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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Svein Yngling Jue Jun 02, 2016 7:25 pm

"Glory is fleeting, but obscurity is forever."
- Napoleon

París es una ciudad grande que continúa creciendo cada día, ya sea en área urbana como en población total. Desde que lleguó a París hace décadas, siempre se ha movido por los barrios de clase alta pues, como bien dijo su esposa hace poco tiempo, seguía siendo el mismo niño rico de siempre. Aunque, en su defensa, la riqueza que disfrutaba ahora era fruto de sus propios actos y no por servirle a ningún rey, como era antes. Ahora estaba sólo y sólo fue que llenó sus arcas. Sin embargo, a pesar de que a estas alturas ya no necesitaba siquiera seguir produciendo dinero, mantenía aún todos sus negocios y sus bienes en Noruega, pero buscaba ahora subir un escalón más en el desafío que se había vuelto valerse por si mismo. Aquel escalón era el de traer uno de los negocios que tenía en Noruega, el de la armería, a la economía Parisina. Para ello fue que se compró una nueva propiedad en el sector comercial para poder armar el taller necesario; siendo este un sector que jamás antes había frecuentado, como varios otros que no merecen mención. Pero, quizás haya sido por eso que jamás había sentido aquella presencia que sintió cuando fue a retirar las llaves de su nueva propiedad. Lo sintió de inmediato, apenas estuvieron a la distancia necesaria para que sus sentidos lo captaran. Estaba en el cementerio, algo dentro de sí lo supo de inmediato. Oh, ¡Cómo odiaba a ese ser, ese animal! Sacaba lo peor de él, ¿o era lo mejor? Dejó botados todos los planes que tenía y, sin siquiera pensar en lo que estaba haciendo, partió en rumbo a su búsqueda.

Pronto se dio cuenta de que estaba enojado; seguía enojado con él después de los siete siglos que llevaba con la sangre, aquella que él le dio sin que se la pidiera. Quería descuartizarlo, darle de vuelta los puñetazos que le había dado con tanta injusticia, así como las patadas y los empujones. ¡Quería incluso volver a escupirle la cara! Verlo humillado tanto o más como lo humilló a él, llevándole hacia un camino opuesto a Valhalla. Como suelen decir los demás, le "hervía la sangre" de la rabia y, sin siquiera darse cuenta, para ese entonces ya caminaba con el hacha en la mano, la cual era, irónicamente, la misma hacha con la que lo había enfrentado en el pasado. Se acercaba rápido, lo rastreaba de manera constante, con la mente fija en aquel único objetivo. Pronto sus botas caminaban rápida pero silenciosamente por las baldosas del cementerio, siguiendo no solo el rastro de sus habilidades sino también del olfato, aunque de pronto, comenzó a caminar con lentitud y precaución. Aún no estaba lo suficientemente cerca como para verlo u oírlo, pero simplemente fue la precaución y la curiosidad lo que le detuvo. Un sinfín de preguntas se arrebolotaron en su cabeza; ¿cuáles serán sus habilidades? ¿Será posible acaso que lo rastrease a él? ¿Se acordará siquiera de quién era?

Sus pasos pronto se detuvieron. Allí estaba, en uno de los rincones más incógnitos del cementerio, observando no a quien buscaba para convertir en su presa, sino más bien a alguien más que buscaba lo mismo. Un cazador, un humano lo suficientemente valiente y estúpido como para pensar que con sus armas iba a poder derrotar a aquel ser - tal como él mismo había pensado siglos atrás. La única diferencia era que él sabía que lidiaba con un vampiro y el nórdico no, pero al final no sería para nada distinto. En fin, aquel sujeto estaba escondido tras un mausoleo, espiando hacia la dirección en la que el vikingo sabía estaba su creador pero donde aún no podía verlo. Tenía hasta las armas en mano, pero aún no atacaba, como si en realidad esperase algo. Como él no tenía el tiempo de esperar, le dio la vuelta a aquel sector, evitando al cazador pues le tenía sin cuidado, solo para encontrarse con otra sorpresa aún peor. Su creador, aquella imponente bestia espartana, estaba dentro de uno de los mausoleos del sector, simplemente tirado en el piso. Estaba despierto, lo veía mover los dedos en la capa de tierra y polvo que había en el suelo, pero al mismo tiempo, parecía no estar en todos sus sentidos; y mira que para que él se diera cuenta, pensó debía ser demasiado grave. ¿Habrá notado ya al cazador que lo celaba desde afuera, esperando a que saliera o se moviera?

Se imaginó cómo sería la situación si el cazador decidiera entrar. ¿Será el espartano una presa fácil al tener aquel aspecto? ¿O será una bestia todavía peor a cuando él lo vio por primera y única vez hasta ese momento? Su rabia ahora se formaba en indignación, ¿cómo era posible de que se encontrase así? No quería pensar en la idea de un humano teniendo siquiera una oportunidad de ganarle un par de jugadas en el ajedrez de la sobrevivencia. No, si alguien iba a acabar con aquel maldito, iba a ser él y nadie más. Furioso, apretó fuerte el hacha en sus manos y se devolvió en sus pasos, dejando caer su furia y la de su cultura sobre aquel pobre humano que ni cuenta se dió de qué ni quién lo mató con un hacha en el cráneo, lanzada desde tan lejos y con tanta precisión, que le partió el cerebro a la mitad de un solo corte limpio. El único sonido que se sintió ante aquello fue el golpe del hacha, luego sus pasos que pateaban caprichosos hacia el muerto, solo para recogerlo y arrastrarlo hasta la entrada del mausoleo. Allí lo dejó, donde el espartano pudiese verlo y, entonces, le miró con sus ojos azules que brillaban de odio, furia y, en cierta parte, emoción.- Mírate. ¡Míralo a él! Me llegas a dar vergüenza. ¿Qué carajos tienes? ¿Por qué has dejado que se te acerque tanto? ¿Por qué has cambiado tanto? Pensar que tú me convertiste, te ves deplorable. ¡Te ves débil! -Alegó como el vástago indignado, pero preocupado, que era.


Última edición por Svein Yngling el Mar Jun 28, 2016 11:49 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Invitado Mar Jun 14, 2016 2:05 pm

Saciado de sangre, que le caía por las comisuras de los labios rectos y finos, Ciro estaba absolutamente empachado de sus víctimas, dos enterradores del cementerio en el que había terminado aquella noche. Inicialmente había creído que sería divertido contarles que era un no muerto y convertirse en el protagonista de sus pesadillas, y así lo había hecho; sin embargo, pronto la diversión se convirtió en tedio, y no pudo aguantarlo más y los mató. Tanta fue su desesperación momentánea que llegó, incluso, a matarlos rápido para embriagarse de la muerte como lo había hecho de su sangre, demasiado burda para su gusto, mas ni siquiera eso funcionó.

En un abrir y cerrar de ojos, Ciro se encontró con dos cadáveres metidos en los hoyos que habían estado cavando hasta aquel momento, empapado de sangre, incapaz de asimilar que ya se hubiera acabado la diversión y absolutamente preso de un tedio que... en fin. No le gustaba. Si ni siquiera cuando estaba en sus cabales le había gustado aburrirse, y mucho menos cuando se encontraba en la cúspide de su poder, mucho menos entonces, con su mente saltando de un lado a otro sin ton ni son, sin control y sin consideración por el patético estado en que el vampiro se encontraba. Así, inmóvil y con la luna alumbrándolo, Ciro tardó una milésima de segundo en echar a correr en dirección contraria. ¿El porqué? Ni él mismo lo sabía.

Corría, esquivando y saltando lápidas, chocándose a veces con estatuas de ángeles justos que se destrozaban a su paso, y no paró hasta que no encontró, frente a él, una estatua de un ángel de la muerte, con su guadaña representada tan afilada que le daba ganas de frotar las manos con ella a ver si le servía para cortar cuellos. Casi llegó a planteárselo, de no quedarse ensimismado mirando el rostro esquelético, cubierto por una especie de túnica con capucha, de la escultura que tenía frente a él, como símbolo de la tumba de... ¿de quién? No le importaba, no lo iba a leer, y sin embargo allí estaba, sobre la tierra fresca, señal inequívoca de que aquella tumba no había estado ocupada hasta recientemente. Y más que lo estaría, sentenció Ciro (¿en voz alta? Ni siquiera él lo sabía), segundos antes de dejarse caer al suelo y plantarse boca arriba en una tumba que no era la suya ni, tampoco, lo sería.

Si algo se podía decir de Ciro, especialmente dadas las circunstancias, es que era un hombre (¡ja, un buen chiste ese!) difícil de matar, por no decir imposible. Todos los que lo habían intentado habían fracasado, desde los medos cuando era humano hasta el propio Fausto, que hasta la fecha era de los que más cerca habían estado de conseguirlo. Y la clave era, precisamente, esa: de los que más, y no el que más, porque los que lo habían enterrado en el templo de Atenea Calcieco se habían encontrado muchísimo más cerca de causarle la muerte que un simple cazador teutónico con ínfulas, que de simple precisamente tenía poco. Pero Ciro no estaba para sutilezas, y menos cuando el solo pensamiento de su enemigo le hizo hervir la sangre: como respuesta, apretó la tierra húmeda que se encontraba bajo sus dedos, mientras sus ojos enfocaban lejos, tanto como lo hacían sus recuerdos.

Lo iba a matar, sí. Lo iba a matar como quería hacer el humano cuyos pasos, supuestamente cautelosos pero muy ruidosos para él, escuchaba resonar en el cementerio, casi vacío salvo por él y... ah, sorpresa. Otro inmortal. No es como si a Ciro le importara demasiado, no en el estado en que se encontraba, pero alguna parte de su mente sí que lo consideró medianamente interesante porque se empeñó en señalárselo, quizá como una llamada desesperada a que luchara por su vida, que hiciera algo, ¡lo que fuera! Ni siquiera a su mente rota y enferma le gustaba la pasividad que se había apoderado de él, tanta que se estaba empezando a plantear encerrarse en un mausoleo y echarse una siesta de unos cuantos siglos, hasta que Fausto muriera y sus problemas se solucionaran.

La sola idea, sin embargo, le escocía en su orgullo, vivo aunque maltrecho, exactamente igual que como se encontraba él. Dejarlo así, sin vengarse, en un estado de laissez faire respecto a la vida de su rival, le parecía un acto cobarde, y él jamás lo había sido. ¿Traidor? Sí, eso desde luego. ¿Rastrero, mezquino, malvado incluso? ¡Por supuesto! Pero ¿cobarde? No, eso nunca, y tampoco era alguien que se avergonzara de las consecuencias de sus actos, al menos de aquellos que no eran demasiado duros para su pobre orgullo, como si éste necesitara algún tipo de consuelo. No lo hacía, y tampoco ayuda, así que Ciro decidió que se incorporaría y se enfrentaría al humano para que lo dejara en paz y no lo matara, pues algo sí que apreciaba su vida.

Sin embargo, no tuvo tiempo, y el otro vampiro se encargó de su problema sin necesidad de que Ciro moviera un solo dedo, cosa que por supuesto hizo, simplemente por fastidiar y porque podía. Miró, entonces, al vampiro, desde su posición en el suelo; lo miró mientras le echaba la bronca como si fuera su padre, o como si fuera alguien que a Ciro le importase lo más mínimo, no uno de sus descarriados vástagos. Por supuesto, lo reconoció al instante, reconoció cuándo lo había transformado y por qué (le había recordado en cierto modo a él y era un bárbaro, el vampiro no necesitaba mucho más, entonces), y le devolvió la mirada de forma indiferente, ajeno a su arranque de genio.

Svein. Me miro. ¿Qué consigo con eso? Nada. No voy a cambiar nada de lo que ves todavía porque no hay motivo, no es el lugar y definitivamente no es el momento. Las venganzas se cuecen a fuego lento, y esta aún no ha llegado a su punto exacto. – aclaró, como si en vez de hablar con un vampiro centenario estuviera tratando con un niño al que hay que explicarle todo: esa sensación le daba. ¿No era evidente, acaso, la cantidad de cicatrices que se veían a través de sus ropas maltrechas? ¿No se notaba que le había pasado algo que lo había hundido? ¿Tan ciego estaba el bárbaro que ni eso podía percibir! – Estoy decepcionado yo, ahora. No habría dejado que me matara, no dejo que nadie lo haga. Por eso estoy aquí, así y en este momento. ¿Qué demonios te importa? – preguntó, por fin demostrando algo aparte de indiferencia, y con ese arranque de genio se incorporó de un movimiento cuan alto era para encarar a su creación.
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Mensaje por Svein Yngling Lun Jul 04, 2016 11:08 pm

Nada más escuchar lo que el vampiro más viejo le respondió, hizo que frunciera el ceño con extrañeza, pues no entendía qué era lo que estaba hablando y qué tenía que ver con lo que le acababa de reprochar, pero mantenía la vista directamente en él pues estaba genuinamente molesto.- ¿Acaso me estás contestando con sarcasmo? -Le respondió molesto, aunque intentando descubrir si es que de verdad era sarcasmo o no, ofendiéndose al pensar en que sí lo era, teniendo de única pista el cuando dijo "me miro" pues, en realidad, no podía mirarse a menos que tuviese un espejo. Y no lo tenía.- ¿Y qué es eso de una venganza? Dices eso porque parece que no eres capaz de vengarte siquiera. -Dijo luego, sacando el hacha del cráneo del cazador que había matado y agitándola con rapidez hacia abajo para que la mayoría de la sangre cayera de golpe al suelo. Le miró entonces de soslayo, intentaba examinarlo cuando, de repente, se le apareció en frente con la rapidez con la que se puso de pie.

Siglos atrás, cuando aún era humano, quizá haya dado un salto hacia atrás con postura defensiva y hasta se haya alterado, pero ahora, con casi ocho siglos encima y habiendo tocado fondo hace poco, simplemente se mantuvo de pie tal y donde estaba, enderezándose incluso para encarar a su creador con la misma altanería con la que se había enfrentado con él en batalla.- Oh, ¿querías asustarme? No te temo. Ahora las cosas están parejas. -Comentó sin responder a su pregunta, completamente a propósito.- Tú me diste la capacidad de enfrentarme a ti en condiciones iguales, aunque de tan solo mirarte ahora, podría apostar que yo soy más fuerte ahora. -Agregó, mirándolo de pies a cabeza y levantando una mano como quien le mostrara las propias cicatrices en el cuerpo del otro vampiro. Estaba siendo impertinente e independientemente de si lo notaba o no, no le importaba en lo más mínimo. Se sentía confiado pues, al final, ¿acaso no estaba él intacto mientras que su creador había dejado que le hicieran cicatrices? Esas no estaban la última ve que le vio, eran nuevas, su memoria era impecable.

Y pues me importa porque si quiero aniquilarte, quiero que estés bien compuesto y no un debilucho como ahora. -Llevó ambas manos a su cintura al contestar, ladeando el rostro un poco, buscando a ver si es que el otro se enfadaba o no. Quizá así podría despertar al guerrero que conocía que era y no aquel vampiro dejado de llevar que tenía enfrente.- Sería como matar un niño; hasta un perro callejero podría hacerlo. No habría ninguna gracia ni tampoco sería reconfortante. -Agregó, probando su tolerancia, dando ahora un paso atrás de forma relajada y dándose la vuelta para darle la espalda y salir del mausoleo, echándose el hacha al hombro mientras que caminaba tranquilamente. Volteó entonces nuevamente hacia donde estaba su creador, pero sin necesariamente verle a él y manteniendo una expresión pensativa en el rostro.- Aunque, si hay alguien más fuerte que tú, capaz de estar a punto de aniquilarte como demuestran tus cicatrices, entonces sería mejor darte por aludido y probar mi fuerza con esa persona. -Comentó al aire, analizando sus probabilidades.- Puedo hacer eso o…  -Entonces, le miró.- O simplemente ayudarte a que te recompongas. Entonces sí tendría gracia intentar asesinarte. -Acabó, encogiéndose de hombros.

De pronto, un pensamiento le vino a la cabeza, uno que lo dejó con la mirada fija y perdida unos momentos. Estaba haciendo memoria, tratando de recordar si en algún momento durante su primer encuentro, él le había dicho su nombre, pues no tenía idea de cuál era.- ¿Cómo te llamas, por cierto? -Preguntó de forma repentina, interrumpiendo lo que el otro vampiro estaba a punto de decir. 


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Mensaje por Invitado Mar Jul 12, 2016 10:49 am

¿Sarcasmo? No. Se le estaban pasando la teoría de Pitágoras, las enseñanzas de Sócrates y el relativismo moral posterior por la cabeza, pero sarcasmo, lo que se dice sarcasmo, no es que hubiera en su voz, por una vez y sin que sirviera de precedente. Era bien sabido que Ciro, cuando aún estaba (más o menos) en sus cabales se valía del sarcasmo de forma constante, como si su lenguaje auténtico fuera más ese que el griego, dialecto espartano, que había aprendido de niño; sin embargo, poco quedaba de ese Ciro antiguo, y era evidente para cualquiera que aquel vampiro no era el soldado que solía ser, cuando ambos se habían conocido.

Cuánto tiempo había pasado, ¿no? No es como si Ciro hubiera llevado la cuenta (demonios, no la llevaba ni de su propia vida humana, ¡no sabía ni la edad con la que había muerto! Y habría sido completamente inútil preguntarle, porque no iba a perder el tiempo contando años ya pasados), pero parecía una eternidad, y seguramente lo había sido. Las cosas habían cambiado hasta el punto de que, ahora, Svein quería también vengarse de él y a Ciro le entró la risa floja, en serio, tuvo que sostenerse el costado y llegó a doblarse de la risa ante la osadía de su creación. Bueno, de acuerdo, algunas cosas no habían cambiado tanto...

¿Asustarte? No. Ya lo hice en su día, no me gusta repetirme, y tu cara como humano no es la misma que ahora, ya no tiene ni la más mínima gracia. Sí la tiene que quieras matarme, porque ¡encima creerás que eres el único! Eres un valiente estúpido, Svein, pensando que yo me voy a dejar o que los demás siquiera te van a dar la oportunidad. – sentenció, con el tono de quien sienta cátedra excepto porque aún se estaba riendo, y la hilaridad podía restarle algo de seriedad, si no a sus palabras al menos sí al tono con el que las había pronunciado. Qué demonios, otro enemigo... SI no fuera porque los contaba por decenas, tal vez hasta se habría sorprendido.

Puesto, eso sí, a no sorprenderse, tampoco lo hizo porque Svein no conociera su nombre aunque él, el espartiata, el dios venido a menos, sí que conociera el del nórdico bárbaro al que había convertido. Al final iba a resultar que Ciro sentía menos indiferencia por sus creaciones de la que parecía... No, tanto no, pero Svein había sido un interesante experimento porque le había plantado cara, y a Ciro siempre le había gustado relacionarse con guerreros como lo había sido el contrario, así que terminaba recordando. Tan simple como eso, y a la vez tan complicado como lo era encontrar un hueco en la mente de alguien que había llegado al punto de olvidarse de cosas a propósito, por puro y simple placer.

Haz lo que quieras. Busca tú si te apetece al cazador de nombre Fausto, que es quien me hizo esto, o no, realmente me es indiferente lo que hagas. Eres como un mosquito que me viene con ínfulas y aires de grandeza cuando no podrías interesarme menos en este preciso momento. – afirmó, y no era del todo mentira, pues su mente se encontraba, desde que había mencionado al cazador, pensando en él más que en su rival, en Svein, que había elegido el peor momento y el peor lugar para volver a pasearse por su vida. – Patético. Hasta que me consideres tu rival si me desprecias y ni sabes mi nombre. Es Ciro, por si te interesa. – espetó, algo ofendido, y realmente lo estaba.

La ofensa no radicaba en que Svein no conociera su nombre, ni siquiera en que le hubiera evitado matar al cazador que lo habría intentado matar a él de haber tenido la oportunidad. Ciro tampoco estaba ofendido por el cambio en las circunstancias, por el hecho de que Svein era ahora fuerte (aunque no tanto como él, eso era algo en lo que el nórdico no tenía razón, pues por mucho que lo aparentara Ciro no estaba en absoluto debilitado en cuanto a su potencial fuerza) y él no. Ciro estaba ofendido porque, desde el principio, lo había ninguneado en base a algo que no conocía, se había erguido como rey de las circunstancias adversas que atravesaba, y había mostrado un orgullo que le había recordado demasiado a él, como lo demás... A Ciro lo que le ofendía era que Svein pareciera más Ciro que él mismo, nada más y nada menos. Pero, al mismo tiempo, también lo llenaba de algo parecido al orgullo, como si fuera su padre casi, que él hubiera recibido sus enseñanzas en lo más profundo, hasta el punto de lucirlas, casi como su heredero... aunque no del todo.
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