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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Nacimiento, resurrección [Privado] Empty Nacimiento, resurrección [Privado]

Mensaje por Terry Ludlow Jue Ene 29, 2015 9:07 pm

Una nueva decisión había sido tomada por él y no del todo de manera consciente, sino que lo que esa mañana viviera al lado de su esposa en el sanatorio mental, le dio una nueva perspectiva de la vida que llevaba al lado de ella, pero sobre todo, le ayudo a recordar lo mucho que aún necesitaba a Bethany, además de que vio lo mucho que aún la amaba, igual o incluso más que antes. Pero nada le preparaba para lo que ahora sucedía.

Mientras iban directo a su casa, viajando de manera apacible, algo en Beth se rompió y sus gritos interrumpieron la momentánea paz en que se sumergieron después de abandonar las instalaciones donde ella jamás volvería a poner un pie. Clyde se quedó helado por segundos, sin saber que era aquello que afectaba de una manera tan profunda a su esposa y fueron las palabras de ella las que le dieron una pista de aquello que sucedía. El bebé llegaba a la vida de ambos, haciendo su entrada en el momento en que el brujo se hallaba más entregado a la relación que nunca.
Beth, nada malo pasará amor. Estoy a tu lado y no permitiré que nada te haga daño – estaba claro que ella siempre se dirigió a su bebé como una criatura oscura que la consumía lentamente y algo importante en aquellos momentos era hacerla cooperar para que tanto el bebé como ella salieran bien librados del trabajo de parto. Sin embargo la mente inestable de su Beth era un peligro, no solo para ella, sino además para el bienestar del bebé y la salud mental de Clyde en esos momentos.

Respira lento, ya estamos cerca de casa y todo estará bien – le besó la mejilla –confía en mi amor – en realidad estaban cerca de llegar a su hogar pero el estrés del momento volvió ese periodo de tiempo una eternidad.

En el momento que el carruaje se detenía en su hogar; Clyde sacó a Beth en brazos, comenzando a lanzar ordenes al aire de lo que necesitaban, y si bien en un inicio todo pareció ser un shock para la servidumbre, rápidamente salieron de ese estado donde no eran útiles y se dividieron para cumplir con lo que el psiquiatra pedía. Mientras todos iban a lo suyo, él se abría paso con dirección a la habitación que la pareja compartía en las noches cuando Clyde estaba en casa y Beth era capaz de descansar apropiadamente.

La mañana había sido difícil, pero lo que venía sería mucho más.


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Mensaje por Bethany S. Dunne Jue Ene 29, 2015 10:41 pm

La mirada inocente de la joven Bethany se nubló por completo cuando aquel grito acudió a su garganta. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué ahora que habían conseguido escapar de aquella pesadilla que había tenido lugar en el psiquiátrico se topaban con una escena mucho peor? El demonio se retorcía en su interior, pujando por salir. La estaba devorando. Buscó tranquilidad en los ojos de su Clyde, pero fue miedo lo único que encontró. El mismo miedo que sentía ella. Un miedo que no les ayudaba a ninguno de los dos. El carruaje pareció ir más deprisa que nunca, pero tardaron demasiado en llegar al destino, en volver a casa. O eso le pareció. El dolor era intenso, terrible, y se sentía empapada, como si un jarrón de agua hubiese estallado en su interior. Tuvo que cerrar los ojos y morderse el labio con fuerza para no volver a gritar cuando su esposo la sacó del carruaje. Cualquier movimiento hacía que el dolor en su vientre se hiciera casi insoportable. Notó que otras manos aferraban a su cuerpo, una vez dentro de casa. Estaba desorientada, pero al cabo de unos minutos pudo identificar el dosel de la cama de matrimonio en la que dormía cada noche, y la voz preocupada de su Clyde dando órdenes a todos los sirvientes. Todos la observaban con malicia. Ella sabía que era culpa suya, que el demonio que estaba intentando matarla había entrado en su interior por culpa de ellos. Querían verla muerta. Todos ellos, criaturas terribles que perturbaban su sueño. ¡Sombras que deseaban engullirla!

- ¡No os acerquéis a mi, criaturas del demonio! No os quiero cerca, ¡no conseguiréis acabar conmigo, ahora que por fin he vuelto a ver la luz! No ganaréis esta vez... No... No... ¡¡NO ME TOQUES!! -Gritó para luego escupir al rostro a uno de los mozos, el que la había metido en la cama y que ahora intentaba taparla, mientras el otro trataba de contenerla para que no se hiciera daño a sí misma, ni a ninguno de los presentes.

El ama de llaves observó alarmada la escena y se acercó corriendo al joven matrimonio en cuanto ambos fueron conducidos a la habitación. Tiró de la manga de la camisa del señor Dunne, mientras dos de los peones que trabajaban en el jardín se hacían cargo de meter en la cama a la chica, que se retorcía de dolor. Tenía el rostro desencajado y las lágrimas caían velozmente por sus mejillas, mientras que de su garganta salían proferidos un sinfín de gritos totalmente incoherentes. La mujer frunció el ceño con preocupación, para luego guiar al marido al umbral de la puerta, lo bastante lejos de la chica para que no les escuchara. Lo miró con fijeza, frunciendo el ceño, y tras carraspear un par de veces, finalmente se decidió a hablar.

- Señor Dunne... creo que tenemos un problema. Es demasiado pronto para el parto, por no decir que la Señora se encuentra en pleno brote... Además, no está respondiendo bien, no puede mover las piernas. Es como si... la hubieran sedado. Eso puede ser peligroso para ambos, quizá sea necesario... Llamar al doctor Lauverjat, está especializado en cesárea. Es el mejor del país... Aunque... ya conoce los riesgos... Pero en el caso de que no sea posible el parto natural... ambos morirían. De la otra forma el niño tal vez pueda sobrevivir... -Por su tono de voz era evidente que estaba alterada, asustada. Sabía que Clyde no quería oír hablar de ese método pero podía ver el estado en que se encontraba Bethany. No sabía si ella podría ser capaz de superarlo. De pronto, un desgarrador grito quebró la cierta calma que se había instalado en el ambiente en cuanto la mujer dijo aquellas palabras. A su espalda, la joven parecía desesperada por alcanzar a su marido, por la forma en que estiraba los brazos en su dirección.

- ¡Q-qué es esto, mi amor! ¡Q-qué demonios es e-esto! Me está desgarrando el interior para intentar salir. ¡¡P-por q-qué me hacen esto los demonios!! ¡¡Q-qué he hecho yo para merecerme este castigo!! Clyde... ¡¡Clyde!! Es un monstruo... Clyde... Clyde... ¡¡SÁCAME ESTO DE AQUÍ!! -Comenzó a patalear, desesperada, golpeando con brusquedad a los dos peones que aún seguían intentando taparla para que entrara en calor. Un sudor frío recorría su frente, todo su cuerpo. Estaba tiritando, y furiosa. Parecía desesperada. Aquel demonio que se había colado en su interior y que trataba de destruirle estaba a punto de conseguirlo. Por eso gritaba, se retorcía, pataleaba, resistiéndose a que el demonio terminara por consumirla. No lo lograría. No podía lograrlo. Si Clyde había decidido permanecer con ella pese a todo aquel caos que la acompañaba, no sería aquella criatura quien lograra separarlos. Estaban predestinados. Ella lo amaba. No lo abandonaría. Nunca. No por culpa de los demonios que la habían convertido en lo que era. Una mujer sumida en las brumas de la locura.


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Mensaje por Terry Ludlow Miér Feb 11, 2015 12:38 pm

Las ordenes salían de sus labios y todos los que se hallaban cerca se veían sin saber exactamente que hacer; se suponía que Clyde era quien más capacitado estaba para algo así, pero la realidad era que todo era demasiado para él, así que no podía concentrarse lo suficiente como para tranquilizarse a si mismo y actuar como si la mujer que gritaba en la cama no fuera su esposa. Tal vez cualquier otra situación, cualquier otra mujer, todo hubiera sido más sencillo si es que no deseara que ella saliera de todo eso sin que le sucediera nada. La mente de Beth volvía a perderse en ideas de posibles deseos de muerte por parte de todos los que le rodeaban y temía en parte que esa creencia lo alcanzara a él, porque de suceder entonces su esposa tampoco le permitiría acercarse para ayudarle al menos a calmarse un poco. En el pánico que atacaba a su esposa, fluían gritos desesperados por hacer que todos los que se acercaban a ayudar se alejaran de ella. Nuevamente en la mente de ella todos buscaban dañarle y aunque no era del todo así, tampoco era como que Beth fuera el santo de la devoción de muchos de los que trabajaban bajo sus ordenes y precisamente esa mañana había reprendido a varias doncellas por hablar lo que no debían respecto a su esposa.

La necesitaban en calma, más relajada que antes y eso era todo lo opuesto a lo que estaban logrando.
No dejare que nadie te haga daño Beth, deja de moverte tanto o el dolor será mayor – hablo finalmente al acercarse más a ella, tratando de brindarle un poco de consuelo y fuerza para resistir lo suficiente. En la mente de Clyde, era necesario actuar rápido para que tanto ella como el bebé estuviesen a salvo pero los movimientos de Beth era bruscos y eso únicamente provocaría en ella más dolor, desesperación y ganas de dañar a todo cuanto le rodeara; y cuando el ama de llaves se acerco a él para llevarlo un tanto retirado de su esposa, las noticias no fueron para nada mejores. Desde el umbral, miro en dirección a la cama donde Beth estaba sufriendo, lejos de él y la frustración dentro del psiquiatra no pudo ser mayor. Todo lo que podía ir mal en aquella situación, estaba sucediendo y ahora era necesario tomar una decisión con respecto al doctor que podía ser la única solución para salvar tanto a su esposa como al bebé. Las manos de Clyde pasaron por sus cabellos, sabía que aquel procedimiento no era nada sencillo y que tampoco se garantizaba que ambos viviesen pero al menos tener una posibilidad era mucho mejor que aceptar que después de todo, no podía protegerla como siempre le prometio. El grito a su espalda fue lo que le hizo tomar la resolución finalmente y con voz firme respondió a aquella mujer – ¿Qué esperas entonces? Manda alguien a que le hablé a ese doctor y traiganlo de inmediato, el tiempo esta corriendo y con cada segundo que pasa las cosas irán empeorando. Haremos todo lo posible porque todo salga bien, así que trae a quien creas mejor, pero traelo ya.

Podía confiar en su ama de llaves, era quizás la única de aquella mansión en la que se podía confiar plenamente. Clyde sabía que de no ser extremadamente necesario ella jamás hubiese hablado sobre aquel procedimiento medico, todo porque el psiquiatra sabía lo que implicaba, pero no había más tiempo y la esperanza de mantener con vida a Beth era lo que le hacía actuar de esa manera. Una vez que la mujer abandono aquel cuarto para enviar a quien pudiera traer al doctor, Clyde regreso al lado de su esposa.
Lo sé, lo sé… – no presto atención a los hombres que forcejaban por mantenerla quieta, aquellos hacia únicamente su trabajo y para Clyde eran como sombras, porque su atención estaba enteramente en Beth y la manera de mantenerle lo más tranquila posible hasta que llegara el medico aquel – No voy a dejar que te haga más daño. ¿Lo quieres fuera? Vamos a sacarlo de ti, pero necesito que me mires y que confíes en mi, tal y como siempre lo has hecho – le sujeto una de las manos con fuerza – Beth te amo y nada malo va a pasarte – y esperaba que esas palabras, al menos las ultimas fueran ciertas porque sin ella no podía continuar su camino en la vida.

Y el tiempo era igual que en el carruaje, corría con velocidad pero también con una calma enorme. No llegaba el momento en que llegara el doctor y tampoco llegaba el momento en que ni Beth, ni Clyde se calmaran apenas un poco. Cada uno con la mente perdida en diversas cosas, pero algo era seguro siempre en ellos; que pensaban en el otro.


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Mensaje por Bethany S. Dunne Vie Abr 03, 2015 5:12 pm

¿Cómo tranquilizar a una mujer en cuya obnubilada mente todas las personas que la rodeaban no eran más que monstruos sedientos de sangre, de su sangre, que sólo querían alejarla de los brazos de su amado? Era simplemente imposible, y pronto, los mozos que trataban de hacerlo se dieron cuenta de ello, o más bien, terminaron de constatarlo. Por si sus gritos e insultos no fueran suficientes, las continuas patadas y manotazos fueron incrementándose no sólo en cantidad, sino también en intensidad. Quería hacer daño, a toda costa, ya que su necesidad de defenderse de ellos era más grande que la pretensión de recuperar la calma. ¡A la porra la calma! Los demonios estaban a punto de vencer y ella no podía permitírselo. No, porque tanto Clyde como él estaban ahora más unidos que nunca, y no podía dejarles ganar. No quería hacerlo. No iba a rendirse hasta acabar con todos ellos, y hasta sacarse de su interior aquella bestia que se removía y trataba de despedazarla desde dentro. ¡¿Por qué Dios la castigaba de aquella forma tan cruel?! ¿Qué había hecho ella tan terrible como para merecerse semejante destino? ¿Acaso aquella tortura no iba a acabar nunca? ¡Entonces lucharía con uñas y dientes, por siempre! ¡Hasta acabar con todos!

¡Mi amor! ¡¿Cómo me dices que me calme, si ahora tú también puedes ver perfectamente los estragos que los demonios hacen en nuestras vidas?! Ahora me crees, ¿no? ¡AHORA ME CREES! Lo han metido dentro de mi, y quiere salir... ¡Oh Clyde, qué desgracia la nuestra! -Su voz sonaba ronca y desesperada, pero también denotaba que pese al miedo que tenía, no había abandonado las ganas de luchar, de pelear por recuperar finalmente su vida, una vida que tanto se empeñaban en querer arrebatarle. La cercanía con su esposo pareció tranquilizarla levemente, lo bastante para que la joven dejara de patalear y finalmente los sirvientes lograran taparla. No tardó mucho en entrar en calor, y en cierta forma lo agradeció. Se sentía mareada, y aquel dolor punzante en su vientre no hacía más que extenderse por el resto de su cuerpo, sobre todo en su entrepierna. No entendía qué estaba sucediendo. No sabía que aquello era realmente un parto, puesto que su mente, sumida en la locura, lo único que podía imaginar era a un demonio de aspecto terrible intentando rasgarla para salir al exterior, y martirizarla desde fuera, como todos los demás. Quizá la pregunta más obvia sería qué destino le depararía a aquel pobre niño, cuando la encargada de alimentarlo, de cuidarlo, de velar por su seguridad parecía completamente incapaz de hacerse cargo de su propia seguridad. Estaba claro que el peso de aquella responsabilidad recaería sobre los hombros de Clyde. Como siempre desde que contrajeran matrimonio. Y quizá era únicamente este hecho el que lograba que, dentro de su falta de lucidez, recobrara de vez en cuando el sentido. Ella no quería eso para él. Nunca lo había querido. Así, dentro de aquel brote, la joven se descubrió a sí misma llorando a lágrima viva, y suplicando a su esposo por todos los dioses que la perdonara. - Clyde... Mi Clyde... Mi vida... lo siento... Siento no poder apreciar la vida que viene al mundo desde mi vientre, de la misma forma en que tú la aprecias... ¡Mi amor! Yo nunca quise que sufrieras por mi causa... ¿Alguna vez podrás perdonarme?...

Sabía del daño que le hacía a su esposo cada vez que se refería al niño con aquel apelativo de demonio, pero eso es lo que era para ella, y tal vez nunca fuera otra cosa. Tal vez, sería una amenaza para él cuando finalmente asomara su rostro al mundo... Tal vez... Tal vez debiera morir en aquel parto que se complicaba por momentos. Porque a medida que dilataba, y el dolor se acentuaba en aquella parte de su anatomía, notaba que sus extremidades se iban adormeciendo, fruto de las múltiples inyecciones de sedante que hacía un rato le habían administrado. ¡Por su culpa, por supuesto! Todo era siempre por su culpa. Un nuevo grito escapó de su garganta, y la sangre comenzó a manchar las sábanas por donde se suponía que debería salir la criatura...

Y entonces, el doctor llegó. Irrumpió en la habitación acompañado por la dama de llaves, que al ver la mancha de sangre profirió un grito de terror, y lo guió rápidamente hacia el lecho, donde la joven esposa había comenzado nuevamente a retorcerse, asustada por la presencia de otro desconocido, que además había comenzado a auscultarla. - Señor Dunne... esto no es buena señal en absoluto... -El especialista en cesárea asintió ante el comentario de la mujer, casi al mismo tiempo en que ella lo decía. Frunció el ceño, preocupado, para luego indicarle con un gesto al psiquiatra que se alejara de la cama junto a él, hacia el umbral de la puerta.

- Supongo, Señor Dunne, que conoce los riesgos de este procedimiento... La sangre indica que el niño no puede salir por sí mismo, y viendo lo nerviosa que se encuentra su esposa, no me extraña. Si le practico la cesárea, el niño sobrevivirá, pero su esposa corre serio peligro. Para miminizar el riesgo necesito algo muy sencillo, pero que en el caso de la Señora Bethany, me temo que será más difícil. Y es que se esté muy quieta. La dama de llaves me ha informado que está como sedada, ¿le han administrado algún medicamento? Porque si así es, tendremos otro problema, y es la posibilidad de que se desmaye, y eso es peligroso. Tiene que colaborar, Señor Dunne, o las posibilidades de que Bethany sobreviva son inexistentes. Intenta tranquilizarla mientras yo busco los instrumentos para realizar el procedimiento. Dígale cualquier cosa que ella necesite oír, y a ser posible, inmovilicela, con telas o algo que no la dañe, pero que haga bastante presión. ¡Vamos! Dese prisa. Tenemos que comenzar de inmediato. -La voz del médico era clara y serena, sin titubeos, había hecho eso mil veces, era el mejor en su campo, pero nunca se había visto en la tesitura de tener que enfrentarse a una paciente con semejante cantidad de delirios. Eso complicaría las cosas.


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Mensaje por Terry Ludlow Lun Abr 13, 2015 9:43 pm

A lo que se estaba enfrentando era un riesgo en todas las posibles formas que se viera. Su esposa podía dejarle en aquel trabajo de parto, al igual que la criatura que ella traería al mundo y de pasar eso, Clyde estaría completamente solo en el mundo. Desde que se casara con Beth y sintiera la enorme responsabilidad de la condición de su esposa, ella se había convertido en toda su vida y ahora, después de aquellos momentos compartidos en el sanatorio mental, se encontraba más comprometido y unido a ella, al punto que pensar en perderla le generaba un enorme dolor. Si Bethany perdía la batalla, sería como si el mismo Clyde lo hiciera.

Pese a todas las posibilidades que se encontraban para no permitir la felicidad de ambos, el psiquiatra se aferraba a que todo saldría bien, que las cosas serían complicadas pero que al final de aquel camino que apenas comenzaba a recorrer, saldrían ambos victoriosos. Clyde se acercaba a Beth y con sus palabras buscaba calmarla para que fuera todo mucho más fácil para ella, mucho más fácil para todos.
Calmate porque no permitiré que nadie te haga daño, ni siquiera este demonio que amenazaba con destrozarte por dentro. Nos encargaremos de él Beth, pero debes mantenerte en paz para que pueda traer a alguien que sepa que hacer en contra de esto – le miraba con dolor, porque aunque hablaba de un demonio, bien sabía que aquello a lo que ella se refería era el hijo de ambos – Todo pasara pronto y de nuevo estaremos unidos – le tomo una mano y se la beso – Siempre vamos a estar juntos porque nada ni nadie va a separarme de ti nunca – respiraba con mayor tranquilidad al ver que de cierta manera sus palabras lograban calmar lo que su esposa pensaba o sentía, ya que aunque no estaba del todo quieta, había dejado de luchar como lo hiciera momentos antes. El hechicero la miraba con ese profundo amor que sentía por ella, esperando que el médico llegase pronto y pudieran salir todos de aquello que no era más que una tortura, en especial para los Dunne.

Y ahí, entre la locura que iba y venía, Clyde observo como su esposa lloraba. Creyó por un momento que el dolor era tal que comenzaba a afectarle mucho más, pero entonces ella hablo y no pudo más que sonreírle. Aquella que hablaba era entonces su Beth, la mujer con quien se casaba y que mantenía la cordura intacta.
¿Perdonarte? Pero mi vida, no tengo nada que perdonarte – le acaricio la frente que comenzaba a perlarse con el sudor de aquella labor de parto – Yo sé que aprecias a nuestro hijo o hija, tanto o más de lo que yo lo hago, aunque no siempre puedas expresármelo – ¿Cómo podía sufrir cuando notaba aquel profundo amor de ella por él? Su amor era tan fuerte que incluso la hacía regresar a él, aunque fuera a momentos. Y eran esos momentos los que le daban fuerza a él. Las palabras de su esposa le dotaban del coraje necesario para enfrentarse a todo lo que viniera y salir de eso, tal y como siempre lo habían hecho – Yo soy quien lamenta haberte puesto en esta situación, sabes que te amo Beth, en las buenas y en las malas así que no me pidas perdón, porque nunca has hecho nada malo – aquella atmósfera que los envolvía se destruyo cuando de la garganta de su esposa, salió un grito y Clyde noto con horror como las sabanas comenzaban a mancharse de sangre – ¡Resiste Beth! – le pidió al tiempo que en aquella habitación entraba la dama de llaves junto al médico y no fue necesario que dijera algo para que ambos llegaran hasta donde estaba su esposa y comenzaran a revisarle.

Clyde no dejaba de estar al costado de su esposa y ante las negativas palabras del ama de llaves, le lanzo una mirada llena de molestia solo para después centrarse en lo que el doctor decía y que terminaba por confirmar los peores temores del psiquiatra. No iba a permitir que ella muriera, no iba a hacerlo.
Yo me encargare de ella, usted haga todo lo que este a su alcance para que mi esposa y mi hijo esten a salvo. Son todo lo que poseo y creo que usted intuye con eso, lo importantes que son para mi – dicho eso, permitió al hombre comenzar a acercar sus instrumentos y prepararse para el procedimiento, mientras que Clyde daba ordenes al ama de llaves para que fuera pos sabanas y cualquier cosa con la que pudieran inmovilizar a su esposa, ya que él, no dejaría de estar a su lado.

Todos a su alrededor iban de un sitio a otro y Clyde miro a su esposa, mientras que el ama de llaves y algunas otras doncellas llevaban sabanas y telas para mantenerla inmóvil.
Beth, necesitamos que no te muevas y para eso, deberán usar sabanas para impedir que tu cuerpo se mueva – le tomo la mano – voy a estar aquí a tu lado, pero quiero que me prometas que estarás tranquila. Sabes que no dejare que nada malo te pase, antes de eso, dejaría que me mataran – observo de reojo como el doctor se encontraba listo para comenzar el procedimiento y dio entonces la orden para que las doncellas y el ama de llaves le inmovilizaran, mientras tanto, él continuo hablando – Amor, ¿Recuerdas el día de nuestra boda? ¿Recuerdas cuales fueron mis votos por ti? Yo recuerdo los tuyos y los míos claramente porque ese día me hiciste el hombre más feliz de este mundo – le decía, tratando de mantener la mente de Beth distraída con él, mientras ambos dejaban que todo lo demás simplemente sucediera.


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