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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Vie Mar 17, 2017 6:24 am

Recuerdo del primer mensaje :

El día no podía haber empezado peor, y eso que era consciente desde el momento en que me había tocado afrontar que era imposible seguir postergando la reunión con el cura más retrógrado de la ciudad que iría mal, pero lo cierto era que las expectativas que tenía eran pocas comparadas con la realidad... La cual, por otro lado, debería haberme imaginado, pero suponía que lo de ser líder de una facción me había relajado lo suficiente para no esperarme estupideces por parte del maldito clero, y claro, yo fui con toda mi buena intención a Notre Dame y, como no podía ser de otra manera, todo terminó mal. Supuestamente, y lo remarco, debía acudir para que el sacerdote en cuestión me adjudicara una misión “muy importante, tan de vida o muerte que solamente alguien en su posición puede ocuparse”. Sin embargo, cuando llegué, todo lo que me recibió fue una sarta de desfachateces y de críticas hacia mi mandato y mi forma de hacer las cosas, absolutamente enriquecedoras viniendo de alguien que no había salido nunca de la iglesia en la que nos encontrábamos. Además, no contento con eso, procedió a explicarme hasta qué punto era pecaminoso que una mujer como yo se ocupara de un puesto de tanta responsabilidad y para el que tenía que mandar a hombres mucho mejor preparados, y su manera de decirlo fue acompañando sus palabras de gestos muy explícitos, que finalmente terminaron con sus manos en mi cuerpo. Fue entonces, tras quince interminables minutos de cháchara retrógrada y estúpida, que lo aparté de un empujón y lo golpeé en la cabeza con su propia Biblia, de forma que soltara el pergamino de la misión y lo pudiera agarrar yo para marcharme de allí de una maldita vez por todas. Malditos fueran todos los sacerdotes enfermos como ese estúpido... Y malditos todos aquellos que se pensaban que podrían salirse con la suya sin contar con que yo podía defenderme sola, que para algo era inquisidora y, además, líder.

¿En conclusión? Día arruinado, y apenas acababan de empezar las desgracias, porque en cuanto me subí de nuevo al carruaje que me conduciría hacia las dependencias inquisitoriales, abrí el pergamino de la misión y los requerimientos me hicieron maldecir bruscamente y obligar al cochero a cambiar de rumbo en dirección a las afueras, a la enorme residencia campestre donde entrenaban los inquisidores que así lo deseaban. Por supuesto, yo no solía hacerlo, pues tenía mis propios medios para entrenar y no necesitaba mezclarme con gente que, en su mayoría, me detestaba por motivos muy variados, que iban desde mi personalidad a mi naturaleza, pasando por supuesto por el hecho de que me había convertido en líder y que se sospechaba que había liquidado a mi progenitor. Ah, cómo olvidar ese pequeño detalle... En fin, perdida en mis pensamientos y entre las líneas de la misión contenidas en el pergamino me dirigí hacia la casa que podría haber sido señorial de haber estado mínimamente cuidada, y en cuanto me bajé supe que a quien estaba buscando se encontraba allí, entrenándose para ser el mejor, como siempre hacía, como tantos otros... Porque, a esas alturas, antes terminaría contando quiénes no querían quitarme el puesto que quiénes querían hacerlo, empezando por mi mano derecha y terminando por, aproximadamente, el noventa y cinco por ciento de la facción que supuestamente me debía lealtad. Si no fuera porque había aprendido hacía mucho a no confiar en ningún inquisidor que no fuera mi hermano, tal vez hasta me decepcionaría, pero como estaba ya curada de espanto, pude mantener la tranquilidad hasta el mismo lugar donde él, Samuele, entrenaba, despojado de la mayoría de sus ropas y tan concentrado que no se dio cuenta de que había aparecido yo hasta que no se lo hice notar personalmente. Ay, mi pobre ego, qué maltrecho quedaba cada vez que me tocaba lidiar con los primarios inquisidores...

– No le darías ni a una diana a veinte centímetros a plena luz del día como sigas tirando con esos cuchillos romos, ¿quieres hacerme el favor de afilarlos y corregir la trayectoria? Si te portas bien y me impresionas, tal vez tenga algo para ti, Samuele, ¿no estás emocionado?
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:41 pm

Si tenía que decidir qué había sido mejor, lo de él como bello damiselo (y lo de bello no era discutible, ya que era algo en lo que estaba totalmente de acuerdo) o lo de la líder medio loca, como si los soldados no pensaran que lo estaba del todo, me costaría decidirlo, la verdad. Más de uno me había insinuado, alguna vez, que estaba absolutamente histérica, pero al margen de lo que yo opinaba de esa enfermedad (¿podía ser una enfermedad algo que se usaba igual para referirse a un mal día que a auténtica locura transitoria? En mi opinión no, pero ¿quién iba a escuchar la opinión de una mujer al respecto...?), estaba tan lejos del sanatorio como me era posible, así que no se trataba de eso. Aun así, agradecí que solamente se hubiera referido a mí como medio loca, incluso a sabiendas de que el agradecimiento venía del hecho de que me hubiera ayudado y cargara conmigo hasta el exterior, donde ¡por fin! pude respirar aire limpio y no viciado. Eso ayudó bastante a aclararme los pensamientos, aún un poco enturbiados por el humo, y pude estar totalmente atenta a cómo él me dejaba en el suelo con cuidado, se ocupaba de los niños y, después, se me acercaba para empezar a curarme. Él no estaba mucho mejor, y además sus heridas no curarían tan rápido como las mías, pero alguno de los rumores sobre mí sí que era cierto, y entre ellos estaba el de que era una egoísta, así que no solamente no lo detuve, sino que encima le indiqué un mordisco del nosferatu que tenía en el vientre, justo al otro lado de la cicatriz de la mordedura del licántropo que me había convertido en lo que era. Fue justo por ese egoísmo que sabía que poseía que no miré siquiera la herida y mantuve los ojos clavados en Samuele, testaruda, porque si la miraba seguramente me derrumbaría del todo por el agotamiento y por la mala pinta que sabía que tenía, y no iba a hacerlo delante de alguien que, encima, me había tenido que tratar como una damisela en apuros. Ni de broma.

– Podrías limpiar el mordisco y las otras, pero los cortes me preocupan menos que lo que me ha hecho el nosferatu. Seguramente haya que sangrarme un poco para quitar el veneno, y si tienes algún licor te agradecería que me lo acercaras. Si no, yo tengo, vengo preparada.

Pronto y bien mandado, me acercó la botella que le había pedido, y aunque primero di un largo trago al aguardiente, en cuanto terminé lo derramé en parte sobre la herida para limpiarla, sin poder evitar sisear por el escozor del alcohol en la carne inflamada y herida. Además, no necesité mirar para saber que había supurado algo, pero eso era exactamente lo que necesitaba para que empezara a salir el veneno, así que en vez de comportarme como una damisela remilgada decidí apretar los laterales de la herida para que la presión contribuyera a quitarme ese veneno de dentro, que ya notaba debilitarme. Sin embargo, antes de poder hacerlo, le pedí a Samuele un trozo de cuero para poder morderlo, y además lo agarré de la mano para tener otro lugar en el que hacer presión mientras me sobrevenía el dolor que, lo sabía, tarde o temprano sentiría. Por mi parte, prefería que fuera antes para quitármelo de encima lo más rápido que pudiera, así que decidí no pensarlo más y apretar cuanto antes, sin darme tiempo a cambiar de opinión o a permitirle seguir limpiando el resto de heridas. Y la idea funcionó, claro, pero no es lo mismo pensar que algo va a doler que sentir el dolor en las propias carnes, y más cuando se trataba de la mordedura de un nosferatu; en contra de mi voluntad, gemí de dolor y tuve que cerrar los ojos, con lo cual fue Samuele quien observó la herida y quien me impidió seguir cuando la ponzoña ya había salido del todo y lo único que supuraba era sangre, mi sangre. Desorientada por un momento y con chiribitas en los ojos por la fuerza con la que los había cerrado, le permití que hiciera lo que quisiera mientras me recuperaba, pero, en cuanto lo hice, le arrebaté el agua y empecé a limpiarle las heridas yo a él, no por tratarse de mi deber como su líder y supervisora sino como puro agradecimiento que, aunque no fuera a expresar con palabras, sentía, y de qué manera además.

– Apuesto eres un rato, no te engañes. Hasta sucio y herido, aunque igual estoy delirando un poco, no lo sé, pero da igual porque me voy a curar rápido. Me preocupas más tú. Deberíamos devolver a estos niños a sus casas y buscarnos posada aquí cerca para recuperar fuerzas, ¿de acuerdo?
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Mensaje por Samuele Liccari Mar Sep 12, 2017 3:18 pm

-Supongo que trajo este licor sabiendo que íbamos a festejar una victoria hoy -le dijo, luego de revolver entre sus cosas y dar al fin con la botella-. Bien, me gusta el optimismo de la líder que nos ha tocado en suerte. Nos merecemos el brindis.

Tal vez eso de tocar en suerte fuese tocarle las narices, bien sabían todos que aquella sucesión no había tenido nada de casual, pero nadie decía nada. Los soldados tenían otros motivos para escandalizarse por el liderazgo de Abigail, por sus modos y aires de superioridad, y no se preocupaban demasiado por lo que le había ocurrido al líder anterior, después de todo no era muy querido, al menos no por el grupo de soldados en el que Samuele se encontraba, que era el de los jóvenes adultos.
El soldado lanzó un silbido al verla desde más cerca:


-Esta herida está horrible, ¿para qué voy a mentirle? –le dijo, mientras movía sus manos sobre el costado de ella. Primero se deshizo de la tela de sus ropas y luego limpió el área. Los colores del desgarro que los dientes habían provocado contrastaban con la blancura de su piel. Por poco no le alabó la suavidad de ella, al menos tuvo el tino de esa vez callar-. Tendré que hacer presión, para que el veneno salga –le explicó y le tiró un nuevo chorro del licor-. Lo siento –se disculpó de inmediato, actuaba dubitativo, no quería que padeciese por culpa de él y de sus formas toscas.

Resultaba extraño que alguien como él no dudase al momento de atacar a un vampiro, que se lanzase a la lucha con un despiadado demonio sin titubear, pero que sí le temblasen las manos ante la idea de que podía llegar a causarle dolor a Abigail. ¿Le dolería? La condición de sobrenatural de ella llamaba la atención de Samuele. Si hubiese sentido que entre ellos ya había cierta confianza, tal vez hubiera tenido el valor de hacerle preguntas. ¿Qué sentía al cambiar? ¿Qué sentía las noches anteriores a la luna llena? ¿Le temía a algo o se creía todopoderosa? Suponía que la segunda opción, aunque le gustaría creer que sí tenía debilidades y temores.

Al parecer, la presión que él había ejercido no había sido suficiente (es que temía que sus manos le causasen mayor dolor). Abigail, valiente como era, eligió apretar ella misma su herida, armada tan solo con un trozo de cuero como barrera entre sus dientes. Mientras le tomaba la mano, él no podía evitar admirarla… sus camaradas reprobarían eso que estaba sintiendo, qué bueno que le importaba más estudiar sobre flora y fauna de oriente que la opinión que ellos tuviesen sobre él y lo que hacía o pensaba. Sin palabras la detuvo -pensando que ya era más que suficiente-, él también cansado y dolorido. Le limpió la herida y la vendó; mientras ella lucía confiada y entregada (con ojos cerrados reponía energías), Samuele no pudo evitar pensar en que Abigail, la poderosa y temida líder de la facción primera, confiaba en él. ¡Ya eso podía igualarse a recibir un ascenso en la orden! También le pasó un trapo húmedo sobre el rostro con deliberada lentitud, quería eliminar las manchas de tierra y humo de su piel. El silencio lo ponía nervioso, pero tampoco tenía fuerzas ya para decir algo gracioso que rompiese la tensión.

Luego fue su turno de ser curado y eso realmente lo sorprendió. Abigail estaba teniendo un gesto de cuidado para con él… No pudo menos que retribuirle la confianza. Se sentó con la espalda pegada a la pared de roca y descansó, al fin, luego del madrugón, de la adrenalina, del combate y el rescate. Mentiría si dijese que las manos de ella sobre su cuerpo, asistiéndolo, no le provocaban nada, pero se limitaría a hacerse el desentendido.


****

Más tarde, los dos vendados ya y con los niños alimentados y algo más recuperados, Samuele le propuso:


-Creo que lo mejor será dejarlos en la iglesia más cercana -El mayor de los niños, que iba ya montado delante de él, le había referido que vivía en las cercanías de París, mientras que el pequeñito no sabía expresarse bien y lloraba frustrado ante cada pregunta que intentaban hacerle-, sabrán cuidarlos mejor que nosotros y no tardarán en devolverlos a sus casas. Y por mi parte, líder... Tendré que aceptar la propuesta de la damisela -le sonrió ampliamente-, nos merecemos ese descanso en la posada más cercana.

Para ser la primera experiencia en una misión a solas con ella, Samuele no podía quejarse. Habían alcanzado el objetivo, rescatado a las victimas con vida (y eso era más de lo que esperaban lograr cuando se embarcaron en aquello) y ambos estaban vivos, algo magullados y extenuados, pero vivos. ¿Qué más podían pedir?


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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:29 pm

Daba bastante igual que Samuele estuviera de acuerdo conmigo o no, y no porque se tratara de una orden directa de su líder y, como tal, algo que él tuviera que cumplir sí o sí, sino porque era la opción más razonable y los dos lo sabíamos bien. Hasta herida como lo estaba, y no era ninguna broma mi estado, era capaz de razonar, gracias sobre todo a que durante muchos años me había tenido que acostumbrar a ese tipo de dolor sin la certeza de que se curaría rápido, así que mi capacidad para tolerarlo era casi tan alta como la que tenía para tolerar tonterías en mis ratos buenos. En los ratos malos, ya, mi paciencia brillaba por su ausencia, pero tampoco se me podía culpar demasiado por ello porque tenía que aguantar demasiadas tonterías y... en fin, ya me estaba desviando del tema. La cuestión era que, sin ser adivina como los gitanos y algunos hechiceros (bueno, y como los farsantes, que también abundaban), sabía que me iba a decir que sí, así que no me sorprendió lo más mínimo que así fuera. Del mismo modo, sentí la cantidad exacta de sorpresa con lo siguiente, él ayudándome, que con su aceptación: poca tirando a ninguna, y le permití que lo hiciera porque estaba herida bastante grave, no por nada más. Si algo cierto tenían los rumores que corrían sobre mí, aunque exageraran, era mi enorme orgullo, que no sabía si era cuestión de mi sangre y crianza francesa (intuía que algo de eso había, a juzgar por muchos compatriotas a los que conocía) o sencillamente que me había convertido en eso para compensar las humillaciones sufridas en el pasado, no lo sabía y realmente no me importaba. Aun así, era capaz de mostrar cierta perspectiva, capacidad que convivía con la de ser razonable en lo más profundo de mi cabeza, así que le permití ayudarme a dirigirnos hacia la iglesia donde dejamos a los niños, con los sacerdotes agradeciéndonos nuestra intervención.

– No hay problema, es algo que nos han encargado, por supuesto que lo hacemos encantados, gracias. ¿No sabrán, por casualidad, dónde hay una posada apropiada por aquí cerca...?

Llenos del más sincero agradecimiento, nos indicaron el camino, y cuando ya íbamos a despedirnos, sabedores de nuestro enfrentamiento con vampiros, nos ofrecieron como regalo por haber librado a su pueblecito de semejante plaga un colgante con una cruz, que con un vistazo rápido identifiqué como de plata. Con una mirada significativa a Samuele, él se ofreció a cogerla para que no me quemara aún más la piel y desconfiaran de mí más de lo que ya lo hacían por ser mujer, pues ni siquiera su agradecimiento era tal para olvidarse de ese pequeño e ínfimo detalle, que en realidad afectaba poco al éxito o fracaso de una misión, pero ¿qué más daba? Algunos hombres no lo entenderían nunca, y los sacerdotes solían formar parte de ese selecto grupo, así que, contenta de largarme de una vez por todas, me despedí de ellos e intenté marcharme, aunque los niños se me abrazaron para darme las gracias y no me quedó más remedio que devolverles el gesto y revolverles el pelo, más abierta de lo que en realidad me sentía. Por otro lado, eran niños, no habían tenido la culpa de ser el objetivo más fácil para un grupo de sanguijuelas tan estúpidas como perezosas, por lo que me tragué mi humor y el dolor y les permití el gesto antes de dirigirnos hacia la posada que nos habían recomendado los sacerdotes, sin apenas hablar. Yo, que solía caracterizarme por hacerlo hasta en momentos poco oportunos, no tenía ganas, y él parecía dispuesto a respetar mis deseos, igual que también lo hacía con mis órdenes, así que nos mantuvimos en silencio hasta que pedimos sendas habitaciones comunicadas en la posada, con la fortuna de que fue posible hacerlo. Y cuando digo fortuna, lo digo de verdad, porque tuve que gastar unos cuantos francos para que nos garantizaran esa comodidad, de modo que, suspirando, terminé por dirigirme hacia la habitación.

– Suerte que los fondos no eran míos, o de lo contrario habría lamentado mucho tener que poner de mi propio bolsillo para una misión que no hago del todo porque quiero. En cualquier caso, ahí está tu habitación; descansa, mañana al alba partiremos.

Me despedí, le di las buenas noches y me fui a mi propia habitación, donde por suerte (y, de nuevo, por la pequeña fortuna desembolsada) había una pequeña bañera que parecía incluso algo limpia y un par de barricas de vino llenas de agua para que la bañera pudiera cumplir su función. Aguantándome una sonrisa, me preparé un baño templado, antes del cual me limpié las heridas y la mayor parte de la suciedad, pues si quería relajarme, lo haría todo lo limpia que fuera capaz, y ese paso era necesario antes de hundirme en el agua de la bañera. Una vez lo hice, eso sí, cerré los ojos y perdí la noción del tiempo, por lo que pudieron pasar unos minutos o unas horas, no me importaba demasiado. Solamente cuando me di por satisfecha me incorporé, me sequé, me vestí y me acosté, aún acusando el dolor de las heridas pero consciente de que se iría pronto, con un poco de suerte gracias a la noche de sueño reparador que me esperaba. Así pues, relajada como me encontraba, me dormí enseguida, y aunque mi sueño era ligero porque parte de mí sabía que seguía en una misión hasta que llegara de nuevo a París, fue suficiente para que la mayor parte de mis heridas, a la mañana siguiente (si es que se podía llamar mañana a despertarme antes del amanecer), hubiera desaparecido. Las que no llevarían más tiempo, era consciente, así que las ignoré y me vestí, recogí mis cosas y salí para esperar a Samuele, de quien no había escuchado nada en toda la noche pese a que las habitaciones se encontraran comunicadas. Eso significaba, asumía, que estaba bien, así que me apoyé en la pared y esperé con paciencia a que él hiciera ruidos y saliera a recibirme; toda la paciencia que era capaz de tener ante la perspectiva de volver a la comodidad de París, claro, que tampoco era mucha.

– Buenos días, dormilón.
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Mensaje por Samuele Liccari Miér Oct 18, 2017 12:37 am

Quiso bañarse en la noche, pero ya no tenía energías. De modo que, sin siquiera quitarse las botas, Samuele se arrojó de cara al colchón y no tardó en dormirse. Pudo descansar, pese a que varios sueños lo torturaron: Abigail quemándose con una cruz de plata, niños vampiros saliendo al sol, otro inmortal que solo con mirarlo a los ojos lo lastimaba de adentro hacia afuera… Una mala noche de poco descanso mental, pero mucho físico.

En cuanto se despertó pasó por la tina. El agua había quedado toda la noche allí, por lo que el baño había sido helado. No le importaba, peores cosas había hecho, en peores sitios se había tenido que lavar. Al menos estaba en una habitación confortable. Limpió sus heridas, tuvo oportunidad de observarlas mejor… solo una le preocupaba, el resto sanaría más pronto que tarde y se confundirían con el resto de cicatrices que su cuerpo mostraba como si de un mapa secreto se tratase, después de todo él era un soldado, siempre lo había sido.

Moría de hambre. Oyó movimientos en la otra habitación y sonrió mientras acababa de vestirse pensando en que Abigail de seguro estaba haciendo algo parecido. Tomó todas sus pertenencias –como acostumbraba, puso especial atención a no olvidar nada- y salió a su encuentro.


-Buen día, jefa –le besó la mejilla, un acto impulsivo (sin dudas podría morir por algo así) que él salvó con una sonrisa. No sabía como era ella en las mañanas, probablemente gruñona como durante el resto del día, pero él se levantaba bastante alegre-. ¿Cómo durmió? No sé usted, pero muero de hambre. No me haga salir de este lugar sin desayunar –le rogó con su mejor cara de niño bueno-. ¿Huele eso? Debe ser pan recién hecho, vamos.

Efectivamente, el comedor del pequeño lugar estaba a tope pues el pan recién salido del horno parecía atraer a la gente como la miel a los osos. Samuele dejó que ella escogiese entre los pocos lugares que quedaban, después de todo le daba lo mismo la mesa en la que comieran. No había mucho para elegir, les sirvieron pan, dulce de manzanas y para tomar... cerveza. Había té, pero Samuele prefirió la cerveza. Intuía que debían comer rápido y abandonar la posada para volver a París, pero él no quería correr, no precisamente en esos momentos.

-¿Cómo seguimos? –le preguntó luego de bajar con un trago el trozo de pan que había ingerido-. ¿La misión acabó o cree que aún queda algo por hacer?

Samuele no quería hacer mención, suponía que ella era bien consciente –sí, ella más que nadie-, pero creía que se acercaban a la noche de luna llena. ¿Qué haría ella cuando eso ocurriese? Una vez, otro condenado licántropo le había contado que solía encerrarse en un lugar muy seguro en las noches así, pero que incluso eso a veces podía fallar. ¿Qué estrategia usaba ella, la líder? Moría de ganas de saberlo, pero no tenía la confianza para preguntarlo… además le gustaba demasiado su cabeza como para perderla por culpa de su lengua entrometida.


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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 12:34 pm

¿Qué clase de persona se levantaba de tan buen humor por la mañana? Admitía que yo, en ocasiones, podía llegar a amanecer con ciertas ganas, sobre todo cuando había descansado de un día duro, y en aquella ocasión lo había hecho, pues hasta mis heridas presentaban un estado mucho mejor que la jornada anterior. Sin embargo, mi falta de mal humor no podía compararse, ni por asomo, a la actitud jovial y dicharachera (demasiado, si se me preguntaba a mí) de mi inferior, Samuele, quien procedió incluso a darme un beso en la mejilla ante el que no le reprendí porque, la verdad, no me apetecía empezar a discutir tan pronto. Con ese ánimo, pues, lo seguí a través de los pasillos del edificio en dirección a la sala donde desayunaríamos, y cuando llegué me senté junto a él y comencé a comer, sin prestar demasiada atención a ningún estímulo exterior. Ser licántropa, sin embargo, tenía sus desventajas, y una de ellas era que mis oídos eran particularmente sensibles a todo tipo de sonidos. Así, aunque estuviera intentando centrarme en el pan, que untaba en el dulce de manzana y acompañaba con sorbos ocasionales de mi té (no era la mayor aficionada del mundo a la cerveza, debía reconocerlo), le escuchaba a él, tanto en lo que decía como en lo que no, y no por leerle la mente, sino porque su cuerpo hablaba a un volumen que su voz no alcanzaba. En sus gestos, e incluso en su propio corazón, se percibía la impaciencia que trataba de camuflar como podía, esa necesidad de ponerse en marcha que yo no compartía con tantas ansias, algo que incluso se me veía en la actitud tranquila con la que estaba desayunando, sin prisa alguna, igual que tampoco la tuve para dejarle hablar, ya que no intervine hasta que él no terminó.

– En principio hemos terminado y deberíamos volver, yo personalmente creo que tendría que ser cuanto antes porque querría estar en París antes de la luna llena, por lo obvio. Si quisieras, quedaría únicamente visitar a los niños, si te preocupa en demasía su estado, pero, por lo demás, ya hemos terminado, así que ¿para qué quedarnos más tiempo?

No sabía si él querría visitar a los niños que habíamos salvado o no, no lo conocía lo suficiente para saberlo, y aunque sabía que le podían las ganas de marcharse porque se lo había notado con mucha facilidad, también sabía que tenía buen corazón, y tal vez quisiera asegurarse de que las víctimas inocentes estaban bien encaminadas hacia una vida mejor. Por mi parte, me daba igual, y no tanto por ser una zorra sin corazón, como me habían llamado en innumerables ocasiones, sino porque sabía que no tenía el menor sentido hacerlo. Incluso si veíamos que estaban bien, acogidos y alimentados para poder recuperarse de las heridas infligidas por los vampiros, ¿qué nos aseguraba que iban a seguir así en cuanto Samuele y yo nos marcháramos de allí para no volver? ¿Qué nos decía que esos niños no hubieran recibido heridas en sus jóvenes mentes demasiado profundas para poder ser curadas? Sabía, por experiencia, que las apariencias son una cosa y la realidad es otra demasiado diferente; sabía que, de niños, somos expertos en sonreír y fingir que todo está bien incluso cuando el mundo se está haciendo pedazos a tu alrededor. Mi propia experiencia, peor que la de los niños porque había sido mucho más larga, me decía que no merecía la pena ni el esfuerzo ni la preocupación, y aunque no creía que él fuera a entender mis motivos (a fin de cuentas, es mucho más fácil considerar a alguien frío y sin corazón que pensar que tuviera una justificación para comportarse de esa forma, ¿verdad?), lo cierto era que no me importaba. Por mi parte, la decisión estaba tomada, y seguía siendo su líder, así que a él no le quedaban muchas más opciones que obedecerme.

– Por mi parte, opino que mejor irnos ya.
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