Guerra por venganza. Nacimiento por muerte. (Privado)

Las ruedas del carruaje repican contra el pavimento de las calles.
Te sientes relajado, sabes que es la calma antes de la tormenta.
Sonríes, si. Sonríes con una lacerante mueca que convierte la sonrisa en algo macabro.
Pasas distraídamente los dedos sobre tus labios mientras que tus ojos brillan de impaciencia.
Miras por la ventanilla del carruaje, dirigiendo la visto al cielo. Perfecto… aquella noche, sería tu noche. Únicamente tuya y de la venganza que tanto habías planeado. Sin dejar un solo rincón del caso sin investigar, sin dejar nada al azar.
Al fin matarías a los que ordenaron la muerte de tus padres. Licántropos…
Muerdes tu labio casi a punto de perforar su fina piel, pero lo muerdes con una rabia que pasa a tus ojos.
Cogiendo tu bastón de plata propinas un fiero golpe a la cabina del cochero, avisándolo de que había llegado a su destino.
Bajas del carruaje de un salto y con elegancia sitúas en su lugar su sombrero de copa y acomodas correctamente tu traje. Miras cortésmente al cochero y asientes con dureza.

- Bryan, puede irse, volveré en un carruaje de alquiler. Solo asegúrese de que Juliette no salga de casa esta noche.

El cochero fustigó a los caballos y estos tomaron su camino. Adoras a Bryan, uno de tus mejores trabajadores. No te juzga, no te hace preguntas, no le importa donde quieras ir, solo obedece. No te critica a tus espaldas ni te envidia. Solo guarda silencio y te lleva allá a donde quieras por su gran conocimiento sobre la ciudad.
Das media vuelta y caminas hacia el solitario edificio que sirve como guarida a una gran cantidad de licántropos. Todos ellos morirían hoy.
Haces girar en tu mano derecha el bastón de plata. Giros que destacan tu habilidad.
Alzándolo hasta a la altura de tu rostro te aseguras de que los engranajes del bastón estén en perfectas condiciones. Acción repetida anteriormente varias veces, pero nunca sobraba una revisión de última hora. Tu bastón era tu mejor arma.
Te detienes a metros de distancia de la puerta de entrada del edificio, dos licántropos custodian la entrada. Ambos se percatan de tu presencia.
Pero tu eres mas rápido.
Situando tu bastón delante de tu cuerpo apoyas ambas manos en su empuñadura y sonríes con condescendencia, acto paradójico, ya sientes la rabia ardiendo dentro de ti. Pero sonríes casi con amabilidad. Notas como en tu cabeza algo encaja con tus poderes, poniéndose en funcionamiento sientes la electrizante energía y la descargas contra esos dos malditos licántropos.
Tomas posesión de sus cuerpos, te encargas de meterte en sus mentes hasta visualizar su control, sus deseos y sus miedos. Ahora tu eres dueño y señor de dichos licántropos.
Tu sonrisa se vuelve fiera, pero muestra incluso excitación por lo que sucederá. Lames tu labio superior con lentitud y liberas todo tu odio hacia ellos. Y disfrutas, Dharwark. Disfrutas al ver como toman sus propias armas y se rebanan sus propios cuellos con parsimonia.
Sabes que tu rostro ahora se parecería al de un demonio. Pero así es como te sientes la mayor parte del tiempo. Como un miserable demonio.
Los escuchas tratando de respirar y tomas el camino de nuevo. Ellos se derrumban delante de tus narices, su dificultosa respiración y la perdida de sangre les provoca espasmos. Sales de sus cabezas y los dejas morir en paz.
Tomas una gruesa rama del suelo y la encajar en la puerta de entrada para que nadie pueda salir del edificio. Después, metes tu mano en el bolsillo oculto de tu chaleco y sacas el diminuto artefacto fabricado por ti. Napalm… Freirás a esos capullos en su propia casa.
Cogiendo tu bastón aporreas una de las ventanas para romper el cristal, rápidamente giras el artefacto con cuidado de que el contenido no te salpique y la metes con fuerza dentro de la casa. Segundos después explosiona, derramando el liquido parecido a un gel por toda la casa.
Sin perder un minuto mas sacas del bolsillo un nuevo artefacto, dinamita de nitroglicerina… lo suficientemente potente para hacer reventar a mas de uno y prender fuego a la casa.
Con ayuda de una cerilla prendes fuego a la mecha y esperas hasta que esté casi consumida, después, la lanzas por la misma ventana de antes.

Giras tu bastón entre tus manos, los gritos escuchados tras el “boom” de la dinamita, te derrite de placer. Respiras hondo, ya huele a carne quemada. Y esperas paciente a que los supervivientes intenten escapar.