitaba todo el apetito que pudiera tener. De paso, haciéndome un favor, ya que si algo me decía mi madre es que una dama no debe comer a penas. El mejor modo de "quedar bien" frente a los hombres. Como siempre, ella solo pensaba en eso, en cómo verse mejor. Por otra parte, esa noche la misma estilista que había elegido para mi ese vestido también se había decantado por darle a mi media melena un sencillo recogido, en un moño. Un moño simple que, adornado con unas pocas pedrerías que conjuntaban con el collar y los pendientes, ya le daba el toque perfecto. Según ella. Fruncí el ceño, observándolo desde todos los perfiles posibles. Se veía demasiado tirante e hice de las mías, sacando un par de mechones que correspondían a la frente. Sonreí. Mucho mejor.

¿Estaba lista? Ni yo misma podría asegurar eso en una ocasión como aquella. Hubiera sentido "cosquillas" en la boca del estómago, por los nervios, si aquel corsé no desviara tanto mi atención. En cualquier caso, cuando salí de mi cueva -Así la había bautizado esa semana- bajé con lentitud por las escaleras que daban a la planta baja. Los invitados empezaban a entrar y mi mano se aferró con fuerza a la barandilla, qué larga noche me esperaba.


Vestido



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Mensaje por Nadége Morózova Lun Ago 27, 2012 11:46 pm


Había un par de cosas que no podía sacarme de la mente, en primera el funesto afiche de mi padre por arrastrarme hasta una de las cenas importantes, en la casa de un extraño que sólo ondeará su estandarte para presumir a sus invitados lo aclamado que es su nombre. Patético, sencillamente humillante y desaprobatorio, el problema no era ese si no que las miserables personas que asistan a tan presuntuoso festejo, sólo agrandarían el ego de un idiota. Pero lo que más me mantenía ensimismada en mis propios pensamientos era el nombre de esa extraña mujer. Estaba ebria, pero no fui estúpida. Aún era capaz de visualizar su delicada figura en medio de una habitación llena de sombras. El eco de su voz reverberaba en mi cabeza a manera de aullido fantasmagórico, una revelación que me atemorizaba en las solitarias noches dentro de esas cuatro paredes que mi padre confunde con presidios. Me era desesperante saberla existente y no poder tener siquiera una referencia que me devolviese a la realidad aquel efímero pero anhelado sueño junto a ella. ¡Maldita! ¡Maldita mil veces sea mi suerte!

Si acepté salir con Donovan esa noche no fue porque me hubiese sentido atrapada entre sus múltiples amenazas machistas. No, yo deseaba salir de aquel insoportable agujero en el que me sumí pocos días después de haberla encontrado. Busqué su mirada en los ojos de otras mujeres. Intenté sentir lo suave de su piel arrojándome al vació para que el viento acariciase mis rojizos cabellos, pero nada, ni siquiera la idealización de mi musa, podía compararse con el espejismo que me quedaba de esa mujer. La pícara carcajada de sus labios, la escuchaba ¡Por dios que la escuchaba bajo mi cama! Y, en los sueños me perseguía hasta perder la razón. Sí, fui víctima de un embrujo. Tal vez su nombre no era en vano y en verdad representaba el misticismo en esta vida, aunque era más probable que yo estuviese perdiendo la cabeza, no dejaba de aferrarme al fatalista sueño que era real, tan real como las matemáticas en los pluzzes. Pero la sensación de la duda me absorbía cada segundo que pasaba y no la veía.

Después de esa noche, regresé a la misma taberna en más de una ocasión. Tenía la esperanza de poder encontrar su juguetona figura entre las mesas. Mi misión era divisar su cuerpo a lejos, el objetivo, ese era enamorarla. Ofrecería no mi vida, tampoco el alma. A estas alturas de la existencia, los hombres creen que con bellas palabras se puede arrebatar el corazón de una mujer y enjaularlo en un pequeño cofre como si se tratase de un trofeo para exhibir con sus conocidos ¿Cómo lo hacían? Susurrando delicadas palabras de prosas en sus oídos y ofertando todo aquello que no pueden cumplir. Pero a una mujer no le interesa tener una estrella como joya en el anillo de compromiso. Le es indiferente si él se atreve a llegar al fin del mundo sólo porque dice amarla… Nadie mejor que yo comprendería las ambiciones que ellas guardan con recelo esperando que algún día un noble caballero puede descifrar su silencio. Y, eso era justamente lo que yo tenía para ella.

Los gritos comenzaron a apresurar mi paso. Toques en la puerta que detonaban la desesperación de mi padre al no apresurarme a salir, pero la verdad es que me estaba arrepintiendo de haber sucumbido a la idea de alejarme de esas tontas sábanas en donde noche a noche la sueño. Al final salí. –Escúchame. Esta noche fingiremos que somos una familia adorable. Deja atrás tu estulto completo de macho, que yo dejaré lo que me hace diferente a ti. La utilización correcta del dialecto y la perspicacia de una mente indomable. ¿Quieres que me comporte acorde a mi edad? Bien, lo haré. Sólo no desesperes al escuchar mis berrinches en aquel remedo de celebración.- Se sorprendió al escuchar mi declaración. Por supuesto, estaba sobrio. Era la única forma en la que me prestaría atención, además debía guardar apariencias si deseaba que alguien de ese mundo lo volviese a invitar a sus diplomáticas reuniones. Y, con ese pacto entre los dos, emprendimos el viaje hasta la casona donde se celebraría, un no sé qué, de no tengo idea quién.


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Mensaje por Afrodita1 Vie Sep 07, 2012 10:36 am

Aunque mi corazón se estaba normalizando cada vez más, el resto del cuerpo continuaba tenso. Nunca me sentiría a gusto en ese tipo de fiestas, lo tenía bien claro. Llevaba participando en ellas desde que era solo una cría, con a penas diez años, y allí me tenéis. Nerviosa. Parada frente algún lugar de la sala, intentando pasar desapercibida como siempre y procurando que mis ojos no se cruzaran con los de nadie. No quería animar a que se me acercaran. Charlar en un ambiente normal era algo que me encantaba, disfrutaba de una buena conversación. No allí. Allí solo deseaba obtener el permiso de mi madre para marcharme a mi pequeña cueva, donde podría seguir con mi secreta vida días después de que todo terminara. Y de que mis padres volvieran a su "hábitat" habitual. Mis ojos, decididos a no toparse con los de nadie, se habían percatado en la comida servida en bandejas de plata que reposaba sobre una alargada mesa cerca de dónde me encontraba. La comida nunca era el centro de atención. "Una dama no prueba a penas bocado, se queda saciada con lo mínimo" Recordaba las palabras de mi madre, intentando enseñarme en vano. Porque me encantaba comer y me importaba tres cuartos lo que los demás opinaran sobre eso. Nunca iba a ser una mujer esquelética, con curvas de infarto y lo que podía considerarse estéticamente bella. Siempre sería del montón. Bajita. Con kilos de más. El pelo oscuro y los ojos aburridamente del mismo color. ¿Para qué esforzarme entonces? Si eso no había cambiado en veinticinco años, no lo haría en los que me quedasen por delante. Y ya me había propuesto no volver a sufrir a costa de las estúpidas normas de cortesía.

Fue por eso que mis pies me llevaron hasta aquella mesa y mis manos agarraron decididamente uno de los bollos. Una ensaimada. ¡Oh, gloria bendita! Por un momento, sentí paz dentro mío. Cerré los ojos e imaginé que estaba en la cafetería donde solía tomarme algo a media tarde. Hacían unos dulces exquisitos para un paladar como el mío que sabía saborearlos. "¡Vaya! Si que es raro encontrar una mujer que sepa apreciar este arte" Las palabras del artesano me resultaron de lo más divertidas además de halagadoras. Dado que era una pastelería con bastante renombre y, para que negarlo, que no todo el mundo podía permitirse en seguida entendí que las mujeres por allí no acostumbrarían a tomar nada que pudiera estropear su bonito vientre plano. Una de las ventajas de no ser esbelta, era no tener nada que mantener.. Y poder disfrutar plenamente de la vida, sin restricciones. Aunque no podía mentirme a mi misma, recién empezaba a descubrir ese lado, había vivido con restricciones toda mi vida.

- ¡Alexandra! - La voz gritona de mi madre logró sacarme con gran facilidad de mi fabulosa ensoñación. ¿Por qué? Pregunté mentalmente a la nada. Por qué yo. No molesto a nadie. No hablo con nadie. No hago ruido. ¡Casi ni respiro! Entonces, por qué tienen que interrumpirme cuando por fin empiezo a pasarlo bien. - Mamá - Una cariñosa sonrisa se mostró en mis labios, por supuesto, no le iba a poner cara de perro dejándole entrever que me fastidiaba su presencia. Era mi madre, no debía olvidar eso. En cuanto observé en sus ojos una mirada de ligera recriminación hacia mi, bajé los míos propios. ¡Oh! Me había olvidado del dulce que todavía yacía entre mis manos, mordido, claramente por mi. - Lo siento, no he comido nada en todo el día - Intenté excusarme pero sin soltarlo, le di otro mordisco. Si algo más me había enseñado ella era que dejar la comida a medias resultaba una completa falta de educación. ¿Por qué no iba a tomarlo también para un postre?. - No debes olvidar.. - Antes de que pudiera continuar alcé una mano, interrumpiéndola. - Lo sé, Mamá, pero no me pasará nada por tomar uno. ¿O prefieres que me desmaye y arruine tu fiesta? No creo - Empezaba a dejar salir parte de ese mal humor, mal asunto. Me volteé para no enfrentarme a lo que debía ser un rostro de sorpresa y terminé de comer en cuestión de segundos. Tampoco era un bollo tan grande, al contrario que la exageración de mi madre. - Disculpa Mamá, es que tengo algo de jaqueca, ya sabes que no me sienta muy bien - Me acerqué a abrazarla en lo que quiso ser un gesto de afecto, intentando hacerle olvidar mis palabras. Noté como el cuerpo de ella se destensaba y volvía a la normalidad fácilmente. Bien, misión cumplida.

- Está bien, hija. En ese caso no te robaré mucho tiempo y podrás ir a descansar. Pero antes quiero presentarte a algunas amistades de la zona - Después de "Podrás ir a descansar" no escuché nada más, tengo que seros franca. ¡No esperaba conseguirlo tan fácilmente! Oh, sí, fue todo un alivio saber que no tendría que medio suplicar para retirarme. Debía anotarme aquella estrategia, tal vez funcionara para la próxima. Mis pies siguieron a la anfitriona de la fiesta sin pensar hacia dónde iba o lo que iba a hacer, como os he dicho, no la escuché prácticamente. Mi cara estaba ligeramente gacha, con mis ojos mirando únicamente al suelo. Y mi mente volaba ya hacia el momento en que subiría por las escaleras, entraría en mi habitación, me quitaría toda la parafernalia que llevaba puesta y dormiría largo y tendido. No importaba el ruido de la gente. Ni la música. Estando sola y sobre mi cama sería feliz. - ¡Donovan! Aquí la traigo. Te presento a mi hija, Alexandra. Alexandra, saluda - Escuchaba a mi madre bastante eufórica. No me sonaba el nombre de aquel señor, pero sin duda sería alguien importante.

Alcé la vista entonces, buscando los ojos de a quién estaba dispuesta a presentarme por primera vez en la noche.

Y la vi.



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Mensaje por Nadége Morózova Mar Sep 11, 2012 11:53 pm


Comenzaba a desesperarme. ¿Había más ridículo que fingir el agrado de las personas? El rostro mostraba esa faceta de tedio absoluto. La gente me molestaba en demasía y no es que fuesen sus modales o su sola presencia, lo que provocaba en mí ese terrible enfado era tener que soportar sus comentarios vulgares y carentes de sentido común entre los que destacaban la disputa por el papel tapiz de la casa y el nefasto vino que sirvieron en la cena de presentación de algún otro adinerado. Me parecía una completa, total y reverenda pérdida de tiempo el estar ahí y absorber la estupidez que con tanto aplomo se empeñaban en proliferar las masas. Exhalé un poco de aire, le pedí el permiso apropiado a Donovan para retirarme de su compañía. Deseaba – de ser posible – salir al jardín para respirar. Me sentía un poco mareada debido a los dos tragos que le di a ese licor barato que sirvieron en la estancia. ¡Maldición!, ¿No se supone que son tan ricos como nosotros? Maldije entre dientes, la verdad es que no era el vino lo que me tenía en ese estado, ni siquiera estaba segura de cuál sería la razón o quizá sí, pero prefería ignorarla.

Deambulé por el lugar los siguientes segundos, desafiando a las damas presentes y esquivando a los varones. He escuchado tantas veces sobre mi atractivo que comenzaría a creérmelo si no fuese porque lo dicen ellos y no ellas. Rugí por debajo al sentir la mano de un ‘caballero’ postrarse en mi cintura. Me giré para verlo a los ojos, me sonrió con coquetería y al ver la expresión amarga de mi rostro prefirió seguir de largo su camino. Toda esa maldita parafernalia me haría explotar algún día, pero no hoy. ¡Se lo prometí a Donovan! Aunque él sea un desgraciado, no implica que yo sea igual. Sonreí con las ganas de un enfermo, saludé con la misma parsimonia y me esforcé por no borrar ese semblante de mi rostro. Ni siquiera podía escaparme hasta la biblioteca porque una mujer debe estar ante la vista de todos los hombres. Nos vigilan como si fuésemos ladrones, recriminando, reprimiendo nuestro deseo por aprender como si el derecho fuese exclusivo para ellos, la verdad es que sólo se aseguraban de mantenernos bajo perfil pues una mujer pensante es un arma demasiado poderosa, una que ni ellos podrían parar. Altaneramente y sin ningún remordimiento, yo era de ellas.

La mano de mi padre se posó sobre mi hombro. Alguien se aproximaba hasta nosotros con la voz llena de entusiasmo. Era la típica nota de presunción que todos poseían de vez en cuando, ¿Para qué negarlo? Incluso yo era sometida a esos repliques de humanidad. Nadie se escapaba del pecado. Bajé la mirada evitando a toda costa el contacto visual, seguramente Donovan habría pactado algo con esa señora sobre mí y… Repudié la idea al instante, se suponía ya me había encontrado un buen partido con el cual sería los suficientemente infeliz como para sostener la mansión, los lujos y los placeres a los que Donovan estaba acostumbrado. Rugí al escuchar el apellido. ¡Maldición! ¿No pudieron haberse encontrado algo menos pomposo que todo el bendito teatro? Resoplé los labios incorporándome inmediatamente. Pese a mis habilidades para destruir las reuniones de los aristócratas, esa noche me comportaría como la dama que se supone soy. Levanté la mirada hasta nuestra anfitriona con una sonrisa gentil, más no sincera. Extendí la mano para saludar.

Al verla me pareció familiar, sus rasgos eran bastante finos, delicados… La curva en sus labios, un manjar y el destello de sus ojos todo un delirio. Lo dicho, las mujeres mayores son mi debilidad. Me quedé embobada en la exótica belleza de nuestra anfitriona ignorando la presentación de su hija ¿A mí qué me interesa una jovencita llena de preocupaciones sobre, cuándo es que va a contraer matrimonio con su príncipe azul? ¡Bagh! Traté de decir algo inteligente, pero entonces se me ocurrió que quizá esa imponente dama sería una de las tantas suprimidas por la autoridad de su marido. Agaché la cabeza decepcionada por la clase de pensamientos que me invadían. En ese instante observé la forma del vestido de quien se escondía tras la señora. La curiosidad hizo que mi vista se enfocara en ella, la recorrí de los pies a la cabeza con una lentitud avasalladora. Al llegar a su cintura, hubo una punzada en mi pecho e inmediatamente salté hasta encontrarme con su mirada.

El corazón aceleró su paso, mis tobillos se acalambraron y pude sentir como las rodillas se doblaban con la flexibilidad del bambú. Tragué saliva. La sangre se me bajó por completo y, seguramente aquellas mejillas coloradas de antes ahora eran sólo un valle amarillento, semidesértico e inhumano. De repente, una nube negra cubrió toda la sala y nos quedamos solas ella y yo. ¡Maldita! ¿Qué me había hecho? Le escribí más de dos líricas en su honor, alimentando el sopor de no saber quien era ella Mi diosa, Mi Afrodita. Ahora conocía su nombre, sabía su apellido y tenía una dirección a la cual acudir pero me parecía más lejana e inalcanzable que nunca. Llevé la mano hasta mi boca. Quería gritar por el impacto que me causó el verle ahí, en una reunión simplona… Su madre y mi padre ¿Qué estúpida relación mantenían? Sacudí la cabeza. No podía perder la cordura en un momento así. Improvise. Me dejé caer al costado de Donovan excusándome por el día tan acalorado. Pedí un vaso con agua para refrescarme y después me disculpé con la anfitriona. –Samantha D’Ancona. Para servirle madame- Sonreí, no supe discernir el sentimiento que me invadió, nostalgia, melancolía, ira, deseo, felicidad, tristeza… Todo era un reverendo caos dentro de mí, pero no me había sentido tan completa como hasta el momento en que la supe real y no sólo un sueño perecedero.


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Mensaje por Afrodita1 Jue Oct 04, 2012 6:55 am

¡Ay mi madre!

¿Estaba soñando? ¿Aquella fiesta en verdad no existía y todo estaba en mi mente? ¡Tenía que serlo! Esa persona, frente a mi, No podía ser real. No podía. ¿Simple, verdad? ¡No podía! Pero, válgame el cielo, que sí lo era. Todo eso era real. Esta vez, no cabía duda alguna. No como en aquel mugriento almacén. Cuando nosotras nos... ¡No! Ni siquiera mi mente se permitía recordar en ello. ¡Oh, Dios! Casi me echo a llorar allí mismo de la increíble frustración. Imposible. No debía olvidar mi posición como hija correcta de mi madre. El bollo había sido más que suficiente para ponerla en 'evidencia', por muy ridículo que sonara. Yo siempre tenía que estar perfecta para todos. Con un pelo perfecto. Un vestido perfecto. Un cuerpo perfecto. Y una sonrisa perfecta que, tras unos segundos de trance, pegué directamente en mi rostro. Una sonrisa más que forzada ¡Por supuesto! Pero era lo más que podía hacer antes de huir. Huir lejos, muy lejos de allí, dónde nadie me viera. - Encantada - No más. Mis labios no pronunciarían más palabras con fingida seguridad. Lo siento mamá, esto es lo máximo que puedo darte. Ella no me entendería. Nadie lo haría. Ni siquiera... No, ella solo había sido un sueño. Un sueño real. Extremadamente real. Pero solo eso. ¡No iba a permitir que se convirtiera en realidad!.

Mordí mi labio inferior desde dentro, conteniendo todo lo que estaba por salir. Mis ojos picaban, queriendo dejar escapar las lágrimas. Feroces lágrimas suplicando por ser liberadas. No aguantaría unos minutos más. Gracias a Dios (O a quién fuera), la sorpresa del momento sirvió también para dejar un rastro de decoloración en mi que mi madre no pasó por alto. "¿Te encuentras bien, cariño?" Se tomó la molestia de desviar su atención de los invitados, preocupándose por mi. ¡Oh, mamá, te quiero!. Por una vez, me estaba salvando. Si solo ella supiera. - Lo - Carraspeé - Lo siento madre, no me siento bien - Mis ojos no habían vuelto a mirarla. No me atrevía. No ¡No! Ella no iba a convertirse en alguien real, eso era algo que ya había decidido hacía días. ¡Me había costado mucho trabajo! Merecería la pena. Sí, merecería la pena. - Me retiraré.. un rato - Obvié, por respeto a quienes estuvieran escuchando, el que no pensaba bajar en lo que quedaba de noche ¡Si es que alguna vez volvía a salir de mi cueva por el resto de mi vida! Esto último, ya lo discutiría conmigo misma más tarde. - Prometo bajar de nuevo si se me pasa - Besé la mejilla más cercana antes de dirigirme a los invitados más cercanos. Los que habían provocado que mi malestar antes ficticio se tornara cruelmente real. - Espero sepan disculparme - Con una inclinación de cabeza pulcra y perfecta que se llevaba lo poco de mi autocontrol me despedí. Cerré los ojos y no los abrí hasta estar de camino a la escalinata. Oh, era mi salvación. Ella me llevaría de vuelta a mi cueva. Mi cueva ¿Por qué había salido? ¡¿Por qué?!.

Fue realmente curioso que mi cuerpo se mantuviera 'templado' hasta poner el pie en el último escalón, hasta estar en la planta de arriba dónde ya nadie podía verme. Miré hacia los lados. Hacia arriba. Hacia abajo. No, nadie me vería. Miré hacia en frente de nuevo, concretamente, a la puerta oscura que escondía mi cueva. Mi refugio. Mi santuario. Y corrí. La distancia no era muy grande, pero si mi necesidad y desesperación por algo a lo que aferrarme. Toda yo temblaba, de pies a cabeza sin dejarme nada excluido. Mis manos a penas sostuvieron el pomo cuando empujé la puerta para que se abriera. Si la cerré de vuelta, ni siquiera lo recuerdo. Solo sé que caminé hasta la cama, me arrodillé frente a ella y estallé en llanto con mi rostro enterrado firmemente en esas sábanas de seda tan cuidadosamente planchadas. Lo saqué todo ¡Todo! Mis manos se aferraban casi desgarrando la tela a mi alrededor, liberando esa frustración por descubrir el mundo real. Un mundo que no se ceñía a esas cuatro paredes. No. Esa noche todo había vuelto. Los días en Inglaterra. Las lecciones de mi madre. Mi perfecta noche con Sam. ¡Samantha! Oh, ella había sido el desencadenante de todo. Me había echo ver la realidad como nunca antes. ¡Que tonta había sido al pensar que podría librarme! Nunca. Jamás. Esa noche en la que fui tan feliz, me perseguiría por siempre. Me recordaría lo que estaba prohibido. Lo que nunca volvería a disfrutar. ¡No podía! Nadie iba a entenderlo. No entendería lo que era querer a alguien que tenía tu mismo cuerpo.

Y todavía podía ver en mi mente su rostro sorprendido. ¡Debía odiarme! Oh, Sí. Ese pensamiento fue, sin duda alguna, el peor de los castigos.



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Mensaje por Nadége Morózova Jue Oct 25, 2012 12:26 am


¿Qué había hecho mal? La situación no fue lo que esperaba. Me sentí rotundamente mal al observar como la mujer de mis sueños desaparecía escaleras arriba. ¿Fue mi culpa? No sabía que creer o cómo sentirme al respecto, sólo sentí como una nube gris se sentó encima de mi cabeza sin dejarme pensar correctamente. Todo me daba vueltas y parecía que el oxigeno del mundo se había terminado porque no podía respirar en lo absoluto. Las ganas de llorar invadieron mi cuerpo y se exteriorizaron esa acuosa capa en mis ojos, pero sería inapropiado que las lágrimas se derramaran sobre mi rostro sin razón aparente. ¿Qué debía hacer entonces? Durante un segundo, me quedé en silencio esperando a que los padres actuaran pero la señora sólo se disculpó por su hija y Donovan, él atacó de inmediato la barra en donde se encontraban sirviendo un vino exquisito.

Sopesé la idea de ir a buscarla pero eso sólo aumentaría su disconformidad con el asunto. Me sentía verdaderamente jodida. ¿Acaso se había arrepentido de la experiencia en esa cava de la taberna? Si eso resultaba ser cierto, sería yo quien moriría y no ella. Me distraje caminando hacia uno de los ventanales. La vista era maravillosa, se podía apreciar el enorme jardín de la mansión y las diversas flores que lo ataviaban, si Afrodita fuese una de ellas, entonces resultaría ser la más hermosa de todas. ¿Pero en qué diablos estaba pensando? Necesitaba sacarla de mi cabeza por respeto a su hogar, a su familia ahí presente. Carraspeé y sonreí para mí misma, pero esa misma sonrisa llamó la atención de la señora quien se aproximó hasta mí para pedirme un favor. Lo que me dijo me resulto terriblemente incómodo y devastador.

Ella había notado en Alexandra –¡Así se llamaba!- un cambio repentino de actitud, según me dijo, se esforzaba por mantenerlo oculto con la esperanza de engañar a su madre pero -¿Cómo puede si quiera creer que me engañará a mí, la mujer que la cargó dentro de su vientre durante mucho tiempo, quien la cuidó, quien la ama y quien mejor la conoce?- Sólo pude quedarme en silencio escuchando las confesiones de una mujer desesperada. Me cuestionó sobre las razones que tiene una jovencita de nuestra edad, pero no fue necesaria la respuesta, dado que ella misma llegó a la conclusión más lógica. Amor. -¿Será que mi niña está enamorada? Es pero no sea de alguien a quien no debe amar, porque eso no sólo le destrozaría el corazón, le quitaría las ganas se seguir en pie. Me preocupa, porque sé que de ser así, ella jamás me lo diría. Oh, es tan noble y hermosa que me llena de pena saberla sumergida en un mundo en donde sus sueños no podrían realizarse- La sensación continua a eso, me laceró el alma.

Ahí estaba ella, Natasha Wellington, desahogándose con la culpable del cambio en su hija. No tenía ni idea de qué tan cierta era esa afirmación pero yo me sentía como el verdugo de alguien, como ese hombre que sólo obedece órdenes y al que todos odian por el trabajo que hace. En silencio maldije mi nombre y en silencio me odie a mi misma por todo el daño ocasionado ¿Fue mi egoísmo quien destruyó la relación Madre-hija, que MI Afrodita tenía con Natasha? ¡Pero que estúpida! Ni si quiera observando la tempestad, pude dejar de lado la posesividad. -¡Tú! ¡Tú podrías averiguar que le pasa a mi hija! No necesito que me lo digas, sólo quiero saber que estará bien. ¿Podrías hacer eso por una madre desesperada?- Eso fue la gota que derramó el vaso. No podía ser peor…


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Mensaje por Afrodita1 Vie Nov 23, 2012 10:31 pm

¿Cuánto tiempo pasó? Ciertamente, no tengo idea. Pero lo que sí sé, es que durante él, no me importó nada más que ese desasosiego por lo que acababa de pasar. Creo que jamás estuve tan alterada en mis veinticinco años de vida. Y eso es mucho tiempo. De repente, me asusté. Al tranquilizarme, con lentitud, darme cuenta de la magnitud de esos extraños sentimientos fue algo aterrador. ¿Qué tenía ella? Era la pregunta, sin duda alguna, clave. O tal vez no era ella. Era yo. Puede que su belleza (Porque bella lo era un rato, eso es indiscutible) se haya colado tan dentro de mi como para llegar a obsesionarme después de una única noche. ¡Solo una! Que miedo me daba darme cuenta de que una era más que suficiente para llevarme a llorar como si se hubiese muerto toda mi familia. Cuando la realidad, era mucho menos triste. ¿Qué realidad?. Mis manos se llevaron consigo el maquillaje que se extendía por todo mi rostro, llevado por el agua que mis lágrimas habían provocado. Seguramente, me veía horrible en ese momento. Caí entonces en la cuenta y miré hacia la puerta de mi cuarto, descuidadamente entreabierta. Y gruñí ligeramente de frustración. Corrí, por supuesto, a cerrarla. No sin asomar antes la cabeza para comprobar que nadie, absolutamente nadie, me había visto en aquel momento de.. ¿Estupidez? Sí, tal vez. Desde luego, yo no tenía reales motivos para derrumbarme como lo había echo.

Después de estar completamente segura en mi refugio, cometí el error de desviar la mirada hacia el espejo de pie que tenía a un lado. Junto a la puerta. Allí estaba, reflejando la penosa "yo" de ese momento. Tanto así, que hasta solté una carcajada. Ya no me quedaban lágrimas después de todo, lo había soltado todo. Y puede que Samantha hubiese sido el desencadenante pero debía admitir que no era solo por ella, me había dejado llevar por los últimos días. Encerrada allí. Sin ver a las personas de siempre. Sin libertad. Una libertad que apreciaba más de lo que pensaba.

El cansancio empezó a inundarme. Después de la tormenta, venía la calma, y en este caso la calma trajo consigo un dolor. Esta vez físico. Creo que hasta empecé a sentir músculos del vientre que no sabía que podían dolerme. Tanto así me había descargado. Tanto así. No había dejado de mirarme, pero esta vez salí de ese pequeño trance para observarme de verdad. Ni borracha se me ocurría bajar de nuevo a la fiesta. Podía oírla. Escuchaba el murmullo de la gente, las risas, las charlas y cómo se lo pasaban bien. O lo aparentaban como yo había estado haciendo. Eso no importaba mucho. Volví a mirarme. El vestido me gustaba y aunque solía no soportar llevarlos por mucho tiempo, sentí su ausencia cuando empecé a retirarlo de mi cuerpo. La mejor manera de asegurarme mi estadía en aquellas cuatro paredes era volver a ser la Alexandra cautiva, que no salía ni si quiera para comer. No. Ella bajaba a escondidas, agarraba la primera bandeja de comida que veía, y volvía a subir como si en realidad estuviera presa dentro de aquella gran mansión.

El camisón era fino y, aunque largo hasta las rodillas, su tela fina dejaba pasar el aire perfectamente. Los tirantes a penas se notaban. En cierto modo, era como liberarse de ese lastre de mi misma que había estado haciendo el ridículo por alguien que probablemente pensaría muy poco en ella. Si es que si quiera se acordaba. Abrí las puertas del balcón y me permití salir para contemplar la noche. No era el único balcón de la planta pero me aseguré, por supuesto, de estar sola. Cosa que no dudaba. Lo bueno estaba abajo, aquel era el piso de las alcobas y por tanto nada tenía que ver con un invitado. Y, de tenerlo, prefería no saber para qué querían utilizar cualquiera de aquellas habitaciones. Estaba mucho mejor en mi mundo de ignorancia. Como siempre. Autocompadeciéndome, me reñí una vez más por hacer siempre cosas incorrectas en lo que se refería a mi vida personal. Cerré los ojos apoyándome en la piedra fría del balcón y suspiré. Curiosamente, sonreí. Porque sí, debía admitir que aquella noche había sido una profunda cagada en mi historial de cagadas. La más. Pero, de lo que no me arrepentiría nunca, era de esa sensación de placer cada vez que pensaba en ello. En ella.



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Mensaje por Nadége Morózova Lun Ene 21, 2013 1:14 am


Me sentía terriblemente fatal; la alocada idea de subir las escaleras persiguiendo el rastro de su perfume, me consumía en cada segundo que pasaba ya sin verla. Los sueños deben quedarse en ese mundo surrealista, atrapados entre lo que se desea y la realidad asquerosa que nos rodea. Sin embargo, cada beso en el que me fundí en sus labios, gritaba el nombre de la chica como si fuese el bálsamo perfecto para curar el mal de la tierra, como si fuese el paraíso perdido justo antes de morir. El estómago me hizo sufrir con amenazas de devolverse, me mareé e incluso pude percibir como la habitación se llenaba de un calor asfixiante. Destrozada. ¿Acaso huyó de mí por el pecado que le hice cometer? Torpe, testaruda y ahora pervertida. Sacudí la cabeza alejándome con el debido respeto de la señora. Donovan admiró mis pasos alegando que era la presión por saber que en poco tiempo contraería nupcias con aquel desconocido. ¡Demonios! ¡Otra cuenta que pagar! Olvidé el contrato que firmaron ambas familias y por supuesto también se borró de mi memoria el hecho debo tributo a un protocolo estúpido sólo para no quedarnos en la ruina. Ladeé la cabeza para salir corriendo de allí. Necesitaba un trago, tal ves dos, tres, cuatro ¿Importa?

Tomé la primera copa de vino que vi en las manos de un mesero. Arrojé el líquido a mi boca y este raspó mi garganta dejándome ese sopor inconfundible del alcohol. A estas alturas, no pude discernir si reír, llorar, escupir los males y correr hasta nuestra propiedad o quedarme ahí averiguando las razones por las cuales ella se refugió en sus aposentos. ¿Fue mi culpa? Mordí mi labio inferior hasta que se rasgó por la presión ejercida entre mis dientes, poco me importaron las manchas de sangre sobre el vestido o el dolor que sufrí por el acto. Lo único en lo que mi enfoque se basaba, era en sacar conclusiones absurdas, incertidumbre barata y castigos erróneos por culpa de una mala conciencia. ¿Qué más podía hacer? Atrapada entre la espada y la pared quise dar un paso y morir en la estocada, pero olvidé que quien sostenía el arma era ella. Tal vez hubiese intentado retroceder sin ocuparme de quién se encontraba detrás, pero me quedé absorta en ese momento. Permití que los recuerdos reverberaran. Sus labios, sus manos, sus pechos, su sexo. ¡Maldición! La noche fue perfecta y jamás había extrañado a una mujer con esa magnitud que no fuese mi amada Alice ¿Por qué? ¿Por qué tenía que presentarse a mí como una tentadora diosa y hacerme probar del fruto prohibido para después huir alejándome de la droga en la que se convirtió para mí? Intentar olvidarla en los brazos de una cortesana, me sonó absurdo a no decir por una reverenda tontería y pérdida de tiempo. Ellas son hermosas y no lo niego, pero la pureza de Afrodita, su timidez, su dulzura… esos fueron los elementos clave para que yo quedase como una imbécil enamorada. Y ahora, ¿Dónde se encontraba ella y dónde me encontraba yo? Exploté.

La ira germinada dentro de mí, la confusión parcial de mis sentidos y lo nublado del raciocino, me orillaron a explotar la copa contra el muro. Los restos del vino tintaron la pared, los cristales resonaron al chocar contra el suelo y las personas cercanas a mí se sorprendieron al ver mi reacción. Afortunadamente, mi padre y la madre de ella se encontraban en la habitación continua, así que no se dieron cuenta de lo ocurrido. El murmullo de los presentes fue una puñalada en mi ya desvirtuada cabeza. Les sonreí como maldita demente. Nunca había perdido la cabeza por cosas tan trilladas como lo es el paroxismo en los sentimientos, pero en esa ocasión, no pude con el dolor que se sembró en mi pecho al verla llorar de esa manera. Mi musa, había sido herida por mi culpa. Salí al jardín de la residencia. Plagado de flores, helechos y plantas irreconocibles, quise admirar el silencio bajo un cielo estrellado. Suspiré. Una noche perfecta para leer un buen libro. Metí la mano al bolsillo para sacar aquel que siempre llevo conmigo e intenté perderme en la obscuridad para sentarme a leer bajo la luz de la luna. Sólo quería olvidar, olvidarla a ella y encerrarme en el mundo ficticio que tanto amo. Al sentarme sobre el borde de la fuente del centro, me di cuenta en el reflejo de su agua que no estaba sola. Afrodita se encontraba en el segundo piso de la casa, en el balcón, justo como Julieta espera a su Romeo. Pero no entendí, ¿Era yo Romeo? Quería creer que sí, pero la actitud que tomó cuando me vio de frente… Con la mano en el pecho, me giré sobre los talones para observarla de frente y pude sentir como mis ojos se llenaban de humedad. ¿Llorar? ¿De verdad? Sólo yo, las estrellas y la luna esa noche, sabíamos como me sentía.


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Mensaje por Afrodita1 Lun Abr 29, 2013 12:29 pm

Alexandra ¿sabes que eres tonta?
Lo sé.
¿Sabes que no deberías haber huido, verdad?
Lo sé.
¿Sabes que, probablemente, esa fue la última oportunidad de volver a verla?
Lo.. sé..


Lo sé. Lo sé. Lo sé. Sabía todo aquello. Y más. Puede que a ojos de muchos me vea como una niña inocente, que vive dentro de una burbuja, aún a mis veinticinco años cumplidos. Pero no, no es así. A pesar de las estupideces que cometo, una tras otra, no soy retrasada. No sé por qué las cometo, a decir verdad, ni por qué volví a hacer una huyendo de la mujer que ha ocupado mis pensamientos durante las últimas semanas. Tampoco sé porque tengo que empezar a compadecerme de mi misma cuando ya es demasiado tarde. ¡¿Por qué?! ¿Por qué no puedo, simplemente, darme cuenta a los minutos? ¿Es tanto pedir? Darme cuenta de que estoy cometiendo un error entonces, me daría la posibilidad de arreglarlo. De intentarlo aunque sea. ¡Pero ahora! Ahora ¿De qué sirve lamentarme? De qué sirve pensar en lo que pudo haber sido si, en lugar de salir corriendo, la hubiese recibido con una sonrisa y un ligero rubor en las mejillas. ¿Sería eso lo que ella esperaba de mi? O, tal vez.. Tal vez estaba tan sorprendida como yo. Tal vez. Pero cómo huí de esa manera, nunca lo sabré. Nunca sabré si me quería volver a ver tanto como yo a ella. No, ni siquiera eso. Con una tercera parte de mi deseo me conformo. Solo una tercera parte hubiese sido suficiente para sentirme feliz.

Maldigo, una y mil veces.

Cerré los ojos, cansada de contemplar el jardín desierto. Sola, estaba completamente sola. Solo en mis sueños podía imaginar lo que hubiese ocurrido si yo hubiese sido la mujer racional y madura que me tocaba ser. Sí, podía verlo claramente. Ese momento, en el que mis ojos se encontraban con los de Samantha, ese mágico momento en el que volvía a encontrarla. Fue tal la sorpresa por mi parte que, desgraciadamente, a penas recuerdo cuál fue su rostro en ese momento, pero no importa. Una simple divagación es suficiente para mis fantasías. Haberla visto de nuevo ha sido más que suficiente para recordarla al completo, a ella y a todo lo que ocurrió. En mi fantasía yo no me exalto, estoy completamente tranquila. Avergonzada, pero feliz. ¿En algún momento he dejado de estarlo, de hecho? A pesar de todo, no ha pasado ni un segundo en el que no me haya alegrado infinitamente de volver a verla. A pesar de que ese sentimiento no se corresponda con mi reacción. No la culparía, pensara lo que pensara de mi. Pero prefiero no centrarme en eso y continuar. Nos miramos y saltan chispas, en mi sueño ella se alegra tanto de verme como yo. Soy correspondida. Y, por tanto, lo único que deseamos es estar a solas. Hubiese aprovechado cualquier momento en el que nuestros padres se marcharan para, discretamente sugerirle que me siguiera hasta.. ¿mi habitación? allí podríamos estar solas. O tal vez algún otro rincón de la casa. Porque en esta fantasía yo soy atrevida y que nos encuentren no puede más que excitarme. Siento de nuevo esa sensación que sentí aquella noche, claro que, esta vez no es real. Y allí, una vez juntas en nuestro rincón...

El ruido de unos pasos acercándose me hace volver a la realidad y maldigo a quién me ha interrumpido en el mejor momento. Con mis ojos abiertos busqué al culpable, que no podía estar muy lejos. Aunque los arbustos me tapaban prácticamente su visión sí pude observar parte de un vestido que se asomaba a través. O sea que una mujer.. ¿Una mujer sola? Extraño, solo eran un par de pisadas las que se escuchaban. En parte me sentí aliviada porque, de haber sido una pareja, me habría vuelto sin duda a dentro; no estaba yo como para ver a otros siendo amorosos desde luego. Pendiente estaba de la sombra cuando, finalmente, se desveló con lentitud de camino hacia la fuente. La fuente que justo se situaba frente a mi balcón. Yo, simplemente, no podía creer lo que mis ojos veían. Era..

Tarde.

Tendría que haberme escondido en cuanto supe que era ella, que lo supe de inmediato aunque mi mente todavía se resistía a creerlo. Pero no. Una vez más haciendo el estúpido.. solo pude quedarme allí, mirándola con la boca completamente abierta. Y mira que tuve tiempo, podría haberme escondido perfectamente porque no me vio hasta llegar a la fuente. Cuando nuestros ojos se cruzaron por segunda vez en la noche, cerré la boca. Ya notaba como mis mejillas se coloreaban. Mis mejillas, por no decir mi cara entera porque hasta sentía mis orejas calientes de la vergüenza. ¡Me había quedado boquiabierta literalmente! ¡Por Dios! Mis manos se aferraron con más fuerza a la piedra que formaba la baranda. Ninguna de las dos apartó la vista y durante unos segundos, minutos.. la verdad no tengo ni idea, nos quedamos en silencio sólo contemplándonos. Tenía que hacer algo esta vez. Decir algo. Mi boca pareció entreabrirse dispuesta a ello, la cuestión era ¿Qué decir? ¿Sería lo mejor? ¿Qué era esa expresión meditabunda que me parecía ver en ella?.. Tantas preguntas en tan poco tiempo y ninguna tenía una respuesta.

Al cabo de unos segundos y decidida a que nadie nos descubriera y destruyera ese preciado momento, mis labios se movieron para hablar sin producir sonido alguno. Fueron solo tres sílabas. Tres sílabas que tanto podrían hacerme la mujer más feliz del mundo como hundirme por completo.

TE HE EXTRAÑADO.



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Mensaje por Nadége Morózova Sáb Mayo 11, 2013 2:26 am


El amor, muchas veces descrito, pocas veces comprendido. Los poetas hablan de él como si hubiesen vivido en carne propia algo tan magnánimo como este y, por lo regular, eran los hombres trastornados quienes escribían las mejores obras, pero para ello, tuvieron que haber vendido su alma al diablo. Entregarse a la pasión es simple, pues la tentación humecta las espinas que, poco a poco, se van adhiriendo a tu piel, el problema es cuando te sabes completamente idiotizado por la vendida idea del enamoramiento. Una vez aquí, ya no hay marcha atrás. Me pregunté, demasiadas veces en el pasado, qué se sentiría ser acribillado frente a una plaza llena de gente, personas que miran con tremenda osadía el arrebato de la muerte como un espectáculo placentero, morboso y por supuesto, escarmentado. Esa noche lo supe. Sí, porque me sentí sumida en una visión, en una terrible pesadilla donde el verdugo apuntaba sus armas en mi contra y, no conformes con el dolor en mi alma, se atrevieron a mutilar mi cuerpo con la lentitud de un copo cayendo en los bosques nevados. Me sentí destrozada. ¿Mi pecado? Volver a confiar en que la aberración en la que me convertí, también podía tener el derecho a ilusionarse.

Su mirada se encontró con la mía. Quise evocar los recuerdos de aquella noche, pero me fue imposible. No la entendía. En ningún momento dejé de observar sus orbes por encima de los míos y, aunque tuve el tiempo suficiente para admirar su belleza en cada curva de su cuerpo, sólo me importaba una… la fina línea de sus labios, su sonrisa. Acerté al quedarme callada. Las palabras sobraron en ese momento, nuestra conexión estaba hecha en una inhóspita mirada. ¡Ella no tenía ni puta idea! Gruñí por debajo, apartando la vista. No toleré los segundos vertidos sobre mí como zánganos crueles que se alimentarían de mi dolor. Bajé la vista y golpee las manos contra mis caderas. Frustrada, traicionada, confundida. Un torrente de sensaciones vagas, se subió hasta mi cabeza, me maree y vacilé para no caer en el agua de la fuente. El libro se deslizó entre mis manos y no reaccioné a tiempo. Se sumergió. No importa. Era una copia barata de poesía barroca y justo ahora no la necesitaba, porque todo lo que sabía sobre el romanticismo, se había esfumado con las lágrimas de mi musa minutos atrás. Sólo tenía una pregunta ¿Por qué?

Tenía que enfrentarla, debía levantar la mirada nuevamente y encontrarme con su perfecto rostro. Al hacerlo, me di cuenta de ese choque magnético que surcó cada una de mis terminales nerviosas hasta aojarse en la parte baja de mi abdomen. La electricidad flotaba entre nosotras, maldita, tentadora, posesiva, apasionada, peligrosa. Me armé de valor. Fruncí el ceño, carraspeé. Quería confesarle un par de cosas, pero en ese preciso instante, fue ella quien abrió la boca para que leyera sus labios. Las palabras me desarmaron. ¿Por qué? ¿Por qué me tiene que ser tan difícil, Afrodita? ¿Por qué no puedo comprenderla? ¿Por qué no puedo descifrar de una puta vez el misterio que encierra? ¿En verdad quería hacerlo tan rápido? ¡No! ¡Por supuesto que no! Y es que así fue como la elegí, tan sumergida en sus demonios, como yo en los míos. Lo que no pude adivinar, es que ella, se había vuelto mi quimera. Sí, si… era ella. Sacudí la cabeza, confundida aún por su cambio de humor. Tragué saliva y con ese gesto, mi ira desapareció de inmediato. Negué un par de veces con la cabeza. Fue como si me estuviese lamentando por algo. ¿Qué era todo aquello? Creo que hubiese preferido que me diera la espalda, así sabría que sólo había sido una afortunada noche en la cual la tuve entre mis brazos. Saber que me ha extrañado, ¡Maldición! Multiplicó mi arrebato pasional.

Absorta, no sabía que responder a eso. Ahí estábamos las dos, separadas por una distancia social, más que la física. Ella me había extrañado, de la misma forma en la que yo evoqué su nombre en las noches, tocándome… ¡Sí, lo hice! Apreté la mandíbula queriendo recuperar la compostura, pero nada de lo que hiciera, mientras ella estuviese al frente, sería lógico. Alice me lo demostró y lo sabía. La perdición de todo ser insurrecto es, la misma causa de su lucha. Volví a gruñir. Inspiré y Exhalé repetidas ocasiones. Al final, asentí con la cabeza una única vez. Limpié una lágrima que escapó de mi ojo izquierdo. Me mordí el labio inferior. –No sabes cuánto- Musité con la fuerza en mis labios, suficiente para que ella pudiese leerlos de la misma forma en que yo lo había hecho con los suyos. –Te esperé. Solitaria y con tus espinas lacerándome.- Cada una de mis palabras, se deslizaba entre los labios con vida propia, lentas y claras fueron formulando la oración que me condenaría por el resto de la noche. –No se puede querer desesperadamente, sin la incertidumbre de la espera.- Sonreí ampliamente, amarga, feliz, triste, ilusionada, esperanzada. Fui un conjunto de sensaciones y emociones perdidas.



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Mensaje por Afrodita1 Lun Mayo 27, 2013 7:37 am

No había estado tan nerviosa nunca en mis veinticinco años de vida. Jamás. Jamás me había latido el corazón tan rápido en un periodo tan corto de tiempo. Segundos. Segundos que se hacían interminables. Mi respiración, agitada como si acabara de correr veinte quilómetros sin parar, entraba y sacaba el oxígeno de mis pulmones . Podía escuchar perfectamente el “pum pum” repiqueteando en mi sien. Me quemaba la incertidumbre. ¡Dios! ¿Y si lo había fastidiado todo? Cosa que no sería de extrañar, teniendo en cuenta mi trayectoria en la vida.. Mordí mi labio, angustiada a pesar de que lo había dicho de corazón. Sí, de verdad la había extrañado. Entendía perfectamente que se sorprendiera, claro, después de todo había salido corriendo nada más verla.. ¿No es para reírse? En lugar de lanzarme a sus brazos antes, con las mismas ganas que tenía ahora de saltar hacia ella sin importar el daño que me hiciera por la caída, huí cómo si el sólo echo de verla me provocara náuseas o algo similar. ¡No! Qué equivocada estaba si pensaba eso. Ojalá no le hubiese dado tiempo a pensar tal cosa. No, no, no. No era así. Yo la había extrañado, la había soñado durante cada noche en las semanas venideras a nuestro encuentro, hasta el punto de creer que sólo había sido una alucinación. Un sueño. Un sueño extremadamente real, pero al fin y al cabo, sólo eso.. Sí, por eso había reaccionado de tal manera. Encontrarla, y además en una fiesta, era algo que no había podido prever. Saberla real. Volver a contemplar esas hebras pelirrojas que tenía por cabello, esos labios rojizos que llegué a saborear más de una vez. Esos ojos, expresivos como ningunos otros. Toda ella me atraía. Me atraía tanto que, al mismo tiempo, me asustaba. De siempre había sabido mi predilección por el género femenino, los hombres nunca habían hecho mella en mi, pero Samantha era algo completamente diferente. No era una simple mujer. No para mi. Era la mujer. La mujer que me cautivó una noche en una taberna. La mujer con la que, en un simple cuarto de calderas, tuve mi primera experiencia sexual. ¿Sería aquello a lo que llamaban “hacer el amor”? Había sido dulce y excitante. La había amado con cada parte de mi cuerpo, a pesar de que acababa de conocerla. Me había sentido amada de la misma forma..

Relamí mis labios involuntariamente. En los últimos días había logrado despejar esa excitación que me provocaba el simple echo de recordar ese “sueño”, que no resultaba tal, ahora que la tenía prácticamente delante mío.. Estaba siendo muy difícil concentrarme en ella y no en sus curvas. Debía cerrar mi mente, por muchas ganas que tuviera de hacer volar la imaginación sobre lo que podía ocurrir entre nosotras allí mismo. ¡En mi propia casa! En mi cuarto.. Oh, no. No. Era tan tentador, que se me hacía irresistible. Tan irresistible como las ansias por una respuesta a mi ruego. Sí, sí, te he extrañado Sam. No he podido dejar de pensar en ti. En nosotras. ¡No hagas caso de mis estupideces! Por favor, créeme... Mis ojos hablaban por si solos mientras mantenía mis labios sellados. Sellados para que no pudieran decir palabra alguna de todo lo que querían expresar. Si decía algo, por más mínimo que fuera, estaba segura de que no podría detenerme. Cuándo le hablara, se lo contaría todo. Absolutamente todo. Cada pensamientos de las últimas semanas. Cada sensación. Cualquier cosa que hubiese maquinado mi mente, no podría evitar contársela. Y, por supuesto, le explicaría el por qué de mis estúpidas razones. Que yo era así. Estúpida. Que solía hacer cosas sin sentido el noventa y nueve por ciento de las veces. Impulsiva, no podía controlarlo.. Aunque luego me arrepintiese. Y me arrepentía si por mi estupidez lo echaba todo a perder con ella. Me arrepentiría lo que no estaba escrito. Pero para todo ello, primero necesitaba una respuesta. Algo, cualquier cosa. Sólo necesitaba saber que estaba dispuesta a seguir..

No sabes cuánto..
[…]
No se puede querer desesperadamente, sin la incertidumbre de la espera.

¡Oh mi Dios!
¿Había entendido bien? No, puede que mis ojos me traicionaran, sólo para mantenerme contenta. Pero, estaba tan segura.. Tan segura de que había “escuchado” esa palabra. Querer. Sólo con pensarla mi corazón se salía de mi pecho. De júbilo.. no, no puesto que no podía saber si eso estaba dirigido a mi o sólo era parte de una frase que terminaba en algo muy diferente. Mi corazón se desbocaba por si solo. Simplemente, porque me había contestado. Mis manos se agarraron a la baranda hasta que las yemas dolieron, obligándome a apartarlas. Estaban completamente rojas, pero me dio igual. No sabía dónde meterlas así que simplemente cubrí parte de mis mejillas con ellas. El sonrojado iba en aumento cada vez que repetía esa palabra en mi mente, cosas que ocurría una y otra vez. Querer, querer, querer. No podía ni soñar con que aquella mujer se hubiese fijado en mi de tal manera. ¿A caso de hacerlo, sería correspondida? ¿Yo la quería? ¡No era posible! Me gustaba, me encantaba, me atraía como si de miel se tratara y una abeja yo fuera. Sentía encaprichamiento ¿Nada más? ¿Cómo podría amarla cuándo apenas y la conocía? ¡Oh, Dios! Esto se me estaba yendo de las manos, no podía seguir con esas dudas en mi cabeza. No sobreviviría dos minutos más sin aclararlas. Sin hablar con ella. Tenía que hacerlo. Por eso huí de nuevo a mi habitación después de dedicarle una mirada “Espera, por favor”, dije sin palabras, esperando estar haciendo las cosas bien por una vez y no que pensara que huía de nuevo. No esta vez.

Salí sin que hubiesen pasado más de cinco segundos, me sorprendía de mi rapidez cuando mi mente estaba tan confusa. Pero sólo fueron unos segundos más los que permanecí fuera, los suficientes para lanzar un trozo de papel arrugado que estaba segura agarraría. Después, cerré las puertas de la ventana y corrí las cortinas asegurándome de que nadie podría observar. Y apoyada en ellas, aguardé.

Segunda planta, la primera puerta a la derecha.
Echa el cerrojo cuando entres.



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Mensaje por Nadége Morózova Mar Jun 11, 2013 9:38 pm


¿De dónde proviene el amor? ¿Por qué estoy cuestionándome sobre esto? ¿La amo? Esa una atracción, solamente eso, una atracción bastante insana que arroja a las profundidades de la desesperación y el anhelo. La quería, sólo para mí, que nadie más la describiera en su hermosura, que nadie más pudiese tocarle el alma y horadar en ella una sinfonía placentera en alegoría a su belleza. ¡Maldición! ¡Detente Samantha! Siempre me ha sido tan fácil el poder evocar palabras en son hacia las mujeres, no importaba que se tratasen de viudas, solteras, rubias o morenas. Yo no distinguía esas trivialidades cuando es su esencia lo que verdaderamente me importa. Todo el tiempo me había sentido celosa de los hombres, aquellos que pueden tocarlas, rosar sus brazos por cada curva de su cuerpo, besar sus labios, hacer que estas se perdieran enloquecidas en un lecho de lujuria y pasión. ¡Ellos no se ocupaban de sus tristezas, de sus miedos, de tus sueños! Yo sí. Podía ser para cualquiera, una amiga, una amante y la parte más importante de sus vidas. Pero era una aberración. Y eso me jodía. Alice me demostró que lo prohibido siempre es más excitante, por muy lejos que esté, por más inalcanzable que sea. Era la expectativa de poder tenerlo, de jactarse ante los demás y presumir algo que nadie más había conseguido, elevarse por encima de sus cabezas y restregarles en el rostro su debilidad; no importa de que se trate, mucho menos cuántos lo quieran y el sacrificio que se deba hacer, la insólita idea de poseerlo era lo que nos arrastraba a intentarlo decenas de veces sin permitir que el fracaso nos arruinara. Afrodita es así.

Me sentí terriblemente extraña. Desesperada. ¿Acaso no me había entendido? ¿Qué fue lo que dije mal? ¿Ella es idiota? Bajé la mirada con el ceño fruncido al no obtener la respuesta que esperaba. Por supuesto, ella no podía leer la mente así cualquier reacción que hiciese estaba fuera de lo que yo en mi cabeza había maquilado a la perfección. Sonreí con amargura. Las preguntas se conglomeraron en mis pensamientos, interrumpiendo la coherencia y creando alucinaciones varias, en las cuales se encontraban los recuerdos de aquella noche. Me relamí los labios. Las noches seguidas a ese encuentro fueron solitarias y terribles. Regresé a la taberna un par de veces más, siempre buscándola, nunca encontrándole. En mi habitación, cuando esas memorias taladraban mi ser con insipiente fechoría, llegué a tocarme pensando en ella, sintiéndome completamente devorada por la fantasía. ¡Nunca olvidaría sus ojos! Pero ahí, el mundo se me vino encima. Tragué saliva y meneé la cabeza. ¡Ella debía decir algo! ¡Maldición! No soy una persona paciente, no tolero a las personas y si Afrodita no abría la boca para decirme algo después de mi repentina declaración, me largaría de ese maldito sitio, abandonando toda lucha, mandando al demonio mis sentimientos. No le mentí, la quería, el querer es más fácil de dar… más abierto a recibir, pero ¿Estaba preparada para eso, ella lo estaba? ¡Oh Sam! ¡Eres una imbécil! Ella podría estar asustada, intentando apaciguar a los demonios que crecieron en su interior tras esa noche, ¿Cómo pude ser tan egoísta y pensar sólo en mí? Me era fácil hacerlo, a mis diecisiete años sólo me había preocupado por dos personas en la vida, Dante y Alice. Después de ellos Afrodita resultaba ser una extraña que de a poco planeaba entrometerse en mi vida. ¿La dejaría hacerlo? Sí.

Levanté la vista y tomé el papel que ella había lanzado. Lo desplegué cuidadosamente y lo leí. Mis labios se torcieron en una mueca, fruncí el ceño y exhale todo el aire que había estado conteniendo en los pulmones sin darme cuenta. Respiré. De acuerdo, seguí sus indicaciones y mientras me dirigía hasta su habitación, ignoré a los presentes, a todo mundo excepto mis pensamientos. Teníamos que aclarar esto de una bendita vez, ella no podía dejarme así, no tiene derecho, y yo tampoco lo tengo sobre Afrodita. Me decepcioné. La transición es bastante difícil por si sola. Aceptarse y saber que se está en contra de la corriente, hacerle caso al instinto primario, entregarse al placer y disfrutarlo. Para mi fortuna, Alice estuvo a mi lado ¿Quién está ahora con Afrodita? Yo. Yo lo estaría. Abrí, entré sin observar realmente nada, cerré y me quedé con la frente pegada a la puerta. Si ella me necesitaba, si Afrodita requería de un amigo más que de un amante, ese sería yo y nadie más porque no habría otro que pudiese comprenderla mejor. Lentamente me giré sobre los talones. Me encogí de hombros. No soy tímida, pero ella verdaderamente conseguía intimidarme. –Lamento que esto no saliera como lo esperé.- Musité con seguridad aunque por dentro estuviese muriendo. –Tal vez, no eres un sueño, sino una pesadilla- No quise admitirlo, pero tenía que considerar esa posibilidad.


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Mensaje por Afrodita1 Dom Sep 01, 2013 3:43 pm

Tic. Tac. Tic. Tac.

Hasta los segundos se me hacían eternos. El ritmo de mi corazón se había unido al del reloj, lo único que se escuchaba en la habitación por encima de mi propia respiración. Todo lo demás, estaba en calma. A pesar de que instantes atrás había podido escuchar perfectamente el ruido del gentío en la fiesta, ahora no. Para nada. Ahora sólo podía estar concentrada en una cosa. En una persona, más bien. Sólo quería escuchar que los pasos de una única persona se acercasen a mi habitación. Nadie más que ella podía importarme en ese momento. Ni en ese, ni en ningún otro desde que nos habíamos conocido. ¿De verdad iba a volver a verla? No, ya la he visto. Acababa de verla perfectamente, no sólo en el jardín sino en la fiesta. Había estado frente a mi, tan bella y real como la primera vez que mis ojos se percataron de ella en aquel antro de la ciudad. Incluso más real si cabe, pues el shock de que los sueños se convirtieran en realidad sin previo aviso me había hecho verla por completo. Cada detalle. Aunque sólo fueron unos segundos antes de que tontamente huyera, pero si cerraba los ojos, recordaba ese momento (una vez más) a la perfección. ¡Por Dios, si estaba a punto de tenerla de nuevo frente a mi! Y esta vez, mucho más cerca. En caso de que aceptara mi descarada invitación, claro está. Sólo de pensarlo la piel se me erizaba y el corazón se me aceleraba a mil pulsaciones. Podía notar mi cara enrojecida por la repentina ola de calor que asolaba mi cuerpo sin piedad. De repente, me sentí encerrada. Quise descorrer las cortinas, abrir las puertas del balcón y saltar. Huir hacia dónde ella no pudiera encontrarme. BASTA. Alexandra, ya basta. Me dije. ¡No podía ser siempre tan malditamente cobarde! ¿No tenía suficiente con una vez en la noche, que quería volver a cometer la misma estupidez? No, de ninguna manera. Me quedaría allí, agarrada cual gato a las cortinas, toda la noche si hacía falta. Y no me movería, pasara lo que pasara. Ella vendría. Estaba convencida. Lo había visto.. Lo había visto en sus ojos. Ella quería verme. Sí, seguro que estaba deseando verme tanto cómo yo a ella. No podía permitirme pensar lo contrario o empezaría a temer de nuevo por lo que pudiera ocurrir. Por ver mis sueños destrozados. Saber que aquella noche con Sam había sido real, que ella era real, era un regalo por parte de la vida que no había esperado. Sin embargo.. Sin embargo ¿Sería bueno convertirlo en realidad? ¿Y si ella se decepcionaba de mi? Después de todo, se había encontrado con Afrodita, no con Alexandra. Esa mujer intrépida, no era yo. No del todo, al menos. Sólo una pequeña parte de mi era la que se aventuró a pasar una noche junto a ella. Ni se imaginaría que había sido mi primera mujer. Reí, por no llorar. Mierda. Estaba siendo una estúpida. ¿Qué pretendía haciéndome pasar por alguien irreal? ¿A quién quería engañar? A Samantha. ¿Y ahora, cómo debía actuar? Como Alexandra, la inexperta y tímida muchacha de veinticinco años, o Afrodita, la mujer alocada que no tenía pudores.

¡En qué lío me había metido otra vez!

Por suerte, ya era demasiado tarde para escapar. Los pasos que con decisión avanzaban hacia mi alcoba se distinguían a la perfección. Yo los distinguía, al menos. Y sabía de quién se trataba. No era mi madre, ni nadie que se le pareciera. Era una particular invitada a la fiesta. Mi invitada. La única que en ese momento tenía permiso para pasar por esa puerta sin llamar si quiera. Una sombra tras la rendija que, poco a poco, se hacía realidad a medida que avanzaba. De cara a la puerta y, por tanto, dándome la espalda, la mujer permanecía callada. Una vez más, el silencio sólo se veía interrumpido por la respiración. Esta vez, de dos personas. Y si no fuera por eso, y porque podía verla perfectamente, diría que no había cambiado nada ya que ninguna de las dos parecía atreverse a hablar. Hablar significaría romper el momento, cuándo ni siquiera nos habíamos visto cómo dios mandaba. Para saber qué decir, tenía que ver sus ojos. Hasta que no los viera una vez más, no la sabría real. Mis manos se aferraban a las cortinas con tanta fuerza que, posiblemente, hasta corrían el peligro de ser desgarradas. Por favor, por favor, date la vuelta. Por favor..

Lamento que esto no saliera como lo esperé..
[…]


Dios. Dios. Dios. Allí estaba. Antes de hablar, se dio la vuelta con tal lentitud que se me hizo eterno. Pero, por fin, la veía. Esos ojos. Esos labios. Esa voz.. Sólo podían pertenecer a una persona. A una persona con la que había estado soñando día tras día. Despierta o dormida, era indiferente. Esa persona era capaz de colarse en mi cabeza las veinticuatro horas, forzándome a mantenerme ocupada. ¡Esa persona!
Sin decir ni una palabra me alejé del ventanal y caminé con paso inseguro pero mirada decidida hacia el frente. Uno, dos, tres.. Sólo necesité un segundo, no más, para rodear su cuello con mis brazos. Y antes de si quiera ser consciente de lo que hacía, mi cabeza yació en el cuello de la muchacha. – Sam. Sam.. – Mi cabeza había tomado el control. No podía pensar ni centrarme, sólo sentir el cuerpo pegado al mío. La piel suave y tersa. Los cabellos sedosos. Las curvas que tan bien las sentía pegadas a mi cuerpo, como si estuviéramos hechas para encajar a la perfección. Mi boca, por otro lado, soltaba palabras a su antojo. – Lo siento. Lo siento. Por favor, perdóname. Perdóname por todo. Soy una tonta y una estúpida. Por favor, Sam, perdóname. No me odies – No era capaz de decir ninguna otra cosa, ni siquiera mis lágrimas eran capaces de salir. Definitivamente, la tranquilidad con la que murmuraba una y otra vez su nombre, acompañado de un “Lo siento”, eran la prueba del tremendo shock que suponía estar abrazando a la mujer de mis sueños. Y esta vez era perfectamente consciente de que no estaba dentro de un sueño. Perfectamente consciente.



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Mensaje por Nadége Morózova Lun Nov 18, 2013 1:10 pm


Abrumada. Esa mujer no tiene idea de lo irónicamente desafortunada que me hace sentir. Escuchar su voz era el infierno, abrazarme a su cuerpo el paraíso que doliente, se me venía encima cada vez que imaginaba como sería tocarle. Mi frustración, muestra del arrepentimiento y la lascivia, se apoderaron de mí en el instante en que sus brazos me rodearon. Encajé, por supuesto que lo hice. Encajé a la perfección contra u cuerpo, pero aún así no fui capaz de recibirla entre mi regazo. Mis manos no rodearon su cintura y mis labios no besaron su cabeza. Me quedé congelada en el espacio, observando desde un ángulo diferente, cada movimiento y recital que Afrodita hacía. ¿Dónde estaba yo exactamente? Podía ver la escena, una que quizá conmovería mi corazón, pero estaba rota. Miles de fragmentos yacían en el suelo, piezas que conformaron un sentimiento minutos antes. No podría soportar la idea de tenerla, saborearla, sentirla mía y que al día siguiente desapareciera como lo hizo aquella noche en la taberna. No. Mi alma, estaba herida, mi orgullo pisoteado, ¿Por una niña?. Entonces lo entendí.

Lo que yo sentía junto a Afrodita, era exactamente lo mismo que Alice padeció a mi lado. Yo era una inexperta en el tema y ella, Oh mi pobre Alice. Sonreí amarga ante la develación, más aún fingí demencia, era desagradable toparme con aquella imagen sin tener que rendirme ante la insólita gravedad del asunto. Al fin, mis brazos de movieron temerosos, rodearon su cintura y quisieron abrazarla tanto, tan fuertemente, que podría asfixiarla, pero no, sólo se quedaron ahí, inertes apenas rosando su cuerpo con el mío. Aspiré profundamente el perfume de su cabello. Mmh, delicia. Besé su cabeza. Derroché la ternura que no tengo, la paciencia que me hace falta y la comprensión que debo. ¿Cómo es posible que una única persona te haga eso? Mordí mis labios para acallar esa voz interna, esas viperinas palabras, no sabía que hacer, no sabía exactamente como comportarme. ¿Y si en verdad no me quería y sólo estaba confundiéndola? ¿Y sí…? Las preguntas llegaron a mí en el peor de los momentos, ella me necesitaba y ¿Qué fue lo que hice yo para ayudarle? Nada. La solté. –No- Como traición, la palabra se expió de mis labios. No fue lo que quise decir, yo ¿Cómo explicárselo? ¿Cómo decirle que me sentía morir? ¿Qué cada uno de sus movimientos, cada una de sus palabras, eran para mí el peor de los infiernos?

Bajé la mirada y me aparté de ella. Observé sus aposentos. Finos, delicados, hermosos. ¡Igual que ella! Cada esquina, cada maldito encaje, a donde quiera que mirase, estaba ella. Me sentí mareada. Caminé hasta su cama, y me senté en la esquina sólo para que el malestar se esfumase, pero al tocar la seda de las sábanas fue peor. Un jadeo se escapó de mis labios evocando recuerdos sobre Afrodita que no poseía. Simples anhelos gravados en mi memoria durante aquellas noches en vela que pensé, idealicé un futuro a su lado. ¡Imposible! Carraspeé regresando a la realidad. –No puedes, sencillamente no puedes venir a pisotearme de esta manera- Dije. Si la nota de mi voz denotó furia, yo no lo sentí. Estaba destrozada. –Me hieres. Con tu indiferencia, con tu juego psicópata de quererme.- Mi cabeza se sacudió intentando erradicar las imágenes demenciales que acuden a mí como lluvia de temporada. –No puedo perdonarte, cuando he sido yo la culpable. No cuando abusé de ti.- Me puse de pie encaminándome hasta ella con el temor de tocarla. Algo dentro de mí me gritaba que no lo hiciera, que me quemaría, pero al igual Ícaro persiguiendo el sol, yo quería… sí quería… -Yo… Si tu me dejaras, yo podría combatir, junto a ti, los demonios que te persiguen, Afrodita. Puedo vencerlos, pero…. Es imprescindible que me dejes entrar y no sólo una noche, sino cada noche en la que nuestros labios estén cansados de pronunciar nuestros nombres.- Me relamí –Sólo, déjame entrar-


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