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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Daulte Claythorne Miér Feb 11, 2015 1:16 am

Cumpleaños… ¿feliz?

El gran día había llegado. Oficialmente, Slevin tenía treinta años y lo festejaría a lo grande. Bajó las escaleras de la casa de sus padres, que era mucho más grande y elegante que la suya y, con la nariz presionada sobre el cristal, echó un vistazo al jardín a través de una ventana. Ya todos se encontraban allí, casi treinta invitados vestidos con sus mejores galas, todos amigos de sus padres, así que podría decirse que no eran sus invitados, sino los de ellos. Todos sostenían en sus manos copas de cristal y algunos de ellos comían pequeños bocadillos preparados por su madre. Todos parecían estar a gusto y estar disfrutando. Todos, menos él, que no pudo evitar arrugar el ceño en señal de disgusto y desilusión, cuando no fue capaz de encontrar entre la gente a la única invitada que le interesaba ver ese gran día, su amiga Siobhan Lundqvist. ¡Y no era para menos! Ella tenía que estar allí. Había sido la encargada de seleccionar los colores que predominarían en la decoración, la forma del pastel y, en general, la culpable de que, por primera vez en tres décadas, Slevin se hubiera entusiasmado con una fiesta, y eso era mucho decir porque durante años él había odiado y evitado a toda costa cualquier tipo de celebración. Por eso y mucho más no podía dejarlo plantado, completamente solo con ese montón de gente que realmente no le apetecía ni saludar, no si ella no se encontraba presente. Completamente consternado, el muchacho dejó de espiar por la ventana y se dejó caer sobre el sofá más cercano. Se le notaba no solo desilusionado, sino también algo molesto. No podía creer que su amiga, su única amiga, tras haber insistido tanto en la realización de esa fiesta, brillara por su ausencia.  

Sienna, su madre, que a causa de su edad parecía más bien su abuela, fue a su encuentro y se sentó a su lado. Quiso animarlo, alentarlo a salir y saludar a las personas que pacientemente aguardaban afuera para poder felicitarlo, pero él se negó rotundamente. Argumentó que nada le importaba, que todos podían irse cuando quisieran y que a él no le importaría. Y, en realidad, no mentía. Slevin nunca quiso tener tantos invitados, le habría bastado con sus padres, sus perros, y con Siobhan… aunque ahora que lo pensaba ésta última no parecía tan interesada en querer pasar más tiempo con él como él lo estaba. En silencio quiso encontrar un posible motivo, pero lo único que se le ocurrió fue que ella se había dado cuenta de lo tonto, lo torpe que él era y al final había decidido no volver a buscarlo. La idea lo entristeció y su madre, que lo conocía mejor que nadie, fue testigo de ello. La mujer pasó uno de sus brazos por encima de los hombros de su hijo y lo atrajo hacia sí para acunarlo junto a su pecho, como solía hacer cuando era todavía un niño… aunque para ella él todavía lo era.

Madre, ¿qué pasará el día en que tú y papá tengan que irse? ¿Estaré solo para siempre? Nadie quiere quedarse demasiado tiempo junto a mí. Todos siempre salen huyendo. —Le soltó de pronto a la mujer que por un momento no supo que decir.

La señora quiso calmar los temores de su hijo diciéndole que ni ella ni su esposo lo dejarían jamás pero, antes de poder abrir la boca, se dio cuenta de que no podía engañarlo, que mentiras blancas como esas eran las culpables de que Slevin viviera encerrado en una burbuja, muy lejos de la realidad. Así que no dijo nada, y cuando vio que el humor de su hijo amenazaba con no mejorar a causa de la ausencia de su buena amiga, se puso de pie, dispuesta a salir al jardín para anunciar a todos que la fiesta había terminado.

Slevin no la detuvo.


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Mensaje por Siobhan Lundqvist Dom Mar 01, 2015 6:41 pm

¿Cuál sería el regalo perfecto para un joven que lo tiene prácticamente todo? Desde que se conocieron esa pregunta había retumbado en su cabeza. La simple idea de darle algo perfecto la había distraído de la realidad. El tema de sus hermanos aunque resultaba urgente, lo cierto es que no la ponía del todo mal. Incluso le habían parado los ataques de ansiedad, y sobretodo, la migraña. La jovencita sabía que todo tenía una razón, aquello le hacía angustiarse de a poco, pero también sentirse sumamente agradecida, un contraste de emociones difíciles de explicar.

Slevin era su esperanza.

A medida que los días pasaban la búsqueda del obsequió fue peor. Las ideas se iban desechando, y las pocas cartas que prevalecían sobre la mesa le parecían aburridas y absurdas. En el interior de Siobhan existía una exigencia especial por tratarse de él. La emoción con la que ambos habían planeado esa fiesta lo decía todo. No podía llegar de buenas a primeras sin nada en las manos. ¡Debía lucirse! Slevin era la representación también del amor que profesaba por sus hermanos. Todo debía ser perfecto para el muchacho. ¡Claro que si!

La mañana del cumpleaños, la joven observaba por su ventana. Notó la tranquilidad del día, y sintió la ausencia de su vecino. No se encontraba a fuera con sus perros, ni siquiera asomado por la ventana. Se notaba que aquel día sería diferente, inevitablemente se cuestionó ¿qué tan bueno o malo llegaría a ser? La incertidumbre le asustaba.

Siobhan se puso un vestido blanco con detalles rosáceos en el corsé. Levantó su cabello rebelde. Se fue al natural, no le gustaba el maquillaje, le daba picazón. El regalo de Slevin ya iba en camino al hogar de sus padres, y ella se apresuraba a salir de su casa con violín en mano. Su tardanza iba de la mano de nuevos hallazgos encontrados en la búsqueda de sus hermanos, sin embargo era más de lo mismo, así que terminaría por revisar las notas a detalle más tarde. En el trayecto a la casa de los padres del festejado, la joven sintió una extraña punzada en el pecho, su respiración acelerada, y mareó, las ganas de llorar la abrumaron, pero terminó por calmarse. El tener que ver a esas dos personas le ocasionaba una ansia especial. ¿Qué pasaría sino la querían cerca de su hijo? ¿Y si se enojaban con su presencia? ¿y si eran como sus padres? La sueca no conocía a los señores, sólo había escuchado hablar de ellos. ¿Slevin les habría hablado de ella? Se sentía confundida.

No se dio cuenta que se encontraba ya frente a la casa. El cochero abrió la puerta y tuvo que repetir su nombre más de tres veces para que la joven le hiciera caso . La muchachita sonrió de forma forzada, y después, le pidió ayuda a su empleado, con su mano libre no soltó el violín. Frente a ella se encontraba un equino blanco, alto, y bien amaestrado. Ese sería su regalo para Slevin ¿costoso? Claro que lo era, sin embargo eso no importaba, ella tenía la posibilidad de eso y más.

Lo más gracioso de la noche fue ver todas las caras notar su presencia, el asombro era palpable. Un señor de entrada edad se acercó hasta la joven, su sonrisa era clara. ¡Él estaba emocionado!

Bienvenida, señorita ¿viene a la celebración de mi hijo? — Se sorprendió, no creyó ver a aquel hombre tan rápido. La jovencita simplemente asintió — Bienvenida, creo que la estaba esperando — El cochero seguiría ahí, y cuidaría del caballo junto con el profesional encargado, el mismo que lo había llevado hasta ese lugar.

He planeado tocar una melodía para él ¿les molesta? — Cuestionó adentrándose — Me llamo Siobhan — Susurró, intentando presentarse de forma torpe. Estaba más que claro que al igual que Slevin, ella no había tenido contacto humano de forma muy común, o normal. Todos parecieron maravillados con la idea, y la jovencita desenfundó su violín. Con profesionalismo, delicadeza y entrega, las primeras notas comenzaron a sonar.

Siobhan saludaba al festejado, lo invitaba a participar. La fiesta estaba por comenzar.


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Mensaje por Daulte Claythorne Miér Mar 11, 2015 1:25 am

En ese instante, a Slevin le pareció oír notas musicales y se dio la vuelta. Se trataba de un violín, y la música provenía del exterior. Dudoso, se puso de pie y acudió a la ventana; apartó la cortina y entornó los ojos. Miró hacia el gentío que yacía en el jardín, y con sorpresa los encontró a todos formando un círculo. Y en medio, la persona que tocaba. La curiosidad lo invadió. Algo muy dentro de su ser le auguró una gran sorpresa. Abrió la puerta y decidió salir a averiguar lo que pasaba. A medida que se acercaba, la melodía se hacía más intensa. Se dio cuenta de que todos escuchaban con atención. Ni siquiera se habían percatado de que el festejado finalmente había decidido mostrarse.

Slevin avanzó sin detenerse, abriéndose paso entre los presentes, siguiendo el sonido de la música, completamente hipnotizado por su belleza, como si se tratara de uno de los ratones del flautista de Hamelin. Al inicio sintió algo de nervios, un poco de tensión por la inusual experiencia, pero poco a poco se fue relajando; la música lo ayudó. Sin duda, era una melodía hermosa, las preciosas notas, perfectamente ejecutadas, parecían arrullar a los oyentes, y Slevin no era la excepción.

Cuando al fin llegó al frente, descubrió, con una indescriptible excitación, que la autora de aquella alegre melodía era Siobhan. Su imagen lo deslumbró. Estaba verdaderamente hermosa vestida de blanco, como un ángel. Al verlo, sus ojos brillaron al encontrarse con los ajenos, y lo saludó con una amplia sonrisa en verdad encantadora que definitivamente era contagiosa. Las comisuras de sus labios se elevaban con gracia, mostrando su dentadura blanca. En sus suaves y rosadas mejillas se dibujaban pequeños y encantadores hoyuelos que le daban un toque infantil. De pronto, a Slevin le pareció que hacía un gran esfuerzo por ponerse seria y así concentrarse para continuar tocando el preciado instrumento. El corazón de Slevin estaba acelerado, podía sentirlo galopar en su pecho. Nunca antes había sentido eso, no con esa intensidad. ¿Eso era lo que la gente llamada felicidad? Sí, eso debía ser; él no tenía otra explicación.

Ella había llegado a su vida de una forma inesperada y en tan poco tiempo se había convertido en alguien vital en su vida. Tenía una gran influencia sobre el muchacho, era poderosa. Había caído del cielo logrando transformar el humor del muchacho, el cual había cambiado mágicamente con su presencia. Él no dejó de mirarla con detenimiento, sin dejar de sonreír, y cuando una sonrisa parecía empezar a desvanecerse, le seguía otra más, todavía más amplia y sincera que la anterior.

¡Siobhan, viniste! —exclamó alegremente cuando ésta hubo terminado su gran número.

Los presentes se deshicieron en aplausos y vitoreos, mientras el muchacho se acercaba a ella. Entonces, también le aplaudieron, y aunque ninguno de ellos era realmente su amigo, sino de sus padres, pudo sentir su calidez, abrazándolo, haciendo de ese cumpleaños el mejor de toda su vida.

Madre, padre, ella es Siobhan —anunció con una gran sonrisa que parecía haberse tatuado en su rostro.  

Es realmente hermosa, hijo —aseguró su madre, completamente entusiasmada. Su padre asintió colocando ambas manos sobre los hombros de su esposa, orgulloso de su hijo.

¡La más hermosa de todas! ¡Y además talentosa! —exclamó extasiada Rose McGrill, una de las invitadas, especialmente reconocida por ser un poco… ¿curiosa?—. ¿Es la novia de Slevin? —Entrometida. Aunque era buena persona—. ¡Hacen una hermosa pareja! ¡Ya era hora, muchacho! —palmeó suavemente el hombro de Slevin, felicitándolo.

El resto de los invitados se unieron al festejo.

¿Cuándo piensan comprometerse? Porque piensan hacerlo, ¿verdad? —insisitió Rose, más eufórica que antes.

Yo… no… —titubeó él confundido. La sonrisa se le había borrado.

¿Cómo iba a decirles a los presentes que ella no era su novia? Que nadie se interesaba en él de ese modo, y que nadie lo haría jamás.


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Mensaje por Siobhan Lundqvist Miér Abr 01, 2015 11:12 am

Siobhan debe reconocer lo impactante que le resulta tocar para tanta gente. Tomando en cuenta la naturaleza de su amigo, la joven llegó a creer que serían muy pocos los invitados, jamás imaginó tanta cantidad de personas a su alrededor. Cuando muchos ojos llegaban a mirarla, la jovencita comenzaba a tener ese ataque de ansiedad, mismo que no la dejaba seguir realizando sus actividades. Sin duda se encontraba en un aprieto. Lo único que le generaba consuelo, era el hecho de encontrarse ahí por alguien más, alguien que sin duda la necesitaba.

Lo único que podía mantenerla a flote, era la idea de estar de pie por alguien más. Desde que lo había conocido, Siobhan sentía una gran necesidad de protegerlo. El destino, o quizás Dios los había unido, y se sentía parte de su vida, así cómo él ya lo era de la suya. ¿Qué pensarían sus padres? Seguro se sentirían avergonzados. Le habían apartado a sus hermanos para poder buscar un ambiente “normal”, y ella misma buscaba la forma de encajar en ese al que llamaban prohibido. Daba igual, ella era dueña y señora de su vida.

Lentamente el sonido comenzó a disminuir, las notas se volvían susurros, mismos que parecían ser otorgados en el oído de un ser amado. La joven reconocía que ya sentía por aquel joven. ¿Qué? No lo comprendía del todo, pero estaba segura que no era lastima, ni nada de esas tonterías, porque se sentía muchas veces agradecida con él. Slevin le había devuelvo las esperanzas.

Las mejillas de la joven se tornaron de un color más rosáceo. Sus ojos los cerró por un instante, y al abrirlos, la imagen de su amigo la hizo temblar de emoción. Pudo darse cuenta que tocar para él había sido una excelente idea, sin embargo no pudo acercarse demasiado, parecía que las personas se encontraban más interesadas de lo normal en ellos, en su aparición. ¿Por qué los veían como anormales? ¿Por qué parecían cuestionar la existencia de la joven? Más aún ¿por qué dudaban que el cumpleañero pudiera tener una figura femenina a su lado? Aquello la hizo formar una mueca evidente, seguro todos esos invitados sólo asistían por compromiso, no por verdadero interés en el joven, y también se encontraban felices dado el morbo de la situación, no por la sinceridad misma que pudieran profanar en el encuentro. Por sí fuera poco, la joven que cuestionaba su relación parecía querer sacar algo más de información. Claramente Siobhan se sentía una rata siendo observaba para un mero experimento; se sintió el doble de indignada.

Le agradezco su interés, ¿Señorita? — La pregunta la hizo con claro aire venenoso, le resultaba tan poco importante. — Slevin y yo somos pareja — La muchedumbre ahogó una expresión de asombro. Ella por su parte tomó el violín con una de sus manos, con la otra se aproximó a su amigo para cogerle la mano, y enredar sus dedos. En el momento que realizó esa acción, le dio un pequeño apretón, buscándole dar seguridad en el momento. Sin si quiera consular, la joven besó la mejilla de su amigo con delicadeza, incluso le hizo muestras de afecto, cómo si ambos fueran enamorados de hace mucho tiempo.

Siobhan volteó a ver a la joven, misma que parecía no muy contenta con sus respuestas, claramente a ella le dejó un sabor de satisfacción en la boca. Sí se metían con él, se metían con ella.

No creo que haya que apurarnos para comprometernos, aún nos falta conocernos, nosotros queremos casarnos con amor — Giró su cuerpo para quedar frente a Slevin, los ojos de ambos chocaron, y ella pudo sentir la gratitud que él le tenía, todo por salvarlo de ese momento — Pero yo no quisiera esperar mucho tiempo, él es un joven maravilloso, y deseo que su corazón sea mío también — Con todo y el violín, las cuatro manos de los jóvenes hicieron unión.

Siobhan no mentía, en su interior aquellas palabras habían sido dictadas para que sus labios las hicieran escucharse. Se sentía inquieta, pero para nada incomoda, sí debía hacer todo ese montaje, lo haría las veces que fueran necesarias, aunque para ella todo parecía muy real ¿Qué pasaría en el interior de Slevin?

¿Qué opina mi apuesto caballero?  — Le cuestionó. En aquel lugar todo era silencio, todos buscaban respuestas, entender y de verdad creer lo que estaba pasando entre ellos dos.


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Mensaje por Daulte Claythorne Dom Mayo 31, 2015 9:18 pm

A pesar de que hacía mucho tiempo que Slevin tenía la edad suficiente para pensar en casamiento, lo cierto es que nunca había estado en una situación similar, ni siquiera en una que se le acercara. De hecho, el tema del matrimonio había pasado a ser una especie de tabú entre los Shaw-Hackett. Luego de varios años intentando conseguir una buena esposa para su hijo, sus padres finalmente habían entendido que no podían presionarlo de tal modo porque no era beneficioso para su salud emocional. No obstante, aunque la pareja no lo dijera en voz alta, aún no habían perdido la esperanza de que algún día llegara la muchacha indicada a su vida, una joven dulce que al conocer el trastorno que Slevin sufría, no lo considerara como un defecto, sino como una virtud y lo viera como lo que realmente era: un hombre diferente y al mismo tiempo muy especial. Sin embargo, en la vida no abundaban mujeres que quisieran desposar a un hombre al que consideraban un niño. Todas las jóvenes solteras deseaban encontrar un hombre independiente y capaz que pudiera hacerse cargo de ellas y no les hacía nada de gracia que las cosas sucedieran al revés, ya que creían que de reconsiderar la situación, ellas terminarían haciéndose cargo de Slevin. Él, por su parte, no opinaba mucho al respecto. De algún modo se había resignado a su destino. Tras haber sido constantemente rechazado, no solo por las mujeres que podían haber llegado a ser consideradas como candidatas para el matrimonio, sino por la sociedad en general. Pensaba que su futuro sería estar solo. Y no es que él pensara mucho en el futuro, a causa de su trastorno, en realidad no era un tema que le robara el sueño, pero había ocasiones en las que Slevin solo pensaba en ello. Tal y como había hecho evidente ante su madre ese día especial, en el fondo sentía miedo, porque entendía que algún día sus padres partirían y le asustaba no saber qué sería de él, si transcurriría toda su vida en silencio y en soledad, recluido en una casa, acompañado solamente por las mascotas que consideraba sus amigos. Lo veía como una especie de causa perdida, o al menos una muy difícil de revertir.

Tal vez por eso cuando Siobhan dijo todo aquello y entrelazó sus manos con las suyas, él no pudo apartar la vista de la muchacha, y la miró fijamente. Por supuesto, él no sabía que la joven lo había dicho solamente para sacarlo de un apuro, para no avergonzarlo frente a todos los presentes; en su ingenuidad creía que había hablado en serio. Eso logró ponerlo muy ansioso. Si era así, ¿por qué no le había dicho nada al respecto? ¿Por qué había estado considerando la idea de llegar al altar con él sin siquiera consultárselo? Si bien a Slevin no le ofendía en absoluto la idea, sí lograba confundirlo a niveles insospechados. Slevin se quedó mudo, pero por suerte sus padres, que le conocían bastante bien, salieron en su rescate anunciando que la cena estaría servida en pocos momentos. Fue el único modo en el que los invitados parecieron desviar el interés mostrada en la joven y nueva pareja, para concentrarla en algo más. Entre cuchicheos, uno a uno fueron llenando el comedor, mientras, los padres de Slevin decidieron aprovechar el momento para aclarar la situación. Le pidieron a Siobhan y a Slevin que los acompañaran a la sala, allí los cuatro tomaron asiento y se miraron los unos a los otros.

Siobhan, tanto a mi esposo como a mí nos has parecido una joven muy dulce, pero lo que acaba de ocurrir allá afuera no se puede repetir. Entendemos que lo hiciste para proteger a nuestro hijo, pero esto, en definitiva, no es lo correcto. No queremos que Slevin salga herido, él se ha encariñado mucho contigo y…

Madre… —Slevin la interrumpió. Finalmente lo había comprendido todo, o al menos lo más importante. En su rostro se notó la decepción.

Pero es que… hijo…

Por favor. —Y con esa simple frase, Slevin indicó a su madre que no deseaba que se hablara más del tema. Era demasiado vergonzoso.

Sin decir nada o dirigirle una palabra a Siobhan, se puso de pie y fue escaleras arriba, rumbo a su habitación que solía ocupar antes de que se mudara a vivir solo. Ya no tenía ánimos para fiestas y regalos. Ya había tenido suficientes sorpresas. Puso el seguro a la puerta para que nadie pudiera entrar. Ni siquiera Lila y Sheldon, sus perros, que lo siguieron y empezaron a olisquear y a rasguñar la puerta por fuera.


Última edición por Slevin Shaw-Hackett el Lun Ago 24, 2015 2:29 am, editado 1 vez


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Cumpleaños… ¿feliz? | Privado Empty Re: Cumpleaños… ¿feliz? | Privado

Mensaje por Siobhan Lundqvist Jue Jul 02, 2015 1:06 am

La realidad la había golpeado. El coraje de ver a aquella joven burlarse de él la hizo actuar de forma impulsiva, sin pensar en ningún momento en las consecuencias, sin embargo, no todo era mentira. Siobhan hablaba con el corazón, y no mentía cuando mencionaba que sería feliz con él. Slevin en un principio le recordó a su hermano perdido, más no podía mentir, el tiempo, la convivencia, y las sonrisas que se mostraban cuando la pasaban juntos eran genuinas. Su corazón latía con fuerza cuando se encontraban juntos, y se ponía nerviosa al pensar que pronto lo vería. Sensaciones que pasó por alto tantas veces que las había creído normal. Al menos hasta ese momento.

Yo… — Los tres integrantes de la familia habían hablado sin ni siquiera preguntarle nada, no se preocuparon por sus sentires, y aunque lo veía perfectamente normal, se sintió bastante mal. La habían hecho a un lado. No se quejó, debía remediar sus acciones, poder poner en claro lo que sentía, y mostrarle a los padres de Slevin que lo que menos deseaba era darles molestias, o perjudicar a su hijo, muy por el contrario. La única alternativa que le quedaba era contar la verdad, su historia, y como poco a poco su mundo ahora giraba en torno al joven que acababa de abandonar la habitación.

Siobhan les contó a los padres de Slevin toda la verdad. La razón del porqué había llegado a París, el tiempo invertido en la búsqueda casi imposible de su propio hermano, y como un día de la nada apareció aquel chico de los dos amigos caninos, y una alimentación basada en sopa recalentada. La emoción al hablar del muchacho se notaba en sus ojos, y también en el timbre de su voz. No había duda que estaba siendo autentica.

Es cierto, quise salvar la situación, no me pareció justo la forma en que ella le hablaba, yo deseaba que lo viera de la misma manera en la que yo lo hago ¿Está mal? — Siobhan se notaba muy triste. Intentó a toda costa que los padres del muchacho la comprendieran — Yo lo quiero… — Susurró con suavidad, no porque le avergonzara decirlo, sino porque por vez primera lo aceptaba, y decirlo era contar parte de su interior al mundo. Mostrar una parte de ella que ni siquiera conocía — Para mi no es una carga, no es alguien enfermo, para mi es sólo un joven al que el mundo le ha dado la espalda por no comprender, yo sería capaz de casarme con él, no por valentía, sino por amor — Respingó al final. Ella se encontraba tan sorprendida, tan asustada y al mismo tiempo maravillada. Los padres de Slevin no tardaron en mirarse mutuamente. Le creían, porque la sinceridad en aquellos ojos era casi palpable. No supieron que decir, y en realidad ella no esperaba a que le dijeran algo. Lo que dijo lo hizo porque quiso, no pidiendo permiso para llegar a querer a su hijo. Ella misma se encontraba confundida, aunque jamás arrepentida. Estaba segura de sus palabras, y las volvería a repetir de ser necesario. Pidió permiso y sin siquiera saber el camino buscó aquella habitación.

No le costó mucho trabajo identificar el lugar que buscaba, los caninos parecían tan inquietos como ella. Suspiró, lo siguiente sería difícil, lo sabía porque se enfrentaba a una situación desconocida. ¿Cómo lidiar con el descubrimiento de un sentimiento que se había negado a experimentar? ¿Cómo lidiar con un joven que podría no quererle hablar en su vida, y todo por culpa de confusiones y terceros? Lo primero que hizo fue intentar girar la perilla de la puerta, al ver que se encontraba asegurada, dio tres pequeños toques a la puerta, incluso al querer llamar la atención del muchacho llegaba a ser delicada y armoniosa.

Tal parece que quieres perderte de una fiesta muy hermosa — Susurró contra la puerta, intentando que el eco de la casa, y el viento que se escurría por los bordes de las ventanas no se llevaran sus palabras. Deseaba que todo aquello se quedara entre él y ella. Necesitaba rehacer la burbuja que habían estado construyendo.

No te culpo, yo también quiero perdérmela, hay mucha gente que no vale la pena. Aunque hay una que sí lo vale. ¿Cómo se llama esa muchachita curiosa? — Cuestionó esperando una respuesta — Estoy agradecida con ella, sin sus palabras no me habría armado de valor para decir aquello, puedes creer que todo lo que dije era una mentira, quizás para sólo ayudarte en la situación, y lo era, al menos al inicio, después comprendí que mis palabras tenían verdad, porque te quiero ¿Lo sabías? Te quiero mucho — Que difícil era reconocer aquello, al mismo tiempo sencillo porque le hablaba con el corazón.

Yo te entregaría mi vida, mis horas y cuidados tanto como te he entregado mi corazón — Jamás imaginó decir aquello, ni siquiera en sus mejores sueños se veía amando a alguien, su vida la había dedicado al cuidado y búsqueda de sus hermanos, se había olvidado de su ser, al menos hasta que él llegó. No deseaba perderlo. Siobhan necesitaba de él más de lo que él llegaría a necesitarla alguna vez en su vida.

El silencio fue la única respuesta, la tristeza embargó su corazón. Recargó su espalda contra la pared a un lado de la puerta y se deslizó hasta sentarse en el suelo. ¿Debía esperarlo? Lo haría el tiempo que creyera prudente.


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Mensaje por Daulte Claythorne Lun Ago 24, 2015 2:28 am

Como cuando había sido tan solo un niño, desconsolado por el rechazo de otros infantes que no hacían más que burlarse de él, Slevin buscó refugio en su antigua cama. Se recostó y cubrió su cuerpo hasta el cuello con un bonito edredón color lavanda que su propia madre le había hecho. Intentó pensar en lo que recientemente había ocurrido escaleras abajo, pero lo cierto es que, aunque entendiera, a su modo, la situación que se había suscitado en el jardín, frente a todos los invitados, no llegaba a comprenderla como habría hecho cualquier otra persona. Ahora que lo meditaba más tranquilamente, ya sin el barullo característico de las pequeñas o grandes multitudes, se sentía incluso confundido. No entendía por qué había actuado como había hecho, por qué había abandonado el jardín y mucho menos la razón que lo había llevado a encerrarse en la habitación. Pero, todavía más incomprensible, era el hecho de que incluso había decidido prescindir de la presencia de sus más grandes amigos: sus perros. Algo insólito, puesto que eran inseparables. ¡Pobre Lila y Sheldon! No dejaban de ladrar y arañar la puerta, aferrados a la esperanza de que su amo finalmente los dejara entrar. A Slevin se le estrujó el corazón al escucharlos y rápidamente se acercó a la puerta con la intención de abrirla. No obstante, la voz de Siobhan al otro lado, lo detuvo abruptamente.

Se quedó petrificado, con los dedos sobre la perilla, pero ya sin hacerla girar. Decidió que escucharía todo lo que ella tuviera para decir, y para su sorpresa, las palabras de la muchacha lo asombraron positivamente. Ella lo quería. Eso había dicho, así que debía ser verdad, ¿cierto? Lentamente, las comisuras de sus labios se alzaron hasta formar una inesperada pero auténtica sonrisa, y su corazón se aceleró sin razón aparente. Pero lo cierto es que, aunque Slevin no estuviera cien por ciento consciente de lo que ocurría en su interior y fuera la persona más inexperta cuando se trataba de interpretar sentimientos, también era capaz de sentir, aunque no pudiera demostrarlo tan fácilmente, como todo el mundo normalmente hacía. En ese instante, sin pensarlo demasiado, hizo girar la perilla y la puerta se abrió. Lila y Sheldon se le lanzaron encima, y fue tanta su euforia al ver nuevamente a su amo, que lograron derribarlo provocando que éste cayera sentado sobre la alfombra. Slevin sonrió y los reiterados y cariñosos lengüetazos de sus caninos amigos, lo obligaron a cerrar los ojos momentáneamente. Cuando los volvió a abrir, se dio cuenta de que Siobhan se encontraba a apenas metro y medio de él, también sentada en el piso.

Y-yo… —balbuceó, sin poder sostenerle la mirada. Siempre le ocurría cuando algo lo ponía nervioso e inseguro.

En silencio se preguntó qué debía hacer, cuáles serían las palabras adecuadas a pronunciar en una situación como aquella. Cuando la gente admitía querer a una persona, ¿cómo debía responder el sujeto en cuestión? Entonces recordó todas las veces que había presenciado a sus padres, reiterándose el amor que seguían sintiendo el uno por la otra, aún después de tantos años. Siempre sellaban sus demostraciones acercándose mutuamente, para finalmente besarse en los labios. Slevin no sabía cómo besar, pero eso no lo detuvo, es más, ni siquiera pensó en ello. Simplemente se acercó a la joven y, sin cerrar los ojos, como debía ser, presionó su boca contra la ajena, dejando que sus labios rozaran los de Siobhan. Cuando se separó, mostró una tímida sonrisa.

Sabes igual que una tarta de fresa… —pronunció, para luego volver a rozar sus labios, como si quisiera corroborar que su descubrimiento era real.


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Mensaje por Siobhan Lundqvist Dom Sep 06, 2015 2:36 pm

La sorpresa que sintió en aquel momento, hace muchísimo tiempo no lo había experimentado. Parpadeó un par de veces confundida, sin poder creer lo que su amigo acababa de hacer, y que estaba volviendo a repetir. Su cuerpo se tensó, no por sentir repulsión ó rechazo, más bien el no saber que hacer, la habían dejado en blanco. A los pocos segundos reaccionó, y se dejó llevar por la situación. Lo abrazó con cuidado, tampoco deseaba asfixiarlo, pero sí necesitaba sentirlo a su lado. Sus labios apenas y se habían movido, y en medio de los roces simplemente sonrió agradecida. Aquella situación jamás la imaginó.

Siobhan se dio cuenta que quería a Slevin más de la cuenta, también que le había gustado mucho aquel beso que el chico le dio. Cuando se separó, sus mejillas se sonrojaron, y al no querer que la viera en ese estado, se abrazó a él escondiendo su rostro entre su pecho. Por un momento quiso sentirse protegida por él, y no que ella lo protegía. Se encontraba segura a su lado. Los caninos hicieron lo respectivo. Se acomodaron entre las faltas de ambos, de esa manera ella comprendió que la estaban aceptando, y que eran felices al tenerla cerca. Sintió alivio, y mucha felicidad.

Con los ojos cerrados, se imaginó el rostro de todos sus familiares, empezando por la vergüenza en la cara de sus padres, y las sonrisas radiantes de sus hermanos. Estrechó a Slevin más de la cuenta sólo por aquellas escenas que aparecían en su mente. ¿Qué pasaría? Esa era la gran cuestión, porque aunque su burbuja fuera perfecta, existía una gran cantidad de cosas en contra de los dos. Suspiró antes de separarse.

¿Y cuál era tu postre favorito? Porque algo debo hacer para que te sepa a lo mismo — Sonrió con ternura, con una mano acariciaba la cabeza de uno de los perros, con la otra le acomodaba el cuello de su camisa. Cómo pudo se puso de pie. Acomodó su vestido, y después estiró su mano para dársela a su caballero, lo ayudó a levantarse, y también a acomodar su ropa. Los perros parecían menos inquietos, incluso la tranquilidad había sido transmitida para ellos. — Creo que no es bueno de buena educación dejar a los invitados tanto tiempo solos, además, pueden pensar mal sí desaparecimos al mismo tiempo ¿No lo crees? — Se sujetó de su brazo para armarlo de valor — Vayamos a seguir la fiesta, si quieres puedo servirte algo especial de comer, o una tarta de fresa — Aquello último lo mencionó sonriendo de forma radiante. Probablemente los coqueteos no los captaría el muchacho como cualquier otro, pero de igual forma ella deseaba hacerlos. Tarde que temprano se acostumbraría a ellos, y podría interpretarlos, todo era cuestión de compromiso, entrega, perseverancia, pero sobretodo, paciencia.

Cuando la pareja volvió a la fiesta. Los invitados actuaban cómo si poco hubiera importando la desaparición de ambos. Aquello la hizo sonreír aliviada, dado que las miradas no se dirigieron a ellos, y eso restaría el nerviosismo de Slevin. Los padres del muchacho volvieron a asombrarse al verlos llegar juntos, y encima mostrando tal cercanía, y comodidad. La chica lo guiaba hasta la mesa principal, y terminaron por sentarse, mientras los demás acompañantes sonreían agradecidos por reincorporarse a la celebración. Ninguno de los dos dijo mucho, al menos los siguientes minutos. La música parecía animar más el ambiente. Los tragos amargos se habían quedado atrás.

Siobhan tarareaba la música sin alzar demasiado la voz. Había terminado de comer un poco de sopa que le habían servido, no es que tuviera hambre, pero tampoco deseaba despreciar a los anfitriones, así que con esfuerzo se la terminó toda. Cuando menos lo imaginó, el papá de Slevin le tendió la mano para invitarla a la bailar. Observando al muchacho, y luego a la señora, terminó por aceptar, y encima de todo, bailó dos canciones de forma muy respetuosa  y animada.

La fiesta era hermosa, y además de todo, se sentía tranquila por haber dicho todo aquello que sentía, aunque algunos seguían mirándola como a un bicho raro. Hecho que le importaba muy poco en realidad.

Cuando terminó la segunda canción, se quedó al inicio de la pista, e hizo una seña a Slevin para que se acercara. Quizás una mala idea, pero era un día de situaciones distintas, bailar un poco no les sentaría mal. Realizar cosas nuevas siempre ayudaba, el único problema sería sí él llegaba a aceptar.


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Mensaje por Daulte Claythorne Miér Sep 23, 2015 10:25 pm

Slevin sonrió, tímidamente, pero lo hizo. Respondió así a las palabras de Siobhan, mismas que, aunque lo intentó, en realidad no llegó a comprender del todo. Estaba mucho más abstraído por sus propios pensamientos. En el fondo, sabía que algo grande acababa de ocurrir y no podía creer que se hubiera atrevido a hacerlo. ¿Era posible que algo estuviera cambiando, que él estuviera transformándose, si bien no en alguien diferente, sí en algo mejor? En el fondo, lo deseaba y esperaba estar lográndolo. Era extraño pero ya casi no evitaba el contacto visual entre la joven y él, como hacía con todo el mundo, todo el tiempo. Eso, definitivamente, era una excelente señal; la prueba más latente del gran esfuerzo que el muchacho hacía.

Para cualquier otra persona, aquello habría parecido insignificante, quizá no más que un conjunto de sencillas normas de convivencia a ejecutar, ya más por instinto que por cualquier otra cosa. Pero para alguien como Slevin, significaba un gran mérito. Las cosas para él no resultaban tan sencillas como lo eran para el resto. Aunque a sus padres no les gustaba verlo así, porque sentían que era estigmatizarlo, lo cierto es que su padecimiento implicaba ciertas limitaciones. Sus discapacidades tenían que ver, principalmente, con su interacción con el medio social del cual, por añadidura, era integrante, pese a que se aislaba constantemente. Como cualquier otro individuo, su deber en la vida era educarse, asumir retos y obtener responsabilidades, así como aspirar a futuros proyectos. Nada de eso existía en la vida de Slevin. Ni siquiera sabía cómo hacer amigos, jamás supo cómo conseguirlo, ya que las pocas veces que lo intentó en el pasado, solamente consiguió ser presa de las burlas de los demás, personas que no comprendieron nunca la ingenuidad de éste y que iba más allá de los niveles que se podrían esperar en una persona de su edad. Por eso había desistido, aislándose, lo que a su vez solo lograba perjudicarlo más porque, cada vez que llegaba a tener la oportunidad de interactuar con otras personas, rara vez sabía qué temas de conversación abordar que no fueran los únicos tres que conocía: sus perros, sus padres y el universo que tanto le fascinaba. En cambio, si él hubiera procurado desde siempre mezclarse con el resto de la sociedad, probablemente a esas alturas ya hubiera desarrollado inconsciente o conscientemente estrategias para disimular su trastorno, o incluso para disminuir el impacto de éste en su vida social.

Por eso la relación con Siobhan, en realidad, era muy buena para él; a la larga solo le traería beneficios. Un punto a favor era que él confiaba en ella. Así tenía que ser, de lo contrario, Slevin difícilmente se habría aventurado a experimentar un terreno tan desconocido. Empezaba a contar con Siobhan en cada vez más aspectos de su vida, y lo hacía plenamente, como si no concibiera ya su futuro sin ella. ¿Se había enamorado? Tal vez. Y, así como eso lo volvía vulnerable, también lo fortalecía.


***


Siobhan logró convencerlo para que regresaran a la fiesta. Y así lo hicieron. Sentado al lado de ella, intentó disfrutarla y, afortunadamente, gracias a la presencia de la jovencita, no le costó mucho lograrlo. Más tarde Slevin se deleitó observando a su padre bailar con ella, y lo hicieron tan bien que casi parecían profesionales. Hasta que llegó su turno. Ella se detuvo frente a él, alargando su mano, invitándolo a acompañarla en la pista. Slevin no lo comprendió al inicio pero, cuando su madre, que yacía sentada a su lado, le susurró al oído lo que estaba ocurriendo, él finalmente entendió y los nervios que parecían haberse esfumado por un momento, nuevamente se apoderaron de él. Casi se encogió en su silla con la esperanza de desaparecer, pero Siobhan era tan insistente y sonreía de aquella manera que, ¿cómo no iba a aceptar su oferta? ¿Cómo iba a rechazarla?

Hechizado por la joven y alentado por sus padres, finalmente se le unió. Su mano casi temblaba cuando cogió la ajena.

N-no sé bailar… —confesó intentando mantener su voz firme, aunque sin demasiado éxito. Esperaba no desilusionarla—. ¿P-podrías enseñarme cómo? —se animó a pedirle, con la esperanza de que su rápido aprendizaje estuviera esa noche de su lado y le ayudara a salir airoso de la situación, o que al menos convirtiera el momento en algo no tan desastroso.

Sí, esa sería su primera danza, y sería con ella. No quería estropear ese momento. Desde luego que podría haberse negado, pero Siobhan había sido tan buena, paciente y generosa con él que no podía defraudarla. Él debía corresponderla. Quería hacerlo.


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Mensaje por Siobhan Lundqvist Jue Oct 15, 2015 9:09 pm

La sorpresa no se hizo esperar, en el rostro de la joven se proyectaba, y no es que mostrara gestos de desagrado, todo lo contrario. Se sentía fascinada, y aunque intentó no mostrar tanta sorpresa, lo cierto es que sonreía ampliamente, sin negar que aquella aceptación del joven, la hacía sentir un paso adelante. Siobhan sabia que aceptar bailar frente a un publico tan grande no era cualquier cosa, ese recuerdo (cómo muchos otros), los guardaría en un rincón muy preciado de su mente, y su corazón. Sólo les quedaba disfrutarlo.

Una gran parte del tiempo, la joven mostraba seguridad plena al encontrarse con él, sabía que de esa manera le contagiaría el sentimiento, y podrían aventurarse a hacer más cosas, sin embargo las miradas que le dirigían los padres del muchacho la ponían nerviosa, una característica propia que nunca antes había experimentado. Cerró los ojos por un periodo de tiempo. Lo hizo lo más rápido posible, pero lo suficiente para poder relajarse. Si se dejaba llevar por el sentimiento, seguramente terminaría por caer en medio de la pista, y eso a ninguno de los dos les iba a agradar.

Siobhan sintió la calidez de los dedos de Slevin acariciar los suyos. Extrañamente aquel detalle la hizo sentir en casa, segura, y no llegar a querer encontrarse en ningún otro lado. Por un momento se sintió egoísta, y también que no merecía sentir aquello, porque sus hermanos estaban encerrados en algún hospital, y probablemente sufriendo por culpa del abandono. Aquellos pensamientos por lo regular frenaban sus momentos, porque bloqueaba el disfrute de cada uno de ellos. Suspirando pesadamente dejó todos sus miedos a un lado, y se concentró en sólo gozar aquello que estaba pasando, y que por supuesto merecía. Acomodó sus manos correctamente en su propia cintura, de esa manera buscaba guiar al joven en la postura adecuada de ambos. Cuando por fin tenían la posición correcta le sonrió, su cuerpo lo movió con sutileza para que él percibiera los movimientos, y así comenzaron las pequeñas clases silenciosas, y por supuesto, improvisadas.

La joven debía reconocer, que aunque se encontraba más pendiente de no hacerlo caer, estaba disfrutando del momento, los momentos hacía le recordaban porqué debía seguir de pie. Siempre tenía motivos, pero recordarlos de esa manera le enriquecían aún más.

Los minutos pasaron volando. Y el baile terminó. Ambos se quedaron mirando en medio de la pista. Sonrió ampliamente antes de separarse, hasta que sus miradas se interrumpieron, se dio cuenta que eran los únicos que habían bailado aquella pieza. Sintió que incluso era más especial el momento, sonrió complice, y terminó por jalarlo fuera del cuatro que habían creado unos minutos antes.

- ¿Te gustó? Debo decir que bailas muy bien - Lo mencionó a la altura de su oído. Suspiró un par de veces antes de volver a sentarse a su lado. Ya era tarde, y ella, como buena señorita, y bastante educada, debía marcharse.

- Debo marcharme ya, quizás cuando ya no hayan tantas personas, y sólo estemos tu y yo, sea el momento justo para poder disfrutarnos ¿te parece bien? - Lo miró a los ojos, lo cierto es que no deseaba despedirse, no al menos en ese momento, pero debía hacerlo.


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Mensaje por Daulte Claythorne Dom Oct 25, 2015 7:34 pm

Los acordes de la siguiente melodía se hicieron escuchar y todos los invitados de la fiesta se mostraron sorprendidos y emocionados cuando se percataron de que el festejado se disponía a bailar. Todos lo conocían o habían escuchado de él y sabían de antemano que además de ser un joven algo… inusual, también era bastante tímido y temeroso, por eso les sorprendía tremendamente verlo de pie, junto a la que todos creían que era su novia, ya que nadie se había atrevido a desmentirlo.

Antes de moverse, Slevin desvió la mirada un momento y los miró de reojo. No le hizo sentir demasiado cómodo encontrarse con decenas de ojos, observándolos fijamente, a la expectativa de lo que ocurriría a continuación. Eso solo logró que sus nervios se dispararan. Se sintió presionado, comprometido, como si lo hubieran sentenciado a no fallar. No obstante, cuando su compañera de baile le cogió las manos, atrayendo de nuevo su atención, y le mostró pacientemente la manera correcta en la que un hombre debía tomar a la mujer durante la danza, él, en su afán de no querer cometer un error, se concentró tanto en sus instrucciones, que curiosamente perdió el hilo de sus indeseables pensamientos. Solo entonces las miradas a su alrededor parecieron desvanecerse. De pronto sólo estaban él y Siobhan en el lugar, solos en el mundo. Todo lo que era capaz de escuchar era su voz angelical, guiándolo, y que resultaba aún más melodiosa y agradable que la propia música que inundaba el jardín.

Cuando comenzaron a danzar, ya no fue capaz de pensar en nada más. Siobhan guió la mano del muchacho y se la colocó en la cintura, presionando suavemente para así indicarle silenciosamente que su agarre debía ser firme y decidido, para así poder llevar a cabo el baile correctamente. Slevin obedeció, y aunque al inicio pareció dudoso, puesto que no estaba para nada acostumbrado al contacto físico, mucho menos si se trataba de una mujer, al final logró hacerlo justo como ella se lo había indicado. Se movieron con cuidado por la pequeña pista y él intentó seguir sus pasos, intentando cogerle el ritmo. Si bien era cierto que entre las principales virtudes de Slevin no se encontraba la destreza física, era una fortuna que fuera un buen aprendiz, porque casi enseguida consiguió seguirle el paso e incluso dieron un par de sencillas vueltas sobre la pista.

Nunca creyó que fuera posible pero, lo cierto es que disfrutó muchísimo su primer baile y demostró ser un compañero bastante capaz. Eso lo hizo sonreír, aunque el gustó no le duró demasiado. La sonrisa se le desvaneció en el momento en que Siobhan le anunció su retirada. Sus pies se detuvieron y la miró sin entender lo que estaba ocurriendo. ¡Claro, pero qué tonto había sido! “El tiempo suele pasar demasiado rápido cuando uno se divierte”, recordó las palabras que alguna vez su madre le había dicho.

Ha sido lo mejor que me ha pasado en la semana... en la vida —confesó aún emocionado, sincerándose con ella—. Tenías razón, Siobhan, dijiste que sería una gran fiesta, y lo ha sido. Gracias —entonces, aunque su timidez seguía tan latente como era lo usual en él, se animó a acercarse para depositar un beso sobre la mejilla de la jovencita que debió resultar apenas perceptible para ella.

Yo me voy contigo —añadió de pronto.

En esos casos, lo ideal y lo más correcto era que el festejado permaneciera en la fiesta hasta que ésta hubiera concluido, pero además de sus padres, sin la presencia de Siobhan, ya nada le motivaba a quedarse allí. Además, eran vecinos, y tampoco estaba bien que la jovencita regresara a casa sola, se estaba haciendo tarde, así que qué mejor que él para acompañarla hasta la puerta de su casa y de paso retribuirle un poco de lo mucho que había hecho por él.


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