Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Brandon Acklang Miér Ene 07, 2015 12:04 am

A Brandon no le gustaba andar muy entrada la noche por los callejones, al menos, no sino eran el suyo. De hecho le daban mucha desconfianza. A pesar de su ignorancia referente a las criaturas de la noche, había escuchado uno que otro mito, también leyenda, o cuentos que relataban de uno a otro. No creía en eso, al menos porque no lo había visto con sus propios ojos, pero bien que había sentido que lo observaban algunas noches, por eso es que prefería dormirse, pensar que todo estaría bien, que en lo único que debía preocuparse es en el pan de cada día. Porque el hambre era una realidad, quizás no la veía, pero si la sentía en su interior; esa noche en especial se encontraba intranquilo, estaba de malas, inquieto y sentía un mal presentimiento.

Él a pesar de ser un hombre pobre, su vida la llevaba con tranquilidad, sin remordimiento alguno, en paz. No se puede quejar, porque en Paris también ha encontrado gente que se preocupa por el ajeno, y quizás por eso sigue con vida; esperó a que sus compañeros se situaran en sus respectivos cartones, el suyo estaba casi en la entrada, codeado del de su mejor amigo, pues así ambos vigilaban que nadie intentara sobrepasarse con las mujeres de su pandilla. Todos después de risas y palabras de aliento se fueron quedando dormidos, pero, la inquietud le apartó las ganas de dormir, y sólo miró al cielo, irónicamente tampoco el clima le dejaba una grata sensación, pues no había estrella alguna, se encontraba nublado; así estuvo dando vueltas, cubriéndose el rostro con unas telas que acababan de regalarle, contando ovejas, e incluso manzanas que cargaba en costales en el mercado, pero no, no pudo dormir.

Se levantó pues de su cama improvisada. Intentó hacer el mínimo ruido posible, no tenía intenciones de hacer que se despertaran los demás. Pobres de ellos, habían tenido una larga jornada. Necesitaban de toda la energía para sobrellevar la de mañana, pues el gobierno les había encargado limpiar algunas zonas por un evento próximo que harían, entre todos juntarían unos cincuenta francos por día. ¡Fantástico, tendrían comida durante una semana! Incluso cigarrillos y cerveza. Les hacía falta una buena celebración, pues seguían con vida; acomodándose el maltrecho abrigo que tenía, comenzó a caminar, pero al poco tiempo se quedó casi helado pues una figura traslúcida se cruzo en su andar. ¡Dios santo! ¡Si existían!

¡No me vayas a hacer nada! — Su expresión de terror sería una burla para cualquiera que conociera a los seres de la noche. Y los que no, tendrían el mismo terror que él. Brandon dio dos pasos hacía atrás, pero entre su terror, y su sorpresa, tropezó y cayó de nalgas contra el suelo. Hizo una mueca por el dolor que aquello le habría causado. Incluso  hasta se le olvidó el tema del traslucido, pero al ponerse de pie tras unos momentos, la realidad lo volvió a azotar. — Te juro que no tengo dinero — Dijo con plena ignorancia del tema — O lo sea que sea que quieras, es más soy pobre — Volvió a decirle, cuando el fantasma comenzó a dejar salir el sonido de algo que el relacionó con una voz, una figura femenina se hizo presente, observó al fantasma, pero se mostró como si nada, Ketu hizo una mueca de inconformidad. ¿Por qué ella no se espantaba? — ¿Y tu quién eres? — El pobre muchacho sigue más que asustado, pero la tranquilidad, y la belleza de la mujer le deslumbra, así que traga saliva con fuerza, endereza su postura, su expresión intentando no mostrarse tan ridículo como hace unos momentos.


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Jue Ene 29, 2015 5:33 pm

A veces, intentar razonar con alguien que está fuera de sus casillas no es la idea más inteligente que alguien pueda tener. Cuando la rabia invade el cuerpo de una persona, lo menos que desea hacer es ponerse a explicar con tranquilidad el motivo o los motivos que lo han llevado a estar así. Mucho menos si esa persona se trata una criatura con tanta ira contenida como Ophelia. Una criatura que en nada se asemejaba a una persona normal. Una criatura cruel, que no tenía ningún tipo de reparo en descargar esas emociones en cualquiera que fuera lo bastante osado -o lo bastante estúpido- para ponerse en su camino en esos momentos. Sobre todo teniendo en cuenta que no solía tener problema en utilizar las habilidades que su condición inmortal le otorgaba, sin importarle la condición, clase o tipo de criatura de que se tratara. Ophelia era el tipo de criatura que no querrías encontrarte en un espacio cerrado, en una de esas noches en que la sed es lo único que la lleva a actuar, a avanzar. Porque en esas noches, atacará antes de preguntar. Desangrará antes de pensar. Dejará salir de forma abrupta al monstruo que es en realidad. Que siempre ha sido. Un monstruo sin conciencia. Un monstruo sin sentimientos. Un demonio.

La peor de tus pesadillas.

Cualquiera que divisara a lo lejos la escena que estaba teniendo lugar en el interior de aquel tétrico castillo, pensaría que una bestia se había colado dentro de la construcción, y había comenzado a desgarrar sin miramientos a los que allí habitaban. Y no se equivocaban, al menos, no del todo, salvo por el hecho de que la bestia se trataba nada más y nada menos que la dueña de aquel lugar. Y sus sirvientes se habían convertido en las víctimas. ¿El motivo? Habían intentado asaltar su escondite mientras dormía para acabar de una vez por todas con su existencia. Y su error había sido no conseguirlo, pues ahora pagarían las consecuencias. No mostró piedad por aquellos que rezaban, ni por los que suplicaban. Ophelia arrasó con todo porque eso era lo que mejor sabía hacer, lo que más le gustaba. Lo único que conseguía aplacar, aunque fuese momentáneamente, toda la rabia y rencor que llevaba conteniendo durante mucho tiempo. Cuando todo siervo humano finalmente quedó abatido a sus pies, rodeados de un gran charco de sangre, la vampiresa observó el siniestro "cuadro" que quedó dibujado sobre el suelo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su semblante, desfigurándolo por completo. Sonrisa que se ensanchó cuando la única supervivente de aquel desastre alzó la vista desde el suelo. Tenía los ojos rojos a causa del llanto.

- Señora... P-por qué nos ha... hecho esto... N-no t-todos estuvimos de acuerdo... Yo... Yo confiaba en usted... -Apenas si tendría catorce o quince años. Su cuerpo era delicado, frágil, como una rosa de invierno. La vampiresa se acercó a ella y la cogió en brazos, como si más que una persona se tratase de una muñeca de trapo. Todos sus huesos crujieron cuando la estrechó contra su cuerpo. Sus latidos iban muy despacio. Estaba a punto de morir.

- Pues no debiste hacerlo, pequeña. Confiar. Ni en mi, ni en nadie. ¿También confiabas en que tu madre te protegería? Mírala ahora. No hay vida en sus ojos. Se ha marchado. No ha podido protegerte. -La chica entornó los ojos, dejando que las lágrimas cayeran libremente por su rostro. Y por suerte para ella, hubo algo en el interior de Ophelia que se removió por aquella mirada de absoluto dolor. Depositó un suave beso en sus labios, beso que luego hizo descender hasta su cuello, donde sus colmillos terminaron el trabajo iniciado momentos antes. Luego, arrojó su cadáver y el resto de ellos al patio trasero, franqueado por altos muros de granito. Un minuto después, la silueta de otra persona apareció tras ella.

- Recoge este desastre. Ahora. -Dijo al arrojar al último de los sirvientes al exterior. Se limpió las comisuras de los labios con la parte baja del vestido y sus colmillos ascendieron lentamente. Giró el rostro para observar a la chica que se había colocado a su lado. Su ropa también estaba ensangrentada.

- Pero... No deberíamos llamar a un... -El semblante inexpresivo de la vampiresa se encogió cuando la neófita, a la que había convertido hacía unos días, comenzó a hablar. La cogió por el cuello y la levantó varios palmos del suelo sin ninguna dificultad.

- He dicho que lo recojas. ¿O acaso quieres acabar en el mismo agujero en el que los enterrarás a ellos? -Su tono no admitía réplica, y sus ojos, oscuros como la noche que se alzaba sobre sus cabezas, tampoco. La neófita obedeció, a sabiendas de que la que era su creadora no sentiría ningún tipo de remordimiento en el caso de tener que cumplir con esas palabras. Siempre lo había tenido claro, en realidad. La había convertido por la necesidad de tener a sirvientes que pudieran velar, que fueran más fuerte que los sirvientes humanos. Que pudieran limpiar sus desastres. Era para lo único que la necesitaba, para lo único que requería sus servicios. Para Ophelia, la personas eran únicamente medios para conseguir sus fines. Cuando la neófita asintió y comenzó a enterrar los cadáveres, la vampiresa se dio la vuelta y se dispuso a salir. Irónicamente, aquella matanza le había abierto el apetito. Las últimas semanas, desde la llegada de su creador, habían sido caóticas, tensas. Y aquella noche había explotado. La caja de pandora que se ocultaba en su interior se había abierto de par en par. Y ahora, ahora desataría el infierno sobre cada sitio que pisara hasta que aquella parte de sí misma fuera nuevamente sellada.

Un rato después, sus pasos la llevaron hasta los húmedos y destartalados callejones del centro de la ciudad. Llenos de miserias, le parecía el lugar idóneo para buscar una nueva víctima, aquella que finalmente diese por saciada su eterna sed. Las calles estaban extrañamente vacías, silenciosas, como si incluso los mendigos hubieran decidido esconderse de su presencia. ¿Acaso tendría que aceptar que aquel paseo nocturno no lograría acabar por completo con su apetito? Pues el resto de sirvientes, los inmortales, tendrían que echarse a temblar. Su mal humor no se marcharía si aquel ardor en su garganta no terminaba por marcharse... Afortunadamente, pronto notó una presencia a su espalda, una presencia que no supo identificar al principio, pero que seguía todos sus movimientos. Al principio la ignoró, aunque la idea fugaz de que se tratase de alguien de su misma condición la hizo estar alerta. El hedor a sangre que emanaba su vestido le resultaba extrañamente cautivador, y bien podría haber atraído a otro vampiro. Y entre todos los aromas impregnados en la tela, el de la chica que había asesinado en último lugar destacaba sobre todos los demás. Quizá se había equivocado al acabar también con ella. Aunque ahora no lo sabría nunca. A menos que...

Al verla materializarse ante sus ojos, no pudo evitar sonreír. Sonrisa que luego se tornó en una carcajada cuando los movimientos de la chica delataron claramente que no sabía lo que había pasado. No sabía que estaba muerta. No sabía que ella la había matado. Lo que sí sabía era que debía temerla. Y salió corriendo en cuanto la vampiresa estuvo lo bastante cerca de ella como para agarrarla del brazo. La siguió por los callejones sin detenerse ni un momento. La curiosidad en torno a aquella chica había despertado, tanto por el extraño aroma de su sangre como por el hecho de que se hubiese quedado en la tierra, como un fantasma. No todos los humanos lo hacían. Y justo al cruzar la esquina, se la volvió a encontrar, junto a la figura de otro tipo al que sí le latía el corazón. Por suerte para él, el objeto de interés de la vampiresa era aquella criatura fantasmagórica que se les había quedado mirando a ambos.

- Puedo ser tu peor pesadilla, si no mantienes la boca cerrada. Y tú, pequeña, ¿por qué huyes de mi? Yo sólo quiero ayudarte... -El tono de su voz se hizo meloso a medida que se aproximaba a la silueta de la joven. Ésta sonrió al principio, aunque su figura parpadeante hacía evidente que estaba nerviosa. Luego el fantasma se acercó al chico y se colocó tras él. ¿Era aquello timidez? ¿Miedo? ¿O acaso se conocían? La vampiresa entornó los ojos y clavó su mirada despiadada en los ojos del muchacho. - ¿De qué la conoces? Y no me mientas, o te arrepentirás.


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