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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Vie Mar 17, 2017 6:24 am

El día no podía haber empezado peor, y eso que era consciente desde el momento en que me había tocado afrontar que era imposible seguir postergando la reunión con el cura más retrógrado de la ciudad que iría mal, pero lo cierto era que las expectativas que tenía eran pocas comparadas con la realidad... La cual, por otro lado, debería haberme imaginado, pero suponía que lo de ser líder de una facción me había relajado lo suficiente para no esperarme estupideces por parte del maldito clero, y claro, yo fui con toda mi buena intención a Notre Dame y, como no podía ser de otra manera, todo terminó mal. Supuestamente, y lo remarco, debía acudir para que el sacerdote en cuestión me adjudicara una misión “muy importante, tan de vida o muerte que solamente alguien en su posición puede ocuparse”. Sin embargo, cuando llegué, todo lo que me recibió fue una sarta de desfachateces y de críticas hacia mi mandato y mi forma de hacer las cosas, absolutamente enriquecedoras viniendo de alguien que no había salido nunca de la iglesia en la que nos encontrábamos. Además, no contento con eso, procedió a explicarme hasta qué punto era pecaminoso que una mujer como yo se ocupara de un puesto de tanta responsabilidad y para el que tenía que mandar a hombres mucho mejor preparados, y su manera de decirlo fue acompañando sus palabras de gestos muy explícitos, que finalmente terminaron con sus manos en mi cuerpo. Fue entonces, tras quince interminables minutos de cháchara retrógrada y estúpida, que lo aparté de un empujón y lo golpeé en la cabeza con su propia Biblia, de forma que soltara el pergamino de la misión y lo pudiera agarrar yo para marcharme de allí de una maldita vez por todas. Malditos fueran todos los sacerdotes enfermos como ese estúpido... Y malditos todos aquellos que se pensaban que podrían salirse con la suya sin contar con que yo podía defenderme sola, que para algo era inquisidora y, además, líder.

¿En conclusión? Día arruinado, y apenas acababan de empezar las desgracias, porque en cuanto me subí de nuevo al carruaje que me conduciría hacia las dependencias inquisitoriales, abrí el pergamino de la misión y los requerimientos me hicieron maldecir bruscamente y obligar al cochero a cambiar de rumbo en dirección a las afueras, a la enorme residencia campestre donde entrenaban los inquisidores que así lo deseaban. Por supuesto, yo no solía hacerlo, pues tenía mis propios medios para entrenar y no necesitaba mezclarme con gente que, en su mayoría, me detestaba por motivos muy variados, que iban desde mi personalidad a mi naturaleza, pasando por supuesto por el hecho de que me había convertido en líder y que se sospechaba que había liquidado a mi progenitor. Ah, cómo olvidar ese pequeño detalle... En fin, perdida en mis pensamientos y entre las líneas de la misión contenidas en el pergamino me dirigí hacia la casa que podría haber sido señorial de haber estado mínimamente cuidada, y en cuanto me bajé supe que a quien estaba buscando se encontraba allí, entrenándose para ser el mejor, como siempre hacía, como tantos otros... Porque, a esas alturas, antes terminaría contando quiénes no querían quitarme el puesto que quiénes querían hacerlo, empezando por mi mano derecha y terminando por, aproximadamente, el noventa y cinco por ciento de la facción que supuestamente me debía lealtad. Si no fuera porque había aprendido hacía mucho a no confiar en ningún inquisidor que no fuera mi hermano, tal vez hasta me decepcionaría, pero como estaba ya curada de espanto, pude mantener la tranquilidad hasta el mismo lugar donde él, Samuele, entrenaba, despojado de la mayoría de sus ropas y tan concentrado que no se dio cuenta de que había aparecido yo hasta que no se lo hice notar personalmente. Ay, mi pobre ego, qué maltrecho quedaba cada vez que me tocaba lidiar con los primarios inquisidores...

– No le darías ni a una diana a veinte centímetros a plena luz del día como sigas tirando con esos cuchillos romos, ¿quieres hacerme el favor de afilarlos y corregir la trayectoria? Si te portas bien y me impresionas, tal vez tenga algo para ti, Samuele, ¿no estás emocionado?
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Mensaje por Samuele Liccari Mar Mar 21, 2017 9:57 am

Solía pasar varios días de la semana allí, siempre entrenando sin descanso pues entendía que su mejor arma era él mismo. Temía dejarse estar, que los años pasasen haciendo lo suyo sobre él, y un día descubrir que sus propias extremidades le fallaban por no haber entrenado lo suficiente cada vez que tuvo el tiempo libre para hacerlo. Tal vez ése era su mayor temor: descubrir que ya no podía confiar en su propio cuerpo. Por eso no bajaba el ritmo y hacía el doble de esfuerzo siempre que podía, nunca estaba de más todo lo que hiciese en pos de ser un arma perfecta al servicio de Cristo.

Entrenó con sus compañeros entre risas propias de la camaradería, pero cuando la rutina acabó Samuele volvió a iniciarla mientras ellos se burlaban de él y se iban. Cualquiera podría pensar que estaba obsesionado, que perdía el tiempo, lo cierto era que no le importaba lo que pensaran –excepto, claro, sus superiores que sí tenían una palabra calificada-, Samuele no estaba allí para hacer amigos.

Trabajaba con los cuchillos, dándole especial énfasis ya que reconocía que debía mejorar  su puntería. Le costaba, aunque peor le iba con las armas de fuego, y por eso le dedicaba más tiempo, aquello podía hacer una gran diferencia en un combate.
Se sobresaltó cuando la líder le habló a sus espaldas y se odió al mismo tiempo -mientras se volteaba hacia ella- por no haberla oído llegar, algo irremediable sería aquel descuido si lo cometía estando en medio de alguna misión o cacería.
Samuele se acercó a la mujer, mirándola de pies a cabeza, midiéndola y estudiándola. No  hacía mucho que era la líder de la facción y él desconfiaba de ella al igual que desconfiaba de las mujeres en general. No estaba para nada de acuerdo con que tomase la dirección de la facción, aunque ¿a quién le importaba lo que él pensase al respecto? Sabía que había muchas mujeres que eran buenas guerreras e incluso buenas estrategas -había entrenado junto a algunas en el pasado-, pero eso de ponerlas al mando… no, definitivamente no estaba de acuerdo. Las mujeres no estaban hechas para dirigir, mucho menos para guerrear. Ya lo había dicho el Apóstol Pablo en sus cartas. Aquella era una más de las incoherencias de la organización que decía seguir las escrituras mas luego las contradecía de modo semejante. Como fuera, no le correspondía a él juzgar los mandatos de los superiores.


-Los afilaré, mi señora –le prometió, con distante cortesía- , y en cuanto estén listos le pediré a usted que me enseñe como se hace, ya que siendo nuestra líder no dudo de que será eximia en esta área. -le sonrió, procurando parecer inocente pese a que lo había dicho para provocarla. Le había sentado pésimo que ella denostara su entrenamiento.

Cruzó sus brazos sobre su pecho desnudo, sintiendo como la adrenalina bajaba y la respiración se normalizaba dentro de él, y le preguntó:

-¿En qué puedo ser útil, señora? –Después de todo para eso estaban allí, para servir a la causa de la Santa Inquisición.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 04, 2017 11:16 am

Qué pregunta más viciosa podía ser esa que me había hecho sin despeinarse: en qué podía serme útil. Ay, si yo le contara... Como medio para quitarme dolores de cabeza y preocupaciones, por ejemplo, le veía mucho potencial, aunque sólo fuera por esa cara atractiva suya en un cuerpo aún mejor formado; sin embargo, su actitud hablaba a gritos aun cuando sus palabras no lo hacían tanto, y no necesitaba indagar mucho para notar que me tenía cierto resquemor, a saber por qué. Algún día tendría que plantearme hacer una encuesta entre todos los soldados que me odiaban para saber cuál era el motivo dominante, con el único objetivo de repetir ese comportamiento hasta el infinito y que maduraran de una maldita vez por todas. Maldita panda de críos tenía bajo mi cargo... ¿Y aún había superiores que pensaban que sólo por ser mujer no era capaz de ocuparme de ellos? Porque dado que para casi todos mi única función en la sociedad era la de parir hijos hasta deformar mi cuerpo por completo, cuidar de todos aquellos niños debía de ser la función ideal para alguien que, a todas luces, se convertiría en una solterona sin remedio. Eso no significaba que no planeara divertirme en todos los sentidos posibles de la palabra, y por eso extendí la mano para que él me pasara los cuchillos; una vez los tuve los lancé, y pese a que estaban romos, dieron en la diana sin ningún problema, demostrando que, efectivamente, puntería tenía hasta hartarme. Así pues, en cuanto lo hube demostrado me acerqué a la diana para recoger las armas, y sin mediar aún palabra los afilé con un afilador especial que se encontraba cerca del resto de armas, ya que su función era, precisamente, esa. Solamente cuando terminé y se los devolví tuve a bien hablarle de nuevo, con las manos en las caderas y la cabeza ladeada.

– No es difícil de hacer: concéntrate en tu objetivo, visualízalo, evalúa el peso de tu arma y la fuerza que tienes que hacer para lanzarlo, apunta bien, y listo. Te facilitaré la tarea, dado que parece que te va a resultar un poco complicada si no lo hago. Como puedes ver, tu adorada líder sí que sabe apuntar bien, Samuele.

Sonriendo ampliamente, con una mueca incluso, le pellizqué una mejilla para molestarlo y me dirigí, contoneándome, hacia la pared donde se encontraba la diana. Una vez allí, agarré una manzana que había dejado tirada por allí alguno de sus compañeros y me la coloqué en la cabeza, estratégicamente puesta de tal modo que podía convertirse en una diana mucho mejor que yo, porque una cosa era tentarlo para que actuara, y otra muy distinta ponerle tan fácil lo de que me hiciera daño. Si bien sus armas no eran de plata, me había encargado de hacer muy bien mi trabajo y afilarlas, de modo que si llegaba a cortarme con ellas me haría heridas que dolerían, y no poco. Dado que, además, intuía que su disgusto hacia mí bien podía ser mayor de lo que pensaba y tal vez fuera a matar, no quería darle demasiadas ventajas, pese a que siendo licántropa pudiera sobrevivir a casi cualquier herida que me hiciera; por eso la manzana, que se encontraba en perfecto equilibrio, y a la cual señalé para que intentara lanzar el cuchillo y atravesarla. En fin, de entre todas las cosas que pudiera pensar de mí, y estaba segura de que eran muchas y muy variadas (la idea de la encuesta volvía a cobrar fuerza en mis pensamientos, debía admitirlo), a raíz de este encuentro podía añadir que estaba loca, o tal vez histérica, como los hombres gustaban de denominarnos a las mujeres cuando no nos comprendían y querían achacar nuestras personalidades a un mal invisible. Para mí, como si se pensaba que era un demonio encarnado: era su superior y le había dado una orden disfrazada de sugerencia, así que no le quedó más remedio que obedecer, fallando (y sin darme de milagro, aunque ni parpadeé al ver los cuchillos pasándome tan cerca, lo reconozco) la mayoría de las veces pero acertando la última, con el único cuchillo que le quedaba. Sonriendo, desclavé la manzana y le di un mordisco, lanzándosela a continuación para que la probara él como objeto de su triunfo, o tal vez como una metáfora de hasta qué punto era apropiado que yo, pecadora, le ofreciera una manzana a él, a quien planeaba someter a mi antojo... Qué bíblico todo.

– Bien, acaban de pasarme información sobre una misión que, para mi enorme y eterna desgracia, no puedo hacer sola. Estoy echando un vistazo a mis soldados para ver cuál de vosotros se gana el honor de venir conmigo, y lo cierto es que tú tienes posibilidades, pero no si no me demuestras que eres mejor luchando que lanzando cuchillos.
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Mensaje por Samuele Liccari Jue Abr 13, 2017 11:01 pm

La había retado, desafiádola con delicadeza, y ella había salido victoriosa. A Samuele no le gustaba perder a nada, pero debía reconocer que bien había valido la pena aquella humillación sólo por ver la forma tan sensual en la que el cuerpo de su líder se preparaba antes de lanzar cada cuchillo. ¡Maldita mujer! Sí que era provocadora, con sus palabras y movimientos sabía como ponerlo en jaque.

Sudaba mientras se concentraba en visualizar la manzana, todo lo que temía era lastimarla. ¿Qué podía pasarle a un soldado que hería a su líder de facción? Lo peor, de seguro. Era en el marco de un entrenamiento, él lo sabía, pero ¿diría eso ella en caso de que alguien le preguntara o lo hundiría diciendo que había sido intencional? Recién estaban conociéndose, no sabía como era en realidad y algo había aprendido en sus años dentro de la orden: allí muy pocas cosas eran lo que parecían ser.
Gracias al Creador no había tenido que lamentar nada de aquello, le había costado, pero al fin le había dado a la bendita manzana. Cuando la líder se la pasó, Samuele procuró morder justo sobre la marca del anterior mordisco que ella había dado sin dejar de mirarla a los ojos; quería mostrarle que no se intimidaba ante sus desafíos, por más poder que Abigail tuviera allí y sobre él, Samuele no se mostraría débil ante ella.

Se deshizo del tronco del fruto y buscó algo de ropa para cubrirse. Halló sus prendas, las tenía a la mano, pero no se las puso porque ella le hablaba y no quería faltarle el respeto haciendo algo más justo mientras ella a él se dirigía.


-Usted lo sabe todo de mí, ¿no es así? –volvió a usar su tono de falsa sumisión-. Sabe que soy mejor en combate cuerpo a cuerpo que con los cuchillos y que soy mejor con los cuchillos que con las malditas armas de fuego –Dios se lo llevaría de esa tierra antes de que pudiera tener habilidad alguna con las pistolas-. No escondo mis debilidades, signorina, pero trabajo en ellas y, como ya ha visto, me cuesta todavía. Pero, si en algo puedo servirle así como estoy, cuente conmigo, líder.

¿Qué podía resultar de una misión que los involucrase a ambos? Él no confiaba en ella y ella no confiaba en ninguno de sus soldados pues resultaba evidente que sabía muy bien que todos dudaban de sus condiciones de mando. ¡Que ecuación tan espantosa! Con ese panorama nada podría salir bien, pero Samuele no era quien debía decidir, ella sí.

Algunos de sus compañeros salieron al exterior y giraron por el costado de la edificación, los hombres no ocultaron sus gestos de desdén al ver a la líder allí y hablando con él. Samuele sabía que más tarde lo torturarían con preguntas, aunque supieran que él nada les diría. Extrañaba a sus amigos, los pocos que había hecho en ese tiempo estaban afectados a distintas misiones, se encontraba solo allí entre esa masa amorfa de soldados que preferían chismotear antes que entrenar.
Suspiró, volviendo al contacto visual con ella, antes de decirle:


-¿Desea referirme algo más, signorina? ¿Quiere que hablemos mejor en otro sitio? Ellos pueden ser algo… molestos –calificó, señalándolos, y finalmente se puso algo de ropa cubriendo su tronco desnudo-. A veces me da ganas de practicar con los cuchillos teniéndolos a ellos bajo la manzana, de seguro no me iría tan bien como con usted –se rió.

“Mejor camuflar las torpezas mientras en ellas se trabaja” , pensó.


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Mensaje por Invitado Vie Abr 14, 2017 3:21 pm

¿Qué clase de pregunta era aquella...? Pues claro que lo sabía todo de él, no me quedaba más remedio que hacerlo, exactamente igual que me pasaba con absolutamente todos los soldados que estaban a mi cargo, y ya no se trataba de ser una buena líder (que lo era, no iba a llevarme a engaño al respecto), sino que era cuestión de pura supervivencia. Todos, en mayor o menor medida, querían mi puesto porque se fijaban en lo que les interesaba, no en todas las responsabilidades que me era imposible delegar; todo estaban lo suficientemente desesperados para hacer lo que fuera necesario para conseguirlo, y la triste realidad era que, por eso, no podía confiar en ninguno y debía estar siempre a la defensiva, preparada para cualquier ataque que pudiera venirme. ¿Y qué mejor manera que estar lista que sabiendo a lo que me atenía...? No había nada más que ver, por ejemplo, a los que empezaron a curiosear en cuanto me vieron pasear con Samuele medio desnudo por ahí; enseguida me llegaron sus cuchicheos acerca de lo fácilmente que me abría de piernas y lo fácil que sería hacerme un crío para quitarme del puesto de liderazgo por la existencia de un bastardo, ¡como si no supiera ocuparme de ese tipo de problemas en concreto! Eso era lo que sucedía cuando se buscaba a un enemigo contra el que no se sabía pelear, y por eso tenía yo la ventaja, y no ellos: sabía cuál de esos soldados era estéril, cuál se sentía atraído por hombres y cuál gustaba de acostarse con niños, y con ese tipo de ventaja podía atacarlos donde más dolía, llegado el momento. Y llegaría... sólo que ahora debía encargarme de Samuele, a quien conduje a una sala donde había varios mapas precisamente porque estaba buscando uno de los alrededores de París, donde tendría lugar la misión que había decidido encomendarle, y cuyo pergamino clavé en la mesa con un abrecartas, frente a él, para que lo examinara si quería.

– Para este tipo de misión te vendrá muy bien entrenar con cuchillos y armas que se lancen a distancia, e incluso con balas de plata, que como sabes son muy útiles para matar a vampiros. Han descubierto un nido liderado por un nosferatu no muy lejos de aquí, y aunque se han mantenido relativamente calmados, están empezando a moverse por estas zonas. Nuestro objetivo debe ser eliminarlos, y aunque en principio podría yo sola, que haya un nosferatu entre ellos me obliga a necesitar a alguien que me cubra.

A medida que hablaba le iba señalando los lugares en los que se habían empezado a mover, donde había habido avistamientos y se había mandado un ruego desesperado a la Iglesia para que la Inquisición se ocupara. Si bien era cierto que la situación había llegado a ser grave, la Iglesia había rezongado y tardado en actuar lo suficiente para que ya no supiera hasta qué punto era verídica la información que se encontraba en mi pergamino, el que él estaba examinando, y ese había sido otro de los motivos por los que había decidido encomendar la misión a alguien más. Podía estar desesperada por algo de acción y necesitada de matar vampiros, a los que mi naturaleza de lobo detestaba con todo su ser y el mío combinados; podía necesitar empuñar una estaca de madera y sentirla atravesar un pecho muerto para alcanzar un corazón podrido, pero no era suicida, y sabía que valoraba mi vida lo suficiente para ser capaz de transigir un poco y permitir que me ayudaran. Eso era algo que nadie solía decir nunca de mí, por cierto; todos me tenían por demasiado salvaje y brutal, por alguien que pensaba solamente después de actuar y se arrimaba siempre al árbol que más sombra daba, y aunque eso último era cierto (era francesa, ¿podía acaso culpárseme por ello...?), lo primero no, y era una ventaja que planeaba usar cuanto pudiera a mi favor. Prefería que nadie me conociera lo suficiente porque entonces nadie me vería venir, y ni siquiera tendrían pruebas para acusarme de nada; a fin de cuentas, eso me había salvado de acusaciones de parricidio, un crimen que sí había cometido, así que... En fin, terminé sentándome en la mesa con las piernas cruzadas y mirándolo mientras él seguía estudiando el mapa.

– He conseguido esta misión a la fuerza, pero sé que lleva tiempo rondando por ahí. Probablemente lo que te he contado esté obsoleto, y quizá haya habido ya ataques, eso ya no lo sé, porque nadie me ha informado de ello. La primera parte de la misión tendrá que ser reconocimiento, así que deberías tener eso en cuenta antes de nada. Dicho eso, ¿qué planeas? ¿Qué se te ocurre? Cuéntame, a lo mejor podemos pensar los dos y no solamente yo.
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Mensaje por Samuele Liccari Sáb Abr 22, 2017 5:09 pm

¿Por qué lo habría elegido a él? Muchos de sus compañeros eran realmente buenos, manejaban la precisión como él no podía. Los condenados –cambiantes o licántropos- poseían una visión única, inequívoca. ¿Por qué entonces la líder le estaba confiando a él la misión? No lo entendía, pero le agradaba y hacía sentir orgulloso. Se esforzaría por estar a la altura y si acaso debía dormir solo dos horas al día para destinar más tiempo al entrenamiento así lo haría.

-Líder –le dijo con voz pausada y la mirada vagando por los alrededores de la zona que ella le había marcado en el mapa-, coincido en que la primera etapa debe ser de reconocimiento, aunque no creo que usted deba ser parte de algo así. Los vampiros… ellos… -No sabía cómo decirle lo que estaba pensando, no encontraba las palabras adecuadas para decirle que los vampiros los descubrirían si ella iba, pues podían percibirla aún a la distancia. Además creía que le correspondía procurar que su líder no se pusiese en peligro, que no se expusiese de esa forma en una etapa de la misión en la que no era realmente necesario hacerlo-. Tal vez algunos condenados vampiros deberían acompañarme, sería más fácil salir airosos con algún engaño en caso de que nos descubriesen.

La miró y solo así entendió que por mucho que él dijera ella haría lo que quisiese. Si Abigail quería liderar el reconocimiento del terreno lo haría, estaba claro que era una mujer que no se echaba hacia atrás. Ah, pero Samuele Liccari había visto en primera fila varios enfrentamientos entre licántropos y vampiros y sabía lo fuertes que eran. El odio que una y otra raza se tenían era visceral, lo llevaban tallado en los huesos, marcado en la piel, ese aborrecimiento les brillaba en los ojos. Incluso dentro de la inquisición –donde se suponía que todos estaban dentro del mismo bando- habían surgido conflictos entre los condenados. Afortunadamente, Samuele no llegaría nunca a sentir algo así. El odio no lo cegaría de esa forma, estaba seguro de eso.

Ya, se atrevería a decir con claridad todo lo que estaba pensando y si Abigail quería devolverlo de una patada a la facción cuatro que lo hiciera:


-Teniendo en cuenta que hay un vampiro tan antiguo entre ellos, ¿debe usted, nuestra estimada líder, ponerse en peligro? –No pudo evitar sonreír al oírse pronunciar el calificativo de estimada-. ¿Por qué no se lo delega a alguien más? Proteger a nuestros líderes forma parte del juramento que hemos hecho, mi señora –le aclaró ante la mirada sorprendida que ella le dispensó-. Sabido es que usted no atiende consejos, pero es mi deber decirle con sinceridad lo que pienso: creo que usted debería ponerse a resguardo ahora que es nuestra cabeza. Deje el combate para los hombres, líder.

Se cruzó los brazos sobre el pecho, no por un acto presumido ni en actitud de coquetería. Era una forma inconsciente de protección, había lanzado una lanza y ya percibía que ella no había tomado a bien su sinceridad.


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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:47 pm

Maldito fuera, durante por lo menos cinco minutos me había engañado pensando que tal vez sería capaz de razonar con él como si se tratara de un subordinado con su posición clara y sin que tuviera dudas de su lugar, pero, como no podía ser de otra manera, al final había vuelto a las andadas. ¡Madre mía, qué pereza me daban los hombres como él...! Hacía no demasiado me habría enfadado hasta el punto de convertirme en un lobo de comportamiento aunque no lo hiciera en realidad, en cuerpo; es más, me habría atacado un ataque tan fuerte de rabia que no habría respondido de mí misma durante el rato suficiente para que mi facción tuviera un componente menos. Para su suerte, sin embargo, había madurado: llevaba el tiempo suficiente al mando de la facción primera, los malditos soldados, para saber que los desplantes como aquel eran el pan de cada día, y que si me molestaba por cada uno de ellos acabaría cansada de enfadarme... Y, efectivamente, así era. Entre todos, me habían repetido tantísimas veces la misma historia de maneras diferentes (ese mérito no se lo quitaba, que conste: al menos se había trabajado un poquito más la excusa que el resto. ¡Ni siquiera había dicho que era porque yo no me identificaba con un hombre ni en lo más remoto! Muy bien, aplausos para él) que ya ni me sorprendía; es más, me limité a parpadear más despacio de lo normal y a mirarlo con atención, a ver si se le caía la cara de vergüenza o algo. Por desgracia, la respuesta a eso sí que negativa: aunque estuve unos segundos en silencio, uno que permití hasta que se volviera opresor mientras no dejaba de contemplarlo, él se mantuvo en sus trece, sin cambiar de idea ni fingir siquiera que lo hacía, así que no me quedó más remedio que suspirar, pidiendo paciencia a quien quisiera escucharme y dármela.

– Fascinante, en serio. ¿Has terminado ya? Con esa cabecita tuya tan brillante no sé cómo no te han nombrado líder... Porque no lo eres, ¿te acuerdas? Lo soy yo. Y yo decido qué misiones haces tú, cuáles hago yo, y en cuáles puedo participar. ¿Alguna vez te has parado a pensar en lo que hago durante las lunas llenas o en si he infectado a alguien? No, ¿verdad? Pues si no sabes cuánto puedo controlarme o controlar mi aroma, no dudes de mis capacidades. Deberías recordar que es eso lo que me ha puesto donde estoy, por mucho que te sangre que no sea un hombre quien te domine.

Aunque mis palabras, lo sabía bien, venían de un lugar rencoroso, me las apañé para decirlas tranquilamente, sin alzar el tono, e incluso con una sonrisa que al final se hizo tan amplia que casi era doloroso. Prefería decirle lo que pensaba, insultos pasivos incluidos, de una forma que le dejara claro que su opinión no tendría mucho efecto en mí; tal vez así se le pasara la arrogancia y decidiera que podía trabajar conmigo, o tal vez así se daría cuenta de que, si me molestaba, lo sacaría de la facción hasta los restos, sin despeinarme siquiera. Le gustara o no, la decisión la había tomado ya: iríamos los dos, él porque me servía para compensar el efecto que tenía mi naturaleza en los vampiros, y yo porque era la única de los dos que podía enfrentarse a una sanguijuela antigua y vivir para contarlo con pelos y señales y sin apenas heridas. Me necesitaba, del mismo modo que yo necesitaba a un acompañante humano, porque si dependía de otro sobrenatural, su aura sería muchísimo más perceptible y casi sería como mandarles un telegrama avisándoles de que llegábamos. Y si bien era consciente de que mi olor sería un problema para los chupasangres, había algo con lo que él no había contado porque no había prestado la suficiente atención a la información que le había proporcionado: esos vampiros, territoriales como eran, no permitirían nunca que un lobo les robara un suculento humano... como él lo era. Entrenado o no, inquisidor o civil, Samuele Liccari poseía un aroma propio atrayente para cualquiera cuyos sentidos estuvieran más despiertos de lo normal, y si a mí ya me lo parecía sin necesidad de alimentarme de él para sobrevivir, para un vampiro sería un manjar tan suculento que ni cinco manadas de lobos podrían impedir que se acercara. Tan simple, pero a la vez tan complejo, como eso.

– Voy a serte muy franca, Samuele, una deferencia que tú no has tenido conmigo. No es ningún secreto que piensas, como otros, que no soy una buena líder por ser mujer, y querías decirme que prefieres otra compañía por eso y porque, al ser lobo, me lanzaré probablemente contra los vampiros. Bien, yo te necesito a ti como cebo, porque si todo es como sospecho, y nada me hace pensar que no, se lanzarán a por ti sin importar que haya una o cien como yo. Y, dime: ante el ataque de vampiros que seguramente te hagan sangrar, ¿a quién prefieres a tu lado? ¿A un licántropo que los detesta y a quien le da igual tu sangre o a un grupo de sanguijuelas que a la mínima se van a lanzar también a por ti? Piénsalo bien, pero los dos sabemos cuál es la respuesta correcta.
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Mensaje por Samuele Liccari Miér Abr 26, 2017 6:09 pm

El enojo de su líder era tan poderoso que hasta podía palparse, lo estaba rodeando. Repentinamente, y en consecuencia a la torpe sinceridad de Samuele, la atmósfera de la sala donde se encontraban había cambiado por completo.
Era fascinante ver como los rasgos de ella cambiaban cuando se enfadaba, parecía que otro ser tomase su rostro y los alterase, volviéndolos más marcados, más seguros.
De por sí, Abigail ya estaba a la defensiva –al menos eso le parecía a él-, pero su voz cambiaba ahora que le daba los justificativos de sus decisiones y lo atacaba recordándole cual era el lugar de él ante la autoridad de ella.


-En realidad me gusta que sea una mujer como usted quien me domine, líder –le respondió sin reprimir una sonrisita. No podía contenerse, necesitaba echar mano de una broma para distender el momento tenso que se había creado allí o los ojos almendrados de Abigail le lanzarían fuego. Luego llegó el turno de volver a hablar en serio y él lo hizo-: No considero justo que se enfade conmigo y que diga que no fui franco con usted, puesto que creo ser el único que al menos ha puesto las pelotas sobre la mesa –dio dos palmadas sobre la madera laqueada, creyendo que ella no se escandalizaría ante la grosería- teniendo el coraje de decirle las cosas de frente. Jamás he cuestionado su autoridad abiertamente ni me he sumado a las habladurías de mis compañeros al respecto de usted, señorita, y es algo que me enorgullece. En cambio le expongo mis temores por su seguridad cara a cara –suspiró y se llevó la mano derecha al corazón antes de decir-: y le pido mis más sinceras disculpas, pues veo que la he ofendido. Solo quería cuidarla.

Ah, ahí estaba el punto, la clave de todo aquello. Sería el cebo, pues. No se acobardaría. Podía imaginar el panorama ya, podía verse y verla a ella también inmersos en aquella cacería y luego volviendo victoriosos. El plan no parecía tener demasiadas complicaciones, excepto que tendría a varios inmortales buscando beberlo y a una licántropo como única aliada…

“Sí que es un buen panorama, muy alentador”, se dijo con ironía y volvió a sonreír, esta vez sin explicarle nada a ella.

Lo dicho, Samuele no se acobardaría. Su vida había sido un regalo de Dios, algo inmerecido, un milagro, y si debía morir moriría sabiendo que había devuelto ese favor. Devolvía la vida que Dios le había concedido solo para felicidad y orgullo de sus padres que ya no estaban. Su hermana vivía bien, a salvo en Roma con un buen esposo… Samuele ya no tenía nada que perder, por eso no temía y eso –esa carencia de temor ante la posibilidad de la muerte- era lo que lo volvía tan fuerte de espíritu.


-Bien –suspiró una vez más-, veo que tiene claro el modo de ataque. Pero antes que eso hay que hacer un reconocimiento del área –dijo y señaló en el mapa las inmediaciones del lugar en donde, presuntamente, los vampiros se atrincheraban-. Dígame entonces, líder. ¿Cuándo nos vamos?


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Mensaje por Invitado Lun Mayo 01, 2017 2:44 pm

Lo que los hombres como él nunca entenderían es que, a veces, era más ofensivo que dijeran que pretendían cuidarte, como si fueras una niña que apenas está aprendiendo a andar, que decir directamente que no te creían capaz de aceptar una posición de mando, como la que ocupaba yo, ¡y con mis santas narices! Con ese reconocimiento, uno que él se estaba enorgulleciendo de darme (como si fuera mínimamente cierto que mi seguridad le importaba más que la suya propia o la de cualquier otro inquisidor, condenado o no, que le cayera hasta mal...), al menos me daban el suficiente crédito para aceptar que era una persona que comprendía el rechazo. Sin embargo, al decir que me cuidaba (la sola palabra me empezaba a producir urticaria), no solamente disminuía aún más mi valía ante sus ojos sin, quizá, pretenderlo, sino que encima adoptaba una actitud tan paternalista y tan perdonavidas que me estaba planteando, en serio, ayudarlo realmente con esos vampiros cuando llegara el momento. Obligándome a respirar hondo, conté hasta treinta y cinco, por lo menos, para conseguir calmarme, y en cuanto más o menos lo hice me crucé de brazos y eché un vistazo al mapa, que a aquellas alturas ya me sabía de memoria por el trabajo que me había costado conseguirlo, pero que me servía para darme unos segundos extra para calmarme. Ah, qué mala es la ignorancia... casi peor incluso que la malicia, porque contra ésta última sabía cómo defenderme, pero contra la primera estaba mucho más expuesta, y por eso él me había enfadado tanto sin pretenderlo, porque habría sido muy estúpido si es que buscaba enfadar a la persona que controlaba su destino, y Samuele Liccari tenía de estúpido lo que yo de Virgen María jamás tocada por un hombre y creyente hasta la médula: absolutamente nada.

– Esa área es grande, considerablemente, pero es engañosa, porque la mayor parte está totalmente al descubierto, y los vampiros, como bien sabes, no pueden exponerse al sol si no quieren terminar como una barbacoa de no-muerto y una humareda tan grande que taparía toda Notre Dame. La única zona en la que pueden esconderse es esta, tiene varias montañas y unas pocas cuevas naturales: ese es el lugar donde, muy probablemente, se esconderán. Si aprovechamos a atacarlos de día, no podrán defenderse y nosotros tendremos ventaja, especialmente tú porque estarán debilitados y no intentarán agujerearte demasiado.

Soné tranquila, por fin, ya que había sido capaz de controlar mi mal genio; el tiempo que había pasado como líder parecía poco para muchos, pero lo cierto era que estaba teniendo sus consecuencias en mi paciencia, especialmente por lo descompensada que estaba la balanza entre mis labores burocráticas y las de campo, que eran lo único que me agradaba de la Inquisición. Efectivamente: se me llenaba la boca con que odiaba la institución, y verdaderamente lo hacía, sobre todo por cómo y por qué había terminado formando parte de ella; sin embargo, una parte de mí, la misma que disfrutaba de salir en luna llena y de la transformación, al menos de lo que podía recordar de ella, también se sentía libre cuando tocaba matar vampiros, que eran las únicas misiones que yo, personalmente, aceptaba. Las demás solía apartarlas o encargárselas a otros para que no me echaran la bronca por dejar trabajo sin hacer; personalmente, no tenía absolutamente nada en contra del resto de sobrenaturales a menos que se buscaran que los persiguieran, y había algunos que causaban muchísimo más mal que bien, así que por lo que a mí respectaba, siempre optaría por los vampiros. Precisamente por eso, tenía unas ganas locas de empezar con la misión cuanto antes, y a juzgar por lo que estaba viendo en el documento que los dos habíamos estado analizando hasta ese preciso momento, no era algo demasiado complicado si se contaba con el equipo y la preparación adecuados. Por un momento, me llevé la mano a la barbilla y me detuve, pensativa, planteándome la opción mejor para la situación que teníamos entre manos. Contrariamente a lo que él pensaba, no siempre me dejaba llevar por mis sentimientos y a veces era capaz de ser lógica... Pero, para su desgracia, la lógica en ese momento estaba absolutamente pareja con lo que más deseaba en los últimos tiempos: salir a hacer una misión cuanto antes.

– En cuanto amanezca. No falta demasiado, así que te recomiendo que te eches un rato a descansar y prepares lo que crees que necesites, porque en cuanto el sol empiece a despuntar, ensillaremos sendos caballos y nos iremos hacia allí. Te queda un consuelo, Samuele: al menos no te he dicho ahora mismo... Y te he dado unas horas. Pero no me hagas esperar: nos vemos allí.
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Mensaje por Samuele Liccari Lun Mayo 08, 2017 12:42 pm

Samuele durmió poco y mal, a penas un breve descanso de ojos caídos y cuerpo en tensión irrelajable. Había preparado sus cosas, un pequeño bolso con sus armas y algo de ropa, y se había tirado en su litera a descansar, pero el resto de los inquisidores que allí estaban para entrenar no cesó de acosarlo con preguntas: ¿Qué quería la líder? ¿Por qué te ha buscado a ti? ¿Qué tal está desnuda? ¿Es tan activa sexualmente como aparenta? Obviamente utilizaron términos más soeces, pero Samuele eligió guardar silencio ante ellos. No confirmó sus alucinaciones y tampoco las disipó, simplemente los ignoró y eso hizo que ellos imaginaran las cosas más descabelladas… Seguro que la líder quiere quedarse embarazada pues se ha dado cuenta que no puede dirigirnos y esa es la forma más elegante de deshacerse de las responsabilidades…

“Son tan idiotas que da miedo alguna vez ir de misión junto a ellos. De seguro se distraen con el vuelo de una polilla”, pensó y estaba preocupado de verdad, ¿el futuro de la Santa Orden estaba en mano de esos chismosos con más músculos que cerebro? Era para temer y no soslayar.

Lo dicho, durmió poco y mal. Los susurros y las risas de sus compañeros no cesaron en esas pocas horas. Hubiera descansado mejor si se tiraba una manta fuera, sobre el pasto frío… pero claro que se habría ganado una pulmonía también y perdido la oportunidad de acompañar a la líder al reconocimiento. Había tenido entonces que soportar con paciencia a aquellos descerebrados, no quedaba de otra.

Antes del amanecer, tal y como la líder le había dicho, Samuele esperó fuera. ¿Dónde habría dormido ella? ¿Habría podido descansar bien? Al notar que Abigail aún no llegaba, Samuele se dirigió hacia los establos para ir aprontando los caballos, prefería ganar tiempo de esa forma… después de todo creía que había acudido allí demasiado temprano, lo había preferido antes que seguir dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos se le aparecía el rostro de Abigail, enfadado y ceñudo… una belleza, ofendida y de apariencia gruñona, pero una belleza al fin.

Preparó los mejores caballos -después de todo la líder debía ir en el corcel más rápido y fuerte, eso era lo lógico- sin la menor culpa de dejar a sus compañeros con los animales más lentos y cansados… no era su problema. Salió del establo tirando de ambas correas y la esperó al costado de la construcción.
Quería hacer méritos con ella, que lo creyera un buen soldado y un mejor compañero, que no se arrepintiese de haberlo elegido para aquella misión.


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Mensaje por Invitado Mar Mayo 16, 2017 2:29 pm

Había una enorme ventaja en contar con Samuele para aquella misión: los inquisidores, con casi total probabilidad, irían a por él en cuanto separáramos nuestros caminos, dejándome a mí total libertad para hacer lo que me diera la gana... Dentro de los límites de siempre, claro estaba, pero hacía mucho que me había acostumbrado a que siempre habría algo que me impediría ser completamente libre, así que ya ni me lo planteaba. Y efectivamente, tal y como había planeado al dejarlo ir (y sólo me sentí un poquito mal por ello, nada más; para Samuele, seguro que era señal de que era una desalmada, pero para mí era buena señal porque ¡me importaba más un inquisidor de mi facción que una piedrecita que se me metía en el zapato! Que llamen al Vaticano: los milagros existen), lo acosaron y pude ir a preparar un gran arsenal de armas que, con mi fuerza natural, no sería un problema demasiado grande llevar. ¿Qué podía decir? Prefería pecar de ser demasiado precavida, especialmente cuando se trataba de vampiros, que de ir demasiado ligera; la experiencia, y de esa tenía muchos años aunque fuera más joven que muchos de mis compañeros, me decía que los vampiros siempre requerían de mayor esfuerzo, así que prefería no tomármelos a la ligera. Ya no se trataba simplemente de proteger a mi compañero, aunque también tuviera todas las intenciones de hacerlo, sino de mis propias manías a la hora de llevar a cabo misiones como aquellas, misiones que de ser exitosas (y me esforzaría verdaderamente por que lo fuera) librarían a la ciudad de París de un gran grupo de asquerosos y peligrosos chupasangres. Para una cosa que, a mi juicio, hacía bien la Inquisición, qué menos que aportar mi granito de arena para que siguiera funcionando con normalidad...

Así pues, dormí con la normalidad que traía una conciencia limpia, me desperté fresca y descansada, y en cuanto me cambié de ropa y cargué con las armas que había escogido la noche anterior me dirigí hacia el lugar donde Samuele me aguardaba con un par de sementales, desde luego de los mejores que poseía aquel destacamento inquisitorial. Satisfecha, le dediqué una sonrisa que incluso contenía cierto orgullo, y sin esperar a que él me ayudara (aunque capaz era de hacerlo...), me monté en el caballo para comenzar nuestro camino, que transcurrió en silencio salvo por los momentos en los que le explicaba algún detalle concreto de la misión. Además, también me permití comentarle que había cargado una segunda bolsa con alimentos, por si los llegábamos a necesitar, y las armas que había elegido y que, en gran medida (y sobre todo en mucha mayor proporción, por mi parte), eran absolutamente semejantes a las suyas propias. Así fue como, disipada la molestia con la que me había despedido de él la noche anterior, fuimos capaces de comportarnos como dos seres medianamente civilizados de camino a nuestro destino, al menos durante los trechos en los que podíamos ir al trote y no íbamos galopando. Sin embargo, cuando ya estábamos cerca de las montañas, lo mandé parar y saqué el plano para comparar los dibujos con el paisaje que teníamos enfrente: habían pasado un par de horas desde que habíamos partido, pero finalmente habíamos llegado a nuestro destino.

– Bien, aquí delante tienes el lugar de los hechos. Como puedes comprobar, cualquier parecido con el mapa salvo en las montañas es pura coincidencia, y tal vez eso nos dificulte un poco la tarea, pero creo que podremos sobrellevarlo. Yo propongo que nos demos una vuelta alrededor, a caballo, para comprobar si mi teoría de las cuevas como escondrijos tiene sentido o si hay más posibilidades, y en base a eso decidir nuestro mejor plan de acción. ¿Qué opinas, Samuele? Sorpréndeme; de momento, ya lo estás haciendo, y para bien además. Si sigues así, estaré muy satisfecha contigo.
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Mensaje por Samuele Liccari Mar Mayo 23, 2017 12:57 pm

Le gustaba que ella tuviera todo bajo control, que supiera qué era conveniente hacer y cómo debían hacerlo, pero a alguien como Samuele siempre le urgía tener también su espacio, sus oportunidades para demostrar que estaba a la altura, que tenía iniciativa y que podía sorprender.

Sí que se había sorprendido él de ella también. Aunque no entablaba vínculos, por lo general, con sus compañeros, sí los oía hablar y hasta había comenzado a creer las cosas que ellos decían de Abigail. Siempre la había visto de lejos, oído en alguna que otra reunión, pero nada más que eso… y esa lejanía contribuía a que las habladurías fuesen envolviendo la imagen que Samuele se había hecho de ella. Mas ahora que compartía una insipiente misión con la líder, la descubría de forma diferente. No podía decir que le gustaba pasar tiempo con ella ni sentirse todo el tiempo en la obligación de demostrar su valor, pero sí que lo desafiaba y esa adrenalina le gustaba.

El viaje había sido silencioso, y él realmente no había esperado más. Aunque Abigail era quien abría la marcha, Samuele iba atento comparando la ruta que tomaban con la imagen que su mente había retenido del mapa. No era bueno confiando ciegamente, por eso se mantenía alerta.
Se detuvieron finalmente y las palabras de la líder no podrían haber descrito mejor lo que sus ojos veían: el mapa que tenían no era justo en lo absoluto con el paisaje que se abría frente a ellos.


-Creo que deberíamos hacer la recorrida –le dijo-, tenemos que aprovechar que el cielo está con nosotros. –No se refería a Dios, claro, sino a la luz del día. Con el sol de la mañana que ya nacía, los vampiros no saldrían de las cuevas y eso le daría la ventaja a ellos de poder situarse y tener cubierto el entorno-. Tenemos la luz a nuestro favor para buscar huellas, o marcas que evidencien movimientos de las últimas horas. De seguro este lugar en el que estamos ahora se trasforma en un salón de baile y sangre en las noches –ironizó.

Tenían que ponerse con ello sin perder más tiempo, separarse y comenzar a buscar indicios. Sin esperar señal alguna de parte de ella, Samuele se alejó –todavía sobre su montura- hacia la elevación más cercana, buscaba las dichosas cuevas. Tenían que ser lo bastante profundas para que los inmortales se refugiasen en ellas sin temor de ser hallados por el sol.
Encontró una hendidura lo suficientemente amplia en la piedra, de seguro permitiría la entrada de una persona –o de un vampiro- por ella. Desmontó, dispuesto a llegarse hasta el lugar que estaba algo más elevado, agradecido de que no le fuera necesario escalar… ¿Sería? ¿Habría encontrado de esa forma simple el lugar dónde aquellos demonios se refugiaban? Nunca nada le había salido bien a la primera, por eso él no se fiaba de las cosas que resultaban aparentemente fáciles. Pero en la entrada de la hendidura había señales sobre la arenilla… algo había sido arrastrado al interior del lugar. Algunos pares de huellas parecían dirigirse al interior que de a poco –metro a metro- se oscurecía. Guió su mano a la piedra fría y encontró un pequeño trozo de tela desgarrado, era de color rosado. Volvió a mirar el suelo sobre el que se hallaba parado y un escalofrío lo recorrió.


“Niños”, pensó pasmado Samuele al notar que algunas huellas eran demasiado pequeñas y estaban a penas marcadas, lo que evidenciaba que las había dejado alguien liviano y de corta estatura.
Se giró de inmediato para buscar a Abigail con la mirada y hacerle señas para que se llegara hacia donde él estaba.


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Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 2:36 pm

Si era absolutamente fiel a la verdad, y no tenía ningún motivo para no serlo cuando se trataba de mí misma con mis propios pensamientos, Samuele no me había sorprendido mucho, técnicamente hablando, y sin embargo sí que seguía estando impresionada por el hecho de que pudiera mezclar tan bien la obediencia con la iniciativa propia. ¿Tan complicado era para el resto de los soldados hacer lo que él estaba haciendo, sin despeinarse lo más mínimo por cierto? Aparentemente sí, o de lo contrario tendría suma obediencia dentro de mi facción en vez de tener que dedicar mi tiempo a someter a hombres tan machos que no permiten ni que una mujer los mire, mucho menos que les mande; en cualquier caso, Samuele lo hacía, y eso me gustaba, mucho. Tenerme contenta era un sinónimo muy claro de éxito dentro de mi facción mientras mi liderazgo durara, y no tenía pensado mancharme pronto, así que ese era precisamente el camino que él debía seguir. Y hablando de camino, yo opté por separarme de él e investigar las montañas por mi cuenta, en busca de un lugar por el que pudieran acceder a las cuevas subterráneas donde esas bestias se ocultaban, y justo cuando ya estaba dispuesta a ir hacia él, Samuele pareció invocarme al llamarme porque, sin duda, había encontrado algo. De otro me habría esperado una llamada para burlarse o para buscar atraparme en algún área que no conociera, pero de Samuele Liccari podía esperar la suficiente seriedad para tomarme en serio su aviso, y precisamente por eso no tardé en dirigirme hacia él para observar lo que me estaba señalando: huellas de niños. Con un suspiro hastiado, me llevé la mano a la frente y cerré los ojos un momento; a continuación, los abrí y negué con la cabeza, con expresión de asco (sin duda) mezclada con una de absoluta certeza de que iban a rodar cabezas de vampiros en breve.

– He oído rumores que dicen que, para los vampiros, la sangre de niños resulta particularmente deliciosa. Quiero elegir pensar que se trata de la elección personal de cada una de esas bestias malnacidas, y eso hace a los que realmente eligen niños aún peores; en base a eso, como comprenderás, deberíamos intentar salvar a la criatura que hayan metido allí abajo... Así que no hay duda: vamos a ir, y lo vamos a hacer cuanto antes. Pero antes deberíamos hacer algo conmigo...

Me refería a mi olor, al hecho de que era un licántropo y solamente por eso ya iban a tener la ventaja de olerme, aunque fuera a distancia; me refería a mi naturaleza, y aunque él pudiera saberlo o, como mínimo, imaginárselo, no se lo dije y en lugar de eso preferí acercarlo a mí para que, literalmente, me tocara. Ante su cara de sorpresa, sonreí un momento y me señalé la nariz, dando a entender con eso el motivo de que casi lo hubiera abrazado, que es precisamente lo que hice a continuación. Podía parecer que estaba loca, y no me cabía duda de que otros de sus compañeros seguramente lo pensaban, pero sabía que tenía que camuflar mi aroma como fuera, y el suyo era el que mejor me vendría si quería que se acercaran a mí para matarlos. ¡Ah, la idea me hacía la maldita boca agua...! Hacía mucho que no mataba vampiros y, para mí, era casi como una peregrinación a La Meca, con la diferencia de que en vez de al menos una vez en la vida, debía hacerlo una vez cada mes, como mínimo, o de lo contrario no me daría por satisfecha: así era yo, y así me habían entrenado, no era enteramente culpa mía tampoco... En cualquier caso, en cuanto terminé y me aseguré de que olía más a él que a mí (teniendo en cuenta que para conseguir oler a Samuele del todo habríamos tenido que revolcarnos, y aunque ganas no me faltaban, no era exactamente el momento de hacerlo), aseguré mis armas y nuestros caballos y le hice un gesto para que se adentrara conmigo en lo más profundo de aquella montaña, donde nos esperaban los vampiros. Y aunque supiéramos de poco a nada de lo que nos esperaba allí abajo, al menos él tenía una ventaja: me tenía a mí, y yo estaba lo suficientemente enfadada para volverme un peligro auténtico para quien no me cayera en gracia. Aún más suerte para él: Samuele Liccari sí que me caía bien.

– Deberías ir delante y buscar pistas que nos lleven a donde duermen. Existe la posibilidad de que el niño en cuestión haya sido transformado, así que ten cuidado, y demuéstrame que estás bien entrenado y puedes con esto. Yo te cubro las espaldas, así que no te preocupes demasiado. Adelante.
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Mensaje por Samuele Liccari Vie Jun 09, 2017 3:39 pm

Samuele deseba no tener que vivir nunca la desgracia de ser transformado en vampiro. Imaginarse a sí mismo como una bestia que disfrutaba con placer orgásmico de beber sangre de niños le asqueaba, sabía que antes de verse a sí mismo así preferiría correr desnudo –y entregado- hacia un bosque en llamas.

“Tampoco me gustaría ser como ella”, pensó al ver a su líder. La imaginó transformándose en ese demonio dominado por la luna y sintió algo de pena por la muchacha que ya nunca podría tener una vida normal.

“Yo tampoco tengo una vida normal”, se recordó porque, pese a que no cargaba con ninguna bestia interna, su vida estaba llena de riesgos y era lejana a la paz. Tampoco era que se creyese capaz de vivir solo en la cima de una montaña meditando al alba… pero a veces añoraba tener aunque sea la mera posibilidad de hallar algo de paz en cosas más cotidianas.

Repentinamente, Abigail lo abrazó y comenzó a moverse pegada a él. Le dio una explicación al respecto, pero él a penas la oyó. Supuso que necesitaban compartir el mismo olor, al menos para distraer en un principio a los vampiros, para que ellos creyesen que se les acercaban dos apetecibles humanos. Tarde comprendieran que una no lo era del todo… Lo entendía su mente, pero su pene no y Samuele se vio en serios problemas para disimular su apuro.
Mientras ella lo tocaba, él miraba para otro lado y la dejaba hacer -pues no sería correcto abusarse de la situación-, seguro de que ella se había dado cuenta de lo obvio. Al menos Abigail no dijo nada y él mentalmente lo agradeció. Ya bastante tenía con sentirse como un adolescente estúpido que no podía dominar su cuerpo…


-Y yo que creía que lo había visto todo ya… niños vampiros, Dios nos lleve confesados –murmuró, un minuto después, mientras acomodaba las armas en su cinturón-. Vamos, líder… Si he de morir hoy, al menos he sido manoseado por una hermosa mujer durante los últimos minutos de mi vida –le sonrió, buscando distender.

Se adentró en la piedra, sintiendo que ella lo seguía. La luz del sol se filtraba por algunas grietas, a veces era finas y otras literalmente se tornaban agujeros enormes. Gracias a esa luz Samuele veía hacia donde se dirigían. Por momentos el camino hacia el interior de la montaña se afinaba –obligándolo a ponerse de lado para pasar-, pero era mayormente ancho. El suelo era de arenilla y, cuando hallaban la bendición de una grieta, Samuele veía que en algunos sectores la arena estaba humedecida. Las huellas les indicaban que seguían el rumbo correcto. Conforme avanzaban, él notaba que los espacios luminosos eran cada vez más esporádicos, ya casi no veían hacia donde se dirigían.


-Líder –susurró y se volvió hacia ella-. ¿Deberíamos encender una antorcha? –sugirió, esperando que ella hubiese llevado algo para armarla.

En realidad, no creía que eso hubiera sido una buena idea… Desde afuera no lo parecía, pero ahora que estaban allí evidente era que se habían adentrado en un lugar laberíntico y que no tardarían en hallar a los dueños de aquella mansión. Si se veían orillados a retroceder a toda velocidad no lo tendrían nada fácil.


-Los matamos o morimos –pensó en voz alta al darse cuenta que no había más opciones.


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Lucifer's rocking chair {Samuele Liccari} Empty Re: Lucifer's rocking chair {Samuele Liccari}

Mensaje por Invitado Jue Jun 22, 2017 6:05 pm

Tan cierto como que la noche era noche y el día era día, me había tenido que morder la lengua para no decirle nada a Samuele acerca del efecto de mi abrazo en él, y aunque las malas lenguas dirían que quizá me habría envenenado con mi propio veneno por lo de morderme la lengua, lo cierto es que sí, de acuerdo, me costó, pero fui perfectamente capaz de hacerlo. Por una vez y sin que sirviera de precedente, especialmente cuando mi interlocutor, compañero o como se le quisiera llamar a él era un hombre tan atractivo como Samuele Liccari, estaba tan centrada en la misión que la había puesto por encima de unos deseos mucho más mundanos, pero también mucho más placenteros. Tal vez se debía al hecho de que había algún niño allí debajo, no sabía si como qué tipo de víctima, porque ¿acaso había algo peor que convertirse en vampiro...? Muchos podrían discutir que sí, ser licántropo era peor, pero, francamente, yo no estaba de acuerdo: por mucho que se perdiera el control siendo licántropo, al menos había maneras de no matar a nadie simplemente por subsistir, y eso nos hacía infinitamente mejores que los chupasangre hasta sin intentarlo. Eso por no hablar del hecho de poder caminar de día, que era lo que me permitía explorar aquella cueva a una hora en la que, de ser vampiresa, debería estar oculta en la más profunda de sus rendijas para que no me diera el sol; así pues, lo seguí y, como había prometido, le cubrí las espaldas (aprovechando para desviar la vista hacia sus atributos, por supuesto; centrada o no, no era estúpida) hasta que él se detuvo por la oscuridad, y yo hice lo propio, ocupada en prepararle una antorcha. No era buena idea, lo sabía bien, pero si lo necesitaba como cebo (y para eso había venido, no debíamos olvidarlo ninguno de los dos), al menos que fuera capaz de vigilar por dónde iba sin matarse antes de que lo hicieran los vampiros, ¿no?

– Qué melodramático, Samuele, a veces se te nota lo mediterráneo que eres. No me has visto nunca enfrentándome a vampiros, pero te puedo asegurar que no planeo sacarte de aquí con los pies por delante, así que ten un poquito de fe, ¿de acuerdo? Y una cosa más: no necesitas saber a dónde vas, pero te aseguro que vas bien. El olor se hace más fuerte con cada paso que estamos dando.

Lo aseguré mientras inundaba de resina la madera que había portado, la misma que le pasé sólo después de provocar un chispazo que la encendió y la hizo brillar en la oscuridad. Con la brillante luz, su rostro parecía particularmente frágil, y no pude evitar acariciarle la mejilla y sonreírle para, a continuación, girarlo de nuevo en la dirección correcta y empujarlo para que empezara a caminar. Precisamente por eso lo había abrazado antes, aunque no iba a negar que despertarle la hombría había sido una consecuencia agradable de mi gesto: si yo los olía a ellos, nada impedía que ellos me olieran a mí, nada salvo apestar al humano que llevaba delante y cuya cercanía me impregnaba todavía más de su esencia, esperaba que lo suficiente hasta llegar a nuestro destino. En silencio, lo fui adentrando todavía más en los pasadizos hasta que supe, sin ninguna duda, que estábamos a punto de llegar a la caverna más amplia, donde los sentía dormir; el odio me recorría las venas y me hacía endurecer el gesto y apretar los puños, mas una vez más pude controlarme (quién me había visto y quién me veía) y me obligué a respirar hondo, por la boca, y a reflexionar. Gracias a eso pude, sin hacer demasiado ruido, armarme hasta los dientes, e incluso darle un par de armas de plata a Samuele para que pudiera atacar, primero, y defenderse, después, una vez entrara yo en acción y él pasara a segundo plano hasta para las criaturas que necesitaban de su sangre para continuar con su patética existencial. Tal era el efecto que tenía un ser como yo en los vampiros, uno del que pensaba aprovecharme en cuanto Samuele entrara... y lo hizo al instante, cuando yo misma me encargué de empujarlo hasta la guarida que teníamos delante.

– Deja que se acerquen a ti, despiértalos para mí, y cuando llegue el momento te prometo que me aseguraré de que salgas con vida de aquí. Ya tendrás tiempo de discutirme después...
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Mensaje por Samuele Liccari Lun Jul 03, 2017 1:05 am

Quería decirle muchas cosas, pero sabía que hablar ya no les convenía, debían ser lo más silenciosos que les fuese posible, por lo que de ahí en más sólo se comunicó por medio de señas.

Su líder era hermosa –no necesitaba conocerla en profundidad para apreciar eso-, pero, más allá de su belleza física, si tuviera que elegirla en una faceta, sin dudas Samuele la preferiría en su modo mandona. Cuando le hablaba con voz de mando, con sus ordenes directas –queriendo dejar claro que ella y solo ella estaba a la cabeza de aquella misión-, Samuele no podía evitar sonreír. Y era paradójico, él sonreía como si disfrutase que una mujer le diera directivas… una locura.
Procuró no pensar más en todo aquello, debía estar concentrado porque estaban muy cerca ya del combate, lo sabía. Él no era un hombre sobrenatural, no poseía poderes ni sentidos hiperdesarrollados –como sí los tenía ella-, pero era un guerrero y podía sentir en su piel la excitación previa a una buena lucha.

Y su piel no se equivocaba.

No tardaron en toparse con los malditos chupasangre. Los vieron en un amplio y circular espacio natural que dentro de la piedra se había formado. Todo estaba sucio y olía ferroso, a sangre. Eran tres y dormían -tal como él se había imaginado que estarían haciendo-, solo tuvieron unos instantes para ver en qué estancia deberían moverse y contra quienes librarían aquella batalla. A un costado, apoyados contra la piedra, Samuele alcanzó a identificar a dos niños. No se demoró en ellos, no podía perder tiempo. Dejó la antorcha en el suelo y se dispuso a atacar inmortales.

De inmediato uno de los vampiros se volvió hacia él; su mirada era animal, desprovista de cualquier vestigio de humanidad, pero Samuele no se dejó hipnotizar por esos ojos, actuó de forma rápida clavando su cuchilla de plata en el cuello del otro, del que tenía más cercano, que todavía dormía. Ejerció presión en forma de palanca y la cabeza no tardó en desprenderse del cuerpo.
Cuando se giró ya estaban los otros dos alerta, queriendo cernirse sobre él.


-Ya están despiertos para ti -susurró, pensando en las últimas palabras que Abigail le había dicho.

Comenzó a luchar con el primero porque el inmortal no tardó en estar sobre él. Samuele peleó, sin prestar especial atención a lo que ocurría a su alrededor –sin ver qué hacía Abigail-, sabía que si sacaba sus ojos de él era inquisidor muerto, si dedicaba su mente a otros pensamientos –como preguntarse dónde estaban los nosfreratus, porque aquella misión era, en principio, una cacería a un grupo de nosfreratus, ¿no?- que no fueran intentar adelantar los movimientos del inmortal sería inquisidor muerto también. El desgraciado tenía mucha fuerza, era fuerte y veloz, en dos oportunidades lo hizo, literalmente, volar hasta dar su espalda contra la pared, pero Samuele no le dio espacio al dolor, volvió una y otra vez sobre él sin darse el lujo de temerle. Más de una vez se vio acorralado, pero logró herirlo en el brazo con su gran cuchilla de plata. De inmediato las fuerzas del vampiro se redujeron, y empezó el calvario…

Había oído de vampiros poderosos que podían infringir dolor con la mente, mas nunca lo había experimentado. Sin tocarlo, el inmortal comenzó a tirar de sus extremidades –al menos esa era la sensación que él tenía en esos momentos-, sentía que se desmembraría de un segundo al otro. Cayó junto a los niños, los sintió vivos pero débiles, necesitó protegerlos, reconfortarlos diciéndoles que saldrían de allí pronto, pero no podía, no podía porque sentía que sus huesos estaban a punto de romperse.


“¡Líder!”, quiso llamarla, quiso pedirle ayuda, pero cuando abrió la boca solo le salieron gritos de dolor.


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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:15 pm

De entre todos los motivos por los que era una mala idea que un licántropo se introdujera hasta lo más hondo en una guarida de vampiros, probablemente el peor de todos era que me había creído que me iba a ser fácil controlarme, y la realidad era que no, en absoluto: me estaba costando mucho más de lo que había calculado. Sin embargo, llevaba los suficientes años bendecida con la licantropía y peleándome con sanguijuelas inmortales para haber aprendido unos cuantos trucos para resistirme a ese odio burbujeante que sentía dentro cuando los percibía, hasta si era a varios kilómetros de distancia. Así fue como conseguí quedarme quieta y con los sentidos alerta mientras él se adentraba y ejercía de avanzadilla; así y, no menos importante, focalizando el odio en otras cosas que también detestaba, principalmente la Iglesia, a la que no me había quedado más remedio que pertenecer. Dentro de lo malo, al menos me había podido conformar con ser parte del brazo armado de la institución en vez de terminar de monja de clausura: entonces mi vida sí que apestaría, aunque la posibilidad me servía para desviar la rabia inconsciente que sentía hacia algo que me permitiera concentrarme en proteger a mi inferior. Daba igual la fama que tuviera entre los inquisidores, especialmente aquellos que no me conocían (aunque los que lo hacían tampoco se quedaran cortos...) y se inventaban los peores rumores sobre mí, porque yo siempre me encargaba de que las misiones salieran bien y con las menos bajas posibles al margen de quien fuera mi objetivo en cada una. Hablando precisamente de objetivos, en cuanto percibí que Samuele había matado al primero decidí adentrarme yo en la caverna, a tiempo de que el vampiro que no lo estaba atacando me oliera y se lanzara hacia mí para atacarme. Con una feroz sonrisa y un gruñido bajo, más lupino que humano, lo recibí y me preparé para luchar.

– Vamos, basura inmortal, ven a por mí.

Dicho y hecho: la bestia se me abalanzó y yo me defendí con rabia, dejando salir a la luz todo lo que hasta aquel momento había tratado de controlar y censurar dentro de mí, una fuerza tal que pilló por sorpresa a mi contrincante y apenas fue un reto para mí cortarle la cabeza con una daga curva insultantemente afilada. Sin detenerme a escucharla rodar, me giré hacia el vampiro que estaba atacando a Samuele con su mente y, para distraerlo, le lancé la misma daga que había matado a su compañero a la espalda: gracias a mi puntería se le clavó entre los dos omoplatos, y su chillido sustituyó al silencio que le había permitido concentrarse en herir a mi soldado, en el suelo. Ignorándolo por el momento, afiancé en la mano una estaca de madera que llevaba atada al cinto y, esta vez, no lo invité a atacarme, sino que lo hice yo: aun sin estar transformada, mi fuerza era semejante a la del vampiro, fortalecida como lo estaba por el odio de mi especie a la suya. La consecuencia de ello fue que el inevitable forcejeo, demasiado empatado al inicio, terminó con ventaja por mi parte, y literalmente conmigo encima del chupasangre, posición que aproveché para clavarle la estaca en el corazón con un jadeo, pero más allá de eso en pleno silencio. A continuación, cerré los ojos un momento, respiré hondo y me aparté el cabello del rostro; me notaba herida, pero era otra de las cosas que prefería ignorar, sobre todo habiendo víctimas delante, en estado de semiinconsciencia. Si no hubiera sabido que los niños no podían ser vampiros nosferatu, algo que había aprendido con la pura práctica en la Inquisición, tal vez me habría planteado sospechar de ellos, pues el olor a esas bestias inmundas seguía siendo demasiado fuerte y me desconcentraba. Sin embargo, los niños eran mortales, escuchaba los latidos débiles de sus corazones y sus respiraciones pausadas, y por eso debían convertirse en nuestra prioridad.

– Samuele, encárgate de sacarlos de aquí, ¿quieres? No es lugar para unos niños, y menos cuando aún queda uno al que cazar. Ese es el más peligroso de todos y prefiero que de momento salgas con ellos. Si ves que yo no he salido en diez minutos, entra armado porque necesitaré toda la ayuda que puedas darme.
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Mensaje por Samuele Liccari Miér Ago 02, 2017 11:58 pm

Sí que era buena. Samuele reconoció de inmediato virtud en su líder. Abigail luchaba con inteligencia e instinto, mas no se dejaba dominar por ninguno de los dos. Si fuese por él se hubiese quedando mirándola todo el día, toda la noche… Pero los dos pequeños agonizaban. De inmediato obedeció su orden.

-Sujétate a mí con fuerza –le dijo al que parecía más fuerte y menos atontado a causa de la pérdida de sangre-, ven súbete a mi espalda.

Cargó con el primero en la espalda y con el segundo en su brazo izquierdo. Rápidamente deshizo el camino que lo había llevado hasta el corazón de aquella montaña y conforme lo hacía el aire se iba tornando más fresco, la luz volvía a aparecer, la vida ganaba terreno a toda aquella asquerosa oscuridad. Dejó la antorcha a mitad de camino, quizás Abigail necesitase luz extra al salir o él mismo tuviese que volver a tomarla para ir en busca de su líder, su valiente líder.

-Estarán bien. –No dejaba de prometerlo, pese a que no sabía si podría cumplir con aquello. Lo susurraba, no sólo como consuelo para los niños, sino como motivación para sí mismo-. Nosotros les ayudaremos y ustedes estarán bien.

En cuanto llegó a la entrada de la cueva, Samuele buscó los caballos. Demoró más de lo esperado en hallarlos, pero allí dejó a los pequeños jurándoles volver pronto. El sol les haría bien, la luz del día los protegería.

Abigail era una eximia guerrera, buena en todo y ya lo había demostrado. Aún así, Samuele estaba preocupado por ella. A pesar de que ella tenía fuerza sobrenatural y él no, aunque ella llevase más misiones exitosas que él y que fuese mil veces más inteligente, aunque bien ganado se tenía el puesto de líder de la facción… Samuele no podía dejar de pensar que el deber de todo hombre era proteger a la mujer, que si alguien debía recibir los golpes era él y no ella.
No pudo evitar reír –sí, aún en un momento así-, al recordar lo estúpido que había sonado al rogarle su intervención, al tener que pedirle que lo ayudase con ese maldito que lo dominaba con la mente… Sí, ella era mucho mejor que él y de seguro tendría muchas más probabilidades de salir viva de esa montaña de las que tendría Samuele si estuviese en su lugar.


“Pero yo soy el hombre, yo debo cuidarla. Es la líder”, pensaba mientras se adentraba una vez más en el interior de la roca.

Deseaba encontrarla a mitad de camino, el cuerpo le dolía al igual que la parte derecha de su cabeza. No quería tener que seguir peleando, pero iba preparado para ello. Armado hasta los dientes.


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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 3:59 pm

¿Dónde estaba un escribano cuando a una le hacía falta? Porque quería que constara algo en acta para los efectos oportunos: odiaba, por encima incluso de los vampiros normales, a los vampiros nosferatu. ¡Ya estaba, lo había dicho! Para mi desgracia, no me había quedado más a gusto al pensarlo y admitirlo porque, la verdad, tenía muy claro que era así desde que había visto al primero de ellos con el que me había cruzado. De hecho, estaba segura de que sólo me quedaría a gusto cuando destrozara a los que había por allí, aunque antes de buscarlos tuve que hacer de tripas corazón para mentalizarme de la fealdad de esos seres, tan repulsiva que me hacía vomitar tanto o más que su olor y su, en fin, esencia. ¿Nosferatulidad, podría decirse, si nos queremos volver exquisitos? Poco importaba, me daban asco y encima eran difíciles de matar, así que tenía que estar preparada; apartando todas las bromas posibles que se me pudieran ocurrir con respecto a la situación, y no eran pocas, respiré hondo y me dirigí hacia el lugar de donde provenía el pestazo máximo que había podido oler en mucho tiempo. Por supuesto, con el jaleo que Samuele y yo, en igual medida, habíamos montado, enseguida me tuvo localizada; para mi enorme fortuna, sólo era uno de ellos, pero ¡qué horror de ser, por todos los dioses habidos y por haber! Sólo el hecho de haberme mentalizado de antemano me hizo aguantar las arcadas, eso y que me atacó pronto y tuve que estar preparada; aun así, por mucha preparación que llevara, el nosferatu era fuerte como un cardo de más de seis mil años podía serlo, y me hirió mucho hasta que finalmente pude hacerlo arder en llamas, como si fuera San Juan y estuviera celebrándolo con una hoguera poco práctica. No me di cuenta de hasta qué punto fue mala idea la única solución que se me había ocurrido hasta dentro de un rato, cuando, al intentar salir, empecé a ahogarme porque no me quedaba aire: el fuego lo estaba consumiendo.

¿Y qué hice al respecto? La siguiente peor idea que había tenido en esa expedición: salir corriendo en dirección a la salida pese a estar falta de aire, con la cabeza ligera y herida. No tenía muchas más opciones que salir de allí para poder dar una gran bocanada como la que necesitaba, y además mi fortaleza de licántropa era la que me estaba ayudando a aguantar todo lo que me había echado la situación encima y a seguir adelante más, un poquito más... Vi la luz al final del túnel literalmente, como dando un macabro significado a una expresión que de por sí ya anunciaba muerte y todo eso; la vi recortada contra la figura de Samuele, al que agarré de la ropa para apartarlo de mi camino, sin contemplaciones, mientras seguía tambaleándome hacia la luz que veía y que casi tocaba... hasta que llegué. Por fin. Me dejé caer en el suelo boca arriba, con los ojos cerrados; respiré tan profundamente que las heridas me empezaron a pinchar de lo mucho que había expandido la caja torácica, y me dio igual porque estaba a salvo, había luz y había matado al nosferatu. Relajada, aunque necesitada de atención médica (seguía siendo capaz de ignorar el dolor, y eso era buena señal; en cuanto no lo hiciera, bueno, ahí empezarían los problemas para mí), no abrí los ojos hasta que no sentí a Samuele taparme la luz del sol, que me había estado calentando hasta aquel momento. Y ni siquiera con su presencia lo miré del todo, pues más bien abrí un ojo y el otro lo dejé cerrado, descansando como ya empezaba a necesitar, especialmente al marcharse esa energía que verme tan cerca de la muerte por ahogamiento en una cueva (patético, lo sabía, pero qué le iba a hacer). De todas maneras, lo miraba y eso era mucho, bien podía reconocerme el esfuerzo que estaba haciendo... ¿no?

– Cinco minutos, ¿vale? Cinco y me muevo. Oh, maldita sea, cómo odio a los nosferatus... Espero que vengas mentalizado para curar heridas, los matasanos de los pueblos son peores aún que los de París, y siendo inquisidores hay posibilidades reales de que no nos quieran atender. ¿Por qué no empiezas tú por lo tuyo? Así puedo seguir descansando un poco más.
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Mensaje por Samuele Liccari Jue Ago 17, 2017 12:42 am

Sí, de hecho la encontró a mitad de camino. Medio muerta, pero valiente siempre valiente. Y obstinada como era… prefería arrastrarse a pedirle ayuda, quedar medio inconsciente por el humo intentando volver a respirar con normalidad antes que dejarse sostener por uno de sus soldados.
Ah, pero Samuele era –y siempre sería- un romano, y ya no podía soportarlo más así que, le gustase o no a su líder, él actuaría como creía que debía.


-Sí, creo que puedo curar heridas. Tengo todo junto a los niños y los caballos, debí haberlo traído conmigo –se lamentó y observó como el sudor se mezclaba con la tierra en el rostro de la mujer, creando algunas pequeñas manchas en su piel-. Igualmente, considero que el piso arenoso no es el mejor lugar para alguien con sus heridas así que… Con su permiso –dijo y se inclinó sobre ella para tomarla en brazos-. No es que crea que usted no podría valerse por sí misma, se lo aclaro para que no se enoje con este humilde servidor. Sé bien que va a odiar esto, pero intentemos actuar por un momento como si usted fuese una bella damisela y yo un apuesto héroe… Pese a que bien sabemos que la heroína es usted y el damiselo yo –lo dijo para distender, para que la imagen le causase gracia y al fin pudiese relajarse, pero sabía que a su líder aquello no le gustaría ni medio-. Esto es sólo una representación.

A él le dolía el cuerpo, pero a ella también, podía notarlo. Pese a su condición, Abigail estaba herida. Por eso la tomaba con firmeza en sus brazos para sacarla al fin de la cueva, para volver al abrigo del sol –pues debía ser ya el mediodía- y al aire limpio, a pesar del dolor que las propias heridas le causaban.

-No se preocupe, diremos que ocurrió al revés. Que usted tuvo que cargarme a mí en brazos, seré la envidia de la mayoría de los soldados que sueñan con que la líder medio loca los toque un rato. –No quería seguir hablando, pero creía que debía hacerlo, rellenar los huecos para que la incomodidad se disipase.

La entendía, o al menos creía hacerlo, ella no quería mostrarse débil. No quería ser considerada no apta. Tal vez sintiese que todavía debía demostrar que estaba a la altura del cargo que ostentaba. En verdad no tenía que demostrar nada, aunque algunos creyesen que sí. Samuele sabía, siempre lo había tenido claro, que en la inquisición la obediencia ciega es siempre lo que se espera. Él no era nadie y nunca lo sería, no tenía un gran apellido, no había nacido en una familia importante, era lo que cualquiera veía: un soldado que a veces tenía más inteligencia emocional de la que le convenía. Él, al igual que Abigail, no debía demostrar nada… pero de igual modo ambos se esforzaban por agradarle a otros, ella a sus soldados, él a su líder.

Llegaron rápidamente junto a las monturas. Samuele dejó a su líder en el suelo, apoyada contra una roca. Los niños parecían estar bien, sacó algunos elementos para curar heridas y algo de pan. Lo primero para Abigail, lo segundo para los niños. Los dejó entretenidos comiendo, recuperando la vida que por poco no habían perdido y volvió a acercarse a la mujer.


-Bien, ¿por dónde empezamos? –dijo, mojando con agua fresca un pedazo de tela.


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