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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jamile S. Czinege Mar Oct 07, 2014 6:42 am

- Coliflores, pimientos, tomates, papas, ajo y manzanas... ¡Muchas manzanas! Porque las manzanas además de estar ricas, son nutritivas, y sea lo que sea lo que signifique eso, seguro que es bueno, ¿no? Y pienso coger de las rojas que siempre están más maduras. Las verdes me lastiman los dientes. ¡Tan duras! ¿Por qué la gente comprará fruta dura? ¡Si a más maduras, más dulces! Yo se de manzanas más que la mayoría, igual que de flores, así que deberían hacerme más caso. -Su discurso iba de un lado a otro sin ningún tipo de orden ni control. Jeanna sólo hablaba y hablaba sin detenerse, ante el absoluto silencio de su interlocutor: un gato que tenía cara de perezoso y que comenzaba a encontrar la presencia de la niña bastante cansino. - Hoy, por lo menos, convencí a la cocinera para que me dejara ir a mi a comprar. Ella es más bajita que yo y tiene las piernas muy arrugadas, así que ¡no puede correr tanto! ¿Sabes señor gato? Yo tengo un gato que se llama Bigotes y está muy gordo. Él no lo sabe, pero yo creo que es por comer sardinas. Tú también estás un poco rechoncho, señor gato sin nombre, ¡deberías controlar tu peso! -Y en cuanto la joven alzó más de la cuenta al gato callejero con los brazos, éste la arañó para acto seguido salir corriendo a toda prisa. Una mueca de infinita tristeza asomó a su semblante.

Y a punto estuvo de ponerse a llorar, cuando vio, al otro extremo de la calle, un pajarillo asomarse a un nido lleno de huevos. Una sonrisa de oreja a oreja se adueñó de su rostro, y de dos zancadas se situó justo al lado de aquel nuevo misterio, de aquella nueva curiosidad. Porque Jeanna era así, de atención fluctuante y lo bastante distraída para que a nadie de la mansión Destutt de Tracy se le hubiera ocurrido nunca encargarle algo tan importante como ir a hacer la compra de la semana. Salvo a esa cocinera, quizá, que guardaba un enorme cariño por la joven y que pensó, no sin darle demasiadas vueltas, seguramente, que la mejor forma de que madurara, era darle responsabilidades que no estaba muy claro que pudiera llegar a cumplir. Su carácter no había cambiado ni un ápice desde que había empezado a trabajar en la casa: corría de un lado para otro comentándolo todo y hablando de mil cosas a la vez, alegrándole la vida a todos además de provocarles bastantes dolores de cabeza. Aún así, había mostrado tanto entusiasmo ante la posibilidad de salir de casa para hacer la compra de su señora, que no pudo negárselo. En cuanto vio el reloj y se dio cuenta de que habían pasado tres horas y la chiquilla no había vuelto, se dio cuenta de que había cometido un gran error.

En la otra punta de la ciudad, Jeanna cantaba ahora al unísono con el pájaro que había captado su atención. Un grupo numeroso de gente se congregó a su alrededor, entre aplausos y vítores, y muchos se sumaron a cantar con ella, animados por lo conocido de la cancioncilla, muy popular entre las clases bajas parisinas, y por el ímpetu que demostraba la joven, que no paraba de saltar y danzar como si realmente no supiera que estaba rodeada de gente. ¡Y no lo sabía! Tan emocionada estaba que no se había dado cuenta de que cada vez había más gente, ni de que cada vez era más tarde. Cuando acabó de cantar y todos aplaudieron, ella, sonrojada hasta las orejas, hizo unas cuantas reverencias y tras darle un beso en el pico al pájaro, salió corriendo con una enorme sonrisa, sacudiendo la cesta con energía, aunque a esas alturas había olvidado hacía rato qué era lo que tenía que comprar. El mercado, tan concurrido por ser un día festivo y por la agradable temperatura, la hizo sentirse inmensamente feliz. Porque sí, a Jeanna le encantaba estar rodeada de gente y tratar de hacerles sonreír. Fue buscando entre los puestos con paso enérgico, y se detuvo en el de coliflores porque algo le decía que formaba parte de la lista que había olvidado. ¡Debería haberlo escrito en un papel!

- ¡¡Tres coliflores bien regordetas, a ser posible de las que no huelan mal!! -El hombrecillo que había detrás del puesto la miró extrañado, hasta que reconoció en ella a la joven que antes solía vender flores y regalar abrazos por las calles más pobres de París. Le regaló cinco coliflores casi más grandes que su cabeza, y ella se fue, la mar de feliz, a seguir con su compra, ignorando la hora que era y que estaba a punto de perderse el almuerzo. ¡Luego le extrañaba no crecer!


Última edición por Jeanna S. Amdahl el Dom Nov 02, 2014 6:08 am, editado 1 vez


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Mensaje por Nolan MacLeod Mar Oct 07, 2014 7:11 pm

Después de ya un buen tiempo en la ciudad de las luces, familiarizado con la servidumbre de la casa que rentaba, una que a su parecer le quedaba demasiado grande y estaba muy vacía sin fiestas ni banquetes por celebrar aún, necesitaba salir a tomar aire y conocer la verdadera alma de París. Ni los burdeles, ni las tabernas y mucho menos las mansiones de las familias adineradas a las que por fuerza asistía con fines sociales, mostraban la cara que él quería conocer: la gente, los ruidos, los olores, las voces, las risas, los llantos.

Acompañado por la mandadera, una joven de unos diecisiete años más o menos, regordeta y de cara bellísima con ojos color miel y cabello oscuro, asistió a la compra de la comida fresca del día. Según le comentaba, la cocinera prefería que salieran a diario a comprar los alimentos y tenerlos siempre frescos en lugar de mantener la despensa atiborrada de putrefacción; el escocés consideraba eso un desperdicio de tiempo y limitaba los recursos, hasta que la chica, cuyo nombre ni siquiera recordaba (¿Sabine? ¿Claire? ¿Gabrielle?) le explicó con timidez y mucho tacto que sólo la mandaba a comprar lo estrictamente necesario, como carne, pescado, fruta, vegetales y pan, cosas como harina, embutidos y legumbres podían ser comprados cada que hicieran falta.

Fascinado por la frescura del mercado, la cantidad de personas atiborradas y empujando a todos, tomó del brazo a la chica que a nada estaba de desmayarse. A decir verdad, la actitud entre coqueta y exageradamente tímida de la criada le gustaba más aún que el entretenimiento que ofrecían a su alrededor los vendedores con sus gritos e intentos por vender la mercancía. La chica explicó que era un día festivo, por lo que el mercado estaba más lleno de vendedores que de costumbre y personas de otras ciudades iban a visitar e intercambiar bienes. Era posible, pues, que encontrara la piel de mayor calidad o tejidos exóticos para hacer más propio el hogar que habitaba.

En un momento dado, la joven se separó de él y la corriente de cuerpos la fue llevando a otro lado. En fin, se dijo, ella sola sabría cómo regresar si a eso se dedicaba de todas formas. Pero él no pensaba quedarse con las ganas de ver más. Durante sus viajes había sido testigo de cosas increíbles, gitanos haciendo gala de habilidades asombrosas, bailarinas que se movían como el viento mece a las flores, músicos callejeros tan o más talentosos que los que tocan en los grandes salones, magos que dejaban a todos boquiabiertos... en fin. Pero París ofrecía todo eso y más.

Entre el ruido del gentío escuchó una voz hermosa y, guiado por el canto, llegó hasta una multitud. Pudo ver a una niña, al menos lucía muy joven, que cantaba como si no hubiera nadie a su alrededor. Esa debía ser, se dijo, la imagen de la felicidad plena. No llevaba puestas prendas ostentosas ni joyas deslumbrantes, su cabello no daba muestras de riqueza así que no podía ser más que una chiquilla pobre, ¿una criada, tal vez?

La vio partir, absorta en su propio mundo y, maravillado como estaba, la siguió a la distancia, aprovechando para comprar unos panecillos rellenos de carne, o por lo menos la vendedora se jactaba de ello. No estaban tan mal, pero en definitiva no volvería a comer eso a menos que no tuviese alternativa. La pobre muchacha le daba algo de pena, estaba como ida, como si todo fuese perfecto en su mundo privado, y temía que alguien quisiera aprovecharse de esa inocencia.

Eso era. Su inocencia era el porqué a la pregunta que una voz al fondo de su mente le hacía: ¿por qué la sigues? Algunos lo llamaban bárbaro, en especial los ingleses, pero era un hombre con un código de honor. Bien, no era el mejor para hablar de honor, pero ciertamente no cabía la posibilidad de dejar a su suerte a una chiquilla incapaz de valerse por sí sola en un mercado lleno de gente extraña.

Despistada como demostraba ser, dejó caer una de las enormes coliflores que llevaba y un hombre con una carretilla la aplastó; era una pena, las coliflores tan perfectas escasean.

-¡Espera! -se precipitó con pasos firmes hacia ella, abriéndose camino entre la multitud. Recogió lo que quedaba de la hortaliza machacada pero sus hojas no servirían para nada más que para llevar una buena diarrea con tanta suciedad encima -Lo siento, era muy bonita -si bien hablaba un perfecto francés, el acento fuerte siempre se asomaba. Más de una vez lo tomaron por gitano y eso no llevó a nada bueno. Sonrió un poco, sin mirarla a los ojos para no intimidarla, pues ya de por sí sus ropas dejaban bien claro que era de cuna privilegiada -. No te preocupes, te conseguiré otra. ¿Necesitas algo más, ya que estamos en esto? -vista de cerca la niña parecía más una fina muñeca de porcelana que un ser humano vivo. Unas enormes ganas de protegerla se apoderaron de él.
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Mensaje por Jamile S. Czinege Dom Nov 02, 2014 9:40 am

De tienda en tienda iba Jeanna correteando y danzando alegremente, sin prestar atención a nada más que a los pajarillos que cantaban a pleno pulmón y al eterno azul del cielo que en aquellos momentos le parecía lo más hermoso que había visto nunca. Obviamente no era así, a diario se encontraba con cosas que le parecían preciosas y fascinantes, pero su memoria era tan fugaz y estaba tan anclada al aquí y ahora que se le olvidaban al ver otras que también llamaran su atención. Además, el hecho de que llevara tanto tiempo sin salir de la mansión de la señora Bárbara no ayudaba demasiado a que se centrara en cumplir con su misión, que era hacer la compra. Y después de aquel día lo más probable sería que acabara pasando otra larga temporada sin salir. El temor de su señora de que la niña acabara perdiéndose no era precisamente infundado, y por más que ella le prometiera que no ocurriría, no podía asegurárselo. Jeanna tenía la extraña manía de sentirse mayor y madura, cuando era más que evidente que era demasiado infantil como para protegerse a sí misma. ¡Pero qué importaba! El día era tan bonito y le habían regalado las verduras, ahora sólo tenía que acordarse del resto de la lista.

Al poco tiempo de llevar aquellas bonitas coliflores dando tumbos dentro de la cesta, un olorcillo la mar de desagradable comenzó a ascender desde ésta, haciéndola poner una mueca de asco bastante exagerada. Miró las hortalizas con el semblante contraído, y se topó con el desastre: una de ellas se había deteriorado bastante por culpa de los golpes, y había dejado desparramado un líquido de color transparente que olía muy mal. - ¡Oh, no! ¡Qué desastre! ¡Pobre coliflor, ha muerto apaleada! -Casi suelta una lagrimilla al pensar en que había dejado a una familia de pequeñas coliflores sin padre, se sentía tan culpable... Hasta que recordó las palabras de la amable cocinera, recordándole que las verduras no eran como los animales, no tenían sentimientos ni sufrían dolor ni nada. Así que, bueno, aún le daba pena pero decidió que lo mejor era dejarla antes de que le contagiara el mal olor a las otras. Se agachó para soltarla con tan mala suerte que otras tres salieron rodando cuesta abajo. Un grito ahogado escapó de su garganta al ver cómo se precipitaban y se acercaban peligrosamente a una pared. - ¡No huyáis! ¡¡Cuidadoooo!! -Y corrió y corrió con su cestita, salvando a las tres coliflores antes de que impactaran, pero chocándose ella misma contra una tiendecita de manzanas. Antes de aterrizar en el suelo, una manzana le golpeó en la cabeza. - ¡Auch! -Tras excusarse varias veces, la mujer que estaba a cargo del puesto le acabó regalando la manzana, y ella volvió felizmente a saltar por las calles, ignorando que otra coliflor había escapado rodando de su cesta.

Al menos, hasta que escuchó el "crash" a su espalda, seguido de una voz masculina que se dirigía a ella. Temió darse la vuelta al ver que en la cesta sólo le quedaban tres coliflores. ¡Diablos! ¿Cómo podía ser tan despistada? Un día acabaría perdiendo la cabeza y no lograría volver a encontrarla. La niña se volteó e hizo puchero al ver la hortaliza destrozada en manos del caballero. - ¡Oh no! Era tan bonita y tan blanca, y no olía demasiado mal... ¡Fue una buena coliflor! A Marieva le hubiera caído bien. -Siempre había pensado que Marieva era un ángel y por eso todos los seres le gustaban, incluidas las coliflores. Alzó la vista para mirar al hombre antes de tomar lo que quedaba de la coliflor, y dibujó una sonrisa de oreja a oreja. - Muchas gracias monsieur por rescatar lo que quedaba de ella. ¡Antes tenía cinco y ahora sólo me quedan tres! La señora Bárbara no estará contenta... -Y así, como de la nada, recordó que se suponía que debería estar haciendo la compra para el almuerzo. - ¡Dios santo! ¿Podéis decirme qué hora es? ¡Olvidé por completo el resto de la lista de la compra! -Su nerviosismo hizo que la cesta se le cayera y las coliflores volvieran a caer. ¡Cómo podía ser tan patosa! Las recogió rápidamente, aunque ahora parecían todo menos bonitas.

Miró al hombre desde el suelo con timidez y una sonrisa de disculpa. Sus mejillas se habían teñido de rojo. Siempre le habían dicho que tenía que mostrarse como una señorita con modales delante de los caballeros. Pero eso, como hacer la compra, no se le daba nada bien. Lo suyo era cantar. Todo lo que conllevara responsabilidades estaba destinado al fracaso. - ¡Pimientos! ¡Tenía que comprar pimientos! -Súbitamente acudieron en tropel a su memoria todas las cosas que se suponía que debía de comprar. - ¡Y tomates! ¡Y muchas manzanas! De las rojas. ¿Os gustan las manzanas? Marieva dice que son muy nutritivas y yo no sé qué es eso pero tiene que ser bueno. ¿Creéis que yo también soy nutritiva? ¡Si queréis puedo invitaros a una! La señora me dio el dinero para... ¡¿Dónde está el dinero?! -Cuando se llevó la mano al bolsillo delantero del vestido y no lo encontró, empalideció por completo. ¿Se le habría caído mientras saltaba por la calle, distraída, como siempre? ¡Era una irresponsable! Sintió que el mundo se le caía a los pies. ¿Cómo iba a regresar a la casa sin haber hecho la compra y encima sin el dinero? ¡Pensarían que lo había robado! Y ella no podía hacer una cosa así, jamás traicionaría a su señora, ¡si la adoraba! Cuando quiso darse cuenta estaba llorando con el corazón encogido. - ¡Nunca volverá a confiar en mi! -Era incapaz de levantar la vista del suelo, ¿cómo había podido perder el dinero? ¿Acaso estaba tan acostumbrada a no llevar encima nada de valor que no se mostraba lo bastante cuidadosa? Eso parecía.


Última edición por Jeanna S. Amdahl el Sáb Nov 08, 2014 5:30 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Nolan MacLeod Dom Nov 02, 2014 1:17 pm

No tenía la menor idea de cómo tratar con la niña. Normalmente no le costaba ningún trabajo ganarse la simpatía de las personas, y ella, por lo visto, no era la excepción, pero de eso a saber qué decirle para animarla, eso ya era muy distinto. La niña debía sufrir alguna especie de desorden mental, tanta inocencia, a su edad, no era normal. Optó por la vía fácil: seguirle el juego, y ya de paso se entretenía en algo mejor que hundirse en aromas de todo tipo que, a decir verdad, comenzaban a desagradarle un poco. La distracción le sentaría perfectamente.

Iba a comentar algo, pero se quedó con las palabras en la lengua. El ánimo de la niña subía y bajaba sin control y sin censura alguna, y él, incapaz de conocer lo que pasaba por su bonita cabeza, miró alrededor, buscando alguna compañía que fuera con ella, pero el mundo seguía avanzando totalmente indiferente a la pena de la chiquilla. Suspiró, se armó de paciencia, y le quitó la canasta de las manos con gentileza, de paso atrapando los deditos de la niña, inclinado hacia ella. Le devolvió la sonrisa que antes le regalara, tan dulce y sincera como su mirada y actuar, y le ayudó a recomponerse, limpiando sus mejillas con el dorso de la mano. Recordó, un poco tarde, que llevaba un pañuelo en alguna parte, y tras rebuscar dio con él y lo entregó a la niña para que acabara de limpiar su carita.

-Esto es lo que haremos -comenzó, siempre sonriéndole -, vamos a hacer la compra, pero sin que tu señora sepa de este incidente, ¿de acuerdo? Vamos a guardar el secreto tú y yo -tomó nota mental de todo lo que enumeró, todavía sin creer que no supiera el significado de la palabra “nutritivo”. Pensó en ella como alimento. Ni en su forma animal pensaría en ella como un bocado nutritivo, tan delgada y bonita, más bien despertaba su instinto protector.

Se le ocurrió que, para distraerla, era buena idea platicar sobre algo, así que tomó ese tema de las manzanas, llevando la canasta en una mano y ofreciendo el otro brazo a la chiquilla, comenzando a caminar en cuanto lo tomó.

-¿Marieva es tu hermana? Porque tiene razón, las manzanas son nutritivas. Eso quiere decir que si comes al menos una al día no te enfermarás de nada -hizo como que la analizaba, pero sólo la observaba de forma juguetona -. Tú, en cambio, no creo que sirvas de comida tanto como las manzanas rojas, que son mis favoritas -comentó riendo un poco, y recordó que, por cuestiones de educación y para ganar la confianza de la jovencita y se sintiera más cómoda, debía añadir su nombre -Por cierto, me llamo Nolan y es un gusto conocerte, pequeña coliflor -ya estaba seguro de que escuchaba una respuesta negativa sobre su naturaleza, que no era una coliflor sino una mujer, y si lo hacía, que Dios la librara, porque ya podía irse preparando a que la consintiera en todo. ¿Quién sería su señora? Era una irresponsabilidad enorme dejarla salir sola conociendo su estado, pero al menos no se iba a aburrir ese día.
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Mensaje por Jamile S. Czinege Dom Nov 09, 2014 6:22 pm

Si el mundo es un lugar complejo para casi todos, cuando eres demasiado inocente para percibir la maldad la cosa se complica bastante más. Afortunadamente para Jeanna, su ingenuidad solía ir unida a una inigualable suerte, que la acompañaba siempre allí donde fuera, hiciera lo que hiciera. Una vez, la vieja Marieva le dijo que toda aquella suerte no era más que la muestra de que había un ángel siguiendo todos y cada uno de sus pasos, observándola, velando por su seguridad, intentando que las serias dificultades que mostraba para protegerse a sí misma no fueran un impedimento demasiado grande. No lo hacía demasiado mal. Desde librarla de ser arrollada por coches de caballos por cruzar la calle sin mirar, hasta lograr que el hambre no la hubiera matado en los momentos de mayor necesidad, la joven era una superviviente de una vida que distaba mucho de ser perfecta, aunque no fuera por sus propios medios. ¡Hasta que su ángel de la guarda se cansara de sacarla de líos, claro! Por su bien esperaba que eso no ocurriera pronto, o no estaba segura de lo que podría ocurrirle. Aquella mañana debía estar de vacaciones, o no entendía por qué tantos accidentes. Primero las coliflores y ahora el dinero. ¡Que terrible día, tan accidentado!

Sentía que no podía dejar de llorar. ¿Qué pensarían Bárbara o Quentin de ella si volvía a casa sin la compra y sin el dinero? ¿Seguirían confiando en ella? ¡Por supuesto que no! La echarían a la calle de nuevo, como si fuese un perro pulgoso. Tendría que volver a dormir bajo cartones, sola, como había tenido que pasar tantos años. El miedo hizo que su corazón se encogiese. Ella no quería eso, ¡se moriría!... ¿Cómo había podido perder algo tan importante? Aquella preocupación fue probablemente lo que hizo que la cara de la niña se iluminara cuando el hombre sugirió la posibilidad de ayudarla con su problema, olvidando por completo las palabras de su señora, aquellas que rezaban que "no debía confiar en desconocidos"... Porque, ¿hasta cuándo una persona debía considerarse como un desconocido? ¿Cinco minutos? ¿Dos horas? ¿Tres días? ¡Eso era demasiado complicado para que ella lograra comprenderlo! Y ese hombre no le parecía una mala persona, al revés. Una mala persona no se ofrecería a acompañarla en la compra, y mucho menos a pagarla. - ¡Oh! ¡¿Lo dice en serio?! ¡Os estaría eternamente agradecida si pudierais ayudarme! No querría que mi señora me echase a la calle a patadas por ladrona, cuando nunca sería capaz de hacerle nada malo. ¡La quiero tanto...! -¿Cómo no iba a quererla? Eran tan hermosa e inteligente, a la vez que paciente con ella, incluso cuando no lo merecía. No podía imaginar una señora mejor que ella. - Prometo que os devolveré el dinero en cuanto pueda. ¡Sé coser! Si le hace falta una costurera yo podría pagaros de esa forma. -Así también se haría más mayor y más madura, ¿no? Siempre le habían dicho que cuando se trabaja duro uno crece, y ella se había quedado bajita. Necesitaba crecer.

Las emociones de la niña, tan fugaces como la brisa que soplaba entre los árboles, volvieron a tornarse positivas y sin pensárselo dos veces se agarró al brazo del hombre, con fuerza, sin dejar de sonreír. Había recuperado las ganas de cantar, de bailar, porque ahora sabía que no iba a acabar sola en la calle. ¡Era su héroe! Sus pasos se tornaron rápidos y gráciles, animados, y parecía que iba más saltando que caminando pegada al suelo. - No, yo no tengo familia. Al menos que yo sepa, pero Marieva y la señora son como mi familia. Ella es ciega y cocina como los ángeles. Bueno... no es que sepa cómo cocinan los ángeles, pero seguro que es así. -Explicó, gesticulando en exceso y agitando mucho las manos, como solía hacer cuando estaba contenta. Arrugó la nariz al comprender lo que significaba nutritivo. - Entonces creo que necesito comer más manzanas nutritivas, porque siempre me enfermo. Y si como muchas... ¿también seré nutritiva? -Eso le preocupaba un poco. ¿Y si comía demasiadas y todo el mundo iba por ahí intentando morderle? ¡No creía que fuera divertido! - ¡Las rojas también son mis favoritas! Están más dulces. -De pronto, aquel hombre, su héroe del día, se había convertido en su persona favorita en el mundo -al menos, hasta que regresara a casa y se le olvidara todo-, ¡le gustaban las manzanas rojas!

- ¡Yo no soy una coliflor! -Dijo riéndose a carcajada limpia. Ella no olía mal, ni tenía hojas verdes y cosas blancas. - Soy una mujercita, o eso me dicen todos. Y me llamo Jeanna. Aunque Quentin me dice pulga, y Edouard me llama chiquitina. ¿Qué es una pulga? ¿Es como un vegetal? -La niña se llevó el índice a los labios y se quedó pensativa. No le sonaba demasiado bien aquella palabra, pero si lo decía él seguro que era un apelativo cariñoso, ¿no? Porque aunque Quentin era serio le tenía cariño... - ¡¡Mira!! ¡¡Allí están los tomates!! ¡¡Y los pimientos!! Con un poco de suerte llegaré antes de la cena. ¿Creéis que me regañarán mucho por llegar tarde? Es mi primera misión como ayudante de la cocina... -Salió corriendo en dirección al puesto, con una sonrisa de oreja a oreja. - ¡Hola, buenas tardes! ¿Qué tal el día? ¿Han comido bien? -La simpatía de la joven llamó la atención a varias personas que también estaban comprando, que le respondieron con una sonrisa. La señora que estaba tras el puesto le respondió igual de alegremente, y le regaló un par de tomates de más. ¡El día estaba mejorando!


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Mensaje por Nolan MacLeod Lun Nov 10, 2014 9:06 pm

La mitad de las cosas que decía no tenían sentido, sospechaba que había algo malo con ella, quizá un defecto de nacimiento o falta de estimulación familiar, al menos a cargo de su señora. Si trabajara para él no permitiría que fuera una criada más, probablemente le encargara una pequeña área del jardín, por si acaso, y por pura simpatía. Arqueó las cejas más que sorprendidos por sus cambios de humor, ¿alguna vez pararían? Debía ser sumamente divertido ser ella, tan perdida en las cosas del mundo real. Apostaba lo que fuera a que tenía amigos imaginarios y jugaba con muñecas.

-Cielos, no, uno no se convierte en lo que come, pequeña -su carita de miedo decía todo lo que pasaba por esa cabecilla compleja, y era imposible reprimir la carcajada que salió de él sin querer, apurándose a calmarse para no ofenderla, que no pensara que se burlaba de ella. Quiso ayudar a aclarar las dudas que tenía sobre varias cosas, ¿quién desconocía el significado de esas palabras? Ella, por supuesto.

Permaneció detrás de ella evitando que la empujaran los apurados compradores que buscaban lo mejor de la mercancía, y Jeanna, tan pequeñita, era un simple y mínimo estorbo en sus propósitos, por lo que debía cubrirla. Apoyó las manos en sus hombros mirando con gran interés la rara interacción entre ella y la vendedora. Revisó la hora en el reloj de bolsillo que llevaba consigo, tenía tiempo de sobra la chiquilla, y si nada se cruzaba en sus caminos con todo gusto la acompañaría a su destino, para así saber, además, dónde vivía. Quizá en el futuro le fuera de ayuda, o quizá simplemente quisiera pasar a saludar.

-Espera un momento -el precio que la señora quería darle era demasiado elevado, ya fuera por querer aprovecharse de la niña o porque la veía acompañada de un caballero, pero ninguno de los motivos era suficiente para intentar robar. Apartó con cuidado a la niña, sosteniéndola de la muñeca con el fin de no perderla, y trató de razonar con la mujer -No es el precio que escuché darle a la mujer de antes, ¿acaso quiere aprovecharse de la niña? -en ningún momento fue grosero, su expresión era la misma usada con la chiquilla, así que no tardó en convencerla. Pagó y agradeció su atención, colocando las cosas dentro de la canasta que por seguridad no le daría a la niña.

-Entonces esto es para la cena, ¿tú sabes cocinar? -se detuvo donde vio las mejores manzanas, unas frutas grandes, redondas, rojas y brillantes, y tanto le llamaron la atención que mostró el mismo entusiasmo que su compañera, tirando de su mano al acercarse al puesto y adentrarse entre el montón de gente. El olor de las jugosas manzanas le llamaba a gritos -¿Cuántas debemos llevar? Tu señora se pondrá muy contenta con estas manzanas. Pero nada de contar nuestro secreto -le recordó, colocándose un dedo sobre los labios en señal de silencio. El propósito no era otro que darle crédito a la despistada jovencita y que lograra ganarse una mayor confianza y más responsabilidades, que no dudaba que podría manejar, pues de tonta no tenía un pelo, se le notaba en los ojos vivarachos. Sólo era una pequeña dama demasiado inocente, y podía comprender ese afán de confiar en todos porque él mismo lo llegó a tener, cuando no era más que un cachorro que no conocía la maldad, un cachorro que corría libre en los bosques de su querida Escocia. Esa niña le recordaba un poco a sí mismo cuando era un crío sin experiencia.
Nolan MacLeod
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