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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Vincent de Bordeaux Jue Mayo 29, 2014 10:18 am

It's hard to believe we need a place called hell


La risa desinhibida de una joven resonó muy cerca del lugar donde Vincent permanecía sentado. Se encontraba con los brazos extendidos en el respaldo del sofá y la cabeza echada hacia atrás. A pesar de la aparentemente relajada posición, sus ojos permanecían abiertos, observando todo y a todos los que le rodeaban. No llevaba capa ni chaqueta alguna y su camisa se encontraba parcialmente abierta. Aunque no se encontraba lleno si había suficientes “clientes” como para mantener ocupados a casi todos en el local. Las pocas velas encendidas en vez de iluminar el espacio conseguían incrementar la profundidad de las sombras, algo que a pocos molestaba pues era justo allí donde parte de la acción ocurría. Entre la sombra que medio cobijaba al vampiro podía vislumbrarse una silueta femenina arrodillada a sus pies. Las piernas torneadas asomaban sutilmente bajo unas enaguas color rosa y el torso denudo dejaba al descubierto el perfil de unos senos pequeños pero turgentes. El rostro se encontraba medio oculto, en parte por su suelta cabellera, en parte por los acompasados movimientos por medio de los cuales se enterraba en la entrepierna masculina, quedado cubierto tras su pierna solo para aparecer otra vez un segundo después. La mano de Vincent tomó con cuidado una copa de vino que reposaba en la mesita cercana y la vació de un solo sorbo. Llevaba sus pantalones puestos pues para la tarea encomendada a la joven era suficiente con abrirlos ligeramente por el frente. Poco podía importarle a alguien que asistiese a tal antro de perdición el pudor o las buenas costumbres y poco le importaba a él que le estuviesen haciendo una felación en tan “publicas” condiciones.

Gruñó bajito un par de veces mientras su mano tomaba con fuerza la cabellera de la joven (¿era rubia o pelirroja? ni siquiera le importaba) y la obligaba a introducir su miembro más profundamente en la garganta. Un jadeo ahogado le indicó que tal vez estaba siendo demasiado rudo pero ya era tarde para retractarse. Con un delicioso escalofrió terminó, llenando con su blanca y estéril semilla la garganta y boca de la joven. Solo cuando los espasmos cesaron se dignó a soltar el agarre, permitiendo que ella se retirara. Recostando nuevamente la cabeza cerró los ojos. Podía percibir como ella se levantaba, le limpiaba los restos de su orgasmo con una tela suave y seca, y le organizaba después un poco el frente de su pantalón antes de dar media vuelta en busca de un nuevo cliente. Había pagado por adelantado y sus explicitas instrucciones no dejaban lugar a duda sobre sus requerimientos. No deseaba que ella le hablase ni hiciese nada más que lo que ya había ocurrido, nada más que un tentempié para dar inicio a su velada.

Gracias a su carácter juguetón podría jactarse, la mayoría de las veces, de tener un buen humor para enfrentar su existencia. Esa noche, sin embargo, se encontraba más tenso de lo normal. No llevaba mucho tiempo en la ciudad pero por alguna extraña razón había confiado en que la reunión con su familia, esa que le había obligado a realizar el viaje desde su adorada Florencia, se realizase con prontitud. Desde su creación nunca recibió un llamado como aquel por lo que su imaginación se había inflamado y desbocado de manera, por ahora, injustificada. La ansiedad por saber que se estaba orquestando añadía un peso adicional sobre sus hombros, algo que no apreciaba en lo absoluto y que se transformaba involuntariamente en sed y deseo. Los dos motores de su existencia quemándole como brasas ardientes que se esconden bajo los restos de un fuego aparentemente extinto. De pronto no era suficiente toda la sangre de París, así como no eran suficientes sus mujeres. Un sinfín de rostros femeninos acudieron a su mente. Largas cabelleras barriendo su estomago, sus manos jugueteando con pieles de diferentes tonalidades, todas tersas, muchas de ellas tibias. El frío de su naturaleza fundiéndose en medio del calor del sexo. Demonios, se estaba poniendo duro otra vez. Recorrió el lugar con una mirada predadora deteniéndose, finalmente, sobre una voluptuosa morena que susurraba al oído de una rubia de grandes y preciosos ojos azules ¿podrían dos cuerpos marcar la diferencia? Decidido se levantó y caminó hacia donde ellas se encontraban – Belle signore, ¿Qué tiene que hacer un alma torturada para poder beber del remedio de vuestras bocas? resultaba una completa pérdida de tiempo el imprimir galantería y seducción con las cortesanas de un burdel, pero era algo que simplemente no podía evitar. Su pregunta obtuvo respuesta de los carnosos labios de la morena – Solo pedir, Monsieur… y tener con que pagar- en medio de un gestó santurrón emitió una sonora carcajada – Entonces creo que no tendremos ningún problema – mientras contestaba apresaba el cuerpo de la morena contra el suyo propio lanzando miradas lascivas a su compañera de cabellos claros.



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Mensaje por Brönte d'Auxerre Mar Ago 26, 2014 12:07 am


“La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa cuando se ejerce para aprender a amar”.

Dante Alighieri


Desde que sus ojos se abrieron con la caída de la noche, sintiendo cómo su cuerpo respondía a la puesta del sol, supo que aquella sería diferente a las demás. Lo sentía en la forma en la que sus dedos habían acariciado la cara tela de uno de sus trajes nuevos para eventos sociales, en su perezoso caminar sobre el parqué de la Mansión D’Auxerre. Él era una persona sensible a los cambios que sucedían a su alrededor. Cada pequeño detalle que fuera diferente a lo normal, considerando como normal una noche más en la eternidad de un vampiro, le creaba una tensión que amenazaba a su tan preciada cordura. Era como un tiburón enamorado de un pez que sabía, por mucho que lo negara, que terminaría comiéndolo. Estaba loco y siempre lo estaría, por mucho que intentara no aparentarlo o sucumbir a ello.

Como un niño, caminó descalzo sobre la madera oscura del suelo de su habitación. Deslizó sus pies por la pulida y limpia superficie, soltando un suspiro de placer al sentirse envuelto por el silencio de su habitación. A lo lejos podía escuchar la voz de Adriel, un susurro cálido que le recordaba la sensación de ser besado por el sol, seguido por el caprichoso tono de voz femenino de Denisse. Sus hermanos parecían tener una conversación preocupante, lo cual sólo quería decir que estaba vinculada con los únicos capaces de crear un sentimiento común en todos los miembros de aquella casa. Bordeaux. Ellos siempre causaban que las voces de sus hermanos sonasen manchadas de enfado, irritación u algo aún más preocupante, interés.

Sus dedos terminaron por elegir una camisa de seda blanca. La había comprado sólo dos noches atrás, era una creación única de un costurero inglés. Todos decían que la moda parisina era la mejor, pero para sus gustos un tanto peculiares, la sombría tirantez que le otorgaban los maestros costureros de Inglaterra a la ropa, siempre era mucho más agradable en un cuerpo como el suyo. Siendo más ancho de hombros que muchos de los hombres de alta clase, con unos músculos moldeados por el trabajo físico que realizaba constantemente en el manicomio, no podía llevar trajes creados para verse más delicado de lo que en realidad era. Así que tendía a escoger una mezcla de tendencias que lo hacían único en su forma de vestir. Frecuentemente solía discutir con otros miembros de alta clase sobre su manía de usar chaleco de un tono más claro u oscuro que su chaqueta. Le divertía ver cómo le acariciaban la tela con la excusa de adivinar el material con el que estaba hecho, aunque, por supuesto, el motivo detrás de ello no era otro que adivinar qué ocultaba debajo de aquellas prendas. Los humanos eran demasiado fáciles de leer.

Se desnudó con lentitud delante del espejo de cuerpo entero que le permitía verse completamente y así decidir sobre si su aspecto estaba acuerdo a su maniática tendencia de jamás verse desarreglado. Ninguna arruga, ninguna mancha, ningún hilo suelto. La perfección era su única petición. Gastaba numerosas cantidades de dinero en su vestuario, pero el resultado final siempre le hacía sonreír. Todo valía la pena con tal de sentirse envuelto de la maravillosa sensación de tenerlo todo bajo control.

Sus ojos siguieron la línea de su cuerpo, analizando cada una de las familiares curvas que tenía. Cuando sus ojos llegaron a sus pies, tuvo que apartar la mirada con rapidez, centrándose en vestir las prendas que había elegido. Le disgustaba saberse tan imperfecto. Aunque su piel no estuviera dañada con cicatrices o alguna malformación evidente, él se sentía como el ser más vil y feo del mundo. Tenía una confianza minada por las heridas que le había dejado su pasado. Y al final, eso era lo único que él veía en el reflejo que le daba aquel cristal. Un hombre de ojos azules que jamás mostraba una emoción real, una sonrisa amable que enmascaraba su absurda y acuciante necesidad de ser amado. Era un desecho con forma humana.

Cuando sus dedos terminaron de abrochar los botones de su chaleco, miró el resultado del modelo que había elegido hoy. Desde los zapatos negros y brillantes, subiendo por unos pantalones negros y elegantes que se abrazaban a su cadera, hasta el chaleco de un tono negro azulado que encajaba con la chaqueta y corbata que llevaba. Las mangas de su camisa estaban adornadas con unas piedras azules que hacían juego con sus ojos, aunque su calidad no era tan elevada como los gemelos que solía llevar normalmente. Al lugar que iba, llevar joyas era lo último aconsejable. Sólo se necesitaba una sonrisa brillante, una presencia agradable y una cantidad en efectivo lo suficientemente sustanciosa como para crearle la ilusión de que realmente había unos brazos en el mundo dispuestos y abiertos para él. Era tan decepcionante que apenas podía mirarse al espejo, cosa que solucionó marchándose con rapidez de su habitación.

Sus pies trabajaron con rapidez, bajando las escaleras y alejándose de las discusiones y planes sanguinarios que su familia insistía en realizar contra sus enemigos. Tanta tensión en el ambiente le provocaba un dolor de cabeza capaz de tumbarlo. No entendía el por qué insistían en dejarlo de lado, incluso Dorian parecía haber entrado en la biblioteca de la Mansión para participar en lo quiera que había hecho que todos realizaran una reunión familiar.

- Se olvidan de jugar con el perro – Murmuró molesto por toda la ignorancia que le entregaban cuando estaban ocupados en preparar su juego con los Bordeaux. Hizo una mueca triste y sacudió su cabeza mientras pasaba de largo por la habitación en la que estaban sus hermanos y salía sin más de la casa. Incluso el mayordomo se sorprendió al ver que no se molestaba en esperar a su carruaje, sólo bajó la gran escalinata y caminó por el terreno que rodeaba la Mansión. Hoy nada ni nadie lo separarían de lo que ansiaba. Iba a hundirse profundamente en el cálido y húmedo satén de algún humano, exprimiéndose hasta el punto de olvidar quién era y gritar de placer el nombre de alguien que olvidaría según saliera de la cama.



Una extraña pasión se mueve en mi cabeza.
Mi corazón se volvió un ave
en busca del cielo.
Cada parte de mi va en diferentes direcciones.
Te siento en todas partes.

Rumi


3 horas después En uno de los Burdeles de París …




Cuando sus pies se detuvieron en el interior del local, supo que había tomado la decisión correcta. El sonido del tintineo de las copas de los clientes, las carcajadas soltadas con descaro, con la evidente intención de llamar la atención de todos aquellos que estaban en la sala, las curvas de hombres y mujeres expuestas ante los ojos de todos aquellos interesados en comprar aquella deliciosa extensión de piel. Santo Dios, había entrado en un mundo tan decadente y lleno de erotismo, que podría bendecir al creador inteligente de aquella parcela infernal.

Una mujer de hermosos ojos azules se dirigió a él antes de que su mirada curiosa siguiese las “actividades” que habían comenzado en aquel lugar. Por los sutiles y, no tan sutiles, movimientos que realizaban algunas personas, era evidente que muchos de ellos habían comenzado la diversión antes de tiempo. Todo su cuerpo se relajó, calentándose con la sangre que había robado a un hombre antes de llegar al Burdel. Sabía que mezclar sexo con la alimentación, no siempre iba bien y él quería tener la posibilidad de repetir la experiencia tantas veces como quisiera.

- Monsieur soy tan afortunada de volverlo a tener en mi casa.- Las manos de la dueña del burdel le recorrieron el pecho, parándose de forma deliberada en el último botón del mismo, justo debajo de su ombligo. Su pequeña boca rosada, manchada de algún tipo de maquillaje que resaltaba cada pétalo de sus labios, se entreabrió para otorgarle un gemido tan real como el aroma a la excitación que había comenzado a humedecer su sexo. No pudo evitar sonreír, sabiendo que ella estaba recordando su visita anterior y todo lo que había ocurrido en su despacho.

- Querida – Le susurró tomando la mano de la mujer y besando su muñeca sin separar sus ojos de los de ella. La forma en la que esas esferas azules se ampliaron por su toque, sólo le hizo sonreír contra su piel. – Tan excitante como siempre. – Una mentira soltada sólo para alzar su deseo. En realidad él prefería las pieles limpias de todo maquillaje, perfume o crema. Por eso a veces los amantes masculinos le eran más gratificantes. Podía beber su aroma, el cambio que sufría su cuerpo cuando el orgasmo les manchaba el estómago y se fundía con sus manos ansiosas por estimularlo una y otra vez.

- ¿Deseabas algo similar a la vez anterior?- La sonrisa de la mujer lo hizo estremecer de anticipación. Podía jurar que ella susurró un “sí”, aunque no se molestó en preguntárselo mientras se inclinaba sobre ella y le daba un suave beso en los labios antes de agarrarla de la cintura y atraerla contra él. Disfrutó del peso de sus senos contra su pecho, el temblor que la recorrió cuando se separó de ella dejándole un mordisco en el labio inferior, fue suficiente para enardecerlo y hacerle repetir lo que habían hecho antes.

- Hoy quiero algo especial.- Le susurró guiñándole el ojo. – No me importa quién, sólo deseo una gran cama y una habitación separada de las demás. No escatimes en el número de jóvenes, quiero sentirme envuelto en manos.- Le besó la comisura de sus labios y le recorrió la cadera con sus dedos, haciendo que sus uñas arañaran el material de su corpiño. La tela se abrió bajo sus manos, creando una pequeña apertura en él que le permitía respirar mejor a aquella mujer. Nunca entendería el por qué se asfixiaban dentro de aquella apretada prenda. Pero él no se quejaba, sabía cómo cualquier otro, que una mujer sin aire, resollando por poder inspirar con desesperación antes de llegar al orgasmo era una de las visiones más increíbles que había visto en su cama. Una tortura masoquista llena de entrega por el comprador que sabía dónde tocar.

- Sígueme.- Le dijo mientras se relamía los labios con un movimiento poco elegante. Eso era lo que le gustaba de esa mujer. A pesar de ser una fría calculadora que imponía precios elevados por todo, sabía cómo disfrutar del placer, independientemente de qué pidieras ella siempre estaba dispuesta a dártelo. Y si eras de su interés, procedía a participar.

La mujer lo llevó hasta un trío que parecía estar divirtiéndose. Sus ojos recorrieron a la mujer rubia que parecía sonreír al hombre que aferraba a su amiga. El gesto tan vulgar y pasional del hombre, aferrando las caderas de la morena, le creó una curiosidad insana sobre el grado de fuerza que tendría dentro de la cama. Sus ojos lo recorrieron con especulación, comenzando a imaginarlo desnudo debajo de él. Tenía justo lo que él necesitaba; un cuerpo con un aroma atrayente manchado por la inconfundible fragancia del sexo, de ése que te estremecía por lo sucio y duro que podía llegar a ser, una sonrisa capaz de doblarte las piernas y un trasero alzado con tanta arrogancia que sus manos picaban por aferrarse a él y darle dos besos como saludo.

- Marie, ¿podrías conseguir varios interesados en compartir la suite rouge con nuestro querido caballero?- Le preguntó la dueña a la rubia, ganándose una mirada que bien podría llevar el sello de la moneda francesa en ellos. Él sabía que la suite rouge era sólo un privilegio para los hombres más ricos de la ciudad, cualquier cortesana haría lo que fuera por atrapar a alguien que con suerte las dejara embarazadas y las mantuviera de por vida.

- No me gustaría importunar al caballero.- Los ojos de Brönte se centraron en los de aquel hombre que le hacía estremecer. Algo en él, en sus ojos o en el tono de su aura idéntica a la suya, despertaba su instinto de conquistador. Lo quería. Debajo de él. Llorando de placer. Le dio una de sus sonrisas de conquistador.- Si lo desea, podemos compartir a las mujeres, yo elegiré dos más. No suelo ser tan egoísta como para arrebatar los juguetes a los demás. – No, pensó, él era lo suficientemente malicioso como para darle varios juguetes al hombre para conseguir atraerlo y después, cuando menos lo esperase, hacerlo suplicar por él y solamente por él.


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Mensaje por Vincent de Bordeaux Sáb Oct 25, 2014 10:07 pm

Here comes the woman
With the look in her eye
Raised on leather
With flesh on her mind



Disfrutaba de las curvas suaves y provocadoras del cuerpo de la prostituta de cabellera oscura, las cuales avivaban un conocido y anhelado hormigueo en su mano, cuando sintió que alguien se les aproximaba. Dos aromas mezclados, una humana que sin lugar a dudas residía en aquel antro de perdición, y un inmortal. Los sentimientos surgieron en su interior aunque no exteriorizó nada en absoluto. Por un lado sintió curiosidad por tan inusual acercamiento en tan inusitado lugar, por otro cólera por sentir violentado su espacio y amenazado su territorio. No se dignó a reparar visualmente en los intrusos hasta que la mujer ordenó algo a una de sus dos nuevas presas. Levantó una ceja y lanzó a la mujer, seguramente la dueña del burdel, una mirada entre displicente y burlona. La orden para Marie, la rubia de ojos encantadores, era la confirmación de que aquella intromisión terminaría fastidiándole. Algo de lo dicho por la dueña debía ser una señal poderosa pues la rubia, de inmediato, se encendió como una antorcha. Maldito fuera si permitía que un desconocido, fuera inmortal o no, le arrebatase lo que deseaba sin chistar.

Se encontraba a punto de lanzar un comentario ácido cuando el otro vampiro intervino. Fue entonces cuando le miró. Se trataba de un inmortal atractivo, como casi todos los no muertos, con ojos impactantes y un porte que destilaba riqueza y elegancia. Su pulcra y perfecta vestimenta chocaba un poco con las costumbres parisinas, pero no por eso se podía tildar, en lo absoluto, de inadecuada o falta de gusto o estética. Las palabras del vampiro desconcertaron un poco a Vincent, quien ya se preparaba para un duelo de egos por el botín. Y no es que aquellas féminas fuesen tan atractivas como para dar inicio a una confrontación por ellas, se trataba más de un tema de principios y de territorialidad. Vincent las había visto y escogido primero, por lo tanto eran suyas y de nadie más, tan simple como eso. Después de que él terminara con ellas cualquiera podría tenerlas pero no antes. Sin embargo ese impulso se vio aquietado al escuchar las palabras del vampiro, al sentir sobre sí su curiosa mirada, una que no podía llegar a discernir del todo, y al ver una sonrisa tan encantadora como insinuante.

– Me alegra escucharlo signore, pues no soy un hombre proclive a compartir lo que es mío – contestó queriendo dejar en claro su posición. Sin embargo mientras hablaba pensaba en la propuesta lanzada. A pesar de su extensa experiencia nunca había hecho algo como aquello. No se trataba de vergüenza, un sentimiento casi olvidado por el descarado vampiro, después de todo la felación que acababan de hacerle había ocurrido prácticamente a la vista de todos en el lugar, y no podía siquiera recordar la cantidad de veces que habían participado en encuentros carnales en sitios públicos. Sin embargo, algo en la propuesta le parecía demasiado personal, demasiado íntimo. Sus encuentros se habían limitado a las féminas y, aunque consideraba poseer una mente lo suficientemente abierta como para observar y aceptar la belleza masculina, nunca, en todos sus años como mortal o inmortal, había estado con otro macho. – Pero eso no es lo que propone – su lado lujurioso e irracional salía en defensa de la novedad, tratando de auto-convencerlo de aceptar. Observó a las prostitutas a su lado, las dos parecían emocionadas y para nada pensativas o inseguras ante la idea de una posible orgía. Tal vez se debiese más a la paga que obtendrían por ello, por supuesto, pero su predisposición pesaba sobre la confusión de Vincent.

La tentación por probar algo nuevo se removía en sus entrañas, poniéndolo inquieto y haciéndolo dudar sobre su tajante decisión de no compartir. Además algo en aquel inmortal le atraía, como una mosca a una flama. Repasó su labio inferior con el pulgar mientras se debatía entre tomar lo que era suyo y simplemente alejarse o aceptar. –… aunque podría llegar a considerarlo si, como usted lo propone, nos encontramos en igualdad de condiciones – en definitiva la curiosidad salió victoriosa y ahora solo quedaba la excitación por la anticipación de lo que ocurriría en las siguientes horas. Repasó con los ojos al desconocido, midiéndolo mentalmente y especulando sobre sus opciones si las cosas se salían de control. Finalmente llegó a la conclusión de que podría enfrentarlo en caso de ser necesario. Además, al parecer, el inmortal se encontraba más enfocado en el placer sexual que en las emociones generadas por un encuentro de carácter bélico ¿Por qué seguía titubeando cuando la decisión ya había sido tomada? Perdía el tiempo y eso estaba en franca oposición con su filosofía y estilo de vida, o no-vida.

– Adelante signore, le invito a que seleccione usted a “les demoiselles” que completaran el grupo – le instó, dando por cerrado el trato y ofreciéndole una sonrisa de franca picardía antes de acercársele – pero si me permite aconsejarle me parece que la pelirroja que se encuentra cerca del bar podría ser una excelente primera opción – le susurró al oído a la par que señalaba a una mujer de roja cabellera y tan menuda que bien podría pasar por una pequeña de 13 o 14 años. Ignoraba si ese era el caso y, en realidad, tampoco le importaba. Se trataba de un detalle sin relevancia pues, dado el lugar en el que se encontraban, seguramente se trataría de un alma y cuerpo curtido en el arte del placer incluso aunque hubiese acertado con la edad. – Entonces, signorine ¿cuál de ustedes me informará sobre la suite rouge? – preguntó alternando la mirada entre la rubia y la morena pero ignorando por completo a la dueña del local quien todavía se encontraba presente. Su ego no podía olvidar el hecho de que la mujer le había desairado sin contemplación al acercarse y otorgarle una tarea a una de “sus” chicas sin siquiera tener la precaución primero de averiguar quién era él y cuánto dinero traía en sus bolsillos.


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Mensaje por Brönte d'Auxerre Lun Dic 08, 2014 8:05 pm

“La sensualidad no está en el beso apasionado ni en la caricia íntima, nace unos segundos antes con un silencio o una mirada.”
Paloma Cobollo.

Mientras la dueña del burdel hablaba, notaba como un calor desconocido se centraba en el interior de su estómago, quemándolo ante la cercanía de aquel extraño. Una rabia que le calentaba la sangre hasta el punto de no saber si lanzarse contra él o solamente esperar a tenerlo en su cama, junto  a las prostitutas, para poder penetrar aquella piel bronceada con sus colmillos. Una loca y absurda necesidad de dominarlo y humillarlo nació en él, como si de todos los hombres con los que podría pasar aquella noche, solo él prometiera esa diversión oscura que su alma necesitaba.

La voz del hombre le hizo cerrar los ojos durante unos segundos para evitar caminar hacia él y apretarlo contra su pecho para morderlo con dureza. Su voz provocaba lo más salvaje en él, le despertaba un instinto animal. Ahora sí que no escaparía de él, no importaba cómo fuera, sería suyo. Sólo tenía que descubrir cuál era su punto débil. Esa voz grave y arrogante sería hermosa cuando gritase su nombre. Seguro que su barba rasparía su piel, provocándole un hormigueo en su estómago cuando descendiera sobre su estómago. Su imaginación fue tan vívida que se estremeció de pies a cabeza. Cuando abrió los ojos, su tono azul resplandecía con algo muy similar al hambre brillando en ellos.

- ¿Igualdad de condiciones?- Sonrió ante esas palabras, tuvo que morderse el labio y apartar sus ojos de él para no reírse. Él realmente no podía hablar enserio. Jamás estarían en igualdad de condiciones, porque él quería demasiado de aquel cuerpo que se movía y hablaba ante él. Quería su arrogancia desaparecer, quebrar la barrera de seguridad que portaba. Ansiaba ver sus lágrimas sangrientas rodar por sus mejillas mientras lo poseía. ¿ Realmente eran iguales?. No. Eran la noche y el día. El desconocido era la despreocupación personificada y él, la locura hecha carne. Eran dos hombres destinados a chocar entre ellos con fuerza, y dios sabía cómo lo ansiaba. Realmente necesitaba esa confrontación. Ahora.

Dio dos pasos hacia él, aprovechándose para cerrar la distancia que había entre ambos para tomarlo del brazo e ignorar el calambre que sacudió su cuerpo por aquel toque tan efímero. Lo guió lejos de las mujeres y bajó su voz para que sólo él pudiera escucharlo.

- Creo que tendrá que explicarme a qué se refiere con “igualdad de condiciones”.- Le dio una ensayada mirada inocente y luego apartó la mirada con cierta vergüenza, haciéndose una criatura dulce para que el otro se sintiera el más fuerte y experimentado de los dos. Al fin el tener amistades con las prostitutas servía de algo, ellas le habían enseñado todo lo que necesitaba de los cuerpos humanos y de las relaciones con los demás. Nadie sabía mejor cómo calentar un ego y una cama que alguien que se dedicaba a vender fantasías a los hombres todas las noches a cambio de unas monedas.

- No estoy en contra de involucrar a la pelirroja, es más, seguiré su consejo y la tomaré junto con una morena traída de las tierras más desiertas del Sáhara. – Miró hacia atrás y señaló a la pelirroja y a la mujer de la que estaba hablando para que fueran preparándose en la habitación antes de entrar. Después volvió a mirar a Vincent y le ofreció una sonrisa llena de todo su encanto demoniaco, así como una mirada azulada llena de una inocencia conquistable.



- Pero no sé si usted lo sabe, yo pierdo la timidez dentro de la cama. Me concentro tanto en mis amantes, que todo lo que sucede a mi alrededor desaparece-  Su voz se volvió más baja y seductora, mientras sus dedos recorrían el brazo del vampiro para colocarse en el centro de su espalda y guiarlo lejos de los demás, dejando una caricia sobre su piel escondida en un gesto fraternal.  – Uso todo mi cuerpo para asegurarme de que recibo tanto placer como ansío, llevando al límite a mis parejas.- Sus ojos lo miraron directamente, buscando que sus palabras penetraran en él con la misma fuerza que en una doncella virgen. Necesitando que imaginara todo lo que podría darle si él fuera una de las prostitutas. – Ansío penetrar el interior de su cuerpo con la misma intensidad que un veneno en el riego sanguíneo. Lo quiero todo, sus gemidos, sus gritos, sus lágrimas y su sangre. –


Deslizó la mano de su espalda, dejando que sus dedos rozasen todo el recorrido hasta llegar a su cinturón y caer sin vida de regreso a su cuerpo, chocando con una de las piernas de vincent y después con la suya propia, mientras su mirada y sus palabras hacían todo el trabajo.

- ¿Usted es igual?. De lo contrario no creo que haya igualdad entre ambos, si es eso lo que se refiere que desea hacer con ellas. – Le dio una mirada hambrienta a sus labios, imaginando lo que haría con ellos.  Sonrió mientras le rozaba con uno de sus dedos el labio para quitarle un brillo que sin duda pertenecía a alguna de las prostitutas. – Disculpe, la purpurina me estaba distrayendo. – Rió y se encogió de hombros con inocencia.


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Mensaje por Vincent de Bordeaux Jue Ene 08, 2015 10:27 pm

Tan sorpresivo como imprevisto resultó el agarre del inmortal, que Vincent solo pudo dejarse guiar por el mismo. Sus brazos se encontraban unidos mientras el otro le alejaba de las emocionadas prostitutas. Todo en aquel encuentro resultaba inusual por lo que era poco viable aplicar las medidas convencionalmente usadas para delimitar el comportamiento ante un extraño. Ninguno de los dos tenía conocimiento acerca del otro, ni hablar ya de la confianza necesaria entre dos seres antes de poder actuar con tanta familiaridad. Pero ¿acaso no planeaban compartir un encuentro carnal en contados minutos? ¿Por qué tendría que ser diferente su comportamiento al que la aplicaría a otro cuerpo destinado a darle placer? El inmortal debatía estas cuestiones en su interior mientras el otro le urgía a explicar sus palabras antes de adoptar una postura que, a los ojos de Vincent, representaba sumisión. Sonrió, entre consternado y confuso, pero también levemente satisfecho, ante el comportamiento de un ser que aventajaba por mucho en poder a los humanos presentes y que igualaba, muy seguramente, el suyo propio. – Sencillo, usted tiene lo suyo y yo lo mío. No arrebate mis “juguetes” y yo no tomaré los suyos, aunque eso no implica, por supuesto, que no podamos compartir siempre y cuando sea de manera consensuada – intentó explicarse, curioso porque no fuese obvio para el otro ¿Qué era lo pensaba al respecto? ¿En qué otro sentido podrían encontrarse en igualdad de condiciones?

Resultaba un poco chocante la aparente inocencia y dulzura para un individuo que, según pudo deducir Vincent, solía visitar el lugar en el que se encontraban, pero le restó importancia dado que no le molestaba, en lo más mínimo, ser quien tomase el control. – No reniego por sus gustos – comentó observando de arriba abajo a la morena que completaría el grupo – pues me parece que le dará el toque exótico perfecto a nuestro pequeño aquelarre– . Las angustias y tribulaciones que le habían atormentado parecían evaporarse a través de su piel mientras su cuerpo se preparaba para lo que, a todas luces, sería una noche memorable. Las dos mujeres recién convocadas se apresuraron a tomar la delantera, desapareciendo por la escalera ubicada en uno de los extremos del lugar, mientras Vincent escuchaba nuevamente. – ¡Oh! Así que admite ser tímido fuera de la intimidad del lecho – bromeó para luego cerrar la boca. Aquello sí que no podía ignorarlo. Miró con fijeza al extraño. No es que sus palabras carecieran de sentido, pero resultaban poco oportunas e, incluso, sugerentes.

Nuevamente cedió ante su toque, dejándose guiar sin chistar. – Le mentiría si le digo que busco algo diferente – contestó antes de colocar un poco de espacio entre los dos cuerpos, sintiéndose incomodo con la cercanía e intimidad que de pronto habían adquirido – Es otra forma de interpretar mi petición comentó mirando al horizonte y recuperando la confianza… y perdiéndose la mirada que el inmortal le dedicó a sus labios - Supongo que no tendremos inconvenientes – concluyó sonriendo juguetonamente y relajándose al suponer que comprendía. Para él la igual de condiciones se refería a su instinto de territorialidad, a no permitir que otro le arrebate lo que era suyo. El desconocido, por el contrario, se refería a lo que buscaban como objetivo final ¿habría interpretado bien? Entonces un nuevo acercamiento volvió a inquietarlo. Miró inquisitivamente al inmortal antes de repasar sus labios con el revés de la mano. Si no fuera por esa maldita inocencia, la cual empezaba a intuir era fingida, se habría desecho de su presencia de inmediato ¿Por qué no lo hacía? ¿Qué era lo que esperaba? Frunció el ceño un segundo para después lanzarle una mirada de advertencia a su acompañante. – Se distrae usted con facilidad – comentó en un tono frío.

– Si desean ustedes seguirme – interrumpió una voz. Las dos mujeres, las primeras en las que se había fijado Vincent, se encontraban esperándoles para acompañarles hasta su destino. Una mano femenina se posó con suavidad sobre el pecho del vampiro para luego adelantar un lento recorrido hasta su bajo vientre. La mano terminó aferrándole con la intensidad suficiente como para que el deseo ardiera nuevamente en el interior del inmortal y haciéndole olvidar el desasosiego sentido segundos antes. La otra chica, la rubia, se aferró al otro cuerpo inmortal. La mirada de ambas variaba entre la lujuria y la codicia. – Adelante signorina la alentó pasando su brazo por el derredor de la estrecha cintura. Decidió dejar atrás la pequeña escena y entregarse a las delicias que le esperaban. Así, dejándose guiar por el cuerpo que tenía firmemente unido al suyo, avanzó entre mesas y cuerpos hasta el inicio de la escalera por la cual habían desaparecido las otras dos prostitutas. En ese punto se giró, buscando con sus ojos a la otra pareja – Por cierto, soy Vincent – se presentó deteniendo su avance el tiempo necesario para que el inmortal le devolvería la cortesía. Se estaba cansando de pensar en él como un “otro”. Prefería poder contar con un nombre al cual anclarlo.

Al llegar a la segunda planta Vincent soltó a su presa y, dándole una suave pero firme palmada en el trasero, la mandó a que encabezara la comitiva. Siguieron un corredor franqueado por puertas cerradas hasta detenerse en la última, al final del mismo. La morena avanzaba contoneando con exagerados movimientos sus bien formadas caderas, sabedora de los ojos que sobre ella se posaban – La suite rouge- anunció al fin abriendo la puerta y cediendo el paso a todos los que la seguían. El vampiro se encontró entonces en una habitación espaciosa y recargadamente adornada, con el rojo como color predominante. Una enorme cama con dosel, ubicada en la mitad de la habitación, era el centro de atención. Una seda roja escurría fluidamente por las barandas en madera que se elevaban, dando continuidad a las patas del mueble hasta casi alcanzar el techo. La tela que constituía la sabana del lecho y las cortinas de las ventanas perpetuaba el mismo tono de rojo. En el piso una alfombra abullonada de tonos dorados daba contraste. En uno de los extremos una mesa solitaria sostenía un intrincado candelabro en hierro, mientras en el otro reposaba una bañera en cobre que, por lo pronto, se encontraba desocupada. En todo el recinto se podían observar figuras y grabados obscenos, muy apropiados teniendo en cuenta su propósito.

Sobre la cama les esperaban la morena exótica y la joven pelirroja, las dos bastante ligeras de ropas. La morena recorría con sus manos los pequeños senos de la pelirroja mientras se humedecía los labios con la lengua. - ¡Ah! parece que han empezado sin nosotros – mientras avanzaba el inmortal soltaba con lentitud los botones del frente de la fina camisa que llevaba encima esa noche. - ¿Se encuentra usted complacido con las elecciones para la velada? – cuestionó a su acompañante despojándose de la camisa y exponiendo su torso desnudo. En su interior la hoguera tomaba fuerza, anhelando sexo, anhelando sangre y la liberación que sabía habría de traerle la única paz de necesitaba.


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Mensaje por Brönte d'Auxerre Jue Abr 02, 2015 2:17 am

Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios.
Un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.




El tono frío de su voz al hablarle le hizo estremecer ligeramente, casi de forma imperceptible, haciendo que el deseo de recorrer su cuerpo con sus dientes se hiciera insoportable. Le costaba un esfuerzo sobre-vampírico el no ceder al impulso que le consumía lentamente y lanzarse a sus brazos, buscando la yugular con sus labios antes de morderlo tan fuerte como pudiese. Todo en él le gritaba que lo hiciera, que lo marcara. Destrozarlo, convertirlo en miles de piezas imposibles de volver a encajar de nuevo en aquella apuesta figura.

Pero en cambio solo sonrió y asintió a todas sus palabras, siguiéndolo con docilidad, para poder tener su espalda ante sus ojos. Era tan fácil manipularlo cuando estaba centrado en las mujeres, que era adorable. Como un enorme niño que sólo tenía en mente el hundirse en cuerpos húmedos y anónimos. Algunos podían confundir sus motivos y considerar que eran iguales, ya que tanto él como aquel vampiro parecían frecuentar burdeles tantas veces como fuesen necesarias para poder quitarse el hambre que tenían. Pero lo cierto era que ambos eran sumamente distintos. Vincent era un lujurioso, cosa que respetaba, ya que él tenía muchas cualidades que podían superar aquella pequeña carencia. Pero él, era un ser necesitado de afecto. Un drogadicto del amor. Cuanto más doloroso mejor, así permitía hundirse profundamente en él, impidiéndole escapar.

- Brönte - Contestó con simplicidad a su presentación, su mente se había desviado ligeramente de su propósito de conquista, centrándose en su penoso intento de encontrar aquello que sabía que no iba a obtener en aquel lugar. Miro el brazo con el que Vincent rodeaba a la prostituta y supo que él quería eso. Tener algo cálido a su alrededor, fundiéndose contra él, no por dinero o su sangre. Ni siquiera por los lazos familiares. Sino porque le fuera totalmente imposible el resistirse a tocarle.

Las manos pequeñas de una mujer le rodearon la cintura desde detrás, pegándose contra su espalda para seguirlo a la habitación a la que se dirigían mientras comenzaban a ascender por la escalera que los llevaba directos al placer. Sonrió y miró como sus dedos comenzaban a deshacerse de la camisa, liberándola antes de que la mujer que acompañaba a Vincent anunciase la habitación.

A penas tuvo tiempo de ver la puerta, ya que su acompañante femenina, conociendo ya sus gustos, tiró rápidamente de su camisa, sacándola fuera de sus pantalones para después recorrerle la piel del pecho, ascendiendo con fiereza sobre sus pezones sacándole un gemido. Su risa le provocó una sonrisa, rompiendo su felicidad con una carcajada al notar como ella gruñía al llegar a sus hombros y tirar con la fuerza suficiente como para dejarle expuesta su espalda y pecho, quitándole la camisa que ya había abierto, con el chaleco y la chaqueta. Pura eficiencia unida a una larga experiencia.

Le quitó su ropa a la mujer y la atrajo contra él para besarla y levantarla como si nada, cargándola hasta la habitación. Cerrando la puerta de una patada antes de apoyar la espalda de la mujer contra la misma. Sus dedos delgados y humanos le recorrieron el pelo, tirando de él con desesperación, mientras se retorcía contra él, uniendo sus piernas detrás de la espalda. Ambos se devoraban los labios, comiéndose a base de besos húmedos, largos y profundos.

- ¿ Complacido? – Respondió cuando escuchó a Vincent hablando, separándose de la mujer lo suficiente como para mirarlo y hablarle. Tiró con fuerza la ropa de la mujer, desgarrando el vestido para dejar su corsé al descubierto y sus pechos agitados meneándose dentro de aquella apretada tela, dándole una imagen deliciosa a Vincent.

- Te responderé cuando terminemos. – Miró a la mujer y tiró de su pelo con firmeza para poder exponer su cuello, dejando que el otro vampiro viese como rozaba sus dientes contra su piel. – Cuando terminemos una y otra, y otra vez. – Dijo con diversión cortando los agarres del corsé con sus uñas afiladas, liberando sus pechos para comenzar la primera de muchas comidas.


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