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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Miér Jun 04, 2014 1:08 am

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You'll be my Sun & I'll be your Moon


Esa noche quiso alejarse de París. Quería estar lejos de todos aquellos mortales presuntuosos e ignorantes, lejos de aquella peste que teñía día y noche la ciudad y, por supuesto, lejos de aquellos laberintos de adoquín que nada sorpresivo tenían para ella. Cada noche era suficientemente extensa para recorrer los mismos caminos y observar los mismos edificios una y otra vez, cada noche con una historia diferente. Tantas cosas había vivido en Francia y ninguna de ellas le había dejado un buen sabor de boca, de manera que sus intenciones de continuar ahí eran nulas. Sin embargo algo le detenía. La efímera felicidad de encontrar a su hijo le hizo prometer que permanecería un tiempo a su lado, que no se marcharía tan pronto como antaño y que mucho menos se ausentaría por mucho tiempo en caso de hacerlo. Gabrielle sabía que si ella abandonaba Francia esa misma noche ya no volvería a colocar un pie ahí, ni siquiera para volver a ver a Lestat.

Sus ojos se abrieron a la par, perezosos e indispuestos a continuar captando imágenes. De un movimiento apartó por completo la tapa del ataúd y permaneció recostada en él, observando con suma aversión cada detalle de la habitación. Los querubines regordetes pintados por todo el techo, mirando a todos lados con sus pequeños y fastidiosos ojitos, los excesivos detalles dorados en las paredes, el horrible bordado de las cortinas, así como ese maldito olor a cera. Aborrecía cada detalle de ese lugar, todo tan excesivamente adornado. Se incorporó con lentitud, acomodando su cabello detrás de sus orejas, y entonces se dio cuenta de lo fastidiada que estaba. No tenía la paciencia para seguir conteniendo toda la frustración que sentía al ser incapaz de disfrutar París como cuando no la conocía. Su vista volvió a repasar las finas paredes de la habitación hasta detenerse sobre el amplio espejo que adornaba la parte superior de la chimenea y en un arrebato de furia, estrelló su puño contra el vidrio, haciendo que el espejo fragmentado hiriera sus blanquecinas manos. La sangre comenzó a brotar en grandes cantidades desde su puño y el cuerpo de la italiana comenzó a doblarse a causa de la pérdida del líquido carmesí. Un alarido se escapó de sus labios, pero no fue de dolor, sino de frustración. En ese momento, Gabrielle se estaba entregando a la locura, estaba entregándose a la desesperación.

Comenzó a golpear todo lo que tuviera enfrente y a arrojar todos los objetos que se cruzaran por su vista, jarrones, cuadros, candelabros, incluso la tapa de su ataúd. Las pequeñas flamas de las velas que habían caído sobre los finos tapetes se habían convertido ya en grandes llamaradas de fuego, las cuales consumían lentamente todo lo que la rubia iba arrojando. Sin embargo, estando a punto de arrojarse a las abrazadoras llamas, una corriente de aire fresco entró de lleno por la ventana, envolviendo su grácil cuerpo completamente y apartando por un segundo el fuego. Se giró en dirección a la ventana, con la mirada totalmente conquistada por la frescura del viento, y se aproximó hasta ella, como en medio de un sopor que le hacía caminar por inercia. Apoyó ambas manos sobre el alféizar y contempló desde ahí la majestuosa luz de la luna llena. Y en medio de un frenético intento por darle alcance saltó desde su ventana, corriendo a toda velocidad sobre los techos de París hasta que ya no hubo más edificios. Sin embargo no se detuvo. Sus pies la llevaron a internarse en el bosque que delimitaba la ciudad, evadiendo ágilmente cada árbol que se le atravesaba en el camino, en otras ocasiones dando pequeños brincos para no tropezar con las raíces. Se detuvo en seco cuando llegó a un claro, en el cual todo era bañado por la luz azulosa de la luna y ahí mismo, en medio de esa pequeña área sin árboles, se dejó caer sobre el suelo, sin hacer nada más que contemplar con sus ojos violáceos el hermoso satélite.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Vie Jun 06, 2014 6:21 pm

Reims era una pequeña ciudad de apenas treinta mil habitantes la primera vez que puse un pie en ella. No fui de paseo, ni como visitante, si no con el único deseo de escapar un tiempo del aire nocivo de París. El tiempo que estimé, estaría afuera, se cumplió rápidamente y los dos días pasaron sin que me diera cuenta apenas. Viajé de día, tomando el carruaje alquilado en la madrugada y cerca de la avenida. El tiempo que llevaba solo, me había enseñado que un hombre haría cualquier cosa y no preguntaría nada si iba involucrado de por medio una buen suma de dinero. El cochero siguió mis indicaciones al pie de la letra, y le prometí otra jugosa suma si se ahorraba las preguntas y se encargaba solo de cumplir mis deseos. El resultado fue satisfactorio para ambos. El cochero recibió suficiente dinero para no tener que trabajar por un tiempo y yo arribé a Reims temprano esa misma noche y sin remordimiento de haber cegado la vida de un hombre trabajador. Mi deseo se había cumplido y la ciudad pronto me embriagó con un ritmo de vida menos agitado que el de la capital.

Tenía lo que estaba buscando y caminé y caminé sin fatigarme por sus calles, pase por la Catedral varias veces y en todas ellas me sentí tentado de entrar, pero al final, la tentación murió ahogada por mis demonios que elevaron mis dudas a la superficie y trajeron a mi memoria mis miedos. Pero el aire me purificó los pulmones y refrescó la cabeza y al mismo tiempo me hizo darme cuenta que era imposible para mí marcharme de París  por ahora. Reconocí que mi tiempo establecido allí no había terminado. Aún tenía mi pequeño cuarto en el aglomerado esperándome. Ese sitio era mi refugio y era lo único en lo que confiaba. El ladrillo no puede mentirte aunque con el paso del tiempo puede traicionarte.
La luna se elevó en el cielo y en cierto momento de mi largo paseo, encontré alojamiento en una pequeña habitación de hotel que acondicioné rápidamente para pasar el día. No había tomado en cuenta mi estancia durante el día. Ese fue uno de los motivos por los que me devolví antes de lo deseado a Paris. El otro motivo, bien podría ser un simple sentimiento, una premoción, o una necesidad.

No me quedé en la habitación; deseaba caminar más y más, tanto que me costará regresar a la habitación al amanecer. Retomé las calles principales y poco  después me fui por las secundarias; cerca de la madrugada me sumergí en el éxtasis de sangre gracias a algún borracho que inesperadamente cayo de un primer piso y se rompió el cuello. Volví a la habitación con la sensación deseada en el cuerpo y me hundí en un agotamiento físico que me arrastró al sueño diurno con facilidad.
La siguiente noche hice exactamente lo mismo, solo que está vez prepare mi regreso a París usando de nuevo indicaciones estrictas; volví antes para estar listo para mi regreso. Me dejé ver por recepción y anuncié que descansaría un rato pero que me despertaran para cuando llegara el cochero. Reacomodé la habitación y me tumbe en la cama y sin desearlo debí de haberme quedado dormido por qué unos golpes en la puerta me hicieron despertar con brusquedad.

Baje, arreglándome el abrigo sobre mi ropa y componiendo mi cabello. No fue una actuación, pero me sirvió para dejar fuera las sospechas. Pagué mi cuarto y salí a recibir las disculpas del cochero. Estaba solamente veinte minutos retrasado y la culpa era de su hija que había entrado en labor de parto. Le dije que sí hacía bien lo que restaba del trabajo le daría una suma extra por ese gran acontecimiento. El sol me empezaba a irritar cuando por fin me acomodé en el carruaje y este partió. Aún era noche cerrada pero mi sensibilidad a la aproximación del sol siempre era prematura.
Desperté a la noche siguiente, con el silencio del bosque envolviéndome. Aún lejos de París pero cada vez más cerca, decidí dejar que el tiempo pasara, mientras me preguntaba cómo es que recibiría este nuevo encuentro con la ciudad. No deseaba unirme a las personas en un paseo nocturno, ni deseaba ir al teatro. Solo ansiaba mi diminuta habitación y mis comprensivos libros no llenos siempre de respuestas, pero si de incógnitas fascinantes.

El tiempo paso, efímero para mí y en aquel silencio apareció de pronto algo más, un ruido, algún sonido crepitante que me desconcertó. Reconocía ese sonido, por lo que me alarmé. Me precipité a la puerta y me asomé por la ventana y en ese instante pude observar dos cosas. Al fondo, en el bosque oscuro, una figura que corría; una figura que yo conocía y que se movía más veloz que cualquier otra. Lo otro que observé, fue la gran columna de fuego y humo que se alzaba en París. Nos encontrábamos en los límites de la ciudad y sin comprender bien el motivo por lo que lo hacía, le ordené al cochero que se detuviera. Bajé de un salto enseguida y le entregué la cantidad de dinero acordada al cochero. Quédese en una posada y parta mañana. Es mi última petición. Observé como me miraba,  creyendo que debía de estar loco por quedarme allí.  Vaya, buen hombre. Yo debo quedarme aquí.
Me aparté de su vista sin hacer caso a sus réplicas, tomándome un momento para perderle y otro para encontrar el rastro de ella. Aún no comprendía que es lo que estaba haciendo cuando comencé a seguirla. Lo cierto es que no tenía nada que perder; nunca habría nadie que me esperara o que preguntara por mí. Estaba solo, pero podía ir a donde quisiera, y ahora, ahora iría donde ella. Fue difícil para mí el encontrarla, varias veces me encontré en el bosque sintiéndome un estúpido; al final me guíe por el olor a sangre que parecía provenir de ella. Descubrí que se había internado profundamente en el bosque y llegué a pensar que se había marchado, pero no me detuve; demasiado curioso para frenarme, desee poder dar con ella por el simple placer de no creerme un mediocre en seguir rastros. Mi perseverancia dio frutos. Pronto me encontré en un claro desconocido, con su figura tendida en el suelo de hierba, como un cadáver de hielo.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Dom Jun 08, 2014 12:14 am

Su mirada permaneció fija en el cielo nocturno, en la magnificencia de aquel firmamento perfecto e inalcanzable, hechizada en cuerpo y alma por aquella luz que sin dificultad alguna apaciguó su mente en cuestión de segundos. Escuchaba a la vez cada sonido que se producía melodioso en el bosque, la canción de los grillos, el sonido de las hojas al danzar con el viento y el sutil aleteo de las aves nocturnas. Todo un concierto para ella sola. Las estrellas tintineaban sólo para ella y para nadie más, pues nadie como la rubia las miraría de tal forma, nadie más las amaría como Gabrielle lo hacía.

Ningún pensamiento recorría su mente, ni siquiera la común disputa interna en la que buscaba no abandonar jamás el claro, simplemente permanecía inmóvil, tumbada en el piso sin nada más que deseara hacer. Su espesa cabellera se encontraba extendida alrededor de su cabeza, la cual descansaba sobre la tierra suelta y las hojas que hacía tiempo que yacían en el suelo, sus brazos completamente extendidos hacia los lados y sus piernas ligeramente separadas. Cualquiera que le viera ahí, solitaria y silenciosa, pensaría que se trata de un maniquí perfectamente esculpido, con finas y bellas facciones talladas en su rostro y con aquellos ojos filosos y vacíos con perfecto detalle, especialmente porque ningún músculo de ella se movía, salvo el ocasional y necesario parpadeo. La mirada violácea reflejaban la luz de la luna y la admiración los llenaba de vida, escondiendo por completo su naturaleza fría y hostil.

Entregada totalmente al sentimiento de tranquilidad que le había embargado desde que se dejó caer al suelo, sus ojos se cerraron con lentitud, ligeramente adormecidos, y su cabeza se giró levemente de modo que quedara recargada sobre las hojas secas. Su cuerpo comenzó a reflejar vida ante el sutil subir y bajar de su pecho al momento de respirar. Ya no parecía más una muñeca, sino simplemente una mujer que yacía recostada bajo la luz azul de la noche. Entonces recordó la noche de su muerte.

Estaba tan asustada, había abandonado Auvergne sabiendo que no tenía la posibilidad de volver a pisar aquel lugar, no a causa de su libertad, sino de la muerte. Lloró en silencio durante todo el camino, haciendo el mayor esfuerzo por contener cada lágrima hasta llegar a París. Deseaba prolongar su vida, sin embargo no era su intención continuar sintiéndose miserable, mucho menos seguir viviendo como un ave enjaulada, odiando siempre a su captor. Pero no había promesas para ella esa noche, no había nada que en ese momento pudiera cambiar su destino, de modo que las lágrimas comenzaron a resbalar por sus pálidas mejillas, pobremente enrojecidas con colorete. Y de igual manera, fuera de sus recuerdos, sus ojos, que en ese momento se encontraban cerrados, se anegaron en pequeñas cantidades de líquido carmesí, resbalando lentamente por la comisura de sus ojos.
Sin embargo, sus memorias se vieron prontamente interrumpidas por el sonido de unas lejanas pisadas que se dirigían indecisas hacia donde se encontraba Gabrielle, quien de inmediato removió las gotas de sangre con la manga de su camisa. Pudo escuchar los pensamientos de aquella criatura, que aparentemente le conocían, y eran tan nublados, tan tímidos como los de aquel vampiro que había conocido semanas atrás, pero no le reconoció en ese instante. Se incorporó, alzando con tranquilidad su espalda para quedar sentada sobre el césped y las hojas secas, para luego girar su cuerpo hacia donde la criatura se había detenido, dejando una de sus manos en el suelo como apoyo. Su cabello rubio contorneaba su rostro y caía con naturalidad sobre sus hombros, limpio sin ninguna ramita u hoja incrustada en él. “Acércate.” Dijo sin necesidad de mover sus labios. “Ven a mí, Louis.”, insistió manteniendo su mirada fija en él, con aquellos siniestros ojos azules.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Dom Jun 08, 2014 6:42 pm

Un mediocre por seguir rastros.” Al final, la mediocridad no tuvo nada que ver con esto. Yo la había encontrado, sí, pero en el momento en que divisé su imagen tumbada en el prado, recortada por la luz penetrante de la luna, me percaté que hubiera dado lo mismo si me hubiera ido a París a pie que el estar aquí contemplándola absorto. Estúpido de mí, sabiendo que no había nada que pudiera hacer por o para ella. Su figura me estancó allí, hechizado, escondido en las penumbras del follaje. Su imagen me causaba dolor; y su parecido con Lestat era tal que me hacía creer que se burlaba de mí nuevamente. Pero ella no era él y eso me alegraba, sin importarme lo mucho que se pareciera y lo mucho que doliera su parecido. El mundo que yo deseaba no llegaría nunca, por lo que este consuelo era suficiente por ahora.  

Desde lejos y detrás de mí, podía oler la madera y pintura, las telas y las alfombras quemándose todavía. Giré la cabeza y allí al fondo seguía el fuego, alto y fuerte, creando una nube densa de humo oscuro. Luego la miré de nuevo y su imagen inmóvil me pareció desesperante. De la nada pero arremetiendo desde mi interior, un fuerte deseo de golpearla me sacudió. Deseaba sacarla de su estupor cadavérico pero no por qué lo necesitara ella, sino por qué a mí me enfermaba sobremanera el verla así. Apenas y recordaba a la señora de alcurnia que conocí, la que acompañaba a Lestat noches atrás, cuando nos encontramos. De repente la vi moverse, con una sutileza propia de nuestra especie a la cual la inmovilidad no genera dolor alguno, fue un movimiento que a simple vista no hubiera sido descubierto por ningún humano, pero que a mí me provocó recelo. El cadáver que regresaba a la vida.  

El fuego y ella crearon una conexión en mi cerebro; puede que la hubieran creado desde antes, pero no la había escuchado hasta ahora. Yo no deseaba creer que ella tuviera que ver con eso, pero el olor que despedía su cuerpo no era solo el de la sangre, también olía a madera quemada y a las mismas telas que yo antes había olido a la distancia. Yo no la creía capaz de hacer eso y sin embargo, no tenía ningún derecho de decir eso, no cuando no la conocía. Darme cuenta de eso trajo las dudas a mí y me rehusé de seguir con esta paranoia. Retrocedí un paso con toda la intención de darle la espalda pero entonces, entonces la vi llorar. ¡Dios, por favor! ¿Es que los demonios no van a dejar nunca de acosarme? Lestat debió de apelar sobre mi falta de decisión y no sobre mi humanidad, quizás lo hubiera odiado menos entonces. Al parecer somos iguales; todos los que ha creado. El odio es el único sentimiento real en nuestras vidas.

Al darme la vuelta para dar un segundo intento a mi deseo de irme, sentí una punzada en las sienes que me provocaron dolor y miedo. El dolor se convirtió en un zumbido y el zumbido subió por mi frente y se incrustó en el cerebro. Entonces escuché su voz, hablándome directamente en la cabeza. Sus palabras eran suaves, amables, una invitación, pero hubiera preferido que me gritara en voz alta al soportar sus palabras amables dentro de mi cerebro. Pero yo salí como ella deseaba. Me giré de nuevo y caminé hasta descubrirme en claro y permitirle a ella verme totalmente. No sabía que decirle y lo que dijera no importaría. No pude evitar tocarme la sien y fruncir el ceño en un gesto doloroso. Avancé hasta ella y me detuve a poco menos de un metro de su lado; lentamente, liberé mi sien de la presión de mis dedos blancos, en cuanto el dolor se desvaneció.

- ¿Qué quieres de mí, Gabrielle? – Murmuré, sintiendo mi presencia allí incongruente una vez más. Comprendí que no debía de estar aquí, pero ya no me  arrepentía de haberla seguido. Era extraña aquella certeza pues tenía pocos segundos que mi segundo intento de escapar había quedado frustrado gracias a su voz. - ¿Para qué es lo que vine…? – Me dije a mi mismo, buscando aclararme. Entonces la vi y me hinque con una rodilla en el suelo, observando su piel blanca como la mía y siguiendo el rastro de sangre hasta su puño. La sangre, ya seca, olía maravillosamente bien. - ¿Era necesario que me llamarás de esa forma? Sabías que estaba aquí. Si me estimas lo necesario, no lo hagas de nuevo…. – Pedí en una forma no estricta. Sabía lo que había hecho y me preguntaba por qué Lestat nunca lo uso conmigo. Nunca pregunté sobre nuestros poderes, mi falta de curiosidad al respecto se debía a la total falta de cooperación de mi creador al respecto.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Miér Jun 11, 2014 6:02 pm

No demoró en darse cuenta de la identidad de quien le observaba y ciertamente el notar su indecisión le causó cierta aflicción, muy a pesar de que su humor no le permitiera tener la paciencia para ver a nadie en ese momento, ni siquiera para escuchar el más mínimo murmullo que proviniera de alguna criatura, así fuera humano o condenado. Evidentemente él resultó ser una inesperada y bien recibida excepción. Sabía perfectamente que toleraría aquella presencia suya por más fastidiada e indispuesta que estuviera, y que por nadie más habría sido capaz de interrumpir lo que habían sido largas horas de tranquilidad, las cuales compartiría con el vampiro bajo otras circunstancias.

Le contempló desde el momento en el que éste abandonó la oscuridad del bosque de la misma manera en que sus ojos se clavaron en él cuando le conoció. Era hermoso y Gabrielle quedó estúpidamente fascinada con cada detalle de su existencia, sus ojos, sus facciones, inclusive con sus pensamientos. Era algo que difícilmente podría explicarse, pero ella no lo intentaba, simplemente lo contemplaba deseosa de conocer todo acerca de él, deseosa de comprender qué le hacía tal como era, de cuál era la magia que le mantenía absorta. Su cuerpo entero era un imán para la curiosidad de Gabrielle. Pero, aun con toda aquella ansiedad que invadía su cuerpo cada vez que le miraba, sus ojos no reflejaban nada más que una seriedad espectral y su acostumbrado desinterés por las cosas. Era totalmente incapaz de demostrar aquella desesperación que sentía por conocerle, no podía simplemente acercarse y tocar con sus dedos la piel blanquecina del vampiro, ni mirarlo a los ojos sin sentir la imperiosa necesidad de invadir su mente, pues sabía que no era el modo de acercarse a alguien como Louis.

¿Qué quería de él? Nada. Un simple parpadeo fue su respuesta. No quería nada y al mismo tiempo lo deseaba todo. Ahora que le tenía ahí, que se marchara era lo último que necesitaba, no quería que Louis cuestionara su propia presencia en el bosque, al menos no habiendo interrumpido la tranquilidad de la italiana, pero el verle arrodillarse frente a ella le hizo ver que aquella no era su intención y que de momento permanecería a su lado. – No volveré a hacerlo, disculpa si te he lastimado. – Le aseguró mirándole a los ojos, abandonando finalmente la inexpresividad con la que le había recibido. Entonces se dio cuenta de algo más. Ella, que jamás tomaba en cuenta a nadie que no fuese ella misma o Lestat, sintió de súbito el miedo de dañarle, de ofenderlo o de hacer cualquier cosa que le provocara perderlo; incluso si no lo conocía, Gabrielle estaba dispuesta a controlar todo impulso a fin de no alejarlo.

Su mente abandonó un momento todos los pensamientos que se relacionaran con Louis para meditar acerca de la reacción que éste había tenido al momento en que ella depositó palabras en su mente.  Recordó sus últimos minutos como humana, la manera en la que se había comunicado con toda claridad con su hijo a través de puros pensamientos y cómo había cerrado su mente tan pronto se convirtiera en vampiro. ¿Le habría resultado doloroso si Lestat hubiera forzado su mente? Jamás tuvo esa clase de problemas mientras compartía pensamientos con Nicolás, ni mucho menos los tuvo cuando humana, entonces, ¿por qué Louis los tenía? ¿Por qué le había resultado doloroso a él? De cualquier manera, ahora que era consciente de ello, no volvería a intentar entrar a su mente.



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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Sáb Jun 14, 2014 10:02 pm

Nos encontrábamos en tierra de nadie, en un espacio que parecía sacado de otra dimensión; donde la línea de árboles se cortaba abruptamente, negándose a avanzar más allá de esa marca invisible que señalaba un límite que no comprendía. Estábamos en el lugar correcto, ella y yo, o al menos yo lo pensé así, al sentirme de pronto, identificado en aquel ambiente desolado, pero correcto.
Las hojas secas que pisaba al entrar al claro se quejaron bajo mi peso con crujidos dolientes que morían cuando daba el paso siguiente, el ruido me gustó. Quiero hacer ruido, todo el que pueda, mientras pueda hacerlo, más y más. Deseaba caminar, sintiendo un acceso de rebeldía contra mi condición, ignorando mi sed. Me moví un poco allí hincado y el sonido de las hojas secas bajo mi rodilla me dio una satisfactoria tranquilidad.

Estando allí, tan cerca de ella, pude apreciar con detenimiento, y algo de vergüenza al estarla observando fijamente, las facciones que Lestat compartía con Gabrielle. En nuestro primer encuentro carecí del tiempo para hacerlo; yo me encontraba mal aquella noche, incapaz de reaccionar como desearía y considerando mi propio estado al reencontrarme con el vampiro que más confuso, terrible y ansioso me hacía sentir, el único que conocía hasta esa noche. Conocerla fue para mí impactante, algo traumatizante y terrible, un crimen absoluto por parte de Lestat. Y también comprendí, puede que poco después o al mismo tiempo, lo mucho que él debió de amarla a ella para hacer esto y me hizo preguntarme si es debido al amor que él decidía transformar humanos en demonios. Desee preguntarle si era amor lo que había sentido por mi cuando me convirtió. Si en este acto inhumano y cruel podría haber amor, aunque fuera de trasfondo. Pero como muchas otras cosas, no pregunté. Observé los ojos azules de Gabrielle y su cabello rubio, que me recordaba mucho a Lestat y entonces me separé, solo para sentarse a su lado, entre más satisfactorios crujidos.  

- No… - Comencé, mirándola también, entre la bruma de luz plateada que se reflejaba en sus cabellos. En sus ojos vi amabilidad hacía mí y quizás tolerancia y un poco de entendimiento. Y ahora  que se había disculpado, y para mi sorpresa también, me preguntaba qué era lo que me había afectado de lo que ella había hecho. ¿El miedo a lo desconocido? Sentir dolor solía ser una respuesta psicológica a un evento externo fuera de nuestra jurisdicción. Lo sabía por qué yo sufría a menudo, pero no físicamente. Lo que ella me había hecho no era algo que hubiera experimentado con anterioridad. Lo desconocido me causaba desasosiego así como curiosidad, porque yo no tenía la fuerza para envalentonarme ni para negarme a la oportunidad de conocer. – Soy débil… - Reconocí, sintiendo culpa por el predicamento en que me encontraba. Estaba harto de las incógnitas y de las respuestas que solo me evadían. – Quiero comprender lo que has hecho… - Musité sin mirarla; llevaba absorto en ella demasiado tiempo.  

La sangre en su puño me ponía nervioso, pero hasta que no pensé en ello no caí en cuenta de la reacción que me provocaba. Hizo que recordará lo frío de mi cuerpo y la sed que sentía, ardiendo en mi garganta, imposible de saciar debido a mi viaje presuroso. Pero la ignoré de nuevo, distraído por la columna de humo que se alzaba a lo lejos, visible por sobre el bosque. Y, alejando la sed de mi mente, recordé la conexión que había hecho cuando, desde el bosque, la vi allí recostada. Me parecía tan inverosímil que le daba cierta veracidad a mi descabellada idea de que fuera ella, un vampiro, quién hubiese provocado el fuego… De ser así ¿Me atrevería yo a interrogarla al respecto?


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Lun Jun 16, 2014 8:09 pm

Le resultaba imposible apartar su mirada de él. Pudiera ser que no era su intención a hacerlo o simplemente no creía que existiera un mejor sitio a dónde mirar que los ojos cetrinos del vampiro, pero éste había sido capaz de cautivar completamente a la diosa de rubios cabellos sin necesitar de esfuerzo alguno. No importaba cuántas veces o durante cuánto tiempo lo contemplara, Louis siempre tendría algo nuevo en sus facciones para Gabrielle, incluso siendo el mismo de siempre. Era un ser de mente simple y al mismo tiempo con pensamientos sumamente complejos, llenos de incógnitas, meditaciones, culpabilidad y colmado de nombres, rostros y memorias siendo relacionadas con otras indagaciones. Pero quien resaltaba entre toda la red de pensamientos era Lestat; no había necesidad de esforzarse o de realizar un intento por centrarse en él, el rostro de su creador se mostraba con lucidez, su voz y aquella risa burlona se escuchaban en segundo plano dentro de su mente, llamando a su vástago por su nombre.

Sus ojos habían recorrido ya cada detalle de él cuando halló algo, cierto parecido con otro vampiro, que le dejó desconcertada, con la mente nublada y llena de recuerdos. Las diferencias entre ambas criaturas era evidente, pero no dejaban de generarle confusión y la necesidad de saber si las circunstancias de su creación habían sido las mismas, si Lestat había estado en peligro una vez más y éste le había exigido ser convertido o si le encontró llamativo y decidió compartir el Don Oscuro con él, de la misma manera en la que Magnus lo hizo siglos atrás. Se centró una vez más en mirarle y pronto entendió que nada tenía que ver con él, que Louis era una extraña joya que estaba lejos de poseer las mismas ideas que Nicolás o Lestat, ni siquiera las de Gabrielle. ¿Sería acaso aquella humanidad que aún residía en él? ¿No era absurdo para un vampiro aferrarse a su naturaleza anterior?

Escuchar su voz le hizo emerger de un turbulento mar de pensamientos, regresar a la extraña realidad de encontrarse sólo ellos dos en un claro, rodeados por un lóbrego bosque en el que ningún humano se atrevería a entrar. El contacto visual se rompió pronto, pero no le molestó en lo absoluto. Gabrielle sabía que aquella criatura le estaba haciendo daño. Se echó hacia atrás para quedar tendida sobre el pasto y meditó un momento en aquella inesperada afirmación. – Eres un vampiro. – Respondió con voz suave, pero la firmeza en sus palabras se hizo presente al olvidar para quién iban dirigidas, recordando sus primeros días como criatura de la noche – No está en nuestra naturaleza ser débiles y por lo tanto no lo eres, sin embargo la incredulidad te vence y no te das cuenta de todo lo que puedes hacer. – Volvió a alzarse y quedó mirando el suelo, la tierra suelta, algunas hojas secas y otras recién caídas y las pequeñas tiras verdes que conformaban el césped – El comunicarnos a través de pensamientos es una tarea sencilla para nosotros, tanto como hablamos en voz baja o gritamos, podemos elegir también no abrir nuestros labios y depositar palabras o imágenes en la mente de otro, tal y como yo lo hice contigo. – Clavó una vez más su mirada azul en él.

Una sonrisa se dibujó en sus labios al darse cuenta de que el olor de su sangre distraía al vampiro. Ella misma podía olerla, pero no le fastidiaba tanto como lo hacía con Louis, de manera que alzó su mano, invitándole a beber de ella. – Bebe – Ordenó. Jamás había compartido su sangre con alguien más, mucho menos había humano alguno en el que pudiera pensar siquiera en convertir y le provocaba cierta curiosidad saber qué efecto podría tener en un igual, si las habilidades que ella poseía se transferirían a él o si simplemente lo saciaría.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Sáb Jun 21, 2014 11:10 pm

Deseaba seguir mirándola, observarla, pues toda ella me recordaba a Lestat de una u otra forma, pero ya no eran sus similitudes lo que yo deseaba mirar, sino sus  diferencias. Durante todo este tiempo él fue el único vampiro con quien yo tuve contacto, ha sido mi todo, mis motivos de enfado, de odio; el maestro con sus propias e insufribles leyes. El predicador de un descanso que debería de haber llegado con el tiempo, pero que yo nunca tuve. Mi compañero en aquellos buenos ratos en los que nuestras diferencias parecían dejar de existir. El amigo que de pronto me sorprendía dándome un empujón o una saliente en la cual apoyarme.
Entonces ¿Cómo era Gabrielle? ¿Sus ideas eran solo para ella misma? ¿Seguía unas reglas parecidas a las de Lestat? O ¿Se movía bajo su propio telón histriónico? En este momento podía sentir su curiosidad, sus ojos mirándome fijamente. Curiosidad. Pero a mi propio entendimiento, todos somos curiosos, de una forma u otra, todos deseamos saber aquello que no queremos conocer y todos queremos comprender cosas que no soportamos. Ella me causaba desosiego, así como intriga.

Puede que fuera esa misma intriga hacía ella, la que me hubiera llevado a hacerle esa petición, como ya dije, queremos comprender cosas que no podemos soportar. La curiosidad, de nuevo, hacía mella en mí, me carcomía, pidiéndome una respuesta a una de mis tantas incógnitas. Tuve que pedírselo, por qué creía que ella podría darme una respuesta, aunque fuera odiosa. Y sí, esa frase había salido de mi propia boca, sin titubeos ni pensamientos que pudieran interponerse, solo las palabras dichas con fluidez. Sin mirarla, me expuse como hacía años no lo hacía. Soy mediocre, sí, no me entiendo a mí mismo; correcto. Entonces ¿Qué es lo que ella podría hacer por mí? Me confesé débil pero también soy inútil, sin propósito; el fantasma de mi era caminando la senda que emerge de mis crímenes, que me sobrepasan a menudo. No tengo nada que perder hablando con ella, pero entre el conformismo aparecía la necesidad, el deseo de saber algo, lo que fuera. Hoy me permití ser ambicioso, consciente de que debía de haber un motivo tangible para mi regreso abrupto a París, más allá del conocido miedo a la luz del sol.

Ella se recostó junto a mí y mis sentidos recibieron una explosión de olores, todos provenientes del ambiente que me rodeaba, de su piel, de sus cabellos que se movieron junto con ella, de las hojas secas y húmedas que se alzaron en el viento levemente o fueron aplastadas por su esbelta espalda. Frente a mí se alzaba la columna de humo, creando remolinos y formas macabras a mis ojos, ocultando a veces la luz de la luna. Las nubes oscuras se arremolinaban en sí mismas y se recortaban contra el cielo nocturno, perfectamente distinguibles y el olor a madera, pintura y telas quemadas se mezcló en mi nariz con el olor fresco de la hierba y las hojas secas.
En ese momento escuché su voz y me gire a mirarla de nuevo. No era una afirmación lo que me decía, era la constatación misma de mi naturaleza. Nunca lo he deseado, pero mi debilidad ha sido lo que me ha llevado a este punto. Soy vampiro por esa misma debilidad. Desvié la mirada al frente, a ningún punto en particular.

- Yo soy débil. – Repliqué y no por llevarle la contraria sino porque las cosas eran lo que eran y yo, por lo menos, estaba seguro de esta debilidad. Entonces me di cuenta que tal vez ella hablaba más de algo más físico. Su gesto me hizo sonreír pues yo estaba muy consiente de mi fuerza física. Defenderme nunca había sido un problema, incluso como humano, aquello nunca fue un punto débil. Volví a mirarla, fijándome en sus largas pestañas que bajaban con sus ojos al recorrer el césped. – Una vez me pidió Lestat que lo hiciera, más no pude, pero de eso hace ya varios años. Nunca he proyectado mi mente fuera de mí, ni nadie la había violado antes. – Fui tácito en está parte, satisfecho de darme cuenta que había unas cosas que si comprendía, que no todo eran nubarrones grises frente  a mis ojos.
Y con mi interés en sus palabras y gestos yo prácticamente había olvidado mi deseo por sangre y la alteración que la herida en su puño me provocó, así como había preferido esconder mi incógnita sobre el incendio. Que fuera ella quien lo dijera me alteró. No había sido tan discreto como yo lo creía al principio. Pase la mirada del puño con sangre seca a su rostro; me sentía dubitativo e inseguro. – No… No podría hacerlo. - Repliqué en voz baja, apartando la mirada de su rostro una vez más. Una simple palabra había desbaratado el minúsculo triunfo que saboree segundos atrás. Obviamente mentía. Beber sería relativamente sencillo. Su piel no debía de representar ningún obstáculo para mis colmillos, pero el aspecto moral… No me veía capaz de lidiar con eso. Cuando mataba, la última gota marcaba un final y no debía preocuparme por mi victima ni lo que le había hecho. Esto era totalmente diferente, era un robo o una traición.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Sáb Jun 28, 2014 9:32 pm

A pesar de lo enigmático que le resultaba aquella existencia, había algo en él que Gabrielle no podía tolerar. Su humanidad. Ese sentido de la moral que poseía, ese miedo a resolver una incógnita o a dar pasos inseguros.  Una verdadera limitante para un vampiro, sin duda. Le resultaba absurdo y tedioso el simple hecho de imaginarse a sí misma cuestionándose, llenándose de preguntas, a cada momento y por cada acto que estuviera a punto de realizar. No era propio de ella y tampoco debía serlo de los de su misma especie, de otra manera no debería llamarse Don Oscuro ni considerársele como Senda del Diablo a la vida vampírica. “No muestres piedad” Ese debía ser la filosofía de toda criatura de la noche. ¿Qué era la maldad sino el caos puesto dentro de un individuo, siendo el caos todo aquello que se encargase de perturbar la vida de un humano, aquello capaz de destruir en un momento lo que había tomado tiempo en ser? Eso era Gabrielle. Un ángel oscuro, como Lestat solía llamarle, indispuesta a tomar consideraciones hacia alguien, así fuese humano o vampiro.

Recordó entonces que no todos los vampiros eran igual a ella o a su amado matalobos. El mundo estaba infestado de ellos, algo de esperarse de una raza milenaria, pero todos, o al menos en su mayoría, eran débiles. Era difícil olvidar cómo aquellas criaturas se escabullían por entre la oscuridad tras verlos aproximarse, al percatarse de que ya habían sido avistados y que existía la posibilidad de entrar en contacto con cualquiera de los dos. Recordaba las constantes maldiciones y aquellos ruegos bañados de amenazas exigiéndoles que se fueran. Sólo el gremio vampírico en Roma los había recibido y buscaban confraternizar con ellos, sin embargo sus creencias y sus ritos extraños y estrambóticos los habían dejado en una condición sumamente inferior a los humanos, como a un grupo de fantasmas cuya misión era simplemente formar una leyenda, un cuento con el cual asustar a los incautos e infundir terror entre las masas ignorantes. Louis parecía no tener nada en relación con ello y el ser vástago de Lestat le aseguraba a la italiana que la fuerza física no debía ser un problema para él, pero lo eran las preguntas, todas aquellas incógnitas que debían ser resueltas y que de momento estaban siendo ignoradas, igual que aquella humanidad que le impedía explotar su nueva naturaleza.

Quizás tengas razón, en mi vida he conocido a un sinfín de vampiros débiles, pero eres demasiado joven para entender lo que te digo. – Musitó dándose cuenta de que esas mismas palabras las había dicho a Lestat años atrás, justo antes de comenzar una anhelada travesía por el mundo – El físico no tiene nada que ver, aunque es parte fundamental de nuestra naturaleza. ¿Pero de qué nos sirve la fuerza si nos limitamos en nuestras acciones?  Hay criaturas, vampiros como nosotros, que huirían de ti con tan sólo olerte, sabrán que no serías un oponente fácil de vencer con tan sólo mirarte y procurarán alejarse, otros te retarán y te maldecirán, pero jamás se acercarán; ellos viven como humanos inmortales, siguen sus mismas creencias, van a los mismos lugares y tienen las mismas adicciones. El paso del tiempo nos hace más poderosos, pero a esos vampiros los debilita, los enloquece hasta que ellos mismos se arrojan al fuego, a fin de acabar con su demencia. Tal vez en su vida pasada no experimentaron lo suficiente como para desear su humanidad de lado, algunos eran demasiado jóvenes como para comprender lo insignificante de sus vidas, pero ninguno jamás buscó conocer los límites de nuestra maldición. – Hace una pequeña pausa y dirige su mirada hacia las negras columnas de humo que se alzaban hacia el cielo, asomándose cada vez más por sobre las copas de los árboles – Hay quienes esperan respuestas o incluso la vida misma con los brazos abiertos, mientras que hay otros que no toleran esperar y prefieren buscarlas ellos mismos. Somos vampiros. – Insistió – No estamos hechos para ser débiles, mucho menos para llevar una existencia tranquila. No necesitamos un nombre, un ataúd ni dejar huellas por donde quiera que vayamos. Los humanos podrán recordarnos como criaturas divinas, dioses, reclamando sus vidas en un beso erótico, cuando en realidad sólo podremos permanecer como simples fantasmas, leyendas que le recuerden a la humanidad lo patéticos que son. –  Se acomodó sobre la tierra, acercando ambas piernas a su cuerpo y rodeándolas con los brazos, con la mirada puesta en la nada, viendo en ocasiones los troncos de los árboles y en otras la oscuridad que reinaba tras ellos. – Yo tampoco soy capaz de compartir mis pensamientos con Lestat, aunque me habría encantado poder hacerlo. – Sus ojos contemplaban el suelo, una vez más – Quizás se deba a que es nuestro creador. – Hizo una pausa, tratando de controlar los recuerdos que de súbito la invadieron, sin embargo éstos le obligaron a musitar unas palabras para sí misma, lo suficientemente audibles para compartirlas con su acompañante – Antes de que él me hiciera, sólo hubo pensamientos entre nosotros, ninguna palabra abandonó nuestros labios en ese momento y hasta que hubo terminado el proceso de muerte comprendí que aquel vacío en mi mente se debía a que su voz ya no estaba en mi cabeza.

Su mano permaneció firme frente a él, aguardando a que éste finalmente accediera a probar su sangre. Le causó gracia que éste le rechazara temeroso y no comprendía del todo la razón. Posiblemente Louis no estaba acostumbrado a tales cosas, pero tampoco lo estaba ella. Más que pretender alimentarlo, era la curiosidad de saber qué sucedería después de darle de su sangre. Si él la desangraría, si sus habilidades las compartiría con él o si no había más que el placentero fluir de su sangre en el cuerpo ajeno. – Puedes hacerlo – Musitó – Anda, pruébala. – Estaba dispuesto a convencerle con tal de hacerlo beber. Gabrielle deseaba conocer aquella sensación, saber qué riesgos implicaba. Quería saberlo todo y no podría descubrirlo sola.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Mar Jul 01, 2014 12:18 pm

El olor a quemado que provenía de la ciudad, el arte insustancial y el esencial perdido y convertido en cenizas; las cortinas de terciopelo, que claramente podía imaginar ahora en el suelo convertidas en algo negro y chamuscado, en mi mente eran las de antaño que taparon y protegieron del sol y del exterior; salones amplios alfombrados con densas arañas de cristal que brillaban en las noches de estadía de su dueño o dueña. Ahora el escenario era negro y opaco, muerto, era perfecto. Era el genuino tipo de escenario en el que me gustaría estar. Entre las cosas deterioradas y quemadas, habría poco donde no me sintiera identificado. Aquí afuera, en esta zona de nadie, junto a ella, me sentía descubierto, a punta de daga; temiendo ser perforado en cualquier instante, esperando que mi artífice alzará la mano en la que descansaría el puñal.

Fue ella, eventualmente, la que se ocupó de profundizar en la herida y mientras yo la escuchaba, sin la capacidad de reprocharle o siquiera alzar la voz, aparecieron en mi mente varias situaciones a la vez: allí estaba yo, conviviendo con Lestat y Claudia, repasando lo que hubiera sido, hasta ahora, la mejor etapa de mi vida como vampiro. Después me encontraba solo con Claudia, viajando, recorriendo lugares lúgubres y oscuros, alejándonos de lo que hasta ahora habíamos conocido. El resultado del viaje, por supuesto, fue infructuoso, las caminatas inútiles y los encuentros con aquellos monstruos ni siquiera generaron algún tipo de satisfacción para mí. Al final, estaba yo en este claro, a solas y ella, Gabrielle, quemaba una atadura humana común: el confort y la riqueza caían en pedazos, antes de que se hiciera daño de alguna forma u huyera, justo en esta dirección para que de alguna manera y por alguna jugarreta, termináramos por encontrarnos. Entre todo esto, nació la necesidad imperiosa de gritar tantas cosas, pero en lugar de ello, hablé y mi tono de voz fue pausado y controlado. Fue falso.

- ¿Me subestimas por mi manera de pensar?  — Pregunté sin esconder el escepticismo que sentí al pronunciar mi pregunta, aquello me parecía inverosímil. La ignorancia en que vivía puede qué tuviera que ver con la edad y la falta de experiencia, pero la debilidad de la que yo hablaba era más cercana a mi total negación a ser lo que soy. Lo cierto  es que no comprendía por qué, ¿Qué es la debilidad entonces? ¿Un estado? ¿Una ideología? O ¿Un miedo? De pronto de entre sus palabras pude ver la misma tendencia de Lestat reflejándose en Gabrielle que las moldeaba para mí. — Lo que yo vi en mis viajes eran las sombras de lo que era el vampiro bajo el concepto en que yo los conocía, simples criaturas que se movían por sangre pero no contaban con inteligencia alguna. No estamos hablando de los mismos, y tu concepto sobre la debilidad es muy diferente del mío. — La observé detenidamente, ignorando, contrario a mi comportamiento anterior, el exterior que antes me parecía tan sugestivo; mi mente estaba imbuida de ella ahora que estaba hablándome, como yo lo deseaba. La observé mirando al cielo, con sus pupilas penetrantes reflejando el gris oscuro entre el que se veían puntos luminosos. — Hablas de la libertad y el ensalzamiento y al mismo tiempo te llamas un fantasma. No todos podemos ser como tú; si yo dejará mis ataduras ¿Qué sería? Vampiro es un término que no me satisface, ni me produce ninguna satisfacción. Todas las noches saboreo el placer más grande y la desesperación más profunda al beber sangre. Es lo único de lo que estoy seguro.

Su teoría, en la que nunca tuve la oportunidad de pensar con anterioridad, pareció ser lo más lógico en su momento y me causo calma y una ligera sensación de complacencia. Saber, en el dicho caso de que la teoría fuera verdadera, que Lestat no pudiera leer mi mente, que jamás escuchara lo que pensaba, fue agradable, como una pequeña satisfacción personal. Yo era incapaz de recordar la voz de Lestat en mi cabeza; lo único que tengo grabado en mi memoria fue el terrible mal que me aquejó a causa de él, mi último amanecer y el delirio por su sangre cuando se llevó mi humanidad con sus labios. Si su voz estuvo allí o no, yo estaba totalmente perdido en la totalidad de lo que él era como para recordarlo.  

Observé una vez más la muñeca ofrecida y está vez tuve que desviar la mirada; su sangre me parecía demasiado exquisita y olía maravillosamente. Me prometía un manjar de tal magnitud que me tomó un gran esfuerzo el apartar la mirada. Pero a cambio, la mire a ella de nuevo, que parecía divertirse con mi tentativa de no acceder a tan deliciosa opción. ¿Por qué esto no le generaba ningún tipo de preocupación? Me incliné y acaricie su muñeca con mis dedos. En lugar de mis labios, acerqué mi nariz a su piel y respiré; el olor me golpeó con más intensidad, me mareó, y sin pensar más separé mis labios y mordí con fuerza. La piel del vampiro cedió con la misma facilidad que la de un humano y pronto la sangre inundó mi boca. Pero era diferente, su sabor, su densidad, lo que la impregnada, todo era diferente. Tragué y mi sed reprimida emergió con fuerza y me cegó, haciendo que todo mí alrededor se desvaneciera. La deseaba con total fervor, como pocas veces he deseado algo y me fundí en aquel éxtasis, y de pronto, cuando no había nada, algo sucedió. Escuché el fuerte corazón de Gabrielle golpeando contra el mío, un palpitar fuerte pero sereno, tranquilo pero llenó de seguridad. No podrás vencerme, me decía, soy inmune a ti porqué estamos hechos de la misma esencia. La solté de súbito, impresionado por lo que acababa de sentir. Su sangre me había hablado en el cerebro directamente y yo escuché con total claridad lo que deseaba decirme. Me recosté y observé el cielo, pero yo no miraba nada ni pensaba en nada, solo me dejaba llevar por su voz que aún vibraba en mi cabeza.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Miér Jul 16, 2014 4:21 pm

Recordó de súbito un pequeño detalle que estaba a punto de pasar por alto. De alguna manera, la debilidad de la que ella hablaba residía en el ser, en el físico y en la frágil mente de un individuo, transformado voluntariamente o no en una criatura de la noche. ¿Sería tal vez cuestión de la sangre que les había dado una nueva vida? Evocó aquellos momentos en los que el vampiro Armand hablaba acerca del Rito Oscuro,  acerca del código que todos estaban obligados a seguir y de que sólo los más jóvenes podían compartir su sangre a fin de crear otro vampiro. Todos ellos hablaban de Satán y se disponían a odiar y castigar a todos aquellos que se atrevieran a romper las reglas, a cruzar por mucho los límites que ellos mismos habían puesto, tal y como habían tratado de hacerlo con Gabrielle y Lestat muchos años atrás, pero ninguno de ellos poseía la fuerza suficiente para retar a cualquiera de los dos, ninguno fue capaz de evitar que su ideología se derrumbara apenas recibieran renovados conceptos del mundo. Ni siquiera Armand.

¿Sería Louis igual a ellos? No, la humanidad de él era distinta, algo encantador en cierta forma y que lo alejaba del folklórico concepto de los vampiros. Todo eso de Satán era basura, cuentos para que los chiquillos se asustasen y los más estúpidos tuviesen algo a qué aferrarse, una ideología o una deidad; y Louis lo sabía. Gabrielle estaba deseosa por comprenderlo, por escudriñar todos y cada uno de sus pensamientos hasta haberlo entendido en su totalidad, hasta haber superado toda clase de contradicciones que habitaran en su mente. Había pasado la mayor parte de su existencia vampírica explorando, corriendo hacia toda clase de misterios, pero no tenía la menor duda que Louis era el mayor de todos ellos, una luz curiosamente lúgubre que le atraía cual insecto a él, el enigma que le mantendría atada a París por un largo tiempo.

Sus labios dieron lugar a una sonrisa vacía, casi superficial, evitando mofarse de aquella súbita pregunta, y negó con la cabeza. – Jamás he subestimado a alguien y gastado palabras al mismo tiempo. – No lo había hecho ni siquiera con sus propios hijos, a quienes rara vez en aquellas miserables existencias había dirigido palabra alguna. Al mismo tiempo, aquella pregunta que parecía más afirmación, le dejó en claro que algo había sido malinterpretado y que quizás había decidido gastar saliva en la persona errónea, sin embargo no fue motivo suficiente para que ésta dejase de hablar, de intercambiar conocimientos hasta obligarlo a espetar sus más profundos pensamientos y deseos, a revelar sus miedos y qué era lo que en verdad opinaba acerca del Don Oscuro. Ladeó la cabeza tras escucharle. Su semblante había cambiado significativamente y ahora le miraba con una sonrisa, ligeramente contrariada por aquellas palabras. – Tú crees que hacerlo implica tener un parecido con alguien más, cuando yo opino todo lo contrario. Somos potencialmente criaturas perfectas, libres de hacer lo que deseemos, de hacer preguntas, de buscar respuestas o simplemente viajar por todo el mundo, si dejáramos nuestras ataduras entonces la palabra vampiro tendría un significado distinto, dejaríamos de ser esas criaturas sin inteligencia que sólo se mueven por la sed, porque dejaría de ser el único placer que poseamos. No existe manera en la que llegue a subestimarte y mucho menos te diré que cambies, sino que simplemente dejes de reprimirte. – De otra manera no tendría caso conocerlo, pues dejaría de ser ese vampiro tan humanamente perfecto que cautivara a la rubia, el segundo vampiro en ganarse la atención de Gabrielle.

Era evidente lo difícil que le resultaba resistirse al olor de la sangre de la napolitana y aquellos vanos intentos le causaron gracia, pues bien sabía que el aroma lo tentaba infinitamente y su cuerpo evidenciaba que sus labios no habían dado el beso mortal a algún humano. Sus miradas se cruzaron un momento y ella comprendió que Louis estaba buscando en aquellos ojos azules el más mínimo signo de preocupación, algún consuelo en ellos que compaginaran con su manera de pensar, que le anunciara que aquel acto sería igual de abominable incluso si no la mataba. Pero Gabrielle no sentía nada de eso, ella simplemente lo miraba como si estuviera habituada a compartir su sangre, como si supiera lo que vendría después, aunque en realidad no fuera así. El tacto de los dedos de Louis generó un extraño cosquilleo en su piel y al instante en que éste se inclinó para olfatear su sangre le sobrevino un éxtasis, un delirio momentáneo en el que su cuerpo entero extendía con ímpetu la invitación a beber, a lo el vampiro respondió sin demora. Su piel ardía en donde él había clavado sin clemencia sus colmillos, sentía cómo éste drenaba su sangre completamente perdido en la placentera sensación que traía consigo, pero ningún alarido escapó de sus labios, no gruñó ni se quejó por más doloroso que le resultara, pues incluso ella encontraba deleite mientras Louis bebía. Echó la cabeza hacia atrás, lidiando silenciosamente con el dolor, y su cuerpo se hallaba tenso, aguardando a que éste se detuviera y estudiando todas y cada una de las sensaciones que experimentaba en aquel acto. De pronto él se apartó, como si hubiese descubierto algo que le dejara atónito, una verdad que lo hiciera sentir insignificante, mientras que Gabrielle se limitaba a mirarlo con un recelo proveniente de su instinto, agotada y más sedienta que nunca.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Miér Jul 23, 2014 7:01 pm

Estaba palpitando contra mis sienes, el pensamiento que, convertido en palabras,  me había obligado a alejarme de la fuente roja de la que me alimentaba. Enrojecida y palpitante, la sangre de Gabrielle parecía ya lejana, como si la distancia de mis labios a su muñeca se hubiera multiplicado por miles de metros. Pero yo aún escuchaba el eco de aquellas palabras, de aquella voz siniestra pero femenina, que más que un susurro había desplegado ante mí un aviso, un ultimátum; había convertido nuestro vinculo sanguíneo en una frase clara. Todavía golpeaban contra mi cerebro y viajaban a través de mi cuerpo, por mis venas, al ritmo de mi agitado corazón, diluyéndose poco a poco. Y el líquido carmesí. La sangre. La sangre fluía junto a ellas y me quemaba por donde pasaba, ardiendo de adentro hacía afuera. Insuficiente para considerarme satisfecho, suficiente para comprender que había bebido y nadie había muerto. Una nueva experiencia que no tenía ningún tipo de utilidad al ser un vampiro, y no un humano, la fuente de donde había bebido.

Pero el delirio seguía, y era uno muy diferente al que sentía al beber de un humano. La sangre era más pesada, con un sabor familiar pero exquisito, diferente, añejo. Yo no podía dejar de pensar en ello, cualquier elemento fuera de mí pareció perder sustancia e importancia. Ni siquiera Gabrielle, quien seguía a mi lado, era merecedora de mi interés en ese instante e incluso el hecho de que pudiera leer mi mente dejo de importarme; me deje ir por el momento, pensando en nada, esperando hasta que la pesadez comenzó a desvanecerse, la nueva sangre se adaptó a mí, y mi mente comenzó a recuperar algo de su fluidez. Los gritos se acallaron y volví a ver mí alrededor. La mente de un vampiro, empero, siempre funciona de maneras inesperadas, por qué yo había caído en un profundo sopor, sí, pero nunca deje de  escuchar ni de ver, aunque mi atención estuviera dispersa. Por el contrario, el orden en el que fui dando cuenta de las cosas, se extendió a mí alrededor teniéndome como centro, como si fuera lo más  lógico en ese momento. Allí estaba yo, tendido en el césped, con el olor de la hierba opacando el de la sangre y poco menos de un instante después, se encontraba Gabrielle, junto a mí, observándome, puede que buscando respuestas al igual que yo. Recordé que había algo que quería preguntarle, peor seguí buscando el momento indicado para hacerlo.

Ah, pero parece que lo hicieras. Pudiera darse el hecho de que entender fuera más sencillo para mí de lo que piensas, pero, de igual modo, crees que no lo haré. — Me escuché a mí mismo, respondiendo después de lo que parecieron horas cuando no fueron más que un par de minutos. Permanecí recostado en la hierba con el cielo como mi tejado y las estrellas y luna como mi única luz.  El humo que se desvanecía pareció instarme a preguntarle sobre el incendio de nueva cuenta, por qué yo estaba intrigado respecto a ello pero lo cierto es que de igual forma, no me importaba en absoluto si ella lo había provocado o no. Casi deseaba que leyera mi mente en ese instante para ahorrarme el trabajo. Sí, el sopor que me causaba la sangre me dejaba sin deseos de hacer nada pero se desvanecía tan pronto que pocas veces resultaba satisfactorio. — Yo no puedo ser otra cosa que lo que tú ves frente a ti y si he de estar de acuerdo en algo de lo que has dicho es sobre las preguntas. Me he pasado mi vida haciéndome preguntas, preguntas que carecen de respuestas, y si en algún momento he escuchado alguna respuesta, estas solo han llenado el ideal de unos pocos. Pero lo que tu llamas ataduras para mi es moralidad. ¿Qué tan lejos podría llegar un vampiro sin ataduras? Sin remordimiento ni conciencia, lo que nos haría vampiros se desvanecería igualmente. Seríamos como los espectros que vi en mi viaje; unos sacos de sangre y carne que solo buscan más sangre y no piensan ni razonan. — La observé y entonces me levanté, me levanté con ese movimiento extraño que un vampiro tiende a realizar pero le resulta muy sencillo. Pronto estuve de pie, mi cabello sedoso sin ninguna hoja o rama seca, mis manos sin una pizca de tierra, ni siquiera bajo las uñas. Y la sangre calentaba ya mi piel y le daba algo de color. — ¿Reprimirme? ¡Que daría yo por poder hacerlo! Por no caer cada noche bajo la seducción… Por tener la suficiente fuerza de voluntad para rechazarla. Pero ha quedado demostrado que carezco de esta. — De pronto caminaba, sin alejarme, solo dando pasos sin propósito, escuchando mi peso en la hierba, llegando casi al borde del claro para entonces girarme y verla por fin de frente. Me detuve. — ¿Fuiste tú la que provocó el incendio? — Y cuando pregunte por fin, me di cuenta que sí, que ella había sido, que el olor a hollín que llegaba a mí de manera penetrante venía de sus ropas. Y entonces apareció otra duda más.


Nuevo pack. Yupi!


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Sáb Ago 23, 2014 2:01 pm

Ignoraba lo que Louis sintiera en ese momento, la sensación que había quedado en él tan pronto dejara de beber, si se sentía satisfecho o si su sangre le habría venido igual que la de un humano, pues de momento no le importaba. Nunca en todos sus años como inmortal había sido acosada por una sed tan impetuosa como la de aquel momento, jamás se había sentido tan al borde de la desesperación por un poco de sangre, sin embargo ella se limitaba a observar en sus propios músculos un temblor involuntario, en extremo sutil y que era apenas visible después de mantener fija su mirada por un par de segundos. Quizás se deba a la pérdida de sangre. Necesitaba matar y era lo único en lo que pensaba; en el placentero instante en el que sus brazos apresaran a un indefenso humano, aquel momento en el que sus colmillos desgarraran su sedosa piel para abrir paso al suculento elixir carmesí. Sabía que la sed le obligaría a beber incluso llegada la muerte de su víctima, pero estaba dispuesta a sufrir esos efectos por la excitante sensación de la sangre viva corriendo por sus venas.  Pudo sentir sus pupilar dilatarse en medio de tan salvaje delirio, presionándola a saciarse, amenazándola con la locura si demoraba un momento más.

Pero Gabrielle no se dejó llevar. No esa noche. No de nuevo. Cerró sus ojos azules disfrutando por última vez ese pequeño dejo de locura que la sed había sembrado en ella para finalmente tomar control de su propio cuerpo y abandonar toda evidencia que la necesidad de sangre había dejado en ella, desde aquel ligero temblor hasta esas placenteras alucinaciones. Tenía que centrarse en Louis, distraer su mente y embelesarse nuevamente con la presencia de aquel extraño vampiro, esa criatura de naturaleza pacífica, meditabunda y contradictoriamente necia.

Contempló nuevamente cada detalle de su rostro, el brillo de aquellos ojos cetrinos, su lacia cabellera azabache tendida sobre la tierra suelta, con alguna que otra ramita enredada en él. No se atrevió a leer su mente, pues aquella imagen que en ese momento tenía de él le resultaba exquisitamente humana, sumamente bella y perfecta. Estudiaba cada detalle de él y le sorprendió notar que no había cambio alguno en su apariencia, que seguía tan pálido como era natural y el vigor que sólo podía apreciarse en un humano no era visible en él. ¿Tenía, entonces, sólo la sangre viva el poder de otorgar calor al cuerpo de un condenado? Era evidente que así era, pues Louis seguía siendo el mismo.

Meditó un momento en las palabras del moreno y supo que en cierto modo él tenía razón. Ella disponía frente a él parte de su conocimiento, compartió ideas que jamás le había planteado a ningún otro ser viviente, pero él tenía razón. — Es cierto. Casi puedo asegurarme que en tu necedad no lo entenderás, pero debo insistir en que no desperdicio nada en ti, porque escuchas y refutas. Eso es más que suficiente. — Era algo que, sin duda, Lestat no haría. Él la escucharía y le seguiría la corriente, como si los deseos de ambos fuesen de la mano, como si siempre fueran a la par, algo que evidentemente era falso. Por eso nos separamos en El Cairo. ¿Pero era aquello algo que le agradaba o, es que le resultaba tedioso que él y ella fueran siempre de la mano? Estaba lejos de sentir reproche alguno por ello, a culpar a cualquiera por lo que ocurrió. Simplemente ocurrió. — ¿Y qué es lo que nos hace vampiros? ¿Qué más hay debajo de ese nombre que se nos da a nosotros, que requerimos de sangre para vivir y de la oscuridad para desenvolvernos? ¿Moralidad? ¿Es que acaso seguimos siendo humanos para regirnos por sus propias leyes? — La posibilidad de una nueva definición para esa palabra la tentó sobremanera, significando para ella algo nuevo que podía aprender, porque en ese momento, su conversación con Louis, no estaba centrada ya en hacerle abrir los ojos, en detener ese absurdo pesar en él, sino en obtener una nueva y diferente visión del vampirismo, de su nueva naturaleza. — Es terrible nuestra dependencia a ella, ¿no es así? El existir acosados por la sed, por la imperiosa necesidad de beber y asesinar. Y aunque podamos conseguir nuestra fuente de vida de animales, al final no habrá modo de olvidar el sabor de los humanos. — Respondió observando cómo éste se levantaba del suelo y comenzaba a andar como si fuera a marcharse del claro, sin embargo era notorio que sus pies no marcaban rumbo fijo. Ella misma había intentado vivir sólo de animales, buscando deslindarse por completo de los humanos, de vivir siempre lejos de la civilización y aquello que le causaba repulsión. Su última pregunta afectó vagamente su semblante. Seria de nuevo. Pálida y de piel de marfil al igual que una estatua perfecta y antigua. Sus ojos no reflejaron nada y mente se cerró de pronto. — — Había sido ella, por supuesto, quien en medio de la locura incendiara aquella pequeña habitación, pues su olor y sus ropas lo demostraban. Se puso de pie con aire indiferente y serio, permaneciendo justo donde estaba, estando simplemente frente a frente con el vampiro. — Los ataúdes, la ciudad, los olores y los sonidos de ésta no son para mí. Desde hace décadas de que dejaron de serlo y tampoco lo fue cuando humana. — Confesó con una sola pregunta en mente. ¿Comprenderás lo que te digo ahora, Louis?


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Sáb Sep 27, 2014 11:52 am

Las ramas secas de los árboles parecían fantasmas de un futuro posible, arañaban las sombras como arados, dejando surcos abiertos que se convertían en pústulas llameantes. Ardor. Lo sentí mientras mis ojos solo se concretaban en el bosque, el bosque oscuro que antes me parecía tan inofensivo y ahora me irritaba, molestaba. Me di cuenta que en este momento no podría cruzarlo, no yo, y no a solas. En este punto de la conversación, el bosque era la misma definición de mí mismo, aterrado como el pobre ratón que se escabulle en la noche. Los muros infranqueables que nos esperaban a todos. Cuando volví a girarme para mirarla, ella apareció entre la oscuridad; Gabrielle era como una definición, un estándar de la liberación. Algo en todo eso me causó gracia, pero no puedo asegurar el que. Su sangre se había asentado en mi cuerpo finalmente y ahora, estaba seguro, formaría parte de mí para siempre. Lo que fuera que me había hecho, me acompañaría hasta que mi cuerpo se volviera cenizas.  

La observé en la distancia, tan clara como si la tuviera al roce de mis dedos y decidí volver a ella, encontrando mi alejamiento absurdo una vez llegué al extremo del claro. Y a cada paso que yo daba, mi cuerpo seguía cambiando. Sentí la sed emerger desde mis  entrañas, una vez la sangre que Gabrielle me proporcionara, se hubo desvanecido diluyéndose en mis venas. No fue suficiente, pero nunca lo era. Esa acción enfermiza de alimentarse cada noche, ese círculo vicioso de auto castigo en el que me hundía constantemente, pareció volver ahora que había probado el elixir, pero apenas había mojado mis labios. Mi momento lleno de egoísmo, en el que solo puedo pensar en el líquido carmesí derramándose por mi garganta; aún no había llegado el momento agónico, todavía era capaz de soportarlo, pero faltaba muy poco.  

Aquello si soy capaz de comprenderlo. — Disfruto aquella contradicción que parece postrar ante mí. Necio, es una palabra que hacía tiempo que alguien no me adjudicaba. — Entiendo que un dialogo enriquecedor tenga más valor para ti que algo material, alguna comodidad insustancial. — Escuchaba atentamente solo su voz, como si siempre hubiera estado allí, susurrando en mi oído, y cosas como mis pasos y el aullar del viento, se perdieran en la  oscuridad de la noche. Era una noche pacifica como pocas. En está ocasión, mis tormentos parecían ser expuestos en palabras, buscar un objetivo, y todo eso los volvía menos asfixiantes. Me detuve frente a ella y permanecí de pie, dejando la distancia correcta para poder observarla sin tener que poner mi cuello en una extraña posición. En absoluto estaba satisfecho de su compañía. — ¿La fatua inmortalidad? Puede que lo que nos haga vampiros sea un rasgo que compartimos todos en general, algo que se pasa de uno a otro... Con toda intención me inclinaría por la moralidad, buscaría una definición que no nos convirtiera en demonios sedientos, lo haría con más ahínco si tuviera un propósito verdadero, tangible... ¿Es que acaso debemos de deshacernos de la moralidad al caer presa de esta oscuridad? ¿Es una regla impuesta por alguien del pasado? ¿Por qué renunciar precisamente a ello?  

Me sentía alterado, incapaz de encontrarle sentido incluso a mis propias refutaciones. No tenía sentido el que una cosa fuera de la mano de la otra y, lo cierto es que, visto desde afuera, era lo más lógico. Esa regla autoimpuesta y desprovista de veracidad, en realidad tenía más verdad que mi vano deseo por rechazarla. Me abstuve al sentir mi ceño fruncido. Estaba cayendo en aquel vórtice de buenas intenciones sin fundamento. Quizás lo único verdadero en este mundo era la maldad, esa fuerza contra la que yo había estado luchando toda mi vida sin un sentido práctico.

Lo es. — Apenas y escucho mi voz al responder cuando la sed cae sobre mí nuevamente y parece cegarme. Nuestra definición de “terrible” es muy  diferente para ambos. Yo sobreviví cuatro largos y tortuosos años con sangre de animales y el resultado de ello fue que al volver a beber sangre humana la sensación fuera más poderosa que el éxtasis máximo. Fue una sensación que me turbó y bloqueó mi mente. Nunca la sangre fue tan exquisita como en aquella ocasión, nunca he vuelto a sentir una sed tan desquiciante como esa. Sí, ahora estoy sediento, pero a un nivel soportable. Su afirmación a mi pregunta no me sorprende. Había sido una pregunta obvia después de todo. Noto el balance de mis rodillas, la duda entre hincarme o ponerme de pie. El rechazo. —  ¿Ha sido ese uno de los motivos? ¿Por qué no marcharse sin más? — La idea suena maravillosa. Antes de darme cuenta me he hincado frente a ella y he podido ver en su piel el estado en el que se encuentra. Su sangre me llama con fuerza, pero nunca la tomaré sin su consentimiento. Lo anterior había sido un error de mi parte. Uno que nunca ocurriría nuevamente. — Eres el vampiro que he estado buscando, Gabrielle, uno que no se encuentre escondido en las comodidades humanas, salvaje, cínico; eres lo que más temía encontrar. — Confieso en aquel momento de debilidad. Entonces, me pongo de pie de nuevo, haciendo distancia, con mis ojos fijos en su piel blanca.


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Mar Oct 21, 2014 9:51 am

Comparaba a aquella figura misteriosa y melancólica con el santuario en el que se encontraban, sintiendo cada detalle del bosque y centrando su mirada en el vampiro que la miraba. La suave brisa que se desplazaba por entre los troncos y hacía bailar las hojas en las copas de los árboles jugueteaba también de manera sutil con el cabello azabache de aquel hombre, la dulce combinación de aromas, entre las que figuraba el olor a hierba, el de la tierra ligeramente húmeda, inclusive la perceptible pureza del aire, se impregnaría pronto en él  ¿Temería frecuentar aquel santuario ahora que había sido marcado por la presencia de Louis? Quizás el bosque no sería el mismo después de haber conocido una perfección aun mayor, especialmente tras haber descubierto que aquella mente perturbada era mejor compañía que la soledad misma. Sin embargo no abandonaría el perfume de los árboles ni el arrullo del viento al pasar entre las hojas por aquellos ojos cetrinos.

Entonces la figura volvió a ella y verlo cada vez más cerca la hizo pensar en sí misma. No estaba dispuesta a corromper su naturaleza solitaria y salvaje por aquel vampiro, no deseaba forzarse a sí misma a conversar, a utilizar sus palabras en un necio que de todas maneras terminaba escuchándola. Sabía lo que Louis representaría para ella y lo que había pactado al haberle ofrecido de su sangre. Le entregaría su locura, pero no su naturaleza. Su compañía haría menos sufrible su estancia en París, la cual le parecía cada vez más temporal. ¿Qué pasaría si ella se marchara de ahí, si se librara de esa nueva atadura antes de sentirse irrevocablemente unido a él, con un afecto ligeramente similar por el que sentía por Lestat? ¿Serviría de algo? Quizás sí. Quizás, si se marchaba a tierras desconocidas, funcionaría.

¿Y no lo tiene para ti? ¿No tiene sentido valorar más un diálogo cuando todo lo material carece de sentido? — Sostenía que, si un vampiro basara su existencia en la vida humana, incluyendo lujos y costumbres, sería un desperdicio de tiempo, por más larga que fuese la inmortalidad, porque lo que ocurriría con aquellas cosas que la criatura adorara en sus futuros años era incierto y difícilmente comparable con una existencia bien aprovechada. ¿No era el sueño de los humanos descubrir todo cuanto tuvieran a su alcance? ¿Viajar hasta lo último de la tierra? ¿Entonces por qué no hacerlo teniendo una nueva naturaleza tan provechosa? — La inmortalidad quizás sea lo que nos diferencia de los humanos, el hecho de ser cadáveres y a pesar de ello tener vida y más vigor que un mortal, sin embargo la moralidad no siempre es una característica en común y es poco probable que los humanos piensen en ello cuando necesiten alimentarse, al igual que las demás especies. La razón sería una explicación más cercana al por qué no somos demonios sedientos que cazan a diestra y siniestra, el por qué no nos hemos entregado por completo a la insania producida por la necesidad de sangre.—

“Y aunque podamos conseguir nuestra fuente de vida de animales, al final no habrá modo de olvidar el sabor de los humanos.” Quizás ni siquiera la de un semejante fuera suficiente, que el saciarse con un vampiro sea igual de útil que para un humano al llenar su estómago con agua a fin de aminorar el hambre. ¿Sería posible robarle toda la sangre a una criatura de la noche? ¿Se regeneraría por sí mismo? La sed que en ese momento procuraba silenciar le daba la respuesta que necesitaba. Podría parecer que la criatura no perdiera ni una sola gota de sangre, pero la necesidad imperiosa de recuperarla la empujaba al borde de la locura, esa demencia de la que jamás había sido presa y que no deseaba para sí. Sin embargo no se lamentaría de lo que ocurriera al caer completamente presa de la sed. Inclinó ligeramente su cabeza, a fin de continuar viendo con entereza al vampiro, que exigía respuestas que contrariaban de un modo otro u otro a la napolitana.  — He vuelto por Lestat, ni más ni menos. — Respondió completamente ajena a los efectos que aquella pregunta debió producirle. Tenía todo el tiempo de la eternidad, se justificaba, no tenía sentido viajar por el mundo con voracidad, agotar los lugares por visitar por su impetuosa curiosidad.  — Mi aversión hacia las ciudades aún no es lo suficiente para disuadirme en la intención de estar con Lestat por unos cuantos años, pues de otra manera no habría pasado siquiera por mi mente el venir aquí. — Si así lo deseara, estaría ya redescubriendo Nápoles, caminando por entre el espeso desierto africano, quizás incluso oculta en las selvas del continente. Pero estaba ahí, luchando silenciosamente contra la civilización humana a fin de estar cerca nuevamente del único ser a quien había amado hasta entonces. —  ¿Por qué buscas a un vampiro así? — Se aventuró a preguntar. Gabrielle no podía decir lo mismo de él, Louis era todo lo que rechazaba en un vampiro, sin embargo la atracción hacia sus filosofías era inminente.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Dom Nov 30, 2014 12:02 pm

No estoy seguro, de entre muchas cosas, de la magnitud de información que mi cerebro es capaz de almacenar. Me consta lo mucho que desearía olvidar algunas cosas, así como hay otras que imperiosamente deseo conservar a toda costa. Situaciones de las que me arrepentiré toda mi existencia me rondan en el beligerante constante de mi errante vida y nunca dan descanso, pero m enseñan a no tropezar con errores ya vividos. El reencuentro con Lestat y la presentación de la vampiresa que ahora me acompañaba o a la que yo acompañaba, suscitó lo que hice anteriormente. Puede que fuera una experimentación propia, que hubiera aprovechado el momento para resolver una íntima duda que me acosaba desde hacía años, pero el resultado llevaba consigo la niebla del arrepentimiento. Sentía la misma sed de siempre, quizás crecida debido al sorbo que solo consiguió exasperarme, ansiando más que nunca la sangre. Me sentí fatigado y por consecuencia, deje mi mente libre a su escrutinio. Continúe observándola, pasando los ojos por su piel blanca y sus rizos dorados.

Sí. — Respondí, aunque en toda mi existencia como vampiro y antes como mortal había mantenido esa clase de lujos innecesarios a mí alrededor. Puede que no todo lo material careciera de sentido, pero no deseaba pensar demasiado en las cosas que yo había perdido. — La razón es una justificante para los que se mueven entre la duda. Sirve para argumentar sobre sus actos justos así como los crueles. La considero muy precaria comparándola con la moralidad que, por lo menos, provoca culpa. Mi esperanza reside en la moralidad, es algo que la mayoría tenemos y recrea la culpa. A diferencia de la razón que busca justificantes. — Apenas me doy cuenta del tono que estoy usando, un poco más áspero y a la defensiva cuando nunca ha sido mi intención discutir con ella y mucho menos exasperarme. Lo comprendo, es la sed. Me reprimo, mordiéndome el labio inferior en una muestra de lo compungido que este tema me hace sentir. Pero no desvío la mirada está vez y la observo de hito en hito, como si pusiera todas mis fuerzas en devorar con los ojos sus rasgos únicos.

Comprendo lo que dice. Por supuesto, mi creador debía de estar involucrado. Ansioso de recuperar a sus seres amados pero sin creer que nos encontraríamos nuevamente aquí, en París, cosa que me ha sorprendido. No puedo culparle de nada ahora y menos después de haberlo visto nuevamente. Lo añoro, deseo volver a charlar con él como antaño. Comprendiendo lo mucho que lo deseaba a mi lado ahora.  De lo mucho que lo extrañaba. Comprendo mi propio arrepentimiento ahora.
Mientras la escuchó, me pregunto en lo que hubiese cambiado si la hubiera conocido sin la intervención de Lestat, ¿Me habría dado cuenta de que estábamos unidos por ese vínculo que aparece entre los que son creados por el mismo vampiro? No. Probablemente yo no lo hubiera sentido, pero quizás ella sí y no creo que le hubiera importado mucho. Así pues, nuestra conversación en este momento se debía a la intervención de Lestat. Así de simple. Me sentía mal, incomodo e irritado. Había llegado a mi límite.

Porque ofreces otra perspectiva sobre este mundo. — Respondí con sencillez, expresando con claridad lo que pensaba, reprimiendo por otro momento la sed. — Una perspectiva más alejada del ser humano, más bestial, indómita y libre. Ansiaba conocer ese tipo de perspectiva, aunque admito que me sorprende un poco que seas tú quien me la ofrezca. — Entre todo, se debía a que se trataba de una mujer, una mujer que era más libre que cualquiera. Que se veía como ella misma lo deseaba y que se movía por donde quería. No me sorprendió sentirme atraída hacia ella ante aquellas incógnitas que parecía desvelar a cada paso. Lo sabía desde que atravesé el páramo para reunirme con ella cuando me llamó. — Estoy muy sediento, Gabrielle… — Dije de pronto, incapaz de esperar un segundo más. La sed me abrazaba como pocas veces, era quemante y cada célula de mi cuerpo me recodaba con dolorosos espasmos mi deseo por beber sangre. No podía esperar más.  


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Mensaje por Gabrielle De Lioncourt2 Lun Abr 20, 2015 5:17 pm

Evidentemente, las circunstancias de la vida que un inmortal solía llevar en su vida pasada marcaba de manera definitiva el resto de su existencia, ¡y cuán fácil le resultaba conocer en aquel vampiro sus despojos de mortal, esos despojos que hacían de él una criatura de sentimientos densos, cargados con el peso de un sutil dramatismo, que, según sospechaba, provenían de un necio pesimismo! Tal y como si se tratara de una obra de arte que muestra el alma condenada de un pintor. No obstante, esa alma estaba, a su vez, condenada a sus propias tragedias, por las cuales se negaba a considerarse de la misma manera en la que lo hacía Gabrielle: seres con muchísimo más dominio de sí mismos que el del humano más estoico del mundo, invencibles e irremediablemente bendecidos por la gracia de la oscuridad, seres sometidos a una maldición que no hace más que embellecer sus existencias.

La moralidad es inútil para un asesino, para alguien que ha comprendido que el peso de la culpa es innecesario, pues, ¿qué es lo que viene después del sentimiento de culpa sino el estancamiento en la misma? Seríamos entonces condenados por nosotros mismos y no el estigma religioso el que lo hace. – Fue imposible perder el rastro de cada movimiento del vampiro, incluso hasta la más mínima expresión fue advertida por los orbes azules y penetrantes de la vampiresa, así pues comprobó sus previas sospechas. La sangre de un vampiro no causaba el mismo efecto que la humana, la sed seguía acosando a Louis y quizás habría agravado el humor de la rubia si hubiese sido ella quien probara la sangre ajena. No obstante, no consideró necesario recordar que siempre podrían abandonar el claro para ir de caza, no de momento.

Sus ojos no se apartaron ni un instante de él, en cambio sus pies se despegaron sutilmente del césped y comenzaron a caminar lentamente, a aproximarse a aquella criatura como quien va detrás de una presa que le deslumbra. Sentía nuevamente cómo la suavidad del suelo decía sin dificultad bajo las plantas de sus pies y cómo incluso algunas hojas, crujientes debido al paso del tiempo, no producían sonido alguno ante el peso de las gráciles pisadas de la napolitana. Eso era lo que más adoraba de su condición vampírica, el andar por la naturaleza sin romper en lo absoluto con la perfección y belleza de ésta, el ser salvaje sin necesidad de recordar la humanidad de antaño.

Estando a un par de metros del vampiro se detuvo finalmente, cambio apenas perceptible. – He vivido lo suficiente como para conservar la moral, como para aferrarme a mi humanidad o siquiera conformarme con los límites de una ciudad. Tú juventud es quizás el responsable de que seamos tan distintos. – Replicó con su inmutable voz, deseando probar con la yema de sus dedos la piel de aquel vampiro humanizado - ¿Qué esperabas de mí? – Inquirió con un interés que estaba lejos de rebasar lo usual. Ella estaba tan sedienta como él, deseaba alimentarse pronto y aquella afirmación le pareció oportuna para satisfacer su propia necesidad. – Saciémonos, entonces. Estoy sedienta e indispuesta a volver a París por esta noche.


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Mensaje por Louis De Pointe Du Lac Jue Mayo 21, 2015 2:35 pm

Pero eso es precisamente lo que sucede. — Comenté en un susurró, con los ojos fijos en ella, en la figura envuelta en ropas masculinas pero siempre sensual. Era tan difícil no observarla y tan sencillo comprender que ningún aspecto de ella sobraba, que ella poseía un entendimiento de sí misma del que yo carecía por completo. Por un  instante, mientas la veía moverse, incluso la sed pareció una nimiedad estúpida, insulsa. — La belleza del jardín salvaje no existe. Me apego a la moral por qué es lo único que tiene un valor sólido para mí. La moral y la culpa. Me has llamado necio, no sin razón, pero en todas mis noches de reflexión, en todos mis viajes, en todos los caminos que recorrí, esa fue la única verdad que no se desvaneció. Sin remordimiento no existimos. Cada vez que mato, muero, cada noche, cayendo en este círculo vicioso autoimpuesto y lleno de culpa.  

Y entonces ella vino a mí y me deleito con sus pisadas, con el empeine estirándose y flexionándose en ese andar bestial y seductor. Y soporte su mirada sencillamente por que no era capaz de desviar mis ojos de ella, ni quería hacerlo. Era reacia, sus palabras me afectaban, remordían en mi conciencia, me herían, pero era un deleite escuchar la libertad que bañaba sus sílabas. Permanecí inmóvil, esperándola, sufriendo en silencio por la fiebre de la sed y la culpa. Aquella culpa que se saciaba en un efímero momento mientras la sangre entraba en mi sistema y el corazón de mi víctima se debilitaba. El placer tan insuficiente, el golpe de excitación perdiéndose con la vida del ser. Y está noche lo haría de nuevo, buscaría la manera de calmar aquel dolor, aquel fuego que amenazaba con volverme loco. De pronto ella se detuvo, cerca de mí, y toda su sensualidad quedo estancada en su porte y regia figura.  

Eres un ser moral, que no practica la moralidad… — Musité, y una ola nueva de respeto hacia ella me invadió. Me había dejado claro lo cruel que era, lo salvaje que era. Si Lestat tenía la creencia de un jardín salvaje, entonces, para Gabrielle el mundo era una jungla inhóspita esperando para que ella la dominara y conquistara. Un pensamiento demasiado burdo, pero que llenó mi mente, deslizándose como la seda por el  lóbulo occipital, hasta perderse. — Sí, soy joven, quizás nunca deje de serlo, pero si él hubiera esperado un poco más yo no estaría aquí. — Lestat me había dado un averno que pisar cada noche, me había dado mucho más que la muerte que tanto deseaba. Y yo no podía odiarlo por ello.

Pero ninguno mis pensamientos habían cambiado. Yo seguía detestando lo que era, seguía envuelto en el infierno de mi propia rutina y seguía andando un sendero que dejaba muerte a mi paso. Nada había cambiado y los pocos placeres que había encontrado en el camino jamás serían suficientes para redimirme en pensamiento. Yo estaba destruido, lo estuve desde que probé la sangre humana por primera vez, y fue tan fácil darse cuenta de ello, de que incluso este encuentro no cambiaría ese hecho, que no me importó. Este podría ser uno de esos nimios placeres, momentáneos y efímeros.

¿Esperar? — Dudé por un instante, aunque no tenía nada que considerar. Así de sencillo. — Nada. Pero nunca he esperado nada de nadie, ni vampiro, ni humano. Ahora que estamos hablando, a solas, por fin, puede que lo único que desee sea liberarme. —Dudé de nuevo, como si temiera decepcionarla, aunque yo ya sabía que era decepcionante, incluso hacía mí mismo. — Deseo, al menos por un rato, dejarme llevar por ti. No tienes idea de lo que me has hechizado y sólo has tenido que moverte y hablarme. — Confesé con una tranquilidad que llegó junto con el torrente de mis palabras. Comprendí que por eso le había indicado lo exquisitamente sediento que me sentía, a pesar de que no me agrada cazar acompañado. — ¿A dónde deseas ir? Quiero ir contigo, no me importa si nos alejamos de París. — Yo acabaría volviendo pero puede que está noche no.


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