Between nightmares and dreams [Privado]

Recuerdo del primer mensaje :

Me acerqué a la mansión Dahan con una sonrisa torcida en la boca y mis ojos de hielo brillantes por la expectación, iba a divertirme un rato. Sabía que mi hermana estaba cazando, pero ese no era mi objetivo. Elora estaba en la casa, me lo dijo el ama de llaves tras un sencillo Dominatem. Me dejó entrar y hasta me sirvió un café con Baileys, mi bebida favorita. Pobres humanos, que fáciles eran de controlar. Di un pequeño silbido cuando observé la mansión. Aquellas dos se lo habían montado realmente bien.
Entré en el salón, las luces anaranjadas del atardecer me darían la cobertura perfecta para mi puesta en escena. Dejé el bulto alargado que llevaba colgado en el suelo, junto al sillón con reposabrazos y me senté allí a disfrutar de mi bebida tranquilamente. Podría acostumbrarme a esa vida. Crucé las piernas en la semioscuridad, aguardando a la llegada de la señora de la casa.

No tardó más de diez minutos. Elora entró en el salón buscando algo, por supuesto había ordenado a Jana, así creo que se llamaba, que no alertara de mi presencia en la casa. Sonreí dejando la taza en la mesita y entrelacé mis manos desde mi asiento. Sonreí de oreja a oreja dejando refulgir mis ojos helados, lo único que destacaba en aquel ambiente.
- Hola, Elora.

Deshizo en ella todas sus dudas. El miedo, la tristeza, el odio... todo desaparecía cuando la piel de la bruja rozaba la suya. Se fundieron en un mar de besos, caricias y jadeos, dándose placer mutuamente para desterrar todo lo malo de aquella locura a la que les había arrastrado el bastardo de Stein.

Suspiré, tenía a Elora tumbada sobre mí y acurrucada en mi cuerpo. Era mi lugar preferido. Nos habíamos vestido a duras penas pero estábamos rendidas. Demasiadas emociones para un solo día. Miré a Elora y besé suavemente su cabeza, observando su pelo desparramado por mi pecho como una cascada morena y suave. Jamás me cansaría de mirarla. Susurré con los ojos cerrados:
- Y ahora... dime cómo salimos de aquí.
En algún lugar de mi subconsciente tenía una mínima esperanza de no cruzarme con Nahia, pero en el fondo sabía que eso no iba a pasar. Pero lo superaría, siempre que Elora estuviese a mi lado. No necesitaba nada más.

La estreché entre mis brazos y aunque no tenía ganas más que de abrazarla la levanté en brazos y empecé a subir las escaleras hacia su cuarto. Ambas teníamos que descansar. La dejé sobre su cama y evité el pensar que la otra Elora dormía allí, con Stein. No acababa de creerme o imaginarme que aquel ser retorcido y cruel pudiera tene un lado bueno. Si las cosas hubieran sido diferentes. Suspiré y me senté en una silla que había allí, enterrando la cara entre las manos y agotada.

De madrugada la bruja se despertó y se percató de Xar estaba en un sillón, malamente dormida. Fue al armario y sacó una manta y una almohada y se la acomodó en la cabeza, no podía tenerla en su cama porque si llegaban los otros o se despertaba el niño, habría que dar extrañas explicaciones.

Rayando el alba los dos brujos entraron por la puerta de la casa. El sonido de las llaves en la cerradura la despertaron y rápidamente Elora se incorporó, susurrando.

— Xar...Xar... ya están aquí. Tranquila, todo irá bien... si tienes que irte con ella, te esperaré; aunque podrías decirle que no estoy del todo bien y que Stein está muy cansado, que te quedas a cuidar de Ian. Intentaré que Stein se quede con Ian a la noche, así podremos intentar regresar a casa.

Se escucharon las pisadas de ambos ascendiendo la escalera. Elora se revolvió el pelo, agarró el orinal y se provocó el vómito, y ejecutó el hechizo "falsum cansatio", y así su cara reflejaría peor estado del que en realidad tenía. Con ese aspecto, Stein entendería que Xaryne se quedase y que Elora no quisiera acostarse con él. Los matices eran importantes, porque estaban tratando de engañar a brujos poderosos, inteligentes, y no iba a ser fácil. Se hizo la dormida, respirando superficialmente y cuando la puerta se abrió dando paso a ambos, entreabrió los ojos murmurando y fingiendo una débil sonrisa.

— Por fin has llegado... Ian duerme aún.

Tenía el corazón encogido en un puño, porque Xaryne se iba a enfrentar a la presencia de Nahia, y no sabía cómo iba a resultar todo aquello. Para la cazadora iba a ser un shock terrible.

Las pisadas en la entrada me despertaron antes de que lo hiciera la propia Elora. Un súbito nerviosismo impregnó mi cuerpo mientras notaba cómo mi corazón empezaba a acelerarse según iba escuchando los pasos de dos personas que se acercaban. Arrastraban los pies, lo que sugería que venían agotados. Ni siquiera pude prestar atención al conjuro y las artimañas de Elora para parecer enferma.
Un sudor frío empezó a bajarme por la nuca. Estaba casi segura de que tenía peor cara que la bruja sin necesidad de hechizos. Por fin, la puerta del cuarto se abrió con lentitud y yo cogí aire. Intenté imaginarme la escena de mil maneras distintas. Respiré hondo y dejé la mente en blanco, utilizando la técnica de relajación que Thomas me había enseñado y que por tantos años me había permitido ganar batallas llenas de caos sin ni siquiera inmutar mi gesto.
Nada funcionó. Porque nadie podría haberme preparado nunca para lo que entró por aquella puerta.

Primero fue su olor.
El suave aroma a lavanda que desprendían sus cabellos inundó la estancia, trayendo a mi cabeza dolorosos recuerdos que desencajaron mi rostro e hicieron añicos la falsa calma que en pocos minutos había logrado reunir.

Después, el dulce timbre de su voz.
Ni siquiera pude escuchar las palabras que pronunció. La neblina que parecía cubrir mi mente hacía que mi cabeza observara la escena como en cámara lenta, como si fuera una situación ajena a mi persona y yo sólo la viera desde fuera.
Su voz entró en mí como un puñal directo al alma, reavivando todos los susurros que había escuchado cada noche de sus labios.

Por último, sus ojos.
Dos esmeraldas brillantes coronando un rostro profundo en ojeras recorrieron la estancia, buscándome. Entrando en la habitación, Nahia me miró con una sonrisa cansada... y fue entonces cuando mi mundo volvió a romperse en pedazos.

Aquella noche volvió inexorable a mi cabeza. La catedral, el altar, la nota, el puñal, la sangre, sus ojos... esos que ahora me miraban con preocupación al verme pálida y con cara de haber visto un fantasma. Porque era eso lo que precisamente estaba viendo. Un fantasma de pelo rojo, labios carnosos y ojos verdes que me hablaba preocupada pero que yo no podía escuchar. Un zumbido sordo empezó a resonarme en los oídos y mi visión se volvió borrosa. La respiración me faltaba. Aire, necesitaba aire. Comencé a jadear en busca de aquel preciado elemento pero sabía lo que venía a continuación.

Sus ojos fueron lo último que vi antes de que la oscuridad me envolviera y cayera de golpe al suelo, inconsciente.

¡Ay! ¡Mierda, mierda, mierda! Xaryne se había desplomado inconsciente de la impresión que le había causado ver a Nahia de nuevo con vida. No la culpaba, ella había querido morirse y arrancarse los labios cuando Stein la rozó. Su impulso fue incorporarse, pero cuando vio que Stein y Nahia la agarraban y la intentaban despertar se acordó de que no podía echarse en sus brazos porque eran... cuñadas. Bajó los pies al suelo y se levantó despacio.

— Rápido!! tumbadla aquí...esta tarde tuvo fiebre, yo también...creo que es algo... contagioso. Quizás sólo es un resfriado o yo que sé...pero nos pilla algo bajas de defensas. No deberíais estar aquí, o enfermaremos todos.

Nahia sabía curar, era bruja wiccana, tenía que alejarla de Xaryne cuanto antes o se daría cuenta que no estaba enferma. Se concentró y conjuró a un ente que vagaba por alli para que le diera su energía a Xar, elevando su temperatura un par de grados. No solía utilizar a los entes de esa forma, pero la ocasión lo requería. Se fijó en Stein que estaba verdaderamente preocupado por su hermana. ¡Maldita sea! y en su realidad era un hijo de puta sin sentimientos que de haber estado así, habría aprovechado para matarla. Se acercó a él y le pasó el brazo rodeando su hombro.

— Estará bien, no te preocupes, Nahia la curará...¿crees que funcionará la poción que me diste a mi? Me la terminé, pero creo que quedan hojas de Serrulata en la cocina.

Stein finalmente se levantó y fue hacia la planta baja. Nahia se resistía a dejar a Xaryne inconsciente allí.

— Ve a prepararle las medicinas, yo iré llamandola entre las brumas para que regrese, no te preocupes, sé hacerlo...— De esa forma fue la única que consiguió que la pelirroja se marchase. Resopló y le cogió las manos a Xar.— Venga Xar... despierta, acércate a mi voz... tenemos que irnos. Necesito que regreses Xar... ya sé que no puedes, que te duele demasiado... pero vuelve, estoy aquí contigo y vamos a irnos de esta jodida realidad.

Le habló a la cazadora hasta que ésta abrió los ojos. Debían darse prisa, tenía que intentar hacer lo mismo que ella había hecho para llegar hasta allí.

— Xar!! aguanta un poco, tengo que recitar ese hechizo en gaélico, el del libro, y no me lo sé entero, hay que darse prisa!!

La voz de Elora me sacó de una inconsciencia fría y dolorosa. Me desperté con la boca pastosa y un intenso malestar. Como si tuviera fiebre. De hecho, parecía tenerla de verdad. No entendía muy bien lo que me estaba diciendo Elora, que me diera prisa en algo... pero tenía la cabeza embotada y no podía pensar con claridad. Entonces me di cuenta de dónde estábamos y recordé todo. Nahia... la había visto.
Elora me cogió el rostro entre las manos y me obligó a centrarme. Tenía que recordar algo... el hechizo. El hechizo que yo había pronunciado para entrar aquí.
Normalmente teía una memoria fotográfica excelente, pero me dolía la cabeza y no conseguía centrarme. Su pelo, sus ojos, su voz, su olor... todo había sido real. Supuse que teníamos poco tiempo ya que tampoco se veía a Stein por ningún lado y seguíamos en su habitación. ¿Estarían abajo?
"Xar, céntrate joder."

Sacudí la cabeza para despejarme, lo que me provocó una intensa jaqueca, pero consiguió aliviar un poco el dolor sordo que inundaba mi pecho. Me levanté rápidamente, cogí un papel y una pluma que había en el escritorio y redacté el hechizo que había recitado. Lo había leído con tanto ahínco que me lo había aprendido de memoria. Le di el papel a Elora sentándome de nuevo en la cama con las piernas cruzadas y fijándome sólo en sus ojos. Si rompía la concentración, volvería a caer presa del dolor.
- Elora, sácanos de aquí, por favor.
Le cogí las manos y respiré hondo, juntando mi frente con la suya. Estaba preparada y no aguantaría mucho más sin vovler a desmayarme.

"¡Esa es mi chica!" pensó. A pesar de tener el cerebro fundido como diarrea de troll, había sido capaz de recordar el hechizo en gaélico. Ella se sabía una parte pero no lo recordaba entero, de no haber sido por su portentosa memoria fotográfica no tendrían esperanzas de salir de allí.

La bruja memorizó el resto del hechizo y quemó el papel en una vela, no podían quedar rastros de su paso por esa realidad si conseguían salir de allí. Podían suceder muchas cosas, podía ser sólo un sueño de Stein y que aquello no hubiese sucedido nunca. Pero se sentía tan real, que por otro lado no quería que Ian estuviera hecho de la materia de los sueños, quería que fuera real, que creciese seguro y feliz, amado, aunque sus padres en otras realidades se odiasen profundamente.

Podía ser que sus conciencias regresasen a la realidad y que la Elora y la Xar del sueño no regresasen nunca. Que sus cuerpos se quedasen vacíos de espíritu para siempre, en cuyo caso Ian, Stein y Nahia sufrirían un infierno.

También podía suceder que ellas no regresasen a la realidad, que continuaran atrapadas allí o mucho peor: flotando en el limbo, en nigun lugar, donde las brumas son eternas y no hay eco.

Fuera como fuere, no podía quedarse así bloqueada, tenía que intentar sacarlas de allí porque su vida entera giraba alrededor del pequeño universo que compartían en su realidad. Todavía no había terminado el hechizo de unión de almas, si morían, se separarían irremediablemente y eso no era una opción para Elora.

—Xar... tengo que hacer algo... será rápido. No te muevas, vengo en seguida.— La bruja tomó aire y corrió a la habitación de Ian, que aún dormía. Lo observó agarrado a la espada de madera que le había regalado su tía Xar, respirando tranquilo, con aquellas largas pestañas oscuras descansando sobre los mofletes sonrosados. Se le hizo un nudo en la garganta, se iba a despedir de su pequeño. Habían bastado unos pocos días para querero, para sentirlo suyo y para que le doliese un mundo al dejarlo allí. Acarició su cabecita morena con la mano y se inclinó a dalre un beso. Murmuró un hechizo de protección y buena suerte y salió del cuarto limpiándose los ojos con las mangas del camisón.

La hora había llegado, tenía que hacerlo antes de que Stein y Nahia subieran por las escaleras. Agarró las manos de Xar y la miró a los ojos con toda la determinación del mundo contenida en sus orbes oscuros. Si tenía que elegir, siempre la elegiría a ella, por encima de todo.

— Tha mi a 'gairm air an adhair, a' toirt an mists agus aislingean, Thoir dhuinn a thoirt gu buil...— La habitación empezó a girar en su cabeza y el calor empezó a subir por sus entrañas hasta el cerebro llevandolo a un punto que podría catalogarse de ebullición neuronal. Todo se hizo negro, cayendo en una inconsciencia fría y profunda, abismal.

Lo siguiente que notó Elora fue el frío y la rigidez de cuello. ¿Estaba muerta? llevaba una semana en una cama postrada, donde Xar la dejó al encontrarla, al lado de Stein que descansaba en otra cama. La bruja trató de incorporarse, presa de un dolor horrible en los músculos, era como si tuviera agujas clavadas en ellos. Consiguió levantar la cabeza y apreciar que Xaryne estaba sentada en una silla y su cuerpo descansaba sobre las rodillas de Elora, cayó en esa postura al recitar el hechizo. ¡Ay! estaban de vuelta.

Las brumas de la inconsciencia agitaban mi mente, llenándome con una amalgama de imágenes y recuerdos que se entremezclaban, sin saber muy bien dónde estaba o si seguía viva. Pero entonces recordé algo. A alguien. Recordé su voz y sus ojos, sus manos sobre mi espalda y su risa cantarina. Elora.

Seguí su voz, intenté recordar dónde encontrarla entre aquel viaje mental que me confundía y me arrastraba hacia algo oscuro y frío. Conocía demasiado biene se tipo de oscuridad. Era la mía antes de conocerla. Luché con todas mis fuerzas contra ella, esa sensación gélida que me mordía, me abrazaba y me atrapaba, arrastrándome al fondo...
Pero de repente, una luz. Una mano que acariciaba mi pelo, situado en algún sitio muy por encima de mí. Tenía que volver con ella. Tenía que llegar a esa luz...
Mi conciencia luchó, sangró, se desgarró dejando que dos ojos verdes demasiado dolorosos se hundieran. Los elementos me rodeaban, en una siniestra danza que amenazaba con apagar mi conciencia para siempre.
Fuego, abrasando mi rostro etéreo.
Agua, arrastrándome en el tifón de oscuridad.
Tierra, arraigándome lejos de su piel.
Aire.

Cogí aire de golpe y noté un intenso dolor en músculos que ni siquiera sabía que tenía. Abrí los ojos, estaba apoyada sobre algo duro, unas rodillas. Delante de mí una silueta masculina empezó a tomar forma. Stein. El bastardo de mi hermano dormía descamisado en la misma posición en la que Jana lo había dejado, con una expresión tranquila en el rostro. Pero hice el esfuerzo de girarme y allí estaba.
Elora me miraba con expresión de alivio. Habíamos vuelto. Hice una mueca rígida que quise tildar de sonrisa y me levanté de encima de sus piernas dejándome caer en la silla, extremadamente entumecida. ¿Llevábamos una semana en coma? Me lo dijo el calendario que vi a mi izquierda cuando miré de reojo mientras los recuerdos de aquella locura que acabábamos de vivir emergían en mis pensamientos. Nahia, Elora, Ian, Stein... Stein.

Apenas podía moverme, pero hice un esfuerzo titánico para desenvainar una de las katanas de plata de mi padre que descansaban junto a la pared, en su funda. Me levanté apoyándome en la cama y miré el cuerpo inconsciente de mi hermano. Noté cómo mis ojos se imbuçían en el hielo más gelido conocido en ellos. Era la hora.
Iba a matarlo y nadie podría impedírmelo.

La bruja observó los esfuerzos de Xaryne por levantarse y...¿Qué iba a hacer? todo era confuso, estaba muy cansada y débil, tenía hambre, sueño y dolor de cabeza, pero estaba segura de que estaba despierta.

— ¿Xar...? ¿Qué demonios vas a hacer...? no puedes matarlo!! es tu hermano!! es...— vale, era un hijo de puta pero en otra realidad no lo era, y había sido su marido y padre de su hijo y... el asesino de Nahia y... Demasiado para su cuerpo. Trató de moverse y de bajar los pies al suelo, consiguiéndolo en parte.— Xar... no hagas algo de lo que algún día te puedas arrepentir... mira, no sé, quizás deberías matarlo, pero... todo es muy confuso y siempre puedes acabar con él ¿no? que tal si lo piensas un poco?...

Se avecinaba una bronca de proporciones épicas entre la bruja y la cazadora, pero estaban tan débiles que se temía que no alcanzase ni a eso. Stein yacía en la cama respirando superficialmente, estaba saliendo del mismo sueño en el que se habían sumido ellas. Abrió los ojos de repente, y se encontró con Xar empuñando sus espadas de plata.

Todo ocurrió demasiado deprisa para lo lento que iba su cerebro. La puerta del cuarto se abrió de golpe y Jana entró gritando.

— ¡¡¡¡La inquisición está aquí!!!!

Tras ella se escucharon los pasos apresurados, pisadas de bota y tintineo de armas metálicas que chocaban contra algun peto reforzado. Voces broncas y autoritarias dando órdenes en la planta baja: tenían la mansión sitiada, invadida por soldados de la Inquisición, preparados para neutralizar a una nigromante que había sido denunciada por... Stein. Pero eso Elora no lo sabía.

Los entes que tenía apostados en la puerta comenzaron a hacer volar jarrones, cortinas, libros, figuritas de porcelana y todo lo que encontraron a su paso. Aullaron guturalmente y en la entrada de la habitación se montó la del dos mayo. Elora estaba demasiado sorprendida y sus reflejos demasiado mermados como para reaccionar, era como si aquello formase parte de un espectáculo del cual le habían regalado una entrada y ella estuviera en primera fila disfrutándolo.

Recuerdos borrosos se entremezclaban en mi mente. Pasado, presente... un Stein de siete años frente a un espejo con su madre detrás. El recuerdo era agradable, sentí cómo poco a poco la angustia iba disminuyendo. Pero de pronto me di cuenta de algo.
El niño no era Stein ni la de detrás su madre. En el recuerdo, la persona que acariciaba la cabeza del pequeño era Elora y dos ojitos azules me miraron y exclamaron: ¡Papá!
El sueño se volvó borroso y me noté volver a caer en la oscuridad y en picado, notando cómo la inconsciencia infinita iba tirando de mí mientras mi conciencia viajaba por los planos astrales. Notaba algo diferente, algo familiar. Floté hacia allí con mi concienca y entonces me di cuenta de que mi cuerpo se hallaba sumido en un profundo trance y que mi yo no era físico, sino mental. Escuché la voz de Elora y unos gritos. No, no, no. Los recuerdos del viaje de Xar y Elora comenzaron a girar vertiginosamente por mi mente mientras toda la información empezaba a descargarse en mi cerebro. Ian, Nahia, Xar, Elora... la familia feliz que nunca seríamos. Noté crecer mi angustia de nuevo, tenía que despertar, tenía que...

Abrí los ojos cogiendo una enorme bocanada de aire y miré a los lados con los ojos saliéndoseme de las órbitas. Veía borroso, pero el destello de algo metálico a mi izquierda me hizo enfocar rápidamente. Me dolía terriblemente la cabeza, pero reconocí a Xar con las katanas de nuestro padre... y cara de asesina. Iba a matarme de una vez por todas.
En mi interior se encontraron varios sentimientos, algunos de los cuáles no supe identificar. Me escocía no haber cumplido mi venganza, pero eso no era lo más importante. Estaba sintiendo... pena. Tristeza por no haber sabido actuar de otra manera. Tristeza por ese pequeño que de repente y en mis recuerdos me miraba ilusionado. Estaba terriblemente confundido y débil y mi hermana iba a acabar conmigo. Pero de repente un grito desvió mi atención hacia la puerta. El ama de llaves gritó y el nombre resonó en mi cabeza.
Había llegado la Inquisición.

No, no, joder, no ahora, no así.
Se oyeron pisadas y ruidos metálicos por toda la mansión mientras el ama de llaves era empujada contra la pared de enfrente bruscamente al intentar bloquearles el paso a una legión de soldados comandados por un Inquisidor bajito y de rostro aguileño. Sacó un papel del bolsillo interior de su túnica y leyó algo que no pude entender. Todo lo vi como a cámara lenta.
Vi a Xar poniendo cara de asesina y abalanzándose contra la mole de soldados, que en su estado la lanzaron contra Elora y cayeron ambas al suelo. No podía moverme. Xar sangraba profusamente por la sien pero no se rindió, volvió a intentar levantarse pero un soldado enorme le propinó una tremenda patada en las costillas, haciendo que se encogiera de dolor y escuchando el tintineo de las katanas al caer, inertes sobre el suelo. Iban a matarnos a todos, por mi culpa.
Por un momento la angustia me embargó. Pensaba que quería esto, pero no así. No lo quería y no sabía cómo pararlo. Los ojos de Ian repiqueteaban una y otra vez tras mis párpados mientras hacía un esfuerzo titánico por levantarme, jadeando por la debilidad que atenazaba mis músculos.

Miré a mi hermana, sangrando y hecha un ovillo a los pies de Elora, que ni siquiera tenía fuerzas más que para abrazarse a la cazadora. Si morían, morirían juntas.
Y entonces supe, de alguna manera, lo que tenía que hacer. Saqué fuerzas del rincón más inhóspito de mi alma cuando dije con voz profunda:
- Yo... soy a quien buscáis.
El Inquisidor me miró de hito en hito y frunció el ceño, murmurando que era una mujer a quien buscaban. Gruñí y por fin encontré en mí lo que quería. Rabia.
Respiré hondo mientras mis ojos se volvían hielo y me concentré, rescatando de mí esa ira y el dolor que me atormentaban cada segundo de mi vida. Saqué esa fuerza oscura a flote, extendiendo las manos y comenzando a volar objetos de la habitación con el viento oscuro que se arremolinaba a mi alrededor. Los ojos se me volvieron blancos y comencé a salmodiar un hechizo en gaélico. Llamas oscuras inflamaron el aire que me rodeaba, envolviéndome en un oscuro remolino negro. De repente, dos guardias armados cayeron al suelo entre estertores, fulminados por mis llamas y dejando un rastro de cenizas.

El Inquisidor no tuvo tiempo de pensar. Media legión de guerreros santos se abalanzaron sobre mí, y lo último que vi antes de caer inconsciente fueron de nuevo esos ojitos, redondos y azules, llamándome desde la oscuridad.