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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Amélie Zwaan Miér Mayo 17, 2017 1:31 am

“No sé cómo puede vivir quien no lleve a flor de piel
los recuerdos de su niñez.”

Miguel de Unamuno


Estaba enamorada. No lo sabía con total certeza porque, ¿qué puede saber del amor una chiquilla de doce años? Pero lo intuía, lo que sentía sólo podía ser amor verdadero.

Los días siempre eran iguales en el Internado para Señoritas de Le Havre, siempre las mismas niñas tontas hablando de las mismas cosas una y otra vez, la rutina se enseñoreaba sobre todas ellas y les iba ganando a sus sueños y anhelos poco a poco. Amélie Zwaan no era muy diferente al resto de sus compañeras. Bueno, en realidad puede que hubiera alguna que otra diferencia… La mayoría salía los fines de semana a visitar a sus padres, Amélie no. Hacía meses que no veía a su padre y a su madre años enteros, pues ella había muerto. Algunas estaban prometidas, aunque eran pequeñas pertenecían a familias importantes –sino no estarían en un sitio como aquel- que solían arreglar aquellas cuestiones con mucha anticipación, pero Amélie no estaba prometida con nadie, a veces pensaba que su padre se había olvidado de buscarle un buen esposo. Muchas estaban enamoradas, suspiraban por esos muchachitos que conocían en sus salidas, en los paseos con sus familias… Y Amélie… Amélie sólo pensaba en Mik.


“Ay, Mik”, solo con recordar la tonalidad de su voz el corazón comenzaba a galoparle porque, después de su padre, Miklós era la persona a la que más quería.

Él solía visitarla cada algunos meses, le llevaba noticias del señor Zwaan –quien lo tenía contratado para que velase por su hija-, dinero y alguna carta de él, hablaban de cualquier cosa… Ella le contaba sobre los sucesos más emocionantes ocurridos en ese lugar en el que permanecía recluida desde muy pequeña, él a veces –cuando estaba especialmente animado- le contaba historias sobre sus viajes y otras se limitaba sólo a oírla. Pero Amélie lo quería –lo había descubierto hacía relativamente poco, pues habían pasado ya cuatro meses desde su última visita y aquella vez ella nada sospechaba sobre sus propios sentimientos-, soñaba con él muchas noches. Se dormía con su sonrisa en la mente y se despertaba con su voz en los oídos, como si en verdad Mik estuviese en la habitación que ella compartía con Danie.

Danna –a quien todos llamaban Danie- era su mejor amiga, tenía trece años y ya había besado a un chico. ¡Siempre hablaba de lo mismo! De lo emocionante que había sido, de lo cálidos y dulces que eran los labios de aquel muchachito… Contaba aquella historia una y otra vez, siempre con algún agregado, y Amélie había llegado a creer que Danie lo había inventado todo… Ah, pero por culpa de su amiga no podía dejar de imaginar cómo sería besar a Miklós. ¿Se enojaría él si lo hiciera? ¿Tendría que pedírselo o bastaba con acercarse rápidamente a su boca?


“¡No, basta, no debo pensar en esas cosas!” , se decía, segura de que el hombre se enojaría y la acusaría con su padre diciéndole que ella era una niña insolente y atrevida. Nada le dolería más que descubrir que Mik pensaba mal de ella, sólo por eso se contendría.

Como si Dios hubiese leído sus pensamientos –esos que siempre le dedicaba a su adorado Miklós-, él llegó al internado dos días después, en la mañana de un viernes.
Siempre era igual; Amélie no sabía cuando llegarían sus visitantes, menos si se trataba de su padre o de Mik, tampoco si mantendrían una charla de dos horas en la sala de visitas o si harían un corto viaje a algún sitio durante el fin de semana… De todo se enteraba en el momento y en verdad no le molestaba pues siempre había sido así y ya estaba acostumbrada, la incertidumbre era constante en su vida.

Se perdería la clase de piano, pero nada le importaba, ¡vería a Mik! Amélie se peinó con mucho más esmero que de costumbre. Cuidó que su vestido gris y blanco –colores que eran obligatorios en el internado durante los días de semana- estuviese perfecto, alisó las arrugas como si Miklós fuese a reparar en ellas… Y luego, cuando se sintió segura de la imagen que el espejo le devolvía, caminó hacia la sala de visitas con determinación. Sabía, porque era evidente, que era mucho más alta y estilizada que la mayoría de sus compañeras -nadie que no la conociera pensaría que ella tenía sólo doce años-, también era envidiada por su belleza y ahí nacía parte de su seguridad. Seguridad que se desvaneció en cuanto se encontró a solas con él…


-Buenos días, Mik –lo saludó con un gesto educado, pero sin poder reprimir su sonrisa excitada-. Disculpa la demora, estaba ocupada –le dijo, misteriosa, para provocarle algo de curiosidad-. No sabes cuanto me alegro de verte. ¡Pasó tanto tiempo desde la última vez! -No se lo estaba recriminando, era más bien un lamento expresado en voz alta.

Se sentó frente a él en una cómoda butaca forrada con terciopelo colorado. Notó que lucía cansado, pero era más hermoso de lo que lo recordaba, más grandote y masculino de lo que su mente había retenido.


“Ay, Miklós”, suspiró y se llevó la mano al pecho como si aquella presión que ejercía fuera a asegurarle que el corazón no se escaparía de su cuerpo.


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Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 2:32 pm

Estaba hastiado, y de eso podía estar tan seguro como de que el día es día, la noche es noche, su hermana es lo único que tenía y que el hombre para el que trabajaba, el señor Zwaan, tenía el maldito don de la oportunidad desarrollado hasta el extremo, especialmente en lo tocante a él. Aún no tenía muy claro por qué había decidido, hacía demasiado tiempo ya, que sería una buena idea trabajar para él cuando así lo decidiera; probablemente había sido porque él tenía un don para identificar el dinero fácil, y ¿cuál era más fácil que ir de vez en cuando a ver a una chiquilla a un internado? Acostumbrado como lo estaba a seducir a mujeres para robarles sus fortunas, con el riesgo que corría al hacerlo (y mentiría si decía que no disfrutaba lo más mínimo con la sensación de vivir al límite; precisamente por eso no lo admitiría: debía pensar en Imara, y eso no la beneficiaba para nada), una visita de nada no era algo problemático, así que había aceptado sin dudarlo, incluso feliz por hacerlo. Tal sensación se había incrementado al realizar los primeros viajes: la chiquilla no era, en absoluto, desagradable, y de hecho tenía algo, tal vez esa inocencia propia de la niñez, que le recordaba a su Imara, a la que, para su desgracia, debía dejar en casa cada vez que se desplazaba hasta Le Havre. El viaje era largo e incómodo, sobre todo al hacerlo en carromato y no poder transformarse en pantera para llegar hasta allí, pero los honorarios que recibía merecían mucho la pena, así que solía tragarse toda la incomodidad que sentía para acudir allí a hacer su trabajo, sin quejas. Es más, hasta tal punto llegaba su profesionalidad que incluso, estando allí, se esforzaba por que la niña estuviera a gusto, pero no sabía si lo hacía porque le pagaban por ello o porque, genuinamente, disfrutaba de esos ratos con ella. Probablemente, nunca lo sabría, y menos dadas las circunstancias.

Con el paso del tiempo, aquello se había terminado por convertir en algo cada vez más desagradable: las cartas de Zwaan se tornaban cada vez más imperativas, como si la rebelde pantera con la que había contactado fuera de su propiedad y pudiera hacer con él lo que le viniera en gana. Ese tono de exigencia se mezclaba con fechas cada vez peores, que lo obligaban muchas veces a interrumpir pensadísimos planes para robar fortunas sólo con tal de obtener algunas monedas demasiado, demasiado fáciles. Para colmo, con el paso del tiempo se había dado cuenta de que Amélie, la niña, entraba de lleno en esa edad en la que las niñas empezaban a ser mujeres, y antes incluso de que ella misma se diera cuenta, él ya había captado que su forma de mirarlo cambiaba. Al principio, había sido sutil: mirarlo más de lo que hasta ahora había hecho; mirarlo cuando creía que no lo miraba; cierta incomodidad cuando hablaba; una constante manía por intentar mostrarse bella para él, estirándose la ropa y peinándose cuando no lo veía... Para alguien menos avispado que él, esos eran signos de coquetería femenina, nada más; sin embargo, Miklós no era estúpido aunque no hubiera estudiado mucho y de firme nunca, y había seducido a las suficientes mujeres para saber identificar perfectamente las primeras fases del enamoramiento. Por eso mismo, había insistido a Zwaan para que las visitas fueran más distantes entre sí, y como el hombre tenía el don de la oportunidad, eso ya había quedado claro a estas alturas de la historia, precisamente había decidido que era el momento perfecto para que Miklós, el magyar, fuera cuantas más veces, mejor.

Así las cosas, se imaginaba que ese viaje en concreto sería incómodo, pero estaba absolutamente mentalizado para enfrentarse a eso y a lo que hiciera falta, no tenía el menor problema. Al sugerir el pago por adelantado, por una vez, las monedas le servían para concienciarse de que tenía que poner su mejor expresión, a juego con las ropas elegantes que el señor Zwaan insistía en que portara, tal vez para dejar claro su poderío, más que para que su hija sólo tratara con alguien bien vestido y de buena cuna. Si quisiera eso, no habría contactado precisamente con un tipo como Miklós; además, mira que él sabía poco de ser padre, y todo lo que había aprendido era gracias a cuidar de su hermana, pero hasta él sabía que la manera en que Zwaan lo hacía, mandando a un intermediario para verla, no era de lo mejor. Para algo en lo que podía sentirse moralmente superior, ¡bien sabía Dios que lo iba a aprovechar...! Y con esa certeza, que facilitaba todavía más la tarea de poner buena cara, el húngaro atravesó las puertas del edificio, bajo la atenta mirada de quienes ya lo conocían y no le pusieron pegas para entrar (literalmente hacía años que había dejado de enseñar las cartas de Zwaan para Amélie como prenda para poder pasar a verla a ella). Conocedor del camino, se dirigió hacia allí, agotado más física que mentalmente (aunque también de eso había algo; su naturaleza de gitano le advertía que pronto pasaría algo malo, pero no sabía bien qué, y eso lo ponía nervioso), y finalmente la tuvo ante él, tan joven y aniñada como solía recordarla. – Amélie. – saludó, con su perfecto francés (casi perfecto, pero vamos, eso no era algo que a ninguno de los dos le importara lo más mínimo), y extendió la carta del padre de la criatura hacia ella. – Tu padre envía saludos. Estoy seguro de que escuchará con avidez todo lo que haces aquí. ¿Con qué estabas ocupada, si no es mucho preguntar? – inquirió, con cortesía, pero no pudo evitar frotarse los ojos, como muestra inconsciente de su cada vez mayor cansancio.

Él no tenía ni la más remota idea de qué era lo que lo perturbaba como una nube negra sobre su cabeza, y probablemente fuera mejor así, porque, de haberlo sabido, no se habría convertido en el Miklós del presente, para bien o para mal. Probablemente, para mal.
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Mensaje por Amélie Zwaan Mar Jun 13, 2017 8:39 am

Le hablaba en un francés excelente, pero algo acentuado y eso –esa marcación en algunas palabras y el arrastre sutil de otras- a Amélie le encantaba. De chica Amélie se había reído muchas veces, a escondidas, de la forma en la que Miklós hablaba… era una niña de ocho o nueve años en esas épocas y nada sabía de los hombres, ahora que ya tenía doce creía que la forma en la que él hablaba era la más exótica, la más hermosa.

La pregunta de Mik la tomó por sorpresa, pues le había mentido para causarle intriga. Era una mentira inocente, solo por simple coqueteo, lo había hecho para sentirse misteriosa y darle algo de curiosidad a él, Miklós había caído en su juego al preguntar… el problema era que Amélie no sabía bien como debía continuar con aquel flirteo.
En realidad había estado ocupada afanándose frente al espejo para dominar su cabellera castaña, ensayando miradas y sonrisas que aún no había podido poner en práctica con él. Había estado ocupada en Miklós, en definitiva, pero no podía decírselo.


-Algunas niñas dicen que soy la más hermosa –le dijo y, nerviosa, se reacomodó en el asiento-, admiran mi cabello y dicen que mi sonrisa es la más bella. –Eso no era mentira, pero lo que diría a continuación sí-: Ellas me retuvieron en mi habitación recién, querían que les enseñe a acomodarse el cabello… les dije que tenía visitas, que no podía hacerte esperar porque tú eres alguien muy importante para mi padre y para mí, pero no me dejaban ir. Por eso me he demorado, lo siento. –Y, porque no podía, nunca podía, pensar antes de hablar, Amélie le dijo-: Dime, Mik, ¿tú piensas como ellas? ¿Crees que soy una niña bella? Tú eres muy hermoso…

“¡Ay, no! ¿Qué he dicho?”
, se asombró al oírse pronunciar aquellas palabras. Se quedó dura en su asiento, perdiendo la capacidad de respirar y luego la de parpadear también… Tal vez si no se movía podría lograr que el tiempo volviese atrás, quizás pudiera hacer que todo recomenzara y encontrarse una vez más saludando a Miklós sin haber dicho todo aquello.

Lo miró, lo miró bien, pero por mucho que se esforzara ella nunca había aprendido a leer a Mik, a ese empleado de su padre que les hacía de nexo, a ese hombre que era su único contacto con el mundo verdadero, el único que le traía aires frescos a su vida que estaba hecha de idealizaciones. ¿Qué podía saber ella si había salido de allí en contadas ocasiones? No, nunca sabía en qué pensaba él. No podía anticipar sus palabras observando sus gestos porque él y sus facciones se le hacían imperturbables.


-Estoy tan cansada de estar encerrada aquí... A veces siento ahogo. ¿Mi padre no ha pedido por mí? ¿No viajaremos a verlo esta vez, Mik? –le preguntó, más por cambiar de tema que por otra cosa. Sabía que se había expuesto al hablarle así minutos atrás-. Hace tanto que no lo veo… –No tuvo que fingir su desilusión al respecto, pues era real, pesada en su pecho y húmeda en sus ojos. No podía evitarlo. -A veces pienso que él se ha olvidado de mí, que cuando dice que me ama me miente para que me quede en paz, para que no sufra por él.


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Mensaje por Invitado Jue Jun 22, 2017 6:08 pm

Miklós estaba agotado: no había otra forma de verlo, de entenderlo o incluso de referirse a él a juzgar por su lenguaje corporal; sin embargo, estaba haciendo el enorme esfuerzo de prestar atención a la niña que tenía delante, cuyas palabras le entraban por un oído y le salían por el otro sin dejar apenas rastro en medio, y eso alguien debía valorárselo. A poder ser, ya que estaban, económicamente, pues el húngaro no hacía nada gratis, y mucho menos cuidar de una niña ajena a la suya, a esa hermana a la que adoraba por encima de todo y que había tenido que dejar en casa, a salvo, mientras él iba a Francia a poner buena cara. Solamente el estoicismo de los Rákóczi (de aquellos que no estaban locos de atar por la endogamia, se refiere), al que estaba recurriendo como si fuera una oración, lo ayudaba; cuando éste fallaba, se obligaba a fingir interés, y además del de verdad, como si se creyera que las niñas de esa edad, y además huérfanas, se comportarían así. Miklós sabía muy bien lo que era no tener padres, sobre todo padre, y tenía muy claro que entre los que eran como él no se solían formar amistades duraderas, se fuera normal o, como él, algo diferente; aun así, hizo el esfuerzo de fingir que la creía y de escucharla, e incluso tuvo a bien esbozar una sonrisa de agradecimiento, modesta como él jamás sería, por sus palabras. – Hermoso no es la palabra que yo utilizaría, pero tal vez porque tu lengua es distinta a la mía. Tú eres bella, Amélie, por supuesto. – se obligó a responder con jovialidad, como si realmente lo pensara, como si en sus pensamientos estuviera ella y no otra niña de la misma edad, pero lo cierto era que no había mentido, no del todo al menos: Amélie era mona, pero si se le daba unos años... Entonces sí que sería hermosa. Solamente tendría que convertirse en una mujer de verdad para parecerlo.

– Lamentablemente no, Amélie, esta vez no saldrás a verlo. Se encuentra ocupado con negocios, no ha considerado darme más explicaciones que esas. Si las tuviera, te las daría. – replicó, haciendo un gesto con la mano de impotencia pura, como si realmente hubiera batallado por ella y por su bienestar en vez de limitarse a aceptar el dinero de un trato cada vez menos conveniente para él y cumplir con el encargo que le había sido dado con total indiferencia. En lo personal, él estaba de acuerdo con ella: un padre, desde su punto de vista, no trataba así a alguien a quien decía querer; demonios, ¡ni siquiera Eszter lo había tratado así y eso que no había sido la mejor madre del mundo, precisamente! Sin embargo, sabía tener la boca cerrada cuando hacía falta que así fuera, y por eso, él también, optó por matizar la verdad y cambiar a un tema algo más agradable. O, lo que es lo mismo: Miklós optó por mentir vilmente a Amélie Zwaan, pero las mentiras piadosas eran una buena obra, así que su fe católica no sufriría mucho por ello. Como si sufriera por algo... – No se ha olvidado de ti, pequeña. ¿Crees que me enviaría si así fuera? ¿Que enviaría a una persona, a la misma durante mucho tiempo, si no se acordara lo más mínimo de ti? No, simplemente está ocupado; a veces, los adultos tienen muchas ocupaciones y poco tiempo para lo que desean de verdad. – explicó, paciente como San Esteban de Hungría en persona, mentiroso como el mayor hipócrita que jamás hubiera pisado el continente. ¡Y una leche! Si se deseaba algo lo suficiente, siempre habría tiempo o medios para conseguirlo y disfrutarlo: él, que había vivido en la pobreza y había tenido que alternar mil ocupaciones para mantenerse a sí mismo y a su hermana menor, lo sabía bien. – Si lo deseas, podemos salir a dar una vuelta. Te vendrá bien el aire puro. – ofreció, tomándola de la mano para ayudarla a levantarse.

Miklós no era estúpido, y sabía que su contacto la pondría aún más nerviosa que su presencia; sin embargo, Miklós tampoco era generoso, y si él prefería salir a la calle y estirar las piernas antes que estar ahí, bien sabía Dios que haría todo lo que estaba en su mano para hacerlo, se sintiera ella como se sintiese.
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Mensaje por Amélie Zwaan Sáb Jul 01, 2017 2:08 am

¡Miklós le había sonreído! Ya se podía caer el cielo sobre Le Havre porque lo improbable acababa de suceder y Amélie estaba convencida de que esa sonrisa era una buena señal, tenía que serlo… Y si con esa sonrisa Amélie ya se sentía embelesada, ebria de amor, cuando Mik le dijo que le parecía bella casi se desmayó. Sintió, literalmente, que un fuego trepaba por su cuerpo acabando con el oxígeno que sus pulmones necesitaban y necesitó apoyar de lleno su cuerpo contra el respaldo de la butaca en la que estaba sentada, frente a él, a su Miklós adorado.
¿Qué significaba aquello, esa sonrisa dedicada con sutileza? ¿Acaso podría ser que él estuviese enamorado de ella también? Se permitió soñar despierta –mientras él le hablaba-, se vio a sí misma siendo besada con dulzura, a él acorralándola contra un árbol mientras los pajarillos de la mañana cantaban. Mik solo abandonaba sus labios –en los que depositaba una seguidilla de pequeños besos (porque así se besaban los adultos ¿no?)- para susurrarle al oído que la creía bella, bella, bella… ¡Oh, ese acento que le imprimía siempre a las palabras!

Lo único que oyó con claridad, de todo lo que él le decía, fue que no vería a su padre ese mes. No tuvo tiempo para apenarse por ello pues estaba concentrada en lo que su imaginación le brindaba y en contar los movimientos que la boca hermosa de Miklós hacía mientras intentaba consolarla con frases que sonaban a mentiras piadosas. ¿Qué se sentiría al besar a alguien por primera vez? ¿Cómo se sentiría besar a Miklós?

Tenía que dejar de pensar, él era un hombre grande y ella solo una niña que soñaba demasiado, más de lo que en verdad le convenía. Se impuso concentrarse en otras cosas, en nada que involucrase al hombre… pero no duró mucho siguiendo ese camino pues él le propuso dar un paseo y para hacerlo tomó su mano. Ese gesto fue suficiente para devolverle la locura que a fuerza de voluntad había logrado contener por escasos minutos.
Lo siguió, sin soltar su mano. Salieron a los jardines delanteros del internado y Amélie aminoró la marcha, comenzó a caminar de forma lenta, pues si estaba paseando junto a él quería disfrutar de cada paso que diera.


-Algunas de mis amigas ya están comprometidas para casarse, lo harán en cuanto se hagan mayores –le dijo, para sacar charla, mientras los envolvía el aroma de la tierra húmeda y de las flores del jardín que ya comenzaban a brotar. Era un tema neutral, no hablaba de la belleza de él ni de la de ella, un tema que podría manejar con facilidad, según creía-. A veces temo que mi padre me elija un mal esposo, ¿sabes algo sobre eso?

Creía que su padre no discutiría temas así –tan privados- con Miklós, no tenía mucho sentido en verdad, pero ¿a quien más podía preguntarle aquello? ¿Quién podría despejarle sus dudas? No tenía contacto con nadie más.

-Si lo ves, dile que no quiero casarme nunca –le pidió, pese a que era una mentira-. Tengo tanto temor al respecto –le confió-, pero no quiero que él elija a alguien para mí… ¡No sabe nada de lo que me gusta en un hombre! ¿Hace cuantos meses que no me visita? No, no sabe como soy en verdad. Preferiría que lo eligieses tú, Mik. Tú me conoces más que mi padre. ¿Has pensado alguna vez en casarte? –le preguntó de pronto, sabiendo que era una pésima idea imaginarse que un sacerdote los unía a ellos, Miklós y Amélie, en sagrado matrimonio.


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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:24 pm

No se llegaba a la posición a la que había llegado Miklós siendo estúpido, por si a alguien le quedaba alguna duda de que el húngaro, pese a sus numerosísimos pecados, lo era. De un bastardo nómada, hijo de una gitana cambiante y de una rama secundaria de una familia nobilísima, había pasado a ser un hombre casi respetable y que, en su ciudad natal, tenía al menos dónde caerse muerto, tanto él como su hermana, que era lo que él consideraba suficiente. Sin embargo, precisamente porque sabía lo que le había costado llegar hasta allí, también sabía del esfuerzo que costaba mantenerse en una posición tan elevada, y por eso sabía que los sacrificios nunca se terminarían y que irían creciendo cada vez más, hasta el punto de resultar agobiantes a más no poder. Así era como había recibido el encargo del señor Zwaan de que se ocupara, por enésima vez, de su hija, ¡como si no hubiera tiempo suficiente para dedicarlo a un ser querido si realmente se estaba interesado en hacerlo! Y, claro, así era como lo estaba llevando a cabo, con hartazgo por la lejanía que lo obligaba a mantener con su hermana, pero tampoco se llegaba a donde estaba Miklós sin ser un actor y un manipulador excelente, y por eso era capaz de poner buena cara, pese al agotamiento, y portarse hasta, casi, como un caballero. Desde luego, eso era lo que parecía paseando por el jardín con Amélie Zwaan del brazo, a un ritmo tan lento que hasta a él le estaba molestando, pero lo cierto era que cuanto más tiempo estuviera allí, más podía exigirle al señor Zwaan que le pagara, así que se obligaba a aguantar lo que le echaran con el fin último siempre en mente. En el fondo, casi hasta lo sentía por Amélie, a quien le tenía incluso cierto aprecio pese a que estuviera en una edad que le resultaba agotadora, pero no era lo suficientemente generoso para sentirlo en serio, y por tanto continuaba actuando y lo haría siempre, hasta las últimas consecuencias.

– No me ha informado, no, pero es responsabilidad de un padre o de un tutor buscar el esposo adecuado para las mujeres de su familia, así que supongo que estará barajando opciones. – opinó, encogiéndose de hombros y con la mente puesta en Imara, no en Amélie. Pese a que sabía que debía empezar a ejercer de tutor él mismo y casarla con una familia poderosa, al mismo tiempo era consciente de que no quería separarse de ella tan pronto, y por eso no había iniciado los trámites que la unieran con otra familia en un matrimonio provechoso, como se suponía que debían ser todos. Escéptico como era, sobre todo al sentir que el único amor que entendía era el fraternal (y el paterno-filial, pero entendiéndose a él como padre de Imara y no demasiado con respecto a su madre; nadie había dicho que Miklós fuera lógico, ¿no?), Miklós jamás había contemplado un matrimonio por amor, algo en lo que apenas creía. Además, había arruinado a las suficientes mujeres, casadas y no, para valerse de sus fortunas que su opinión con respecto a ese tipo de uniones era que se trataba más bien de arreglos que beneficiaban a ambas partes, y no había mujer lo suficientemente rica en su territorio para que él decidiera inmiscuirse a sí mismo y a Imara en semejante artimaña. – Y no, tampoco estoy casado. He tenido ofertas, pero nunca han despertado mi interés, y soy de los que creen que debe haber al menos un elemento de pasión en un matrimonio por mucho que éste convenga a las dos partes, pues, de lo contrario, ¿cómo si no se va a engendrar un heredero? Y, a fin de cuentas, ese es el objeto del matrimonio: prolongar linajes. – respondió, escéptico, a la pregunta de Amélie, pero aun así se comportó y fue capaz de guardarse sus pensamientos más duros para sí mismo. – De todas maneras, se lo diré a tu padre. Pero, claro, debo saber qué buscas en un hombre para informarle y que lo tenga en cuenta, ¿no? – inquirió, sin crueldad.

Sin embargo, se imaginaba que la respuesta que le iba a dar ella sería un compendio de rasgos que él mismo poseía o que ella creía que él poseía, y por eso no dejaba de ser cruel, por su parte, preguntarle. Como si le importara.
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Mensaje por Amélie Zwaan Mar Ago 01, 2017 7:17 pm

¿Barajando opciones? ¿Su padre barajaba las opciones sobre su futuro sin siquiera consultarla? ¡Que terrible! No confiaba en las elecciones de su padre, le amaba –¡claro que sí!-, pero no confiaba en que él buscase lo mejor para ella por un simple y sencillo motivo: lo mejor para una hija siempre sería estar junto a su padre, y él la había dejado en aquel sitio sin prestarle la mínima atención.

“Soy injusta con él, me ha enviado a Mik siempre. Es su manera de mostrar su preocupación por mí”, se dijo con algo de culpa, pero aunque amaba a Miklós, su presencia no era suficiente para que Amélie soslayase el destrato que de su padre recibía.

-Yo creo que deberías casarte –dijo, con el mismo tono de voz que usaría para hablar del clima, sin mirarlo-. Tener a una mujer que te ame a tu lado te haría bien, tal vez casarte con alguien más joven que tú haría que sonrieras más, Mik. –No, definitivamente no podría mirarlo sin imaginarse a ella misma siendo amada por él.

Caminaron un poco más y Amélie divisó su banco de mármol favorito. Allí, bajo la arboleda, se sentaba a veces a leer poesía. Era uno de sus rincones favoritos del internado, tan importante era que lo sentía como propio, se había adueñado de ese sitio.


-Vamos a sentarnos un momento, Mik –le dijo porque su alma estúpidamente romántica quería tener un recuerdo pequeño al que aferrarse esa noche cuando intentase conciliar el sueño: Mik y ella, sentados muy juntos en ese rincón tan amado-. Te diré lo que busco en un hombre, así se lo puedes decir a mi padre –se sentó en el frío banco y lo invitó a hacer lo mismo a su derecha-: quiero que sea valiente, que no le tema a nada, que no tenga que esconderse de nadie. Me gustaría compartir la vida con alguien fuerte, que me defienda siempre de todo. –No podía evitar sonreír estúpidamente, era consiente de eso mas nada podía hacer por remediarlo. –También quisiera que fuese extranjero, los franceses son muy aburridos… Y que sea mucho más grande que yo, pues quiero que haya vivido muchas cosas, que tenga muchas buenas anécdotas que compartir conmigo. Tú bien sabes lo mucho que me gusta oír historias reales, siempre te pido que me cuentes algo emocionante que te haya ocurrido… Y claro que hoy no te dejaré ir hasta que me cuentes algo interesante.

Sabía que lo había descrito a él. Lo sabía y sabía que Miklós no era tonto, que de seguro lo había notado, pero Amélie ya había perdido la vergüenza, estaba metida hasta el fondo de aquel lodazal, ya no podría salir limpia. Creía que él no diría nada, que seguiría evitando ponerla en evidencia… Y era una lástima, porque ella solo deseaba besarlo –de hecho no podía dejar de mirar su boca ahora que tan cerca se hallaban-, besarlo y que él le correspondiese.
¿Qué pasaría? Si lo hacía, si se lanzaba derecho a sus labios, ¿qué pasaría? Nadie los vería allí, eso no sería un problema. Ella guardaría el secreto y él también, pues no querría perder su trabajo. Pero, ¿qué sucedería después? ¿Podría volver a mirarlo a los ojos? ¿Él seguiría siendo amable con ella o se volvería un hombre distante?


“No lo hagas, Amélie, no seas tan estúpida”, se dijo una y otra vez, pero mientras él hablaba de algo que ella no entendía, Amélie Zwaan acabó con sus labios sobre los de él.


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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 3:48 pm

Miklós se encontraba lejos, a muchos traumas de distancia, de ser el bastardo insensible con el que se haría un nombre a posteriori, pero eso no significaba que antes del fatídico hecho hubiera sido un hombre que sintiera con normalidad, especialmente si las circunstancias no eran afines, sino al contrario. Por si la intuición gitana (o eso creía él; dados sus antecedentes, era una posibilidad seria que así fuera) no fuera suficiente para preocuparlo, encima había tenido que cumplir un encargo que no lo apasionaba, y que a medida que iba transcurriendo lo iba, incluso, aburriendo, obligándolo a ser tan frío desde un principio que casi era una premonición de lo que sería después. Por mucho que intentara ser correcto, y a su juicio lo estaba consiguiendo bastante bien, Miklós no quería tener que soportar a una adolescente que no fuera la suya, y mucho menos si ella no disimulaba lo colgada que estaba por él; más que halagarlo, debía admitirlo, lo incomodaba. Poco podía hacer al respecto, de acuerdo, pero eso no significaba que Miklós disfrutara de la situación lo más mínimo, y eso traía como consecuencia que, claro, tenía que soportar los intentos de ella se seducirlo y de hacer que se diera cuenta de que le gustaba, como si no fuera evidente para alguien como él... Y ya no sólo por cuestión de ego, de ese orgullo Rákóczi que evidenciaba su nobilísimo origen, y de ser consciente de su atractivo; no, se trataba de su madurez, nada más y nada menos. Había sido testigo en tantas ocasiones de cómo se comportaban las mujeres que deseaban conseguir algo que los intentos pueriles de Amélie no eran sino amagos cómicos, nada serio; pese a ello, no la detuvo, y así fue como se encontró siendo besado por ella. O intentando serlo, porque aquello tuvo mucho de roce y poco de beso de verdad, deliberadamente por parte de Miklós al no devolvérselo, pero tampoco apartarse hasta que ella no lo hice.

– Amélie, no. – la detuvo, antes de que pudiera volver a intentarlo, y aunque sintió el deseo de limpiarse la boca, supuso que no era lo mejor que podía hacer, dadas las circunstancias. De circunstancias sí fue, no obstante, su cara, expresiva para mostrar una mezcla de rechazo y quizá comprensión, o lástima, qué sabía él, que suficiente tenía con sus problemas como para sumarles el enamoramiento de la hija de uno de sus clientes. En absoluto se iba a responsabilizar de eso. – No te voy a decir que no te convengo, aunque es cierto, convengo a muy pocas mujeres. Tampoco te voy a decir que no eres hermosa, aunque lo serás más en unos años. Pero no estoy interesado en ti así. – afirmó, encogiéndose de hombros y moldeando su mirada para que ésta reflejara comprensión y ánimo, no el frío rechazo que habían significado sus palabras anteriores a aquellas, esa negativa tan tajante que hasta él mismo lo había notado. – Me halagas, pero no me conoces. Esto que sientes no es real, soy el único hombre al que has visto aparte de a tu padre y eso es lo que te hace creer que sientes algo de verdad, pero no es así. Y, desde luego, yo no siento eso por ti, eres como una familiar en todo caso. – y lejana, quiso añadir, pero no añadió más leña al fuego de la hoguera de Amélie así, prefirió hacerlo incorporándose y estirándose las ropas, rompiendo así, sin saberlo, la imagen ideal que se había hecho ella del momento y del lugar como si Miklós fuera un caballero salido de sus sueños, en vez de una pantera nacida de sus pesadillas. Ay, si ella supiera... Pero no lo iba a saber. Firme y con la espalda recta, Rákóczi hasta la médula como el apellido que portaba demostraba, la miró desde arriba, y esa ilusión óptica sí que hizo que ella lo contemplara con la frialdad que desprendía el húngaro a veces, aún menos de la que era capaz de sentir en el futuro. – ¿Has pensado en que tu padre me mataría? No debe enterarse. Y yo debería acompañarte dentro. – observó, indiferente por fin al aludir a su egoísmo, y la miró con esa misma, absolutamente consciente, emoción, compuesta precisamente por la carencia de éstas.

¿Estaba siendo demasiado duro? Puede, de acuerdo, pero él creía que era mejor cortar ese tipo de comportamientos de raíz o, de lo contrario, podrían extenderse y contaminar el resto; con lo problemáticos que ya eran de por sí, no le gustaría extenderlos más de lo necesario, gracias.
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Mensaje por Amélie Zwaan Lun Ago 07, 2017 11:45 pm

Una vez, cuanto tenía ocho años, Amélie se cortó la palma de su mano derecha con la filosa punta de un ventanal. Recuerda la escena, la sangre que brotaba, el color del hueso que se descubría ante su mirada, el dolor… Fue el dolor físico más hondo que padeció en su vida, ¡gritaba mientras los celadores del internado intentaban cerrar su herida en tanto llegaba un médico a verla!
El dolor que el rechazo de Miklós le provocó hizo que mecánicamente Amélie bajase la vista y contemplase la cicatriz de su palma. Se había alejado de una forma tan despectiva, como si le horrorizara ser besado por ella, como si sus labios lo hubiesen lastimado. Amélie quería llorar, pero no podía hacerlo, al igual que no podía elevar su rostro para verlo. Lo oía, sí que lo hacía, recibía el regaño de Miklós con la cabeza gacha y el corazón latiéndole a un inusual ritmo. La vergüenza había provocado ardor en sus mejillas y que su boca se secase.


-¿Es porque beso mal, Mik? –le preguntó en un susurro, sin mirarlo. Tal vez él ni siquiera la oyera-. Si tan solo quisieras enseñarme yo podría mejorar…

Quería gritarle. Ponerse en pie sobre ese banco de mármol para quedar a la misma altura que él y gritarle que lo que ella sentía sí que era real, porque aunque él no lo compartiera ella lo sentía, y si lo sentía tenía que ser real. Lo quería, quería casarse con él, quería que le enseñase a besar y que junto a ella él desease formar una familia. ¿Cómo podía no respetar él eso? Que no sintiese lo mismo no le daba derecho a opinar tan categóricamente de lo que a ella le pasaba hacía tantos meses…

No pudo decirle nada. Sólo lo oía con resignación, pensando en que nadie podía saber de eso… Ella no quería ser amonestada –ni por las autoridades del internado ni por su padre-, y de seguro que él no querría perder el empleo.
Se puso de pie para volver al interior, sabiendo que él la seguiría, que no tenía más remedio que hacerlo.

¡Si tan solo pudiera volver el tiempo atrás! ¡Si pudiera hacer que ese día volviese a empezar! Se arrepentía, con todo su corazón lo hacía -porque su arrojo le había provocado ese dolor, Miklós no era el culpable de nada-, y a la vez sentía en sus labios la marca de los labios ásperos de él. Sabía que esa sensación sería difícil de olvidar, sin importar que ese hubiese sido el beso más doloroso del mundo.


-Le escribiré una carta a mi padre –le dijo, cuando ingresaron nuevamente a la sala de visitas-. No tardo, dame unos minutos.

El saloncito estaba provisto con todo lo que necesitaba. Por lo que sin ver qué hacía Miklós, Amélie se lanzó a escribirle al único familiar que tenía vivo. No fue nada fuera de lo común, solo las frases típicas que solía decirle en persona y por carta. Pero ella necesitaba de esos momentos para aclarar su mente. Él quería irse, eso estaba a la vista. Era inminente la despedida –puesto que el empleado de su padre ya le había dicho que esa vez no viajarían a París-, y ella sentía que, antes de que Miklós se fuese, debía decir algo sobre lo que había ocurrido, responder de alguna manera a toda aquella sermoneada que él le había dado en el jardín.

-Toma –dijo, cuando estuvo lista, poniéndose de pie y tendiendo el sobre ya cerrado-. No te preocupes, no le he mencionado nada de lo que pasó hoy. –Por primera vez luego del beso, Amélie pudo mirarlo a los ojos y, aunque la vergüenza recrudecía, se esforzó por sostenerle la mirada-. Me ha dolido tu rechazo, Miklós –se sinceró-, porque tú no sabes todo lo que te quiero, ni todos los minutos que malgasto al día pensando en ti. Imaginando tus besos. Ya oí todo lo que piensas al respecto y soy inteligente, sé que solo soy una chiquilla molesta para ti. ¿Me quieres como a una familiar? –Se rió de sí misma, llena de pena. ¿Había, acaso, mayor humillación que esa? No importaba, no se quebraría ante él. Se irguió, la postura de sus hombros cambió cuando Amélie sacó pecho y levantó su mentón-. Esta bien, lo acepto. Pero yo sé que siempre te querré, Miklós. Se que soñaré contigo siempre que cierre mis ojos. Y te juro que pasarán los años para ambos y que llegará el día en el que seas tú quien desee besarme –se agarraba de los propios dichos del hombre, pues era Miklós quien le había asegurado que en unos años ella sería una mujer hermosa-, y será mi decisión correrte la cara, y humillarte como lo has hecho tu hoy, o no.

No sabía de dónde salía la fortaleza que su voz mostraba, pero Amélie Zwaan se sintió orgullosa de sí misma por no haberse quebrado, por no haber derramado ni una lágrima en su presencia.


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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:31 pm

Miklós sabía que le había roto el corazón porque casi había podido oír el sonido del órgano quebrándose en el pecho de Amélie, inaudible para todos menos para alguien con los sentidos tan agudizados como lo estaban los suyos, felinos para todo, quizá demasiado. E incluso aunque no hubiera llegado a escuchar nada, la mirada límpida de la joven le gritó esa verdad que Miklós conocía, pero a la que era tan indiferente como a casi todo lo demás, pues ¿era acaso su problema que hubiera ido a fijarse en él, precisamente? No es que hubiera tenido mucha elección, él lo sabía, pero jamás había hecho nada para darle a entender que lo que ella sentía era recíproco; es más, gracias a esa memoria de cambiante suya podía saber que nunca la había incitado a sentir nada más, ¡Dios lo librase de ello! Suficientes problemas tenía con el estilo de vida que llevaba y con el que el señor Zwaan lo obligaba a mantener como para, encima, añadir a una jovencita enamorada a su lista de inconvenientes a los que enfrentarse; ni borracho, muchas gracias pero no. Aun así, ella se lo tomó como algo personal, porque no cabía duda de que así se sentía para ella, y Miklós reaccionó con la misma frialdad que llevaría por bandera en unos años y tras un par de traumas de los que seguramente jamás se recuperaría. ¿Había, acaso, alguna otra manera de lidiar con el enamoramiento infantil de una joven que no había visto a otro hombre no familiar que él? En su opinión, no, no la había, y Miklós era un profundo conocedor de la naturaleza humana, ya que así se garantizaba saber y poder seducir a mujeres para conseguir sus fortunas y poder subsistir él un día más, por lo que su criterio era bastante fiable. Como poco.

– Sí, de acuerdo, esperaré. – respondió, mecánico, sin pensar realmente lo que decía, porque lo cierto era que no tenía mucha elección, ¿no?, y tenía que seguirla como un perro faldero, ¡él que tan gato era! Y aun así ella pretendía no solamente enamorarlo, sino que él la correspondiera en sus sentimientos cuando ella ni lo conocía, ni sabía lo que lo movía ni, en definitiva, tenía la más remota idea de cómo era Miklós salvo esos ratos en los que la visitaba por órdenes ajenas. Ay, si ella supiera... En cuanto viera al hombre que se ocultaba detrás de la falsa amabilidad del emisario del señor Zwaan, todos los sentimientos bellos se esconderían, pero ¿a él qué más le daba? No era asunto suyo lo que ella sintiera o dejara de sentir, igual que no era asunto suyo que se encontrara mejor o peor de humor, pues a él le pagaban por ir, transmitir un mensaje, hacerle compañía y ya estaba, nada más. La miseria emocional hecha negocio por nada más y nada menos que un sinvergüenza como Miklós Laborc, de apellido Rákóczi, noble en teoría pero absolutamente lo contrario en la práctica, y si ella no se daba cuenta de ello... Problema suyo, no de Miklós. Él, desde un inicio, había dejado claro que era un enviado del señor Zwaan, que ni siquiera vivía en Francia pese a que su dominio del idioma fuera envidiable; las fantasías de una jovencita que pasaba demasiado tiempo sola debían ser asunto de la institución que la educaba y de su progenitor, no del mensajero, ¡a él que no le viniera con tonterías! Poco a poco, al magyar se le empezaba a terminar la paciencia, pero fue capaz de aguantar hasta que ella hizo acopio de su ¿dignidad? y habló, muy probablemente queriendo salvar la poca fortaleza que le quedaba.

– Déjame enseñarte una lección que ni tus compañeras, ni tus novelas ni tus fantasías se atreven a decirte: no puedes obligar a alguien a que se enamore de ti. Es más, yo no sé cuánto piensas en mí, pero tú tampoco sabes quién ni qué soy yo, ni a qué dedico mis pensamientos más privados, así que eso nos hace iguales: no nos conocemos bien, en realidad. Piensa eso y, tal vez, recapacites, porque te aseguro que, de no hacerlo, va a ser peor para ti. – advirtió, como un último consejo que, demasiado generosamente para como se sentía en realidad, había decidido darle. A continuación, guardó en sus ropas la carta que ella había escrito para su padre, la cual no tenía la más mínimo intención de leer, y la miró por última vez, negando con la cabeza pero con indiferencia, todavía, en el rostro. – Cuídate. Después de esto, algo me dice que no volveré, pero recuerda mi consejo: olvídate de mí. – se despidió, forzando hasta el límite su capacidad para aconsejar a alguien de una forma que pudiera ser práctica para una persona distinta a sí mismo, y quizá por el puro agotamiento que traía eso consigo, se calló después de decirlo y no volvió a hablar, sino que se despidió con un gesto y se marchó, sin mirar atrás. Así, aunque ella no lo sabía, le estaba demostrando lo que había hecho cientos de veces antes y lo que seguiría haciendo él, el magyar con los sentimientos atrofiados, que solamente era capaz de apreciar a unos pocos y sobre todo a su hermana, un cambiante problemático que era mejor que olvidara, por su propio bien.

Pero Miklós sabía, con toda certeza, que ella no solamente no lo olvidaría, sino que se tomaría sus palabras como un desafío y las utilizaría para alimentar el dolor de su rechazo. Lo sabía porque no era la primera a la que había rechazo, y probablemente tampoco fuera la última, con su historial.
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